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Es difícil, si no imposible, concebir dos proyectos de destrucción masiva de una ciudad, como la denominada
Troncal de TransMilenio por la avenida séptima (TTM7) y el metro elevado (ME) que se levantaría desde
Bosa y se desplazaría por sobre la ya aporreada avenida Caracas hasta la calle 72, proyectos en los que está
empeñada (y yo diría que enredada) la administración del alcalde Peñalosa.
Lo primero por preguntar respecto a esos dos megaelefantes blancos, que cada día generan más
preocupación y oposición en los ciudadanos, es: ¿Son de alguna utilidad? ¿Son indispensables para la
capital? ¿Van a mejorar la movilidad o la calidad de vida de los ciudadanos? ¿Harán de Bogotá una ciudad
más atractiva, más agradable para vivir? La respuesta, por desgracia, es NO, así con mayúsculas.
Todo falso. Un proyecto como la TTM7 no tardará menos de quince años en realizarse(si estamos de
buenas) y provocará un desmadre de tal magnitud en el tránsito general de la ciudad (no solo de la séptima)
que Bogotá quedará paralizada. El memorando del subsecretario de Infraestructura deja entrever que el costo
final de la obra alcanzaría los treinta billones. Mientras que en el mundo se denuncia al diésel como el
combustible que más contamina el ambiente, y en Europa se han tomado disposiciones para prescindir de
dicho combustible antes del 2022, la administración Peñalosa quiere renovar los antiguos articulados a diésel
por una flota de mil cuatrocientos articulados nuevos a diésel. ¡Vaya renovación!
La Alcaldía Mayor no ha explicado, ni jamás lo explicará, por qué motivo busca montar una troncal
estoperoluda y absurdamente costosa por la séptima, cuando, bien con el tranvía eléctrico, o bien con los
actuales buses que prestan el servicio con eficiencia extraordinaria, inaugurados por el alcalde Petro, la
movilidad por la séptima es superior a cualquiera otra vía de la ciudad, incluida la Caracas.
Sobre el ME, el representante Germán Navas Talero y el concejal Hollman Morris han explicado, con
sobreabundancia de pruebas legales y argumentos incontrovertibles, que esa obra es ilegal a todas luces. Su
costo sería diez billones de pesos más alto que el del metro subterráneo, el cual cuenta con todos los
estudios de rigor, aprobados en su momento por el Conpes y el Banco Mundial, y a los que nadie ha
podido hacerles la menor objeción de carácter técnico o de inviabilidad. Si no hubiera sido por el capricho, la
arrogancia y qué sé yo qué más, del alcalde Peñalosa, Bogotá estaría a punto de estrenar su primera línea de
metro subterráneo.
Lanzar un ME por la avenida Caracas es la idea más loca que pueda salir de la cabeza de un sedicente
urbanista. Se necesitaría, primero, desbaratar las estaciones de TransMilenio entre Bosa y la calle 72, y por
supuesto, eliminar temporalmente ese servicio de transporte mientras dure la construcción del ME. Terminado
el ME habría que reconstruir el TransMilenio por la Caracas, y entonces veríamos el espectáculo ridículo e
inútil de dos medios de transporte que se estorbarían el uno al otro. El proyecto del ME en su primera línea
no tiene pies ni cabeza, ni ojos, ni manos, ni nada.
Si no hubiera sido por el capricho, la arrogancia y qué sé yo qué más, del alcalde Peñalosa, Bogotá estaría a
punto de estrenar su primera línea de metro subterráneo.
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Volviendo al TTM7, el pasado primero de agosto, el Ministerio de Cultura emitió la resolución 2663 del
2018, por la cual resuelve “autorizar la primera fase de la propuesta (presentada por Ingetec) de intervención
del Parque Nacional Olaya Herrera en el borde occidental del andén y la alameda existente del Parque
Nacional, y las acciones de intervención en su zona de influencia”. El “proyecto de intervención” del Parque
Nacional Olaya Herrera consta de tres fases.
No se sabe cuál de las tres es peor, pero el ministerio aprobó la primera, que es la que les interesa a la
alcaldía y a la consultora Ingetec para construir la estación de la calle 36 y abrirles campo a los
articulados de la troncal. La exposición del proyecto citada en la resolución 2663 del 2018 contiene tal
cantidad de disparates urbanísticos y técnicos, que debería ser objeto de un gran debate público. Este debate
podrá darse gracias a que la acción popular en defensa del Parque Nacional Olaya Herrera presentada por las
doctoras Karin Irina Kuhfeldt Salazar y Helena Wiesner Tovar, y el doctor Carlos Augusto Lozano Bedoya,
fue admitida por el tribunal Administrativo de Cundinamarca con ponencia del magistrado Óscar Armando
Dimaté Cárdenas. De darse el debate público y prosperar la acción popular en defensa del Parque Nacional,
Bogotá podrá impedir un magniparquicidio.
La licitación de los 1.400 buses para “renovar” la flota de TransMilenio es otra equivocación. Tomo de ‘El
Espectador’ (16-08-2018) la siguiente nota: “Se están bajando del bus. Los ciudadanos cada vez migran más a
otros medios de transporte. Según la Superintendencia de Transporte en el primer semestre del año bajó el
número de pasajeros del sistema masivo. Se dejaron de hacer 82.782 viajes en TransMilenio y 118.824 en el
SITP (buses azules)”. Como es muy probable que esta tendencia continúe, embarcarse en 1.400 buses,
además de obsoletos, va a resultar de rentabilidad cero y en un deterioro grave de las finanzas de Bogotá.
Eso lo ve cualquiera que espere un articulado en las estaciones de TransMilenio.
Por cada articulado que pasa en servicio, pasan cinco o seis con un letrero que dice “En tránsito” y que
recorren sin pasajeros de un extremo a otro de la ciudad, de norte a sur y de oriente a occidente, o viceversa.
¿Estamos en el extraño mundo de subuso?
Bogotá no requiere troncal por la séptima, ni metro elevado. Nuestra ciudad está clamando por un
sistema masivo multimodal de transporte, no integrado, que tenga como eje el metro subterráneo, con rutas
en la superficie recorridas, con acuerdo a un plan, por tranvía eléctrico, TransMilenio, troles, tren de
cercanías, etc. De otro modo la movilidad de la capital será más y más lenta y onerosa.