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El patriarca mutilado

La invención freudiana fue objeto de tres interpretaciones diferentes: los libertarios y

las feministas la vieron como un intento de salvamento de la familia patriarcal; los

conservadores, como un proyecto de destrucción sexualista de la familia y el Estado.

Esa invención fue el paradigma del advenimiento de la familia afectiva contemporánea,

porque, al hacer de ésta una estructura psíquica universal, explicaba un modo de relación

conyugal entre los hombres y las mujeres que ya no se basaba en una coacción ligada a la

voluntad de los padres, sino en una elección libremente consentida entre los hijos y las hijas.

La novela familiar freudiana suponía, en efecto, que el amor y el deseo, el sexo y la pasión, se

inscribieran en el núcleo de la institución del matrimonio.

La concepción freudiana de la familia, como paradigma del surgimiento de la familia

afectiva, se apoya en una organización de las leyes de la alianza y la filiación que, a la vez que

postula el principio de la prohibición del incesto y la confusión de las generaciones, lleva a

cada hombre a descubrirse poseedor de un inconsciente y, por lo tanto, distinto de lo que creía

ser, lo cual lo obliga a apartarse de cualquier forma de arraigo.

En cuanto a la sexualidad, intolerable para la civilización en sus desbordes, según

Freud, debe canalizarse sin aplastarla, porque sólo puede ejercer su imperio de dos maneras

contradictorias: por una parte, como potencia destructiva, por otra, como forma sublimada del

deseo. Ni restauración de la tiranía patriarcal, ni transformación de patriarcado en matriarcado,

ni exclusión del eros, ni abolición de la familia: tal fue, según la lectura interpretativa que
podemos hacer de sus textos, la orientación escogida por Freud para que el mundo admitiera

la universalidad de una llamada estructura "edípica" del parentesco.

Freud desconoce la fuerza de la ruptura que ha iniciado y se niega a ver cuánto

contribuye ya ésta a la separación del deseo y la procreación, sin poner, pese a ello, en peligro

la civilización. Pues a sus ojos el verdadero peligro para la cultura no reside en esa disociación,

sino en el poder infinito de la crueldad humana sostenida por la ciencia y la tecnología.

En 1955, en el momento en que Lacan hacía suya y modernizaba la teoría medieval de

la nominaciónJ2 para afirmar que el Nombre-del-Padre designaba el significante mismo de la

función paterna, como inscripción del orden simbólico en el inconsciente, los primeros análisis

serológicos permitieron aportar la prueba de la "no paternidad".

Lacan pensaba la familia como un todo orgánico y no vacilaba en fustigar la

declinación de la imago paterna tan característica, a su juicio, del estado desastroso de la

sociedad europea en vísperas de la guerra. Sin embargo, en contraste con los teóricos de la

contrarrevolución, se oponía a la idea de que un restablecimiento de la omnipotencia patriarcal

fuera una solución al problema. Y del mismo modo, se negaba a hacer de la familia la apuesta

de una perpetuación de la raza, el territorio o la herencia. Estaba convencido de que la antigua

soberanía del padre había desaparecido para siempre, por lo cual todo proyecto de restauración

no podía terminar sino en una farsa, una caricatura, un artificio.

Lacan se interrogaba sobre la pertinencia de la lectura freudiana del Edipo de Sófocles. Sin

lugar a dudas, a partir de 1938 comenzó a releer al revés -o de otro modo- el mito y la tragedia.

Afirmaba que la "protesta viril de la mujer" era la consecuencia última de la invención del complejo

edipico. Pero en vez de hacer de la Esfinge un sustituto del padre, y de su eliminación, un signo
precursor del deseo de la madre, veía en ello, antes bien, la "representación de una emancipación

de las tiranías matriarcales y una decadencia del rito del asesinato real".

El tema de la "diferencia virginal", como paradigma de un goce femenino heterogéneo al

influjo del orden simbólico, será recurrente a lo largo del desarrollo del pensamiento de Lacan y lo

llevará, a emprender una revisión radical de la lectura de los trágicos griegos.


Las mujeres tienen un sexo

La sexualidad de las mujeres surgió con toda su fuerza, en primer lugar, de la

declinación del poder divino del padre y su transferencia a un orden simbólico cada vez más

abstracto, y luego, de la matemalización de la familia. Después de haber sido tan temido, pudo

brotar entonces un deseo femenino fundado a la vez en el sexo y el género, a medida que los

hombres perdían el control del cuerpo de las mujeres. Cuando éstas, a fines del siglo xx, se

apoderaron de manera definitiva de todos los procesos de la procreación, conquistaron un

temible poder y tuvieron en ese momento la posibilidad de convertirse en madres

prescindiendo de la voluntad de los hombres.

El modelo de la diferencia sexual, con sus diversas representaciones, se valorizó a

medida que se sucedían los descubrimientos de la biología. La posición ocupada por el género

y el sexo se convirtió en objeto de un conflicto incesante, no sólo entre los hombres y las

mujeres sino entre los investigadores que intentaban explicar sus relaciones. La mujer se define

por su útero, su blandura y su humedad. Sometida a enfermedades vaporosas, se la compara

con un niño, y la textura de sus órganos se caracteriza por una debilidad congénita, una

osamenta más pequeña que la de los hombres, una caja torácica más estrecha y caderas que se

balancean sin cesar en busca de su centro de gravedad. Estos hechos prueban dice el autor del

artículo que el destino de la mujer es dar a luz y no entregarse a una actividad profesional o

intelectual cualquiera.
La existencia de una libido única no excluye la bisexualidad. En la perspectiva

freudiana, en efecto, ningún sujeto es portador de una pura especificidad masculina o

femenina, lo cual se traduce en la constatación de que, en las representaciones inconscientes

del sujeto sea hombre o mujer, la diferencia anatómica no existe. La bisexualidad, que es el

corolario de esta organización monista de la libido, afecta entonces a ambos sexos. La

atracción de un sexo por el otro no sólo no corresponde a una complementariedad, sino que la

bisexualidad disipa la idea misma de una organización semejante.

La familia edípica, monógama, nuclear, restringida y afectiva, reinventada por Freud,

es así la heredera de las tres culturas de Occidente: griega, por su estructura, judía y cristiana,

por los lugares respectivos atribuidos al padre y a la madre. A la vez genitora, compañera o

destructiva, la mujer, según Freud, sigue siendo siempre la madre, en la vida y en la muerte.

Por sus relaciones inevitables con ella, el hombre tropieza siempre, en la mujer, con tres

imágenes de madre: la madre misma al nacer, la amante que escoge luego a imagen de la

primera y, para terminar, la tierra madre, que vuelve a acogerlo en su seno.

El inventor de la mujer histérica y la libido única, el gran liberador del sexo, de quien,

como es sabido, se sospechó sin cesar que quería envilecer a los niños, las esposas, las madres

y las muchachas, ¿se imaginaba que su bonito alegato a favor de la familia conyugal y el amor

maternal correría algún día el riesgo de contradecir la realidad venidera de la condición

femenina?

Freud hace suyas las representaciones clásicas de la diferencia sexual y los orígenes de la

procreación. Pero, al contrario de los partidarios de la dominación masculina, impugna cualquier

concepción del sexo y la familia que se funde en el principio de una desigualdad entre los hombres

y las mujeres. A partir de la idea de que las mujeres transmiten la vida y la muerte y los hombres
encarnan el logos separador y son a la vez herederos de la violencia de los padres a la cual deben

renunciar, Freud comprende mucho mejor la revuelta de los hijos contra los padres que la de las

hijas contra los padres y las madres o los hijos contra las madres.

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