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Nº 47 - VARIA

Una aplicación de
la teoría del ciclo económico desde la perspectiva de la Escuela
Austriaca a la Gran Recesión

Juan Ramón Rallo

Este texto es la introducción de la tesis doctoral que el autor presentó el


pasado 9 de marzo en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, y por la
que obtuvo la calificación de sobresaliente cum laude.

Advertía Wilhelm Röpke en la primera página de su Crises and Cycles (1936)


que este libro había sido escrito en medio de "la peor y más generalizada
crisis económica que jamás hayan registrado los anales de la historia"; una
circunstancia que ofrecía grandes ventajas al economista teórico pero que
también lo sometía a algunos importantes riesgos.

Entre las ventajas, el economista alemán citaba "el dudoso privilegio" de ser
un testigo directo de unos acontecimientos únicos, de poder observar de
primera mano "la crisis en todas sus formas, expresiones y consecuencias".
Sin duda, si el economista teórico es capaz de abstraerse de los innúmeros
dramas personales que están presentes en todas las depresiones, no puede más
que analizar con excitado interés la materialización de los complejísimos
fenómenos que constituyen su objeto de estudio, investigación y reflexión. Se
trata de una sensación esquizofrénica en la que, por un lado, la persona
deplora la desgracia de convivir con las penurias económicas y el científico
social disfruta la inmensa suerte de experimentar en su propia carne una de
esas crisis de las que sólo hay una cada siglo.

Entre los inconvenientes, Röpke destacaba la dificultad de desarrollar una


teoría económica completa sobre los ciclos económicos justo en un momento
en el que millares de datos se van acumulando unos encima de otros a la
espera de tiempos más tranquilos, durante los que puedan ser analizados e
incorporados eficazmente al corpus teórico de nuestra ciencia:

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Cuando los datos se van pisando los talones, no es el momento de destilar y
embotellar el buen vino del conocimiento económico, es más bien el momento
de dejarlo fermentar.

Ciertamente, el analista económico puede sentirse en medio de una


crisis superado por la rapidez y variedad de los hechos que tiene que enjuiciar
y explicar, especialmente cuando la depresión cobra un carácter global y atañe
a multitud de países sobre los que podía tener muy poca o ninguna
información previa. Lo mismo cabe decir del economista teórico que
conforma sus modelos a partir de la simple inducción o que, simplemente,
quiera buscar inspiración en los hechos para orientar el desarrollo de los
suyos. Para ambos existe un exceso de información, de entre la cual es
complicado discriminar la realmente importante y que, en todo caso, resulta
casi imposible de procesar con rapidez y rigor; la disyuntiva es clara: o
análisis veloces e insustanciales o reflexiones sosegadas y precisas.

Ante semejantes caveats, podría parecer pretencioso, audaz o directamente


suicida haber emprendido un proyecto como la presente tesis doctoral justo en
medio de lo que la gran mayoría de economistas ha denominado la Gran
Recesión y otros, no sin gran parte de razón, la Segunda Gran Depresión. Al
fin y al cabo, nuestro propósito con este trabajo –escrito entre 2009 y 2010–
es, por una parte, reformular algunos aspectos de la teoría de los
ciclos económicos a la luz de los nuevos retos que planteaba la crisis y, por
otro, utilizar ese marco teórico para analizar los acontecimientos que hasta ese
momento habíamos sufrido.

No me cabe duda de que Röpke estaba en lo cierto cuando en 1936 mostraba


ese exceso de celo y cautela ante la posibilidad de periclitar preventivamente
una teoría de los ciclos económicos que en ese momento todavía estaba
gateando. Al cabo, el primer intento serio de sistematizar una teoría científica
de los ciclos lo había protagonizado el economista austriaco Ludwig von
Mises en 1912 –apenas 25 años antes– con su Teoría del dinero y el crédito.
Un lapso temporal demasiado reducido como para que el debate científico
hubiese proporcionado los suficientes frutos intelectuales.

Además, por si la precocidad de Mises no bastara para hacer buenas las


advertencias de Röpke, su libro había sido traducido por primera vez al inglés
en 1934 y, sobre todo, sólo recogía un esbozo muy básico de lo que más
adelante sus discípulos, y los discípulos de sus discípulos, irían elaborando.

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Sólo en los veinte años que median entre 1912 y 1932 ya encontramos tres
obras clave que refinan, amplían, enmiendan y robustecen de manera muy
considerable la teoría de Mises: La teoría monetaria y el ciclo
económico (1929) y Precios y producción (1931), de Friedrich Hayek, y The
Stock Market, Credit, and Capital Formation (1931), de Fritz Machlup.

En estas circunstancias, era normal y necesario, pues, que Röpke propusiera


dejar fermentar durante un tiempo todas las distintas, pero conexas, teorías
del ciclo a la espera de obtener el mejor vino posible. Por desgracia, este
prometedor programa de investigación iniciado por Mises se vio súbitamente
interrumpido y desplazado por el huracán que supuso dentro de la historia del
pensamiento económico la irrupción de John Maynard Keynes, de la mano de
su Teoría general del empleo, el interés y el dinero, en 1936. La práctica
totalidad de la profesión económica fue cautivada por unas, en apariencia,
novedosas y revolucionarias ideas del inglés que exudaban un casi absoluto
desconocimiento de los rasgos esenciales de la teoría miseana.

Por este motivo, el progreso de lo que podríamos llamar la teoría austriaca del
ciclo económicosufrió, a partir de 1936, una considerable atrofia académica.
La inmensa mayoría de economistas se dedicó a construir sobre un páramo
que poco a poco fue abandonándose y sustituyéndose por otras teorías que en
gran medida implicaban regresar al estado de conocimiento sobre los
ciclos económicos no ya anterior a Keynes, sino sobre todo anterior a Mises:
una nueva teoría clásica que a la postre negaba la existencia de algún
fenómeno que mereciera recibir el nombre deciclo económico.

Mas, pese a la innegable marginalidad a la que fue relegada la Escuela


Austriaca a partir de 1936, durante los últimos 75 años hemos contado con
brillantes economistas que han acelerado el proceso de fermentación del vino
de la teoría de los ciclos económicos. A destacar, Gottfried von Haberler con
su Prosperity and Depression (1937), Ludwig Lachmann con su Capital and
its Structure (1956), Murray Rothbard con su Man, Economy, and
State (1962), Israel Kirzner conEssays on Capital and Interest: an Austrian
Perspective (1974), y más recientemente Jesús Huerta de Soto con Dinero,
crédito bancario y ciclos económicos (1998).

Por tanto, a diferencia de lo que sucedía en 1936, en la actualidad ya contamos


con un rico bagaje teórico para examinar la realidad. Con ello no quiero
significar, por supuesto, que ya contemos con una teoría definitiva, completa e

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inmejorable de los ciclos económicos –y, de hecho, a lo largo de la presente
tesis trataremos de realizar alguna contribución a la misma–, sino que el grado
de madurez científica de nuestras herramientas teóricas actuales no tiene
parangón con el de los tiempos de Röpke. Lo que el economista alemán
reputaba una losa casi insuperable, hoy podemos considerarlo como una carga
bastante más llevadera.

El formidable desarrollo científico previo nos permite, pues, no vernos tan


abrumados por la marabunta de informaciones propia de todas las crisis y
construir sobre un terreno más firme. Si durante la Gran Depresión podía ser
loable y beneficioso, pero a la vez precipitado, teorizar en exceso sobre los
ciclos, durante la Gran Recesión constituye un imperativo profesional de
primer orden, por cuanto coloca al científico social en un pabellón envidiable
para contrastar su teoría, pulirla y abrir nuevos horizontes dentro del
paradigma económico recibido. No en vano, aun cuando pueda sostenerse que
la realidad observable no permite falsar las teorías económicas (Mises 1957),
es innegable que sí pone a prueba su capacidad explicativa y, por tanto, fuerza
al científico social a revisar y reformular sus puntos más débiles o
desatendidos.

En este sentido, la teoría austriaca del ciclo económico de raíz miseana, tal
como se halla formalizada en su versión canónica más depurada (Huerta de
Soto, 1998), permite afrontar con solvencia la tarea de explicar la práctica
totalidad de los fenómenos acaecidos durante la Gran Recesión, tanto en su
gestación, entre los años 2001 y 2006, como en su estallido, a partir de 2007.
Sin embargo, la crisis inevitablemente ha revelado la necesidad de ahondar en
ciertos temas que, habida cuenta del muy limitado y parcial conocimiento de
espacio y tiempo que padece todo ser humano, no habían recibido la necesaria
atención por parte de los grandes economistas de la Escuela Austriaca.

Así, por ejemplo, se ha hecho necesario teorizar sobre los procesos de


expansión crediticia más allá del negocio bancario tradicional (en especial,
mediante el endeudamiento a muy corto plazo en permanente renovación),
analizar la sostenibilidad de nuevos instrumentos financieros (como la
titulización) y, sobre todo, reflexionar sobre las diferencias entre el
dinero como bien presente seleccionado por el mercado y el dinero como
medio de pago fiduciario privilegiado por el Estado.

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Para ello, me he permitido complementar la teoría austriaca del ciclo
económico ortodoxa con las valiosísimas aportaciones de un disperso grupo de
economistas a los que podríamos calificar deteóricos de la liquidez, debido a
que han centrado su producción intelectual en desarrollar una teoría del
dinero y de la banca que gira en torno al concepto de liquidez. Explícita o
implícitamente, todos estos economistas se han visto enormemente influidos
por el seminal artículo de Carl Menger –a la sazón, fundador de la Escuela
Austriaca– titulado "El origen del dinero", donde por primera vez se ofrece
una definición científica de liquidez y, más importante, se insiste en la
necesidad de edificar toda la teoría del dinero sobre tal concepto.

Podemos incluir en este grupo a economistas tan variados como Benjamin


Anderson, Melchior Palyi, Charles Rist, Heinrich Rittershausen, Jacques
Rueff, Harry Scherman, Felix Somary, Vernon Orval Watts, Henry Parker
Willis y Hartley Withers. De entre todos, sobresalen dos economistas que,
además de conocer a la perfección la teoría austriaca del ciclo económico, han
fusionado las inconexas aportaciones de los teóricos de la liquidez y que, en
gran medida, me han servido de inspiración para realizar mi propia integración
de esta corriente dentro de la teoría austriaca: el húngaro Antal Fekete y el
español José Ignacio del Castillo.

En realidad, dado que tanto la Escuela Austriaca como los teóricos de la


liquidez comparten un tronco común –la obra de Carl Menger–, el encaje ha
sido bastante natural. De hecho, bien podríamos considerar a los teóricos de la
liquidez como unos teóricos de la Escuela Austriaca muy asistemáticos que
trataron de realizar sus aportaciones de manera aislada y que, por
consiguiente, no fueron incorporados adecuadamente al acervo de
pensamiento mayoritario. Por suerte, las exigencias de innovación teórica que
ha planteado la Gran Recesión han hecho aconsejable rescatar sus mejores
ideas, reforzando el corpus teórico austriaco, de tal manera que pueda hacer
frente a todas o casi todas las cuestiones que emergen con la crisis.

En este sentido, la teoría austriaca del ciclo económico –complementada con


las aportaciones de los teóricos de la liquidez– ofrece una perspectiva
científica única para describir y comprender la organización de un sistema
productivo y sus fluctuaciones periódicas. Sus tres rasgos fundamentales, que
de manera conjunta la distinguen del resto de corrientes económicas, son:

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• Una teoría del dinero basada en la liquidez de las mercancías que
facilita la comprensión de los procesos de monetización y
desmonetización de los bienes económicos con el objetivo de hacer
posible la coordinación interespacial e intertemporal de los agentes
económicos.

• Una teoría real del interés –entendido como la prima de valor de los
bienes presentes sobre los bienes futuros– que permite comprender
cómo los agentes, al disponer de un valor actual para los lejos e
inciertos bienes futuros, colaboran tomando decisiones de producción
que son intertemporalmente consistentes con las necesidades de los
consumidores.

• Una teoría del capital que, desde el punto de vista individual, se fija
en las relaciones entre la liquidez del activo y del pasivo de cada agente
económico y, desde un punto de vista social, remarca el proceso de
estructuración de los activos en forma de bienes de
capital heterogéneos, específicos, complementarios y difícilmente
convertibles a través de los cuales se ejecuta la cooperación
intertemporal de los agentes.

Estos tres puntos de partida –que serán objeto de un desarrollo mucho más
intenso en los tres primeros capítulos de la parte teórica de la tesis– serán los
cimientos sobre los que construir el resto del andamiaje de la teoría del ciclo:
los bancos y su capacidad para expandir el crédito de manera insostenible
(capítulo 4), los efectos distorsionadores de esta expansión crediticia sobre la
organización económica (capítulo 5) y el origen y la influencia del
dinero fiduciario sobre el proceso de creación crediticia y de manipulación de
la estructura productiva (capítulo 6).

Al final de esta primera parte de la tesis, comprobaremos que los


ciclos económicos son una consecuencia directa del abuso del crédito por
parte del sistema bancario como herramienta para controlar más bienes
presentes (a costa de bienes futuros) que aquellos a cuya disposición otros
agentes han renunciado previamente (ahorro). Y así, una vez pergeñada la
teoría del ciclo, procederemos a aplicarla en la tercera sección a los
acontecimientos que han rodeado a la Gran Recesión. Antes, como intermedio
y punto de unión entre ambas partes, efectuaremos un breve análisis sobre el
papel de los productos de financiación estructurada –en particular, los ABS,

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ABCP, CDO y CDS– a la hora de expandir el crédito y potenciar la iliquidez
de los agentes, lo que nos permitirá comprender sus efectos sobre los ciclos en
general y sobre este último en particular.

En última instancia, pues, las notas novedosas de esta tesis serán, por un lado,
la aplicación por vez primera de la teoría austriaca del ciclo a los
acontecimientos de la Gran Recesión y, por otro, el enriquecimiento de este
marco analítico merced a la incorporación al mismo de las contribuciones de
los teóricos de la liquidez.

Salvo por el esfuerzo integrador –que en sí mismo constituye un valor–, sin


embargo, la primera sección de la tesis presentará escasas innovaciones
teóricas con respecto a toda la diseminada literatura existente. Aun así, existen
dos excepciones que sí me gustaría destacar en esta introducción por
constituir, hasta donde me alcanza, sendas novedades teóricas con una
relevancia potencialmente muy grande. Ninguna de las dos ha sido por entero
una idea original mía, pero sí creo haberlas desarrollado y puesto en valor lo
suficiente como para que adquieran una entidad propia frente a sus dos fuentes
originales.

La primera de ellas –que bebe de Jacques Rueff y de Antal Fekete– está


contenida en el epígrafe 3.9 del apartado teórico y permite comprender cuáles
son las consecuencias reales de un incremento en la demanda de dinero más
allá del incremento de su poder adquisitivo. En efecto, cuanto más aumenta la
demanda de dinero, más rentable deviene trasladar factores productivos a
fabricarlo, lo que en un sistema de patrón oro puede hacerse por dos vías: o
trasladando los factores a las minas o produciendo bienes de consumo
altamente demandados contra los que puedan girarse letras de cambio que
hagan las veces de dinero.

En otras palabras, a diferencia de lo que ha sostenido el pensamiento


keynesiano, la demanda de dinero –el atesoramiento– no es una demanda
estéril que cortocircuite el poder adquisitivo y la coordinación social. Al
contrario, el atesoramiento constituye una señal esencial del sistema
económico que lo empuja, vía mayor poder adquisitivo del dinero o vía menor
tipo de descuento, a concentrar transitoriamente los recursos en actividades
fácilmente reconvertibles, desde las que los factores puedan dirigirse con
rapidez a satisfacer las necesidades futuras de los tenedores de los saldos
líquidos. Quien atesora, demanda al sistema económico que convierta parte de

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sus factores productivos en reservas para prevenir los peligros de un incierto
futuro.

La otra aportación teórica relevante –que, de nuevo, viene inspirada por los
escritos de Antal Fekete– está contenida en el epígrafe 5.3 y se refiere a la
influencia de las políticas monetarias expansivas en los momentos en los que
la demanda privada de crédito se ha agotado por entero ante la insostenible
iliquidez de los agentes. En tal caso, la respuesta tradicional keynesiana ha
insistido en la necesidad de que la autoridad monetaria trate –probablemente
sin éxito debido a la trampa de la liquidez– de forzar una reducción de los
tipos de interés del dinero por debajo de la eficiencia marginal del capital con
tal de incentivar el gasto privado en inversión. La respuesta de la Escuela
Austriaca ante tal política venía siendo doble: o bien no serviría para nada por
la extenuación de la demanda de crédito, o bien sólo retrasaría y agravaría la
necesidad de un reajuste ulterior.

Sin embargo, lo cierto es que las repercusiones de las políticas monetarias


expansivas una vez agotada la demanda privada de crédito son todavía más
nefastas que éstas. Los tipos de interés artificialmente bajos impulsados por
los bancos centrales incrementan el valor liquidativo de las deudas a tipo fijo y
eliminan las cargas de intereses en las deudas a tipo variable. En el primer
caso, el acreedor pierde todo incentivo a aceptar que su deudor le cancele
anticipadamente sus obligaciones salvo entregándole en el presente el importe
nominal de todos los pagos de intereses futuros; en el segundo, el deudor
pierde todo incentivo a cancelar anticipadamente sus obligaciones con el
acreedor salvo que éste acepte recuperar menos capital del que adelantó. En
ambos casos, el reajuste de los balances privados y de la estructura productiva
se estanca hasta que las malas inversiones que acreedores y deudores
sufragaron se deprecien por entero.

Tras la lectura del documento, espero haber ayudado marginalmente, tanto al


economista teórico como al economista aplicado, a mejorar su comprensión de
los ciclos económicos y, en especial, de la Gran Recesión, mostrando el
enorme peligro que supone intervenir en el sistema monetario y financiero
para lograr una oferta de crédito infinitamente elástica y desligada de las
decisiones económicas individuales de carácter real que toman los distintos
agentes económicos.

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Tomado de: http://www.ilustracionliberal.com

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