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Antes de dirigirnos a lo que nos señala nuestro Código Civil vigente respecto a la aceptación
y renuncia de la herencia, primero realizaré una disquisición terminológica sobre la
aceptación y la renuncia, de esa manera lograremos entender mejor el tema de investigación.
Según el DRAE (Diccionario de la Real Academia Española) la palabra “aceptar” proviene
del latín “acceptare” que significa recibir, siendo sus primeras dos acepciones: 1) Recibir
voluntariamente o sin oposición lo que se da, ofrece o encarga; y 2) Aprobar, dar por bueno,
acceder a algo. Asimismo, el Diccionario de Ciencias Jurídicas, Políticas y Sociales de
Manuel Ossorio, expresa que la aceptación de herencia es la “declaración expresa o tácita
que hace el sucesor o heredero del causante de tomar para sí la herencia con los derechos y
obligaciones que supone dicha sucesión
Por otro lado, el DRAE señala que la palabra “renunciar” proviene del latín “renuntiare”,
siendo sus primeras dos acepciones: 1) Hacer dejación voluntaria, dimisión o apartamiento
de algo que se tiene, o se puede tener; y 2) Desistir de algún empeño o proyecto. Además,
existen algunas legislaciones que han optado por el término “repudiar” cuyo significado es
del latín “repudiare” que se entiende cuando rechazamos algo o simplemente no lo
aceptamos. Asimismo, el Diccionario de Ciencias Jurídicas, Políticas y Sociales de Manuel
Ossorio, expresa que la renuncia es la “dimisión o dejación voluntaria de una cosa que se
posee o de un derecho que se tiene. La renuncia puede también ofrecer un sentido negativo,
que se manifiesta rechazando o no admitiendo una cosa o un derecho que son ofrecidos .
Tal y como lo explica Augusto Ferrero en su obra Tratado de Derecho de Sucesiones, “con
la apertura de la sucesión se produce la delación de la herencia, o sea, la puesta de la herencia
a disposición de los llamados; personas que deben existir, no ser indignas no estar incursas
en las incompatibilidades que señala la ley y tener el mejor derecho para suceder. Estos tienen
claramente una opción en sentido estricto: elegir entre recibir la herencia o negarla. Para
completar el proceso sucesoral, es necesaria la aceptación. Con ésta, el llamado se convierte
propiamente en sucesor”.
Quiere decir que la aceptación y la renuncia de la herencia es la facultad que la ley otorga al
heredero para que éste decida, sea aceptando o rechazando, y sólo después de haber elegido
se podrá decir que el proceso sucesorio ha sido completado.
En el año 1505 se aprobó en Castilla las Leyes de Toro, el cual también prescribió sobre la
aceptación y renuncia de la herencia, y tenemos las siguientes: 1) ley 54.- la mujer durante el
matrimonio no puede sin licencia de su marido repudiar ninguna herencia que le venga en
testamento ni intestado. Pero permitimos que puede aceptar sin dicha licencia cualquier
herencia en testamento, o intestado con beneficio de inventario, y no de otra manera”; 2) ley
21.- mandamos que el hijo u otro cualquier descendiente legítimo mejorado en tercio o quinto
de los bienes de su padre o madre o abuelos, que puedan si quisieran repudiar la herencia de
su padre o madre o abuelos y aceptar la dicha mejoría, con tanto que sean primero pagadas
las deudas del difunto.
1. La Aceptación
Tal y como lo prescribe Zárate del Pino, la aceptación es entonces una ratificación o
confirmación que hace el sucesor de su calidad de tal, y el efecto del mismo es fijar la calidad
del heredero; podemos definir entonces la aceptación como el acto por el cual la persona
llamada por la ley o por voluntad del causante asume los derechos y obligaciones inherentes
a la calidad de heredero.
1.1. Formas de Aceptación
Nuestro ordenamiento jurídico civil vigente desde 1984, lo prescribe en el artículo 672 en el
que se señala las Formas de Aceptación de la Herencia, y dice: “la aceptación expresa puede
constar en instrumento público o privado. Hay aceptación tácita si el heredero entra en
posesión de la herencia o practica otros actos que demuestren de manera indubitable su
voluntad de aceptar”. Por lo que hallamos dos tipos, y son las siguientes:
-Aceptación Expresa: al respecto, Ferrer Costa señala que “la aceptación expresa es un acto
formal, para el cual la ley prescribe una forma determinada: por lo que debe revestir
necesariamente la forma escrita”. Quiere decir que con la aceptación expresa no se refiere a
la oralidad del heredero al momento de aceptar la herencia, sino que éste debe ser un acto
solemne, por lo que debe constar en instrumento público, sea a través del notario o juez, o en
instrumento privado.
-Aceptación Legal: contemplado en el art. 673 señalando que “la herencia se presume
aceptada cuando haya transcurrido el plazo de tres meses si el heredero está en el territorio
de la República, o de seis, si se encuentra en el extranjero, y no hubiera renunciado a ella.
Estos plazos no se interrumpen por ninguna causa”. Denominada “aceptación legal” por
Augusto Ferrero Costa, quien señala que “cuando el causahabiente no acepta la herencia
expresamente ni se comporta como heredero, pero deja transcurrir el plazo al que se refiere
el artículo 673 para renunciar a la herencia, nos encontramos ante el caso del silencio que
importa manifestación de voluntad cuando la ley le atribuye ese significado (art. 142)”.
Asimismo, Rómulo Lanatta también dice que “lo que hay es un silencio al cual la ley le
otorga carácter de manifestación de voluntad, por lo que preferimos denominarla legal,
siendo en cierta forma, coactiva”; dicho todo ello, infiero que la norma refiere a los plazos
que tiene el heredero para que renuncie a la herencia, caso contrario se presume su
aceptación, aunque no haya actuado como si lo aceptase (tácita).
Por otro lado, el art. 680 hace referencia sobre aquellos actos de administración provisional
y de conservación de los bienes de la herencia (como la realización de mejoras necesarias y
urgentes) por parte del heredero, y mientras no haya vencido el plazo, como lo estipula el art.
673, no se podrá dar por aceptada ni impedir la renuncia. Lo que en pocas palabras quiere
decir que si el heredero no acepta expresa o tácitamente el bien heredado, pero sí realiza
ciertos actos de administración o conservación del bien no significa que esté aceptando el
bien heredado, sino más bien que la ley le dice que mientras no haya vencido el plazo tiene
todavía la facultad de renunciar a la herencia, caso contrario se dará la aceptación legal (art.
673).
2. Renuncia de la Herencia
Para Zárate del Pino, la renuncia es un acto jurídico, una declaración unilateral de voluntad
por el cual la persona llamada a la herencia declara su determinación de rehusarla, de abdicar
o hacer abandono de su vocación hereditaria; y que para ejercitarla se requiere que el
renunciante tenga capacidad de ejercicio, y es en el art. 674 en el que se hace referencia a
que sólo pueden renunciar herencias y legados quienes tienen libre disposición de sus bienes.
De tal manera que algunos juristas aseguran que hubiese sido más apropiado consagrar una
disposición como la del Código Civil venezolano (artículo 999) disponiendo que los
incapaces podrán renunciar herencias y legados a través de sus representantes.
Por lo que nos hacemos la siguiente pregunta ¿quiénes tienen libre disposición de sus bienes?,
Barandiarán indica que “las personas capaces pueden renunciar personalmente o por
intermedio de sus apoderados; los incapaces necesariamente a través de sus representantes,
mediante autorización judicial (artículos 448, inciso 4; 532 Y 668) trátese de patria potestad,
tutela o curatela, respectivamente. Además que existe una limitación dispuesta en el Libro de
Familia, en el art. 304, que estatuye que ninguno de los cónyuges puede renunciar a una
herencia o legado o dejar de aceptar una donación sin el consentimiento del otro.
Zárate del Pino expresa que el distinto tratamiento en cuando a la forma obedece a que la
aceptación no modifica el status del heredero ni el orden de la sucesión sino que más bien lo
confirma, mientras que la renuncia altera la posición del llamado, modifica el orden de la
sucesión, apartando al repudiante como si nunca hubiera sido heredero. Tal como lo prescribe
el art. 675, que estatuye “la renuncia debe ser hecha en escritura pública o en acta otorgada
ante el juez al que corresponda conocer de la sucesión, bajo sanción de nulidad. El acta será
obligatoriamente protocolizada”.
Según el art. 677, del primer párrafo no suscita duda alguna, pues la aceptación y la renuncia
de la herencia, cualquiera que fuese la manera o formalidad utilizadas, deben ser completas
y totales, porque es consecuencia de la unidad del patrimonio que se transmite. De tal manera
que la herencia puede aceptarse o rechazarse, pero en un caso y otro se acepta o rechaza la
totalidad, pues no está permitido tomar una parte y repudiar la otra de la herencia.
Por último, cierra el artículo señalando que la aceptación y la renuncia se retrotraen al
momento de la apertura de la sucesión. Es decir, hasta que no haya renuncia o aceptación el
llamado a la herencia no es heredero, sino simple llamado a serlo por vocación legal o
testamentaria, así pues, al producirse la aceptación sus efectos son desde el momento de la
muerte del causante de la sucesión, de manera que la transmisión sucesoria opera
automáticamente desde el mismo momento del deceso, y a partir de ese preciso instante las
relaciones y posiciones jurídicas de las que era titular el causante pasan a ser de sus sucesores.
Viceversa, si de renuncia se trata se tiene al renunciante como si nunca hubiese habido
delación en su favor, de manera que el llamado en su lugar o si éste a su turno también
repudia, la herencia o el legado son ofrecidos sucesivamente a todos los siguientes en orden
de prelación hasta que alguien acepte, y por efecto de tal aceptación tal sujeto será heredero
o legatario desde el momento de la muerte, como si nunca hubiera habido otros llamados a
la sucesión.
¿Qué sucedería si el heredero fallece antes de aceptar o renunciar la herencia?, pues esto es
lo que nos plantea el artículo 679, por ello nos indica Guillermo Lohmann que “desde la
muerte de una persona su herencia se transmite a sus sucesores. Sin embargo, la transmisión
solo queda consolidada cuando aquel a quien la herencia le ha sido ofrecida la acepta;
viceversa, no hay transmisión alguna cuando se produce renuncia”. Entonces, la persona a
quien la herencia le es puesta a disposición deja de ser sucesor para ser sucesible, así pues,
los que hereden a quien falleció sin aceptar ni renunciar la herencia tienen a su vez, la
posibilidad de ejercer el derecho que tenía el fallecido, es decir, tras la muerte del primer
llamado a heredar, éste traslada a sus herederos el derecho a heredar o no heredar que tenía
por el llamamiento que ni aceptó ni rechazó por morir antes de haberlo hecho. Ocurre
entonces el fenómeno de que la herencia puede ser recibida por aceptación, o rechazada
mediante renuncia, por persona que no ha sido llamada ni tiene vocación hereditaria directa
e inmediata con relación al primer muerto. Y respecto al plazo, el art. 679 señala que correrá
a partir de la fecha de muerte del primer llamado, lo que en opinión de Ferrero Costa, dice
que se extiende el término, corriendo juntos los plazos para renunciar a las herencias del
primer causante y del primer llamado.
Sim embargo, a todo lo dicho, existe en la doctrina un descontento, habiéndose generado
todo un debate en cuanto a saber si el heredero del primero llamado debe aceptar la herencia
de este y renunciar la del causante, o si pudiese renunciar a la del primer llamado y aceptar
la del causante, esta polémica surge debido a que en nuestro código civil no existe una figura
que señale si es posible renunciar a la primera y aceptar del causante, o viceversa, como sí lo
hacen algunos ordenamientos jurídicos de otros países, como el de Italia (art. 479) que señala
“la renuncia a la herencia propia del transmitente incluye la renuncia a la herencia que sea
diferida al mismo”, o el de Venezuela (art. 1009) que prescribe “los herederos que hayan
aceptado la herencia del heredero fallecido, podrán renunciar a la herencia que se había
deferido a este último que no había aceptado todavía; pero la renuncia de la herencia del
heredero fallecido envuelve la de aquella que se le había deferido”. Ante esto, el jurista
Somarriva anota que “es lógico que sea así porque el fundamento del derecho de transmisión
es que la facultad de pronunciarse sobre la asignación ya incluida en la universalidad de la
herencia, y si ésta no es aceptada, tampoco puede adquirirse aquel derecho, y que a la inversa,
no hay inconveniente alguno para llevar la asignación propia y repudiar la que se defiere por
transmisión”. De tal modo que Augusto Ferrero concuerda con esta postura, expresando que
“para aceptar la herencia del primer causante es menester aceptar la herencia del primer
llamado. Se puede aceptar ésta y renuncia a aquella, más no a la inversa”.
Zárate del Pino nos cuenta que históricamente la representación sucesoria apareció o se
originó referida sólo al caso de la premoriencia, es decir cuando se producía el fallecimiento
prematuro de los posibles herederos antes que el causante, como el caso de uno de los hijos
antes que el padre, y por la evidente situación de injusticia en que quedaban colocados, no
era posible que en esas condiciones sufran una doble desgracia, el quedar en la orfandad por
la pérdida prematura de uno de sus padres y además de ello la pérdida patrimonial al verse
privados de la herencia a la que hubieran accedido a través de su ascendiente. Augusto
Ferrero también nos indica que este instituto ya existía en el Derecho Romano, aunque su
nombre haya sido ignorado, y que la denominación que ahora ostenta es gracias a los
glosadores, pues estos jurisconsultos medievales concibieron esta sucesión per stirpes como
una sucesión por representación.
Posteriormente, este instituto extendió sus alcances para los casos en que el representado
pese a estar vivo ha sido apartado de la herencia por otros motivos, como por voluntad propia
como en el caso de la renuncia o desplazado contra su voluntad por indignidad o
desheredación.
El artículo 681 estatuye que “por la representación sucesoria los descendientes tienen derecho
de entrar en el lugar y en el grado de su ascendiente, a recibir la herencia que a éste
correspondería si viviese, o la que hubiera renunciado o perdido por indignidad o
desheredación”.
Lo primero que debemos rescatar de este artículo es que tal como se dice en la primera parte,
sólo los descendientes tienen derecho a representar a sus ascendientes (padres, abuelos,
bisabuelos). Lo que significa que no hay representación de un ascendiente para un
descendiente.
Es decir, y para ser más claros, cuando una persona es llamada a una sucesión y no puede o
no quiere aceptar la herencia, entonces la ley llama a sus descendientes, quienes reciben la
herencia que le hubiera correspondido a su ascendiente. Cuando nos referimos a que el
sucesor no puede aceptar la herencia, lo hacemos en atención a que ha premuerto al causante
(ha muerto antes que él) o ha sido excluido de la herencia por indignidad o desheredación, y
cuando aludimos a no querer aceptar la herencia es porque el sucesor libremente se aparta de
la herencia a través de la renuncia, pues como es sabido no existe heredero a la fuerza, el
heredero lo es porque quiere serlo y no porque lo obligan a serlo.
El artículo 682 prescribe sobre la representación en línea recta descendente “En la línea recta
descendente la representación es ilimitada en favor de los descendientes de los hijos, sin
distinción alguna”.
Este artículo resulta ser muy claro, pues nos expresa que no existe límite en cuanto a
representación en línea descendente. Y se aplica según lo estipulado en el artículo 684, que
quienes concurran a la herencia por representación sucesoria, reciben por estirpes lo que
habría correspondido al heredero que representan. Quiere decir, y según como nos ilustra
Zárate del Pino, que a los hijos les toca en conjunto lo que hubiera correspondido a su padre;
y si todos los hijos del causante hubiesen fallecido antes que éste, dejando descendencia y
concurran solos, cada estirpe de nietos recibirá lo que a su padre le hubiera correspondido,
recibiendo una mayor porción los representantes de padres que dejaron muchos hijos. Y para
que se entienda mejor, grafiqué el siguiente ejemplo:
X tiene tres hijos: A, B Y C; a su vez, A tiene un hijo: D; B tiene dos hijos: E y F; y C tiene
tres hijos: G, H e I. Si fallecen B y C, y después X, la herencia de éste se repartirá en tres
partes: una para A, en su condición de hijo sobreviviente, otra para E y F, en partes iguales
en representación de B, y otra para G, H e I, en partes iguales en representación de C. Y que
pasaría, si en el mismo caso fallecen A, B y C, y después X, la herencia se repartiría en seis
partes iguales, entre D, E, F, G, H e I.
Algunos juristas dicen que se supone que todos los representantes tienen el mismo grado de
parentesco frente al causante, y por lo tanto la repartición de por estirpe debería ser igual, y
no dependiendo a cuanta vaya a recibir el representado. Y esto es lo que ha generado
polémica en la doctrina.
Establecida en el artículo 683, y dice lo siguiente: “En la línea colateral solo hay
representación para que al heredar a un hermano, concurran con los sobrevivientes los hijos
de los hermanos premuertos que tengan derecho a representarlo en los casos previstos en el
artículo 681”.
En palabras de Zarate del Pino, dice que se aplica al único caso de la herencia entre hermanos
de tal modo que al fallecer uno de ellos concurran a la herencia los hermanos sobrevivientes
que heredan por derecho propio con los hijos del hermano premuerto que son sobrinos del
causante quienes heredan por representación distribuyéndose la cuota respectiva por estirpe.
BIBLIOGRAFÍA