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1ª produccioó n escrita.

Juan Joseó Acosta Gonzaó lez

No hay ejercicio intelectual que no sea finalmente inuó til. Una doctrina filosoó fica es al principio una descripcioó n
verosíómil del universo; giran los anñ os y es un mero capíótulo -cuando no un paó rrafo o un nombre- de la historia de la
filosofíóa. En la literatura, esa caducidad final es auó n maó s notoria.
Jorge Luis Borges: Pierre Menard, autor del Quijote.

Antes de abordar la lectura de La autopista del sur, inevitablemente, surge la


reflexioó n sobre coó mo habraó envejecido este texto que no he vuelto a leer desde
hace 30 anñ os. A fin de cuentas, es el tiempo el que va cribando las obras literarias:
algunas se convierten en claó sicos leíódos y estudiados generacioó n tras generacioó n,
mientras que otras, la mayoríóa, dejaraó n de ser leíódas paulatinamente. Incluso las
hay que seguiraó n estudiaó ndose, aunque -casi- nadie las lea…

Cortaó zar, 30 anñ os despueó s: la lectura, su recepcioó n, ha de ser distinta, pues el


mundo ha cambiado y este lector ya no es el mismo. ¿Quedaraó algo del fervor
adolescente a sus cuentos? Mojemos la magdalena en la infusioó n proustiana…

Releer a Cortaó zar: recordar amores olvidados en el tiempo, rememorar


conversaciones nocturnas como abrazos de fuego, revivir la sensacioó n de sentirse
letraherido y pleno de gozo literario.

Releo, por tanto, La autopista del sur: su paó ginas me pesan en las manos, la historia
no concita en míó el intereó s y la pasioó n de antanñ o. Hay obras y lectores que
envejecen mal, no seó si ambos en este caso. Pero el relato me resulta anodino,
previsible y regularmente concluido. Maó s que una historia viva, veo una idea
convertida en relato, un relato al servicio de una idea.

El estilo de Cortaó zar síó que es inmutable: la fluidez de su escritura, la musicalidad


de su prosa, el gusto por la descripcioó n cartesiana de los ambientes.

Y los temas: el tiempo que corre y se eterniza a la vez, las relaciones humanas como
fraó giles puentes entre islotes solitarios, el ser social aristoteó lico, el homo homini
lupus hobbiano, la disolucioó n de fronteras entre lo real y lo fantaó stico, entre lo
trivial y lo profundo…

Mientras leo el relato no puedo dejar de pensar en Kafka: la opresioó n, la


claustrofobia, la extranñ eza, tan víóvidas en su obra, no me parecen en La autopista
del sur maó s que paó lidos reflejos.

El pacto ficcional se fisura y amenaza con quebrarse: encuentro a los personajes


como piezas fijas de un tablero, figuras de un sociograma. Personajes planos,
esclavos del determinismo dialeó ctico de su creador. No es necesario escribir una
novela para que los personajes vivan por su cuenta, para que nos sorprendan con
sus contradicciones. Basta con una frase, con un diaó logo, con una palabra.
Ademaó s, el tiempo del relato, que pretende bailar entre lo real y lo fantaó stico, me
deja una paradoó jica impresioó n de brevedad. Pese a que el autor se esfuerza en
dilatar el atasco, pasando de los ciclos circadianos a las bruscas variaciones
meteoroloó gicas, no percibo la densidad de ese tiempo lentíósimo, de ese tiempo
detenido en un espacio absurdo.

Ese espacio/tiempo absurdo, de tintes existencialistas, me recuerda, salvando los


geó neros, Esperando a Godot: pero Godot nunca llega, y yo hubiera preferido, en mi
relato de La autopista…, que el atasco no hubiera concluido.

En cuanto a la síóntesis del relato, me siento obligado a ser intertextual: en la


cabecera de la Actividad 1 aparece escrita de forma inmejorable:

“En este cuento, el autor aborda la vulnerabilidad de las relaciones humanas poniendo en
evidencia lo aterrador que puede ser nuestro comportamiento en una situacioó n líómite.
Para lograrlo crea, sin mayor desarrollo del drama y con mucha sagacidad descriptiva, una
comunidad en miniatura en el contexto de un embotellamiento que se produce en una
carretera y que se prolonga indefinidamente (del paso de los díóas y las noches descritos se
deduce que dentro de la historia pasan las semanas y los meses) dejando atrapados a los
tripulantes de los vehíóculos en una interminable procesioó n que avanza a paso de hombre.
Ese asfixiante escenario (una metaó fora sobre la postergacioó n, al mejor estilo kafkiano) da
lugar a distintas situaciones (buó squeda de provisiones, disputas de poder, muerte,
encuentros furtivos entre amantes, etc.) que obligan a los personajes a interactuar entre síó
guiados, en muchas ocasiones, por toó picos propios de nuestra cultura.”

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