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Marihuana como uso Medicinal

En el mundo en que vivimos hoy existen muchos temas considerados controversiales y

debatibles como el que trataremos hoy, la legalización de la marihuana para uso medicinal en

Colombia; esto se encuentra estrechamente relacionado a los problemas de tráfico y consumo

ilegal de la sustancia, además de las consecuencias del abuso o uso excesivo, en especial por los

jóvenes, generando un problema de salud pública. Por tanto, en el presente documento se

analizan los diferentes escenarios de esta problemática, basados en la información disponible

hasta el momento acerca de la marihuana, sus usos, sus riesgos y sus beneficios.

A modo de conceptualización, el termino marihuana, hace referencia al preparado

elaborado a partir de las flores, hojas y tallos pequeños provenientes de la Cannabis sativa, que a

su vez es una planta herbácea, de la familia Cannabaceae, esta generalmente crece en regiones

tropicales y subtropicales, y según estudios científicos, posee una serie de químicos llamados

cannabinoides, relacionados al componente delta-9-Tetrahydrocannabinol (THC), su principal

sustancia psicoactiva, es decir, la que conduce al individuo que la consume a un estado de alerta

(Rangel, 2016).

El uso de la marihuana data de hace más de 4000 años, sin embargo fue hasta el año de

1960 que se hizo extensiva y se reveló como un problema social, puesto que de acuerdo a los

datos estimados por las Naciones Unidas en el 2006, más de 160 millones de personas con

edades comprendidas entre los 15 y 64 años la consumen, cifra que hace referencia a un 3.9% de

la población mundial, ubicándose mayormente en Estados Unidos, Australia y Nueva Zelanda,

seguida por países de Europa Occidental. En el mismo país, un 20-30% de los que alguna vez

fumaron marihuana se convirtieron en consumidores semanales y un 10% en usuarios cotidianos,


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dando inicio alrededor de los 12 años, alcanzando su máximo entre los 20 y 25 para disminuir a

medida que se obtienen empleos o forman una familia (Rodríguez, 2012).

En Colombia, según El Ministerio de Salud y Protección Social, la marihuana, es la

sustancia psicoactiva ilícita más consumida y con mayor índice de crecimiento, arrojando

porcentajes como que el 11,5% de los colombianos la han probado alguna vez, siendo el 18%

hombres y el 6% mujeres, proyectando un total de 762 mil colombianos consumidores de

marihuana para el año 2014. De igual forma, las edades entre los 18 y 24 años y las regiones

como Antioquia, Eje Cafetero y el Meta evidencian un mayor consumo (Gaviria, 2014).

Asimismo, su uso terapéutico se remonta al año 2737 a.C. cuando el emperador Sheng-

Nung prescribía Cannabis para tratar la malaria, el reumatismo, la fatiga y el estreñimiento. En

1844, el médico y profesor ingles O’Shaughnessy introdujo el cannabinoides en la medicina

occidental, donde la usó como sedante, hipnótico y anti convulsionante. De acuerdo a

investigaciones realizadas en el siglo XX, se descubrió que esta planta producía efectos

psicoactivos y medicinales, dependiendo del receptor que haga presencia (Castaño, Velásquez &

Olaya, 2016).

Ahora bien, la marihuana, surge como medicamento opcional para el tratamiento de

enfermedades, a consecuencia de que se le atribuyen propiedades analgésicas, relajantes

musculares, antidepresivas, hipnóticas, inmunosupresoras, antiinflamatorias, ansiolíticas,

estimulantes del apetito, antieméticas, anti glaucomatosas, broncodilatadoras, anticancerosas,

entre otras (Castaño et al., 2016). A pesar de ello, se debe clasificar su uso medicinal en dos

categorías: las sustentadas en ensayos clínicos controlados, como: espasticidad por lesión de la

médula espinal o por esclerosis múltiple, dolor crónico, en especial de tipo neuropático,
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trastornos de movimiento como el síndrome de Gilles de la Tourette, distonía, discinesia

inducida por levodopa, asma y glaucoma, en vista de los resultados positivos, eficaces y seguros

que ha demostrado, no obstante se tiene la creencia de que se requieren estudios con una

duración más prolongada y con una población homogénea para que se logre obtener información

con mayor contundencia sobre su efecto terapéutico; la siguiente categoría es la derivada de

ensayos clínicos en ambientes no controlados, los cuales se enfocan en la utilidad para tratar la

epilepsia, depresión, bipolaridad, estados de ansiedad, dependencia al alcohol, enfermedad de

Alzheimer, alergias e inflamaciones (Rodríguez, 2012).

De manera que, esta sustancia ha sido aprobada por la Administración de Alimentos y

Medicamentos (FDA) para su uso medicinal en casos específicos, algunos ejemplos son: control

de náuseas y vómitos producidos por la quimio y radioterapia, estimular el apetito en pacientes

diagnosticados con VIH/SIDA y desnutrición (Rangel, 2016). La marihuana, ya se encuentra en

medicamentos como: el dronabinol, usado para la anorexia por VIH/SIDA y náuseas o vómitos

asociados a los tratamientos de cáncer; la nabilona, también indicada para los efectos secundarios

de la quimio y radioterapia; y el THC, componente del cannabis, prescrita en casos de alivio

sintomático del dolor neuropático en la esclerosis múltiple en adultos (Gaviria, 2014).

A pesar que existen varios estudios sobre el tema, estos aún no permiten llegar a

conclusiones definitivas y cualquier eventual beneficio es probablemente pequeño, mientras que

los potenciales eventos adversos son comunes y la seguridad a largo plazo todavía no se

establece (Rangel, 2016). Debido a ellos se genera escepticismo en cuanto a las limitaciones que

se presentan por la diversidad y las condiciones de las enfermedades en su forma etiológica y

patológica.
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Es preciso señalar que la marihuana tiene efectos adversos, como cualquier otro

medicamento, lo que es comúnmente conocido como efectos secundarios, en este caso negativos.

Algunos de ellos son: la somnolencia, desorientación, confusión e hipotensión, los cuales se

pueden controlar regulando la dosis. En muchos pacientes, especialmente en aquellos que la usan

por tiempos prolongados, se desarrolla tolerancia a estos efectos y la mayoría de ellos

desaparecen en los días siguientes (Rangel, 2016).

De hecho, existen efectos agudos y efectos crónicos, los primeros se producen por la

inhalación del humo alterando el pensamiento y la conducta, distorsionando las percepciones

espaciales y temporales, además bajo el efecto de esta sustancia se presentan déficits cognitivos

y psicomotores, afectando negativamente el juicio, el aprendizaje, la memoria, la capacidad de

abstracción, de concentración y de resolver problemas, persistiendo por varios días (Rodríguez,

2012)

En este orden de ideas, los efectos crónicos, se evidencian al producirse dependencia a la

sustancia, generando cierta tolerancia a las reacciones sistémicas y caracterizándose por una

búsqueda compulsiva de la droga y por la pérdida de control. Suele acompañarse de fallas

consistentes en la atención, en la memoria, en la habilidad de procesar correctamente la

información y alteración de las percepciones, lo cual puede perdurar por semanas, meses y aun

años después de la suspensión de su consumo. También se le atribuye la generación de un

síndrome denominado “a motivacional”, término que se aplica a las personas que abandonan las

actividades sociales y manifiestan poco interés por la escuela, el trabajo u otras actividades

productivas. Los usuarios crónicos de marihuana suelen tener bajo rendimiento escolar,

problemas legales, falta de empleo, desajustes sexuales, incapacidad para enfrentar nuevos retos,
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hostilidad y grados diversos de ansiedad, depresión y riesgo de brotes psicóticos (Rodríguez,

2012).

En relación, a las enfermedades mentales, cabe mencionar que el consumo cotidiano en

adolescentes y adultos jóvenes aumenta de dos a cuatro veces el riesgo de padecer esquizofrenia

y otros trastornos psiquiátricos en la edad adulta.

Ahora bien, centrándonos en su legalización que dio inicio a finales de la década del 90

en el siglo pasado y que hasta el momento se ha propuesto para el consumo de adultos,

excluyendo a niños y adolescentes, que cómo ya se demostró anteriormente serían los más

afectados. Otros estudios revelan que los jóvenes a los que se les ofrece marihuana son siete

veces más susceptibles a su consumo en relación a los que no se les ofrece y que al legalizarla su

precio se reduciría considerablemente lo que aumenta las probabilidades de consumo

(Rodríguez, 2012). No obstante, existen diversos factores que predisponen a los sujetos en el

inicio del consumo de sustancias ilícitas como el entorno en el que se desenvuelven, las pautas

de crianza, el ambiente familiar, entre otros.

Cabe resaltar que el uso medicinal de la marihuana es legal en algunos países como:

Estados Unidos, Alemania, Argentina, Austria, Canadá, España, Finlandia, Israel, Portugal

(Rodríguez, 2012), lugares que tienen evidencia científica de que la legalización de este producto

no ha incrementado los índices de consumo en niños o adolescentes, debido a que se imponen

leyes que regulan y excluyen la marihuana como uso medicinal para la población que padece de

enfermedades específicas.

En Colombia, la Cámara de Representantes aprobó en el mes de mayo del año 2016, el

proyecto de ley por medio del cual se reglamenta el cultivo, producción, fabricación,
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adquisición, importación, exportación, almacenamiento, transporte, comercialización,

distribución, uso y posesión de las semillas de la planta de cannabis, sus derivados y los

productos que lo contengan, con fines medicinales y científicos (Rangel, 2016), con la

especificación de que se sanciona con el fin de que los colombianos que sufren de alguna

enfermedad crónica o terminal puedan darle un manejo a los síntomas propios del padecimiento.

En conclusión y desde mi punto de vista, la marihuana como medicamento podría ser una

alternativa con efectos bastante favorables para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos que

padecen enfermedades crónicas, terminales y dolorosas, sin embargo y debido a los múltiples

debates acerca del tema, la comunidad científica debe aportar mayores estudios que ratifiquen y

den certeza de los beneficios que se obtienen del Cannabis y mitiguen de alguna forma las

percepciones erradas, para de esta manera concientizar a la población con información sólida que

proporcione cierto nivel de confianza en la sustancia, además de fomentar programas dirigidos y

enfocados a la prevención del consumo de drogas ilícitas para fines no médicos.

Finalmente, en el marco de lo lógico, toda sustancia psicoactiva o no, usada en exceso o

mal administrada genera consecuencias negativas en el ser humano, por esta razón y en esto

radica la importancia de crear leyes con políticas claras que regulen y controlen el consumo de la

marihuana, en este caso específico, con pre indicaciones y condiciones estrictas para aquellos

pacientes que la requieran, acompañado de una autoridad sanitaria que se encuentre en todo

momento monitoreando la producción de los medicamentos que contengan Cannabis entre sus

componentes.
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Referencias

Castaño, G., Velásquez, E & Olaya, A. (2016). Aportes al debate de legalización del uso

medicinal de la marihuana en Colombia. Rev. Fac. Nac. Salud Pública, 35(1), 16-26.

Recuperado de http://www.scielo.org.co/pdf/rfnsp/v35n1/0120-386X-rfnsp-35-01-00016.pdf

Gaviria, A. (2014). La marihuana como uso terapéutico en el contexto colombiano.

Ministerio de Salud y Protección Social. Recuperado de

https://www.minsalud.gov.co/sites/rid/lists/bibliotecadigital/ride/de/marihuana%20con%20uso%

20terapeutico-contexto%20colombiano.pdf

Rangel, F. E. (2016). Preguntas claves sobre marihuana medicinal en el contexto

colombiano. Revista de los estudiantes de medicina de la universidad industrial de Santander,

29(3), 7-11. Recuperado de http://www.scielo.org.co/pdf/muis/v29n3/0121-0319-muis-29-03-

00007.pdf

Rodríguez, R. (2012). Los productos de Cannabis sativa: situación actual y perspectivas

en medicina. Salud mental, 35(3), 247-256. Recuperado de

http://www.scielo.org.mx/pdf/sm/v35n3/v35n3a9.pdf

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