Вы находитесь на странице: 1из 11

Ética y sociedad.

Estudiante:
 Deiver Jiménez

Docente:
 Vinicio Ordoñez
Contenido
1. Ética y persona. ................................................................................................................ 3
Derechos humanos.................................................................................................................. 3
Ética y política. .......................................................................................................................... 4
La Ética económica ................................................................................................................. 8
1. Ética y persona.

Derechos humanos.
Los derechos humanos son aquellas «condiciones instrumentales que le permiten a la
persona su realización». En consecuencia subsume aquellas libertades, facultades,
instituciones o reivindicaciones relativas a bienes primarios o básicos que incluyen a
toda persona, por el simple hecho de su condición humana, para la garantía de una vida
digna, «sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de
cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o
cualquier otra condición».
Para autores naturalistas los derechos humanos son independientes o no dependen
exclusivamente del ordenamiento jurídico vigente, por lo que son considerados fuente
del derecho; sin embargo desde el positivismo jurídico la realidad es que solamente los
países que suscriben los Pactos Internacionales de Derechos Humanos o Pacto
Internacional de Derechos Civiles y Políticos (PIDCP) y el Pacto Internacional de
Derechos Económicos, Sociales y Culturales (PIDESC) y sus Protocolos –Carta
Internacional de Derechos Humanos– están obligados jurídicamente a su cumplimiento.
Así, por ejemplo, en relación con la pena de muerte, contraria a la Declaración Universal
de los Derechos Humanos, el Segundo Protocolo Facultativo del Pacto Internacional de
Derechos Civiles y Políticos, destinado a abolir la pena de muerte no ha sido firmado
por países como China, Irán, Estados Unidos, Vietnam, Japón, India o Guatemala.
Desde un punto de vista más relacional, los derechos humanos se han definido como
las condiciones que permiten crear una relación integrada entre la persona y la
sociedad, que permita a los individuos ser personas jurídicas, identificándose consigo
mismos y con los demás.
Se trata de una disciplina relativamente nueva, y el origen del término corresponde al
pastor protestante, teólogo, filósofo y educador alemán Fritz Jahr, quien en 1927 usó el
término Bio-Ethik en un artículo sobre la relación ética del ser humano con las plantas y
los animales. Más adelante, en 1970, el bioquímico estadounidense dedicado a la
oncología Van Rensselaer Potter utilizó el término bio-ethics en un artículo sobre «la
ciencia de la supervivencia» y posteriormente en 1971 en su libro Bioética un puente
hacia el futuro.

En su sentido más amplio, la bioética, a diferencia de la ética médica, no se limita al


ámbito médico, sino que incluye todos los problemas éticos que tienen que ver con la
vida en general, extendiendo de esta manera su campo a cuestiones relacionadas con
el medio ambiente y al trato debido a los animales. Se han formulado una serie de
definiciones respecto a la disciplina de la Bioética, siendo una de ellas la adoptada por
la Unidad Regional de Bioética de la OPS, con sede en Santiago de Chile y que,
modificada por el S. J. Alfonso Llano Escobar en una revista de la especialidad, define
a la Bioética como «el uso creativo del diálogo inter y transdisciplinario entre ciencias de
la vida y valores humanos para formular, articular y, en la medida de lo posible, resolver
algunos de los problemas planteados por la investigación y la intervención sobre la vida,
el medio ambiente y el planeta Tierra». Sin embargo, cabe destacar, que ya en 1978, el
Kennedy Institute de la Universidad jesuita de Georgetown en Estados Unidos, había
publicado la primera Enciclopedia de Bioética en cuatro volúmenes, dirigida por Warren
Reich, un teólogo católico, donde se define a la Bioética como el "estudio sistemático
de la conducta humana en el área de las ciencias de la vida y la salud, examinado a la
luz de los valores y principios morales".

Ética y política.
La relación entre la ética y la política resulta ser un debate de gran actualidad ya que la
tensión que existe entre ambos conceptos permite dilucidar algunas de las causas o
consecuencias del mundo que estamos viviendo. Entender la política como una ciencia
independiente de la moral no significa que no entablen una relación, unas veces endeble
otras veces sólida. La distinción entre la ética pública y la moral privada resulta
fundamental ya que no podemos hacer prevalecer nuestra moral privada para asuntos
que atañen a la búsqueda de un bien social inspirados en la libertad, la justicia, la
igualdad, la pluralidad y la tolerancia por señalar algunos. Para ello, es necesario tener
una ética laica que rija las acciones de los hombres en sociedad en su vida pública. El
mundo globalizado nos interpela urgentemente para crear una ética global responsable
en la que todas las naciones participemos activamente y nos comprometamos con el
bien de toda la comunidad internacional.

En la antigüedad no se entendía la política sin la ética ya que como señala Aristóteles,


ambas forman parte de “la filosofía de las cosas humanas”. Sin embargo, él fue quien
constituyó a la ética en una disciplina independiente y la planteó como la parte de la
filosofía que mira hacia el valor de la conducta humana, y se fija en el obrar que
necesariamente nos hace voltear al bien y al mal. Por otro lado, entendía la política
como la vida en la polis, ésta significaba todo para la vida del griego, la vida social era
la vida política. No había distinción en estos dos ámbitos. Para él, el fin del Estado era
promover la virtud, por tanto, buscar la perfección humana. Eran dos elementos
inseparables por naturaleza ya que toda vida social, por tanto también vida política,
debía de buscar la virtud y la perfección. Esto no podía entenderse sin el imperio de la
ley ya que era la condición para el buen gobierno y para tener una vida moral y
civilizada.. Cuando la polis pierde fuerza, la política se hace más jurídica. Ya hay cierta
distinción entre la vida social y la vida política. Sin embargo, la ética sigue estando
vigente en la relación con la política ya que como lo señala Cicerón, “El oficio de la virtud
radica en la acción”.

Es contundente cuando señala que el Estado es una comunidad moral que tiene fines
éticos. Durante el medievo las condiciones se transformaron, la política se teologiza, no
se entendía la política separada de la religión. Es más, el poder político es conferido por
el poder espiritual. Hay una confusión entre la esfera pública y la privada, se da la
feudalización del poder. La ética y la política son una cosa, el pensamiento aristotélico
retoma aún más fuerza con la visión cristiana de Tomás de Aquino. No se puede
entender un acto político sin la visión de la ética. Mas bien, la política estaba subordinada
a la ética. Esto era propiciado por la visión jerárquica de las sociedades, el poder era
conferido por designio divino por tanto el gobernante actuaba de acuerdo al bien moral
que emanaba del mismo Dios. Todo ello se transformó con la llegada de la modernidad.
La modernidad no la podemos entender sin la separación de la política de la ética y en
esto la figura de Maquiavelo es central ya que no sólo la separa sino le da autonomía,
considera que la política cuenta con sus propias leyes y debe de aplicarlas. El punto
medular de su obra El príncipe es analizar la forma de obtener y conservar el poder.
Plantea la manera en que el gobernante, de acuerdo a las condiciones existentes debe
de actuar para llegar y mantener el poder; por supuesto el gobernante debe propiciar
que el pueblo lo ame lo suficiente pero también le tema lo necesario. Los mejores
príncipes son los que saben disfrazar su naturaleza de zorros. No podemos entender la
obra sin comprender lo que él llama, el arte de simular y disimular. Es una virtud la del
parecer, del hacer creer, de la hipocresía. “Todo mundo ve lo que parecéis, pocos
conocen a fondo lo que sois, y este pequeño número no se atreverá a levantarse contra
la opinión de la mayoría sostenida, además por la majestad del poder soberano”
(CHEVALIER, 1979, p. 27). Para todo ello, la fuerza es sustancial. Sin embargo,
Maquiavelo “sancionaba el uso de los medios inmorales por parte de los gobernantes
para conseguir una finalidad, pero nunca dudó de que la corrupción moral de un pueblo
hace imposible el buen gobierno” (SABINE, 2003, p. 271). Para él es distinta la
moralidad del gobernante que la del ciudadano. “Se juzga al primero por el éxito
conseguido en el mantenimiento y aumento de su poder; al segundo, por el vigor que
su conducta da al grupo social” (SABINE, 2003, p. 272). Resulta pertinente que si la
moralidad es distinta para uno y para otro, de qué manera se logra conciliar el fin de la
política para ambas partes. La separación de la que hablabamos generó la distinción
entre la esfera pública y la esfera privada, lo que ha venido a diferenciar la moral social
de la individual. Si consideramos al poder como el elemento sustancial de la política,
necesariamente la relación entre ética y política se tensa aún más. El poder, según Max
Weber, es la posibilidad de imponer mi voluntad sobre el otro a pesar de que haya
resistencia. Es decir, se entiende el poder como suma cero; unos ganan y otros pierden.

En cambio, otros autores como Hanah Arendt plantean al poder como esa relación social
asimétrica pero que debe de tender a ganar-ganar, siendo así que, entre más son los
que ganan se considera que mayor es el poder. De hecho, cuando se ejerce más fuerza
es porque el poder es más debil. Si es asi como lo hemos descrito, resulta aún más
tensa la relación entre los dos conceptos analizados. En esta separación en que el poder
es intrínseco a la política y a su vez tras el poder, cómo señala Weber, está la violencia,
Yannuzzi plantea que “el poder, objeto específico de la política que al penetrar la
dimensión ética, introduce su lógica particular, produciendo en este campo importantes
distorsiones” (YANNUZZI, 2005, p. 68). En este punto es donde viene un quiebre que
en la actualidad presenta aún mayores complejidades. En este sentido Weber se
pregunta, ¿Cuál es, pues la verdadera relación entre ética y política? No tiene nada que
ver la una con la otra, ¿cómo a veces se dice? O es cierto, por el contrario, que ¿hay
una sola ética válida para la actividad política como para cualquier otra actividad?
(WEBER, 1984, p. 160). El autor da ejemplos y cuestiona si el político tiene que obrar
con base en la ética de los evangelios. “La ética acósmica nos ordena no resistir el mal
con la fuerza, pero para el político lo que tiene validez es el mandato opuesto: has de
resistir al mal con la fuerza, pues de lo contrario te haces responsable de su triunfo”

Teóricamente no debería haber conflicto, puesto que la ética es prescriptiva, nos indica
lo que debe y no debe hacerse, siendo la economía, en cambio, una ciencia de
naturaleza descriptiva, pues indica los efectos probables de determinadas políticas y
analiza, utilizando el método científico, la realidad; lo que es y no lo que debería ser.

Podría decirse que la moral, en cuanto ciencia, es en cierto sentido superior a la


economía, pero ello sin perjuicio de que esta última es un conjunto de leyes no sujetas
a juicios éticos-valorativos.

Afirmaciones como las anteriores, planteadas sin una mayor explicación, podrían llevar
a graves errores pues, por una parte, tanto las leyes que establecen el marco para el
funcionamiento de una economía de mercado como el comportamiento de aquellos que
actúan en el mercado sí pueden ser juzgados éticamente, y por la otra, la Doctrina Social
de la Iglesia y la ética económica deben nutrirse con las verdades de la ciencia
económica para elaborar sus juicios morales, lo que demuestra la íntima relación
existente entre la ética y la economía.
Para comprender esta relación es conveniente aclarar previamente qué es lo que
entendemos por ética y por economía.

La ética o moral es aquella ciencia que trata de bien en general, y de las acciones
humanas (libres) en orden a su bondad o malicia.

La moral es, en el hombre, un valor o realidad que resulta del ejercicio de su libertad. Si
las acciones no fueran libres, evidentemente no podrían ser calificables de buenas o
malas. Pero debemos entender esta libertad en el sentido de que "es libre el hombre en
dirigirse o no dirigirse hacia el fin que Dios le ha señalado; pero dejaría Dios de ser la
causa primera y último fin, si fuera libre el hombre en imponerse el fin último de su vida
o en conseguir el que Dios le ha señalado por caminos diversos de los que, en su
sabiduría infinita, le tiene trazados" (Antonio Peinador Navarro, Tratado de Moral
Profesional; Madrid, BAC, 1969, p. 11).

Por ello podemos decir que es bueno lo que acerque al hombre a su creador o, en otras
palabras, lo que contribuya al perfeccionamiento de la persona.

Para el objeto de nuestro estudio es también muy importante definir lo que entendemos
por economía, pues existen diversas acepciones de la misma, aparte de aquella que la
entiende como ciencia, y en varios campos de la economía abundan los juicios de valor.

La economía como ciencia podríamos decir que es "el estudio del comportamiento
humano relacionado con la asignación de medios escasos y de uso alternativo para la
consecución de fines" (Lionel Robbins). Es en este sentido que podemos decir que la
teoría económica no se preocupa de analizar la bondad o maldad de las acciones
humanas.

Tanto la economía como la ética estudian el acto humano, libre y racional, pero la
diferencia es que la ética lo estudia desde el punto de vista de la bondad o maldad de
las acciones, en cambio la economía no estudia sino cómo actúa el hombre. Es por ello
que podemos decir que los postulados científicos de la economía son correctos o
equivocados, completos o incompletos, pero no buenos o malos, ni liberales, ni
keynesianos.

Lo anterior no pretende desconocer, sino aclarar, la íntima relación existente entre la


ética y la economía, pues el pensamiento económico sólo puede ser realizado por
hombres, que valoran y juzgan moralmente. Es por ello común que los economistas
realicen juicios éticos, pero al hacerlo debieran valerse de las enseñanzas de la ética,
ya que ningún análisis puramente cuantitativo (como el económico) puede
proporcionarnos un criterio cualitativo (como es el de la ética).
A la inversa, el estudioso de la ética económica debe valerse, para realizar sus juicios
morales, de los antecedentes de hecho que le proporciona la ciencia económica, pues
de lo contrario sus conclusiones, al carecer de una base real, serán erróneas. Ello es
evidente, pues para poder juzgar una realidad, cualquiera que sea ésta, que es lo que
pretende la ética, es necesario conocerla y saber como funciona. Lo mismo ocurre al
realizar juicios morales acerca de la economía.

Como conclusión, podemos señalar que la ética económica debería señalar los objetivos
económicos deseables, buenos o preferibles, y los conocimientos económicos influir en
la selección de los medios para alcanzar dichos fines.

La Ética económica
La ética económica es la "ciencia acerca del orden moral de la cooperación social del
hombre para satisfacer sus necesidades vitales y culturales" (J. Messner).

En efecto, la economía forma parte de la cultura humana, como todo lo que se refiere al
cumplimiento de las tareas esenciales de la vida humana, y no sólo porque cree sus
"presupuestos materiales", como muchas veces se afirma, sino también en cuanto parte
del orden personal y social de la vida y porque para la mayoría de los hombres ocupa
la mayor parte de su vida bajo la forma de trabajo profesional, y sólo por esto hay que
reconocerle un decisiva importancia en la configuración de la vida humana.

El hecho básico de que depende el esfuerzo del hombre para satisfacer sus
necesidades vitales y culturales es la escasez de los medios de comparación a las
necesidades, y el problema aumenta si consideramos que las necesidades crecen
según se eleva el nivel de su satisfacción. Por ello, la razón humana se ve abocada en
primer lugar a la actividad económica, es decir, a procurar la mejor satisfacción de sus
necesidades con los bienes escasos de que dispone, y a buscar a esa meta por medio
de la cooperación social, a través de la especialización e intercambio.

Si cada familia cubriese sus necesidades con sus propias fuerzas, nunca hubiese
sobrepasado un estado cultural completamente primitivo, y por ello el hombre no podría
alcanzar su fin último subjetivo, que es la actualización plena de todas sus potencias.
Dadas las limitaciones del hombre, este fin no puede lograrse por un individuo solo, sino
por la sociedad toda, y a través de la especialización, como viéramos.

PRINCIPIOS BÁSICOS DE LA ÉTICA SOCIAL Y ECONÓMICA

a) El Bien Común
Es la causa final de la sociedad, y podría definirse como el "orden o adecuado modo de
relación que permite a todas y cada una de las personas que integran la sociedad
respectiva, alcanzar su fin personal o individual en la mayor medida de lo posible".

La sociedad es un ente de orden, es decir, un conjunto de sustancias unidas en torno a


un fin, y lo es justamente porque no es una sustancia ni la mera suma cuantitativa de
los seres humanos que la integran, sino que es un conjunto de elementos (hombres)
unidos en torno a un fin, el cual es común, y por lo tanto comunicable y participable a
todos los integrantes de la sociedad. Por ello el bien común no se opone al bien
personal, pues es el bien que es común a cada una de las personas que integran el
grupo social. En caso de aparente pugna, hay que averiguar cuál es el verdadero bien
y cuál el aparente (apetito desordenado).

La sociedad está al servicio de la persona, y no la persona al servicio de la sociedad, y


esto es así por cuanto el hombre es superior a la sociedad desde el punto de vista
ontológico, pues es un ser substancial que es apto para subsistir por sí mismo, y la
sociedad un ser accidental de relación, que por lo tanto requiere a lo menos de dos
sustancias. También lo es en el orden del fin, por cuanto el hombre vive en la historia
pero trasciende de ella, por su destino eterno. La sociedad en cambio se agota en el
tiempo, en la historia.

Las otras concepciones sobre el bien común son fundamentalmente:

a) la doctrina individualista sobre el bien común, de comienzos del liberalismo, que


considera el bien común como la mera suma de los bienes individuales, obtenido cada
cual con prescindencia de los demás. El único límite de cada persona es no impedirle a
los demás obtener su bien particular a través de alguna acción positiva. De esta
concepción fluye la conclusión de que el bien común es el bien de la mayoría, del más
fuerte.

b) la doctrina colectivista o totalitaria del bien común, que considera a la sociedad como
un todo colectivo superior bajo todo concepto a los seres humanos que la componen,
los cuales carecen frente a la sociedad de toda trascendencia, y por lo tanto, de todo
derecho. El bien común es considerado el bien de la colectividad entendida como este
todo colectivo, por lo cual se admite que en aras del bien colectivo se sacrifique todo
derecho o bien individual, por lo cual el bien común muchas veces no es más que un
bien en apariencia.

b) Principio de Subsidiariedad y Autonomías Sociales


El hombre se agrupa en sociedades para alcanzar fines que no puede alcanzar por sí
solo, luego forma sociedades mayores para lograr fines que las menores no están en
condiciones de proporcionar. Cada sociedad es por definición apta para lograr su
objetivo o bien común particular. En caso contrario se disuelve o se transforma en otra
distinta, la cual sí es apta para lograr su fin.

Si toda sociedad tiene los medios para alcanzar su fin, tiene a la vez el derecho de
buscarlo con libertad y autonomía, es decir el derecho de gobernarse a sí misma. El
gobernarla es dirigir una sociedad hacia su fin o bien común particular, y esto es lo que
marca el ámbito y límite de la autonomía de una sociedad. (Se extiende a todo lo
necesario para alcanzar su fin, pero sólo a ello).

El principio de subsidiariedad se basa precisamente en que toda sociedad es autónoma


para alcanzar su fin propio, y por lo tanto, ninguna sociedad mayor puede asumir lo que
es propio de una sociedad menor, lo que es propio de su ámbito de autonomía. Sólo
podría hacerlo si ésta no satisface adecuadamente su fin, en cuyo caso actúa en
subsidio.

El Estado es subsidiario respecto de todas las sociedades intermedias.

Entre las funciones del Estado según el principio de subsidiariedad se distinguen:

a) Aquellas funciones que de suyo y por naturaleza no podrán jamás ser tomadas por
los particulares, las cuales serían representar a la comunidad toda (relaciones
exteriores, defensa, policía), y coordinar las relaciones jurídicas (la ley y su aplicación),
y

b) El rol subsidiario del Estado, es decir, aquellas funciones que pueden ser realizadas
por los particulares, pero que de hecho no las realizan en forma satisfactoria. El Estado
debe realizar estas funciones sólo cuando sean necesarias o claramente convenidas
para el logro del bien común, y siempre que haya agotado sus esfuerzos para que los
particulares las asuman, esfuerzos que deben continuar hasta que los particulares
puedan de hecho asumirlas.

El análisis de la naturaleza y fin de la economía confirma la validez incondicionada del


principio en materia económica. Podría pensarse en conducir al hombre como animal al
trabajo y al pesebre, como sucede en una sociedad de esclavos, pero esto no está de
acuerdo con la naturaleza humana. En efecto: a) el hombre siente el apetito de mejorar
la satisfacción de sus necesidades y de lograr la plenitud de su vida, material y
espiritualmente, para sí mismo y su familia, lo cual implica que por su contribución a la
productividad tiene derecho a aspirar a una mayor participación en los beneficios. Esto
significa libertad de iniciativa como estímulo para una mayor cooperación económico-
social; b) el hombre se caracteriza por su apetito de libertad en la satisfacción de sus
necesidades y por lo tanto en la configuración de su vida. Unos prefieren unas cosas,
otros otras; c) en virtud del derecho del hombre a tener sus propias convicciones en
relación a su responsabilidad para cumplir los fines esenciales de la vida, el principio de
subsidiariedad adquiere gran importancia en economía, pues si el Estado organiza la
producción y el consumo, depende de él qué convicciones o necesidades protegerá en
el campo educacional, espiritual, ético o religioso.

En definitiva el principio de subsidiariedad pretende dar tanta libertad como sea posible,
y tanta regulación como sea necesaria en interés del bien común.

Вам также может понравиться