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Tonalámatl, el libro de los augurios de los sacerdotes de la diosa Xochiquetzal .

Un día que los dioses se compadecieron de los trabajos que el pueblo tolteca pasaba, decidieron
que uno de ellos bajara a la tierra para ayudarles y enseñarles las ciencias y las artes.

Quetzalcóatl bajo a la tierra, hacía tiempo que él quería ayudar a los toltecas, descendió a la ciudad
de los hombres y mujeres buenas y trabajadoras por un rayo de la estrella de la mañana, las y los
toltecas se asombraron con su aparición, en especial por lo luminoso que era.

Junto con Quetzalcóatl, dominaba el dios Tláloc (“el señor que está dentro de la tierra”), el dueño
de las lluvias, dador de la vida y dueño de las almas separadas de los cuerpos. Reinaba también
Xochiquetzal (“flor emplumada”) la diosa de la alegría y el amor, esposa de Tláloc y descubridora
del pulque. Todos los dioses eran buenos, y dirigidos por Quetzalcóatl enseñaron al pueblo tolteca
el saber, hasta hacerlo sabio y artista.

Quetzalcóatl les dio además a los toltecas el don de una planta que había robado a los dioses, sus
hermanos, quienes la guardaban celosamente, porque de ella obtenían una bebida que, pensaban,
sólo les estaba destinada a ellos.

Quetzalcóatl sustrajo el pequeño arbusto de flores rojas, prendidas a largas ramas de hojas
alargadas, inclinadas hacia la tierra, a la que ofrecía sus oscuros frutos. Plantó en los campos de Tula
el arbolito pidió a Tláloc que lo alimentara con la lluvia, y a Xochiquetzal que lo adornara con flores.
El arbolillo dio sus frutos y Quetzalcóatl recogió las vainas, hizo tostar el fruto, enseñó a molerlo y a
batirlo con agua en las jícaras, obteniendo así el chocolate.

Así pues, Quetzalcóatl fue dador del cacao el fruto se consideraba símbolo de riqueza.

Los toltecas fueron ricos y sabios, artistas y constructores; gozaban del rico chocolate y eran felices,
lo cual despertó la envidia de los dioses, sobre todo cuando descubrieron que tomaban la bebida
destinada únicamente a ellos.

Juraron venganza, contra Quetzalcóatl primero y contra el pueblo tolteca después. Para eso
llamaron a Tezcatlipoca – “espejo humeante”, dios de la noche y de las tinieblas. Este dios, enemigo
de Quetzalcóatl, el dios luminoso, bajó a la Tierra por el hilo de una araña y disfrazándose de
mercader se acercó a Quetzalcóatl para ofrecerle la bebida que Xochiquetzal había descubierto.

El dios luminoso se hallaba en su palacio inmensamente triste, pues un sueño le había hecho saber
que los dioses preparaban su venganza y temía por el pueblo al que había hecho rico, sabio y feliz.
Quetzalcóatl bebió del jugo que se le ofrecía, que era el octli, o sea, el pulque.

Quetzalcóatl lo bebió y se embriagó, el malvado Tezcatlipoca, bailó y gritó ante el escándalo del
pueblo que lo miraba hacer gestos ridículos. Después se durmió, y, al despertar, con la boca amarga
y en la cabeza un dolor profundo, se dio cuenta de que los dioses lo habían deshonrado y que se
preparaba la ruina del pueblo tolteca y la caída de la gloriosa Tollan.

Al sentir Quetzalcóatl que ya nunca podría ver a los que había enseñado a ser buenos y honrados,
decidió marcharse hacia el rumbo de la estrella vespertina, su casa. Marchó entonces hacia el mar,
hacia la llamada Nonoalco – en las playas de lo que hoy es Tabasco – y, allí arrojó, por última vez,
las semillas del cacao, que bajo su mano florecieron y quedaron ahí como la dádiva del dios
luminoso. Después entró en el mar y, aprovechando un rayo de luz de la estrella de la tarde, se
volvió a su morada de luz.

Desde entonces el cacao solo se da en las regiones más alejadas donde Quetzalcóatl estuvo por
última vez.

Ibarra, Silvia. El Chocolate es cacao: Herencia de México al mundo. 3 de agosto de 2003.

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