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¿Dónde quedó el “dulce espíritu”?

Esto escribía Kant en su texto ​El fin de todas las cosas ​de 1795:
Si ocurriera alguna vez que el cristianismo dejara de ser digno de amor (lo cual puede
ocurrir si en lugar de su dulce espíritu se armara de autoridad imperativa), el pensamiento
dominante de los hombres habría de ser el rechazo y la oposición contra él.

No es para nada irrelevante la preocupación de Kant expresada en esta


sentencia. A más de doscientos años de escrito este texto, pareciera que esta profecía
kantiana ha comenzado su curso de cumplimiento. No es exagerado preguntarnos
“¿dónde quedó el dulce espíritu”? El dulce espíritu del cristianismo, sensible a las
injusticias sociales, a la vulneración de derechos y adversario de los opresores. El
“cumplimiento” de esta profecía kantiana no sea quizá más que los repetidos errores
de la Historia, a quien le gusta tropezar con la misma piedra y casualmente siempre
encuentra hombres que le hacen de servidores. Spinoza vio esta situación cumplida
un siglo antes. Dice en su ​Tratado teológico-político​ de 1670:
Me ha sorprendido muchas veces que hombres, que se glorían de profesar la religión
cristiana, es decir, el amor, la alegría, la paz, la continencia y la fidelidad a todos, se atacaran unos
a otros con tal malevolencia y se odiaran a diario con tal crueldad, que se conoce mejor su fe por
estos últimos sentimientos que por los primeros.

No quisiera caer en especulaciones innecesarias de cuándo o cómo comenzó,


pero es indudable que en nuestros tiempos, un espíritu autoritario, hostil, ha
penetrado en muchas comunidades cristianas al punto de convertir esa dulzura del
amor en dogma, manifestado en buenas frases repetidas para disfrazar el rechazo y
desprecio a lo ​Diferente. Me pregunto: ¿Qué pasó con el dulce espíritu? “No saben de
qué espíritu son” acusó Jesús a sus discípulos cuando quisieron hacer caer fuego
sobre un grupo de gente que lo había rechazado.
En la actualidad muchos discípulos de Cristo también quieren hacer caer
fuego sobre cierto grupo de personas que representan lo ​Diferente ​a lo que el
cristianismo conservador interpreta como “normal”, “natural”, y en parte es
entendible, pero cuánto temor hay de acercarse al límite del pensamiento y
preguntarse “¿siempre fue así el cristianismo?” “¿será mi concepción cristiana algo
puro e inmutable o quizá esté condicionada por algunos factores”?
Sin entrar en cuestiones culturales para no asustar a nadie, ¿no son el espacio
y el tiempo factores condicionantes de la religión? ​El fin simbólico del tiempo y el
espacio que nos toca vivir en este siglo debido al avance tecnológico nadie lo puede
negar. ¿No afecta esto al cristianismo? ¿No altera ciertas prácticas, aunque sean
mínimas? Yo creo que sí. Como sujetos condicionados por el espacio y el tiempo, es
decir por nuestra finitud, podemos encerrarnos en nuestra “esfera del saber” actual o
comprender que nuestra condición finita nos empuja constantemente al cambio, a la
variabilidad, a la inestabilidad, y por ende lo que hoy somos y entendemos por
“cristiano” no es lo mismo que entendieron otros creyentes en tiempos más lejanos ni
lo que entenderán los creyentes de los tiempos que vendrán.
¿Dónde quedó el dulce espíritu? Quizá haya quedado petrificado cuando nos
olvidamos que el Fuerte, Poderoso y Verdadero es Dios, no sus fieles, al contrario,
somos barro débil, como diría Michel de Certeau, creer es una debilidad, una
paradoja en algunos aspectos. Y esto es lo verdaderamente rico de la vida espiritual
cristiana. Al cristianismo primitivo le llamaban “El Camino”, quizá sea tiempo de
revitalizar este concepto, de entender que como creyentes no hemos llegado a ningún
“lado” desde el cual podamos objetivar al mundo y que cuando nos dedicamos a
arrojar piedras al ​Diferente es porque hemos dejado de caminar. El creyente que
entiende que simplemente estamos caminando está vaciado de ropajes de
autoritarismo y hostilidad y tiene lugar para el dulce espíritu.
Muchos creyentes ven esto como algo “liberal”, “falto de fe”, “libertino”,
“liviano”. Quizá tengas buenos argumentos, no lo sé...el problema es que Cristo nos
ha enseñado mal, le ha pagado lo mismo al que trabajó una hora que al que trabajó
toda la jornada, ha invitado a criminales al paraíso a pedido de ellos, quizá Cristo sea
el mal ejemplo, por algo los Fariseos lo llamaban “bebedor de vino y amigo de
pecadores”, mal ejemplo nos ha dejado el Señor, este amor, esta injusticia divina
molesta, pero molesta a quienes ingenuamente creen que son mejores o que merecen
algo, cuando -si nos sinceramos- la única diferencia entre un cristiano y un
no-cristiano es una: La aceptación del perdón de Cristo...

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