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EUDAIMONÍA: LA VIDA FELIZ

A menudo se traduce eudaimonía por «felicidad», pero esta versión puede ser muy engañosa.
También se traduce otras veces por «florecimiento», palabra que, aun siendo algo engorrosa, tiene
connotaciones más apropiadas: por ejemplo, sugiere la analogía entre el florecimiento de las
plantas y el florecimiento de los seres humanos. Aristóteles cree que todos deseamos la
eudaimonía, con lo que quiere decir que todos deseamos que nuestra vida vaya bien. Una vida
eudaimon es una vida completa. Es la clase de vida que todos elegiríamos si todos pudiéramos
elegir: la clase de vida que desearíamos para quienes amamos. La eudaimonía se persigue
siempre como un fin, no como un medio para un fin. Puede que busquemos dinero, por ejemplo,
porque constituye el medio para comprar ropas caras, y puede que compremos ropas caras debido
a que creemos que nos harán más atractivos para las personas que deseamos atraer; queremos
atraer a las personas porque creemos que tienen la facultad de hacer que nos vaya bien la vida.
Pero no tiene el menor sentido preguntar por qué queremos que nos vaya bien la vida. La
eudaimonía no puede servir a ningún propósito: es el término donde acaba esta especie de cadena
de explicaciones. No tiene sentido preguntar «¿Por qué perseguir la eudaimonía?», dado que para
Aristóteles es una verdad conceptual que trata de lo que hacen todos los seres humanos. La
eudaimonía no es lo único que se persigue como un fin en sí mismo; podemos, por ejemplo, oír
música o pasar el rato con nuestros hijos sin esperar que se derive nada de estas actividades, sino
porque es como queremos pasar el tiempo en este mundo. No obstante, en estos casos
perseguimos esas cosas porque creemos, con razón o sin ella, que forman parte de la vida
eudaimon.
Uno de los objetivos de la Ética Nicomáquea es dilucidar la prosecución de la eudaimonía. Si
sabemos qué buscamos y cuál es el procedimiento para alcanzarlo, entonces es más probable
que lo consigamos, aun si en último término, como cree Aristóteles, nuestra anterior formación y
las circunstancias materiales dadas determinen en gran medida nuestra capacidad para seguir el
camino recto. A diferencia de muchos filósofos morales posteriores, Aristóteles era realista
respecto a la influencia de los acontecimientos que escapan a nuestro control en la fortuna de
nuestra vida. Opinaba que tener cierta cantidad de dinero, un aspecto aceptable, buenos hijos y
orígenes son requisitos previos para cualquier vida eudaimon. Sin el beneficio de estas
disponibilidades tal vez nos sea imposible alcanzar el estado superior de eudaimonía, pero
debemos adecuar nuestras acciones a las circunstancias concretas en que nos encontremos. Para
Aristóteles, vivir bien no se consigue tanto aplicando reglas generales a los casos particulares
como adaptando nuestro comportamiento a las circunstancias concretas de nuestra vida.
Es señal de inteligencia, dice Aristóteles, no atenerse a más precisiones que las adecuadas al
campo de acción en que se opera. Los juicios sobre cómo vivir sólo son ciertos para la mayoría.
No son aplicables a todos los individuos en todas las circunstancias, de manera que no son reglas
irrevocables. La ética no es una materia exacta como las matemáticas. El interés del carpintero
por el ángulo recto es de orden práctico; es muy distinto del interés del geómetra. Sería un error
tratar la ética como si no fuera un asunto práctico con sus propias normas universales. Y en tanto
que cuestión práctica, su objeto es mostrarnos cómo ser personas buenas, no simplemente
proporcionarnos una mejor comprensión teórica de lo que significa la vida buena.
Pese a creer que todos perseguimos y debemos perseguir la eudaimonía, Aristóteles estaba muy
lejos de ser hedonista en el sentido de abogar por la indulgencia sensual. Pensaba que quienes
sólo deseaban los placeres del sexo, de la comida y de la bebida se rebajan al nivel de las bestias.
La eudaimonía no es un estado de bienaventuranza mental. Es más bien una forma de acción,
una manera de vivir, que conlleva sus propios placeres, pero no puede cifrarse en actividades
particulares. Ha de tenerse en cuenta toda la vida de un individuo antes de poder afirmar con
certeza que esa persona ha alcanzado la eudaimonía; en memorables palabras de Aristóteles,
una golondrina no hace verano, ni un día feliz garantiza la felicidad de la vida. Una tragedia
acaecida al final de la vida puede invertir por completo el balance de la vida. Hay cierta verdad,
pues, en la idea de que no podemos decir de la vida de alguien que haya sido eudaimon hasta
después de muerto. Aristóteles llega a tener en cuenta la medida en que los sucesos posteriores
al fallecimiento pueden afectar a la valoración de si una vida ha ido bien o no; su respuesta fue
que las vicisitudes de los descendientes después de la muerte de uno pueden afectar, en una
medida limitada, a la propia eudaimonía.
Tomado de: La caverna de Platón, Nigel Warburton.
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1. ¿Cómo es una vida eudaimon? Pon un ejemplo.


2. ¿Estás de acuerdo con los “requisitos” que da Aristóteles para una vida eudaimon?
¿Por qué?
3. ¿Qué es la ética en sentido práctico?
4. ¿Crees que es mejor adaptar reglas éticas generales a casos particulares, o adaptar
nuestro comportamiento a las circunstancias concretas de nuestra vida? ¿Por qué?

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