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El banco le negó un préstamo, pero el

siguió adelante. Luego, se hizo


millonario y compró el banco.

Foto: Portal Web de la revista “Las2orillas”

El hombre que hoy posee una fortuna que supera los 15 mil millones de dólares se
ha hecho solo. A pulso. La suya es una fortuna de primera generación. No hay
nada heredado, no hay favores, ni suerte, sino más bien más de 50 años de
permanente esfuerzo. “Mi filosofía es trabajo, trabajo y trabajo”, señala, para luego
agregar: “trabajo pensado y nunca vacilar en lo que se quiere”.

Es uno de los ocho hombres más acaudalados e influyentes de América Latina y


ocupa un privilegiado puesto en la lista de los hombres más ricos del mundo.
Desde un inicio hay que decir que, a temprana edad, Luis Carlos Sarmiento
Angulo fue mostrando esas cualidades que convierten a los hombres ordinarios en
extraordinarios. Nació en Bogotá el 27 de enero de 1933. Hijo de una familia de
clase media, nunca tuvieron nada de más, pero tampoco nada de menos. Vivieron
con lo justo. Eduardo Sarmiento, el padre, se dedicaba al negocio de la madera, y
su madre, doña Georgina, era la encargada de los quehaceres del hogar y de
impartir la disciplina familiar.

Todos los hermanos mostraban rendimientos académicos notables, pero él era


excelente. El niño brilló desde pequeño. Fue precoz. En sus pequeñas vivencias
ya se advertía un gigante: le gustaba ser el primero en todo. Ganar en todo. Casi
pareciéndose a esos titanes que señalan que el éxito auténtico no precisa medias
tintas, el a donde iba daba la hora. Bueno en la escuela, brillante entre los
hermanos, líder entre sus amigos. A los 5 años ya sabía leer. Fue uno de los
primeros en demostrar que la responsabilidad era lo suyo: Si decía que a tal hora
regresaría de jugar, a tal hora llegaba. Pareciese como si a temprana edad
hubiese sabido ese principio de la excelencia que sugiere que no se puede ser
perfecto, pero hay que ser más que los promedios.

Cuando la familia es numerosa y la economía es ajustada, uno experimenta


situaciones que lo marcan aún más. Y ese fue el caso. Los Sarmiento Angulo eran
nueve, él es el penúltimo: había que ser despierto para defenderse de las bromas
de los hermanos y actuar en mancha cuando la calle o el colegio exigía defender a
uno de ellos del abuso de algún amigo. Tenían que ser obedientes, pero había
que evitar ser el blanco de los “mandados”, y se debía usar la ropa del hermano
mayor. Lo que al mayor ya no quedaba, al menor servía. Y esa fue su escuela de
austeridad, de apoyo familiar y disciplina.

La historia demuestra que los hombres de éxito a temprana edad se hacen del
trabajo. Y así sucedió: Obtuvo su primer empleo a los 14 años en Radio Difusora
Nacional. Luis Carlos es ingeniero civil, pero la contabilidad es otra de sus
pasiones. Desde pequeño tuvo interés en aprender todo sobre el debe y el haber,
los activos y los pasivos, el flujo de caja y los estados financieros. Con ese
conocimiento, a los 15 años, ya había sido contratado como contador. Y aquí uno
encuentra otro rasgo de su personalidad: conceder importancia a todo aquello que
despierta su curiosidad. No es tan común que la contabilidad llame la atención a
un púber, pero el muchacho le dedicó tiempo y vaya que ganó: no sólo aprendió y
consiguió trabajo, sino que la contabilidad le serviría como una linterna que
alumbra su camino en futuros negocios.

Luis Carlos nunca ha vacilado. Por ejemplo, en sus memorias da cuenta que
desde pequeño supo que quería ser ingeniero civil. Postuló a la Universidad
Nacional e ingresó con el primer puesto. Ya universitario, rápidamente entabló un
acuerdo con su padre, quien sólo debía pagar la matricula, porque él se haría
cargo del resto de sus gastos: libros, pasajes, etc. Pero pronto el padre se llevaría
una grata sorpresa: la universidad le devolvía el dinero de la matrícula, porque el
muchacho era de excelente rendimiento académico y a los mejores la universidad
no les cobra. “Quédese con ese dinero mijo, que usted se lo ganó”, le decía el
orgulloso padre.
El joven, que era de moderada y sana diversión, fue siempre partidario del hábito
del ahorro, fue selecto para elegir a sus amistades y fino para elegir a la pareja
que lo acompañaría por el resto de su vida. Y es que los jóvenes que son
realmente maduros y listos son así: saben que las grandes amistades nacen en la
niñez y en la juventud, conocen aquel principio de vida que establece que los
amigos son los hermanos que uno elige, porque te ayudan o te estancan, te
potencian en la buena conducta, o te descarrilan. Así que el muchacho fue
inteligente en hacerse de dos agrandes amigos a quienes más adelante llamaría
para iniciar su proyecto. Y cuando de su pareja se trató, fue todavía más listo. A
los 17 años conoció a la mujer que lo sigue acompañando hasta el día de hoy, y
con la cual ha logrado formar una bonita y sólida familia: tienen 5 hijos y once
nietos. El hombre se casó con Fanny Gutiérrez, y como bien dice, entre ellos el
amor es cada vez más grande y con tolerancia, caídas y subidas, siguen y
seguirán juntos. Bien dice el dicho: detrás de todo gran hombre hay una gran
mujer. Y no se ofendan las mujeres: Fanny no está adelante, ni al costado, sino
atrás, donde siempre está el poder real. Y es que la mayor influencia, la fuente de
donde viene el equilibrio, siempre es invisible, siempre está atrás y ese no es
ocupar el último lugar, sino más bien el primero. Es difícil para un hombre que
maneja millones ser prudente y ubicar a su familia en el centro de su vida. Luis
Carlos es así y ese mérito es de Fanny. Si el esposo es bueno, una buena esposa
tiene el poder para hacer que caminen por horizontes inimaginables.

El joven trabajaba y estudiaba. Pero siempre eligió trabajos que tengan que ver
con su carrera y con la contabilidad. Consciente de que no había que esperar
terminar la carrera para salir a la calle a comprobar o poner en práctica lo
aprendido, pasó por diferentes empleos. Ya en cuarto año trabajaba en la firma
Cuéllar Serrano Gómez como jefe de Construcciones, luego trabajó en el Instituto
Geográfico Agustín Codazzi y tenía bajo su responsabilidad la elaboración de los
mapas del país, y antes de graduarse como ingeniero, cuando cursaba sexto año,
fue contratado como ingeniero de campo en la firma Santiago Berrío y Cía. Dicen
que el muchacho era muy hábil y rápidamente se hacía amigo de los maestros de
obra, los ingenieros y con todo el personal , todo con tal de saber más sobre la
construcción.

A los 21 años, ya egresado de la universidad, había ganado una beca para seguir
estudios de postgrado en la Universidad de Cornell, en norte américa, pero
cuestiones económicas le impidieron viajar. Entonces, decidió trabajar un par de
años en la Berrío y Cía, ahorrar y marcharse a los EE.UU. para seguir los
estudios. Dos años de trabajo es más que suficiente para que el hombre
inteligente y resuelto sepa todo sobre la empresa en la que trabaja. Luis Carlos
era de esos colaboradores de oro, era de aquellos que conocen tanto la empresa
en la trabajan, que parecen los dueños: saben al revés y al derecho todos los
movimientos. Se vuelven indispensables. El trabajo iba de maravilla, pero no había
olvidado el sueño de ir al extranjero para seguir sus estudios. Entonces, postuló
para una beca en Harvard y aplicó. Pero cuando ya se disponía a viajar, el
terrorismo, ese cáncer que tanto daño le ha hecho a Colombia, asesinó al dueño
de la empresa, don Santiago Berrío. Los herederos de Santiago, que no tenían su
vena empresarial, pidieron al joven que, en honor a su padre, quien lo apreciaba
mucho, los apoye haciéndose cargo de la liquidación de la organización. Aceptar
implicaba abandonar, nuevamente, la posibilidad de ir a los EE.UU. Pero el joven
demostró que la amistad es cuestión de honor, así que aceptó el reto y se olvidó
de la beca. Parece que el destino se empeñaba en que el muchacho se quede en
esa tierra alegre y generosa llamada Colombia.

Entonces, se quedó con la promesa de cumplir el trabajo y encontrar un nuevo


horizonte. Sabía que todo revés trae consigo una oportunidad mayor. Cumplió el
trabajo y a cambió recibió lo acordado: un pago de 10,000 pesos. Le embargaba la
pena de haber perdido a su amigo, Don Santiago, y haber perdido también la
beca. Pero de pena no se vive, había que seguir.

Corría el año 1956 y ya tenía 23 años. Conversó con su esposa y resolvió que era
tiempo de abrirse camino solo. “Haré trabajos por mi cuenta”, se habría
sentenciado. Y ahí empezó lo que es hoy un imperio que maneja empresas en
casi todos los sectores de la economía.
A los 23 años, abrió su oficina y compró una Chevrolet modelo 56. Se contactó
con dos amigos a quienes propondría trabajar juntos y se propuso encontrar
contratos. Su rubro: la construcción. Sector rentable, pero que precisa capital. El
muchacho estaba dispuesto a todo.

Rápidamente, advirtió que en las zonas de violencia nadie quería trabajar. Ahí la
competencia no entraba. Entonces, realizó lo que ya varios hombres de éxito
empresarial han realizado: Llegar a los lugares donde otros no llegan. Medir el
riesgo y estar dispuesto a correr la cancha. Tomaba los contratos que otros no
aceptaban. No fue fácil, pero era la única forma de ir capitalizándose e ir
adquiriendo la confianza del mercado. Así fue, así fue creciendo.

El joven que tenía facilidad para los números, que nunca confundía los gastos
personales con los gastos de la empresa y que hacía gala de disciplina para
cumplir todas las normas que el mismo se fijaba, necesitaba de más capital para
dar pasos mayores. Entonces, con sus cuentas en orden y un plan bastante
realista, pero prometedor, se presentó ante un funcionario del banco de Los Andes
para pedir un préstamo que, al cambio actual, sería de $4.000. Pero el ejecutivo
fue amargo y directo: “No se preocupe joven, que el préstamo… oportunamente le
será negado.” Tenía un mercado potencial, pero requería capital. El banco se
negaba a financiar sus proyectos y eso le generaba un sin sabor. En verdad eso le
molestaba. Y es que todos los que tienen el espíritu de libertad total buscan no
depender de nadie. Luis Carlos dependía del banco y había que liberarse. Si no
había financista, él mismo debía serlo. Entonces la conclusión fue sencilla: “Si los
bancos no quieren trabajar conmigo, tengo que tener mi banco”.

Tener un banco no es asunto sencillo. El negocio financiero, el negocio del dinero,


es de los más rentables del mundo, y hacerse de un banco requiere capital, un
plan certero y una oportunidad. No hay que empezar desde cero, se puede
comprar uno. Sarmiento quería comprar un banco, ya había estudiado el negocio y
además ya era un constructor ducho. Sabía que la construcción es cíclica, tiene
una época de bonanza y luego una caída. Entonces, hay que explorar nuevos
horizontes. Pero mientras se espera el momento para dar el salto, el trabajo
silencioso y paciente es la mejor apuesta.

Nadie vendía un banco. Había que estar atento, encontrar el momento. Y así fue:
el universo conspiró y de pronto, en 1972, las noticias no se hicieron esperar: El
Banco de Occidente estaba al borde de la quiebra. El hombre rápidamente viajó a
Cali – allí quedaban las oficinas principales y vivían la mayoría accionistas- a
realizar su propuesta de compra y negociar. La espera estaba dando sus
resultados: El hombre acertó. Ahora el Banco de Occidente era suyo. Dieciséis
años después de haber fundado su pequeña empresa, con 39 años, tras un arduo
esfuerzo, el tipo ya era un banquero. Con esa joya en mano, ya era un jugador
distinto: ahora tenía más peso. Pero el banco estaba en quiebra, había que sanar
al enfermo, rescatarlo, de lo contrario era un pasivo, una carga, una mala
inversión. Una vez más el genio empresarial del joven se impone y él lo explica
con sus propias palabras: “La contabilidad aterriza a la gente. De lo contrario, la
gente se hace muchas ilusiones. En donde más dinero he ganado, ¡mucho dinero!,
¡muchísimo!, es organizando empresas”. Y acto seguido pone un ejemplo: “Si uno
coge empresas con problemas cuyo valor comercial está muy deteriorado, como
me pasó con el Banco de Occidente. Como estaba tan mal, compré las acciones
por el 70 por ciento del valor nominal, lo organizamos y cuatro años después ese
banco tenía un multiplicador de dos veces o dos veces y medio su valor en libros.
Entonces comprarlo en el 70 por ciento y cuatro años después vale el 250 por
ciento, ahí sí hay una utilidad grandísima y ese es un mérito de la contabilidad,
porque esa es una valorización real, no de mercado”. Sencillo y categórico: Hay
mucha ganancia organizando la empresa. Es posible sanar al enfermo, porque es
la dirección, es el valor que agregue a su organización lo que la hace rentable. “No
hay empresas malas, sino mal gestionadas”, advertía Peter Drucker.

Una buena administración, abrir nuevos mercados, y un equipo comprometido,


hicieron que rápidamente, por cuestiones del horizonte empresarial, el banco de
Sarmiento absorba, apenas un tiempo después, al banco de Los Andes, la entidad
que antes se había negado a prestarle dinero. Ya tenía más poder. Hacía lo que
hacen todos los titanes: estar atento al mercado para comprar empresas en
quiebra y reestructurarlas. Dos años después creo Corfiandes, Corficolombiana.
Ya en 1988, compró el Banco de Bogotá. A sus 55 años, Sarmiento ya se había
convertido en el banquero más importante del país.

“Gozo enormemente del ejercicio de la ingeniería, me encanta hacer carreteras,


obras públicas, pues eso es parte de lo que soy. Pero como negocio, me gusta
mucho lo financiero, porque es estable, sólido, creciente. Vivo muy contento con
esas dos aficiones, y como me va bien, pues las quiero más”, relata para una
revista Colombiana desde su modesta y sobria oficina.

Hoy, este guerrero empresarial, que empieza su día a las 6 y 30 am, haciendo
ejercicios para luego ir a su oficina y salir de ella hasta no antes de las 9 de la
noche, tiene cuatro bancos (Bogotá, Occidente, Villas y Popular). Ha fusionado
otros tantos que ha comprado (del Comercio, Aliadas, Unión y Ahorramás). Tiene
el fondo privado de pensiones más grande del país (Porvenir, que tiene el 30 por
ciento de afiliados), una de las bancas de inversiones más poderosas
(Corficolombiana) y compañías de seguros.

A finales de los noventa, creó el Grupo Aval, un holding que maneja todas sus
inversiones, y que tiene participación activa y mayoritaria en más de 60 empresas
de todos los sectores económicos, desde minería e infraestructura hasta
agroindustria y hotelería. El pequeño que alguna vez dijo que cuando se es
empleado es mejor ser un empleado soñador, hacer planes y decidir caminar solo,
hoy es el constructor más grande del país, controla más del 30% de la banca,
genera más de 60mil puestos de trabajo, paga el 3% del impuesto de renta del
país y el 2% de los Bogotanos vive en una casa hecha por él.

Haciendo eco a aquella máxima que legara al mundo empresarial el gran


Carnegie, quien dijo que el hombre de negocios tiene dos etapas en su vida: una
para amasar fortuna y otra para hacer obras de caridad, Sarmiento no duda en
ayudar. Eso sí: cree que sus ayudas deben estar orientadas a la educación. Tiene
su fundación y desde allí es padrino del programa de becas Colfuturo, programa
que permite que miles de colombianos hagan estudios de posgrado en el
extranjero. En 2008 realizó una donación por 18.000 millones de pesos para la
construcción del edificio de Ciencia y Tecnología de la Facultad de Ingeniería de la
Universidad Nacional, el alma máter donde hizo sus estudios. Pero también hace
otros aportes y así dan cuenta los medios: “LCSA ha realizado donaciones para el
Hospital Universitario San Ignacio, la unidad de recién nacidos del Hospital Simón
Bolívar y una sala de cirugías del Cardio Infantil a través de su Fundación. La más
reciente donación fue la entrega de una ciudadela de 400 apartamentos para las
familias damnificadas por la ola invernal. Y hace apenas unos años se embarcó en
el Grameen Aval Colombia, un proyecto de banca para los más pobres ideado por
Muhammad Yunus.”

Luis Carlos ya llega a las ocho décadas, pero sigue imparable. Es un hombre de
familia y un creyente. Su hermano es un conocido Obispo de la Iglesia Católica y a
través del él también hace importantes apoyos. Todos los días, ojea los diarios y
las revistas, selecciona las noticias de su interés y las lee detenidamente. “Hay
que estar al tanto de lo que pasa, sondear, conocer lo que otros piensan. Eso sirve
para proyectarse, sacar ideas”.

Una periodista le pregunta por sus amigos.

¿Cuántos amigos tiene Don Luis?, le consulta.

“Los cuento con mis dedos”.- responde, y agrega: “Cuando ya tienes dinero todo el
mundo quiere ser tu amigo. Por eso, creo que los amigos verdaderos se hacen en
la juventud, que en mi caso es cuando no tenía nada.”
En la vida de un millonario, no todo es color rosa. No hay millonario que no sea
criticado. No hay millonario al que no le interpongan una denuncia. No es extraño
que al hombre de empresa que logra sobresalir imponiendo su talento y su
esfuerzo, incluso se le acuse de ladrón y hasta de asesino. Pero cuando el dinero
es bien ganado, nada de eso importa. Es la conciencia lo que manda, y Luis
Carlos lo sabe. Es posible que en el trayecto haya algún accionar que parezca
injusto, que sea duro y despierte la crítica, pero eso no disminuye el carácter, la
fuerza, la valía y la enorme contribución que hacen los hombres de empresa. “El
dinero es una cosa en la que no se puede confiar. Es importante, pero no pretendo
que se me reconozca por el dinero, sino por las contribuciones que he hecho, por
lo que he aportado al país”, sostiene este maestro colombiano.

Le preguntan si siente que el no haber ido a los EEUU a estudiar le genera


sentimientos encontrados, y rápidamente responde que “tal vez eso le hubiese
hecho más fácil el camino, pero que no hace falta ir a Harvard para ser un buen
administrador”. Contesta y mira su escritorio en silencio, como quien revelara que
en su caso hacerse rico es el resultado de haber pagado el módico precio de nada
más y nada menos que más de medio siglo de esfuerzo. No se hizo rico de la
noche a la mañana, sino que la luchó y en su afán de permanente crecimiento
llega a donde sigue llegando.

El hombre tiene olfato para los negocios. El magnate ya preparó a su hijo, Luis
Carlos Jr, quien tiene el reto de llevar el grupo aún más lejos. Ya tiene sucesor,
pero sigue trabajando ¿Qué tanto puede hacer en su oficina un tipo que lo tiene
todo, que está rodeado de buenos gerentes? “Yo llevo mis años, pero todavía
dirijo, me gusta dirigir, orientar. Me gusta fijar los horizontes, trazar el camino,
comparar opciones. Y también me gusta que los problemas grandes me los dejen
a mí. Me gusta ser un bombero que apaga incendios”, comenta para las ondas de
radio Caracol.

El titán de la construcción y de la banca no vacila cuando de reconocer a su gente


se trata. Señala que valora la experiencia de la gente y que para exigir resultados
hay que pagar bien. Sabe que a la gente no se le puede exigir mucho, si no se le
paga bien. Ofrecer buenos sueldos da derecho a esperar buenos resultados. Y
cuando de inversiones hablamos, inmediatamente toma la palabra: “Cuando uno
va a invertir no hay que pensar tanto en cuánto se va a ganar, sino más bien en
calcular cuánto se podría perder”. Esa es su filosofía. Cree mucho en los análisis
técnicos. Sabe lo que ya muchos han experimentado: la emoción, la ilusión, es
buena para el arranque, pero cuidado que te puede cegar. Nada de emocionarse.
La ilusión está bien un momento, pero hay que saber escuchar el análisis técnico,
comprender los números para manejarlos, porque de lo contrario se corre el riesgo
de pisar en falso. La realidad y las cifras siempre se imponen.

El hombre no es de poses, ni de frases rebuscadas, es sencillo. Prefiere el perfil


bajo. No le gusta que le digan que es el más rico de Colombia. Le preocupa su
país y cree que es deber de los empresarios hablar de la situación cuando el
momento así lo exige. El mismo da cuenta que ha tenido contacto con casi todos
los presidentes de su país, quienes siempre le han pedido consejo.

Aunque parco, de palabras precisas, le brillan los ojos cuando habla de negocios y
siempre que puede suelta consejos, que en su caso son verdaderas perlas. Como
cuando se animó a aconsejar a los emprendedores de la construcción: “este
negocio requiere de políticas contra cíclicas. Esto simplemente nos indica que en
época de bonanza nos debemos preparar para las crisis. Y en las crisis nos
debemos apoyar en las reservas que se hicieron oportunamente para no tener que
castigar los resultados en momentos realmente inadecuados. La gran lección para
todos los empresarios de la construcción, incluido yo, es que hay que ser muy
cuidadosos en cuanto a las ventas, debemos asegurarnos de pre vender los
proyectos para que si cambian los momentos económicos no nos veamos
afectados por la crisis”. Y sentencia: “Vender para construir, y no construir para
vender”.

Así es Luis Carlos Sarmiento Angulo, quien entre sus propiedades tiene un
verdadero paraíso privado: la isla Eleuthera, en las Bahamas, con un pequeño
hotel y una cancha de golf. Unas cuatro o cinco veces al año llega allá en su avión
privado (un Gulfstream 550) con su familia. Según su esposa, Fanny, disfruta
como un niño de sus paradisíacas playas montando en su cuatrimoto, vestido en
shorts y sin escoltas.

El emprendedor de la construcción que se volvió líder del sector financiero dice


que el liderazgo que debe tener el dueño de una empresa no es tanto que debe
pensar lo correcto, sino que debe adelantarse a las circunstancias. Debe
preverlas. “En mi caso no es que yo pueda pensar mucho más que los demás, tal
vez un poquito y en algunas cosas. Pero lo que sí tengo que pensar es antes. Y
cuando deje de hacerlo, habré perdido mi liderazgo”. Y es que se tiene que ser
ágil y certero en señalar el norte. Y remata con algo que ya en parte hemos dicho
anteriormente: “Muchos creen que hacer empresa es tener una idea y salir a
buscar quién la apoye. O, más bien, buscarle financiación y echarla a andar, eso
no es todo. Eso se dice fácil, pero en la práctica se requieren organización,
rigurosidad, constancia, conocimiento, buena administración, buena contabilidad…
analizar antes de actuar. No basarse en ilusiones sino en cifras”.

Hace poco se publicó un extenso libro titulado “50 años de progreso” en honor a
su trayectoria. Y diferentes medios lo entrevistaron. En una de esas entrevistas
dijo algo que todos los empresarios bien deben leer y aplicar: “En primer lugar,
dejemos claro que uno funda empresas para ganar plata. Es que aquí ese
concepto se distorsiona y a la gente le da pena decirlo. Específica y únicamente
es para ganar plata. Decir lo contrario es fariseísmo. Pero cuando a uno le va bien
en los negocios, la tranquilidad económica se consigue relativamente rápido y la
pregunta más bien es ¿y por qué sigo? Y la respuesta es que uno sigue, porque
esto lo arrolla. Ahí empieza uno a sentir a su país de verdad. A ver que esas casas
que hace baratas le resuelven el problema de vivienda a mucha gente. A ver que
los impuestos que uno paga producen bienestar para el resto. A ver que uno
puede ayudar en muchas cosas. Eso es casi un placer. Uno puede tener un carro,
y si es muy rico, dos, y si es un extravagante, 10. Pero… ¿y después qué hace?,
¿dónde los guarda?, ¿para qué le sirven? Esas necesidades humanas son finitas”.

Ese es el dueño del grupo Aval, gigante de Latinoamérica, hombre de empresa,


ejemplo para los que desean amasar fortuna limpiamente.

Así es como obtienen sabiduría las


personas más exitosas
Foto: Herriest / Pixabay

Hay una vieja lección que sugiere que deberíamos observar la naturaleza con más
humildad. Se sugiere que, salvo se les prive de su libertad, no hay animales
ansiosos y estresados. La libertad, para ellos, es la felicidad: los únicos animales a
los que hay que darles de comer es a los animales en cautiverio. Los demás,
libres como el viento, buscan sus propios recursos y hacen su vida. Se ha
observado, por ejemplo, que algunos elefantes cuando están en cautiverio no se
reproducen.
Las personas a veces buscan “maestros” sin darse cuenta que en casi todas las
ocasiones los mejores maestros están a nuestro alrededor: son las plantas, los
animales, los niños, los ancianos. La sabiduría no es algo que se enseña, es algo
que se aprende y que está disponible para el que quiere oír y para el que quiere
ver. En Proverbios 4:7 dice: “La sabiduría es lo primero. ¡Adquiere sabiduría! Por
sobre todas las cosas, adquiere discernimiento.” Note que dice: ADQUIERE. No
dice Recibe.

Un hombre estaba recorriendo las calles ofreciendo un producto. Se sentó en una


esquina a descansar bajo la sombra de un árbol y conversó con un anciano. El
tipo quería tirar la toalla cuando de pronto el señor mayor le dice: “Sigue
avanzando. Perro que anda encuentra hueso.” La Biblia, el libro de libros, hace
constantes referencias a los animales. Dice en uno de sus pasajes: “El león, fuerte
entre todos los animales, que no vuelve atrás por nada.” Para el León todo es para
adelante, no vuelve al sufrimiento, no vuelve a la escasez, no vuelve al dolor. El
León rompe con lo que no le cuadra: ni tolera, ni soporta. Hay gente que no es
como el León. Vi a una persona que se quejaba de su pareja infiel y abusiva, que
le propinaba maltrato físico. Esa persona decidió separarse, y al mes regresó. Vi a
otra persona quejarse de su trabajo, de su jefe y de su sueldo, pero sigue allí.
Todos los días renuncia en su mente, toma la decisión, pero vuelve a lo mismo.

La frase dice “Observad la naturaleza y hazte sabio.” Hace poco, una amiga me
comentó que en Japón tenían un problema con el famoso Tren Bala. Ese tren
hacía demasiada bulla, demasiado ruido, las ondas de choque en los túneles eran
un peligro y, además, el famoso Tren Bala consumía demasiada electricidad.
¿Cómo resolvieron ese problema?. Un ingeniero de apellido Nakatsu, muy
estudiado y muy inteligente, se puso a observar las aves y se encontró con el
famoso Martín Pescador, un pajarito que tiene por costumbre meterse al agua con
toda velocidad, pero sin hacer bulla. Entonces el ingeniero se preguntó eso:
¿Cómo este pajarito puede ir a tanta velocidad sin hacer bulla? Los japoneses se
inspiraron en ese pajarito, el Martín Pescador y diseñaron el Tren Bala con esa
figura. Por eso la nariz del tren es como la nariz del Martín Pescador. Y así, Japón
ahorró millones de millones de dólares. Todo gracias a observar la naturaleza.

Nosotros siempre hemos hablado de una filosofía a la que hemos denominado “La
filosofía de los pajaritos.” Las aves no se reproducen si primero no tienen el nido.
Ellas primero hacen la casa y después los hijos. En cambio, observa a muchos
humanos: primero hacen los hijos y después se preguntan dónde van a vivir. La
gente quiere mejorar su economía, pero no aprenden de las hormigas. Si
fuésemos más humildes, más observadores, entonces seríamos más prósperos.
Porque está escrito en Mateo: “Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni
siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis
vosotros mucho más que ellas?”.

LO QUE ENSEÑA EL ÉXITO


Las mejores lecciones están siempre ocultas y solo son visibles a los mejores alumnos. La
historia muestra que no hay nuevos errores, sino gente nueva cometiendo viejos errores. A
ese respecto un viejo proverbio reza que "el hombre inteligente es el que aprende de sus
propios tropiezos, pero el hombre sabio es el que aprende de tropiezos ajenos."
Señores, hay millonarios que ya se equivocaron. Ellos pagaron millones por lecciones que
ahora a usted no le cuestan ni un centavo. Algunas otras personas han pagado con su
pobreza el darnos a conocer la filosofía del fracaso. Voy a citar un caso de mediana
consideración:
Un hombre de 62 años intenta abrirse paso en el mundo empresarial. Luce cansado, como
decepcionado y desorientado. Recibe una pensión que, redondeada, llega a los 120 dólares.
Sabe usted el tiempo que he perdido trabajando.- me dice. Yo soy contador público colegiado
y he trabajado 18 años para una empresa. He sido personal de confianza. En todos esos años
solo falté tres veces, ni siquiera en mi cumpleaños faltaba. Por mis manos han pasado
millones, pero todo ha sido plata de la empresa. Yo pensaba seguir allí pero un día cambiaron
a la administradora y el nuevo jefe empezó a gritarme, insultarme. “Que soy viejo”, “que no sé
usar la computadora.” Que esto y que lo otro. Sabes qué, hermano, me cansé y renuncié. Era
insoportable. Me hicieron firmar un documento para no reconocer todos mis derechos… y allí
es donde yo me pongo a pensar: yo he sido leal a ellos por 18 años, y ellos me han tratado
como un perro. Ahora ya nadie me quiere dar trabajo porque dicen que estoy viejo… así que
estoy haciendo mi negocio y me doy cuenta que esto es lo que siempre debí.haber hecho.
Mira, yo te digo algo: la lealtad es de ida y vuelta. Tú no puedes perder tu tiempo siendo leal a
quienes no van a ser leales contigo. Si te vas a poner una camiseta, que sea la tuya…”
Señores, lo que enseña el éxito es que no podemos avanzar si no somos dueños de nuestro
futuro. Usted puede ser empleado, eso no está mal. Lo que está mal es no tener un plan para
el futuro. Usted se puede quedar sin trabajo, pero nunca en el aire.

El modo en cómo usted trate a su


tiempo define el modo en el que la
riqueza le tratará a usted.
Foto: TheDigitalWay / Pixabay //
A lo largo de la historia se observa que las personas que han hecho dinero, antes
hicieron un acto de renuncia. En silencio y muchas veces en medio de la
indiferencia, el dinero precisa que los varones y mujeres que deseen generarlo
renuncien al acto de las dudas internas y a los hábitos de las mayorías.

En primera instancia, hacer dinero precisa que usted empiece tomando decisiones
de carácter vital. No puede ir por allí con dudas internas. Defina sus sueños, sus
metas, sus objetivos. La claridad hace que el camino se vea mejor. ¿De verdad
quiere hacerse rico? ¿Cuál es su sueño? ¿Qué es lo que quiere lograr en la vida?
¿De verdad cree que el dinero es bueno? ¿Está absolutamente convencido de
que es capaz de hacer empresa y construir activos que le den cuantiosos flujos de
efectivo?

El hombre de éxito no puede permitirse convivir con las dudas. La duda es uno de
los patrimonios del pobre. Por eso, si usted no está claro en sus más elementales
convicciones, no empiece. Ese es el secreto: ganar antes de empezar. Y se gana
en la cabeza, en el pensamiento, en la creencia. El que se hace rico se hace rico
porque CREE que puede lograrlo.

Crea que es capaz y entienda que la pregunta más importante no es ¿cuánto


quiero ganar?, sino ¿cómo quiero vivir? En este juego, el dinero no es lo principal;
lo principal es la libertad. ¿Cuál es el estilo de vida que quiere tener? ¿Cómo
quiere que viva su familia?

Tan pronto haya claridad, usted debe trazar un plan de acción. Definir los objetivos
y hacerlos medibles. Porque como decía el padre de la administración moderna,
“lo que no se mide, no se puede mejorar.” ¿Cómo quiere vivir?, ¿Qué empresa
quiere constituir? ¿A cuánto quiere elevar sus ventas?, ¿A qué países quiere
llegar? Los objetivos a lograr son una invitación a la acción.

Y aquí vienen las renuncias. La persona de éxito debe renunciar al vicio de los
haraganes, que es el acto de “matar el tiempo.” He aquí un primer requisito
práctico: solo se puede prosperar siendo productivo. Mañana, tarde y noche, de
lunes a lunes, usted debe enfocarse en lo suyo. Se acabaron los excesos. Si tiene
que dejar las fiestas, déjelas. Si tiene que avanzar un día en el que todos
descansan, hágalo. Recuerde eso: el hombre de éxito es productivo. Y por encima
de eso es EFECTIVO. Jamás se aparte de ese sendero. Sólo permítase trabajar
en aquello que de verdad es importante para usted. Nunca, jamás, se permita
regalarle una hora de su tiempo a algo intrascendente. Esto es muy simple: El
modo en como usted trate a su tiempo define el modo en el que la riqueza le
tratará a usted. Si no puede con su tiempo ¿qué le hace pensar que podrá con el
dinero?

El hombre que es capaz de ganar un


millón de dólares por hora.
Su fortuna personal, que había sido calculada en más de 60 mil millones de
dólares, supera el PBI de 120 países. Querido y odiado por muchos, es innegable
que el señor Slim es muy hábil en los negocios.
Foto: Web del Diario online Eje21

Contrariamente, a la típica historia del pobrecito que se hace rico, durante su


infancia Slim no sufrió el hambre. Hijo de un próspero empresario, nunca padeció.
Y si bien lo tuvo todo, desde pequeño también recibió una rigurosa formación
empresarial.

EL QUE EMPEZÓ SIN NADA FUE SU PAPÁ

Hablar de Slim es tener que hablar de su padre, un migrante que desde jovencito
parece haberla tenido clara: tomas decisiones, te esfuerzas y construyes, o te
duermes y padeces. Y es que Julián Slim Haddad, su padre, llegó a Tampico
procedente de Líbano con apenas 14 años de edad. Fue en 1902 que llegó
huyendo del Imperio Turco que por entonces obligaba a los jóvenes a enrolarse en
el ejército. Para cuando tenía 16 años, apenas dos años después de trabajar para
sus hermanos mayores y ahorrar su dinero, se convirtió en socio de uno de ellos.
Es decir, a los 16 años el papá de Carlos Slim ya era empresario.

Sólo tuvieron que pasar algunos años para que el padre de Slim, tras comprar las
acciones de su hermano, se convierta en millonario. En 1921 su empresa
registraba un capital por encima de los 100 mil dólares y era propietario de 11
locales comerciales, ubicados en el corazón de la ciudad, lo que para la época ya
lo había convertido en un destacado empresario con movimientos financieros
superiores a los 30 millones de dólares. El migrante que llegó con mano adelante
y otra atrás se había convertido en un hombre de negocios cuya facturación
superaba los seis dígitos.

VIVIÓ EN UN AMBIENTE DE NEGOCIOS

En realidad, para los Slim la libertad ha sido siempre un hábito. Y es en ese clima
que ha crecido. Pese a todo, lo de Carlos Slim no es dinero heredado. Si algo
heredó fue los valores de su padre quien, desde pequeño, según él mismo, le
enseñó que “el trabajo paciente y esforzado siempre rinde sus frutos”.

INFANCIA Y JUVENTUD: SIN PROPINAS Y USANDO EL CEREBRO.

Consultado por cómo educó a sus hijos, Slim fue contundente: “Los he formado
como me educaron a mí”. Acto seguido, el magnate recordó que su padre, un
hombre de carácter enérgico, tenaz y visionario de los negocios, no le daba
propinas sino un pago por su trabajo. Pero contrariamente a las labores rutinarias,
el patriarca señalaba que “tenían que hacer trabajos que exijan pensar, no
trabajos mecánicos”. “Moviendo una escoba no se piensa mucho”, les solía
decir. En ese sentido, daba al pequeño la consigna de visitar los negocios de la
competencia con el fin de tomar nota de los precios y otros detalles que observe
con para que luego elabore una propuesta de mejora en la tienda de la familia. Lo
saben los grandes y así se lo repetían a los Slim: “La competencia no puede
marcarte la pauta, pero la tienes que tener chequeada”.
Ha recordado también que en casa les inculcaron el valor del registro. Les dieron a
todos los hermanos una libreta en la que debían, como lo hiciera en su momento
el mismísimo Rockefeller, anotar cada uno de sus ingresos y egresos. “Si desde
pequeños no aprenden a manejar sus finanzas, de grandes no manejarán nada”,
parecía haberles repito su madre, doña Linda Helú, quien también tiene origen
libanés.

Quien es hoy uno de los hombres más ricos del mundo, abrió una chequera a los
11 años y a los 13 compró 30 acciones del banco en el que su padre tenía el 1%
del accionariado. “A quien madruga, Dios lo ayuda”, dice el viejo refrán. Y la
máxima se cumplió: A los 13 años Carlos Slim ya era inversionista, y a los 70 ya
era uno de los más ricos del planeta.

EL CONSEJO PARA LOS JOVENES

Hace años una conocida universidad le invitó a que ofrezca un discurso para sus
alumnos y entre tantas lecciones ofrecidas, una sola fue el eje de su intervención:
“Cuando eres muy joven es cuando aprendes la mayoría de cosas. Es importante
tener fracasos, pero traten de que estos sean pequeños. Hay que aprender de los
errores propios, y de los ajenos también”.

Para el que busca nuevas lecciones, esto no es nada revelador. Conviene, sin
embargo, recordar que “el éxito no se obtiene con nuevos principios, sino
sabiendo aplicar viejos principios de vida”. “No hay nada nuevo bajo el sol”, dicen
las escrituras. Lo que recomienda Slim es que los jóvenes aprendan de los viejos:
“no tropieces con la piedra que otro ya tropezó. Recuerda que no hay nuevos
errores, hay gente nueva cometiendo viejos errores. Y es que el sabio aprende de
fracasos ajenos.”

Y muy bien lo decía Clason en ‘El Hombre más Rico de Babilonia’: “El sol que hoy
brilla es el que vio brillar tu abuelo y el que alumbrará al último de tus nietos”. En
todos los tiempos, la sabiduría para triunfar ha sido una sola y Slim lo sabe.

Slim nació en 1940, de modo que lleva encima más de siete décadas. Como lo
hicieron también otros grandes, bastante joven empezó a exhibir logros: A los 21
años ya se había graduado como Ingeniero Civil en la Universidad Autónoma de
México, entidad en la que, a esa edad, ya era profesor de Algebra y programación
lineal. Oficialmente, fundó su empresa a los 25 años, Inversora Bursátil (Inbursa),
empresa que sería el inició del Imperio que hoy conocemos como Grupo Carso.

OJO A TUS INFLUENCIAS

Mientras estaba en la universidad, algo marcó al joven Slim. Por aquel entonces,
apenas era un prospecto de millonario. Y es que en los años 60´s, mientras la
gran mayoría de los jóvenes estaban marcados por el socialismo y más
concretamente por la revolución de Castro en Cuba, Slim era influenciado por
Jean Paul Getty, que escribía en la revista Playboy. Así, mientras la muchachada
leía El Capital de Carlos Marx, Slim hacía esfuerzos para conseguir la revista
Playboy, y ahí, entre imágenes de exuberantes chicas, leía al polémico millonario
Jean Paul Getty quien instaba a los jóvenes a “despreciar la radicalidad” y a
pensar en hacerse prósperos. Getty, quien por aquellos años era el icono de la
riqueza que había acumulado más de mil millones de dólares, declaraba que su
secreto era “levantarse temprano y salir a buscar petróleo”.

En sus artículos, que en realidad eran una extensión de su libro “Como Ser Rico”,
Jean Paul afirmaba que en el mundo sólo existían cuatro tipos de personas: a) Los
dependientes b) los que solo buscan un ingreso pequeño c) los que hacen
empresa y quieren ganar mucho y d) los que van por la vida sin ningún tipo de
deseo.

No es difícil hacerse una idea de las principales ideas que influyeron en Carlos
Slim. Así, mientras la figura del momento para muchos jóvenes era el Che
Guevara, para Slim era un millonario que pregonaba que para hacerse rico había
que ser ambicioso. “Las grandes ganancias son propias de los grandes
esfuerzos”, escribía el norteamericano.

EL ASCENSO

El muchacho ha sido ahorrativo y ha tenido objetivos claros. Básico ha sido


entender sus tempranas ganas de correr la cancha por su cuenta. Y así emprendió
el camino: con un capital que él mismo había juntado y con un préstamo que hizo
a su familia.

Desde siempre le han gustado los negocios, pero elige muy bien en qué rubro
incursionar. Ha dicho que lo aprendió de su padre quien, en los años 20 del siglo
pasado, solía decir “que el comercio eficiente era el que vendía grandes
volúmenes, con márgenes reducidos y con facilidades de pago”. Será por eso que
Carlos, además de invertir en bolsa, decidió incursionar en el sector inmobiliario
ofreciendo viviendas baratas. Luego fundó GM Maquinaria, precisamente para
seguir incursionando en ese sector. Si observa usted el detalle, ésta es una de las
cosas que hacen quienes mueven millones: construir un conglomerado de
empresas que se complementen entre ellas. Ellos buscan ser los dueños del
circulo que genera su riqueza. Mientras menos dependan de otros, mejor.

Y así Slim sigue avanzando. Luego compra Minera El Volcán y una inmobiliaria
más. Esto es también común denominador en la gran mayoría de personas que
hacen negocios a gran escala: incursionar en sectores estratégicos y comprar
empresas quebradas. Un detalle también se observa: los pasos del magnate
siempre han sido, para muchos, lentos pero seguros. Haciendo eco a la vieja
máxima que dice no importa si va lento, lo importante es que vaya en la dirección
correcta, al cabo de 1980 ya poseía 8 grandes empresas, entre las cuales estaba
Galas, una imprenta de etiquetas de cigarros y otros productos. Ese mismo año,
nace el grupo CARSO (las iniciales de Carlos y Soumaya, su esposa).
La crisis de 1982 asustó a más de uno. México no la pasaba bien y su economía
como la de muchos otros países se había paralizado. He aquí que los genios se
ponen a prueba. Mientras algunos decidían no invertir, Slim invirtió decididamente
en empresas prometedoras, pero mal gestionadas como Reynolds Aluminio,
Sanborns, General Tire, entre otras. ¿Por qué compras si estamos en crisis?, le
preguntaban. “Para el hombre que sabe trabajar todos los tiempos son buenos”,
respondía el mexicano.

Para 1985, con 45 años encima, Slim ya era dueño de más de diez empresas y
tenía el control de más de 5 poderosos grupos. Seguros de México ya estaba bajo
su liderazgo. Un año después, nace la fundación Carso, hoy fundación Carlos
Slim. Es, desde 1986, que el empresario realiza importantes aportes filantrópicos a
la humanidad, en ese entonces bajo la iniciativa de su esposa, también de raíces
libanesas.

DE MILLONARIO A MULTIMILLONARIO

En 1990 se produjo una de las más grandes hazañas de Slim, aquella gran jugada
que lo llevaría a dar el gran salto: pasar de ser un millonario más, a convertirse en
el hombre más rico del mundo. Naturalmente, esto no sucedió de la noche a la
mañana, pero sentó las bases de tamaño logró.

A finales de 1990 gana la licitación para adquirir Teléfonos de México (Telmex),


conjuntamente con Southwestern Bell y France Telecom, posteriormente se
constituye Carso Global Telecom, holding de Telmex. Se crea también la marca
Telcel, a partir de Radiomóvil Dipsa, S.A. de C.V.

Lo demás es historia. Hoy por hoy, entre otras empresas, es dueño de Inbursa,
como también lo es de la empresa de telecomunicaciones más grande de
Latinoamérica, una compañía industrial de cables eléctricos, hospitales, minas de
oro, cigarreras, el predio alrededor de donde está la única pirámide prehispánica
del Distrito Federal, tiendas Saks Fifth Avenue y fábricas de bicicletas, líneas de
ferrocarriles, acciones del New York Times y la colección de esculturas de Rodin
más completa del mundo.

Parece que Slim ha seguido las lecciones del armador griego Onassis, quien decía
que “un verdadero gigante de los negocios tiene que pensar en penetrar en los
sectores masivos para llevar el timón del mercado”. Y así para muchos, incluso, ya
es hasta un chiste hablar de esto. Slim tiene negocios en todos lados. En el
deporte, por ejemplo, la final del campeonato mexicano la disputaron los dos
equipos de los que el magnate es propietario. “Por las puras se pelean los
hinchas, si es el que gana es Slim”, decían algunos. Incluso el empresario parece
haber invadido la privacidad de las parejas: “Mi amor, entiende que cuando
discutimos por teléfono ni tú ni yo ganamos. El único que gana es Carlos Slim”,
bromean para salir de momentos tensos.

LOS MITOS
En México es canción conocida escuchar que, sin la ayuda del gobierno, Slim
nunca hubiera llegado a la cúspide de los más ricos del mundo.

The Wall Street Journal atribuye la fortuna de Slim a sus prácticas monopólicas. El
magnate lo ha negado una y otra vez argumentando que lo suyo no fue y no es
monopolio. Y ha dicho claramente: “No es monopolio: En móvil competimos con
telefónica de España, como lo hace en la mayoría de los países latinoamericanos.
Competimos con compañías de tv y con nextel. En el pasado hemos competido
con la más grande de Iberoamérica: TELEFONICA, también con Vodafon an-
Verizon. Y en telefonía de larga distancia en el 97 le hicimos frente a At&t y MCI
WorldCom, la primera y la segunda más grande del mundo en el rubro”.

Es lugar común cuestionar y hasta envidiar. Como diría el brillante Napoleón Hill
“si usted no quiere recibir críticas, no haga nada, sea un simple barrendero.” Con
gran acierto el mismo Slim señalaba que “sólo se envidia y calumnia a los que
están arriba”.

Y es que alrededor del magnate mexicano se han creado historias y leyendas. No


han dicho, como le dijeron a Rockefeller, que es un iluminado, pero en cambio sí
le han tildado de testaferro. “Él sólo es la fachada, el verdadero dueño es Salinas
de Gortari”, repiten algunos mexicanos sin mayor fundamento. Esto lo saben no
sólo los millonarios, sino en general las personas de éxito: “los que triunfan están
expuestos a todo tipo de patrañas”. No hay en el mundo millonario al que no les
hayan salido al frente algunos resentidos y otros exagerados que gritan su punto
de vista como si fuese una verdad.

También abundan los que hablan de negocios sin entender cómo se mueven las
finanzas de gran escala. Otros juzgan y dicen: “Es un explotador”, “sus empresas
son un asco, el servicio que brindan es pésimo.” Puntos de vista, detalles
importantes, pero que no le restan mérito. Olvidan que el trabajo es voluntario y
que, en todos los casos, las empresas de Slim actúan bajo lo establecido por ley.
Y por duro que suene, a nadie se le obliga a laborar en condiciones que no desea.
“Siempre se puede mejorar. Pero cuando se tiene a más de 100 mil
colaboradores, ya uno no ve el día a día, sino lo macro”, contestó hace poco.

Otros dicen que “es un egoísta”, olvidando que se trata de uno de los más grandes
filántropos del mundo. A muchos se les hace fácil exigir que los millonarios
compartan, pero les cuesta trabajo reconocer su labor social. Slim, por ejemplo, va
invirtiendo miles de millones en obras sociales. Ciertamente, no ha donado más de
la mitad de su fortuna como lo ha hecho Warren Buffett, ni ha anunciado, como lo
hiciera Gates, que al fallecer sus hijos sólo recibirán una parte mínima y que el
resto iría para ayudar a los más necesitados.

Cualquiera no dona millones para salvar vidas o realizar importantes


investigaciones en favor de causas mundiales. Su filosofía de ayuda es bastante
lógica: “No regalamos dinero, tratamos de resolver el problema”, apunta al tiempo
que se conocen algunos datos: Gracias a su apoyo se han realizado más de 250
mil cirugías en oftalmología, ortopedia y reconstrucción de labio leporino en
México y en otros países latinos. Ha impulsado el programa “ver para aprender”,
que da lentes a los niños que no ven bien, habiendo ayudado de esa manera a
más de 500 mil pequeños. Ha regalado miles de bicicletas en lugares donde los
niños caminan largas horas para ir a la escuela. Es el mecenas de algunos
artistas que, como Shakira, hacen labor social a través de sus fundaciones. Junto
a Gates, financia el programa de la polio y la iniciativa por Mesoamérica para
combatir y erradicar enfermedades. Y es el entusiasta principal impulsor de
investigaciones en Telemedicina, en el instituto Broad, sobre la diabetes que ya es
considerada una epidemia. También investiga sobre enfermedades renales y el
cáncer, al tiempo que desde su fundación se ha encargado del tratamiento de
estas penosas enfermedades en más de 5 mil personas. Cuando ocurrió el
lamentable terremoto en Haití, no dudó en constituir un fondo de $20 millones para
apoyar a las pequeñas empresas locales. También es un comprometido con la
preservación de las especies en peligro de extinción y con disminuir los efectos del
cambio climático. En ese sentido, trabaja en la conservación del jaguar y en el
desierto de chihuahua. Ha realizado otros trabajos solidarios, sin duda, pero ya es
largo enumerarlos.

Pero a Slim le mueve algo más: la educación. “Si piensas en la educación,


tenemos los mismos modelos de educación militar y religiosa de hace 2000 años”,
sostiene. Y agrega: “Se puede mejorar la educación y democratizarla con la
tecnología”. El mexicano cree que la educación por internet no es para mañana,
sino para ayer. Prueba de ello es que firmó un convenio con Coursera para
potenciar dicha plataforma a fin de que millones de personas puedan cursar sin
costo, en línea y en español, estudios superiores de clase mundial.

CON LOS PIES EN LA TIERRA

El ingeniero que puede ganar un millón de dólares en una hora tiene seis hijos:
tres hombres y tres mujeres. Carlos, Marco Antonio y Patrick Slim son directores
de sus compañías fundamentales; Soumaya, Vanessa y Johanna participan en
actividades culturales.

Ha dicho que la familia es muy importante y que nunca forzó a sus hijos a que se
dediquen a los negocios. “Obligarlos es doble pérdida: ellos infelices y los
negocios quebrando. Por fuerza, ni lo zapatos entran”.

Si usted analiza las entrevistas que ha concedido y general repasa los textos que
hablan de él, encontrará que es como la gran mayoría de esos pocos mortales que
tienen más dinero del que podrían gastar: austero. La ropa que viste proviene de
cualquiera de las tiendas Sears de su propiedad, y no de la sofisticada Saks. Ha
vivido durante más de 30 años en la misma casa y pese a que constantemente
viaja al exterior, no posee ninguna mansión en el extranjero. Además, ha
señalado que casi siempre maneja su propio auto.
¿Sabes cuánto vales por día?, le preguntó recientemente el conocido veterano del
periodismo Larry King. “No, no lo sé. Lo que sí sé es que no me llevaré nada
cuando muera”, respondió el millonario.

Hace poco, el presidente del consejo de At&t, con quien el dueño de América
Móvil cerró un trato en el auto, dijo: “Si tu estableces una sociedad con Carlos
Slim, tienes un amigo de por vida”. Los campesinos, deudores bancarios, se han
agrupado para defender sus reclamos y obtener beneficios. Alfonso Ramírez
Cuéllar es el dirigente que los representa y luego de haber negociado con el
mismo Slim, ha señalado que el tipo es de trato común. “Slim es un cabrón que
casi siempre anda en calcetines en su oficina. De traje y sin zapatos. Siempre me
cita para hablar de economía. Por cosas así me cae bien —dice—. Hace cuentas
con las manos y a veces usa una calculadora”.

¿Cómo puede hacer un millonario para no caer en el derroche? Slim dice que
“olvidándote de las cosas que no necesitas. El dinero es para trabajar no para
satisfacer caprichos.”

El millonario se ha animado a darle algunos consejos a la juventud. He aquí una


pequeña lista de sus lecciones:

La felicidad es una forma de vida, una forma de ser y de vivir. Es una forma de
hacer las cosas.

Los números te dicen lo que está pasando. Para triunfar en los negocios, es
indispensable saber leer el lenguaje de las cifras, por muy pequeñas que sean.

El hombre debe recargarse de energía limpia, esa que se obtiene de la familia y


los amigos.

El primer reto de todo padre para con sus hijos, antes que enseñarles de
negocios, es hacer que se quieran entre ellos.

Hay que evitar la envidia, el odio, y todas esas emociones dañinas. Son
sentimientos que corroen el alma. Son venenos que se ingieren poco a poco.

Compartir es ayudarse a sí mismo. Un proverbio dice: “Queda aroma en la mano


que da rosas”.

No alojen supuestos. Nada más fatal que suponer. Menos en los negocios, en
donde los jugadores se mueven a pasos exageradamente rápidos.

El trabajo bien hecho no solo es una responsabilidad consigo mismo y la sociedad.


Es también una necesidad emocional.
Slim es un hombre de negocios, no un político. Dice que le gustan los problemas y
que el hombre de negocios debe tener las referencias más altas para crecer. Sabe
Slim esa máxima del maestro Max Gunther, de los axiomas de Zurich, que dice
“que nadie se hace grande teniendo como referencia a un enano”. Hay países en
los que las empresas del mexicano eran segundas y hoy son primeras liderando el
mercado. La clave es “tener al mejor equipo haciendo bien las cosas”.

“Personas claves en puestos claves”, dice el hombre que se confiesa eterno


enamorado de quien fue su esposa, Soumaya Domit, la mujer que lo acompañó
siempre, y quien fue una de sus principales fortalezas allá por 1997, cuando Slim
era sometido a una riesgosa intervención quirúrgica. Su biógrafo, José Martínez,
escribió que “Slim presume de que viajó al más allá y regresó milagrosamente”. El
biógrafo subraya que incluso uno de los médicos salió del quirófano para advertir a
sus familiares que “Carlos Slim ha fallecido”. En memoria a la madre de sus hijos,
Slim forjó El Museo Soumaya, una institución cultural sin fines de lucro con dos
recintos museológicos en la Ciudad de México: Plaza Loreto y Plaza Carso.

Así es Slim, el hombre más rico del mundo. Lo decíamos al inicio, odiado y
querido por muchos, pero inadvertido, es un hombre hábil e inteligente, como lo
prueban sus resultados.

Dicen las escrituras: “examinadlo todo cuidadosamente, retened lo bueno”. Los


que le odian bien podrían aplicar este pasaje y quedarse con lo mejor del
millonario que también ha dicho que cuando vives para la opinión de los demás,
estas muerto. “No quiero vivir pensando en cómo voy a ser recordado”, apuntó.

Slim, que despacha desde su oficina ubicada en las Lomas de Chapultepec,


también se ha referido al ganar y perder, cuando de millones se trata. “Cuando las
cifras son astronómicas y cuando su velocidad es rápida, ya no se revisa
diariamente si se ganó o se perdió. Importa el rumbo”.

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