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Cuento corto de desamor

By cuento corto in Relatos seleccionados on 26 junio 2016.

Cuento corto de desamor. SAPITIENTOS.


Un sapitiento es una ligera convulsión que sufren las
mujeres gordas en las azoteas de los edificios con
piscina, y que sólo se quita si alguien las coloca
boca abajo, es decir, haciendo el pino. Esto lo supo
en septiembre, cuando abrió los ojos en la cama de
ella, y ella, que siempre estaba muy pendiente de él,
abrió los ojos casi al mismo tiempo. Sapitientos, dijo
él, y ella frunció un poco el ceño. Sapitientos, repitió,
y explicó el significado de aquella palabra, porque no
quería que hubiese secretos entre ellos.
Ella se levantó de la cama medio dormida y salió de
la habitación, pero regresó enseguida con un
diccionario en la mano, “esa palabra no existe” dijo.
Él, le explicó amablemente que la había encontrado
en un sueño y ella se mordió un labio, como cuando
no acertaba a escoger el color de sus calcetines.
luego carraspeó un poco y preguntó si quería miel
para el desayuno. Él asintió con la cabeza, en uno
de esos gestos que hacen a veces los hombres para
no herir sentimientos, y ella susurró “sapitientos”
con ese tono que usan las mujeres cuando cogen
algo que no les pertenece.
Ella salió de la habitación, pero su piso era tan
pequeño que él pudo escuchar como abría los
cajones de la cocina, revolvía entre los cubiertos,
ponía a hervir la leche, y comentaba que tal vez
sería buena idea utilizar aquella palabra para otros
fines como, por ejemplo, para referirse al frío. Él trató
de incorporarse de la cama, para atender las
demandas de su vejiga, pero para entonces ella ya
había regresado con una enorme bandeja con patas
que colocó sobre su vientre. Los rayos del sol
apenas cabían entre las rendijas de la persiana.
Él, alargó el brazo para coger una galleta, ella
desenroscó la tapa del bote de la mermelada,
“sapitientos” repitió satisfecha, y giró la cuchara en la
taza de él, como si ya, aquella extraña palabra le
perteneciera por completo. Luego ladeó la cabeza y
preguntó, sonriendo, si quería algo más. Él no
devolvió la sonrisa, Sí, dijo, quiero un poliver.
Ella frunció el ceño, dejó la bandeja en el suelo,
acercó su rostro, clavó la mirada en los ojos de él,
que retrocedieron un poco ante aquellas pupilas que
se dilataban, que no paraban de avanzar, como dos
antorchas penetrando en la jungla. ¿Qué es un
poliver? .Nada. ¿Qué es?. Solo una palabra que
encontré en otro sueño. ¿Qué es un poliver
exactamente?. Nada, en serio, dijo él, y su vejiga le
aguijoneó de nuevo. Tragó saliva, levantó la mirada
hasta el techo, hasta aquella lámpara de papel del
techo de la habitación de ella, bajó la mirada, hasta
las pequeñas zapatillas azules sobre la alfombra,
incluso le rozó de un vistazo los tirantes blancos del
camisón que caían sobre sus hombros, y no pudo
más. Saltó de la cama, casi sin darse cuenta, él no,
su cuerpo, y solo después de un rato se reunió
consigo mismo frente a la taza del water, cerró los
ojos, aliviado, ese alivio egoísta que les entra a los
hombres cuando están empezando a ser hombres.
Luego vació la cisterna y se vistió a toda prisa,
contento, por haber encontrado otra palabra en un
sueño pero, sobre todo, porque aquel era el primer
día de clase y no deseaba llegar tarde al colegio.

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