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Definamos discurso como un juego de premisas, implícitas o explícitas, relacionadas entre sí.

Estudiar esta interacción es analizar un discurso y ello supone estudiar la permanencia,

manifestación y presencia de ciertos valores más allá de su momento de enunciación; “cosas” que

se emitieron y de que ciertas personas o grupos se apropian y las reiteran. El estudio del discurso

permite, pues, rastrear la permanencia de distintas formas de relación social porque no podría

manifestarse y permanecer a través del tiempo gracias a un poder abstracto con voluntad propia y

ajena a la de aquellos que le están sujetos. El discurso es, entonces, la expresión lingüística (oral

o escrita), en diferentes momentos, de ciertas proposiciones relacionadas entre sí; es la aparición

de cierto orden que se repite explícita o implícitamente en la voluntad de varios emisores. Esta

permanencia es identificable no necesariamente en las palabras y las oraciones escritas o dichas,

sino en la función que ejercen. En este sentido el discurso no es una conversación [12→] ni una

canción aunque puede estar en ambas, no es un libro ni un letrero a pesar de que puede aparecer

en uno u otro. Es decir, no son oraciones específicas, sino más bien ciertos parámetros que

organizan a los sujetos, estableciendo jerarquías entre ellos, condicionando sus enunciaciones, su

comportamiento, manifestándose una y otra vez no siempre usando los mismos signos. En

segundo lugar, un discurso posee ciertos valores que definen grupos en tanto les otorga

características similares de comportamiento.

Francisco Valdivieso, Rap: consumo y contrahistoria, tesis de grado, Maestría en Estudios de


Arte y Literatura, UAEM, Cuernavaca, 2015, pp. 11-12

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