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¿Qué es la impulsividad?
Es un término que engloba diferentes aspectos. La impulsividad puede resultar ser parte de uno de
los síntomas de enfermedades tales como por ejemplo: trastornos de conducta, adicciones, trastornos de
personalidad, trastorno bipolar, déficit de atención e hiperactividad, etc. Pero también es un rasgo de la
personalidad, que está en mayor o menor medida en cada uno de nosotros.
El hecho de solicitar ayuda psicológica cuando estos casos afectan a la relación consigo mismo o entorpece
las relaciones interpersonales es de gran ayuda para paliar las consecuencias de sus actos impulsivos. Sobre
todo, que el espacio terapéutico ofrece un marco seguro para poder conectar con los sentimientos, afectos y
emociones internas, dando lugar a un proceso de mentalización, es decir, el proceso de entender el propio
mapa emocional. Solo el hecho de poder ejercitar esa capacidad de pensarse a sí mismo, de entender su
malestar, poner nombre a sus sentimientos, ofrecer estrategias de autocontrol para aplacar la conducta
agresiva, se le ofrece a la persona el tiempo necesario para recapacitar sus acciones y poder modular él
mismo su ira, enfado, rabia o furia, esos sentimientos negativos que surgen cuando uno o los demás frustran
de alguna manera.
Tanto en niños, adolescentes como adultos la impulsividad alta les hace incurrir en situaciones que pueden
ser perjudiciales para aquellos que la sufren. Muchas veces, inevitablemente se equivoca la forma de actuar
con ellos, permitiendo o protegiéndolos de las situaciones conflictivas por miedo a cómo van a reaccionar, qué
harán o qué dirán. Lo importante es ayudarles a pensar las consecuencias de sus actos. La impulsividad es
uno de los mayores predictores de la agresividad, entendida la agresividad no solo como acto violento, sino
también hay que tener en cuenta cómo se da la expresión verbal y corporal, es importante observar las
palabras que utiliza la persona para comunicarse, el tono de las mismas y los gestos empleados, si intimidan
o amenazan. En este caso, será necesario trabajar terapéuticamente, conjuntamente con la persona, su
autoestima, su sensación de vulnerabilidad, aumentar la capacidad de expresar sus estados emocionales y
generar alternativas en situaciones de baja tensión emocional, para ir ampliándolas a situaciones con más
carga emocional. Como resultado, la persona tiene un mayor bienestar personal y unas mejores relaciones
interpersonales, para finalmente llegar a un mejor autoconcepto de él mismo.
Diversos modelos han abordado las relaciones entre impulsividad y agresividad, siendo uno de los
más interesantes el propuesto por E. S. Barratt. En dicho modelo, se propone que ciertos estímulos
desencadenan sentimientos de ira que pueden llegar a generar conductas agresivas. En muchas
ocasiones los procesos de socialización tienen como consecuencia que la conducta agresiva es
inhibida. No obstante, una de las principales características de la impulsividad es precisamente que
suele estar asociada a déficits en los mecanismos inhibitorios de la conducta, lo cual implicaría que
los individuos con niveles elevados de impulsividad presentan dificultades a la hora de inhibir los
comportamientos agresivos ante dichos sentimientos de ira.
Diversos estudios han mostrado las relaciones entre medidas de impulsividad y agresividad,
especialmente con los aspectos emocionales de esta última. Sin embargo, dichos estudios han sido
realizados mayoritariamente en muestras de adultos universitarios, por lo que resulta pertinente
analizar hasta qué punto dichas relaciones pueden ser generalizadas a otras poblaciones de
adultos y a otros rangos de edad como pueden ser los adolescentes.
Con este motivo se analizaron las relaciones entre las puntuaciones de la Escala de Impulsividad
Funcional/Disfuncional de S. Dickman y las puntuaciones del Test de Agresividad de Buss y Perry
en tres muestras diferentes, compuestas por 216 universitarios, 323 empleados de una factoría y
241 adolescentes, respectivamente (Vigil-Colet, Morales-Vives y Tous, 2008).
En todas las muestras se verificó la relación entre la impulsividad disfuncional (el componente más
relacionado con los déficits inhibitorios) y la agresividad, concretamente con los componentes
emocional (ira) e instrumental de la misma (agresividad física y verbal), lo cual apoyaría la teoría de
Barratt sobre las relaciones entre impulsividad y agresividad. No obstante, existen algunos aspectos
diferenciales entre las distintas muestras que aportan evidencias sobre la forma en que evolucionan
este tipo de comportamientos.
Por otra parte, en la muestra de adolescentes la ira presentó correlaciones mayores con la
agresividad física que con la verbal, mientras que en ambas muestras de adultos, la ira presentó
una mayor tendencia a manifestarse mediante la agresividad verbal. Diversos modelos evolutivos
de la agresividad han planteado que inicialmente la agresividad se manifiesta de forma directa y a
medida que avanza la edad y por medio de los procesos de socialización, la agresividad tiende a
expresarse por vías más aceptadas socialmente, como pueden ser las formas indirectas de
agresión, lo cual podría explicar el distinto patrón de relaciones encontrado en adolescentes y
adultos.
Cabe señalar que cuando se eliminó el efecto de la impulsividad en las relaciones entre ira y
agresividad, se constató una notable reducción de la interacción entre ambas variables. Sin
embargo, las correlaciones parciales entre ira y agresividad aún fueron significativas, lo que indica
que aunque la impulsividad juega un papel clave en esta relación, existen otras variables, como
pueden ser las habilidades de procesamiento verbal o la capacidad para resolver problemas
interpersonales, que deben ser incluidas en cualquier modelo predictivo del comportamiento
agresivo.
Finalmente, y al igual que en otros estudios, al analizar los efectos del sexo en la impulsividad y la
agresividad, se encontró que para todas las muestras la única variable en la que existen diferencias
significativas vinculadas al sexo es la agresividad física. En este sentido, hombres y mujeres
presentan los mismos niveles de impulsividad y agresividad, con la excepción de la agresividad
física, variable en la cual sistemáticamente los hombres presentan puntuaciones superiores
¿Por qué los adolescentes, especialmente los adolescentes varones, cometen delitos con mayor
frecuencia que los adultos? Una explicación puede ser que, como grupo, los adolescentes
reaccionan de forma más impulsiva ante situaciones amenazantes, que los niños o adultos ,
probablemente porque sus cerebros tienen que trabajar más para gobernar su
comportamiento.
Si se trata de conducir demasiado rápido en una carretera resbaladiza o experimentar con las
drogas, los adolescentes tienen fama de cortejar al peligro más a menudo, y esto se le atribuye a su
inmadurez o la mala toma de decisiones. Sin embargo, si su inmadurez o falta de juicio fueran las
razones, se podría esperar que los niños, cuyos cerebros se encuentran en una fase anterior del
desarrollo, tendrían una inclinación igual o mayor a la toma de riesgos, dice Kristina Caudle,
neurocientífica del Colegio de Medicina Weill Cornell, en Nueva York, quien dirigió el estudio.
Caudle partió del hecho de que los niños más pequeños tienden a ser más cautos que los
adolescentes, lo que sugiere que hay algo único en el desarrollo del cerebro adolescente que hace
que les atraiga el peligro.
Es difícil generalizar sobre la impulsividad adolescente, debido a que algunos adolescentes tienen
claramente más autocontrol que muchos adultos, dice el investigador principal BJ Casey, también
seudocientífico. Sin embargo, una creciente evidencia sugiere que, en general, los adolescentes
luchan específicamente para mantener la calma en situaciones sociales.
Debido a que muchos crímenes cometidos durante la adolescencia implican situaciones sociales
emocionalmente cargadas, Caudle y sus colegas decidieron probar si los adolescentes tenían un
mal rendimiento en una tarea común y reaccionaban con impulsividad frente a señales sociales de
amenaza. Para el experimento, reclutaron a 83 personas, con edades comprendidas entre 6 y 29
años, para realizar una tarea simple en el que debían observar una serie de caras con expresiones
faciales neutrales o amenazantes, que aparecían en la pantalla de una computadora. Cada vez que
los participantes vieron una cara neutral, debían apretar un botón y se les pidió que no lo apretaran
cuando la cara fuera amenazante. A medida que los participantes realizaron la tarea, los
investigadores monitorearon su actividad cerebral con imágenes de resonancia magnética
funcional.
En general, los adolescentes cometieron 1 % más errores que los adultos y los niños en el ejercicio
del botón, al ver la expresión facial amenazante, informaron el equipo. Los varones obtuvieron
peores resultados que las mujeres, lo que sugiere que hay una diferencia de género que va de
acuerdo con la cantidad desproporcionada de delitos que cometen los adolescentes varones, dijo
Caudle a Emily Underwood de Science News.
Los adolescentes que no se logran contenerse mostraron una actividad significativamente mayor en
una región del cerebro llamada corteza prefrontal ventromedial, que está implicada en el control de
la conducta, de arriba hacia abajo.
Este trabajo sugiere que el cerebro de un adolescente es muy impulsivo frente a las amenazas y los
puntos de la actividad cerebral son un inusual fundamento biológico. Es un hallazgo emocionante,
sin duda", dijo Jon Horvitz, neurobiólogo de la Universidad de la Ciudad de Nueva York
Entre lo pesado del tráfico, los infractores de la ley, la escasez, la inseguridad, la tensión socio
política y la incertidumbre, es muy difícil no responder con agresividad a muchas de las situaciones a
las que nos enfrentamos día a día.
Sin embargo, la intensidad y frecuencia con que esta se presenta, así como los factores que la
desencadenan, pueden convertirla en un comportamiento disfuncional. No es necesario
descontrolarse y, más aún, pasar por encima de otros ante cualquier evento que cause molestia.
Cuando esto se vuelve una manera habitual de reaccionar, lleva a numerosos conflictos en la
convivencia, que se traducen en tensión intolerancia y violencia, y malas relaciones, así lo asegura
María Elena López, piscóloga de Familia en Colombia.
Hoy resulta preocupante ver en los niños reacciones similares frente a cualquier situación que les
genere frustración. Algunos responden con rabietas, pataletas y otras conductas desafiantes y
exageradas cuando un compañero los roza, pierden un partido, no les dan gusto en lo quieren o los
padres no responden de manera inmediata a sus exigencias. Es en la infancia cuando se aprende a
controlar esto.
Estas conductas, asegura López, son el resultado de varios factores, entre ellos, personas con serias
dificultades para reprimir sus impulsos y/o una predisposición a tener carácter impulsivo o con poca
tolerancia a la frustración.
Sin embargo, la presión y el estrés al que están sometidas las personas –sobre todo en las grandes
ciudades–, las condiciones adversas del medio, la falta de empatía y respeto con el otro, el maltrato,
la dificultad para aceptar los límites y las normas, así como una gran exposición a modelos que
promueven comportamientos violentos en los medios de comunicación, la televisión o el internet,
pueden desarrollar comportamientos impulsivos, así este no sea un rasgo característico de la
persona.
Cometer errores por inatención: este síntoma hace referencia a incurrir en errores por descuido y no repasar
las tareas realizadas. A veces hay impulsividad en el control de los gastos.
Dificultad para mantener la atención sostenida: hay dificultades para mantener la atención en una sola
actividad durante periodos de tiempo largos, como concentrarse en películas, libros o conferencias por
periodos largos de tiempo. También pueden aparecer dificultades tanto en el trabajo como en las actividades
de ocio: dificultad para seguir conversaciones largas con amigos, prestar atención a órdenes que reciben sobre
cómo realizar una tarea importante…
Dificultad para escuchar cuando les hablan directamente.
Tendencia a dejar cosas para más adelante: no acabar las tareas o dejarlas para el último momento: la
necesidad de tener una fecha límite de entrega de trabajos es fundamental, ya que si no se dedica excesivo
tiempo a realizar una tarea concreta o pasar de una a otra sin terminar ninguna de ellas.
Dificultades de planificación: a menudo suelen llegar tarde a las citas y suelen tener desordenada la casa y el
lugar de trabajo.
Tendencia a no realizar tareas que requieran un esfuerzo mental: en algunos casos puede suponer un gran
esfuerzo leer o concentrarse en una película y se retrasan los trabajos más minuciosos como realizar la
declaración de la renta.
Pérdida de objetos: se suelen perder las llaves, la cartera, la agenda o el móvil.
Distraerse con facilidad: puede haber dificultades para evitar que estímulos irrelevantes interrumpan la
atención y afecta a la tarea que están realizando en ese momento.
Despistarse con frecuencia: se olvidan planes y horarios, no se suelen acordar de utilizar la agenda, llegando
incluso a olvidarse de recoger a los niños del colegio.
Dentro de los síntomas de hiperactividad aparecen movimientos constantes cuando están sentados, dificultad para
estar sentados durante algún tiempo, inquietud subjetiva interior, hablar permanentemente y dificultades para
relajarse.
También hay otro grupo de síntomas que se engloban dentro de la impulsividad como precipitar las respuestas ante
las preguntas, dificultad para esperar el turo e interrumpir conversaciones.
El tratamiento psicológico es totalmente individualizado, pero debe cumplir los siguientes objetivos: adaptar el
entorno de la persona para conseguir que se ajuste a sus posibilidades y minimizar los obstáculos que presenta.
Por otro lado, es fundamental conseguir desarrollar hábitos de conducta y estrategias que le permitan desarrollar
hábitos de conducta y estrategias que le permitan realizar con éxito sus tareas cotidianas, obligaciones, proyectos y
planes, así como disminuir los niveles de ansiedad y estrés.