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Arturo Pérez-Reverte: "Estoy viendo morir a la Argentina que

amaba" 30-6-2018. Clarin

Viene de desayunar en La Biela, su café preferido de Buenos Aires. Nacido en Cartagena, junto al
mar Mediterráneo, fue periodista y corresponsal de guerra, y su experiencia en lugares cargados de
tragedia y dolor aflora en su obra. La última es Eva (Alfaguara) que pertenece a la saga de Lorenzo
Falcó, ese agente libre que se mueve en los entresijos del espionaje durante la Guerra Civil
Española, un hombre a la vez encantador y peligroso.
Arturo, ¿cómo era la voz de Osvaldo Soriano?
Cuando hablábamos de la Argentina, triste. Yo recuerdo a Soriano hablando por teléfono, de
madrugada, conversando sobre libros que habíamos leído. Nunca nos vimos en persona, pero
éramos conocidos, nos teníamos respeto. Y él era para mí esa voz. Cuando yo le elogiaba sus libros,
él siempre respondía con una especie de tristeza, porque él sabía que ese elogio no estaba en boca
de quién debía estar en su país. Me lo hacía saber de una manera muy elegante. Sentía no ser
reconocido por otros que, por cierto, hoy le prologan los libros. Esto hay que decirlo: lo
despreciaban. Yo he estado aquí en conversaciones donde decían: “Este Soriano, ta, ta, ta”. No
quiero decir nombres, pero tampoco quiero callarlo. Esa tristeza que él tenía… El ser argentino
implica una tristeza genética, nacional; cualquier argentino lúdico debía ser triste en algún momento
a la fuerza, ¿no? Y él lo era, tenía eso de no saberse querido...
El público lo quería...
Sí, pero él se refería a la gente que manejaba los resortes de la cultura oficial; eso le dolió siempre.
El sabía que merecía otra consideración. Yo creo que la intelectualidad argentina, la que sabe, tiene
una deuda de honor con Soriano, que no se arregla haciendo prólogos. Yo entendí la Argentina
gracias a Soriano. Yo le dije un día: “Maestro, es que yo, leyéndolo, he comprendido la Argentina”,
igual que ahora la entiendo con los libros de Jorge Fernández Díaz. Hay escritores que te explican
un país.
¿Entonces es correcto decir que Roberto Arlt lo ayudó a contar Buenos Aires?
Sí, Arlt es otro de esos autores fundamentales. Yo empecé a venir aquí muy temprano. Estuve en la
Antártida antes de la guerra de las Malvinas, ahí conocí a algunos marinos que luego me fueron
útiles como fuentes periodísticas, aunque supe más tarde que algunos de ellos se dedicaban a otras
cosas... Y después cubrí la guerra, es decir, conozco bien el país. Y hay otra cosa: mi padre era muy
amigo de la Argentina, le gustaban los tangos, era un magnífico bailarín. Entonces, yo me sé la letra
de los tangos desde que tengo 8 o 9 años, porque él los cantaba. Ese de Gardel que dice: “Si los
pastos conversaran/ esa pampa le diría/ de qué modo la quería/ con qué fiebre la adoré” (Tomo y
obligo). Es decir que el gaucho solo en la pampa inmensa no tiene con nadie más que hablar que
con los prados. Esas imágenes me quedaron en la cabeza. Resumiendo, escribo con una gran carga
emocional sobre la Argentina. Había leído a Jorge Luis Borges y entonces descubrí a Roberto Arlt,
Los siete locos, la primera vez que vine, años ‘79, ‘80, y digo: “¡Este tío! ¿Por qué nadie me habló
de él?” Porque en aquel momento nadie hablaba de Roberto Arlt. Tenemos muy flaca memoria...
Ahora reivindicamos a Manuel Puig, que fue muy despreciado en su momento; a Manucho Mujica
Láinez. Ahora todos “ta, ta, ta”, pero recordad que hace 20 años ésos eran “autores menores”, que
no eran nada valorados por los grandes capitostes de la cultura argentina. Entonces, cuando descubrí
a Arlt, me pareció de una dureza, de una crudeza, de una crueldad, de una amargura, de una
violencia contenida extraordinaria. Y me enamoré de Arlt. Para mí vienen Borges y Arlt, en ese
orden, en la punta de los dos grandes que me han marcado muchísimo por la manera de concebir el
mundo y la literatura.
¿Cómo fueron sus charlas de tango con el poeta Horacio Ferrer?
Ah, fueron magníficas. Yo acudí a él porque necesitaba documentar el libro El tango de la Guardia
Vieja. Fuimos a cenar para mi cumpleaños a la cabaña Las Lilas. Él, Lulú, Victoria y yo. Y Horacio
fue muy generoso, un hombre maravilloso, extraordinario. Yo no hablaba: sólo le ponía pretextos
para que él contara. Escucharlo era repasar la historia de la Argentina, de Buenos Aires, del tango,
de la música, de todo. Era un hombre encantador, muy afectuoso. Mi libro le debe mucho a Horacio
Ferrer.
¿Le hubiese gustado a usted ser entrevistado por Joaquín Soler Serrano, el periodista español
que consiguió en televisión testimonios únicos de Jorge Luis Borges, Julio Cortázar,
Atahualpa Yupanqui, Ernesto Sabato?
Sí, pero sobre todo porque Soler Serrano era un periodista a quien yo admiraba mucho, de la vieja
escuela, que hizo de sus programas extraordinarios, obras maestras. Yo los tengo a todos en casa.
Los de Borges son geniales... ¡hace que Borges caiga bien, je, je! Porque él, en el trato, en la
conversación, no era un hombre especialmente simpático, pero Soler Serrano logra mostrarlo real,
maravilloso. El conocimiento que tenía de sus entrevistados, de sus obras, los detalles de sus vidas.
Es un ejemplo de cómo se hace una entrevista: el periodista retirándose, jamás poniéndose en foco,
dejando toda la gloria a su entrevistado, haciéndolo hablar, acompañándolo a contar todo lo que
suscita interés. Realmente Joaquín Soler Serrano los hacía brillar. El ser brillante retirándose, que es
lo más difícil en una entrevista. El respeto con el que encaraba la conversación. Ya no hay gente así.
Un talento impresionante. Ni siquiera los mejores son así. Ahora hay otro estilo de hacer las cosas.
Es una obra maestra ese programa, por el que pasaron los más grandes escritores. Y yo me temo que
no doy la talla para estar en ese elenco.
¿Qué le pasa?
Hay algo que me entristece mucho de la Argentina y es que para mí este país siempre ha sido un
referente. Recuerdo viajar 12 horas y encontrarte con una ciudad “europea”. La calle Florida, antes
de la guerra de las Malvinas: la gente se paraba a discutir, había debates, era un foro. Y hablaban de
política, de fútbol, de economía. Era una ciudad griega, romana, europea, francesa. Magnífica en
ese sentido. Y yo a esa ciudad la he admirado mucho, la caminé por sus librerías. Y yo a esa
Argentina la amaba. Pero esa Argentina acogedora, culta, tierna, inteligente, viva, rápida,
divertida... muere. ¡La estoy viendo morir! Veo cómo la cultura se repliega, veo cómo poco a poco
el argentino está renegando de lo que le dio prestigio, que es justamente esa argentinidad mezcla de
cultura, de humanidad, de sociabilidad, y me da mucha tristeza. Ojo, a lo mejor la Argentina que
nace es otra mejor, ahí no me meto, no la estoy criticando, pero ésa, la Argentina que yo admiré,
está muriendo. Vengo todos los años y me da pena ver que poco a poco va desapareciendo ese
argentino tolerante, culto, hablador, culto incluso en lo popular, en el parque, en el colectivo, en los
bares. Te dejaba fascinado conversar con uno de ellos, tenían una brillantez... Pero ahora están todos
tensos, encabronados, me da mucha pena. Las librerías desaparecen; a los niños no se les explica en
los colegios la memoria. Está desapareciendo la historia de los colegios.
¿Es cierto que una noche fue espía?
Es una historia divertida. Pues lo decidimos junto a un muy amigo, espía español, que estaba en
Guinea Ecuatorial espiando. Había una operación en curso con la Embajada de España. Entonces, el
espía y yo decidimos asociarnos: lo que conseguiría yo, lo utilizaría para publicar y él, para reportar
a sus jefes. Hicimos una incursión en una fiesta nocturna, en el despacho del embajador, los dos
para conseguir una información muy útil con la cual yo hice una exclusiva muy importante como
periodista y él pasó a sus jefes lo que no se podía publicar. Cuando uno ha sido reportero como yo,
en lugares inestables, siempre tiene acercamientos, siempre hay gente que pide, que quiere
intercambiar datos, nunca he querido tener nada que ver con el espionaje, pero en este caso se
trataba de un asunto en mi país, gente seria, solvente, una buena causa, así que decidí aprovechar
eso para mi propio beneficio.
Hablando de situaciones irreales, pensemos: ¿Qué pasaría si su personaje Lorenzo Falcó se
encontrara algún día con el detective Pepe Carvalho, creado por Manuel Vázquez
Montalbán?
Je. Pues, no sé, porque Carvalho es un personaje distinto, es un detective privado, de finales del
franquismo... no se hubieran encontrado nunca. De todas formas, Falcó es mucho más hijo de puta
que Carvalho.
Para las zonas oscuras de circulación de información, el periodismo tenía un antídoto: el
chequeo de los datos. Las redes sociales han obstaculizado ese mecanismo, pero la pregunta
es: ¿cree que el diario La Verdad, donde usted empezó su carrera, ahora se llamaría a lo sumo
“Algo de cierto”?
Ahora se llamaría “La posverdad”, jaja. Sí. Es que hay un problema importante y es que las redes
sociales han suplantado al periodismo riguroso. Y el público se basa cada vez más en lo que la red
social dice y no en lo que el periódico publica por la mañana. Es un público impaciente, que no
espera la reflexión y va directamente al titular. Entonces eso pone a circular una cantidad de
información absolutamente falsa, inexacta, poco fiable, pero es la que está condicionando actitudes.
Puede haber una revolución en seis horas por unos tuits, sobre un bulo, algo falso. La crisis
económica, que está haciendo desaparecer los medios serios, está dejando ese espacio en manos de
redes sociales no fiables y eso crea un flujo de información peligrosamente manipulable.
Pero también hay un presidente que anuncia un bombardeo en un tuit...
He sido periodista muchos años, conozco bien los medios, por eso me alegro de estar fuera ya. Ser
periodista hoy es una grave responsabilidad. Hacer un periodismo riguroso es muy difícil porque
tampoco la gente lo exige. El problema está en que el público no reclama una información fiable. Se
contenta con dos titulares de tuits mal pergeñados, fuera de contexto. El público tiene lo que quiere:
rapidez, inmediatez y frivolidad, y esto está generando una mala situación. No me gustaría tener
ahora 20 años y ser un joven periodista.
¿Cómo se lleva con su teléfono?
Mi móvil es uno de esos que sirven para hablar y nada más, ni siquiera lo llevo encima. No tengo
WhatsApp, no sé qué es WhatsApp. Apenas uso Twitter para comunicar novedades sobre mis libros.
Entro en Twitter, porque es una herramienta muy potente, pero enseguida salgo. Y no vivo
pendiente de las redes sociales. El correo electrónico lo miro una vez a la semana. Ahora la gente
exige inmediatez y lo terrible es que está exigiendo también que uno corresponda a esa inmediatez,
pero no es mi mundo ni me apetece. Me siento desplazado en ese sentido, poco adaptado a esa
modernidad. Prefiero pasar tres horas leyendo a tres horas viendo quién me escribe por WhatsApp.
La vida te quita muchas cosas y te deja muy pocas, y una de las que me dejó fue el
respeto por la lealtad y por el valor, dos virtudes que tienen los perros.

En Eva, la novela que presentó en la última Feria del Libro, suena Gardel en una escena clave
en Tánger. ¿Qué hace el Zorzal tan lejos?
Bueno, porque puso música en los años ‘30. El jazz en los años ‘20 y el tango en los años ‘30. No
hay situación social más o menos elegante de esa época, europea u occidental, que no haya tenido
un tango de por medio, ¿no? Estaba en los espectáculos, en la radio, en la vida. Si no eras buen
bailarín de tango, no tenías éxito social con las mujeres, era imposible, tenías que ser un buen
bailarín. Mi padre era un hombre muy apuesto, muy guapo, con bigote, delgado, alto, ¡y un bailarín
extraordinario de tango! Así que tuvo un éxito enorme con las mujeres. El tango era la música, la
atmósfera. Y Gardel era ineludible. Yo soy un fan de Gardel y de las películas de Gardel. Esa
sonrisa blanca, simpática, ese aspecto de bondad, de buen hombre. Tengo todas sus películas.
Ahí en Marruecos, tan cerca Tánger de Casablanca, ¿es posible imaginar a Lorenzo Falcó
parecido a Humphrey Bogart?
Bueno, Falcó es más guapo que Humphrey Bogart y bastante más elegante. Hay esa atmósfera de
cigarrillo y humo, sí, pero pocos saben que la película Casablanca se llamaba Tánger originalmente,
lo que pasa es que, por razones políticas de ese momento, Tánger estaba tomada por las tropas
franquistas y se cambió el nombre. A la hora de contar una historia de espías y contrabandistas,
pensé en Beirut, que la conozco mucho, pero por razones de España, el oro, la Guerra Civil y África
más cerca, Tánger me convenía más en cuanto a localización de escenario.
Pronto publicará en la Argentina una novela de perros, cuente eso, por favor.
La vida te quita muchas cosas y te deja muy pocas, y una de las que me dejó fue el respeto por la
lealtad y por el valor, dos virtudes que tienen los perros. Me gustan mucho, me parecen el mejor
compañero posible. Toda la vida he tenido perros, ahora tengo perros, me emociona acariciarlos, así
que decidí hacer una novela en la cual fueran protagonistas, un policial negro, duro, clásico, seco,
violento y al mismo tiempo con mucho humor. Ahí está la historia, titulada Los perros duros no
bailan.
Ahí se hubiera trenzado con Soriano, fanático de los gatos.
Bueno, los gatos no me gustan tanto. Se parecen demasiado a los humanos.

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