Вы находитесь на странице: 1из 6

Un Amor en Jaque

Ed. Ramírez Suaza, P.ThM


Le hice una pregunta a la Biblia, y sentí que por primera vez la “corché”.
Esta fue la pregunta: ¿debo o tengo que amarme a mí mismo?
Y saben qué, ¡la biblia mía guardó silencio!
No sé si existe un texto -o mandamiento- que nos haga explícitamente responsables del amor propio.
En ninguna parte la Biblia dice lo opuesto, es decir, que nos odiemos a nosotros mismos.
Implícitamente la biblia reconoce, supone un amor propio, por ejemplo cuando dice: “ama a tu
prójimo como a ti mismo”. El mandamiento sugiere, en primera instancia, un amor propio y con esa
referencia pues amar al prójimo. En la medida que me amo debo amar a los demás. Este es el viejo
mandamiento, pero hay uno nuevo respecto al amor que debemos profesar a nuestros prójimos. El
nuevo mandamiento se sostiene: “amar al otro”, pero cambia el cómo: “como yo (Jesús) los he
amado”. Nosotros que hacemos parte de un nuevo pacto amamos, no como nos amamos a nosotros
mismos -que al parecer ni para eso somos buenos-, sino como Jesús nos ama.
La otra referencia indirecta a un amor propio la encontramos en Pablo, específicamente en la carta a
los Efesios 5.28 cuando dijo: “el que ama a su esposa, se ama a sí mismo.” Con estas palabras Pablo
está explicando un amor revolucionario: el amor de un esposo por su esposa refleja cuánto se ama a
sí mismo.

En ninguna parte, al parecer, hay una mención directa al amor propio ni un mandamiento que diga
algo así como: !te amarás a ti mismo como yo te he amado!
Amarnos a nosotros mismos es bueno, pero no es la meta. Amarnos a nosotros mismos es saludable,
pero no es el mandamiento. A fin de que nuestros corazones no queden vacíos, el amor de Cristo nos
sacia y en su amor nos deleitamos. La belleza de la existencia humana florece cuando el hombre se
abre al milagro de ser amado. La vida cristiana enfatiza más el hecho de que Dios nos ama a que nos
amemos a nosotros mismos. S. Pablo lo expresó en palabras muy bellas. Dijo él: “me amó y se
entregó por mí.”

Debo confesarles que la exposición de esta mañana corresponde más a unas reflexiones pastorales
que necesitan ser vividas en este su servidor. Irrumpen de una visión “satelital” a las Escrituras,
desde un punto de vista que sólo mira unos rasgos generales al amor propio y del cómo debemos
proceder en relación con este fascinante amor.
Les compartiré tres joyas, a las cuales tendrás que darle un uso correcto en el transcurso del resto de
tu vida:
1. Debo tratar cristianamente mi ego.
2. Debo vivir crucificado juntamente con Cristo.
3. Debo aceptar el amor de Dios.

Empecemos:
1. Debo tratar cristianamente mi ego.

1
Un Amor en Jaque
Ed. Ramírez Suaza, P.ThM
Damas y caballeros, “ego” es la palabra griega que traduce al español “yo”. El milagro y la gracia
concedida por la divina providencia que nos confió el hecho de ser personas, de muchas maneras nos
responsabiliza de tan inmenso regalo. El don de razonar, entre otras, nos hace responsables de
nosotros mismos. Dios nos ama de manera especial e igual debiéramos hacer cada uno de nosotros.
Ese amor de Dios que nos concede la gracia de amarnos a nosotros mismos se ha fracturado por el
pecado que nos arroja a las inseguridades, a los complejos, al auto-rechazo, a la falta de amor propio,
y sabrá Dios a cuántas cosas más.

Damas y caballeros no está bien que Dios amándonos, nosotros no lo hagamos.


No amarse a sí mismo es una conducta aprendida en casa desde una infancia llena de infortunios:
padres conflictivos, viciosos. Crecimiento en muchas carencias. Ausencia de padres. Maltratos
infantiles. Abusos. Entre muchas otras desgracias. Esos niños crecen, o crecimos, con una mente a la
que le cuesta amarse a sí mismo y le cuesta también reconocer que puede ser amado por otros.
Desgraciadamente, en condiciones así, cuesta también reconocer que somos amados por Dios.

Lo que voy a decirles a continuación grábenlo con oro en sus corazones: Desde antes de nacer, Dios
nos amó. Cuando nos encontrábamos en el vientre de nuestras madres, Dios nos amó. Cuando
nacimos, Dios nos amó. Cuando fuimos niños, Dios nos amó. Cuando fuimos jóvenes, Dios nos
amó. Hoy, Dios te ama. Además hay buenas noticias para ti: mañana Dios te seguirá amando. S.
Pablo, el apóstol del amor, dijo para nuestra dicha eterna esta verdad: “estoy seguro de que ni la
muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni las potestades, ni lo presente, ni lo por venir,
ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor que Dios nos ha
mostrado en Cristo Jesús nuestro Señor” (Rom. 8.38-39).
Que Dios me ame es un ejemplo hermoso para amarme a mí mismo. Así como soy: negrito, feito,
pobre, con cara de boliviano y estatura de europeo, entre otros defectos y algunas virtudes. Dios me
ama. Punto. Y si me profeso un cariño modesto, está bien. Además es necesario.

La otra orilla, igualmente perjudicial, es el egoísmo y la egolatría.


¿Qué es egoísmo? Es creer que uno es el centro del mundo de uno y del mundo de los demás.
¿Qué es egolatría? La egolatría es la divinización del yo. “convierto mi “yo” en un dios”. Es la
práctica de rendirse adoración (culto) a sí mismo. Es la desgracia de caer en la autosuficiencia y
considerar que sólo “yo basta” dejando de apreciar su necesidad de Jesucristo.
Un pecado abominable ante el Señor, aprobado en el mundo -y ahora en la Iglesia- es el egoísmo y la
egolatría. Somos la sociedad que, entre otras, se está caracterizando por el culto al yo. Este culto
tiene templo propio: las redes sociales. Tiene feligreses: los seguidores. Rinden adoración:
comentarios, likes, compartir, emoticones.
En Filipenses 2. S. Pablo nos regala un tesoro de valor incalculable, este es el tesoro: “No hagan
nada por contienda o por vanagloria. Al contrario, háganlo con humildad y considerando cada uno a

2
Un Amor en Jaque
Ed. Ramírez Suaza, P.ThM
los demás como superiores a sí mismo. No busque cada uno su propio interés, sino cada cual
también el de los demás.”

Una de las bíblicas maneras que se nos entrega para tratar nuestros egos es la humildad. Para S.
Pablo, la humildad es tratar a los demás en una permanente disposición de servicio, dispuesto a
posponer sus propios intereses para darle prioridad al interés del otro.

Nuestro ego también debe ser apreciado en sus justas proporciones. Cuando S. Pablo escribió a los
romanos, hizo una acotación con respecto a la opinión que cada persona debe tener de sí misma.
Estas fueron sus sabias palabras: “digo a cada uno de ustedes que no tenga más alto concepto de sí
que el que debe tener, sino que piense de sí con sensatez, según la medida de fe que Dios repartió a
cada uno” (Rom. 12.3). El amor propio también se refleja en la medida justa con la que nos
describimos a los demás, con la que nos presentamos a los demás: sin delirios de grandeza ni
jactancias; como tampoco con complejos de inferioridad ni con sentimientos de “nada soy” o de
“nada valgo”. Cada uno piense de sí con cordura.

2. Debo vivir crucificado juntamente con Cristo


Nuestro ego debe ser llevado a la cruz de Cristo.
Sospecho que para nosotros resulta muy difícil reconocer la delgada línea que separa al amor propio
de la egolatría. Nuestros egos no deben ser estimulados en los amores vanos, mas bien, han de ser
llevados a la cruz: con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en
mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a
sí mismo por mí (Gál. 2.20).
Cuando un creyente se entiende amado por Dios y comprende parte de la dimensión de ese inaudito
amor, se ama a sí mismo al crucificarse juntamente con Cristo. Se ama a sí mismo dando muerte a su
“Yo” para que Cristo sea su vida completa.
En esto te darás cuenta si te amas a ti mismo en verdad: “en que estás juntamente crucificado con
Cristo. Ya no vives tú, Cristo vive en ti.”
Como pueden ver, acabamos de poner un amor en jaque.

La Iglesia cristiana en el mundo entero debe ser reconocida como la comunidad de la cruz. El ya
fallecido pastor John Stott dijo, “la cruz revoluciona nuestras actitudes hacia Dios, hacia nosotros
mismos, hacia otras personas, tanto dentro como fuera de la confraternidad cristiana.” Estas palabras
de Stott empiezan a brindarnos las primeras luces con las que podemos interpretar las palabras de S.
Pablo: “con Cristo estoy juntamente crucificado”.
Cuando estamos “juntamente crucificados con Cristo”, nuestra relación con Dios inicia con un tejido
de alegrías: la alegría de ser perdonado, liberado del pecado, trasladado al reino de su Hijo Cristo.
Nuestra relación con Dios, cuando estamos crucificados con Cristo, no sólo se teje con los hilos de la
alegría que produce el evangelio, se teje también con nuestras gratitudes por todo lo que él es y hace

3
Un Amor en Jaque
Ed. Ramírez Suaza, P.ThM
en cada una de nuestras vidas. Él, en cada uno de nosotros es Salvador, proveedor, protector, Dios,
redentor, y mucho más. Él, a cada uno de nosotros, nos perdona. Nos ayuda. Nos fortalece. Nos
asombra. Nos sorprende. Y la lista es innumerable. Cuando el salmista David quiso hacer un
inventario de todo lo que Dios había hecho en su vida, dijo: “Tú, Señor mi Dios, has pensado en
nosotros, y has realizado grandes maravillas; no es posible hablar de todas ellas. Quisiera contarlas,
hablar de cada una, pero su número es incontable” (Salmo 40.5).
Cuando estamos crucificados juntamente con Cristo, no sólo el evangelio nos trae el milagro de la
alegría y la gratitud; nos trae el milagro existencial de la obediencia. Quien está juntamente
crucificado con Cristo, profesa una obediencia alegre a la Palabra de Dios. Insisto en obediencia
alegre, porque la obediencia de malagana es peor que la rebeldía. Estar crucificados juntamente con
Cristo es dejar de agradarnos a nosotros mismos para agradar a Dios.

Nosotros dramatizamos de dos maneras muy hermosas, además sublimes, el privilegio inigualable de
estar “crucificados juntamente con Cristo”: el bautismo. Cuando un creyente toma la decisión de
obedecer a Cristo en el sacramento bautismal, dramatiza en su vida, hace visual, un milagro
extraordinario que Dios le ha concedido: morir al pecado; vivir para Cristo. Al ser sumergido en las
aguas, se identifica con Cristo en su muerte. Al ser sacado de las aguas, se identifica con Cristo en la
resurrección, una nueva manera de ser y hacer. El milagro inigualable de estar juntamente
crucificado con Cristo no sólo lo hacemos visible en el drama del sacramento bautismal, lo hacemos
igualmente en el sacramento de la Santa Cena. Tomamos el pan consciente de que simboliza,
recuerda y conmemora el cuerpo lacerado de nuestro Señor en la cruz del Calvario. La copa de vino
nos recuerda, alimenta, sacia, simboliza la sangre que él derramó para el perdón de nuestros pecados.
Comer su cuerpo, beber de su sangre es para aquellos que se identifican existencialmente con la cruz
de Cristo. Nuestros egos quedan perfectamente ubicados, comprendidos e interpretados cuando son
mirados a través de la cruz de Jesús.

Repasemos:
1. Debo tratar cristianamente mi ego.
2. Debo vivir crucificado juntamente con Cristo.
3. Debo aceptar el amor de Dios.
Estas semanas en las que estamos tratando, aunque en realmente para mí, es Dios quien quien trata y
de manera especial conmigo, el tema del perdón los viernes y del amor los domingos. El Señor me
pone frente a un espejo y puedo ver con claridad cuánto me hace falta perdonar y aceptar que soy
perdonado. Cuánto me hace falta amar y aceptar que soy amado.
Dios me ha venido tratando con un viaje especial. Les cuento que Dios me acaba de invitar a un gran
viaje con todo incluído. Un viaje a mi propio corazón. Y saben qué vengo descubriendo, y lo cuento
con mucha vergüenza, que me cuesta dejarme amar. Discierno mi corazón rodeado con una muralla
de inseguridades, culpas, vergüenzas, fracasos, temores, iras, en fin, que no me permiten disfrutar lo

4
Un Amor en Jaque
Ed. Ramírez Suaza, P.ThM
mucho que Dios me ama. Les comparto este testimonio porque sospecho que como yo, algunos de
Uds. les cuesta disfrutar lo mucho que Dios les ama.

“Dejarse amar no es fácil. Se precisa apertura y disponibilidad amorosa, ser receptivo y abrirse a
recibir, sentirse permeable y abierto a la vida.”1 El viernes pasado en horas de la mañana, a través de
una profetiza el Señor me dijo que no disfruto su amor porque soy orgulloso. Se precisa de mucha
humildad para dejarse amar, y de manera especial, dejarse amar por Dios.
El amor incomoda. El amor perturba. El amor desarma al corazón. El amor desnuda. El amor
conoce. El amor transforma. El amor trae luz a las oscuridades del alma. Así es el amor de Dios.
Esto nos da miedo. Nos da miedo porque nos arrebata el timón de nuestras caóticas manos para
confiar por completo en Aquel que nos creó.
¡Cómo nos encanta sentir que nuestras vidas están bajo nuestro propio control!
¡Cuánta desgracia vive un ser humano cuando controla su propia vida! Lo mejor que podemos hacer
es entregarle, rendidos y derrotados por su amor, el timón de nuestras vidas a Jesús.

Alguien hizo esta pregunta: ¿qué es orar? a lo que respondió un hombre de mucha espiritualidad
cristiana: “orar es dejarse amar”. “En la vida diaria, extrañamente, nos cuesta dejarnos amar:
tenemos siempre puestas a punto las defensas, como si eso fuera un gran peligro y una no pequeña
debilidad.”2 Al no sabernos amados ni aceptarnos amados por Dios, entonces fracasamos a la hora de
orar. Porque la oración, como encuentro de amor y fe con Dios, no se logra.
Si Ud. es una persona de escasa oración o nada de oración, Ud. es un orgulloso que no acepta el
amor de Dios y huye del privilegio inigualable de ser amado.

Para ser amados, necesitamos abrir el corazón a Jesús. Él dijo, “yo estoy a la puerta y llamo”. Este es
un versículo que regularmente usamos para evangelizar los no cristianos. Pero si lee bien el texto,
estas son palabras de Jesús para la Iglesia. Dice Ap. 3.20-23: “¡Mira! Ya estoy a la puerta, y llamo.
Si alguno oye mi voz y abre la puerta, yo entraré en su casa, y cenaré con él, y él cenará conmigo. Al
que salga vencedor, le concederé el derecho de sentarse a mi lado en mi trono, así como yo he
vencido y me he sentado al lado de mi Padre en su trono. El que tenga oídos, que oiga lo que el
Espíritu dice a las iglesias.”
Abrir la puerta a Cristo es un mensaje a la Iglesia.
Es inaudito: ¡somos la comunidad que le cierra las puertas a su Señor!

Abramos la puerta. Escuchemos que él llama, y con gozo corramos a recibirlo. Dejémonos amar: “yo
entraré en su casa, y cenaré con él, y él cenará conmigo.”

1
A. Belart. “Amar y dejarse amar.”
https://ascensionbelart.wordpress.com/2015/01/27/amar-y-dejarse-amar/
2
Gregorio Rodríguez García. “La oración es dejarse amar”.
https://www.religionenlibertad.com/blog/50001/oracion-dejarse-amar.html
5
Un Amor en Jaque
Ed. Ramírez Suaza, P.ThM
Cómo abrir la puerta: exponga todo lo que hay en su interior ante los pies de Cristo. Déjate
incomodar. Déjate perturbar. Déjate revolcar por dentro -y por fuera-. Entrega las riendas. Ríndete y
arrójate a sus brazos. Nada más hermoso, seguro y especial que habitar en el regazo de Dios.

Conclusiones:
● No está bien que Dios amándonos, nosotros no lo hagamos.
● En esto te darás cuenta si te amas a ti mismo en verdad: “en que estás juntamente crucificado
con Cristo. Ya no vives tú, Cristo vive en ti.”
● Para amar se necesita estar loco; para dejarse amar se necesita estar más loco.

Вам также может понравиться