Вы находитесь на странице: 1из 3

Edward H. CARR: QUE ES LA HISTORIA?

Para adentrarnos en la interpretación marxista de la historia podríamos elegir entre


multitud de autores,pues el marxismo, el materialismo histórico, es, sobre todo, una
filosofía de la historia. Desde Marx yEngels, pasando por Lenin y Stalin, todos ellos
contribuyentes esenciales a esta perspectiva, y llegandohasta especialistas más
académicos como Topolsky, Cardoso o Pierre Vilar, tenemos aportacionesconsiderables
tanto en profundidad como en fecunda incursión por cualquiera de los terrenos y
etapasdel pasado. Hay, sin embargo, otro escritor que merece ser destacado al
referirnos a este tema porquereúne una serie de características que, con independencia
de la credibilidad del planteamiento, lo hacemás apropiado si lo que deseamos es un
guía claro, agudo, ameno y sobre todo independiente (dedisciplinas formales, se
entiende). Todas estas cualidades las reúne, a nuestro parecer, E. H. Carr. Y noes casual
el hecho de su condición de inglés para que aquéllas se den conjuntamente en un
solohistoriador: forma parte de un estilo, ya conocido, de transmisión de conocimientos
que, como alguiendijo, se basa en el axioma de que la sencillez es la cortesía del sabio.
Extraña, a pesar de ello, que seinjerte en la tradición intelectual anglosajona,
preferentemente empirista y poco dada a elucubraciones,un historiador que se adentra
por caminos hasta entonces transitados sólo por alemanes, franceses orusos. Pero,
como él mismo admitirá por la lógica de su pensamiento aquí expuesto, esa pertenencia
auna sociedad donde los condicionamientos de los que parte el historiador son menores
(sin lastensiones que en Francia o Alemania le obligan a una actitud más militante, o con
la falta de alternativasque en los países hasta hace poco comunistas enrarecían su
atmósfera personal), da a su exposiciónuna agudeza y flexibilidad que le hace más digno
de atención.En un marco de lo más formal (la Universidad de Oxford), y con
citas continuas de historiadoresingleses, muchos de ellos predecesores suyos en la
misma tribuna, esta serie de conferencias seescalonan siguiendo un hábil procedimiento
ascendente para contestar a su propia pregunta que sirvede título al volumen. Como
cualquier historiador, tiene que hacer frente, en primer lugar, al problemametodológico,
a la definición de su quehacer, a la relación entre los hechos y quien los maneja
paradarles sentido (''el historiador de los hechos''); la contradicción secular entre
quienes siguen el criteriopositivista de la sacralidad de los hechos, con el historiador
como simple compilador lo más alejadoposible de la tentación valorativa, y aquellos que
no admiten la posibilidad de este tratamiento objetivo,se salva a juicio de Carr
eliminando las barreras artificiales que separan al sujeto (historiador) del objeto(los
hechos), sustituidas por la interacción de ambos factores: el primero selecciona hechos
(esinevitable porque tiene que partir de hipótesis), pero a su vez los hechos modifican o
perfilan lahipótesis, de modo que el trabajo del investigador no se divide tampoco en
una primera fase deacumulación de datos y una posterior de ensamblaje y clarificación,
sino que los dos niveles se imbricaen un proceso simultáneo, como se intrinca la
historia-realidad con la historia-investigación.Resuelto el primer obstáculo, asalta otro
de los escollos más controvertidos: Es la sociedad o elindividuo el protagonista de la
historia? La conclusión del punto anterior nos adelanta ya la forma en queCarr resuelve
ahora el problema: también aquí se produce una interacción: el individuo,
los ''grandeshombres'', no son descartables en la dinámica de la historia, pero su
actuación no se realiza en estadopuro; su pertenencia a una sociedad les hace
dependientes, quieran o no, de una realidad externa aellos, pero que les proporciona los
instrumentos de pensamiento y de acción a los que, por su parte,incorporarán
su aportación personal: la nariz de Cleopatra no fue en sí un factor decisivo en
eldesenlace de la situación romana del momento, pero jugó el papel adecuado para
facilitar un desenlaceque entraba en la lógica de la situación.Quien admita hasta ahora
los razonamientos del autor puede, no obstante, plantear dudas acerca deotras
cuestiones: si la historia debe ser considerada como ciencia y si le es lícito incorporar
juicios devalor (''Historia, Ciencia y Moralidad''). Carr se hace eco de la permanente
controversia que existe entrehistoriadores y también desde fuera, acerca de si calificar o
no de ciencia a la historia; las dificultadespara aceptar su inclusión son considerables, y
la misma lengua inglesa parece que introduce uninconveniente terminológico que no es
tan acusado en otras; a ello se añade la habitual tendencia en elmundo culto a deslindar
lo científico - esfera de la naturaleza - de lo histórico - territorio de lo humano;
loprimero, verificable y sujeto a leyes, lo segundo no susceptible de experimentación
hasta cierto punto,caótico - lo técnico por un lado, la formación de la personalidad de la
clase dirigente por otro. La razónde esa dicotomía está en la forma anticuada de
entender la metodología de uno y otro tipo deinvestigación: una ciencia mecanicista,
válida hasta mediados del siglo XIX, y una historia individualista,lo general y lo particular
como objetos diferenciados de estudio. Pero esa frontera tan rígida empezó
adesaparecer cuando por un lado las ciencias naturales introdujeron perspectivas
históricas en su mismaestructura de conocimiento (gracias a Darwin sobre todo) y
la historia se fue decantando haciacontenidos donde el protagonismo de la sociedad
sustituía al de los grandes personajes. En el siglo XX

la distancia se ha reducido todavía más: el científico sabe que sus leyes son también
tributarias delmomento histórico en que se formulan y por tanto no tienen una validez
absoluta para conocer lanaturaleza, la cual, por su parte, ya no aparece como un
mecanismo inmutable; el avance en la cienciaes un avance humano, una superación que
no puede desvincularse de otras realidades de la mismasociedad en que se produce. Y
del mismo modo el historiador acumula, mediante la depuración de susmétodos y la
mayor amplitud de sus objetivos, un depósito mayor de certidumbre. Todo ello
le haceconcluir que no es inadecuado incluir la historia dentro del conocimiento
científico, cuando éste,además, exige ser diversificado cada vez más en ramas que entre
sí difieren en sus métodos tantocomo la historia de cualquiera de ellas. A esta respuesta
afirmativa hay que añadir otra en el mismosentido al tratar de la moralidad, pero
modificando el significado de ésta: no sería pertinente, desdeluego, utilizar la escala de
valores bueno/malo ni centrar éstos en las cualidades personales de losgrandes líderes,
pero sí que se puede y se debe evaluar lo que una situación histórica representa desdeel
punto de vista de las fuerzas que se oponen en ella, unas reaccionarias, retardatarias,
otrastendentes al cambio, al movimiento que es consustancial con la misma historia, y
ello comporta unavaloración no achacable a los prejuicios del investigador sino que
dimana de la realidad estudiada;sería, pues, reaccionaria la tendencia del régimen
zarista al inmovilismo y positiva la que propiciaba elcambio, sólo posible mediante
la revolución.Hasta aquí Carr puede ser simplemente considerado como un historiador
crítico con las corrientesmetodológicas anteriores (positivistas, románticos,
pragmáticos), aunque en la última de las cuestionesse atisba ya lo que claramente
manifiesta un poco más adelante, cuando aborda (''La causación en lahistoria'') el
siguiente punto. En este caso, por vez primera observamos una crítica injusta por su
parte oun forzamiento de la terminología: los historiadores de las corrientes citadas
son manifiestamenteantideterministas porque no creen en la causalidad en la historia,
sino que o se contentan con loshechos o exaltan la voluntad de determinados
personajes o dotan a la historia de una funciónejemplarizante. Tal acusación es desde
luego excesiva, puesto que desde Herodoto el historiador maneja siempre algún tipo de
motivaciones, de desencadenantes de los hechos; por ello matiza másadelante y
distingue dos tipos de causas: unas, de carácter fortuito que identifica con las
anteriores, yotras que llama racionales o lógicas, que se darían de forma plural aunque
una de ellas sería la causaprofunda; y está claro, según el ejemplo aportado, que al
menos en la edad contemporánea esa causasuele ser económica. Y al vincular el rechazo
de estas causas racionales por parte de los historiadores''clásicos'' al rechazo del
determinismo hace a éste consustancial con aquéllas.En la ''Historia como progreso'' no
sólo admite que los acontecimientos históricos son comprensiblestambién ''hacia
adelante'', como Voltaire o Hegel (y de paso contrariando la opinión de Popper), sinoque
se realizan en un marco de progreso dialéctico no lineal ni tampoco desarrollado en un
mismoespacio: hay rupturas y hay relevos. No es posible detectar cuál es el sentido
exacto de ese progreso alo largo de toda la historia si la razón, la libertad o el bienestar
económico porque cada etapa se asociacon uno que parece presidirla (y así se entiende
el sentido que le dieron en Inglaterra en el siglo XVIII,el triunfo de la libertad del
individuo), pero a esa etapa le sucede otra en la cual puede manifestarse otrovalor
como meta. Así, se nos escapa el proceso total por inconcluso, aunque cada etapa, al
asumir también a las anteriores, representa un paso adelante en la clarificación del
sentido de la historia: ''elprogreso es un término abstracto; y las metas concretas que
se propone alcanzar la humanidad surgende vez en cuando del curso de la historia...;
progreso hacia metas que sólo pueden irse definiendoconforme avanzamos hacia ellas y
cuya validez nada más puede comprobarse en el proceso dealcanzarlas...''

Вам также может понравиться