Вы находитесь на странице: 1из 4

Viajar sin hacer turismo

Olivia Carballar

 https://www.lamarea.com/2018/09/03/viajar-sin-hacer-turismo/
El aumento de la industria del ocio de vacaciones, la gentrificación y el mal uso de la economía
colaborativa hacen insostenible el turismo como lo conocemos hoy en día.
Esto decía de Ginebra, en 1914, la periodista andaluza Carmen de Burgos, Colombine, en su
libro Mis viajes por Europa (Nausícaä): “Una vez vista la bolsa, el teatro, la catedral, los
bulevares, parece que estamos otra vez en la última ciudad que visitamos, que todas aquellas
casas son las mismas, que se han adelantado para recibirnos. No merecía la pena molestarse para
esto. Las compañías de teatro viajan, los libros se venden en todas partes, las obras de arte se
reproducen con fidelidad; es igual siempre el confort de las casas y los grandes hoteles; la prensa
y el telégrafo han dado una extensión mundial al pensamiento. ¿Para qué viajar si no se buscara
el encanto ancestral de las antiguas ciudades románticas o el encanto de la naturaleza?”.
En el fondo, es esa la pregunta que nos hacemos en este número. ¿Tiene sentido seguir viajando
como lo venimos haciendo hasta ahora? ¿Cambiará o tendremos que modificar el concepto de viajar
en los próximos años? ¿Cómo se puede hacer un turismo responsable en una sociedad capitalista?
¿Podremos viajar sin cambiar los modos de vida de la población autóctona, las economías locales… sin
dañar el planeta? ¿O tendremos que asumir sencillamente que no podremos viajar?
Según un estudio publicado en la revista Nature Climate Change, la industria del ocio de vacaciones es
responsable de un 8% de las emisiones globales, lo que significa hasta cuatro veces más de lo que se le
atribuía hasta este momento. El informe, llevado a cabo por personal investigador de la Universidad de
Sydney (Australia), ha tenido en cuenta no solo las emisiones producidas por los aviones, sino todas las
cadenas de suministro de los productos asociados al turismo, desde la comida a los souvenirs. Es, de
hecho, el incremento en la demanda de bienes y servicios, y no el aumento en el número de vuelos, el
que está detrás de la mayor parte del incremento de las emisiones, que crecieron alrededor de un 15%
entre 2009 y 2013, según los datos recogidos en el informe. El turismo aporta en torno a un 10,4% al
PIB global.
“Como cualquier actividad lucrativa dentro del capitalismo, el turismo tiende a la expansión absoluta
dentro de unos límites que va empujando cada vez más, arrasa todo lo que se interponga entre él y sus
beneficios. Lo vemos actualmente en la gentrificación de los barrios, el aumento del precio de los
alquileres y la expulsión de vecinas hacia la periferia”, explican desde la iniciativa Contra el Diluvio,
cuyo principal objetivo es luchar contra el cambio climático y sus consecuencias. Barcelona es una de
esas ciudades donde comenzó a percibirse con más fuerza ese aumento desbordado del turismo.
Un estudio presentado el pasado junio en la Universitat Oberta de Catalunya (UOC)analiza la
transformación urbana de la capital catalana a través del impacto de la plataforma de alojamiento
Airbnb, una de las principales marcas asociadas a la denominada economía colaborativa. Una primera
consecuencia de ello, según la autora del trabajo, Paola Imperatore, es la construcción de nuevos
hoteles provocada por el aumento de los flujos de turistas. “Por la misma razón, muchos bloques se han
convertido en pisos turísticos. Y las habitaciones se han convertido en un nuevo mercado en la
ciudad en detrimento de la población local“, sostiene la experta, colaboradora del grupo de
investigación Digital Commons (Dimmons) del IN3 de la UOC.
El otro efecto, de acuerdo a su estudio, es la transformación de la economía local basada en las
necesidades de las personas residentes a una basada en el entretenimiento del turismo. “Los
supermercados, kioscos, bibliotecas son sustituidos por bares que ofrecen ‘típicas’ comidas y bebidas,
negocios de souvenir y otras atracciones. “Al mismo tiempo –prosigue– los precios de los servicios van
subiendo por la presencia de consumidores y consumidoras con un poder adquisitivo mayor”. Es lo que
se define como gentrificación.
Iban Díaz, profesor de Geografía Humana en la Universidad de Sevilla, ha estudiado este fenómeno en
ciudades como Sevilla, Buenos Aires y Ciudad de México. En las tres capitales, aunque son muy
diferentes entre ellas, lo que suele primar a la hora de organizar el espacio es que los suelos sean lo más
rentables posibles. En Sevilla, el caso de la Alameda, la parte norte del casco histórico de la ciudad, es
un ejemplo claro: “Pasó de ser una zona marginada a una zona revalorizada, sobre todo, a partir de la
Expo 92, donde todo se hace desde el punto de vista del beneficio económico. Entonces se produjo un
movimiento grande de clases que podían hipotecarse hacia la zona y la gente con menos recursos se fue
yendo porque se encareció todo o los propietarios los echaron. Hay una limpieza del menudeo, desalojo
de viviendas ocupadas, se elimina el mercadillo, se reduce el enclave de prostitución, se crea una
comisaría y en la segunda mitad de los años 2000 se consolida como una zona segura y tranquila. Eso
empieza a atraer más y más turismo. E incluso mucha gente de clase media que vivía ahí se tiene que ir
por el aumento de los alquileres. Nunca ha habido tantos bares y comercios relacionados con el ocio
nocturno, lo que genera un cambio a su vez de usuario”. En concreto, en diez años, las pernoctaciones
han aumentado un 53% en Sevilla aunque el empleo del sector solo ha crecido un 18%, según aportó
CCOO en unas jornadas sobre tasas turísticas.
Entre las medidas que se pueden adoptar para reducir estos procesos, Díaz cita algunas: la delimitación
de zonas sensibles de especial protección, que implica proteger la forma de vida, las maneras de habitar
el espacio, la forma de sociabilidad, e incluso los comercios tradicionales, como ocurre en París con las
panaderías. También se pueden poner límites en esas áreas, como el número de pisos turísticos; o
promover usos que no son rentables, para lo que se va a necesitar suelo público.
“El capitalismo tiene la capacidad de transformar cada actividad en una máquina de producción, con
todos su impactos negativos. Pienso que no tenemos que dejar de viajar, pero que tenemos que hacerlo
de una manera muy responsable. Esto significa para mí, boicotear una cierta manera de viajar
intentando crear alternativas y trayectorias fuera de las que la industria del turismo nos ofrece”, añade
Imperatore. “Al final –continúa– el destino turístico que elegimos está fuertemente influenciado por
la publicidad y también lo que hacemos cuando estamos en un lugar. La industria del turismo
construye para cada ciudad una ‘reputación’, un imaginario. Está la ciudad romántica, la ciudad del
divertimento, el barrio de las luces rojas, la ciudad de la torre y otras definiciones”.
Cartel contra los pisos turísticos en Barcelona. REUTERS

Economía colaborativa
Es cierto, como destaca Imperatore, que las plataformas de economía colaborativa han contribuido a
ampliar el acceso de consumidores a servicios de los que antes estaban excluidos, gracias a precios
más baratos. Pero al mismo tiempo, este proceso ha producido una situación de súper consumismo que
ha barrido cada potencial ventaja de la de actividad. “A menudo muchas plataformas que tienen una
naturaleza realmente colaborativa acaban por ser englobadas en otras plataformas capitalistas”, afirma.
La economía colaborativa representa un 1,4% del PIB español y se prevé que el año 2025 lo haga entre
un 2% y un 2,9%, según un estudio de la Fundación EY. Desde que estalló en 2013, este tipo de
economía no ha parado de crecer. En 2015 representó unos ingresos de 28.000 millones de euros en la
Unión Europea, según el informe Cuestiones clave a las que se enfrenta la economía colaborativa en
Europa.

Medio Ambiente
¿Son estas fórmulas más compatibles con el medio ambiente? Tras analizar varios estudios al respecto,
Koen Frenken, profesor de Estudios de Innovación en la Universidad de Utrecht, incide en que es
probable que los impactos ambientales sean positivos, pero posiblemente mucho más pequeños de lo
que se afirma y espera. “Los beneficios ambientales de la economía colaborativa no están de ninguna
manera implícitos en esta tecnología y, por tanto, no pueden predecirse de antemano con precisión.
Los impactos dependerán de manera crucial de la evolución de los modelos comerciales y las prácticas
de los usuarios, así como del diseño de instituciones complementarias que aún están en construcción”,
reflexiona el profesor en Papeles de relaciones ecosociales y cambio global (Fuhem).
Para Imperatore, el sector del turismo necesita de una intervención pública. “Insisto, no sé si dejaremos
de viajar, pero creo que será necesario modificar los hábitos de viaje que tenemos si no queremos
ver ciudades como Disneyland, como un parque turístico”. En Contra el Diluvio, aunque valoran las
iniciativas en contra de esta lógica, mantienen pocas esperanzas a la hora de hacer un turismo
respetuoso con los destinos turísticos y el planeta dentro del capitalismo. Según el colectivo, el
aumento de las emisiones relacionadas con la aviación en los últimos años y la popularización de los
viajes lowcost –”que en realidad cuestan lo mismo pero se externaliza al resto de la sociedad su coste
real”, matizan– parecen en el imaginario colectivo a veces un fenómeno imparable, pero nada más lejos
de la realidad. “No hace ni 25 años, coger dos aviones en tres días para echar el fin de semana en
Londres era impensable para casi todo el mundo, y nadie se moría por eso”.

Más tiempo libre


¿Y cómo se cambia esa mentalidad? “Es indispensable –añade el colectivo– que forcemos a gobiernos
y Estados a disminuir los daños derivados de actividades como el turismo, pero no podemos esperar a
eso para hacer algo: no hay una forma sostenible de viajar al otro lado del mundo para dos semanas, así
que la forma principal de turismo debe desaparecer cuanto antes. Sin embargo, eso no tiene que
significar una vida reducida al trabajo y a casa. Reorganizar la producción y ponerla al servicio de las
personas (y no del capital) es una reivindicación fundamental de la lucha contra el cambio climático y,
en esa lucha, debemos apostar por una sociedad poscapitalista en la que el trabajo esté mucho más
repartido y se eliminen todas aquellas ramas de la producción insostenibles o innecesarias. En una
sociedad con menos trabajo y más repartido dispondremos de más tiempo libre y de más vacaciones, y
este excedente de tiempo, junto con restricciones a las formas más nocivas de transporte (como el
avión), podría dar lugar a una nueva forma sostenible de conocer el mundo, más parecida a viajar que a
hacer turismo”.
En conclusión: la mejor medida para disminuir el impacto del turismo es no hacer turismo. Pero para
eso, para seguir manteniendo el planeta y siga mereciendo la pena viajar, como reclamaba Colombine,
tenemos primero que aceptarlo. Esto dice Alastair Bonnett, en 2014, en su libro Fuera del
mapa (Blackie Books): “La transformación de una serie de lugares complejos y diversos en otros
simples y superficiales tiene como resultado una población más vulnerable culturalmente, una masa
desarraigada cuyo único vínculo de cohesión es la ideología que se les impone desde arriba”.
https://www.lamarea.com/2018/09/03/viajar-sin-hacer-turismo/

Вам также может понравиться