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Unidad 1: el método freudiano.

La libertad asociativa

La clínica
Atender pacientes es diferente de hacer clínica. Una cosa es atender y otra es, a
partir de la experiencia de atender, hacer clínica. Lacan en “apertura de la sección
clínica” plantea que la clínica es discernir cosas que importan a partir de la
experiencia, a partir de dicha experiencia de atender se discierne aquello que
importa y retroactivamente se volverá sobre la experiencia.
La clínica es una operación de una construcción simbólica de construir un saber
respecto de la experiencia de atender a un paciente. Producción de saber sobre la
experiencia que se vuelca en la experiencia, dando lugar a una nueva experiencia.
Se pueden distinguir tres órdenes diferentes de la operación de discernimiento:
- La experiencia: encuentro de la práctica entre analista y paciente.
- La terapéutica: posibilidad de establecer una acción de intervención posible
para que se modifique algo del padecimiento del sujeto.
- La clínica: construcción de un discurso respecto del dispositivo de la
experiencia práctica y terapéutica. La clínica no puede subsumir a ese real
que es la experiencia, no se puede producir una clínica absoluta, porque es
un circuito que va a produciendo nuevas construcciones de saber. Se hace
clínica desde el momento en que el sufrimiento del sujeto entra en el campo
discursivo. La clínica produce un saber que no es vacío porque permite, a
partir de observar el padecimiento del sujeto, pensar un diagnóstico y un
posible pronóstico; es decir, determinar por dónde irá el tratamiento.
La clínica tiene dos vertientes, la construcción del saber y proveer elementos
para trabajar el padecimiento. Le da al analista la dimensión de poder hacer
algo con ello.
En la clínica de la escucha (viraje de la clínica de la mirada a la escucha) se
pueden tomar dos posiciones distintas:
- Objetivar al otro: El analista es el que sabe y el paciente es objeto que se
presenta a decir lo que le pasa. “lo que a vos te pasa es…” Se objetiva al
paciente. Detrás del ideal de objetivación queda un ideal correctivo (de
adaptación a la norma). Cuando uno objetiva al otro entra en la dimensión
de la COMPRENSIÓN; la comprensión clausura al otro en un determinado
lugar (distinto de la clínica).
- Dar la palabra al paciente: Se trata de escuchar para que emerja un sujeto,
no el individuo sino el sujeto del inconsciente. La revolución del método
freudiano fue la no exclusión del testimonio del paciente, respecto de los
fenómenos que lo aquejan. Incluir el testimonio del paciente y no elegir qué
es lo que sirve y lo que no respecto del mismo.
La clínica psicoanalítica es la clínica del SIN SENTIDO, la posibilidad de que se
aloje un enigma, que dé lugar a una pregunta, a un trabajo del paciente sobre su

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sufrimiento (barrer las falsas comprensiones). La clínica psicoanalítica es una
práctica de la palabra y lo que importa de la misma es como se inserta el sujeto.
Lacan sostiene que el sujeto no está en ninguno de los significantes sino que está
ENTRE los significantes. La verdad también está entre los significantes (leer entre
líneas). Hay un saber que queda del lado del paciente: es el paciente el que sabe
pero es un saber que no sabe que sabe. Se busca suspender la cadena
significante para que advenga aquella que les propia al sujeto, se trata de dejar
vacante el lugar del sentido.
Freud sostiene que hacer análisis implica desintegración y descomposición de los
síntomas en sus elementos componentes, descomponer la actividad anímica en
sus ingredientes fundamentales: pulsionales
Lacan sostiene que “la clínica tiene por base lo que se dice en un psicoanálisis,
ese “se dice” se localiza tanto en el paciente como en el analista. ¿Qué se hace
con aquello que se dice? Freud en “la interpretación de los sueños” hace una
diferencia del contenido manifiesto y latente (inconsciente) el contenido manifiesto
es el relato del sueño, el recuerdo. Se llega al contenido latente por vía de la
asociación libre. La interpretación no es pictórica sino que es sobre el contenido
latente. El sueño es como un equivalente al síntoma, es una operación del sujeto,
manifestación subjetiva. La solución al enigma del sueño es por parte del paciente.
Hay que posibilitarle la manera para acceder a ese saber, aquí se pone en juego
la asociación libre.
Lacan en “Más allá del ppio de realidad” dirá que la asociación libre está regida
por dos leyes (la experiencia):
- Ley de NO omisión: “diga todo lo que se le ocurra”.
- Ley de NO sistematización: el decir no tiene que estar regido por un orden
“diga como se le ocurra”
La experiencia analítica se impone a la experiencia del lenguaje. El lenguaje no
está hecho para transmitir ningún contenido. El mismo está hecho de significantes,
no de signos. El lenguaje como un conjunto de signos, en el sentido de que
representa algo para alguien: por ej. un cartel. Un significante puede decir
cualquier cosa, para que signifique tiene que articularse a otro significante y allí se
produce la significación. El significante solo no quiere decir nada. La significación
se da ENTRE los stes (S1 – S2).
Lacan, a parte de definir la clínica como una producción de saber, sostiene que la
clínica es: “Lo real en tanto lo imposible de soportar”. Lo real es técnicamente
imposible, hay un cierto punto de irresolución. Esto requiere de un recorrido que
es el inconsciente como huella y camino que va a conducir a ese real.
Lacan dirá que el analista opera en dos registros: el de la elucidación intelectual
vía interpretación y la maniobra afectiva por la transferencia.

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Unidad II: El método freudiano, las restricciones de la libertad asociativa

Asociación libre como regla fundamental como técnica que haga hablar al
paciente: dar la posibilidad de acceder a ese saber que no sabe que tiene. El
paciente tiene que aportar vía la asociación libre los significantes que permitirán
descifrar el sentido buscado de algo que se ha tornado enigmático. El síntoma, lo
que se padece, es tomado como un enigma, como un significante aislado de los
otros, que en articulación se podrá dar una significación. Freud en “iniciación al
tratamiento” dice que es necesario enunciar la regla fundamental.
En este decir al otro se presentan obstáculos, la asociación libre no es del todo
libre, está sobredeterminada, el inconsciente tiene marcas y huellas que están
organizadas en redes que configuran una sobredeterminación. Es un libre
tachado, limitado por la sobredeterminación el inconsciente. Otra restricción, es
que es desagradable decir todo lo que a uno se le ocurre. Hay algo que se torna
displacentero; la libertad asociativa en lugar de quedarse en el campo del principio
del placer (principio de no hacer nada, de hacer lo menos posible), pasa por vía de
lo displacentero al más allá del principio del placer.
Se produce un atravesamiento del ppio del placer y punto de caída de lo
displacentero, en el que el paciente va a preferir transgredir la regla fundamental.
Aparece una resistencia. Lacan sostiene que la regla fundamental ya implica
hacer un esfuerzo por parte del paciente “si quieres curarte hablá, ponete a
trabajar, acá no venís a hacer nada, venís a hacer algo y ese algo resulta
desagradable”. La única cosa que vale no es lo particular, es lo singular. La regla
fundamental quiere decir: “VALE LA PENA”. Hay que sudar un poco, vale la pena
errar a través de toda una serie de particularidades para que algo singular no sea
omitido para tocar algo de lo real del síntoma del goce.
Lacan en “la dirección de la cura” sostiene que el sujeto no sólo está restringido
por la sobredeterminación del inconsciente que sin duda lo oprime, sino que el
sujeto puede desembocar en una palabra libre y plena que sería penoso. Nada
más terrible que decir algo que podría ser verdad. Entonces, una restricción a la
libertad asociativa, en el campo de la neurosis, es que “uno no quiere saber nada
de lo verdadero” (el neurótico sostiene la duda y el sujeto supuesto saber y en el
psicótico mantiene una certeza que implica una verdad que posee el Otro)
La palabra libre puede conducir a una palabra plena que sería una palabra
verdadera, es decir, una palabra que no podría desdecirse, un punto de no
retorno. Una vez que fue dicha no se puede volver atrás. Lo dicho se transformó
en un acto. El neurótico prefiere no enterarse “cuando algo por ser verdad ya no
puede volver al terreno de la duda”. Para el psicótico la certeza es en referencia al
síntoma, no dudan y no vacilan sobre el mismo.
Otra restricción a la libertad asociativa es la transferencia que se manifiesta en el
análisis resistencia. Lacan sostiene que una cosa es decir y otra cosa es decirle
al otro. El Otro está encarnado en términos de una presencia y esto mismo se
transforma en una restricción. El sujeto establece una relación especular con el
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otro, relación imaginaria de yo a yo; lo que va a hacer la transferencia es hacer
aparecer al Otro de la transferencia.
Freud en “sobre la dinámica de la transferencia” plantea la transferencia como
aquella que implica investir libidinalmente a la persona del médico; esta
investidura reactualiza deseos inconscientes, clichés preexistentes. Mientras que
el enfermo lo vivencia como algo real, objetivo y actual, el analista realiza el
trabajo terapéutico de reconducción al pasado a través del recuerdo.
Freud en “Recordar, repetir, reelaborar” describe dos procesos psíquicos:
1. Hay casos en que lo olvidado es posible de recordar, en tanto se trata de
cierto bloqueo. Recordar algo que estaba reprimido.
2. Hay otros casos en que no es posible que se recuerde algo que ya nunca
pudo ser olvidado porque nunca fue consciente. ( Vivencias tempranas de
la infancia que en su momento no fueron entendidas) No se le puede dar
estatuto de olvidado y reprimido.
En estos casos el analizado no recuerda nada de lo olvidado y reprimido, sino que
lo ACTUA. No lo reproduce como recuerdo sino como acción. Lo repite sin saber
que lo hace. (Hombre de las ratas trata a Freud como Capitán Cruel / Dora cuando
se va de la sesión con Freud) Parte de lo reprimido vuelve vía la actuación, este
tipo de REPETICIÓN se manifiesta como un modo de RESISTENCIA. Cuanto más
se recuerda, hay menor resistencia, a mayor resistencia hay menos recuerdo, pero
hay mayor actuación y repetición. La repetición es la transferencia del pasado
olvidad. Lo que el sujeto REPITE es sus inhibiciones y actitudes inviables, sus
rasgos patológicos de carácter. Y además, en tratamiento repite todos sus
síntomas. Hacer repetir equivale a convocar un fragmento real objetivo, es decir,
que el paciente lo vivencia como efectivamente real y no como una construcción
de su fantasía. Esa neurosis que se ha producido en la primera infancia se sigue
reproduciendo en todos los ámbitos. El analista intentará mantener en el ámbito
psíquico, lo que quisiera descargar vía acción, mediante el recuerdo. El principal
recurso para domeñar la compulsión de repetición del paciente y transformarla en
un motivo para el recordar reside en el manejo de la transferencia. La
transferencia como palestra, donde tiene permitido desplegarse en una libertad
casi total. Y donde se le ordena que escenifique para el analista todo pulsionar
patógeno que permanezca escondido en la vida anímica del analizado.
El acto del analista tiene, entonces, dos vertientes:
- Una vertiente simbólica, interpretativa, que aporta un significante a la
cadena simbólica.
- El manejo de la transferencia. A la transferencia no se la interpreta, se la
maneja por vía del acto. Cualquier intervención del analista puede ser un
acto para el paciente. Es decir, que apunta a un decir pero sin palabras. Es
como decir “hoy no te acompaño a la puerta”. A este decir sin palabras, el
paciente lo transformará en palabras en su asociación.
El vencimiento de la resistencia comienza con el acto de ponerla en descubierto,
el analizado nunca la discierne y hay que comunicársela. Pero nombrar la
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resistencia no puede producir su cese inmediato, es necesario dar tiempo para
reelaborar, para vencerla. La reelaboración de las resistencias puede convertirse
en una ardua tarea para el analizado y en una prueba de paciencia para el
médico, no obstante, es la pieza de trabajo que produce el máximo efecto
alterador sobre el paciente. La reelaboración es lo que produce la mayor
posibilidad de cambios.
Freud realiza una distinción entre transferencia positiva (tierna y erótica, significa
que hay libidinización de los objetos) y negativa (hostil). La cara resistencial de la
transferencia refiere a la transferencia positiva erótica y a la negativa hostil.
En “puntualizaciones sobre el amor de transferencia” Freud va a desarrollar como
se debe trabajar con el enamoramiento de un paciente con el analista. Plantea tres
posibilidades: que se casen, que se separen abandonando el tratamiento o que
sean amantes. El enamoramiento existía de hacía mucho antes pero la resistencia
empieza a servirse de ese enamoramiento para inhibir la prosecución de la cura.
La resistencia aprovechará la declaración de amor, como medio para poner a
prueba al analista. Freud aconseja no responder a la demanda que se le ofrece ni
aceptarla y no exhortar a la paciente a sofocar lo pulsional a la renuncia y a la
sublimación. La cura tiene que ser realizada en abstinencia: esto no es, la
privación corporal o sexual del paciente, sino que hay que dejar subsistir en el
enfermo la necesidad y añoranza como unas fuerzas pulsionales de trabajo. Y
apaciguarlas mediante sus subrogados.
Freud dice que el analista no debe creerse que se enamoró de él, sino que el
analista es un subrogado de otro objeto (un objeto que está perdido). El analista
no debe desviar la transferencia amorosa pero tampoco corresponderle, sino que
retiene la transferencia de amor pero la trata como algo no real, como una
situación por la que se atraviesa en la cura, que debe ser reorientada a sus
origines inconscientes y permitirá llevar a la conciencia lo más escondido de la
vida amorosa del paciente.
Ese amor se compone por entero de repeticiones y calcos de reacciones
anteriores, incluso infantiles; consta de reediciones de rasgos antiguos y repite
reacciones infantiles. Pero lo que realmente diferencia el amor genuino del amor
de transferencia es que es: provocado por la situación analítica, empujado hacia
arriba por la resistencia, y carece de miramiento de la realidad objetiva.
Para el analista queda excluido ceder. La paciente tiene que aprender a vencer el
ppio de placer, a renunciar a una satisfacción inmediata (sublimar) no instituida
socialmente en favor de otra más distante.
Freud sostiene que la tarea médica entonces, es hacer consciente lo reprimido y
poner en descubierto las resistencias, y esto se realizará mediante el manejo de la
transferencia.
Lacan, a diferencia de Freud, no va a empezar por la transferencia como lazo
libidinal, sino desde el concepto de Sujeto Supuesto Saber, que sitúa como el
pivote de la transferencia. No comienza por lo libidinal, sino por el lazo simbólico
de un sujeto hacia Otro que sabe. El sujeto se dirige a otro en búsqueda de un
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saber que supone que tiene, es decir, al que supone que tiene la respuesta para lo
que le pasa. Ese “no sé qué decir” empuja a la búsqueda de ese otro que puede
ser que tenga el saber. En el SSS hay una vertiente imaginaria en relación a que
se le atribuye un saber, significa que el otro sabe, que el otro estudio, la vertiente
simbólica está en relación con el enigma, el qué. Es un significante que busca
sentido. El saber, el SSS, lo tiene el inconsciente del paciente, no el analista.
En “Inhibición, síntoma y angustia” Freud sostiene que la represión no es un
proceso que se cumpla de una vez para siempre, sino que reclama un gasto que
es permanente. La pulsión le exige al yo asegurar su acción defensiva. Esta
acción en resguardo de la represión se la denomina RESISTENCIA. Esta
presupone una contrainvestidura que son alteraciones del yo como formación
reactiva en el interior de yo. Por ejemplo, en la neurosis obsesiva, la
escrupulosidad, la pulcritud son exageraciones de carácter. Tanto las resistencias
como las contrainvestiduras hacen de obstáculo a la asociación libre. Freud
distingue cinco clases de resistencias del yo:
- La represión.
- Resistencia de la transferencia: se reanima como si fuera fresca una
represión que solo debía ser recordada.
- Ganancia de la enfermedad: ganancia primaria: un conflicto reprimido
desaparece, la enfermedad permite evitar el conflicto. Ganancia secundaria:
integración del síntoma en el yo. Se sirve de la enfermedad como punto de
anclaje en su vida para obtener otras ganancias.

Resistencias del Ello: compulsión a la repetición, más allá del principio del
placer.

Resistencias del Superyo: conciencia de culpa y necesidad de castigo. Se


opone al éxito y curación del análisis.

Técnicas auxiliares para la formación del síntoma:

Anulación: hacer desaparecer, no las consecuencias de un suceso, sino a


este mismo. En la neurosis obsesiva encontramos la anulación en los
síntomas en dos tiempos: donde el segundo acto cancela el primero como
si nada hubiera acontecido; cuando en la realidad acontecieron ambos. (En
el caso del H de R quitar una piedra para que al carruaje que llevaba a la
mujer no le pasara nada. Frente a esto, se vio obligado a volver a poner la
piedra en su lugar, por juzgar su anterior acción ridícula. Sacar y poner la
piedra expresan también esta fuerte ambivalencia hacia la amada: cuidarla
(amor) y destruirla (odio). Tales acciones obsesivas en dos tiempos, donde
el primero es cancelado por el segundo, es típico de la neurosis obsesiva, y
expresan el amor y el odio, dos mociones de intensidad casi igual. El
paciente no ve la relación entre ellas y las justifica mediante una

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RACIONALIZACION Deuda y culpa en la obsesión. Duda y postergación de
la decisión)

Aislamiento: Tras un suceso desagradable se interpola una pausa, en la


que no se hace ninguna percepción ni se ejecuta acción alguna.
En la histeria sería la amnesia, en la NOB se aísla, es decir, que la vivencia
no es olvidada como en la amnesia, sino que se la despoja de su afecto y
sus vínculos asociativos son suspendidos.
Tres definiciones de lo real

El acto del analista consiste en no admitir que la significación que el


significante no entrega venga a ser llenada con otros significantes u otras
significaciones que se proponen en sustitución de la significación que falta.
El análisis aísla el significante, lo empuja hacia lo real, lo fuerza a mostrar
que el efecto inconsciente que ejerce sobre el sujeto es anterior y exterior al
campo de la significación. El significante no opera en lo real porque tenga
un sentido, sino porque justamente no lo tiene.

- Lo real es lo que retorna siempre al mismo lugar: distinguir lo real de la


realidad. Esta definición de lo real implica una connotación expulsiva: lo que
retorna no lo hace a la realidad, sino que vuelve a donde el sujeto no puede
percibir lo que le concierne. Si el objeto a tiene algo de real es en tanto está
afuera de la realidad, como su marco como su sostén. Un real que no
puede dialectizarse, ponerse en cadena; es un resto que insiste, que no se
agota. o real no retorna a la realidad justamente porque hay algo que
siempre queda por fuera, no se puede dialectizar ni enganchar en la cadena
de significantes. Es ese resto que insiste y que lleva a la compulsión, a la
repetición.

- Lo imposible como modalidad lógica: habla del síntoma tratando de


solucionar lo imposible. Esa imposibilidad es la no relación sexual, la no
complementariedad a partir de que el sujeto ingresa al mundo del lenguaje
y algo se pierde ahí para siempre. El campo de la realidad, es la del
fantasma, trata de ubicar que todo es posible, es decir, desentenderse de la
castración. Pero en el síntoma hay una modalidad lógica de goce que
insiste y que retorna desde lo real.

- Y el síntoma es lo que viene de lo real: dice que el síntoma le sirve a lo real


para expresarse a través de él, que allí hay un goce del significante en lo
real, en el sin sentido. Por eso dice que el síntoma es una referencia clínica
fundamental, también plantea lo real como lo incurable del síntoma ya que
el sujeto no puede dejar de ser hablante y la pulsión nunca se va a colmar;
por eso no hay sujeto sin síntoma. Siempre va a haber algo que insista por
tramitarse, que es este real que queda por fuera del mundo simbólico.

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Unidad III: Las elecciones del ser hablante

Freud en la Conferencia n°23 plantea que el síntoma es la práctica sexual de los


enfermos. Sostiene que un síntoma es un modo de satisfacción de la temprana
infancia que retorna de modo condensado y desplazado. Mediante este, se
accede al sentido profundo de la vida sexual. Los síntomas son actos
perjudiciales, inútiles para la vida, conllevan displacer y sufrimiento para el sujeto;
se produce un importante gasto anímico que, como consecuencia, produce el
empobrecimiento de la persona. Freud sostiene que el síntoma no es algo que se
produce de una vez, sino que requiere de un cierto recorrido para que se
produzca. Primeramente, la libido es algo que busca su satisfacción que insiste en
sentido inverso al del deseo. Un deseo es el anhelo de una satisfacción pero no la
satisfacción en sí, en cambio la libido si o si se tiene que satisfacer; pero se
encuentra con una frustración, no hay el objeto que colme la satisfacción (esa
satisfacción se ve frustrada por estructura). Durante la sexualidad infantil la libido
va en búsqueda de objetos en los cuales no se puede satisfacer: hay un intento
pero hay una frustración. Por lo tanto, buscará la satisfacción de otra manera y se
producirán lo que Freud denomina puntos de fijación: son marcas, huellas,
inscripciones en las cuales la libido pudo satisfacerse. La libido encontrará los
puntos de fijación mediante las fantasías, estas son las marcas de esos puntos de
fijación. Todos los objetos y orientaciones de la libido resignados no lo han sido
por completo, sus retoños son retenidos con cierta intensidad en la fantasía. La
libido no tiene más que volver a las fantasías para hallar el camino a cada fijación
reprimida. Estas fantasías tienen cierta tolerancia para el yo, si la libido
sobreinviste de manera intensa las fantasías desarrolla un esfuerzo orientado
hacia la realización. Esto produce inevitablemente un conflicto entre estas
fantasías y el yo. Por lo tanto, se reprimen las fantasías y la libido vuelve a migrar
hasta sus orígenes en el inconsciente, hasta sus propios lugares de fijación. Y
están dadas las condiciones para la formación del síntoma. Los síntomas
entonces, crean un sustituto para la satisfacción frustrada por medio de la
regresión de la libido a épocas anteriores, el síntoma repite aquella modalidad de
satisfacción de la temprana infancia de un modo desfigurado. La importancia de la
fantasía en la formación del síntoma es que posibilita que la libido encuentre el
camino regresivo hacia los puntos de fijación, de los que se vale para formar el
síntoma. El síntoma se produce como una solución de compromiso por un
conflicto entre pulsión y defensa. Freud sostiene que la enfermedad aporta una
satisfacción, es una solución, implica un beneficio que viene a solucionar una
situación que ha quedado inconclusa: la insatisfacción de la libido. El síntoma
busca satisfacer la libido insatisfecha, pero por otro lado, busca lograr una
satisfacción que está más allá del principio del placer (pulsión de muerte),
necesidad de castigo que también halla satisfacción en el sufrimiento y la
desgracia. Freud articula un masoquismo originario, Superyo y pulsión de muerte
que también está alojada en el síntoma. Esto se evidencia en la dirección de la
cura en la reacción terapéutica negativa, cuando el paciente entra en tratamiento,

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empeora. Freud sostiene que se elige enfermar para seguir gozando de una libido
que está insatisfecha pero también, de una necesidad de castigo.
Síntoma desde Lacan es lo más cercano a la división subjetiva, es una suplencia
de la no relación sexual. El síntoma como nombre de la división, en las tres
estructuras. Por eso el síntoma es por excelencia el partenaire del sujeto. Es un
saber hacer ahí con respecto a la castración del otro, al deseo del otro. Por eso, al
no haber relación sexual, el partenaire del sujeto es el síntoma y no el otro. El
síntoma es algo que señala algo: como un sujeto que sabe que eso le concierne,
pero que no sabe lo que es. El síntoma queda constituido sólo cuando se
percatada de él, porque por ejemplo, hay formas de la neurosis obsesiva donde el
sujeto no sólo reparo de sus obsesiones sino se las ha apropiado como parte de
su personalidad. La tarea del análisis entonces es que se constituya en su forma
clásica, que el sujeto de cuenta de su extra-territorialidad. Es decir, es necesario
que el síntoma salga del estado de enigma que aún no estaría formulado, pero el
paso no es que se formule algo, sino que en el sujeto se le sugiera que hay una
causa para eso. Tan sólo de esta manera se rompe la implicación del sujeto con
su síntoma, esta operación es necesaria para que el sujeto sea abordado por el
psicoanálisis. El síntoma está condicionado por la forclusión generalizada, es
decir, no hay relación sexual, cada sujeto inventa o adopta un reemplazante, algo
que está en el lugar de la relación vacía, en el lugar donde el partenaire falta. Esto
quiere decir que no hay sujeto sin síntoma en la medida en que la función del
síntoma es hacer de prótesis a la forclusión del sexo.
Hablar de un síntoma implica entonces, hablar de una situación de conflicto,
donde el sujeto tiene cierta participación en el sostenimiento del mismo. Hay una
articulación de una concepción determinista del sujeto y el campo de lo electivo.
Freud sostiene que el sujeto está sobredeterminado, la historia va dejando
marcas, huellas que son inconscientes que determinan producciones posteriores,
pero también determina la estructura del sujeto. A esa determinación se le suma la
elección del sujeto, hay una participación (implicación) del mismo. Entonces hay
algo que no se elige, que se inscribe de determinada manera, que es del orden del
significante, de lo simbólico como también modos de satisfacer las pulsiones. Pero
también está el campo de la respuesta subjetiva: una defensa que deniega, que se
opone a cierto modo de satisfacción. No hay uno sin el otro, tenemos una pulsión
pero tenemos una respuesta subjetiva.
Lombardi en “Predeterminación y libertad electiva” plantea que el psicoanálisis
implica no sólo el sujeto del inconsciente, sino también el del ser hablante en tanto
es capaz de elegir. El psicoanálisis se propone determinar aquello que no
podemos elegir, lo inexorable, la estructura, las imposibilidades que entraman
nuestro real. Pero también, nos muestra que en los intersticios estructurales de lo
que no podemos cambiar de lo incurable existe otra opción.
Hay dos reales en juego: lo real irremediable y lo real del acto de elegir que se
apoya en el primero. Lacan sostiene que el acto psíquico (instancia electiva) se
apoya en la producción de un incurable. El psicoanalista no se ocupa de los

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síntomas para constatar lo que tiene de repetición automática, sino para discernir
en aquello que se repite otra posición subjetiva, otra satisfacción posible.
La noción de conflicto da cuenta de que la esencia de la neurosis es una dificultad
concerniente a la elección. La neurosis es consecuencia de que el ser hablante
pudiendo optar no lo hace. Luego, el síntoma se consolida como formación de
compromiso entre partes del ser que negocian entre ellas para obtener cada una
su satisfacción parcial.
Colette Soler plantea que la causa ocasional de la neurosis en sí misma es un
problema de elección: elección que el sujeto debe hacer (H de R) o que el sujeto
intenta imponer al otro (Dora). La diferencia se da conforme a la intrasubjetividad
obsesiva y la intersubjetividad histérica. En ambos casos, el sujeto retrocede ante
una alternativa que remite a otra alternativa, a otra elección infantil. Hay un
rechazo a elegir, un rechazo a renunciar a uno de los dos. La neurosis es un
conflicto entre pulsión y defensa. La solución neurótica es una solución de
compromiso, es querer ganarlas todas: el síntoma satisface las pulsiones a pesar
de las prohibiciones que también satisface. “Elección de la neurosis” es “elección
sobre el goce”, es un sujeto determinado por una elección: por la elección de la no
elección. Es un sujeto que ha rechazado elegir entre pulsión y defensa. ¿De qué
depende que sea NOB, histeria o fobia? Depende del tipo de defensa. Lo
reprimido es idéntico en todas las neurosis, en todas se encuentra una defensa
contra los contenidos edípicos, motivada por la angustia de castración (pulsión y
angustia de castración quedaría del lado de lo universal). El común denominador
para estos tipos es el enigma del deseo del Otro, eso que se escribe como la
tachadura del Otro. Esto significa que es una estructura que no da garantía de sí
misma, pero también que es incompleto. En ese lugar de incompletud se presenta
la oportunidad que ese Otro desee y además de desear que ese Otro obtenga un
goce. ¿Qué me quiere? ¿Qué quiere de mí? En términos de qué desea de mí
y qué soy yo como objeto para ese otro. Entonces ese enigma del deseo de
Otro produce angustia y así la NOB y la histeria conforman modos de tramitar esa
angustia.
Lacan plantea que hay cierto vínculo entre la defensa y la posición del sujeto. En
la histeria el sujeto asume su división, se vale de su división para exigir que
aparezca la división en el Otro. Este Otro se lo supone como completo y en tanto
es completo su trabajo es descompletarlo, causar una falta, hacer que el Otro sea
deseante. El sujeto se presenta como un objeto que se sustrae, el beneficio de la
sustracción es que produce un vacío en el Otro, provoca la falta en el mismo.
Necesita de otra falta para obturar la suya, es entonces la falta del deseo lo que
viene al lugar del objeto. Se sustrae para provocar la falta en el Otro, pero al
mismo tiempo, se priva de eso. Se ubica en ese lugar, pero no.
En la NOB, el sujeto se asegura de que no haya lugar para el vacío, busca obturar
la falta en el Otro. Es Otro cuya inconsistencia está oculta (está velada la falta).
Busca obturar la falta transformando el deseo en demanda, ese enigma del Otro
es sustituido por una demanda del Otro “el Otro quiere esto de mí” (H de R cuando
le responde a Freud por sus vivencias sexuales infantiles en la asociación libre:

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Freud quiere esto, “yo soy el mejor paciente”) “Si el Otro quiere esto de mí” el
sujeto se pone a trabajar en eso, trabajando infinitamente para cubrir la falta y
siempre siendo recompensado por la insatisfacción del Otro (deseo imposible). En
todos los síntomas obsesivos encontraremos la obtura de la falla del Otro, el no
poder soportar que al Otro le falte algo, a complementar al Otro y hacer que no le
falte nada.
En el historial del Hombre de las Ratas ubicamos, desde el texto de Lombardi,
tres momentos electivos:
El primer momento es a sus cuatro o cinco años con su gobernanta. Pide
autorización para deslizarse bajo su falda, a partir de allí queda para él una
curiosidad ardiente. Todo esto precede el momento de constitución del síntoma
primario: la idea obsesiva de que sus padres adivinarían sus pensamientos.
El segundo momento electivo fundamental, es el desencadenamiento de la
neurosis. Se desencadena de modo clínicamente manifiesto en el momento en
que quiere elegir mujer: elegir entre la mujer rica (como su padre) o por su amada
pobre. Elige no elegir y enferma a causa de eso. La imposibilidad de elegir NO es
consecuencia de la enfermedad, sino que la ocasiona.
En tercer lugar, su síntoma fundamental es también una cuestión de elección:
duda que marca sus pensamientos y acciones, que es la percepción interna de la
irresolución.
OCASIONAMIENTO: el encuentro con el Capital Cruel y la representación que se
le viene a la mente. H de R se encuentra en un alto de la marcha se sienta a
almorzar al lado de un Capital que él ubica como cruel, quien relata un modo de
tortura con ratas que se meten en el ano. En ese momento, le asalta al H de R la
representación de que eso le puede suceder a un ser querido, que después
resultan su padre y su amada. A él no lo desencadena el relato, sino la irrupción
de la representación.
DESENCADENAMIENTO: momento electivo: elige no elegir entre mujer rica y
amada pobre.
En el ocasionamiento de la enfermedad también se puede ubicar cierta elección
del sujeto. H de R sabía que el Capitan era un amante de la tortura y sin embargo,
elige sentarse al lado de él. Las contingencias a veces son contingencias, pero a
veces uno va en busca de ellas. Por otro lado, la elección de Freud como analista
no es inocente. Luego de unas sesiones el H de R confiesa que creía que Freud
era hermano de Leopold Freud el asesino serial. No elije solo el analista desde el
lugar de saber (por el texto psicopatología de la vida cotidiana) sino también en
referencia al significante criminal que posee un recorrido singular en el historial.
A modo de síntesis, Freud es determinista, pero también da lugar a la elección, en
“la elección de la neurosis” sostiene que todos los mecanismos de represión,
desestimación, etc, son mecanismos de respuesta del sujeto ante lo que Freud
denomina angustia de castración o lo que Lacan ubica como el encuentro con la
falta del Otro. Esto sería un Universal para todos, ante ese punto de angustia el

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sujeto responde electivamente. No elegimos la angustia de castración ni elegimos
la falta del Otro, eso nos viene del Otro. Pero cómo respondemos de una manera
singular si es una elección.
En el caso de la psicosis, no necesariamente cuando hablamos de forclusión del
NP se corresponde a algo que viene de afuera necesariamente: que no vino, que
no hubo padre etc. Sino que se plantea que podría ser una posición de rechazo al
mismo.
Lacan explicó la constitución del sujeto en dos etapas electivas, a las que llamó
alienación y separación. En la primera se trata de elección forzada, en la segunda
no. ¿En qué consiste la alienación para Lacan? Se trata de un forzamiento que
está ya en el origen de la estructuración del parlêtre en tanto sujeto: el sujeto es lo
que un significante representa para otro significante. Tal es la definición lacaniana
de la alienación constitutiva del sujeto. Siempre el elegir está determinado,
acotado. Esta noción de elección se apoya en lo que denomina proceso de
alienación. Este proceso implica que, para que se produzca un sujeto, primero ha
de alienarse en el campo simbólico, primero ha de producirse como un efecto de
lo simbólico. Esa elección que sería la aceptación de la elección, implica para
Lacan una elección forzada. O me alieno al Otro o me muero. La salida a esa
alienación es el momento de separación, cuando el sujeto encuentra que el Otro
no tiene todos los significantes, cuando aparece algo del orden del deseo en el
Otro de la falta. El sujeto se agarra de la falta del Otro para salir de ese binario S1,
S2, de ahí que el deseo del sujeto es el deseo del Otro, el sujeto toma como suyo
ese deseo y se separa.

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Unidad IX – fantasía, realidad y realidad.
En la teoría de Freud se produce un desplazamiento entre la vedad, la verdad
verdadera y la realmente acontecida, la realidad compartida por todos. En la carta
69 le dice a Fliess “mis histéricas me mienten”, produciendo un pasaje de lo
vivenciado a la fantasía, a lo que tiene valor de verdad para un sujeto en
particular. No importa si aconteció o no, sino cual es la escena fantaseada.
Freud en “mis tesis sobre el papel de la sexualidad en la etiología de la
neurosis” sostiene que los síntomas histéricos son efectos persistentes de
traumas psíquicos, particulares condiciones impidieron la elaboración consciente
de las masas de afecto y por eso se facilitaron una vía anormal en la inervación
corporal (conversión, etc.). Los traumas sexuales infantiles fueron sustituidos por
el infantilismo de la sexualidad. La eficacia patógena de una vivencia está sujeta a
una condición: resulta intolerable al yo y se pone en juego el mecanismo defensivo
que genera la escisión psíquica. Si la defensa prevalece la vivencia intolerable es
arrojada al inconsciente, pero hay casos en que regresa a la consciencia por
medio de síntomas: la enfermedad corresponde al fracaso de la defensa. Por lo
tanto, no importaban las excitaciones sexuales que un individuo hubiera
experimentado en su infancia sino su reacción a esas vivencias, es decir si había
respondido o no con la represión.
En “las fantasías histéricas y su relación con la bisexualidad” sostiene que en
vez de existir una etiología traumática ocurre una etiología fantasiosa. Va a situar
tres momentos distintos:
- Autoerotismo: destinado a ganar placer en una zona erógena donde no hay
fantasía.
- Masturbación: se anuda a una fantasía. Se produce una soldadura entre dos
componentes: la convocatoria de la fantasía y la operación activa de
autosatisfacción.
- Se resigna la masturbación y queda la fantasía, que deviene inconsciente. El
problema es que esta queda como no ligada y si no se anuda a otro modo de
satisfacción, si la persona no consigue sublimar su libido, desviar la excitación
sexual hacia una meta superior, están dadas las condiciones para que la
fantasía inconsciente se prolifere y abra paso como síntoma patológico.
El síntoma histérico se produce por una soldadura entre un síntoma corporal pre-
existente y el significado sexual que le proporciona las fantasías. La fantasía no
es el síntoma, no es tampoco la pulsión, no es la satisfacción erótica pero esta
soldada a cada uno de ellos.
Freud sostiene que no es el autoerotismo el que queda como causación de la
neurosis, sino esa fantasía no ligada, que las va a llamar nódulos.
Las operaciones de conceptualización de las fantasías tienen que ver con ese
agujero con el que se enfrenta Freud, con ese agujero que no adviene al
recuerdo, como el límite, como la represión primaria. Allí sitúa a la fantasía. Lacan

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sostiene que lo real no puede ser simbolizado, es decir que es otro modo de
pensar la represión primaria.
En ese punto irreductible de lo real nos encontramos con las fantasías, que tiene
que ver con algo sexual, eficaz y traumático. Lacan no lo va a llamar fantasía, sino
fantasma. Por entrar al lenguaje, algo siempre se pierde y la fantasía viene a
cubrir esa falta. Permite la posibilidad de que algo ocurra sin la necesidad del
acontecimiento real (sin poner en juego el acto). La fantasía no es interpretada,
sino construida, no debe interpretarse en tanto no está en lugar de otra cosa, sino
que está allí para velar la falta: nos preserva de la angustia que genera el enigma
del deseo del Otro. La fantasía suple la ausencia de un objeto adecuado y
predeterminado para la pulsión (no hay relación sexual), el objeto está perdido y la
fantasía viene a posibilitar la relación del sujeto con él y los objetos, favoreciendo
cierta satisfacción sexual que nunca es total. La fantasía a diferencia del trauma
(sujeto como víctima) ubica al sujeto como participante, lo implica. Cuando algo
del velo falla, aparece el objeto, se presentifica la falta y adviene la angustia como
afecto verdadero.
El fantasma para Lacan, es una trama simbólica imaginaria de realidad subjetiva
que organiza la relación del sujeto con los objetos en la satisfacción.

La fantasía en el neurótico es perversa y es siempre masoquista. Freud en “Pegan


a un niño” apunta al corazón estructural de la fantasía. Va a ubicar tres fases:
- “Pegan a un niño”: un padre pega a un niño odiado por mí: puede ser un
hermano, un rival, etc. La fantasía es sádica, pero el niño está como
observador. Pega a otro, me ama sólo a mí. Por lo que sobreviene el
sentimiento de culpa y se convierte en la segunda.
- “Yo soy azotado por mi padre”: No, no te ama, por eso te pega. Esta fantasía
pasa a ser la expresión directa de la conciencia de culpa ante la cual sucumbe
el amor del padre. Es la conciencia de culpa la que transmuta el sadismo en
masoquismo. Ahí hay satisfacción sexual y posee carácter masoquista. Es la
fase más importante, ya que nunca fue real. En ningún caso es recordada,
sino que se trata de una construcción en análisis.
- “Los niños son pegados”: adultos golpean a niños: el sujeto posiblemente está
mirando. El niño es reemplazado por LOS niños y el padre por los educadores.
La fantasía es portadora de una excitación sexual intensa y vuelve al sadismo.
Ese “yo soy azotado por mi padre” ubica una satisfacción de tipo masoquista como
el axioma del fantasma, “ser pegado” es un modo de variación de ser satisfecho
sexualmente por el padre.
“Pegan a un niño” no es sólo una matriz de significación sino que organiza la
realidad de los sujetos, articula la vida a un modo particular de goce. La
transmutación del sadismo al masoquismo parece acontecer por el influjo de la
conciencia de culpa que participa en el acto de la represión.

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Sachs, H “génesis de las perversiones” plantea que “pegan a un niño” hay un
elemento constante en las tres fases: la representación de ser golpeado y a esta,
se anuda el placer perverso que conduce de manera casi compulsiva al onanismo.
Freud llama perversión es el predominio de una pulsión parcial desarrollada con
suma intensidad, que en lugar de satisfacerse en el placer preliminar, traslada el
primado que tiene lo genital en el desarrollo normal a otra zona erógena que no
concuerda con ese fin sexual. El carácter grotesco y bizarro de algunas
perversiones se debe a que se trata de un fragmento aislado proveniente de las
vivencias infantiles y las fantasías; separado de su contexto y por lo tanto
incomprensible tanto para el perverso como para otros.
Lombardi en “En empleo fundamental de la fantasía en la neurosis” plantea el
“análisis” como aquello que significa desintegración, desintegración del síntoma en
los elementos simples. En el trayecto del análisis que va desde los síntomas a las
pulsiones se interponen las fantasías, viene al lugar de la articulación entre
síntoma y pulsión.
El análisis da cuenta que para el sujeto realidad y fantasía coinciden. El
psicoanálisis permite constatar que la relación sexual no existe y que mismo la
mujer está fuera de la significación fálica. Esto permite dar cuenta de un real con
el que se tiene que lidiar en el psicoanálisis pero en verdad cada ser hablante.
Porque es un ser hablante, entre el sujeto y su partenaire, se levanta un muro de
lenguaje que no permite “entenderse” con el Otro sexo y entonces, sólo podemos
“malentendernos”. Por malentendido, el inconsciente funciona como enlace con el
Otro, como discurso del Otro.
La fantasía entra en acción porque el inconsciente (esa red infinita de mal
entendidos) permite ubicar el lugar del partenaire un objeto que es una parte de sí
mismo, de su cuerpo, alrededor de la cual la trama de equívocos del inconsciente
se organiza.
En la fantasía el sujeto se identifica inconscientemente con el objeto a (objeto
perdido, que colma) el velo permite la identificación, permite no ver lo que ese
efecto a tiene de real, de angustiante, de causa del deseo del Otro. La angustia
señala una ruptura de identificación con el objeto a, es un encuentro con el objeto
a. La angustia es señal de la presencia estructural como efecto del lenguaje de
ese objeto que usualmente el sujeto no ve porque se identifica con él, mira desde
él. La angustia lo despierta en presencia de un deseo en el Otro, un deseo que
siente como amenazador sino lo puede reducir a una demanda de amor o
reconocimiento. En el acto el objeto ya intervino como causa de deseo, es una
causa que ya no angustia, sino que impulsa al sujeto al encuentro con el Otro
(acto) o el rechazo del Otro (pasaje al acto).
La fantasía permite al neurótico sostener su deseo, pero sostenerlo como inhibido,
como no realizado por identificación con un objeto a que se define por no
satisfacer una demanda.

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¿Por qué el neurótico hace equivaler el objeto a con la demanda? Porque de ese
modo evita la angustia, la certeza de la angustia con su inminencia de acción
específica.
Pasar a la acción requiere que el objeto a intervenga de otra manera, bien distinto
al de la fantasía: ya no como sostén neurótico de un deseo inhibido, sino como
causa de un deseo en el Otro. Interviene entonces como objeto separador entre el
viviente y el Otro, entre pulsión y deseo.
Hablar de síntoma en el final de análisis es hablar de lo insoportable, de lo
imposible de asimilar, de lo que no encuentra en el Otro ni siquiera el eco de
deseo o disgusto que si encuentra en la fantasía. El “atravesamiento del fantasma”
es la asunción castrativa, que aún si tiene efectos irreversibles no asegura que el
analizado no vuelva a su realidad enmarcada por la fantasía.
Tanto el síntoma como el fantasma, son respuestas frente a la angustia, falta,
barra, deseo, del Otro. Son distintos modos de respuesta. En el caso de la
psicosis, la estructura fantasmática no tiene la firmeza que tiene en la neurosis.
Entonces psicótico, siempre es alguien que se encuentra más abierto al
encuentro con lo real, a la sorpresa, un sujeto que se sorprende más. Lacan, los
comienzos pensaba la psicosis desde el lado de la falta, falta la inscripción del
scante fundamental NP, e los finales de su obra va a entenderla en cambio como
un plus de libertad, que no tiene el neurótico.

En “El trauma” Colette Soler plantea que cuando hablamos de trauma hablamos
de una irrupción violenta de un real que cae bajo el individuo, un real imposible de
anticipar, e imposible de evitar. Se produce una irrupción violenta de dolor y
sufrimiento. Están los traumas que implican al Otro, su voluntad de goce, pero
también catástrofes naturales donde no hay incidencia del Otro.
La autora se va a preguntar ¿por qué ahora hay más sujetos traumatizados? Y va
a decir que sucede porque el Otro cambió. Uno hace una definición de sujeto
partiendo de la base de que el mismo se produce en el campo del Otro, de
acuerdo a este Otro va a ser diferente el sujeto que tengamos. Siempre va implicar
alguna variación.
Hay un momento mítico en el que el Otro está completo, en ese momento es
sujeto está completo también. Cuando el sujeto ve la barra en el Otro, queda
también barrado. Queda como residuo el objeto a y del otro lado la fórmula del
fantasma.
En psicoanálisis no se habla de trauma sino de fantasía y síntoma ya que ante el
trauma no hay responsabilidad subjetiva. El discurso del trauma es un discurso
que “inocente” a la víctima.
En la actualidad no es que hay mayor traumas, que se han proliferado, sino que
los recursos de los sujetos se presentan ahora más débiles, los discursos que
regulas los lazos sociales no logran, como lo hacían anteriormente, hacer de

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pantalla a lo real. Es como hubiera otro menos consistente. El discurso que es
algo que siempre viene del Otro no permite dotar de sentido eso que pasa, y al
tambalear ese discurso aparecen más traumas, se pierde el sentido. Cuando el
Otro es más inconsistente y no propone ya significaciones tan estables ni
compartidas que ordenen los lazos entre los sujetos, y que queden de ese modo
protegidos frente a ese real que irrumpe hay mayor cantidad de traumas. Cuando
el discurso pierde esa consistencia, esa pantalla se agujerea, lo que CS va a amar
trou-matisme (agujero-traumático-demasiado traumatismo-exceso de real
amenazante).
Para la autora el traumatismo en su impacto, lo puro real, no tiene nada que ver
con el sujeto. Ahí no es la atribución subjetiva, sino las secuelas que deja el
trauma en cada sujeto. En análisis hay que buscar, no la dimensión del trauma
sino como responde el sujeto a él. No es necesario que sea El trauma, sino a
veces es una escena mucho más nimia.

Unidad V: El síntoma en los diferentes tipos clínicos- diagnósticos


Pensar en un método clínico es que, a partir de un diagnóstico, puede inferirse
cuál va a ser el tratamiento. Pero en el caso de la clínica psicoanalítica no
solamente vamos a poder inferir cual es el tratamiento posible a partir del
diagnóstico, sino pesquisar la aptitud del paciente para el tratamiento como así
también la aptitud del analista para diagnosticar. Y que el síntoma sea asequible a
los medios que se disponen, es decir, que el padecimiento pueda ser trabajado vía
la palabra.
Si bien, neurosis, perversión, psicosis, fenómenos psicosomáticos y otros,
podemos articularlos a la dimensión traumática del significante, hay modos de
estructuración misma del síntoma que determinan intervenciones diferentes.
El analista, se maneja con un diagnóstico hipotético, presuntivo, ya que es
necesario ver cómo se despliega en transferencia la relación del sujeto con el otro
para poder concluir en un diagnóstico, y para ello se requiere de tiempo.
Muchas veces, se pide desde el inicio en obras sociales, etc. Que se realice un
diagnóstico en la entrevista de admisión. El diagnóstico consiste en poner un
rótulo, una marca. Es decir, hay un nexo entre diagnosticar y clasificar. Desde el
psicoanálisis ubicamos las tres estructuras: neurosis, psicosis y perversión y ellos
serían tres “cajones” pero hay algo ficcional en las clasificaciones. Cuando
decimos “tal es un neurótico” hemos aplastado con ese rótulo todo lo que es del
orden de lo viviente y de su singularidad. Entonces lo importante de la clasificación
es esta relación entre lo simbólico (la clasificación) y del orden de la naturaleza,
del goce que queda absolutamente aplastado por lo simbólico.
La noción de transferencia desde Freud, divide la neurosis de la psicosis.

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El diagnostico desde el psicoanálisis implica la no clasificación del síntoma a partir
de un saber exterior, sino que se basa en la perspectiva del sujeto y en su
participación en la producción del síntoma. La ventaja del diagnóstico es que
permite ubicar la participación inconsciente del sujeto en la reacción y sostén de
su síntoma, la cual es distinta en cada estructura. Esa posición es la que permite
orientar la intervención analítica.
El diagnóstico no es una mera ubicación clasificatoria sino un PROCESO en el
que el paciente cambia su posición en su padecer. El síntoma importa en tanto
entra en la trama discursiva transferencial, apunta a decir el padecimiento a otro.
El síntoma sirve como señal de la estructura. Ubicar la estructura en el proceso
diagnóstico permite definir la dirección de la cura y la posición del analista.
El diagnóstico es un instrumento que revela la implicación causal del sujeto en la
producción del síntoma, lo extrae de su implicación alienada y la determinación de
su participación conlleva efectos terapéuticos. La implicación causal del sujeto
es el momento y la operación en que el sujeto advierte que hay una causa cuyo
resultado es el síntoma y que esa causa le concierne vislumbrando su
participación en la producción de ese resultado.
El efecto terapéutico característico del tratamiento psicoanalítico es la
transformación por la que el sujeto comienza a responsabilizarse de su situación y
de la división que, por falta o exceso de satisfacción, encuentra en su síntoma.
Hay distintas formas de posicionarse respecto de la demanda: padecer, repetir,
transferir, actuar, etcétera, el deber del analista consiste en permitir un cambio en
la posición del sujeto. El proceso se debe a que el analista se ubica en el campo
transferencial del paciente para hacer posible desde allí una manifestación más
nítida del síntoma y ante esa manifestación un cambio de actitud del paciente ante
su propio padecimiento. La localización del analista no como aquel que tiene el
saber sino como aquel que se ubica en el campo transferencial.
Lacan en “los problemas cruciales para el psicoanálisis” sostiene que ser
psicoanalista es estar en una posición responsable, en tanto a él se le confía la
operación de una conversión ética radical: introducir al sujeto el orden del deseo.
Hay dos posiciones fundamentales:
 El significante, a diferencia del signo, es lo que representa el sujeto para
otro significante.
 El sujeto supuesto saber.
El psicoanalista es llamado al estatuto del saber cómo siendo Sujeto Supuesto
Saber. Pero lo que él tiene que saber no es del orden de la clasificación, del saber
general, del silogismo, sino que, lo que tiene que saber es definido por ese nivel
primordial donde mediante la operación del analista, puede articularse en el sujeto
un “yo no sabía”. El síntoma, por ejemplo: la tos de Dora, tiene función
significante, en tanto, vale por el significante, hay algo ahí que se sabe pero no se
sabe que se puede hacer saber.

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EL síntoma es ese modo a través del cual el neurótico posibilita la realización de
su deseo. Pero, lo que el análisis intenta es lograr que ese deseo que se realiza
vía el síntoma se realice de un modo menos sufriente. En este sentido es que se
habla de conversión ética radical. Hay que llevar al sujeto de ese “yo no sabía” a
ese “yo no sabía que ese significante que estaba allí, que ahora reconozco, estaba
allí donde yo era como sujeto”. Me representa este significante como sujeto para
otro significante que está en falta, entonces se comienza la asociación libre para
intentar encontrar y llenar ese significante que está en falta. Pero hay algo que
está reprimido y por más que se asocie siempre va a haber una falta.
En la neurosis el sujeto no llega a saber, sabe que hay algo oculto enigmático,
pero él no tiene la clave para ese desciframiento, por eso recurre a Otro, a esa
función de sujeto supuesto saber.
En la psicosis el significante parece hacerle signo al sujeto, hace signo de que eso
le concierne completamente y esto le produce certeza, la certeza de que en
alguna parte se sabe lo que quieren decir esos signos, pero que el no tiene ese
saber, es ese Otro el que lo sabe.
En la perversión, el síntoma es algo que se sabe, un modo de gozar pero que no
se puede hacer saber, que no es transmisible ese hacer gozar. El deseo se supera
en la dimensión de un secreto poseído: un secreto de cómo hacer gozar donde el
otro siempre va a estar en lugar de objeto de su goce.
En las tres estructuras hay un saber que hay que descifrar, un saber que tiene el
Otro, la certeza de que el Otro tiene el saber y yo no puedo acceder y que hay un
secreto que no se puede saber.

Universal, particular, singular


Lo universal es que a todos nos afecta el lenguaje, estamos alienados por el
significante y ese modo de alienarse en el significante posibilita una estructura. Lo
particular es el tipo clínico: neurosis obsesiva, histeria, fobia, psicosis y perversión.
Lo singular es el síntoma, no en sí mismo, sino en su modo de satisfacción. El
síntoma en sí mismo será, para el H de R, un síntoma obsesivo, sin embargo, las
ratas no significarán lo mismo para H de R que para otro sujeto, la rata es el
elemento singular que Freud aisló en relación a cierto goce del paciente.
En el diagnóstico cada uno de los elementos que uno va a clasificar son
singulares. Pero lo singular es tan singular que no entra en ningún conjunto, en
cambio, lo particular siempre forma parte del universal. Esta dimensión de la
singularidad que le da especificidad a la clínica analítica sostiene que no podemos
plantearnos recetas para atender, por ejemplo, a los neuróticos obsesivos; sino
que nos vamos a encontrar con una singularidad en cada caso. La intervención del
psicólogo es tocar esos puntos de la singularidad. Toda clasificación
necesariamente deja fuera la singularidad, porque sino no se podría clasificar.
Pero es necesario tener en cuenta que la misma es una ficción simbólica, no es
algo que de por sí identifica al sujeto. Nada cambia su singularidad del goce. Los

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psicoanalistas en su operación diagnóstica pendulan entre la lógica del “para
todos” del universal, es decir de lo que va del Universal y Particular a una lógica
del “uno por uno”. No tenemos que ser fanáticos de la lógica clasificatoria ni de la
lógica del “uno por uno” sino que se trata de soportar ese movimiento pendular: el
movimiento de lo particular a lo singular. Sin embargo, podemos ubicar que el
“para todos” puede ser tranquilizador, el neurótico busca de algún modo ser un
particular, no quedar como un bicho extraño (singular). Se puede hacer una
diferencia con la psicosis, donde particularmente en la paranoia, el sujeto se siente
excepcional ante otro que por su excepcionalidad lo persigue, lo mira, tiene una
intencionalidad de goce con él. Esa excepcionalidad lleva a un punto de
cosificación. Entonces, si uno se siente excepcional y eso no está investido de un
halo narcisista (neurosis) es una excepción devastadora y cosificadora. También
ubicamos otras excepciones que son motivo de consulta que es ese “todos
pueden menos yo”.
Para cada época encontramos Otro diferente, Otro que se configura según cada
momento histórico. El Otro, da ciertas configuraciones, presta ciertas
configuraciones a los síntomas, por los cuales en una época se dan más las
modas (contractura histérica). Pero Lombardi plantea que más allá de las
máscaras de la moda, uno tiene que hallar el enunciado particular que implique
que particularidad responde esa manifestación singular del paciente.
El DSM, manual utilizado por distintas psicoterapias, es una grilla clasificatoria a-
teorica que pretende hacer estadística pero también pretende ser clínico, en el
sentido de generar un discurso común a todos los practicantes de la salud mental.
Sin embargo, hay una singularidad que no se deja clasificar y que tiene que ver
con cada sujeto en su análisis.

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Unidad VI: Momentos decisivos de la cura analítica
Son momentos decisivos porque son fundamentales, porque implican decisiones,
implican cierta toma de posición del sujeto en esos momentos decisivos; también
cierta toma de posición del analista.
Esos momentos decisivos por excelencia son: el empezar un tratamiento y el
momento decisivo de terminarlo.
Comenzar un tratamiento no es algo natural, sino que implica una toma de
decisión y una oportunidad que tiene el sujeto de que algo en su vida cambie. El
final de ese tratamiento es también decisivo, tanto para el paciente como para el
analista.
Podemos ubicar también otras instancias decisivas correspondientes a
manifestaciones vinculadas al acto: pasaje al acto, acting out en los cuales
también hay una toma de decisión y en los que el analista tiene que hacer un
cierto manejo de la transferencia para que el tratamiento siga su curso.
Freud en “Iniciación al tratamiento” propone que las entrevistas preliminares son
como un periodo de prueba, donde se indaga si el paciente es apto para el
psicoanálisis; además tiene una motivación diagnóstica. Indagar cuál es el
síntoma, es decir, localizar el padecimiento.
Entre que el que consulta y el hecho de que haya un paciente hay un largo
camino, es necesario que se produzca ese pasaje y concluir la entrada o no al
tratamiento. Hace falta un deseo de sanar como motor de la cura, que surge del
padecimiento sintomático. No toda persona está decidida a hacer algo con ese
padecer, por eso las entrevistas preliminares es un tratamiento de ensayo, en
donde se resuelve si el paciente es apto o no para el tratamiento: si el
padecimiento es tramitable por vía de la palabra; será entonces aquel que está
animado por una demanda de verdad, la demanda de desembarazarse de su
síntoma. La herramienta de intervención es la interpretación: un acto motorizado
por palabras. A partir de las interpretaciones se produce el saber de eso que le
pasa le concierne y permite cambiar su actitud frente al síntoma.
¿En qué punto y con qué material se debe comenzar el tratamiento? Se deja al
paciente mismo hacer su relato y escoger el punto de partida. Lo único que se
exceptúa es la regla fundamental de la técnica psicoanalítica que el paciente tiene
que observar. Se lo familiariza desde un principio con ella.
Para obtener del paciente el pasaje de que su síntoma algo quiere decir tiene que
haber un consentimiento por parte del paciente de que eso tiene una causa
inconsciente y que tiene que brindar ese saber a través de la asociación libre. Se
tiene que producir una alianza terapéutica donde el yo sano del paciente tiene que
hacer alianza con el analista y emprender la lucha contra el síntoma. Pero, Lacan
nos advierte que la alianza terapéutica puede que no funcione y esto es por la
transferencia, porque no es algo entre dos, sino que cuando el paciente habla, le
habla al Otro de la transferencia, no es un campo de yo a yo, el síntoma tiene
alianza con un objeto que no es el yo del analista.

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Freud aconseja esperar el florecimiento de la transferencia antes de interpretar.
Una transferencia operativa, un rapport en regla; esa prudencia encuentra su
justificación en que no es conveniente interpretar demasiado pronto. Pero
Lombardi sostiene que su teoría explicita no coincide siempre con la teoría que
secretamente guía su práctica. En el H de R, es la interpretación la que causa la
transferencia: en la segunda sesión en la que Freud sostiene que no amaba la
crueldad, que no le gustaría martirizarlo eso ya es interpretación: anticipa lo que
ha de contar el paciente, cala en lo más íntimo de la relación del sujeto con el Otro
de su fantasma. Podemos ejemplificar una interpretación en el H de R cuando
Freud le dice, luego de que confesara la representación desagradable, “y si no es
un deseo ¿Por qué la revuelta? Eso ya es una interpretación. Freud subraya el
equívoco gramatical por el que el sujeto muestra su implicación en la idea de
muerte del padre: es él quien lo dijo.
La interpretación tiene como efectos introducir la división del sujeto, revela o
produce la división. Y eso es en la medida en que la interpretación no es una
demanda sino un decir que expresa un deseo.
Demanda
Demanda significa pedir, preguntar. Siempre hay demanda por el hecho de hablar,
porque no hay palabra que se emita que no esté dirigida a Otro. ¿Que se
demanda? Que haya un Otro, no tiene un objeto determinado, sino que espera
una respuesta del Otro que no está articulada a un objeto. Cuando se comienza
un análisis un paciente viene y demanda, pero no sabemos lo que quiere y este
punto implica aplicar la noción de demanda a la cura como cierta restricción. A
nivel de la cura, se impone precisar qué es lo que demanda. Lacan en “La
conferencia de Yale” dice que por definición la demanda no tiene objeto, entonces
es paradojal decir que hay demanda de algo, es decir, de análisis. Ese querer
saber, ese desembarazarse de su síntoma permitiría aparecer la demanda
verdadera, demanda de deshacerse de su síntoma. No es la pasión por el análisis
lo que demanda, es demanda por desembarazarse del síntoma.
Momentos decisivos en la dirección de la cura
Los tratamientos así como se inician también se interrumpen y pueden producirse
interrupciones como el pasaje al acto y el acting out y la reacción terapéutica
negativa.
El Acting Out, Lombardi afirma que casi en todos los casos se pueden ubicar
determinadas coordenadas: una acción inmotivada, enmarcada en cierta
escenificación, que es relatada como situación repetida, que se comete antes o
después de la sesión. Es una acción dirigida al analista, le es relatada, mostrada y
como todo lo que es dirigido al analista: pide interpretación, se ofrece y llama a la
interpretación; pero este no es interpretable porque no está subjetivado por el
paciente. La interpretación no sería recibida por el analizante; sin embargo el
analista tiene que intentar responder, porque mientras que el analizante está en
acting out no está en posición de analizante.

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El síntoma neurótico, a diferencia del acting out, no necesariamente pide
interpretación, si cuando es un síntoma en análisis, en el síntoma se queja y se
pregunta sobre el mismo, en el acting out no hay queja. La particularidad del
Acting Out es que se trata de una transferencia salvaje sin analista, una
transferencia lateral, fuera de sesión ya que la causa del deseo se ha desplazado
hacia otro escenario distinto del consultorio. Es un acto que se dirige al Otro. El
sujeto, hay algo que muestra y eso es el objeto a, ese resto. Busca dividir al Otro,
en tanto que el sujeto duda si tiene un lugar en él. Un ejemplo, es esa carta de
suicidio que deja Dora en el cajón como llamada al Otro, esa carta que es
mandada a Freud instala un proceso de reivindicación querellante: ella quería una
respuesta, y es que el padre se separe de la señora K. Lo que se tiene que
demostrar es que no hay ninguna herramienta para dar respuesta a ello. Este
fenómeno tiene lugar cuando algo del deseo se está escapando al análisis,
cuando algo del objeto no es abordado en el mismo. Algo del deseo que no puede
ser puesto en palabras.

Pasaje al acto es una respuesta del sujeto frente a la angustia, a lo real. Tiene
como característica el exceso que empuja a lo real. Se trata de un fenómeno
dirigido al Otro como imbarrable, como completo. Otro a quien no le falta nada.
Pero, por otro lado, el sujeto se “hace” objeto, se produce una identificación al
objeto a como resto, desecho, esto es condición en el pasaje al acto. Implica un
profundo golpe en el fantasma, en donde es golpeado del lado simbólico, entonces
lo que queda en escena es el sujeto que es en tanto objeto un puro resto que
buscará su destino reinstalándose en una ventana del fantasma. Cuando el sujeto
hace un pasaje al acto hay una brutal exclusión y expulsión del sujeto, hay una
identificación a lo que él es como un deyecto que fue rechazado y cae de la
escena. La intervención del pasaje al acto no puede ser de tipo interpretativo, se
trata más bien de una intervención en acto que frene ese empuje hacia lo real, esa
caída.
La Reacción terapéutica negativa encuentra sus referencias en el yo y el ello
cuando, a medida que progresa el análisis, el paciente en vez de mejorar,
empeora. Cuando son descartados los elementos transferenciales, los efectos de
la agresividad imaginaria, lo que queda es un factor de sentimiento inconsciente
de culpabilidad que quiere gozar y ese goce se logra a expensas de aumentar el
sufrimiento del paciente. Hay una manifestación de la pulsión de muerte, que
desde el Superyo, lo lleva al sujeto a un sufrimiento cada vez mayor.

Rectificación y destitución subjetiva


En las primeras entrevistas, el síntoma, no se presenta como propiamente
analizable. La posición de este se caracteriza por la ego-sintonía. El síntoma es
primero en la vida psíquica un huésped mal recibido, al comienzo no cumple
ninguna función útil dentro de la economía psíquica. La función primaria del
síntoma seria la evitación del conflicto y la función secundaria la ego-sintonía, es

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decir, que se trata de un padecimiento no advertido que demanda un gasto
psíquico sostenido en la función de desconocimiento constitutivo del yo y que no
implica la división subjetiva.
El franqueamiento de la ego-sintonía del síntoma constituye entonces una
condición excluyente para el comienzo de una cura analítica y este viraje requiere
de un acto por parte del analista. A lo que apunta este movimiento es a poner en
cuestión la identificación narcisista y promover la producción de la división
subjetiva, recuperando la extra-territorialidad al yo. Es necesario constituir el
síntoma como enigma, en donde recupera su carácter de huésped extraño; esto
no consiste en implicar al sujeto, sino quebrantar la ego-sintonía: no es que se
haga cargo, sino que experimente la extrañeza. Resulta necesario el pasaje de
ese enigma a un síntoma como pregunta, no es que el sujeto se formule algo de
respuesta, sino que esboce que hay una causa para ese sufrimiento “sólo que no
sabe que lo sabe y por eso cree que no lo sabe”. Entonces en este movimiento lo
que se busca es la rectificación subjetiva.
Lacan designa rectificación subjetiva a ese viraje en el que el sujeto cambia de
perspectiva sobre algo real y concreto sobre su síntoma: su participación en el
mismo. La única responsabilidad que le compete al sujeto es del orden del goce,
subjetiva e inconsciente; hay que diferenciar esto de un “hacete cargo” que cae
sobre la conciencia. Entonces, tiene más que ver con reintroducir otro escenario
psíquico, producir un movimiento que transforme el síntoma para que el sujeto
convoque el saber y promueva asociaciones. La rectificación subjetiva la podemos
ubicar como el paso de entrada al análisis.

Destitución subjetiva
Una verdadera invitación al análisis exige que antes de que suceda la rectificación
subjetiva, se produzca la destitución subjetiva del analista. Para que esto suceda
el analista debe admitir no ser sujeto, sin por ello aniquilarse como ser hablante o
como ser deseante. Acepta ser tomado como significante, como objeto, como
causa, resignando la posición de sujeto. Aquel que dirige la cura no puede estar
como competencia, como sujeto, no hay ninguna intersubjetividad en un
tratamiento, porque no hay un entre dos, no hay una relación de yo a yo. El
analista ofrece su persona para encarnar ese lugar de Otro, para encarnar el lugar
de un objeto que va a ser el partenaire del sujeto en la aventura de la cura
analítica. Esta destitución del sujeto se distingue de un des-ser o de una falta en
ser. La destitución subjetiva permite ser fuera de los títulos, de las insignias, de los
reconocimientos, es ser entre significantes. Esta destitución se resuelve en cada
encuentro verdadero con un analizante, no es algo adquirido de una vez y para
siempre, sólo puede ser en acto y como tal ha de renovarse cada vez. Es la
formación del terapeuta lo que lleva a ese lugar posible de destitución subjetiva. El
analista, DS mediante, se hace causa de la división de la irresolución, el análisis
apuesta a la libertad electiva. La DS implica no comprender, no ser parte
interesada, permitir la escucha, alojar el padecimiento, desplegar la demanda y
omitir el juicio.

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Fin de análisis
Freud en “Análisis terminable e interminable” plantea al principio que el análisis ha
terminado cuando:
 El paciente ya no padece las causas de sus síntomas y haya superado sus
angustias e inhibiciones.
 Que el analista haya hecho consciente lo reprimido. Esclarecido lo
incomprensible y eliminado las resistencias.
Posteriormente, Freud plantea que la posibilidad de tramitar de manera
duradera y definitiva un conflicto de la pulsión con el yo dependerá de la
intensidad pulsional. El análisis, hace que el yo maduro y fortalecido emprenda
una revisión de las antiguas represiones. Esta sería la operación genuina de la
terapia analítica. Freud sostiene que de todos modos hay una inconsistencia,
ya que la trasmudación de las pulsiones solo se consigue parcialmente y
sectores del mecanismo antiguo permanecen intocados por el trabajo analítico.
El hecho de que el análisis asegure el gobierno sobre lo pulsional es posible
sólo en teoría. En la práctica el factor cuantitativo de la intensidad pulsional
pone un límite a la tarea analítica.
Lacan sostiene que es verdad que en el final de un análisis se encuentran
imposibilidades, lo incurable, el síntoma, el fracaso del Otro como interprete,
etcétera. Se encuentra en suma la castración. Pero este, no es un dato
solamente negativo; en psicoanálisis sostiene que es un contrafuerte para el
deseo y para los goces efectivamente asequibles, que es un punto de apoyo
para el acto, para salir de la fantasía en la que el neurótico, el perverso y el
psicótico demoran la realización de sus actos más interesantes. El método
psicoanalítico permite volver sobre la elección de la neurosis y de la posición
sintomática inhibida, mediante una propuesta de libertad asociativa, de
exploración interpretativa, de los límites de esa libertad y de una conclusión
que suele reabrir opciones vitales.
Lombardi plantea que de un fin de análisis se puede esperar:
- Efectos terapéuticos: efectos de alivio, desaparición de los síntomas. Pero eso
no será gratis, ni siquiera cuando ya no se le pague más al analista, habrá que
satisfacer pulsión y deseo del Otro de una forma diferente a la de los síntomas,
es decir, con actos que siempre requieren un afrontamiento de la castración,
un más allá del ppio del placer. Acción en lugar del padecimiento. Pero
tampoco puede esperarse que toda la exigencia pulsional se satisfaga en
actos, siempre queda un resto sintomático de pasividad y de pulsión no
tramitable.
- Efectos analíticos: el analista para operar como tal debe dejarse de lado
(fantasía, realidad, etc.). La aptitud para lograrlo es un resultado del propio
análisis, pero eso no se logra de una vez y para siempre. Una vez que se
adquiere esa aptitud algo nuevo se sabe, se está advertido de la existencia del
acto analítico. Es un acto que se decide cada vez con cada paciente, con cada
sesión.

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Lacan se enfoca sobre todo en los efectos didácticos del psicoanálisis, del acto
psicoanalítico al que ubicó como pasaje de analizante a analista. Estos efectos
suelen quedar inadvertidos detrás de los resultados terapéuticos más visibles. El
psicoanálisis didáctico es el psicoanálisis a secas una vez depurado de las
preocupaciones psicoterapéuticas. Y a su vez, el sujeto del psicoanálisis es el de
la ciencia en tanto desconexión del saber con el sujeto. Es el que puede dudar,
desprenderse, separarse del saber. A diferencia de las psicoterapias que siempre
actúa añadiendo saber. Un análisis no sirve para conocerse a sí mismo, sino para
ceñir (tomar) del saber algunos restos asexuados, desarticulados por la acción del
inconsciente y que, sin embargo, pueden venir a funcionar como medio de
separación y al mismo tiempo de enlace con el Otro.
Un efecto didáctico del psicoanálisis a resaltar es la APTITUD ADQUIRIDA EN EL
ANALISIS PARA LA DESTITUCIÓN SUBJETIVA, una aptitud que permite al
analista “una estricta sumisión a las posiciones propiamente subjetivas del
paciente” sin por ello dejar de sostener su deseo de analista, su deseo de localizar
y abrir el inconsciente que afecta a Otro sujeto. Un deseo decidido de
entrometerse en el saber que afecta a un analizante. Esta destitución implica un
acto, pero no hay acto que sea consecuencia de otro acto, sino que para que haya
acto hay que comenzar de nuevo. Por eso la transmisión en juego en psicoanálisis
no es universitaria, tampoco es automática, sino que requiere un consentimiento y
una asunción que es acto, es elección que impone un nuevo orden, una nueva
disposición del ser y del sujeto cada vez. El análisis propio es condición necesaria
pero tampoco suficiente para asumir el deseo del analista, porque no solo basta
con prepararse además hay que asumirlo.
La tarea analítica no consiste en el retorno de un estado anterior más saludable
del sujeto, sino que se basa en la asunción de un nuevo estado del ser, asumido
en la particularidad de su determinación inconsciente.

Dispositivo PASE
Lacan dice que hay un fin de análisis. Donde Freud encuentra algo infinito e
interminable Lacan ve una posibilidad. El pase es una invención de Lacan para dar
cuenta de las razones por las cuales un sujeto se cree capaz de ejercer en
nombre del análisis, es decir ser analista. No es lo mismo el fin de análisis que el
pase. Si bien que para el segundo hace falta haber finalizado el análisis propio. Es
diferente el momento en que el sujeto finaliza su análisis del momento en que da
el PASE: cuando decide tomar a su cargo la tarea de dar cuenta del fin de análisis
a otros (no a su analista sino a la escuela del psicoanálisis, a la institución). El
testimonio es a la escuela y tiene que ser justificado. Tiene un fin de investigación
para que la escuela tome conocimientos sobre cuestiones referidas al fin de
análisis. Dar su testimonio sobre el tiempo del acto analítico siendo una forma de
verificar como un analizante se vuelve analista, para poder acercarnos al deseo
del analista.

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El pase entonces es la ocasión de enterarse del fin de análisis. Se necesita de una
escuela como el lugar donde puede ser transmitido el acto analítico. El analista
que va a dar el pase solicita dar testimonio sobre su propio análisis ante la
escuela. El testimonio de pase entonces puede ser dado por todo analista que
haya considerado que alcanzó el fin de análisis, y será evaluado por un jurado de
la escuela.

Unidad VII: Ética del psicoanálisis y la formación de la clínica


Freud en “la responsabilidad moral por el contenido de los sueños” plantea el
problema de la responsabilidad por el contenido manifiesto de los sueños que ha
sido desplazado por “la interpretación de los sueños”. El contenido manifiesto es
lo que se dice del sueño, una apariencia falsa, no merece someterlo a examen
ético. Sin embargo, esta fachada nos plantea un problema. Los pensamientos
oníricos latentes tienen que soportar una censura rigurosa antes que se les
permita ser acogidos en el contenido manifiesto. ¿Debemos asumir la
responsabilidad por el contenido de nuestros sueños? El sueño no siempre
procura el cumplimiento de deseos inmorales, sino a menudo reacciones
enérgicas contra ellos en forma de sueños punitorios. El contenido del sueño es
una parte de nuestro ser y si para defenderme digo que lo desconocido
inconsciente reprimido que hay en mí no es mi yo, no me sitúo en el terreno del
psicoanálisis. Eso no sólo está en mí sino que en ocasiones produce efectos
desde mí.

Freud en “Inhibición, síntoma y angustia” plantea que la angustia está en relación


con la expectativa. Es angustia ante algo. Lleva un carácter de indeterminación y
ausencia de objeto. La angustia neurótica lo es ante un peligro del que no
tenemos noticia, por lo tanto es preciso buscar primero el peligro neurótico, el
análisis ha enseñado que es un peligro pulsional. Llamamos traumática a una
situación de desvalimiento vivenciada que se diferencia de la situación de peligro.
Ésta es aquella en la que se contiene la condición de esa expectativa, en ella se
da la señal de angustia “tengo la expectativa de que se produzca una situación
de desvalimiento. La serie angustia-peligro-desvalimiento (trauma): la situación de
peligro es la situación de desvalimiento discernida, recordada, esperada. La
angustia, es la reacción originaria frente al desvalimiento en el trauma que más
tarde es reproducida como señal de socorro en la situación de peligro.

¿Pueden los Legos ejercer el psicoanálisis?


Freud plantea que debe indagarse el motivo de la limitación que plantea que sólo
los médicos podrían ejercer un tratamiento analítico. Explica que los médicos no
tienen un derecho histórico a la posesión exclusiva del psicoanálisis. El médico ha

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recibido en la universidad una formación que es casi la contraria de la que haría
falta para llevar a cabo el psicoanálisis, no despierta el interés por los aspectos
anímicos de los fenómenos vitales. Si bien la psiquiatría se ocupa de las
perturbaciones anímicas lo hace buscando las condiciones corporales y los trata
como cualquier otro ocasionamiento patológico. Freud ubica el acento en la
exigencia de que NO pueda ejercer el análisis nadie que no haya adquirido títulos
para ellos mediante una determinada formación. Le parece accesorio que esa
persona sea o no un médico. En todo caso, plantea que deberá fijarse las
condiciones bajo las cuales se permita el ejercicio de la práctica analítica a todos
los que pretendan realizarla, erigir alguna autoridad ante quien se pueda recabar
información sobre qué es análisis y qué clase de preparación es lícito exigir. Así
como promover las posibilidades de instruirse en el análisis. Para el enfermo, es
indiferente que el analista sea médico o no, tiene una importancia
incomparablemente mayor que el analista posea las cualidades personales que lo
hagan digno de confianza y que haya adquirido los conocimientos y experiencias
que lo habilitan para cumplir su tarea.

El juicio íntimo del analista


Lombardi plantea que Lacan en el texto de “la dirección de la cura” distingue tres
niveles de acción del analista: su táctica de la interpretación, su estrategia en el
manejo de la transferencia y su política del ser en una acción sostenida en el
deseo. Lacan, para distinguir cada uno, se apoya en la diferencia de lo que paga
el analista en cada nivel. En la interpretación paga con palabras, en la
transferencia paga con su persona y paga también en el plano del ser. Y allí
sostiene que paga con su juicio íntimo. Primeramente se podría pensar que
pagar con su juicio podría referirse a que el analista ha de silenciar sus prejuicios y
sus preferencias personales que sería paga con su juicio estético, pero en verdad
a lo que se refiere es que el analista ha de pagar con su juicio teleológico sobre
el acto que sustenta por desconocer el fin del proceso que su acto promueve, es
decir, el sentido, el hacia dónde, el hasta cuándo. El acto del analista es
esencialmente el de autorizar el despliegue de un saber inconsciente al que él no
tiene acceso sino en segundo término, siguiendo el discurso del analizante. Su
misión consiste entonces, en causar el trabajo analítico pero sin saber bien hacia
dónde eso lleva. Si bien corresponde al analista lanzar y sostener el proceso, es el
analizante quien elige los caminos, el “se terminó” es del analizante y NO del
analista. Aunque esto parezca sencillo, implica un alto costo sostenerlo en la
práctica. Es por ello que no debe quedarse tranquilo en sus títulos, en su saber
consolidado, ya construido; porque la verdadera dirección de la cura se apoya en
que todo ese saber está destinado a ser descartado. La cura sólo se resuelve si el
saber del analista cae como objeto a: mero desecho del saber. La destitución
subjetiva en que el analista sostiene su acto y su ética no es una posición
asegurada. La incidencia del acto analítico sobre el síntoma en la entrada a un
análisis es hacer al síntoma analizable, hacerlo en el sentido de una producción:
hace virar el síntoma neurótico hacia el análisis. El acto analítico en un segundo
tiempo, es el del trabajo de la transferencia, amor por ese saber transferido al

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analista, hace del analista el depositario, el soporte supuesto de ese saber. El
acto analítico debe luego realizar una operación contra el síntoma: deshacer el
síntoma analítico. Esto supone el manejo de la interpretación.
En psicoanálisis en tanto sostiene una ética implica un juicio sobre el acto del
analista. El analista sostiene su posición en esa destitución subjetiva que lo
devuelve a una forma peculiar de ser en acto, ser la cosa silente que causa el
decir del análisis. El analizante, quien interroga en acto las respuestas del analista,
es un primer control, un primer guardián de que el deseo del analista se renueve
en una destitución actualizada, que el analista no se mantenga en la posición fija,
en la satisfacción boba del saber ya sabido. El analista puede lo que quiera en la
interpretación a condición de pagar con su persona en la transferencia. El
dispositivo de control o supervisión está indicado particularmente en aquellos
casos en que el sujeto es superado por su acto y no porque su acto resulte
ineficaz, sino porque no se advierte o no se tolera su eficacia. La escuela focaliza
su interés en ese acto que ubica en el pase de analizante dividido a analista
destituido. La ética del análisis va en contra del terapeuta sanador del que
manipula el inconsciente del sujeto, en saber hacia dónde va dirigido.
El psicótico, a diferencia del perverso, no pide ser enjuiciado, él mismo ya lo hizo y
se juzgó radicalmente inocente si es paranoico (la culpa es del Otro), radicalmente
culpable si es melancólico y radicalmente ambas cosas si es esquizofrénico. El
psicótico sostiene su deseo de existir fuera del lazo social. Pensar que en la
psicosis no hay desarrollo de la transferencia es inadmisible (luego de lo planteado
por Lacan en “una cuestión preliminar…”). El psicótico es abordable como sujeto
cuando sólo hay transferencia, cuando todas las posiciones subjetivas le están
reservadas en ese momento de la entrevista en que la función de la palabra
bascula hacia la presencia del oyente, cuando queda claro que si hay
transferencia no hay intersubjetividad. El psicótico a menudo es el que más exige
la deposición del analista. Pero también es el analizante que más radicalmente
exige al analista pagar con su juicio íntimo. Solo acepta al analista cuando este
admite: testimonios inverosímiles, usos neológicos del lenguaje y otros
procedimientos desestructurantes del lazo social. Entrar en una complicidad en el
plano del ser que comienza por el pago de todo juicio de realidad, sólo si el
analista admite salir de la realidad compartida del discurso común, podrá volver al
discurso analítico acompañado por el loco, que es “hombre libre”.

La ética del psicoanálisis


Lacan plantea que el analista debe tomar en serio el sentimiento de culpa del
analizante, pero no diciéndole que él no es realmente culpable, ni intentando
suavizar, mitigar o atenuar su culpa porque, desde un punto de vista analítico, de
lo único que el sujeto puede ser culpable es de haber cedido en su deseo. Así,
cuando un paciente se presenta con sentimientos de culpa, la tarea del analista no
consiste en desculpabilizarlo, sino en descubrir en qué punto el paciente ha cedido
algo del mismo. La ética analítica, entonces, relaciona la acción con el deseo. La
ética del deseo: ¿Ha usted actuado en conformidad con el deseo que lo habita? La

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ética psicoanalítica ve al bien como un obstáculo en la senda del deseo. Por lo
tanto, el deseo del analista no puede ser “hacer el bien”. El analista tiene que dar
su deseo, un deseo advertido. Y si aceptamos que hay deseo del analista,
debemos aceptar que hay, además, un “más allá de la neutralidad”. Siguiendo a
Lacan encontramos que durante la cura debe existir una búsqueda de una
neutralidad analítica, en tanto semblante que posibilita la clínica de lo contingente
y de la orientación por lo real.
Lacan plantea que lo normal es la norma fálica y que la experiencia del
psicoanálisis dice que en ese punto donde queremos normalizar, trastabillamos.
Hay un punto de real que no se va a poder colmar. El falo para el ser hablante
siempre se inscribe como un - . El sujeto viene a terapia a quejarse de lo que le
falta. En la sutura fálica siempre se instala algo que tiene que ver con el goce, con
el sufrimiento. Para Lacan, siempre queda un punto de falta, allí se abre la
dimensión de un deseo imposible frente al cual debemos estar advertidos.
Siempre hay un punto de deseo más allá. Es un punto de sufrimiento para el ser
hablante. No es agotable. El analista se orienta por el deseo del analista, que toma
como punto de partida la singularidad de las soluciones subjetivas con las que
cada sujeto ha respondido al encuentro con lo real del goce y de la castración y,
sin ideal previo, siguiendo de cerca las posiciones subjetivas del enfermo,
aprovechando el potencial de cada sujeto, operando desde el lugar de semblante
de "objeto a" y haciendo valer su versatilidad, articulando la falta en el lugar del
Otro y operando con el vacío, se manifiesta en la interpretación y se localiza en el
acto analítico, para conmover las fijaciones libidinales, y contribuir a crear las
condiciones de un arreglo menos sufriente con el goce, un saber-hacer
El deseo del analista como "principio no standarizable" se sostiene así en una
dialéctica que articula una política que lo orienta, un modo de ubicarse en la
transferencia y un modo de orientar la intervención. No es una técnica, es un
deseo orientado por los conceptos fundamentales del psicoanálisis. Por si sólo no
dice nada, se articula en una cadena.
Para la orientación lacaniana, cada sujeto ha respondido de un modo singular al
encuentro con el trauma, con lo real del goce y de la castración. Eso da lugar a
modos sintomáticos de satisfacer la pulsión, a modalidades de defensa, a
diferentes posiciones subjetivas y modos de anudamiento. Hasta cierto punto, si la
operación analítica se justifica es porque "…para esta clase de satisfacción, se
dan demasiado trabajo. Hasta un cierto punto, este demasiado trabajo es la única
justificación de nuestra intervención." "Si nos mezclamos en ello, es porque
pensamos que hay otras vías, más cortas, por ejemplo En todo caso… al nivel de
la pulsión el estado de satisfacción debe ser rectificado"

Si un sujeto llega al analista, es porque algo en esa satisfacción produce


sufrimiento. Eso lo empuja a la demanda y allí es cuando el deseo del analista
tiene un lugar posible, para instalar un lazo entre el deseo del paciente y el deseo
del analista y producir las condiciones de un nuevo discurso. Hasta qué punto la
práctica analítica logre producir algunos cambios en el arreglo que cada sujeto

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encuentra con la singularidad de su goce, para hacerlo menos sufriente, dará una
medida posible de la eficacia del análisis. Esa es su política. Hacer posible un
cambio en la economía libidinal, hacer más soportable el encuentro con lo real del
trauma. Saber hacer allí con el síntoma, es uno de los modos de nombrar este
nuevo arreglo. El punto al que llegue cada sujeto en ese camino, no puede ser
anticipado, pero sin duda, el recorrido tendrá algunos efectos. Este punto de
sufrimiento hace que el sujeto reclame al analista felicidad. Se asocia la felicidad
con tener: el paciente viene a buscar la felicidad en análisis (pero esto es una
ilusión) ya que no existe porque siempre queda un resto, un vacío que tiene que
ver con la constitución de estar castrados.
Colette Soler habla en "Anticapitalismo del acto analítico" del discurso capitalista;
Lacan en los años 70’ decía que lo que caracteriza el modo de goce actual es que
se reduce al plus de goce (esto no cambió, se acentuó). Ahora gozamos en el
registro del goce parcial, fragmentado a todos los niveles, incluso al nivel de la
pareja sexual. Hablamos de un goce capitalizable: más dinero, más objetos, más
éxitos, más belleza, más salud etc. Se intenta además capitalizar lo que no es
capitalizable. En psicoanálisis recibimos a los que podemos llamar los heridos las
victimas del Superyo capitalista, son los que no lograron entrar en los requisitos de
felicidad, aquellas que no cuadraron en los cánones. El psicoanálisis promete al
sujeto que padece de su incapacidad para satisfacer el Superyo capitalista lo que
Lacan denominó efecto de separación, le va a permitir quizás encontrar un
camino singular sin preocuparse más de conformar a los demás. Pero esto no se
logra sin una cierta presión, incluso violencia. El sujeto llega con todo su
padecimiento, se queja y sufre; desde la posición de analista hacemos hablar al
paciente porque pensamos que su padecimiento es interpretable: porque a la
“víctima” la pensamos como responsable de su padecimiento, responsable en el
sentido de que es el sujeto quien puede responder a su padecimiento. Esto
realmente es una violencia porque el sujeto llega a análisis como el sufrimiento
como algo que se le impone, no se piensa como víctima sino más bien como
responsable. La transferencia disimula y permite soportar de entrada esta
violencia. El acto analítico no es algo que se pueda capitalizar, no es atesorable,
es el anticapitalismo del acto. Se paga pero no es capitalizable en la medida en
que el beneficio de la operación analítica es para el analizante y no para el
analista. La posición del acto analítico no trae ningún beneficio al analista.
Para Lacan, el analista no responde a la demanda del paciente sino que cede su
deseo y es allí donde puede encontrarse el analizante con su propio deseo. El
deseo advertido e inadvertido hacen referencia al saber (analista) y no saber
(analizante) que siempre queda un punto de falta, un punto de deseo inagotable
que genera sufrimiento y que hace que el sujeto le reclame felicidad al analista.

Colette Soler en “¿Qué control?” dice que el verdadero control es asegurar que
hay psicoanalista, es decir, que no es que se prejuzga si es un buen analista o no,
lo importante es sí hay analista, si hubo la producción de un saber no sabido.

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Lacan plantea que el analista es al menos dos: el que sostiene el acto y aquel que
hace una elaboración, produce ese saber.

PSICOSIS desde Lacan


Psicosis desde Lacan, podríamos decir que la misma consiste en una estructura
clínica que presenta la forclusión del significante del Nombre del Padre (NP) que
implica la falta radical de un significante: una falla, un agujero que hace que
retorne en lo real al sujeto en cuestión; entendemos que esta estructura es efecto
del lenguaje. Siguiendo esta línea, surge un primer momento: el enigma, que
constituye el encuentro con un vacío de significación. No se sabe qué significa eso
y a su vez, genera un momento de perplejidad. Luego, en un segundo momento,
surge la certeza: el sujeto no se sabe qué significa eso, pero hay la certeza de que
algo significa.
Más tarde, Lacan dirá que la psicosis constituye un modo de respuesta frente al
sin sentido de lo real, es decir, un saberse hacer. Esto podría considerarse como
aquel recurso que tiene alguien para enfrentar una situación, cómo se las arregla.
El delirio, como autoconstrucción, constituye una de esas vías en donde el
paciente le da un tratamiento a ese real que se le presenta. Soler dirá que “en el
trabajo del delirio, es el propio sujeto quien toma a su cargo, solitariamente, no el
retorno de lo reprimido sino “los retornos en lo real” que lo abruman” En Schreber,
observamos el tratamiento de lo real mediante el delirio en donde pasa de ser
“perseguido de Dios” a “la mujer de Dios”. En este sentido, ubicamos un
tratamiento del goce, un delirio que se constituye como tentativa de cura en tanto
implica una construcción, es decir, una metáfora delirante.
De todas formas, esta no es la única forma que tiene el sujeto psicótico para
arreglárselas con ese real que le retorna; Aquí es donde nos interesa tomar
aquello que Soler llama las “sublimaciones creacionistas” y que ubica en el escritor
James Joyce. Él mismo cuando escribe “extirpa” al lenguaje de su sentido común
generando una ruptura de sentido en la literatura. No es él el que descifra el
lenguaje, sino que con sus escritos ofrece algo para descifrar.

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