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La delgada línea roja

The Thin Red Line

JOSÉ MARÍA ARESTÉ | 3 MARZO 1999

Director: TERRENCE MALICK


Director y guionista: Terrence Malick. Intérpretes: Sean Penn, Adrien Brody, Jim Caviezel, Ben Chaplin, Elias
Koteas, Nick Nolte, Woody Harrelson, John Cusack. 170 min. Adultos.

El misterioso cineasta estadounidense Terrence Malick (Malas tierras y Días del cielo) vuelve de un retiro de casi 20
años con esta arriesgada meditación sobre la guerra, candidata a siete Oscars. Malick toma un camino menos
convencional que el de la excelente Salvar al soldado Ryan, de Spielberg. Su adaptación de la novela de James Jones
es profundamente personal y reflexiva, pausada; se aleja de la versión que en 1964 hiciera Andrew Marton, o de De
aquí a la eternidad (1953), de Fred Zinnemann, basada en otra novela de Jones.

Segunda Guerra Mundial. Invasión de Guadalcanal por tropas estadounidenses. El soldado Witt, que se había
refugiado en una isla paradisíaca, es obligado a reincorporarse a filas. Allí, en medio del horror de la batalla, convive
con compañeros muy dispares: el escéptico sargento Welsh; el dubitativo capitán Staros; el enamorado soldado Bell; el
belicoso y resuelto teniente coronel Tall... Todos quedan marcados por la experiencia bélica. Sus pensamientos
persisten a lo largo de las casi tres horas de metraje, con sus distintas voces en off.

El film muestra el dolor y las terribles heridas del combate; pero va más allá. En un escenario de gran belleza, se asiste
al miedo y a cómo se va minando la moral de los combatientes. Conviven escenas de cuerpos mutilados con estampas
bellísimas de la naturaleza. La misma lucha cobra cierto atractivo estético. El director apuesta por el lirismo y por el
pensamiento sobre la condición humana. Sus personajes tienen hondura. Sobre el telón de fondo de un profundo
pesimismo, cuelgan diversas situaciones individuales que al final parecen casi coincidentes en la ausencia de asideros;
ya sea Dios, la mujer amada o el teórico paraíso de los indígenas, al final resultan falibles.

Por lo visto, existe un viejo dicho que afirma que sólo una línea roja separa cordura de locura. De ahí el título del film.
Probablemente también es muy delgada la línea que separa entusiasmo y aborrecimiento en torno a esta película. Se
entienden ambas posiciones, aunque, personalmente, me apunto a la primera. La belleza del film (magnífica fotografía
de John Toll, adecuada partitura de Hans Zimmer) no impide que Malick detenga la acción cuando le viene en gana, de
modo algo caprichoso si se quiere. Una acción de combate como la toma de una colina es muy básica y a la vez toma
un aire irreal, como si el espectador estuviera transportado a un lugar donde se hubiera detenido el tiempo, donde las
coordenadas habituales no tuvieran validez. Por otro lado, el film de ese viejo estudiante de filosofía llamado Terrence
Malick plantea ideas, un poco al estilo de Apocalypse Now, de Francis Ford Coppola; alguno dirá que "empanada
mental tenemos"; otros diremos que no viene mal que alguien nos haga pensar un poco.

José María Aresté

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