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§ 1. EL DERECHO PENAL POSITIVO COMO RAMA DEL DERECHO PÚBLICO. SU VINCULACIÓN A LOS
PRECEPTOS CONSTITUCIONALES
El Derecho Penal es parte del derecho público (jus publicum), en cuanto está
construido sobre la base del principio de autoridad y subordinación. De ello se sigue
que el Derecho Penal impone sus normas por sobre los intereses de particulares, sean
ellos hechores o víctimas. No hay, pues, en este ámbito, por regla general, equilibrio de
intereses entre partes colocadas en situación de igualdad. La existencia de delitos de
acción privada, como, entre otros, la injuria o la calumnia contra personas privadas o la
provocación a duelo —casos en que la acción penal sólo puede ser puesta en
movimiento por el ofendido o su representante legal (art. 55 CPP)—; de acción pública
previa instancia particular como lesiones menos graves, violación de domicilio, delitos
contra la propiedad intelectual, entre otros, (art. 54 CPP); y la posibilidad de terminar
el proceso penal mediante un acuerdo reparatorio entre víctima e imputado,
sobreseyendo al acusado en delitos que sólo afectan el interés patrimonial de la víctima,
lesiones menos graves, amenazas y cuasidelitos (art. 141 CPP); no obsta al carácter
público del Derecho Penal ya que, por una parte, sigue siendo tarea del Estado la
persecución de esos hechos a través de sus órganos represivos, y por otra, ellos
representan una pequeñísima fracción de las labores del sistema penal. Las excepciones
previstas a su respecto pueden verse más bien como un proceso de descriminalización
parcial no del todo consciente (salvo por la consciente revalorización de la víctima en
el proceso penal, una idea, hay que decirlo, tan neoliberal como propiamente
abolicionista) antes que de alteración del sentido del Derecho Penal como derecho
público para la generalidad de los casos.
202Cury, p. 119.
203 Aunque la definición deriva del planteamiento de Kelsen, 122, existen algunas diferencias que debemos destacar.
Primero, que no entendemos que la diferencia con las sanciones civiles esté determinada por la finalidad de éstas, sino
únicamente por su objetivo condicionamiento a la reparación real o supuesta de un daño exigida por un particular. Y, en
cuanto a las coacciones para el cumplimiento de ciertas obligaciones que cesan con su cumplimiento, como la privación
de la libertad del testigo renuente a comparecer o declarar, no creemos apropiado asimilarlas a una forma de
"reparación", pues, precisamente en ese caso (que es el mismo ejemplo de Kelsen), nada hay que reparar, sino algo que
cumplir y tampoco es necesaria para su descripción recurrir a la intencionalidad trascendente de la sanción, más allá del
cumplimiento de lo obligado. Además, el autor distingue entre penas como sanciones en sentido específico, esto es, como
aquellas estatuidas "como reacción contra una acción u omisión" y otras sanciones o actos coactivos que "carecen de ese
carácter", "como, por ejemplo, la internación coactiva de individuos que padecen de enfermedades socialmente
peligrosas", que en términos generales podríamos identificar con la idea de medida de seguridad. La distinción es, sin
embargo, poco operativa en este contexto, porque, por una parte, parece depender de qué podamos entender
materialmente como "acción u omisión"fuera del Derecho Penal, cuya complejidad actual no parece satisfacerse con
conceptos naturales u ontológicos de tales expresiones. Y por otra parte, tampoco parece que pueda distinguirse desde
el punto de vista material (y también abstracto) con total claridad si las sanciones coactivas tradicionales del Derecho
Penal (penas corporales) están previstas como "reacción a una acción u omisión" o como "reacción a una condición del
individuo manifestada en una acción u omisión", dada su común naturaleza incapacitante. Sin embargo, como veremos
enseguida, formalmente, existe en el Derecho Penal chileno una distinción entre penas y medidas de seguridad, de
conformidad con lo dispuesto en el propio ordenamiento. Pero aquí no se diferencia entre una y otra por el hecho de
tratarse o no de una "reacción a una acción u omisión", sino únicamente si según el ordenamiento jurídico puede
considerarse al responsable de un hecho como imputable o inimputable (arts. 10 Nº 1 y 21 del Código Penal y 455 del
Código Procesal Penal). Y tampoco se diferencia la autoridad competente para su decisión (ambos supuestos quedan
sometidos a los tribunales competentes en lo criminal). Con todo, la distinción propuesta por Kelsen sigue siendo válida
en alguna medida para explicar la distinción formal entre dichas medidas de seguridad penales y los casos de
internamientos civiles decretados por considerarse una persona peligrosa para terceros o para sí misma, sin necesidad de
acreditarse la comisión de un hecho calificado como delito y fuera del sistema de justicia criminal, como sucede en los
casos regulados por el Título IV del Código Sanitario.
momento histórico determinado el ordenamiento jurídico califica de pena o medida de
seguridad, entregando la competencia de su conocimiento y aplicación a los tribunales
del orden penal.
De allí que nuestro Tribunal Constitucional (STC 21.10.2010, Rol Nº 1518-09) ha ido
decantando la idea de que lo propiamente penal —al menos respecto de sanciones
aplicables a personas naturales— son las privaciones de libertad con carácter
sancionatorio, esto es, las que no están destinadas al cumplimiento de una obligación
que requiere la presencia del privado de libertad (como los apremios para comparecer
en juicio).
Por lo tanto, por infringir las reglas constitucionales del principio de legalidad y del
debido proceso, al imponerse sanciones propiamente penales fuera del ámbito y sin las
204Nótese que este concepto material es diferente de aquellos que presuponen que el Derecho Penal tiene ciertos fines,
más o menos discutibles, como la definición propuesta, aunque con reservas, por Cury, p. 37, que añade a la noción que
hemos dado más arriba: "...con el objeto de asegurar el respeto por los valores elementales sobre los cuales descansa la
convivencia humana pacífica".
exigencias procesales de las sanciones penales, deben considerarse como
inconstitucionales e inaplicables las disposiciones contenidas en ciertas Ordenanzas
Municipales que declaran, sin facultades para ello, que los graffitis o rayados en muros
constituyen el delito de daños del art. 484 del Código Penal, como el art. 8º de la
Ordenanza Municipal de Coquimbo de 8 de octubre de 2009 (Nº 5.927) sobre la
materia.
Sin embargo, con la restricción propuesta, el concepto material de ley penal debe
entenderse siempre como un criterio para juzgar si a una norma cuya aplicación no es
de la competencia de un tribunal en lo penal se le aplican o no las limitaciones
dispuestas para las disposiciones que formalmente son parte del Derecho Penal. Luego,
no es un concepto que sirva para afirmar que una disposición cuya aplicación es de
competencia de los Tribunales en lo penal no sea Derecho Penal. Y por ello, si alguna de
las expresiones lingüísticas inscritas en las disposiciones legales que otorgan
competencia a los tribunales penales imponen otra clase de penas o medidas de
seguridad diferentes a las privativas de libertad, multas y privaciones de derechos
descritas en el art. 21 del Código Penal, no por ello deben dejar de considerarse parte
del Derecho Penal y sujetas así a las garantías que el propio ordenamiento jurídico exige
para su establecimiento e imposición.
De allí que, en sentido estrictamente normativo y formal, podemos decir que en Chile
y en buena parte de los países sujetos al principio de legalidad formal (art. 19 Nº 3 CPR),
el Derecho Penal objetivo es el conjunto de leyes o normas penales entendidas como las
expresiones lingüísticas escritas positivas205, indistintamente denominadas
disposiciones, leyes, textos o normas legales, jurídicas o penales, que se encuentran en
el Código Penal, sus leyes complementarias, y en las leyes penales especiales, cuya
aplicación se entrega por ellas mismas o por otras disposiciones legales a tribunales
expresamente competentes en la materia penal y que contemplan la imposición de
penas y medidas de seguridad, como las contempladas en el artículo 21 del Código
Penal, incluyendo además las disposiciones que permiten su no imposición o
sustitución por otra clase de sanciones, como sucede ahora con las sanciones y penas
sustitutivas contempladas en las Leyes Nº 20.084 sobre Responsabilidad Penal de los
Adolescentes, y Nº 18.216, sobre Penas Sustitutivas de las Privativas de Libertad.
205Con lo que se quiere decir, formulaciones lingüísticas cuya existencia factual es independiente del sentido que a dichas
expresiones se les otorgue: la inscripción que se encuentra en una versión impresa del Código Penal, del estilo "art. 488
bis. El que robe o hurte uno o más caballos o bestias de silla o carga, o especies de ganado mayor, menor o porcino,
comete abigeato y será castigado con las penas señaladas en los Párrafos 2, 3 y 4" es, en este sentido, la disposición penal
positiva, distinguible objetivamente de la proposición que se refiere a ella en los términos; "El art. 488 bis castiga con las
mismas penas que los robos y hurtos comunes el abigeato de bestias de silla y ganado y el art. 488 ter impone, en tales
casos, aumentar la pena en un grado", que pretende expresar su sentido. La distinción y la terminología están tomadas de
Hernández Marín, Rafael, Historia de la filosofía del Derecho contemporánea, 2ª ed., Madrid, 1989, pp. 27-36.
casos una solución consistente, en principio, en la obligación de imponer una pena o
medida de seguridad, normativamente designadas como tales.
Existe además otra clase de disposiciones legales que generalizan las condiciones en
que, según su texto, no se debe imponer sanción penal, a pesar de que un caso pueda, de
alguna manera, describirse como uno de los comprendidos en los grupos de casos que
se sancionan penalmente. En nuestro Código, la mayor parte de ellas se encuentran en
su art. 10º, que declara que "están exentos de responsabilidad criminal" quienes se
encuentren en los casos que allí se describen. Hay otras que se refieren a grupos de
casos determinados, como la del art. 9º, en relación a la faltas; la del art. 17, inciso final,
en relación con el encubrimiento; la del inciso final del art. 269 bis, en relación con la
obstrucción de la justicia; la del art. 159, en relación con los delitos cometidos por
empleados públicos; la del inciso final del art. 369, en relación con los delitos de
violación, estupro y otros atentados sexuales; y la del art. 489, en relación con delitos
contra la propiedad.
Y también hay definiciones que explicitan las propiedades de los casos comprendidos
en las disposiciones a que hacen referencia, como la del art. 366 ter del Código Penal,
cuando define "acción sexual", las cuales también pueden verse como limitaciones
específicas del ámbito de lo punible en los casos más genéricos de las disposiciones a
que hacen referencia (lo mismo podría decirse de la descripción más detallada de
"violación" o "parricidio" de los arts. 361 y 390 del Código, respectivamente).
Por otra parte, en el Código y las leyes especiales podemos encontrar una
multiplicidad de disposiciones que regulan no el si, sino el quantum de la pena o sanción,
esto es, que principalmente clasifican, definen y regulan el tipo, naturaleza y cuantía de
las sanciones a imponer a las personas, naturales o jurídicas, declaradas responsables
de un hecho considerado delito, como las clasificaciones, definiciones y reglas relativas
a las clases de penas y sanciones que se contemplan en el Código Penal, en la Ley
Nº 20.084 sobre Responsabilidad Penal de los Adolescentes, en la Ley Nº 20.393 sobre
Responsabilidad Penal de las Personas Jurídicas, en la Ley Nº 18.216, sobre Penas
Sustitutivas a las Penas Privativas de Libertad, el Decreto Ley Nº 521 sobre Libertad
Condicional y la Ley Nº 19.856, que crea un Sistema de Reinserción Social de los
Condenados Sobre la Base de la Observación de Buena Conducta.
206 Preferimos esta denominación a otras, como derecho criminal, pues la palabra crimen (y por ende el nombre derecho
criminal) parece presuponer el concepto de un hecho injusto y de una culpabilidad que preceden a la atribución de una
pena por la ley positiva (esto es, una suerte de delito natural), en tanto que la expresión Derecho Penal indica claramente
que sólo la ley del Estado, al declarar una conducta sometida a pena, la convierte en delito (ver, en el mismo sentido, Cury,
p. 43).
207 Werle, Gerhard, Tratado de Derecho Penal Internacional, Trad. C. Cárdenas et al, Valencia, 2005, pp. 92 y ss. Estos
crímenes de trascendencia internacional deben distinguirse de los crímenes internacionales propiamente tales (crimes
under international law), cuyo establecimiento y sanción corresponde exclusivamente al Derecho Internacional y no
requieren implementación local para ser aplicables a cualquier persona en cualquier territorio sujeto al poder del Consejo
de Seguridad de las Naciones Unidas o que esté bajo la jurisdicción de la Corte Penal Internacional, en caso de los
suscriptores del Estatuto de Roma de 1998. También se distinguen del llamado Derecho Penal supranacional, donde no
sólo tratados internacionales, sino también decisiones y resoluciones de organismos supranacionales toman directamente
el lugar de la legislación local para establecer delitos y penas, sin necesidad de implementación nacional, como al parecer
está sucediendo en la Unión Europea. Allí se discute si la Comisión Europea tiene competencia, por sobre el Consejo de
Ministros y los parlamentos locales, para fijar regulaciones penales en ciertas materias señaladas en el Tratado de la Unión.
Esta clase de regulación se encuentra en el centro de la discusión en Europa a partir de la sentencia del Tribunal de Justicia
de las Comunidades Europeas de 15 de septiembre de 2005, que reconoció la competencia de la Comisión Europea para
imponer a los Estados miembros determinados tipos y sanciones penales con relación a la protección del medio ambiente.
A modo de referencia reciente, ver al respecto, entre otros, Estrada C. Albert. "Vía libre al Derecho Penal europeo.
Comentario a la Sentencia del TJCE de 13 de septiembre de 2005", en InDret. 2/2006, Nº 341; y Hefendelf, Roland,
cuanto obligan con diversos matices a establecer ciertas conductas como delitos e
imponerles penas, contienen disposiciones que en su mayoría no son autoejecutables,
sino que requieren, como dispone el art. 54 CPR y exigen los arts. 19 Nº 3 y 63 Nºs. 2 y
3 CPR, de implementación mediante la dictación de una ley, formalmente diferenciada
del tratado que se trate, que describa la conducta punible y le señale la pena o medida
de seguridad aplicable208. Este conjunto de tratados y convenciones internacionales lo
podemos designar como Derecho Penal Transnacional, teniendo en cuenta eso sí que no
se trata propiamente de un ordenamiento jurídico que sea ejecutable directamente por
organismos jurisdiccionales encargados al efecto, como el Derecho Penal Nacional o el
Derecho Penal Internacional, del que trataremos más adelante.
"Europäisches Strafrecht: bis wohin und nicht weiter?", en Zeitschrift für Internationale Strafrechtsdogmatik, 6/2006, pp.
229-236. Sobre la evolución del Derecho europeo en la materia antes del fallo comentado, véase el pionero trabajo de
Carnevali, Raúl, Derecho Penal y derecho sancionador de la Unión Europea, Granada, 2001, donde, conforme al estado de
la discusión en ese momento, se afirmaba la inconveniencia de un Derecho Penal supranacional, decantándose por
favorecer un proceso acelerado de armonización y un empleo intensivo del derecho administrativo sancionador (pp. 415-
424).
208 Según la STC 03.11.2009, Rol Nº 1504, son disposiciones autoejecutables o self executing aquellas "que tienen el
contenido y precisión necesarias que las habilita para ser aplicadas sin otro trámite como fuente del derecho interno", y
por ello "son autosuficientes, y entran a la legislación nacional cuando el tratado que las contiene se incorpora al derecho
vigente". El resto, si imponen obligaciones a los Estados, "requieren para su entrada en vigencia de la dictación de leyes,
reglamentos o decretos que las implementen y, en tal evento, las haga aplicables como fuentes del derecho interno". La
necesaria distinción entre las normas de un tratado que serían "autoejecutables" y aquellas que por el lenguaje empleado
en el tratado o la naturaleza de las obligaciones contraídas, requieren de un acto del poder legislativo de cada Estado
parte para tener aplicación directa en los tribunales internos, había sido desarrollada antes principalmente por la Corte
Suprema de los Estados Unidos, en interpretación del art. 6º, inc. 2º de su Constitución, según el cual la "Constitución y
las leyes de los Estados Unidos que se expidan con arreglo a ella, y todos los tratados celebrados o que se celebren bajo
la autoridad de los Estados Unidos, serán la suprema ley del país y los jueces de cada Estado estarán obligados a
observarlos". Al respecto, los fallos donde se sientan las bases de esta doctrina que se ha mantenido inalterada hasta hoy
día son Foster v. Neilson, 27 U.S. 253 (1829), y U.S. v. Percheman, 32 U.S. 51 (1833). Una aplicación reciente de la misma,
puede verse en el controvertido caso Hamdam v. Rumsfeld, Secretary of Defense et al, 548 U.S. (2006).
209 Véase al respecto, Cárdenas, Claudia, "La aplicabilidad del Derecho Internacional por Tribunales Chilenos al Interpretar
la Ley Nº 20.357", en Revista de Derecho (Coquimbo), Vol. 20, Nº 2 (2013), pp. 121-145.
210 Tales matices van desde normas que contemplan simples "invitaciones a observar comportamientos", hasta
Este es uno de los efectos más tangibles en nuestra materia del proceso de
globalización o, más bien, de formación de una sociedad mundial, que ha llevado a que
casi todas las materias antes propias de la soberanía local se encuentren, por decirlo de
algún modo, compartidas con la soberanía ejercida por el conjunto de las naciones
organizadas por medio del Derecho Internacional211.
211 Navarro D., Roberto, "Los efectos en el sistema chileno de fuentes del Derecho Penal de la incorporación de los tratados
internacionales y del fenómeno de la globalización", Ius et Praxis. Año 10, Nº 1 (2004), p. 77-111.
212 Convención Sobre la Esclavitud, Ginebra, 1926, y su Protocolo de 1953; y Convención suplementaria Sobre la Abolición
de la Esclavitud, la Trata de Esclavos y las Instituciones y Prácticas Análogas a la Esclavitud, Ginebra, 1956.
213 Convención Internacional contra la Toma de Rehenes, Nueva York, 1979.
214 Convención Internacional contra el Reclutamiento, la Utilización, la Financiación y el Entrenamiento de Mercenarios,
los Agentes Diplomáticos, Nueva York, 1973; Convención sobre la Seguridad del Personal de las Naciones Unidas y el
Personal Asociado, Nueva York, 1994, y su Protocolo de 2005; y Acuerdo sobre los Privilegios e Inmunidades de la Corte
Penal Internacional, Nueva York, 2002.
216 Convenio Internacional para la Represión de los Atentados Terroristas Cometidos con Bombas, Nueva York, 1997;
Convenio Internacional para la Represión de la Financiación del Terrorismo, Nueva York, 1999; Convenio Internacional
para la Represión de los Actos de Terrorismo Nuclear, Nueva York, 2005.
217 Convención de las Naciones Unidas contra la Delincuencia Organizada Transnacional, Nueva York, 2000, y sus
Protocolos para Prevenir, Reprimir y Sancionar la Trata de Personas, Especialmente Mujeres y Niños; Contra el Tráfico
Ilícito de Migrantes por Tierra, Mar y Aire (ambos de 2000); y Contra la Fabricación y el Tráfico Ilícitos de Armas de Fuego,
sus Piezas y Componentes y Municiones, Nueva York, 2001.
218 Convención de las Naciones Unidad contra la Corrupción, Nueva York, 2003.
219 Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional, Roma, 1998.
220 Protocolos, Convenios y Acuerdos que enmiendan los Acuerdos, Convenios y Protocolos sobre Estupefacientes y Opio,
Nueva York, 1946; Protocolo para Limitar y Reglamentar el Cultivo de la Adormidera y la Producción, el Comercio
Internacional, el Comercio al Por Mayor y el Uso del Opio, Nueva York, 1953; Convención Única sobre Estupefacientes,
Nueva York, 1961, y sus Protocolos de 1972 y 1975; Convenio sobre Sustancias Psicotrópicas, Viena, 1971; y Convención
de las Naciones Unidas contra el Tráfico Ilícito de Estupefacientes y Sustancias, Viena, 1988.
221 221 Convenio para la Represión de la Trata de Mujeres y Niños, Ginebra, 1921, y su Protocolo de 1947; Convenio para
la Represión de la Trata de Mujeres Mayores de Edad, Ginebra, 1933, y su Protocolo de 1947; Acuerdo Internacional para
Asegurar una Protección Eficaz contra el Tráfico Criminal Denominado Trata de Blancas, París, 1904, y su Protocolo de
represión de las "publicaciones obscenas"222 y de los atentados a naves223 y
aeronaves224. Además, deben incorporarse a esta lista los tratados sectoriales que,
eventualmente, contienen disposiciones que obligan a una penalización, como sucede
con ciertos tratados relativos a la pornografía infantil225.
b) Que impongan, además, el más amplio comiso posible de los bienes producto de
dichos delitos y de los que los sustituyan227;
e) Que adopten ciertas medidas procesales que hagan más efectiva la persecución y
el castigo de esos delitos, en el ámbito interno, incluyendo la adopción de técnicas de
investigación especiales (entregas vigiladas, vigilancia electrónica, agentes
encubiertos), y medidas que protejan a víctimas y testigos230;
1949; Convenio Internacional para la Represión de la Trata de Blancas, París, 1910, y su Protocolo de 1949; y Convenio
para la Represión de la Trata de Personas y de la Explotación de la Prostitución Ajena y su Protocolo, Nueva York, 1950.
222 Acuerdo para la Represión de la Circulación de Publicaciones Obscenas, París, 1910, y su Protocolo de 1949; y Convenio
para la Represión de la Circulación y el Tráfico de Publicaciones Obscenas, Ginebra, 1923, y su Protocolo de 1947.
223 Convenio para la Represión de Actos Ilícitos contra la Seguridad de la Navegación Marítima, Roma, 1988.
224 Convenio sobre las Infracciones y Ciertos Otros Actos Cometidos a Bordo de las Aeronaves, Tokyo, 1963; y Convención
El art. 5º CPR señala expresamente que el Estado y sus organismos debe "respetar y
promover" los "derechos esenciales que emanan de la naturaleza humana",
garantizados "por los tratados internacionales ratificados en Chile y que se encuentren
vigentes". De este modo, el constituyente le atribuye a dichos derechos esenciales el
carácter de disposiciones autoejecutables, cuya primacía sobre la legislación común se
expresa claramente al declarárseles un límite del ejercicio de la soberanía nacional.
231 Art. 12.2 del Convenio Internacional para la Represión de la Financiación del Terrorismo de 1999.
232 Art. 3.2. del Convenio Sobre las Infracciones y Ciertos Otros Actos Cometidos a Bordo de las Aeronaves de 1963.
233 Art. 4 de la Convención para la Represión del Apoderamiento Ilícito de Aeronaves de 1970.
234 Art. 36.2.a) iv) de la Convención Única sobre Estupefacientes de 1961, enmendada por el protocolo de 1972.
Luego, las disposiciones autoejecutables de tales tratados internacionales en materia
de derechos humanos sí son fuente inmediata y directa de nuestro Derecho Penal
Positivo, particularmente en la medida que limitan su ámbito de aplicación y la
interpretación de sus normas para hacerla compatible con el pleno respeto de los
derechos que consagran. De ello se sigue que una norma de Derecho Penal (material o
adjetivo) contenida en una ley interna, que estuviera en contradicción con lo dispuesto
en un tratado vinculante para Chile en materia de derechos humanos, tendría que ceder
su validez frente a éste.
235 CS 08.08.2000. Las disposiciones de la Convención de Ginebra sobre el Tratamiento de los Prisioneros de Guerra que
se citan en el fallo como aplicables a estos casos son las siguientes: i) art. 3º: "En caso de conflicto armado sin carácter
internacional y que surja en el territorio de una de las Altas Partes contratantes, cada una de las partes contendientes
tendrá la obligación de aplicar por lo menos las disposiciones siguientes: 1.- Las personas que no participen directamente
en las hostilidades, incluso los miembros de las fuerzas armadas que hayan depuesto las armas y las personas que hayan
quedado fuera de combate por enfermedad, herida, detención o cualquiera otra causa, serán, en toda circunstancia,
tratadas con humanidad, sin distinción alguna de carácter desfavorable basada en la raza, el color, la religión o las
creencias, el sexo, el nacimiento o la fortuna o cualquier otro criterio análogo. A tal efecto están y quedan prohibidos, en
cualquier tiempo y lugar, respecto a las personas arriba mencionadas: a) los atentados a la vida y la integridad corporal,
especialmente el homicidio en todas sus formas, las mutilaciones, los tratos crueles, torturas y suplicios; b) la toma de
rehenes; c) los atentados a la dignidad personal, especialmente los tratos humillantes y degradantes d) las condenas
dictadas y las ejecuciones efectuadas sin previo juicio, emitido por un tribunal regularmente constituido, provisto de
garantías judiciales reconocidas como indispensables por los pueblos civilizados..."; ii) art. 129: "Cada una de las Partes
contratantes tendrá la obligación de buscar a las personas acusadas de haber cometido, o mandado cometer cualquiera
de las infracciones graves, debiendo hacerlas comparecer ante sus propios tribunales, sea cual sea la nacionalidad de
ellas"; iii) art. 130: "Las infracciones graves a que se refiere el artículo anterior son las que implican uno cualquiera de los
actos siguientes, siempre que sean cometidos contra personas o bienes protegidos por el Convenio: homicidio intencional,
tortura o tratos inhumanos, incluso experiencias biológicas, el causar de propósito grandes sufrimientos o atentar
gravemente a la integridad física o la salud, el hecho de forzar a un cautivo a servir en las fuerzas armadas de la Potencia
enemiga o privarle de su derecho a ser juzgado regular e imparcialmente al tenor de las prescripciones del presente
Convenio"; y iv) art. 131: "Ninguna Parte contratante podrá exonerarse a sí misma, ni exonerar a otra Parte contratante,
Además, a diferencia de lo que acontece con la costumbre interna, la recepción del
derecho internacional de los derechos humanos implicaría —según la opinión
dominante—, que "el Derecho consuetudinario se incorpora automáticamente y con
preeminencia al Derecho interno"236. Sin embargo, desde el punto de vista
constitucional esta conclusión es discutible, pues el art. 5º CPR se refiere a los tratados
vigentes, no a todo el Derecho Internacional, y la limitación que allí establece no parece
que pueda alcanzar a la propia Constitución237.
En cambio, es plenamente aceptable en los casos que los propios tratados vigentes a
que hace referencia ese art. 5º CPR se remitan al derecho internacional consuetudinario
y, especialmente, en aquello en que el propio derecho interno otorga competencia a los
tribunales locales para aplicar el ordenamiento internacional como un todo, como en el
caso del art. 53 Nº 3 del Código Orgánico de Tribunales, que confiere competencia al
Presidente de la Corte Suprema para conocer, en primera instancia, "de las causas de
presas y demás que deban juzgarse con arreglo al derecho internacional", entregando la
segunda instancia a una de sus Salas238; o del art. 449, letra b) CPP, que ordena conceder
la extradición pasiva de una persona, cuando "el delito que se le imputare o aquél por el
cual se le hubiere condenado sea de aquellos que autorizan la extradición según los
tratados internacionales vigentes o, a falta de éstos, en conformidad con los principios
del derecho internacional".
Al respecto es oportuno recordar la manera rutinaria con que nuestra Corte Suprema
abordó, en su época, la petición de extradición pasiva por genocidio en contra de Walter
Rauff, otra de las materias donde la aplicación del derecho internacional es obligatoria.
Aunque la Convención sobre inaplicabilidad de limitaciones legales a los crímenes de
guerra y los crímenes contra la humanidad sólo entró en vigor el 11 de noviembre de
1970, era ya clara la posición de los principios generales del derecho internacional (jus
cogens) sobre la materia (Cf. la resolución 3 (I) de 13 de febrero de 1946 de la Asamblea
General de las Naciones Unidas). A pesar de ello, la Corte Suprema rechazó en 1964 la
extradición del SS-Obersturmbahnführer Walter Rauff, cuando la República Federal de
Alemania pidió su extradición. Ante el Presidente de la Corte Suprema, Rafael
FONTECILLA, quien concedió la extradición en primera instancia, Rauff reconoció su
responsabilidad en el asesinato de 97.000 personas, que fueron gaseadas en camiones
dotados de una adaptación especial para hacer penetrar los gases mortales al interior
de los vehículos. Chile debía decidir (a falta de tratado de extradición entre los dos
países) sobre la base de los principios generales del derecho internacional (jus cogens);
de las responsabilidades en que haya incurrido ella misma u otra Parte contratante respecto a las infracciones previstas
en el artículo anterior".
236 Nogueira Alcalá, Humberto, "Constitución y derecho internacional de los derechos humanos", en Revista Vasca de
siglo y medio, esto es, que "la lejislación de un estado no puede alterar el derecho de jentes" y "que en una nación i en
una época dadas el derecho de jentes sea una parte de la jurisprudencia patria, no admite duda" (Bello X, 21). Es muy
significativo este pasaje, sobre el cual el redactor del Código Civil chileno vuelve más adelante, al punto de considerar "las
sentencias de los juzgados de presas" (norteamericanos e ingleses) como fuentes para "explorar e ilustrar las reglas del
derecho internacional" (p. 22).
en vez de optar por la doctrina del carácter imprescriptible de los crímenes contra la
humanidad, se limitó a aplicar el período de prescripción (15 años en el caso de
homicidio calificado) que nuestra ley ha previsto para esa clase de crímenes, lapso que
ya había transcurrido y, sobre esa base, revocando el fallo en alzada, negó la extradición
solicitada.
Ya hemos indicado que entre las disposiciones legales cuyo conjunto constituye el
Derecho Penal no se encuentran únicamente aquellas que asocian directamente a un
supuesto de hecho determinado una pena o medida de seguridad como consecuencia,
sino que entre ellas se cuentan diversos tipos de leyes penales, disposiciones o normas
jurídicas, cuya interpretación y aplicación permiten determinar los casos a los cuales se
asocian dichas consecuencias y el modo, forma y condiciones de su imposición (o no).
La idea de que entre las normas jurídicas existen principios que, de alguna manera,
cumplen en la interpretación y aplicación del Derecho una función diferente a las de las
reglas, está más o menos extendida en la actualidad, aunque no parece existir un
acuerdo de igual modo generalizado acerca de qué se entiende exactamente por unos y
otras, y cuáles serían sus relaciones recíprocas239.
239
Como puede verse en el análisis crítico de Poscher, Ralf, The Principle Theory: How Many Theories and What is Their
Merit?, New York, 2009.
(incluyendo las excepciones también regladas), pero siempre que se acepte su validez
o aplicabilidad al caso; mientras los principios no tienen ese carácter, pues su
cumplimiento no es automático, primero, porque en ellos no se establecen las
condiciones de su aplicación, sino más bien, razones para adoptar una decisión, razones
"de peso", que no tendrían excepciones regladas, sino que se enfrentarían a otros
principios que entregarían razones para adoptar otra decisión contraria, y su
enfrentamiento se resolvería en la "dimensión de peso o importancia" relativa de cada
principio en el caso concreto, que no puede ser medida exactamente y sería siempre
controversial.
Según DWORKIN, tales principios existirían, en la medida que son empleados por los
funcionarios para resolver los asuntos en una u otra dirección.
Por su parte, ALEXY define los principios como una especie de normas jurídicas por
medio de las cuales se establecen deberes de optimización aplicables prima facie y en
varios grados, según las posibilidades normativas (depende de los principios y reglas
que a ellos se contraponen) y fácticas (la forma cómo optimizar el deber es sólo
determinable ante los hechos concretos), y sus conflictos se resolverían mediante una
ponderación que determina su prevalencia en el caso concreto. Así vistos, los principios
no ofrecen razones para la decisión, sino que imponen obligaciones sujetas a
ponderación. Las reglas, en cambio, no están sujetas a ponderación, sino a la decisión
de considerarse pertenecientes o no al sistema jurídico, y "cuando una regla vale,
entonces hay que hacer lo que ella exige, ni más ni menos". En esta versión, basada en
la práctica del Tribunal Constitucional Alemán, son los principios los que permiten
decidir la validez de las reglas, su pertenencia o no al sistema jurídico, antes que ofrecer
razones para decidir un caso concreto241.
240Dworkin, R.M.: "Is Law a System of Rules?", en Del Mismo (ed.), The Philosophy of Law. Oxford Readings in Philosophy,
Oxford, 1977, pp. 38-65.
241 Alexy, Robert, "Rechtsregeln und Rechtsprinzipien", en Archives Rechts und Sozialphilosophie, Separata Nº 22,
Aun cuando existen evidentes diferencias entre estas y otras versiones de las teorías
que aceptan la existencia de los principios jurídicos como normas jurídicas diferenciadas
de las reglas243, lo relevante es que, en primer término, parece poder afirmarse que al
menos el grueso de las disposiciones del Código Penal y de las leyes penales especiales
pueden considerarse como reglas, sea porque describen supuestos de hecho a los que
se asocia una consecuencia aplicable (o el modo y forma de tal consecuencia), cuando
se entienden válidas; y cuando se entiende válidas, hay que hacer lo que en ellas se
dispone; sea porque también pueden verse como normas primariamente descriptivas
con pretensión de decibilidad del caso concreto, de corresponderse la descripción con
la construcción de los hechos de la causa.
Y, en segundo lugar, que buena parte de los principios jurídicos a que se hace
referencia con esta teoría, por encontrarse en un nivel jerárquico superior, esto es, el
constitucional, operarían como límites, ya sea para determinar o proponer la validez o
invalidez general de la aplicación de una regla comprendida en una disposición legal, o
para decidir o proponer la aplicabilidad o inaplicabilidad en el caso concreto de una
determinada interpretación de una disposición legal.
242Ávila, p. 70 y ss.
243Al punto que se discute si su extendido e indiscriminado empleo, en vez de limitar la discrecionalidad judicial lleva a
aumentarla casi al punto de la arbitrariedad, como denuncia respecto de la práctica colombiana Estrada-Vélez, Sergio, "La
ponderación o la débil frontera entre la arbitrariedad y el uso legítimo de la discrecionalidad", en Universitas, Nº 121
(2010), pp. 77-11.
respetar y promover los derechos humanos, tanto los garantizados en la Constitución
como los establecidos en los tratados internacionales sobre derechos humanos de que
Chile es parte (art. 5 de la CPR)244.
Por otra parte, parece ser cierto que el texto de algunas disposiciones penales puede
interpretarse no sólo como una regla, sino también como una expresión de un principio,
como sucede, por ejemplo, con la regla del art. 1º, inc. 3º del Código Penal, que parece
expresión del principio de que el error en las circunstancias de hecho no perjudica o con
la regla del art. 63, que parece expresión del principio non bis in idem. Y que incluso hay
disposiciones penales que sólo parecen expresar principios, como la que define la
finalidad de las sanciones en el régimen penal de los adolescentes (art. 20 Ley
Nº 20.084) o la que establece las "reglas de determinación judicial de la pena" aplicable
a las personas jurídicas (art. 17 Ley Nº 20.393), en la medida que pueden leerse
principalmente como deberes de optimización o razones para la decisión en los casos
concretos, sin que se indique el supuesto de hecho preciso para la imposición o
precisión de una determinada consecuencia penal.
En tales casos, las reglas de un mismo nivel jerárquico, en la medida que reflejan la
ponderación o balance hecho por el propio legislador para expresar los principios
preferentes subyacentes en su elección, parecen no ser superables por la simple
alegación de principios contrarios del mismo nivel jerárquico, que no regulan la
situación que se ha reglado expresamente. En tales casos el intérprete que propone su
propia ponderación sobre la del legislador, le pide al aplicador que lo sustituya. Otra
cosa es que la interpretación de la regla conduzca a una proposición normativa
contraria al principio que la disposición legal procura expresar: la proposición
normativa resultante sería contraria a un principio del mismo nivel jerárquico y podría
entenderse como no válida o inaplicable al caso. Pero lo inválido o inaplicable sería la
regla o proposición normativa resultante de la interpretación, no la expresión
lingüística inscrita en la disposición penal, en la medida que es en base a esa misma
expresión que se propone la preferencia del principio del mismo nivel jerárquico que
en ella se contendría. Se trataría, por tanto, de un problema de inconsistencia en la
interpretación antes que de conflicto entre principios y normas de un mismo nivel
jerárquico245.
Según ALCHUORRÓN y BULIGYN, "los juristas tienden a identificar las normas con su
formulación lingüística", con lo que se confundiría su "formulación legal" con su
"significado", que no sería otro que "calificar como prohibidas, obligatorias o permitas
244 Este carácter de límite al Derecho Penal positivo que tendrían principios y reglas constitucionales, sin perjuicio de las
dificultades inherentes a su conceptualización, es destacado también por Fernández C. José Ángel, "Principialismo,
garantismo, reglas y derrotabilidad en el control de constitucionalidad de las leyes penales", en RCP, Vol. XLI (2014), Nº 3,
pp. 91-114.
245 Una solución similar, pero afirmando que se trata de un problema de superación de normas por principios, de carácter
Volvamos, pues, a la distinción entre ley penal y norma penal formulada por los
penalistas, la cual, contra la opinión de ALCHOURRÓN y BULYGIN, sí ha ocupado a los
juristas desde hace más de cien años, a partir de la obra de BINDING, al menos en
Alemania y en los países donde esta rama del Derecho se estudia con base a las
aportaciones germanas, donde a la voz norma penal las discusiones no han dejado de
suscitarse.
Según BINDING, sería posible distinguir entre la norma y el precepto penal, la ley
propiamente tal, entendida como aquí se hace, como un juicio hipotético que vincula
una supuesto de hecho con la pena como consecuencia jurídica. El precepto penal sería
lo que modernamente KINDHÄUSER denomina norma de sanción y la norma, lo que
denomina norma de conducta247, esto es, en palabras de BINDING, el "imperativo" que,
encabezado por las palabras "debes ..." o "debéis ...", exigiría a los ciudadanos un
comportamiento conforme a Derecho. Según BINDING, la "norma" de conducta tendría
una existencia propia e independiente de los preceptos penales, lógicamente
Llevado al extremo este planteamiento, y asumiendo con rigor el supuesto de que las
normas primarias o normas de conducta serían las únicas entidades verdaderamente
jurídicas, cuya existencia es independiente de la de las meras y contingentes
disposiciones legales, también sería posible afirmar que una norma de sanción o
disposición legal que apoye el cumplimiento de una norma de comportamiento
248 Binding I, p. 6 y s.
249 Kelsen, Problemas, p. 238 y s.
250 Molina, Fernando, Antijuricidad penal y sistema del delito, Bogotá, 2003, p. 640 y s. En Alemania, el citado Kindhäuser
y otros autores asignan al concepto "norma" significados y clasificaciones distintas, pero que no se apartan de la línea
principal, esto es, la idea de que es posible afirmar la existencia de "normas jurídicas" diferentes al texto mismo de las
disposiciones legales. En Chile, una variante de esta teoría de las normas ha sido adoptada por Mañalich, Juan Pablo
("Norma e imputación como categoría del hecho punible", en Revista de Estudios de la Justicia, Nº 12 (2010), pp. 169-
190). En Perú, puede verse la propuesta de Mazuelos, Julio, "Sobre las posibilidades de conciliar las normas de conducta
y las normas de sanción desde un Derecho Penal funcional", en Homenaje a Bustos, pp. 599-626, donde se sigue más bien
a Jakobs.
inexistente no sería objetivamente una norma jurídica propiamente tal, sino, como se
dice ahora, el mero ejercicio de la coacción o la fuerza estatal.
También se podría decir, sin llegar a negar la existencia jurídica de las normas de
sanción, que éstas serían jurídicas pero ilegítimas, en la medida que no se refieran a
normas de conducta existentes o que se refieran a normas de conducta ilegítimas por
alguna razón no prevista en el ordenamiento jurídico, como, por ejemplo, por no regular
acciones finales, determinadas relaciones sociales, no proteger determinados bienes
jurídicos o no cumplir una finalidad que supuestamente deberían cumplir.
Así, por ejemplo, según MOLINA, quien se presenta, en principio, también partidario
de que no es otra cosa que "el propio hecho de que está sancionado" lo que "nos permite
identificar que el comportamiento cuya realización da lugar a la aplicación de la norma
presuntamente secundaria es efectivamente un comportamiento contrario a derecho",
sostiene que tal conclusión "debe ser matizada, porque si se toma en sentido absoluto
es falsa", pues no podría predicarse de disposiciones penales que existen o han existido
e imponen responsabilidad penal por hechos de terceros (los hijos por los padres),
castigan a los animales o a las personas con efecto retroactivo. Según MOLINA, en dichas
disposiciones no podría encontrarse por la vía interpretativa una norma primaria o de
comportamiento que legitimase el castigo. Pero una cosa es que se pretenda
políticamente que todas las disposiciones penales puedan reformularse como "normas
que sancionan la infracción de normas de comportamiento", lo que sucedería, según
MOLINA, en un sistema "en que rija sin excepción el principio de culpabilidad"; y otra
cosa muy distinta es que las disposiciones penales que existan cumplan con dicho
estándar político. La cuestión es que, aún adhiriendo a dicho proyecto político (como se
expresa más adelante en esta obra), una cosa es la crítica política o las posibilidades de
proponer una interpretación de una disposición penal limitada por dicho proyecto, y
otra cosa es la disposición penal cuya existencia no depende ni de la teoría de la norma
que se adopte para efectos sistemáticos ni de los criterios políticos con que queramos
valorarlas, sino de la conformación política de cada sociedad en un momento histórico
determinado, tal como lo demuestra un breve repaso de la historia de nuestra
legislación penal, donde desde nuestra independencia la fluctuante penalización y
despenalización del contrabando, los delitos electorales, los tributarios, los delitos
relativos a la libre competencia, al orden público, al sistema electoral, a la expresión de
opiniones e informaciones, a la libertad sexual, el juego y las apuestas, van reflejando el
juego y predominio de los intereses de los gobernantes en un momento determinado.
A este respecto cabe señalar, en primer lugar, que el propósito de esta obra y del
Derecho Penal en general no es hacer sociología ni contrastar empíricamente la validez
sociológica de los preceptos legales, sino su interpretación y sistematización en cuanto
rama del ordenamiento jurídico. Por lo tanto, desde este punto de vista, su objeto es
establecer los casos cuya solución es la imposición o no de alguna pena, medida de
esta formulación Ossandón, Mª Magdalena, La formulación de los tipos penales, Santiago, 2009, p. 25.
seguridad o sus sustitutos que se encuentran expresados en el texto de tales
disposiciones legales y no en otro lugar. Luego, es a partir de la interpretación de tales
disposiciones que existe la posibilidad de contrastar su contenido y alcance con la
interpretación que se haga del comportamiento social, y la adecuación o no de éste a
aquéllas.
Por otra parte, y desde el punto de vista sociológico, hay que tener en cuenta que el
sistema jurídico no se emplea como instrumento de reconocimiento de patrones de
254 Cosa diferente a la que sucede con delitos de escasa aplicación, como la traición de la patria, de los arts. 109 y ss. CP,
que difícilmente pueden considerarse derogados por desuetudo, aunque no se apliquen en el día a día. Tampoco es el
caso de delitos arcaicos y de penalidad regresiva, como sucede en Chile con el aborto (art. 342 y ss.), donde los escasos
casos que se castigan son los de mujeres pobres que han padecido interrupciones de sus embarazos en condiciones
antihigiénicas y terminan en hospitales públicos, enfermas y denunciadas por un delito que al aplicarse sólo aumenta su
marginación social. Como los hechos son denunciados y los procesos llevados adelante, el arcaísmo del delito y su
vinculación con ideologías de matriz cristiana y religiosa, no puede considerarse suficiente razón para estimar el aborto
como un delito no vigente en Chile (véase sobre este aspecto: Guzmán D., José Luis, "El aborto: delito arcaico, punibilidad
regresiva y explotación social", en RChPDCP, Vol. I (2012), pp. 207-246.
255 Kelsen, p. 224.
conducta que se cumplen (lo que sería inútil), sino más bien para conducir la conducta
humana hacia ideales de comportamiento que no necesariamente se cumplen en la
realidad, incluyendo procurar el cese de ese comportamiento regular cuando ya no es
deseable para quienes tienen el poder de dirigir la vida en sociedad, tal como lo
describiera SUTHERLAND allá en los años 1930, al definir la construcción sociológica del
delito como "parte de un proceso de conflicto" que se "desenvuelve más o menos del
modo siguiente: un cierto grupo de personas advierte que uno de sus propios valores
—vida, propiedad, belleza del paisaje, doctrina teológica— es puesto en peligro por el
comportamiento de otros. Si el grupo es políticamente influyente, el valor importante y
el peligro serio, los miembros del grupo se aseguran la promulgación de una ley y
obtienen de ese modo la cooperación del Estado en un esfuerzo por proteger el propio
valor. Quienes forman parte del otro grupo no aprecian tan altamente este valor, que el
derecho está llamado a proteger, y hacen algo que precedentemente no era un delito,
pero que se ha hecho devenir en delito con la colaboración del Estado. Esto es la
continuación del conflicto, que el derecho estaba llamado a eliminar, pero el conflicto
se ha hecho mayor en un sentido: ahora el Estado se ve envuelto en él. La pena es un
nuevo grado en el mismo conflicto. También es ella, a su vez, un instrumento utilizado
por el primer grupo en contra del segundo, por medio del Estado"256.
Bajo este mismo título Max Ernst MAYER publicó en 1903 un pequeño opúsculo que
ha servido hasta el presente de inspiración para concebir la existencia de un orden
normativo diferenciado y superior al jurídico, las normas de cultura ("la totalidad de
aquellos mandatos y prohibiciones que se dirigen al individuo como exigencias religiosas,
morales, convencionales, de tráfico y de profesión"), que lo performan, delimitan y
modelan: "la eficacia normativa externa de las leyes, en consecuencia, se funda, no en la
naturaleza jurídica de la norma jurídica, sino en la coincidencia de éstas con las normas
de cultura, depende de este parentesco entre ambas"257.
El atractivo del concepto, que permite a cualquiera que lo acepte fijar subjetivamente
cuáles serían las normas de cultura en un momento y lugar determinado y,
consecuentemente, el alcance del Derecho Penal en dicho tiempo y espacio, adolece por
lo mismo de similares deficiencias que los otros conceptos de "normas" diferenciados
de la ley penal propiamente tal que antes hemos rechazado. Aquí lo mencionamos
aparte solamente por su gran influencia en las discusiones prácticas y en autores
nuestros tan relevantes como José Luis GUZMÁN D., para quien dicha teoría "tiene
todavía una capacidad de rendimiento que no debe ser soslayada"258.
256 Sutherland, citado por Baratta, Alessandro, Criminología crítica y crítica del Derecho Penal. Introducción a la sociología
jurídico-penal, Trad. A. Bunster, México, 1986, p. 131. En este sentido, las palabras de Dorado Montero, citado por Bustos
I, p. 121, nota 59, no han perdido su primitivo valor: "Son delitos aquéllos actos que él más poderoso prohíbe ejecutar y
cuya realización conmina con penas. Es decir, que el concepto de delito es de esta suerte un concepto impuesto (...) No
existiendo acciones que sean delitos por su propia naturaleza, independiente de toda circunstancia de tiempo, lugar y
persona, sólo vienen a ser tales aquéllos que caprichosamente prohíben y castigan los que mandan".
257 Mayer, Max Ernst, Normas jurídicas y normas de cultura, Trad. J.L. Guzmán D., Buenos Aires, 2000, pp. 56 y 81.
258 Guzmán D., José Luis, Cultura y Delito, Bogotá, 2000, siglo XXI.
§ 3. DERECHO PENAL, DERECHO PROCESAL PENAL Y DE EJECUCIÓN PENITENCIARIA
Definido el concepto de Derecho Penal que se conoce también como Derecho Penal
de fondo, material o sustantivo, cabe preguntarse si éste se extiende también a otras
ramas del ordenamiento jurídico como el Derecho procesal penal o adjetivo y el de
ejecución penitenciaria. Es claro que en la medida que tales ramas del Derecho
determinan si procede o no imponer una pena o medida de seguridad y regulan su
aplicación, parece que corresponden también a un concepto amplio del Derecho Penal.
Es también parte del Derecho Penal el llamado derecho de ejecución de las penas, que
comprende las reglas jurídicas relativas al inicio, cumplimiento y control de las penas y
medidas de seguridad impuestas como consecuencia de un delito262.
De lo dicho puede advertirse la estrecha relación que existe entre el Derecho Penal
material, adjetivo y ejecutivo. A ellos hay que sumar su aplicación efectiva por los
órganos de la justicia penal (policía, tribunales), el discurso dogmático de la ciencia
penal y la investigación criminológica. Todo ese extenso ámbito, que se completa con la
opinión de los ciudadanos sobre el funcionamiento de la justicia penal, en buena parte
determinado por la representación "dramática" de los acontecimientos por los medios
de comunicación, conforma un sistema en que se expresa el jus puniendi del Estado. En
el marco de ese sistema se destaca la criminalización primaria, esto es, la creación de
normas penales por los órganos legislativos, y la criminalización secundaria, es decir, el
funcionamiento de esas normas penales en la vida real, a través de la actividad de los
agentes de policía, del ministerio público y de los jueces frente a los casos particulares.
De allí que el artículo 20 del Código Penal ha debido aclarar que no se reputan penas,
entre otras sanciones, las "...correcciones que los superiores impongan a sus
subordinados y administrados en uso de su jurisdicción disciplinal o atribuciones
gubernativas".
Así, el Derecho Administrativo Sancionador puede definirse como aquella parte del
Derecho Público —separada del Derecho Penal— que contiene las normas que
establecen la competencia de los órganos de la autoridad pública para imponer
sanciones o penas gubernativas, su contenido y presupuestos de hecho. Su límite
material es, como ha dicho nuestro Tribunal Constitucional, que las penas o sanciones
gubernativas o disciplinarias no pueden importar, directa o indirectamente, privaciones
de libertad que no sean dispuestas o al menos revisables por un Tribunal con
competencia en lo criminal.
Así lo disponen los arts. 22, 26 y 27 del Código Sanitario, respecto del aislamiento de
las personas que padecen o portan enfermedades contagiosas, y su Título IV (arts. 130
a 134), respecto del internamiento de los enfermos mentales, de los que presentan
dependencias de drogas u otras substancias, de los alcohólicos y de las personas
presuntivamente afectadas por estas alteraciones. Estas privaciones de libertad regidas
por el Código Sanitario no parecen arbitrarias sino necesarias y dispuestas legalmente
para casos de personas enajenadas que sean un peligro para sí mismas o terceros o
infectadas con alguna enfermedad contagiosa, y por ello son en principio compatibles
con las limitaciones de los arts. 7.2 y 7.3 de la Convención Americana de Derechos
Humanos y el Nº 7 b) del artículo 19 de la CPR, en la medida que exista la posibilidad
de una revisión judicial imparcial, lamentablemente limitada hoy en día a recursos
extraordinarios, como el de amparo del art. 21 CPR266.
Nuestra Constitución carece de reglas para resolver este problema, en tanto que,
según los tratados internacionales que limitan el ejercicio de nuestra soberanía, de
conformidad con el inc. 2º del art. 5º CPR, las reglas al respecto son las siguientes: El
art. 8, Nº 4 de la Convención Americana de Derechos Humanos, establece que: "el
inculpado absuelto por una sentencia firme no podrá ser sometido a nuevo juicio por
los mismos hechos"; mientras que el art. 10, Nº 7 de Pacto Internacional de Derechos
Civiles y Políticos, establece que "nadie podrá ser juzgado ni sancionado por un delito
por el cual haya sido ya condenado o absuelto por una sentencia firme de acuerdo con
la ley y el procedimiento penal de cada país".
Lamentablemente, la claridad con que estas reglas impiden enjuiciar dos veces a una
persona por un mismo delito en la jurisdicción criminal, no se extiende a las relaciones
entre el Derecho Penal y el Derecho Administrativo Sancionador.
Es por ello que nuestro Tribunal Constitucional ha resuelto que, "las posibilidades
sancionatorias son amplias y muchas veces el legislador podrá concurrir,
legítimamente, a fijar penas principales, penas accesorias, penas penales junto a
sanciones administrativas o consecuencias no penales derivadas o anudadas a una pena
penal", con la única limitación de que "en todas las situaciones, habrá que estar al caso
concreto de cautela de los bienes jurídicos protegidos, su proporcionalidad y su respeto
a la interdicción de la doble incriminación por el triple fundamento de identidad en la
persona, la conducta y sus fundamentos"268. Pero como dado que esta triple identidad
no impide, según el órgano constitucional, la imposición legítima de penas penales junto
a sanciones administrativas, habría que agregar al requisito de la doble incriminación
que ella suponga también una doble penalidad.
De allí que podríamos concluir que se produciría una violación al principio non bis in
idem si la misma sanción o clase de sanción es impuesta tanto por la autoridad
administrativa como por la judicial, como sería el caso de las multas y ciertas
privaciones de derechos, como el de ejercer ciertas profesiones o una función pública.
Para tales casos, se ha propuesto por la jurisprudencia europea y española descontar de
la sanción penal o administrativa posterior la multa anteriormente impuesta269, técnica
que puede extenderse sin dificultad al tiempo de privación de derechos que se trate.
Pero si se impusiere por un tribunal en lo criminal una pena corporal y por el órgano
administrativo una multa o una privación de derechos, según nuestro Tribunal
Constitucional no se produciría la infracción al non bis in idem. Tampoco ello
acontecería si por el mismo hecho se sanciona a personas diferentes, jurídicas o
naturales.
Desde el punto de vista del Derecho Penal, debe tenerse en cuenta que hay diversos
delitos que sancionan específicamente infracciones de deberes de empleados públicos,
calificándolas como delitos (Título V del Libro II del Código Penal y en varias leyes
administrativas). Además, en el orden administrativo, los efectos de sufrir una sanción
de carácter penal, con independencia del delito de que se trate, y salvo que se beneficie
al condenado con alguna pena sustitutiva de la Ley Nº 18.216, no dejan de ser
importantes: de acuerdo a lo dispuesto en el art. 119 c) Estatuto Administrativo, se
castiga con la medida disciplinaria de destitución al funcionario que ha sufrido una
"condena por crimen o simple delito", con total independencia de la magnitud de pena
impuesta (Dictámenes Nº 18.134, de 1966, y Nº 52.190, de 1970), en tanto que el art. 11
e) y f) del mismo cuerpo legal establece como requisitos para ingresar a la
Administración del Estado "no haber cesado en un cargo público... por medida
disciplinaria" y "no hallarse condenado o acusado por crimen o simple delito". De las
disposiciones citadas se desprende que, en la práctica, la condena por cualquier crimen
o simple delito trae aparejada la privación del empleo o cargo público que se desempeñe
y la incapacidad para ejercerlo en el futuro, traducida en la imposibilidad de ingresar
nuevamente a la Administración Pública. A ello se agrega que quien ha cumplido el
tiempo de su condena y de las accesorias correspondientes, para poder reingresar a la
Administración Pública necesita el transcurso de cinco años desde la fecha de la
destitución (art. 11 e) Estatuto Administrativo) y un decreto supremo de rehabilitación,
conforme lo dispuesto en el art. 38 f) de la Ley Orgánica de la Contraloría General de la
República, organismo que mantiene el registro general de personas incapacitadas para
ingresar a la Administración270.
Más adelante nos referiremos a las medidas de seguridad como consecuencia del
delito, en nuestro país de alcance muy reducido (tales como las previstas en el Párrafo
4º del Título VIII del Libro Cuarto CPP), pero es oportuno señalar, desde ya, que las
medidas de seguridad predelictuales, esto es, las medidas fundadas en un simple
pronóstico de peligrosidad sin delito, que se conocen en algunos sistemas legales, no
pertenecen al Derecho Penal chileno. Como hemos dicho, el internamiento por razones
sanitarias y las detenciones en tiempos de excepción constitucional, sin que se haya
acreditado la existencia de un delito, se encuentran reguladas legítimamente en el
Derecho Administrativo y Constitucional, con las limitaciones que establece el
ordenamiento internacional.
a) Conductas realizadas sin autorización, y sin cumplir con los requisitos para ser
autorizados: en estos casos, no se discute en verdad la evidente punibilidad del hecho,
si la falta de autorización es un requisito de la misma;
b) Conductas realizadas sin autorización, pero que cumplen con los requisitos para ser
autorizadas: aquí, tanto si la autorización no se extiende previamente, como si se otorga
tardíamente o como si no se cumple con las formalidades (en caso de existir un
"consentimiento tácito" o simple tolerancia de la Administración), la doctrina
mayoritaria tiende a considerar el hecho punible, si la falta de autorización es un
requisito para ello;
§ 6. LAS RELACIONES DEL DERECHO PENAL CON LAS OTRAS RAMAS DEL ORDENAMIENTO JURÍDICO.
ACCESORIEDAD CONCEPTUAL Y NORMATIVA DEL DERECHO PENAL Y UNIDAD DEL ORDENAMIENTO
JURÍDICO COMO PRINCIPIO RECTOR. LÍMITES DE LA RESPONSABILIDAD PENAL
El Derecho Penal es una parte integrante del ordenamiento jurídico que si bien
puede estudiarse separadamente, no es un ordenamiento diferenciado ni aislado del
resto de las ramas del Derecho y está sujeto como todas ellas a la normativa
constitucional y a los tratados internacionales en materia de derechos humanos que
limitan la soberanía nacional según los arts. 5º y 6º CPR.
Por lo tanto, en sus relaciones con las otras ramas del Derecho rigen los mismos
principios generales de la no contradicción y la unidad del ordenamiento que gobiernan
sus relaciones con el Derecho Administrativo, traducidas en los principios de
accesoriedad conceptual y normativa, explicitados en el apartado anterior273.
La abundante bibliografía existente sobre las relaciones del Derecho Penal con el
derecho privado, en general, y en particular con el derecho civil, aborda problemas que
carecen de relevancia actual, al ser ya absolutamente dominante la idea de que ambas
ramas del Derecho, manteniendo los principios de la unidad del ordenamiento jurídico
y no contradicción, pueden y deben construir sus propios conceptos allí donde las
exigencias interpretativas lo exijan (como en el caso de los conceptos de parto y
nacimiento, para determinar el principio de la vida de la persona) y, naturalmente,
compartir aquéllos que dichas exigencias así lo impongan. Como señalara el profesor
POLITOFF hace ya varias décadas, "la existencia de dos "soberanías" frente a un mismo
concepto jurídico no debe inquietar demasiado, si se tienen presentes los diversos fines
de ambas disciplinas. Las discutibles ventajas de una actitud "pancivilista" no pueden
hacer perder de vista la existencia de dicha dualidad",274 y lo mismo puede decirse de
una visión "panpenalista" que con pretensiones de absolutismo pueda llegar a paralizar
el funcionamiento de la administración con la amenaza penal sobre hechos lícitos desde
la perspectiva del Derecho público, o desvirtuar las instituciones del Derecho civil al
tratar de imponer a éstas sus propios conceptos, alterando las relaciones legalmente
establecidas por el Derecho privado.
Es más, ni siquiera en todos los casos que una persona está exenta de responsabilidad
penal lo estará de la civil, como sucede paradigmáticamente en el caso de las
responsabilidades en el ámbito aeronáutico, que expresamente se imponen al
transportador, aunque, por ejemplo, se trate de un caso de aterrizaje forzoso justificado
penalmente por el estado de necesidad, la fuerza mayor o el caso fortuito (Título IX del
Código Aeronáutico).
Y, por regla general, si bien es cierto que cuando no exista un delito o cuasidelito
definido así por la ley penal, la responsabilidad penal no existirá, sí podría
(eventualmente) existir responsabilidad civil, tal como lo establece el artículo 2329 del
Código del ramo, que establece como "por regla general", que "todo daño que pueda
imputarse a malicia o negligencia de otra persona, debe ser reparado por ésta", aunque
no sea constitutivo de delito, en el sentido de la ley penal.
Es por ello que, para habilitar a nuestros tribunales para juzgar de tales hechos
cometidos durante la última Dictadura Militar, se ha debido recurrir a una
interpretación de las figuras y reglas del Derecho locales, limitando sus efectos de
conformidad con el Derecho Penal Internacional aplicable, según ya explicamos. Para el
futuro, la Ley Nº 20.357, de 18 de junio de 2009, tipifica crímenes de lesa humanidad y
genocidio y crímenes de guerra, como un mecanismo de implementación del Estatuto
de Roma de 1998, del cual somos parte.
Los crímenes de guerra venían siendo reconocidos como atrocidades por el Derecho
Internacional desde principios del siglo XX (Pacto Kellog-Briand del año 1928), y su
sanción se cristalizó en el Estatuto del Tribunal Militar Internacional, del 08.08.1945 y
toda la jurisprudencia posterior. En cuanto a los crímenes contra la humanidad, en US v.
Weizsäcker et al., el Tribunal Militar Internacional declaró que: "medidas de las que
resultaron asesinatos, torturas, esclavización... son criminales per se".
Así, el Derecho Penal Internacional se entiende desde ese momento como "el
conjunto de las normas de derecho internacional que imponen sanciones penales"
directamente por la comunidad internacional, esto es, como una "parte del derecho
internacional"276. Entendido como un sistema normativo complejo sui generis, sus
fuentes serían, según BASSIOUNI, en general, el conjunto de normas y decisiones
jurisprudenciales internacionales y nacionales que determinan cada uno de sus
aspectos; y, en particular, en lo que toca a sus "aspectos penales", las convenciones
internacionales, la costumbre y los Principios Generales del Derecho derivados por los
Tribunales Internacionales de los sistemas jurídicos del mundo, tal como se enuncian
en el art. 38 del Estatuto de la Corte Internacional de Justicia y se reproducen —en un
contexto específico y jerárquicamente organizadas— en el art. 21 del Estatuto de Roma,
donde dicho Estatuto y los "Elementos del Crimen" aprobados por la Asamblea de los
Estados Partes aparecen como normas convencionales específicas y preferentes277.
Transcurrieron casi cincuenta años más para que en la década de 1990 y al término
de la Guerra Fría, el Consejo de Seguridad, de conformidad con el Capítulo VII de la Carta
de las Naciones Unidas, creara dos nuevos Tribunales Penales Internacionales: los
establecidos para la ex-Yugoslavia (S/RES/827 de 25.05.1993) y Ruanda (S/RES/955
de 08.11.1994).
Entre tanto, las discusiones en el seno de las Naciones Unidas llevaron a que el año
1998 se suscribiera en Roma el Tratado que dio origen a una "Corte Penal Internacional
de carácter permanente, independiente y vinculada con el sistema de las Naciones
Unidas que tenga competencia sobre los crímenes más graves de trascendencia para la
comunidad internacional en su conjunto". Allí se reconocen, ahora de manera
independiente y separada de los crímenes de guerra, los de genocidio y los crímenes de
lesa humanidad, entre ellos, según su art. 7.1., "cualquiera de los actos siguientes
cuando se cometa como parte de un ataque generalizado o sistemático contra una
población civil y con conocimiento de dicho ataque: a) Asesinato; b) Exterminio; c)
Esclavitud; d) Deportación o traslado forzoso de población; e) Encarcelación u otra
privación grave de la libertad física en violación de normas fundamentales de derecho
internacional; f) Tortura; g) Violación, esclavitud sexual, prostitución forzada,
embarazo forzado, esterilización forzada u otros abusos sexuales de gravedad
comparable; h) Persecución de un grupo o colectividad con identidad propia fundada
en motivos políticos, raciales, nacionales, étnicos, culturales, religiosos, de género
definido en el párrafo 3, u otros motivos universalmente reconocidos como
inaceptables con arreglo al derecho internacional, en conexión con cualquier acto
mencionado en el presente párrafo o con cualquier crimen de la competencia de la
Corte; i) Desaparición forzada de personas; j) El crimen de apartheid; k) Otros actos
inhumanos de carácter similar que causen intencionalmente grandes sufrimientos o
atenten gravemente contra la integridad física o la salud mental o física278.
A. DOGMÁTICA PENAL
La dogmática penal pesquisaría así las reglas y principios que fundamentan la ley
penal, no sólo los preceptos más generales, sino también las descripciones de los delitos
en particular, de manera de configurar un sistema armónico de mandatos y
prohibiciones que permita, en la medida de lo posible y de lege lata, soluciones
semejantes para casos parecidos. Sin embargo, su tarea no sería sólo de ordenamiento,
sino también crítica, verificando las eventuales desarmonías, particularmente aquellas
que debieran someterse a revisión constitucional por exceder los límites que
corresponden a los derechos y garantías constitucionalmente consagrados y, también,
si no es el caso de una inconstitucionalidad y es necesario para una mejor aplicación de
la ley vigente, postulando soluciones de lege ferenda o de política criminal.
Según BLECKMANN, y coherentemente con las discusiones acerca del contenido de las
normas como entidades diferenciables del Derecho positivo y acerca del fundamento
material del Derecho Penal, el método científico alemán consistiría en la "ambiciosa
estrategia" de deducir las reglas básicas de imputación aplicables a todos los casos
concretos presentes y futuros a partir de estructuras externas al Derecho positivo o
dogmas (axiomas, principios o preconcepciones indiscutidas): "WELZEL probó con [...] una
ontología de la conducta que sobre todo corresponde a la de Hartmann; Ziegert, con la
psicología; Kindhäuser y Hruschka [...] con la philosophy of language; Burkhardt y otros,
con la teoría del acto a través del habla en el sentido de Searle y otros; [...] Lampe,
apelando a una "ontología social" [...]; y LESCH, con Hegel" 285.
Con una real apertura metodológica, y asumiendo con GIMBERNAT que "no está escrito
en ninguna parte que un libro de 1989 tenga que aportar mejores soluciones y
razonamientos más convincentes que otro de 1919, de 1931 o de 1969",289 ni tampoco
que el lugar de su publicación determine su calidad a priori, lo relevante no será ya el
momento o lugar de formulación de una teoría o idea, si no su capacidad explicativa y
predictiva del funcionamiento de nuestro sistema penal.
Se suele dividir la ciencia del Derecho Penal en dos partes: General y Especial, que
corresponde a las exigencias de la técnica legislativa. A la Parte General (que en nuestro
Código Penal corresponde al Libro Primero) pertenecen las reglas aplicables a todo
delito o pena (o al menos a la mayoría de ellos), mientras la Parte Especial se refiere a
cada delito, en particular, y a la pena que la ley le asigna (en nuestro Código Penal
previstos en los Libros Segundo y Tercero). Todos los preceptos de la Parte Especial se
integran a su vez con las reglas de la Parte General (p. ej., sobre tentativa, sobre
participación, sobre concurso de delitos o delincuentes, sobre causas eximentes o
modificatorias de la responsabilidad penal, etc.).
B. POLÍTICA CRIMINAL
Ya hemos visto que el concepto política criminal se asocia con la Escuela de Política
Criminal de LISZT, donde la expresión se entendía como las propuestas de penas y
medidas de seguridad aplicables a los condenados según sus condiciones personales
particulares. Junto a este significado, cabe mencionar el ya adelantado en las propuestas
de BACCARIA, como mecanismos de control de la actividad criminal basados en la
intervención del Estado en la iluminación de calles, la educación y la reducción de la
pobreza, entre otros.
Sin embargo, actualmente, otro concepto de política criminal es el que ofrece ROXIN,
entendiéndola como una idea que gobierna la interpretación, sistematización y
aplicación del Derecho Penal. Para decirlo con sus palabras, por "directrices político-
criminales" no se entienden ciertas propuestas para reducir la criminalidad ni la
reforma de la sociedad, sino una suerte de leit motiv argumentativo, esto es, "principios
ordenadores y predominantes en la jerarquía de los puntos de vista (topoi) que deben
ponderarse", dentro de lo que él mismo denomina "labor creadora" de la dogmática y
la jurisprudencia al momento de resolver los "conflictos sociales" que se presentan en
la interpretación, sistematización y aplicación del Derecho.
Estas ideas, de indudable éxito, permiten concebir la política criminal también como
las pretensiones políticas de los juristas en relación con las funciones que debiera
cumplir la pena y el Derecho Penal, así como las que se reflejan en sus propuestas de
interpretación y de lege ferenda para modificar la legislación. En este punto, la política
criminal ya no se trata de alguna idea contrastable con algún texto legal o lo que
objetivamente puede entenderse como la voluntad del legislador, sino únicamente de
propuestas políticas subjetivas que se pueden compartir o no, según las preferencias
de cada cual291.
C. CRIMINOLOGÍA