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Ponencia Vargas Lloxs

Por Alejandra Poeta y Rafael Santander

La imposibilidad de escribir por fuera de lo que es uno, por más que lo esconda, el

striptease al revés.Hay un componente casi místico que interviene en el momento

de escribir una novela. Una condición sine qua non: el yo. Este yo, ni siquiera es un

yo consciente, por eso místico, porque actúa subliminalmente en el proceso

creativo.

En primer lugar, mediante las obsesiones dicta temas, premisas y

argumentos, pero opera también como un ser malicioso que frustra los itinerarios

trazados por la racionalidad.

Nosotros estamos ahí presentes en todas las novelas, aunque no estemos,

porque inconscientemente nos inclinamos hacia ciertos temas y ciertas historias.

Contribuimos con nuestra propia dosis de entropía para frustrar planes, personajes y

proyectos de novela.

Es una especie de intuición que no percibimos y que nos lleva como

autómatas de la pluma a orillas inesperadas.

En el caso de Vargas Llosa, por ejemplo, vemos que, así como las varitas

mágicas en el mundo de Harry Potter -o por lo menos de este modo es como él lo

cuenta- los pilares argumentales de “La casa verde” lo eligieron a él.

La imagen de esa casa verde de su juventud en Piura, enlazada con el

momento de pérdida de la inocencia y la fascinación por la miseria en Santa María

de Nieva y las historias de a misión de monjas, de Jum y de Tushía.

Inconscientemente también, se unieron estas dos historias que había

pensado escribir por aparte mediante sabotajes involuntarios en los que pasaba de
una novela a otra durante su escritura, del mismo modo que saboteó sus personajes

“Teniente Chupapijas” y “cura Gonoberto”.

Y así como inconscientemente cambian las obras de Vargas Llosa mediante

arrebatos involuntarios, seguramente ese mismo arrebato se coló entre las líneas de

su anecdotario para hablarnos de este ente tan poderoso con el que, por lo menos

que yo sepa, él cuenta. Porque, sinceramente, esa idea de que al escribir uno se

muestra pero velado no es nueva ni original. Me hace recordar el famoso “Madame

Bovary c’est moi” y “En busca del tiempo perdido”.

Pero este velo, por ejemplo desde la poesía, lleva mucho tiempo descubierto,

y si los novelistas como Vargas Llosa tienen pudor y se van vistiendo a medida que

escriben, en la poesía, desde hace rato la gente anda en pelota y, es más, quiere

que además de la piel se le vean las vísceras.

Con respecto al cuento, también la gente se empelota sin mucha vergüenza.

Justo en vacaciones estuve leyendo “Así es como la pierdes” de Junot Díaz y “Mis

documentos” de Alejandro Zambra. Y en ambos se huele que están hablando de

ellos mismos y que dejan entrever fragmentos de su propia vida entre las líneas por

el tono tan confesional que manejan y esa nimiedad argumental en la que se vuelve

inconcebible pensar que alguien se esforzó en inventarse ese argumento sino que,

muy al contrario, su vanidad los hizo pensar que un suceso vivido en carne propia

era lo suficientemente significativo y profundo para que nosotros la leyéramos y que

su vida es digna de ser contada.

De modo que esta ideacon la que Vargas Llosa abre conscientemente nos

sirve a nosostros, novelistas, para agachar la cabeza y aceptar el sino que nos tocó

en suerte, una vida tan profunda y significativa que hormiguea bajo nuestra
epidermis como gritándonos que debe ser contada, mientras vemos con envidia

cómo otros narradores cargan en los hombros temas que nos gustaría tocar.

Y ciertamente, nos llena de confianza pensar que sí, que no podemos sino

hablar de nosotros mismos para poder empezar a plagar con desapego y descaro

nuestras páginas con un poquito de esa olorosa chucha narcisista.

Así como cuando él dice que la miseria que veía, al mismo tiempo que la

hacía rabiar, le hacía babear la boca de tan maravillosa materia prima para la

literatura; una vez despejado el humo de su pirotecnia, si uno se cuestiona bien,

puede empezar a hacerse preguntas, por ejemplo, sobre la pertinencia y la

necesidad de escribir sobre la miseria ajena.

Alguna vez me dijeron el chisme de que en la historia de la literatura solo “La

cabaña del tío Tom” había logrado un cambio social. De ser así, no tendría sentido

seguir escribiendo para denunciar e invitar al cambio. Porque escribir la miseria no

indigna a nadie, se vuelve todo como el noticiero, que yo, personalmente no puedo

ver porque me exalta hasta el punto de que me hace gritar improperios en el

almorzadero donde me encuentre mientras veo al innombrable dirigirse a sus hijitos

y el muñeco, con su cara de ternero degollado, dice güevonadas para apaciguar al

pueblo, y después vienen las bombas, los quemados, los atracos, los muertos, la

burocracia y el mundo tan vuelto mierda que me es imposible no cuestionarme por

la miseria de este puto país, del que se hacen denuncias todos los días y que nos

sacan cayo, y de que los que se disponen a movilizar una comunidad para pelear

por sus derechos acaban con una bala entre los ojos, y eso si les va bien y les tocan

asesinos piadosos. ¿Qué sentido tiene que nosotros, blancos o mestizos, civilizados

y de unas condiciones de vida que no compartimos con los aguarunas o con las
prostitutas de Piura, con una visión colonial y europeizada narremos las historias de

ellos? ¿no tiene más sentido, si queremos que se sepa su historia, llevarles la

escritura a ellos para que ellos mismos se cuenten sin estriptises al revés ni

pendejadas artificiosas ni pretensiones de premios internacionales?

Creo que es Vargas Llosa el que se deleita con la miseria y que eso fue un

pedacito de piel que se le vio, un gordito que se le salió por un lado del descaderado

que no se puso bien en su libro ni logró tapar con suficiente literatura. Considero

que la miseria no es la única fuente de inspiración de la literatura sino que fue él, y

el filtro con el cual observa el mundo el que le devuelve con interés los relatos de la

miseria. Esta obsesión habla más del escritor que del mundo.

Así como él dice, el novelista no conoce la inspiración. la inspiración no le

dictó este texto, ni La casa verde, pero sí escuchamos atentamente, el “corazón

autobiográfico que late en toda ficción” y que, si se me permite replantearlo, que late

en todo texto, podremos comprender que así como se sabotéo a sí mismo durante

la escritura de “La casa verde”, su inconsciente irrumpió en la “Historia secreta de

una novela” para hacerse manifiesta y echarse las flores que creía que se merecía.

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