Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
El siglo XIX también fue el período durante el cual las ciencias históricas fueron
institucionalizadas como “disciplinas” formales, como arenas (y modos) de
conocimiento. Y, por supuesto, esta institucionalización particular ocurrió dentro
de las universidades “occidentales”, para ser impuestas subsecuentemente sobre el
sistema-mundo entero. Más aún, es escasamente una exageración afirmar que el
problema intelectual central con que las varias disciplinas emergentes se
preocuparon ellas mismas fue la explicación de este presunto (pero aparentemente
auto-evidente) “ascenso de occidente” (conocido también como “la expansión de
Europa” o “la transición del feudalismo al capitalismo” o “los orígenes de la
modernidad”).
Dado el dominio del pensamiento Ilustrado en el mundo del siglo XIX, las
explicaciones que fueron ofrecidas todas tuvieron la tendencia a presuponer una
teoría del progreso, de la inevitable sucesión progresiva de las formas sociales, que
ha alcanzado por algún proceso teleológico la configuración particular del sistema-
mundo como estaba entonces estructurado. Existía, sin duda, una discrepancia
acerca del futuro, un desacuerdo acerca de si el sistema-mundo moderno
representaba el nivel cualitativo culminante de este progreso (esencialmente la
“interpretación Whig de la historia”) o solamente un estadio penúltimo en la
progresión de la humanidad (esencialmente la afirmación central de la
historiografía marxista).
Si uno usa la analogía física de una explosión causada por alguna masa crítica o
ensamblaje particular de variables, la cuestión de si esta “explosión” fue
intrínsecamente necesaria o históricamente “accidental” se convierte en una
cuestión intelectual real, una que tiene que ser resuelta antes de construir un
andamiaje teórico para las ciencias sociales históricas fuera de una “transición”
inevitable.
Comencemos por revisar las declaraciones sobre las cuales hay un relativo
consenso en esta discusión entera. La mayoría de los académicos a lo largo y ancho
del mundo, y de persuasiones muy diferentes, parece estar de acuerdo sobre las
siguientes descripciones mínimas de parte de la situación empírica.
Finalmente, hay una enorme confusión sobre qué es lo que debe ser explicado bajo
el encabezamiento “ascenso de occidente” (o cualquiera de sus nomenclaturas
alternativas). Hay al menos tres sub-cuestiones sobre las cuales hay argumentos
considerables. Una es la explicación de qué causó la llamada “crisis del
feudalismo”, esto es, qué trajo el declive/desaparición de un sistema histórico
existente particular. La segunda cuestión, cuya relación con la primera no es clara
en la mayoría de los estudios, es por qué, en ese mismo tiempo que el “feudalismo”
estaba declinando o desapareciendo en Europa occidental, pareció estar
aumentando (o incluso ocurriendo en algunas áreas por primera vez) en Europa
oriental en la forma de la llamada “segunda servidumbre”. Una tercera cuestión es
si distinciones significativas pueden realizarse en los patrones entre las zonas
europeas occidentales, y en particular si (y por qué) Inglaterra fue “capitalista”
antes que Francia (o los Países Bajos, o “Alemania”, o “Italia”). Finalmente, hay
una literatura que busca explicar por qué otras zonas civilizacionales del mundo
(China, India, el mundo islámico) no procedieron a convertirse en “capitalistas” o
“modernas” en este momento en el tiempo, pero Europa sí. No obstante, a pesar de
esta confusión, noto una vez más una premisa unificadora —que algunas zonas
tenían que moverse hacia “adelante” de esta manera, y en este momento
aproximadamente en el tiempo—.
Y puesto que, en las visiones de todos, la zona que se movió hacia adelante fue de
hecho Europa occidental (o para algunos, más estrechamente, Inglaterra), parece
claro que ocurrió un “ascenso de occidente”. Efectivamente, en la literatura más
reciente, esto ha sido denotado como “el milagro Europeo”2. El milagro, parece,
es la realización del valor central del sistema capitalista mismo: el productivismo3.
Jones lo menciona bastante claramente:
“La cuestión vital… es ¿cómo un mundo de expansión estática dió la
vía a una de crecimiento intensivo?… La historia para ser
contemplada como repetidos esfuerzos tentativos para inflar el
crecimiento intensivo a través del ascenso estático dinerario del
crecimiento extensivo”.4
Una vez más, podríamos invertir la pregunta. ¿El occidente realmente ascendió?
¿O el occidente de hecho cayó? ¿Fue un milagro, o fue un grave desastre? ¿Fue un
logro, o un serio error? ¿Fue la realización de la racionalidad, o de la
irracionalidad? ¿Fue una ruptura excepcional, o un derrumbe excepcional?
¿Necesitamos explicar las limitaciones de otras civilizaciones y/o sistemas
históricos que no produjeron una transición al capitalismo moderno, o necesitamos
explicar las limitaciones del mundo occidental o el sistema histórico medieval
ubicado en Europa occidental que permitió la transición al capitalismo moderno?
¿Y fue programada, o fue una casualidad?
Propongo discutir este asunto como dos preguntas sucesivas: ¿Qué es lo distintivo
acerca del sistema histórico “moderno” capitalista que lo distingue de sistemas
históricos alternativos (y precedentes)? ¿Cómo fue construída históricamente, de
hecho, la economía-mundo capitalista?
Por supuesto, no hay ninguna razón por qué debiésemos preferir definir un sistema
histórico en términos de sus procesos y/o sus estructuras, o viceversa; los tres
puntos de vista están claramente vinculados. Pero no es cierto que estén vinculados
de una manera tan fuerte que definir un sistema histórico de uno de los tres puntos
de vista determine inmediata y ciertamente su definición de los otros puntos de
vista. En cualquier caso, varios autores han sostenido una fuerte preferencia al
utilizar uno u otro de los puntos de vista.
Más aún, es bastante aparente que esta descripción de la actividad capitalista encaje
bien con las tendencias centrales del pensamiento “universalista” occidental desde
la Edad Media tardía —el Renacimiento y la Reforma, la ciencia Baconiana-
Newtoniana, la Ilustración, la “modernidad” como una expresión cultural—.
Veremos, cuando procedamos a discutir tanto los procesos y las estructuras del
capitalismo, que hay muchos problemas en distinguir el sistema histórico
capitalista/“moderno” en estos puntos de los no-capitalistas previos. Pero es
bastante fácil percibir esta distinción al nivel de su Weltanschauung, al nivel de su
actividad definidora central de crecimiento incesante, la acumulación incesante de
capital. En esta consideración, ningún otro sistema histórico podría haber dicho
que había buscado tal modo de vida social por más que en breves momentos.
El acuerdo sobre la evaluación de la realidad capitalista que existe para la
descripción de su actividad central se desmorona tan pronto cuando uno se torna a
analizar los procesos por los cuales esta actividad es perseguida. Evidentemente,
los análisis que tenemos de los procesos de nuestro sistema histórico
capitalista/“moderno” son doblemente confusos. Primero, nos dan virtualmente
descripciones opuestas por analistas diferentes. Y segundo, ni tampoco es claro
que las descripciones contrarias describan una realidad claramente diferente de
aquellas de otros sistemas históricos. Podríamos ver esto en la disección de tres
procesos que están referidos en casi todos los análisis: la libertad de los sujetos, la
distribución del excedente, y la construcción del conocimiento.
La libertad de los sujetos para perseguir sus intereses ha sido por mucho uno de
los temas centrales en el análisis del sistema histórico capitalista/“moderno”. Lo
que, sin embargo, uno pueda significar por la “libertad” de los sujetos para
perseguir sus intereses está lejos de ser auto-evidente. En la evolución de la
filosofía universalista occidental, el énfasis ha sido ubicado en la eliminación
(progresiva) de constricciones externas —externas al sujeto (o individuo)— por
parte tanto de instituciones políticas como de instituciones sociales colectivas (por
ejemplo: estructuras religiosas). Esto es en parte una cuestión de jurisprudencia,
en parte una cuestión de mentalidades. La evidencia que es usualmente aducida
para demostrar un declive en las constricciones está por un lado, en la posibilidad
de movilidad —geográfica, ocupacional, social— y por el otro, la ausencia o
minimización de represión política o social.
Una diferencia entre los dos modos de distribución del excedente es la forma de la
justificación moral ofrecida. En la situación ideo-típica de la “renta”, la
justificación moral principal es la “tradición”. La distribución desigual es de
alguna forma dada por Dios (y quizás en una forma secundaria por la actividad
militar pasada). En la situación ideo-típica de la “ganancia”, la justificación
ofrecida es bastante contraria. La distribución ofrecida no es considerada
precisamente dada por Dios sino principalmente el resultado de la actividad
humana, mayormente en el presente pero parcialmente en el pasado. Seguramente,
estamos hablando de las justificaciones morales ofrecidas en cada sistema por los
beneficiarios de la desigual distribución y aquellos que la defienden. Los críticos,
con visiones opuestas, siempre han existido para desafiar estas justificaciones
morales. Pero, dejando de lado a los críticos, es importante notar la diferencia de
énfasis de las dos justificaciones morales: espiritual versus material,
supuestamente eterna versus continuamente a ser renovada por la actividad actual,
sirviendo el bien público a través del mantenimiento del orden colectivo versus
servir el bien público al lograr un “crecimiento” colectivo óptimo.
Pero aquí también, mirando más de cerca, los dos tipos ideales parecen perder
mucho de su especificidad. La “renta” parece jugar un rol central en el sistema
histórico capitalista/“moderno”, y nos estamos volviendo cada vez más
conscientes de cuántas operaciones tomaron la forma de “ganancia” en sistemas
históricos previos. Más aún, para muchas actividades económicas, es difícil decidir
si la apropiación del excedente es “renta” o “ganancia”.
Lo que más podemos argumentar es una distinción que es más sutil. En las
constantes tensiones entre asignación vía mecanismos de mercado y asignación vía
mecanismos administrativos (o políticos), y en el contradictorio comportamiento
que resulta de las presiones conflictivas, cualquiera sea el modo de asignación que
pueda prevalecer en situaciones dadas en cualquier tipo de sistema histórico en el
corto plazo. Pero en el mediano plazo, el mercado jugará un rol más grande en el
sistema histórico capitalista/“moderno” que la arena política. De seguro, el
“mercado” mismo es formado, en el mediano plazo, por la arena política. Sin
embargo, una vez formado, tiene una autonomía coyuntural cuyo impacto es difícil
de forzar administrativamente, y en que así fuerza redefiniciones políticas, de
tiempo en tiempo, de la forma del “mercado”. No es realmente el caso que en el
capitalismo el mercado es “libre” de controles políticos, como es sostenido por los
economistas neoclásicos. Es más bien que el mercado mismo se convierte en un
importante mecanismo político, algo que no es cierto (o mucho menos cierto) en
sistemas históricos redistributivos/tributarios.
Esta rápida inspección de procesos que puede ser pensado para distinguir el
sistema histórico capitalista/“moderno” de otros sistemas, sugiere que las
distinciones son difíciles de establecer claramente, y que es dudoso erigir un
andamiaje teórico de explicación sobre la base de estos procesos supuestamente
distintivos. ¿Podemos hacerlo mejor si observamos las estructuras del sistema
histórico capitalista/“moderno”?
Sin embargo, hay dos problemas aquí. Uno es, una vez más, la hechura entre la
estructura teórica y las estructuras reales. ¿Han sido realmente soberanos los
Estados soberanos? ¿Han tenido tanta autoridad completa y exclusiva dentro de
sus límites? Claramente, en la realidad histórica del mundo moderno, ningún
Estado ha sido nunca totalmente soberano. En adición, los Estados han variado
ampliamente en términos de autoridad efectiva de la que han sido capaces de
ejercer. Muchos han sido bastante débiles; unos muy pocos relativamente fuertes.
Segundo, si la soberanía es medida por la autoridad centralizada y unificada como
contraria a la autoridad parcelizada, otros sistemas históricos han conocido esta
condición (o hecho este reclamo), por ejemplo, los grandes imperios-mundo,
aunque de hecho el poder real de los imperios-mundo en gran parte fue menor que
el de los Estados soberanos en el sistema interestatal moderno.
Tenemos ahora que virar desde el resultado —la existencia de un sistema histórico
capitalista/“moderno”— hacia la descripción de los orígenes. Esto es a menudo
referido como la cuestión de “la transición del feudalismo al capitalismo”, o cómo
es que nuestro actual sistema realmente vino a la existencia.
Estos señores, con sus dependientes armados y sus amplias jurisdicciones privadas
o públicas, por ningún medio tenían completo control incluso sobre el
campesinado servil. En particular, su poder militar y político no estaba igualado
por su poder para manejar la economía agraria. Esto era debido a la gran distancia
entre ellos y el proceso productivo. Ni lo era simplemente el contraste entre la vasta
escala de la propiedad feudal y la pequeña escala de la empresa familiar, porque
estas distancias se aplicaron a los pequeños señores de aldeas únicas así como a
los magnates que poseían cientos. Esto era así también porque, en el todo, la
intervención efectiva del señor o sus oficiales en la economía de la parcela
campesina era muy limitada. Es cierto que el señor podría afectar, usualmente en
un sentido negativo, los recursos de la parcela campesina en sus demandas por
rentas y servicios. Él podría también (aunque nunca tanto como hubiese esperado)
controlar el movimiento de la población dependiente. Pero no era capaz de
determinar la aplicación del trabajo y otros recursos dentro de la economía de la
parcela; ni, en el todo, había muchos intentos en términos de arriendos, incluso
cuando la tenencia por costumbre empezó a colapsar al final de la Edad Media,
para especificar buenas prácticas agrícolas…
Por eso tenemos una clase poseedora de tierra cuya misma existencia dependía de
la transferencia a ésta de plus-trabajo y los frutos del plus-trabajo de una clase que
era potencialmente dependiente de esto, sobre la cual ejerció poder político, militar
y jurídico, pero en relación a la cual no cumplió ninguna función emprendedora
(24).
Es por estas razones que Bois insiste en definir al feudalismo como la “hegemonía
de la pequeña producción individual” combinada, por supuesto, con la apropiación
de parte del excedente por el señor, una apropiación que fue hecha posible por la
constricción política (25).
Este sistema funcionó maravillosamente bien para los señores por un tiempo, pero
después cesó de hacerlo así. Fue más o menos alrededor de 1250+ que el sistema
entró en “crisis” que convencionalmente se dice haber durado hasta más o menos
alrededor de 1450+. De aquí, parecemos estar tratando con un sistema histórico
que existió por sólo 500 años a lo más, un periodo que aparentemente podría
decirse está compuesto por una mitad de ascenso o florecimiento del sistema y una
mitad de una crisis o caída. Esto parece un esquema curiosamente abreviado y
formal. Algunos autores resuelven esta anomalía al extender la definición de
“feudalismo” más allá del modelo señor-siervo para incluir dentro el periodo mas
o menos 400-500+ hasta más o menos 1000+. Pero a su vez presenta otro dilema
intelectual, bien declarado por Dockés:
Pero, ¿cuáles son las explicaciones normalmente dadas de por qué ocurrió esta
“transformación”? Aquí la literatura es lejos más oscura, puesto que muchas de las
“explicaciones” son principalmente descripciones empíricas de qué es lo que se
piensa que ha ocurrido o evolucionado, antes que qué ha causado los cambios para
que ocurra. ¿De hecho, por qué algunos cambios fundamentales ocurrieron del
todo? Esto es, que una variante particular de un sistema agrícola en que una clase
alta explotó de alguna manera la masa de los productores rurales dio la vía hacia
otra variante —en Europa occidental o en otras partes— no era nada nuevo. Esta
ha sido la historia de la humanidad alguna vez desde la llamada revolución
agrícola. Todas las variantes han sido inestables, en el sentido de que dada
cualquiera apenas ha durado más de 4-500 años. Pero cuando dada cualquiera
habría colapsado, esta habría sido reemplazada previamente vía mutación o
conquista por otra variante la cual compartió ciertas características estructurales:
a) la primacía de la producción agrícola con actividad artesanal; b) el excedente
global limitado; c) el sostenimiento de los productores no agrícolas por una
transferencia políticamente ejecutada del excedente hacia el estrato superior de
(usualmente) guerreros, clérigos, y mercaderes; d) algunas redes de comercio,
usualmente al menos una red de larga distancia, combinada con las mismas locales.
Probablemente el más próspero de todos estos sistemas históricos estaban ubicados
en las zonas agrícolas más fértiles, en donde encontramos por milenios las
“grandes civilizaciones”.
El arquetipo del argumento civilizacional sin embargo no está para ser encontrado
en estas magníficas explicaciones totales. Esta yace en la escuela “viva para
Inglaterra”, al lado de la cual existe una menos conocida pero igualmente
apasionada escuela “viva para Italia”. Para estas escuelas, no es la civilización
occidental lo que explica todo, sino el más estrecho modelo inglés o italiano.
Que los triunfos de Inglaterra del siglo XIX fueron extraordinarios es una visión
que ha tenido una amplia resonancia —en Inglaterra de seguro, pero no solamente
ahí—. Algunos encuentran que los triunfos del siglo XIX eran explicados por la
sabiduría del siglo XVIII (inventando motores a vapor, o plantando nabos, o dando
a la gentry su deber). Algunos rastrean los triunfos a la sabiduría de los siglos XVI-
XVII (moviéndose desde la eliminación de los siervos hacia la eliminación de los
yeomen, o sosteniendo la nueva ciencia, o iniciando el camino hacia la monarquía
constitucional). Pero, por ultimo, ha habido una tendencia a mover la sabiduría
inglesa cada vez más hacia atrás, hasta 1066+ o incluso más, cuando el Señor
bendijo a los anglo-sajones. Dos explicaciones recientes, uno en términos de
“cultura” por Alan Macfarlane (harto liberal) y una en términos de “lucha de
clases” por Robert Brenner (harto marxista), comparten esta larga temporalidad.
Robert Brenner está igualmente interesado en demostrar que no solo Europa estaba
a la cabeza de Asia, y Europa occidental a la delantera de Europa oriental, pero
Inglaterra adelantada a Francia (y, seguramente, los Países Bajos, las Alemanias,
etc.). En los inicios de los tiempos modernos, Francia era menos capitalista que
Inglaterra porque sufría del “predominio de la pequeña propiedad”, de la cual las
consecuencias eran múltiples: barreras técnicas a las mejoras, especialmente
dentro de los campos comunes; una pesada imposición del Estado monárquico que
desincentivó la mejora agrícola; el estrujamiento de los arrendatarios por los
terratenientes; la subdivisión de las parcelas por los campesinos. Juntas todas esas
“aseguraron un retardo agrícola a largo plazo” para Francia (45).
Pero la diferencia del siglo XVI resulta ser explicada por una diferencia del siglo
XIII, porque Inglaterra no mostró:
Si Inglaterra mostró alguna señal de titubeo, fue “solamente por muchas décadas
hacia el siglo XIV, si es que entonces”; en cualquier caso, la “interrupción
económica aparece haber sido significativamente menos severa en Inglaterra que
en Francia” (47).
Pero esta diferencia en el siglo XIII, parece ir mucho más hacia atrás, porque las
“evoluciones divergentes” del siglo XIII de Inglaterra y Francia fueron causadas
no tanto [por] el retraso de la evolución “económica” de Inglaterra relativa a la de
Francia, como [Guy] Bois lo hubiera dicho, sino más bien [por] el relativo avance
de Inglaterra en términos de la organización de la clase dominante “feudal”. (48)
Por ultimo, la explicación de la diferencia es que el Estado inglés era fuerte —de
otra forma conocida era “la extraordinaria cohesión intra-clase de la aristocracia
inglesa (miremos la Guerra de las Rosas)— y el Estado francés era débil —de otra
manera conocida como “la desorganización relativamente extrema de la
aristocracia francesa”—. Esto significó que aquellos tuvieron una alta “capacidad
de dominar al campesinado” y los últimos “hicieron posible el ‘éxito’ de los
campesinos franceses…”. En este sentido, esta explicación no es “meramente
política” sino que es sobre “la construcción de relaciones sociales de clase que
hicieron posible la más efectiva ‘acumulación’ en el reino económico” (50).
Dejando de lado si la descripción es empíricamente correcta o no —“como
justamente Brenner… minimiza [la] independencia [del campesinado inglés], así
exagera la independencia del campesinado francés”—(51) permanece la cuestión
muy pertinente de Bois: “¿[e]n virtud de qué predisposiciones específicas los
campesinos franceses hubiesen combatido mejor que los campesinos
ingleses?”(52). Más aún, dada la insistencia de Brenner sobre de las habilidades
políticas particulares de los aristócratas normandos, ¿por qué no habrían logrado
estos mismos resultados en Normandía misma, el terreno exacto en que el análisis
de Bois indicó una destacable fortaleza campesina?(53).
La escuela “viva para Italia” es más oscura, por dos razones. En el siglo XIX, Italia
no parecía tan resplandeciente como Gran Bretaña (aunque para la década de 1970
podría estar logrando su venganza). Y pocas personas leían italiano. No obstante,
siempre ha habido una voz fuerte para este tema, traída más recientemente hasta la
fecha por Pellicani.
Para Pellicani, como muchos otros, “la historia del capitalismo y la historia de las
limitaciones sobre los poderes [del Estado] es la misma historia o, al menos, han
aparecido en el escenario histórico como dos historias estrechamente vinculadas”
(55). Macfarlane no estaría en desacuerdo. Pero para Pellicani, la historia se inició
en Italia, no en Inglaterra.
En orden de presentar el caso para Italia, Pellicani tiene que tratar con el argumento
de Weber acerca de la importancia crítica de la ética protestante. Él reconoce la
correlación histórica en el siglo XVI del liderazgo económico del norte de Europa
y el predominio del protestantismo, pero argumenta que el elemento clave no fue
la motivación ética o la justificación del emprendimiento, sino “el debilitamiento
del control espiritual de instituciones hierocráticas todas las cuales están inspiradas
por un intenso antagonismo a Mamón” combinado con “tolerancia religiosa y
apertura en relación a los extranjeros”. La Reforma estimuló esto, pero más
importante es lo que la Contra-reforma eliminó. Esta tolerancia y apertura hizo
posible la distinción entre la sociedad civil y el Estado, nacidos históricamente, él
dice (citando a Jean Baechler), de “la incapacidad de eliminarse el uno al otro”
(56).
Pellicani arguye que el capitalismo siempre ha sido frustrado anteriormente por
“megamáquicas”, un término que toma prestado de Lewis Mumford, lo que creó
“inseguridad de la propiedad”, paralizando de ese modo la iniciativa (57). La
cuestión es por qué no ocurrió esto en Europa occidental. La respuesta es que no
existieron megamáquinas debido a “la desintegración del Imperio Romano
occidental”, algo que podríamos considerar “cuasiprovidencial” es que “al liberar
al pueblo europeo de la ‘jaula de hierro’, se les ofreció la oportunidad de
construir… la sociedad industrial moderna” (58).
Este colapso de Roma es así “el más importante” de los factores que dan cuenta
del nacimiento del capitalismo en el occidente (59). El segundo fue el hecho de
que la lucha medieval entre el Papado y los emperadores Sacro Romanos fue un
empate, cuyo último vencedor fue la “comuna burguesa”. Más aún, en ese tiempo,
era en el centro-norte de Italia que “la protoburguesía se beneficiaba de una
coyuntura histórica particularmente favorable y supo cómo sacar el máximo
provecho de esto” (60). Así, es Roma una vez más, en este caso no porque dejó un
legado (positivo para Anderson, negativo para Macfarlane, pero que los ingleses
afortunadamente escaparon) sino simplemente porque colapsó. Y una vez que las
ciudades-Estado italianas agarraron el anillo (unos ocho siglos más tarde o algo
así), pudo emerger el capitalismo.
El problema con las explicaciones “civilizacionales” es que tienden a ser post hoc
ergo propter hoc, y por eso suponen que de alguna manera los desarrollos eran
inevitables. Siempre es difícil cerciorarse en este género de explicación por qué el
proceso era tan lento. Entre la raíz profunda (patrones familiares germánicos o la
desintegración del Imperio Romano) y el producto final (el capitalismo inglés en
el siglo XIX o incluso en el siglo XVI), hay un gran intervalo de tiempo. Nos dejan
con la impresión de que la profunda raíz llevó al producto final por un proceso de
maduración lenta, como si hubiese sido programada orgánicamente. Lo menos que
uno puede decir acerca de tal proceso maduracional es que se necesita ofrecer un
caso fuerte en que tal “programación” realmente operó. Pero esto apenas es
argumentado, siendo meramente supuesto, y la explicación de ese modo no es muy
persuasiva. Podría ser más razonable empezar con una premisa que es encontrada
en el mismo Pellicani:
Donde sea que observemos, encontramos rastros de capitalismo, pero
también encontramos que la vida económica está de alguna forma
“limitada” (cooped in) por rígidas estructuras políticas, religiosas y
sociales que permiten poco espacio para el juego de la catalaxia [la
ciencia del intercambio comercial](61)
En otras palabras, todos los otros sistemas conocidos han “contenido” tendencias
capitalistas, en ambos sentidos de la palabra contener. Han tenido esas tendencias;
las han “constreñido” efectivamente. Si es así, la pregunta entonces se convierte
en ¿qué se resquebrajó en el sistema histórico ubicado en Europa occidental tal que
la barrera contenedora fue abrumada? Esto nos presiona en la dirección de
circunstancias excepcionales, una rara conjunción de procesos venideros, o lo que
era anteriormente referido como explicación coyuntural.
V. Explicaciones coyunturales
Hay voces fuertes, de diferentes campos ideológicos, pidiéndonos reconocer lo
improbable que fue la emergencia de un sistema histórico capitalista/“moderno”.
Ernest Gellner nos urje que nuestro modelo sea “lo fortuito, la contingente apertura
de una puerta normalmente cerrada…” (62). Michael Mann habla de esto siendo
“un gigantesco conjunto de coincidencias”, incluso él insiste en preguntar si hubo
“patrón alguno…” (63). Y Eric Hobsbawm sugiere que “es muy dudoso si
podemos o no hablar de una tendencia universal del feudalismo a desarrollarse
hacia el capitalismo”. Más bien, nos dice que miremos por la “contradicción
fundamental en esta forma particular [occidental] de sociedad feudal” que da
cuenta por el resultado, incluso como él admite que “la naturaleza de esta
contradicción no ha sido clarificada todavía satisfactoriamente” (64).
Ya hemos visto que el poder relativo de los señores o aristócratas sobre los
“campesinos” o al menos sobre los pequeños productores agrícolas es una cuestión
frecuentemente citada. Estamos también al tanto de la vasta literatura acerca de lo
que Marc Bloch llamó “la crisis de los ingresos señoriales” en el periodo más o
menos 1250+ hasta más o menos 1450+. Todos concuerdan en que hubo un
colapso demográfico en Europa occidental resultante principalmente de la Peste
Negra. Si esto puede ser tratado como causa o consecuencia es un asunto que ha
sido muy debatido, y con pasión, pero para los propósitos de este argumento, la
resolución de esta cuestión importa poco. La realidad fue clara. Hubo menos
personas para llenar la tierra. Ergo los ingresos desde sus rentas tuvieron que caer,
incluso si los señores han sido capaces de aumentar las tasas, cuestión que de hecho
no fueron capaces de hacer. Crear nuevas tenencias estaba, por entonces y en gran
parte, fuera de la cuestión. De hecho, todo lo contrario estaba sucediendo: las
tierras estaban siendo “abandonadas”, esto es, dejadas sin cultivar.
En esta situación, cada lado utilizó las cartas políticas que estaban disponibles.
Inicialmente los señores feudales viraron hacia los Estados:
El campesinado, por otra parte, así estaba situado para ser capaz de
defender su ganancia mucho más vigorosamente que nunca antes,
porque la demanda de trabajo era mucho más grande que la oferta
disponible. Las desoladas tierras proporcionaron también la
oportunidad hacia aquellos campesinos quienes tenían los otros
medios necesarios para emerger como campesinos libres. El
campesinado de ese modo respondió a la “reacción feudal” al reventar
en una seguidilla de rebeliones en todas partes en Europa occidental
(65).
Y si esto no fuera suficiente, los salarios reales subieron firmemente por dos
centurias, tanto para los trabajadores asalariados de las ciudades como rurales. Bois
lo nota de los campesinos normandos, comparando 1320 con 1465:
Dobb dice que esto fue “la ineficiencia del feudalismo como sistema de
producción”, junto con las crecientes necesidades por ingresos señoriales, lo que
fue “principalmente responsable de su declive”(71). Quizás, aunque esto de cuenta
menos del permanente declive que del descenso cíclico. Sweezy insiste que el
declive es debido a “la incapacidad de la clase dominante para mantener el control
sobre, y de ahí para sobreexplotar, la fuerza de trabajo de la sociedad” (72). Sin
duda esto sucedió, pero ahora tenemos que preguntarnos por qué esta incapacidad
fue tan profunda en este tiempo particular. En cualquier caso, de seguro es cierto,
como Bloch lo plantea, que “al final de la Edad Media… los pequeños productores
que aquellos que estaban sobre ellos eran una clase debilitada, profundamente
sacudida en sus fortunas y paupérrimamente preparada mentalmente para hacer las
adaptaciones llamadas por una situación sin precedentes” (73). El gran victorioso
de esta lucha fue el granjero yeoman (o laboreur), el campesino con un arado de
metal (charrue), el controlador de una parcela suficientemente grande para tener
un excedente para el mercado y que a menudo necesitaba asistencia laboral
asalariada para completar la cosecha.
Al explicar el declive del poder de los señores, Bois lista dos variables de
trasfondo. Una es por supuesto “el fortalecimiento del campesinado medio”; la
segunda es la “hipertrofia del Estado (absolutismo real)”(74). Una de nuestras
dificultades para interpretar lo que pasó entre 1250-1300 y 1450 en la arena política
es nuestra insistencia ideológica en interpretar la historia “occidental” como una
larga historia, firmemente ascendente y animada por las instituciones políticas
democráticas. En el comienzo, eestaba el monarca todopoderoso, cuyo poder había
sido paulatinamente reducido desde entonces. Pero esto no fue tan así después de
todo. En el principio (1000-1250), había un débil monarca buscando establecer
alguna ficción de autoridad central. Estos “soberanos” tuvieron retrocesos severos
en el periodo 1250-1450. Es verdad, como discutiremos, que después de 1450, sus
poderes nuevamente crecieron y bastante considerablemente, pero esto fue porque
precisamente el periodo 1250-1450 reveló el peligro que la debilidad de los
Estados representó para los señores.
De este modo, así fue que “la mayoría de los gobiernos se fue a la bancarrota”, al
ser “incapaces de controlar a sus mercenarios, su moneda, su sistema judicial,
[que] estaban a cargo de camarillas y vivieron mal el día a día”. Y así fue que
“hubo un renacimiento en Europa de una serie de principados, micro-Estados, que
eran autónomos, incluso independientes, y que este fenómeno socavó
eventualmente la ilusión de un reino por consenso mutuo” (78).
No es extraño que Strayer pudiera resumir este periodo al decir que “el movimiento
hacia un nuevo tipo de autoridad política estaba contrabalanceada justamente
cuando pareció estar adquiriendo irresistible momentum. Durante el siglo XIV y
comienzos del XV, los gobiernos seculares se debilitaron antes que
fortalecerse…”.(79). No es extraño que Fossier pudiera introducir su discusión de
la situación política en esta sombría nota:
¡Que triste imagen nos ofrece el Estado en este periodo [1250-1520]!
Pontífices que son honorables pero desafiados, puestos en duda y
odiados; emperadores tragados con sus proyectos, cuyos nombres no
podemos recordar aquí; las monarquías occidentales en total
disonancia, hombres viejos, menores, hombres locos (abiertamente
reconocidos o probablemente); y un caleidoscopio de Podesta, o
príncipes y capitanes quienes tenían en común solo la brevedad de su
poder y la irrealidad de sus proyectos (80).
Uno podría pensar que los señores/aristócratas habrían disfrutado con su
incrementada liberación de la autoridad central y deleitados en los “bellos
privilegios” que ellos “arrancaron” de sus soberanos con la emergencia de las
“asambleas representativas” en estos Estados que Guenée dice, se convirtieron en
“democracias de los privilegiados”(81). No del todo, como vamos a ver.
Pero ¿por qué la Iglesia era tan débil? Por una cosa, porque la Iglesia era un gran
actor económico en sí mismo, y estuvo herida por el declive económico en la
misma forma en que tanto los señores (como perceptores de rentas) como los
Estados (como perceptores de impuestos) estaban heridos. Para defender su propia
vida organizacional, la Iglesia en este tiempo incluso se involucró más en
cuestiones económicas y financieras.
Las varias sectas, que recibieron un renovado impulso en esta era, fueron en gran
parte igualitarias, anti-autoritarias, y a menudo “comunistas”. En el período de
apretura económica y vinculada guerra de los estratos gobernantes por los
declinantes ingresos globales estaba reflejada en un incrementado conflicto entre
la Iglesia y los gobernantes temporales, y por grandes luchas dentro de la misma
Iglesia. Este es el periodo del Gran Cisma del occidente (1378-1417), que
involucró, entre otras cosas, el sostenimiento del poder de los cardenales y los
obispos contra el Papa, paralelo al sostenimiento del poder señorial contra los
reyes.
Mientras la plaga se esparcía al resto del sistema mundial, el impulso para conducir
el comercio a larga distancia estaba similarmanente inhibido, aunque no
desapareció completamente. Pero cuando el comercio revivió, un de pequeños
comerciantes buscó caminos más seguros. Sin embargo, estos ya no estaban en los
austeros derroches de Asia Central. Los riesgos más bajos, y por eso las rentas
protectoras a lo largo de la ruta, se habían ido para siempre (93).
El vínculo mongol pudo haber sido derrumbado en cualquier caso, dado el hecho
de que los mongoles enfrentaron limitaciones técnicas que nunca superaron al
sostener un imperio rutinizado extensivamente. En cualquier caso, la Peste Negra
ocurrió y sus efectos fueron inmediatos. Los efectos económicos negativos
ocurrieron primeramente a través del sistema comercial. Ya hemos descrito el
impacto en Europa occidental. No fue tan diferente para China.
Como fue cierto en otras subrregiones de ese sistema sistema mundial, la salud
económica de China descansó principalmente sobre sus propios desarrollos
ontogenéticos en la organización política, inventiva y habilidad tecnológica, y
sofisticación comercial —esto es, su capacidad para aprovechar sus recursos
locales—. Pero otra parte de su vitalidad económica —una parte bastante grande
en el siglo XIII e inicios del siglo XIV— vino de su capacidad de extraer excedente
desde el sistema externo. Cuando el sistema externo experimentó cercenamiento y
fragmentación, fue inevitable que todas las partes anteriormente vinculadas
experimentarían dificultades, incluyendo China (94).
Pero ¿qué tiene que ver todo esto con la emergencia del capitalismo en Europa
occidental? Lo que Abu-Lughod está llamando la “caída de Oriente” que precedió,
dice ella, al “ascenso de Occidente”(95), tuvo una implicación político-militar
directa. Causando que las varias “subrregiones” se retrajeran hacia sí mismas.
Ninguna tuvo la fuerza en ese momento para entablar la expansión imperial.
Europa occidental no estaba amenazada en el periodo crítico 1350-1450, cuando
precisamente hubiera sido más vulnerable debido al triple colapso que estaba
experimentando. La aristocracia europea/capa gobernante no sería reemplazada ni
revigorizada por una fuerza externa. Ellas enfrentaron solas y débiles al estrato
kulak.
Ahora tenemos que renovar la cuestión, ¿por qué el capitalismo no emergió más
temprano en cualquier otra parte? Parece improbable que la respuesta sea una
insuficiente base tecnológica. No es claro qué tipo de base es “esencial” en
cualquier caso. Más aún, la mayoría de la base tecnológica del sistema histórico
capitalista/“moderno” es la consecuencia de su emergencia, escasamente es la
causa. Es improbable que la causa sea una ausencia de un espíritu emprendedor.
La historia del mundo por al menos dos mil años antes de 1500+ muestra un
enorme conjunto de grupos, a través de múltiples sistemas históricos, que
mostraron una aptitud e inclinación por la empresa capitalista —como productores,
como mercaderes, como financistas—. El “proto-capitalismo” estaba tan esparcido
que uno podría considerarlo como un elemento constitutivo de todos los imperios-
mundo redistributivos/tributarios que ha conocido el mundo. Por ello, si estos
elementos proto-capitalistas fueron incapaces de asumir las “alturas del comando”
no solo de estos varios sistemas históricos como sistemas, sino incluso de sus
unidades productivas, tuvo que haber algo que lo previniese. Porque tuvieron
dinero y energía a su disposición, y ya hemos visto en el mundo moderno qué tan
poderosas pueden ser estas armas.
Mientras un señor tras otro comenzó a hacer esto, comenzó a rendirle frutos, no
con más renta sino con más ganancia. Pero el señor no era ni un filósofo ni un
científico social. Después de un largo cruce por el desierto económico, sea “renta”
o “ganancia”, el ingreso aumentado era beneficio, beneficio aumentado. Ahora
como floreciente capitalista y ya no tanto un militar demandante de honor y rentas,
el señor descubrió la importancia del Estado, como garante y facilitador del
desarrollo capitalista. Strayer lo dice muy bien:
Como dice Perry Anderson: “El dominio del Estado absolutista fue el de la nobleza
feudal en la época de la transición al capitalismo”(98), excepto que él debió haber
añadido que esta fue la de la nobleza feudal convirtiéndose en capitalistas
emprendedores.
Lo que dejó al genio salir de la caja fue la desesperación de las clases dominantes.
Lo que hizo posible a los señores superar a sus adversarios kulak fueron las reglas
del juego que “desarmaron” a éstos al distraerlos —la explotación mas “invisible”
de las ganancias—. Lo que sostuvo al nuevo sistema y le permitió consolidarse a
sí mismo fue que funcionó para las clases dominantes, esto es, funcionó en el
sentido elemental de que dentro de 100-150 años, toda amenaza a la posición del
estrato dominante desde el emergente estrato kulak había desaparecido y la parte
señorial (ahora capitalista) de la plusvalía absoluta y relativa había catapultado una
vez más, para mantenerse a sí misma a un nivel constantemente alto a lo largo de
la historia del sistema-mundo capitalista.
Este no es el lugar para volver a relatar la historia de este sistema histórico, algo
que estoy intendando hacer en los sucesivos volúmenes de The Modern World-
System. Sin embargo, hay dos cuestiones más que deberían discutirse, eso sí
brevemente. Una es la cuestión del progreso tecnológico. La segunda es la cuestión
de la racionalidad.
Como dice Brenner correctamente, las “tecnologías capaces de levantar
significativamente la productividad agrícola por medio de inversiones
relativamente a gran escala” estaban disponibles en Europa medieval,
y, deberíamos añadir, en muchas otras partes del mundo. Más aún, como él añade,
estas técnicas fueron usadas en ocasiones. “La cuestión que necesita ser
preguntada, por eso, es por qué no fueron aplicadas más ampliamente”(99). La
respuesta, seguramente, es que habían constricciones sociales sobre estas
innovaciones. El crecimiento incesante era temido políticamente y parecía
sustantivamente irracional como un objetivo social. Sin embargo, una vez que se
crean incentivos para la transformación tecnológica, parece haber poca razón para
dudar —lo vemos claramente en retrospectiva— que los humanos son ingeniosos
y pueden desarrollar conocimiento científico y la tecnología derivada.
Pero ¿es racional? No fue otro que Max Weber, gran protagonista del racionalismo,
quien caracterizó la “actividad sin descanso” del hombre de negocios como lo
conducente de una vida irracional “donde un hombre existe para su negocio, y no
al revés”. Estamos acostumbrados a medir las ganancias que el sistema histórico
capitalista/“moderno” ha traído, y a descuidar el hecho de que las ganancias han
ido a una minoría, una gran mayoría quizás, pero aún una minoría de la población
mundial. Hemos estado menos dispuestos a calcular los costos de la mayoría —en
términos materiales, en calidad de vida—. Y solo recientemente hemos empezado
a medir los costos de la biósfera.
El occidente inventó este curioso sistema donde “en vez de la economía siendo
incorporada en relaciones sociales, las relaciones sociales están incorporadas en el
sistema económico”(100). Todas las otras civilizaciones evitaron sensiblemente
esta inversión. Siendo sustantivamente irracional, este sistema es finalmente
insostenible. Aun habrá que ver sin embargo qué sistema más totalmente racional
la humanidad puede inventar ahora, y si es que puede.
Notas
1 Weber, 1947, I: 54
2 Jones, 1987
3 Gellner subraya el punto al decir: “La oración no debería ser leída… el milagro
Europeo. Tiene que leerse… el milagro Europeo (1988; 1)
4 Jones, 1988; 31
5 Anderson, 1974a; 19 y ss
9 Dockés, 1982: 93
11 Guerreau, 1980: 86
12 Bois, 1989
16 Joshua, 1988: 23
17 Gimpel, 1983: 9
18 Joshua, 1988: 20
27 Bois, 1976
28 Wallerstein, 1984
29 Kriedte, 1983
30 Anderson, 1974b, 197-209; Bois, 1976, 349-65; Génicot, 1966; Slicher van
Bath, 1977; Wallerstein, 1974, cap. 1, y 1980, cap. 1
31 Véase Brenner (1985a) y las respuestas en el mismo libro.
33 Weber, 1930: 13
38 Mann, 1986: 413. Una vez más podemos encontrar cambios paralelos hacia
atrás de marxistas a aquellos no marxistas como Mann. Joshua regresa sobre el
mismo punto en el tiempo para ver el inicio de un largo impulso económico de
Europa hacia arriba. Los cambios clave para él son encontrados no en las ciudades
sino en el campo (una visión que Mann comparte en su énfasis sobre la
agricultura). Lo que Joshua saca en el norte o noreste de Europa (más tarde el locus
de todo el desarrollo capitalista) como lo contrario al sur de Europa es la
institución, como en el siglo VIII, del “régimen solariego clasico [el cual] tornará
ser la antecámara del capital…” (1988: 368).
41 Macfarlane, 1987: 6-7 (Tabla 1), 50, 55, 94, 121, 133, 138
45 Brenner, 1985a: 29
48 Guy Bois ha argumentado que en el siglo XII, “el feudalismo estaba más
avanzado” en Francia, consecuentemente era más puro en forma, y de ahí, existía
el fortalecimiento de las parcelas de pequeña escala a expensas de los dominios,
llevando a menores niveles señoriales (1985: 113).
58 Pellicani, 1988: 153-54. Una vez más, un curioso uso, puesto que este término
es de Max Weber, quien lo usó específicamente para expresar su pesimismo acerca
del capitalismo racional. Weber dijo que, con su ética del deber y sentido
vocacional del honor, ha creado “esa jaula de hierro… a través de la cual el trabajo
económico recibe su presente forma y destino… un sistema que inescapablemente
rige la economía y a través de este el destino cotidiano del hombre” (citado en
Mitzman, 1970, 160).
59 Pellicani, 1988: 157, pdp 24. Hall añade una importante nota al pié de página a
este concepto de la desintegración del Imperio Romano conducente a un conjunto
de débiles entidades políticas en Europa: “El hecho de que muchos conjuntos de
bárbaros viniesen a Europa al final del imperio Romano, antes que un simple
conjunto como fue el caso de China e Islam era sin duda una condición inicial en
favor de un sistema multipolar” (1985: 134).
61 Pellicani, 1988: 16
62 Gellner, 1988: 4
63 Mann, 1988: 16-17
70 Bois, 1976: 98
71 Dobb, 1946: 42
72 Sweezy, 1976a: 46
77 Strayer, 1970: 80
89 Fossier, 1983: 88
92 McNeill, 1982: 53
[L]a cuestión real no es por qué China se salió del mar, sino más bien por qué
China experimentó un colapso económico en el siglo XV que forzó echar a pique
a su armada. Incluso cuando los historiadores de China abandonan el argumento
del “cambio de filosofía” y examinan factores económicos, aun tienden
principalmente a observar por causas internas —apuntando a la rampante
corrupción, facciones políticas, “mal gobierno”, y una creciente brecha entre
ingresos y gastos bajo la tardía dinastía Ming—. Aunque estas explicaciones no
pueden ser descontadas directamente, tienen que ser ubicadas en el contexto de un
ascenso y caída del sistema mundial rastreado en este libro.
98 Anderson, 1974a: 42
Referencias bibliográficas
Abu-Lughod, Janet L. (1989). Before European Hegemony: The World System
A. D. 1250-1350, Nueva York: Oxford University Press.
Anderson, Perry. (1974a). Lineages of the Absolutist State. Londres: New Left
Books.
Binn, L. Elliot. (1934). The History of the Decline and Fall of the Medieval
Papacy. Londres: Methusen
Croot, Patricia y Parker, David. (1985). “Agrarian Class Structure and the
Development of Capitalism: France and England Compared”, en T. H. Aston y
C. H. E. Philpin, editores, The Brenner Debate. Cambridge University Press, 79-
90
Génicot, Leopold. (1966). “Crisis from the Middle Ages to Modern Times”, en
Cambridge Economic History of Europe, I: M. M. Postan, editor, The Agrarian
Life of the Middle Ages, 2° edición. Cambridge: Cambridge University Press
Gilchrist, John. (1969). The Church and Economic Activity in the Middle Ages.
Londres: Macmillan
Gimpel, Jean. (1983). The Cathedral Builders. Nueva York: Grove Press
Guenée, Bernard. (1971). “Y a-t-il un Etat des XIV siécles?”, Annales E.S.C.,
XXVI, 2, marzo-abril, 399-406
Hall, John A. (1985). Powers and Liberties: The Causes and Consequences of the
Rise of the West. Oxford: Basil Blackwel
Hall, John A. (1988). “States and Societies: The Miracle in Comparative
Perspective”, en Jean Beachler, John A. Hall y Michael Mann, editores, Europe
and The Rise of Capitalism. Oxford: Basil Blackwell, 20-38
Knowles, David. (1968) con Dimitri Obolensky, The Christian Centuries: A New
History of the Catholic Church, II: The Middle Ages. Nueva York: MacGraw
Hill
McNeill, William. (1982). The Pursuit of Power: Technology, Armed Force and
Society since A. D. 1000. Chicago: Chicago University Press
Merrington, John. (1976). “Town and Country in the Transition from Feudalism
to Capitalism”, en R. Hilton, editor, The Transition from Feudalism to
Capitalism. Londres: New Left Books, 170-95
Mayer, Arno J. (1981). The Persistence of the Old Regime: Europe to the Great
War. Nueva York: Pantheon
Pellicani, Luciano. (1988). Saggio sulla genesi del capitalismo: Alle origini de la
modernitá. Milán: SugarCo
Strayer, Joseph R. (1955). Western Europe in the Middle Ages: a Short History.
Nueva York: Appleton-Century-Crofts
Strayer, Joseph R. (1970). On the Medieval Origins of the Modern State,
Princeton: Princeton University Press
Weber, Max. (1950). General Economic History. Glencoe, IL: Free Press
Wunder, Heide. (1985). “Peasant Organization and Class Conflict in Eastern and
Western Germany”, en T. H. Aston y C. H. E. Philpin, editores, The Brenner
Debate. Cambridge University Press, 91-100
Título original: “The West, Capitalism, and the Modern World-System”. Review
(Fernand Braudel Center), Vol. 15, N° 4, año 1992.
Traducción: Luis Garrido y Sustracción.