Вы находитесь на странице: 1из 11

SOCIOLOGIA

LA MODERNIDAD Y EL APORTE DE LOS CLASICOS

Los clásicos de la sociología o de las teorías sociales- Tocqueville,


Marx, Weber, Durkheim, Simmel- cada uno de ellos ha descrito a su
manera la modernidad: individualismo, racionalización, especialización
de las actividades, deshumanización, de-socialización, inestabilidad,
desencantamiento del mundo, etc. Constatamos hoy día que sus
interrogantes y preguntas permanecen aún muy modernas y vigentes.

Las sociedades de Europa occidental han conocido en el curso de los


siglos XVII y XVIII una serie de mutaciones económicas y políticas que
culminan con la revolución industrial en Gran Bretaña y las Revolución
francesa de 1789. Un mundo nuevo se dibuja entonces, caracterizado
por la industrialización, la división del trabajo y la urbanización, el
surgimiento de los Estados-Naciones y la llegada de las democracias
de masas. Paralelamente nuevos valores emergen: La Razón deviene
el soberano al cual cada hombre acepta en someterse; la libertad y la
igualdad son inscritos como los derechos universales en la
Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano. El conjunto
de estas transformaciones abren lo que se ha acostumbrado llamar la
era de la modernidad. Por su amplitud, estas mutaciones introducían
profundas transformaciones en los equilibrios de las sociedades de la
época y son así percibidos en su tiempo.

Las dos revoluciones destruyen el tejido social pacientemente


construido por la cadena de generaciones sucesivas. Además, el
nivelamiento social del cual son portadoras es juzgado como una
fuente de mediocridad… Algo parecido encontramos desarrollado en
los pensadores románticos alemanes de la época.

Muy por el contrario, para los pensadores liberales, la llegada de la


modernidad representa la edad de oro de la humanidad. La ciencia y
la razón alumbran a partir de ahora las luces del espíritu de cada
hombre hasta ahora obscurecido por el peso de las creencias
religiosas. Los valores de libertad e igualdad liberan a los individuos de
las instituciones del Antiguo Régimen (Iglesia, Monarquía, Órdenes,
etc.). Los filósofos del Contrato Social, de Thomas Hobbes a Jean-
Jacques Rousseau insistieron en la preeminencia del individuo sobre
la sociedad. Por su parte, la ciencia económica naciente hace reposar
el orden social en la harmonía espontanea de los intereses
individuales guiados por una misteriosa pero providencial “mano
invisible” del libre mercado.

Existe acuerdo generalizado en considerar que es en siglo XIX donde


se constituye la “tradición sociológica” en que las principales figuras
son: Alexis de Tocqueville, Karl Marx, Emile Durkheim, Max Weber y
Georg Simmel. Cronológicamente, la sociología es entonces hija de la
modernidad. Su misión es revelar los secretos de su funcionamiento
en una sociedad que ha perdido todo fundamento exterior a ella
misma (Dios, La Naturaleza, la Providencia...) Por esta toma de
consciencia, la sociología contribuirá a mejor controlar sus destinos.

La nueva ciencia, se pretende antes que todo, según la expresión de


Max Weber “una ciencia de la realidad reposando en la observación
minuciosa de los fenómenos sociales y en las confrontaciones con la
teoría. La postura del sociólogo esta entonces en las antípodas del
filósofo y del economista de la época que se complacen demasiado en
los juegos conceptuales distanciados de lo real.

La sociología se presenta como una ciencia de la totalidad. Admitiendo


que la esfera económica toma una importancia creciente, la sociología
rechaza en aislar los fenómenos económicos de las otras dimensiones
de la realidad social. Marx pone en relación las categorías económicas
con las relaciones de clases que se expresan; Durkheim hace de la
rehabilitación de la moral profesional la solución a los desequilibrios
económicos; Weber ve en la moral calvinista uno de los hechos
generadores del desarrollo del capitalismo moderno.

La sociología se pretende por ultimo una ciencia histórica. Allí donde


los filósofos ponen el acento en la existencia de los derechos
universales, allí donde los economistas creen develar los
comportamientos o las leyes transhistoricas, el sociólogo observa
solamente los productos contingentes de la historia social de los
hombres. Por ejemplo, lejos de considerar la acción de los individuos
como estando al origen de la sociedad, ellos hacen muy por el
contrario del individualismo un producto tardío de la evolución de la
vida social.

El método de la sociología es entonces de manera preeminente


comparativo en el sentido de que podemos comprender los rasgos
específicos del mundo moderno en contraste con la organización de
las sociedades tradicionales.

La oposición tradición/modernidad

El sociólogo hace uso de tipologías que oponen sociedades


tradicionales y sociedades modernas. En Tocqueville es la oposición
aristocracia y democracia; en Tönnies es entre comunidad y sociedad.
Durkheim diferencia la sociedad a solidaridad mecánica de la
solidaridad orgánica; y Marx, la sociedad feudal de la sociedad
capitalista. Si estas tipologías están lejos recortarse enteramente y dar
cuenta del carácter de cada una de las sociedades en cuestión
encontramos en la mayoría de entre ellas parejas de oposición que
permiten componer un cuadro ideal-tipo de la modernidad en relación
a las sociedades tradicionales. A la jerarquía de las sociedades
tradicionales se opone el igualitarismo moderno; a la tradición la
racionalidad; a la religión, la ciencia; al apremio o coacción la libertad;
y al “holismo” de las sociedades tradicionales, el individualismo de la
modernidad.

A partir de esto, cada autor privilegia un hecho generador con la ayuda


del cual intenta explicar el conjunto de los cambios sociales
observados. Para Tocqueville, la reivindicación de la igualdad de las
condiciones da cuenta de la mayoría de las transformaciones. Ella
conduce a los individuos a la búsqueda del bienestar; pero puede
también llevar a la anarquía o al despotismo; el problema de la
democracia será de conciliar la igualdad y la libertad.
Durkheim hace del surgimiento del individualismo el fenómeno mayor
de la modernidad. Con el crecimiento de la población, el trabajo se
divide de más en más, favoreciendo así una fuerte diferenciación
social. A tal punto que la condición del hombre termina por devenir el
único elemento común al conjunto de los miembros de la sociedad. El
“culto del individuo” que se encarna en el respeto de los derechos del
hombre deviene el único cimiento social de la modernidad.

Según G. Simmel, dos fenómenos complementarios sostienen este


proceso de individuación. Por una parte, la utilización generalizada del
dinero permite multiplicar los lazos entre individuos alejados, pero
todos limitando cada uno los compromisos impersonales; por otra
parte, el desarrollo de las grandes ciudades libera los miembros de la
sociedad de un control social estrecho que se ejercía en el marco de
una aldea. Estos dos procesos convergen para dejar a cada individuo
un margen de autonomía más grande. Los roles sociales no están mas
prescritos desde el nacimiento, sino libremente escogidos en el curso
de la existencia.

Marx hace de la dialéctica de las fuerzas productivas y de la lucha de


clases el motor del cambio social: es porque las fuerzas productivas
devienen demasiado ampliadas para permanecer encerradas en las
antiguas relaciones de producción es que sobrevienen las
revoluciones. Max Weber cuestiona esta lectura materialista de la
historia, a la que le reprocha un carácter demasiado unilateralista.
Weber reevalúa el rol de los valores religiosos en la llegada de la
civilización moderna mostrando como la conducta de vida ascética del
calvinismo a podido contribuir a moldear un cierto “estilo de vida
capitalista”. De manera general ve en los procesos de racionalización
del conjunto de las actividades sociales y, más particularmente en la
burocratización que es una de las manifestaciones esenciales del
aumento de la racionalidad formal, la característica dominante de la
modernidad. Más rápida, más precisa y más objetiva que las formas
de administración anteriores, la burocracia confiere a las sociedades
modernas una eficacia incomparable, pero arriesga también de ahogar
las libertades individuales.
Las ambivalencias de la modernidad

La adhesión a la modernidad de los sociólogos permanece aun


ampliamente crítica y todos ponen a la luz un cierto número de
ambivalencias y contradicciones internas.

El primer problema que debe afrontar la modernidad es el siguiente:


¿Como hacer tener ensamblada o junta una sociedad desde ya
compuesta por individuos autónomos?

Tocqueville es el primero en percibir los riesgos de atomización ligados


a la desaparición de las relaciones jerárquicas de las sociedades
tradicionales: “La aristocracia había hecho de todos los ciudadanos
una larga cadena que remontaba del campesino al rey; la democracia
rompe la cadena y pone cada eslabón separado”. La igualdad de las
condiciones conduce a cada hombre a pensar que él se basta a sí
mismo. Esto tiene por efecto aislarlo de sus conciudadanos: cada uno
deviene indiferente a los otros y no percibe el lazo entre su interes
personal y la prosperidad general. La sociedad se reduce entonces a
una masa de individuos completamente separados los unos de los
otros.

Por su parte Durkheim establece un vínculo entre la propensión al


suicidio y el grado de integración de los grupos sociales. El “suicidio
egoísta” varia en razón inversa de la integración familiar, religiosa o
política. El desarrollo del egoísmo corolario del marchitamiento de los
grupos sociales intermedios (familia, corporaciones, Iglesia…) conlleva
a una fragilizacion del vinculo social. En su investigación De la división
del trabajo social, Durkheim propone incluso rehabilitar, bajo una forma
renovada, las corporaciones de oficios del Antiguo Régimen. Para
Tocqueville, solo las actividades comunales o asociativas, que él
observa en los Estados Unidos de la época, pueden tener o mantener
unidos a los individuos, porque en este nivel, el interes particular y el
interes común son más fácilmente identificables. Para estos dos
autores la disolución del vinculo social no puede ser evitada sino que
perseverando el rol de los grupos intermedios.
Max Weber insiste sobre otra consecuencia del proceso de
diferenciación social. Cada esfera de actividad social (la economía, la
religión, el derecho, la ciencia) se desarrolla según su propia lógica.
Esto produce los sistemas de valores y de las normas específicas que
arriesgan a entrar en conflicto entre ellas. Weber señala el “politeísmo
de los valores” para designar la multiplicación de los valores y las
finalidades. En un mundo secularizado no existen más valores últimos
que puedan imponerse a todos y a cada uno: la elección de los valores
hace el objeto de decisiones subjetivas que no pueden ser justificadas
racionalmente. Las sociedades modernas reanudan así con el conflicto
de los valores: la “guerra de los dioses” de las sociedades antiguas. El
relativismo cultural del “todo vale” propaga los efectos disolventes
sobre las sociedades modernas.

Todos los sociólogos del siglo XIX ubican las clases y los conflictos en
el centro de sus preocupaciones. El liberal Tocqueville proclama:
“Pueden oponerme sin dudas los individuos; yo hablo de las clases,
solo ellas deben ocupar la historia”. Por otra parte es el mismo
Tocqueville que de “la guerra de clases” el principal resorte de la
Revolución francesa. De todas maneras, las posiciones de estos
autores difieren cuando se trata de la lucha de clases en las
sociedades modernas. Tocqueville y Simmel ponen el acento en el
nivelamiento de las condiciones sociales, el debilitamiento de las
fronteras entre las clases y el aumento corolario de la movilidad social
para concluir con el desmoronamiento de las fronteras de las clases.
Los trabajos de estos autores anuncian ya la llegada de las “clases
medias”. Como lo destaca Simmel, lo que hace la originalidad de las
clases media “es que ella hace continuos cambios con las dos otras
clases y que sus fluctuaciones perpetuas borran las fronteras y las
reemplazan por las transiciones perfectamente continuas”. Para estos
dos clásicos, los conflictos en las sociedades modernas son luchas de
posiciones que ponen en situación al conjunto de las categorías
sociales en lugar de un conflicto de clases.

Muy por el contrario, tanto para Durkheim como para Marx, las
sociedades modernas se caracterizan por el aumento de “la lucha de
las clases”. Según Durkheim la razón es doble: por una parte, las
relaciones entre obreros y patrones no están más reguladas como
ellas podían estarlo en el Antiguo Régimen por las corporaciones; por
otra parte, la división coactiva y apremiante del trabajo fomenta el
descontento social de los obreros en que el oficio no está más
relacionado con sus capacidades. Evocando el carácter destructor de
esta “guerra de clases”, se profética cuando señala: “Una vez
destruida nuestra organización social, se necesitaran siglos para
rehacer otra”. Para Marx, el conflicto de clases es el motor del cambio
social: si el destruye el orden social existente, es para permitir a la
historia avanzar hacia la sociedad sin clases, el comunismo.

Weber ocupa una posición intermedia: si bien reconoce que los


conflictos son consustanciales a la sociedad moderna, no le otorga,
por tanto, ningún rol privilegiado a los conflictos entre las clases.

Anomia y sociedad

De hecho, el principal punto de cristalización de las oposiciones entre


los sociólogos del siglo XIX es la siguiente: ¿El riesgo de los conflictos
es más grande cuando las diferencias entre las clases se acrecienta, o
muy por el contrario, cuando estas diferencias comienzan a reducirse?

Para Tocqueville y para Simmel un mejoramiento objetivo de la


situación de los individuos puede conllevar una frustración relativa:
todo pasa como si, a medida que ellos obtienen satisfacción, sus
aspiraciones se desbocan, se excitan, al punto de aumentar su grado
de descontento. Esta incapacidad de satisfacer sus deseos, a fijarse
límites, corresponde más generalmente a lo que Durkheim llama la
anomia en El suicidio.

Se trata aquí de un fenómeno representativo de la acentuación de la


inestabilidad en las sociedades modernas. Al mismo tiempo que las
posiciones sociales son mas móviles y más frágiles, es todo el sistema
de decisiones que los agentes mismos se impregna de febrilidad,
como lo señala Tocqueville: “Esta movilidad habitual le entrega a su
alma una suerte de agitación permanente, se contentan y son felices
que con su fortuna, captando de prisa los bienes que ella les envían”.
De la misma manera Simmel señala que las modas son de mas en
mas efímeras, que los estilos se mezclan, que los viajes se multiplican,
y que se cambia de opinión como de vestimenta. La modernidad se
caracteriza de esta manera por un flujo permanente de
acontecimientos que se desagregan y se disuelven al momento mismo
donde ellas emergen. Los individuos se agitan completamente, se
aferran a múltiples actividades, sin terminar ninguna.

La alienación y la división del trabajo

Todos los autores clásicos han sido golpeados por las consecuencias
inhumanas de la división del trabajo en las grandes empresas
industriales.

Tocqueville observa “que a medida que el principio de la división del


trabajo recibe una aplicación más completa, el obrero deviene más
débil, más limitado y más dependiente. El arte hace progresos, el
artesanado retrocede”. Por su parte Durkheim señala que el obrero “no
es más que una pieza del engranaje inerte y que una fuerza exterior lo
destruye”. Pero es Marx quien analizó mejor la alienación del obrero
en la industria moderna donde el obrero pierde todo control del
proceso de producción y en consecuencia no percibe mas ni el sentido
ni la utilidad delo que ha hecho. Lejos de realizarse en el trabajo como
él debería, “él mortifica su cuerpo y arruina su espíritu”. El objeto
mismo de su actividad le deviene extraño. El mundo de los objetos
adquiere así una existencia independiente de sus creadores (Ver el
párrafo IV El fetichismo de la mercancía y su carácter secreto, del
capítulo I, El Capital. Critica de la economía política). Las relaciones
entre las cosas se sustituyen a las relaciones entre los hombres.

Encontramos en la pluma de Max Weber, una especie de eco de los


propósitos de Marx: “Los bienes de este mundo adquieren sobre los
hombres una potencia creciente e ineluctable, tal potencia que no
habíamos conocido anteriormente”.
Simmel prolonga esta temática mostrando que “el valor fetiche”
atribuido por Marx a los objetos económicos no es más que un caso
particular de un proceso más general. Es el conjunto de los productos
de la cultura –lo que Simmel denomina la cultura objetiva- que
hipertrofia y entra en contradicción con las posibilidades limitadas de la
cultura “subjetiva” de cada individuo.

Simmel ve La tragedia de la cultura, en la era moderna. Para traducir


esta híper especialización de las actividades en el campo del saber,
Weber amplía la perspectiva mostrando que el hombre moderno ya
está prisionero en una “jaula de hierro” impuesta por la lógica
implacable de un sistema de organización que descansa solamente en
la racionalidad instrumental. En este sentido, Weber señala que el
desarrollo de las ciencias y la intelectualización conducen al
“desencantamiento del mundo” porque “Nosotros sabemos siempre
más y nosotros conocemos siempre menos”.

La ideología de la modernidad

Los sociólogos clásicos no han faltado tampoco en revelar las


contradicciones entre el discurso que la sociedad moderna tiene de
ella misma y la realidad de su funcionamiento. Un “maestro de las
sospechas” como Marx, denuncia así en La cuestión judía la ideología
de Los derechos del Hombre y del ciudadano, mostrando que ellos
consagran esencialmente los derechos de propiedad y no se
extienden “mas allá del hombre egoísta”. Detrás de la igualdad
proclamada se esconden las desigualdades reales; detrás del contrato
de trabajo entre los individuos libres, la realidad de las relaciones de
explotación; detrás de la neutralidad del Estado, las relaciones de
dominación que transforman al Estado en un aparato al servicio de los
intereses económicos de la clase dominante.

Max Weber, por su parte, devela detrás de la proclamación de los


grandes principios democráticos la dominación de una minoría sobre la
mayoría. Su estudiante, Roberto Michels (1876-1936) pondrá en
evidencia “la ley de Ariana de la oligarquía”, mostrando como los
grandes partidos y sindicatos, ellos mismos terminan progresivamente
por ser dirigidos por una minoría de dirigentes profesionales que
pretenden hablar en nombre de la base militante. De esta manera
pone el acento la contradicción de las organizaciones de masas:
contradicción entre los valores democráticos por una parte, y el
elitismo de su funcionamiento comandado por las necesidades de la
eficacia.

Las sociedades modernas conocen también las tensiones internas a


los valores de libertad e igualdad de las cuales se reclaman. Para
Tocqueville, la igualdad de las condiciones puede conducir a la
servidumbre del hombre moderno. Para Marx, es por el contrario la
libertad salvaje del capitalismo que engendra ineluctablemente, a
través de la explotación del trabajo, las desigualdades profundas entre
los individuos.

Es finalmente, Simmel quien resume mejor las dificultades que las


sociedades modernas deberían conciliar estos dos valores. La
elección de la libertad absoluta conduce necesariamente a la
explotación de los más débiles por los más fuertes; pero la elección de
la igualdad absoluta, buscada por el socialismo, no puede sino que
acrecentar la libertad del obrero en detrimento de la libertad de los
empresarios. Sin que por ello, podamos estar seguros, por otra parte,
que no se reconstituyan otras formas de desigualdad pudiendo servir
de trampolín a nuevas formas de dominación: corremos el riesgo de
tener desigualdad sin la libertad.

La actualidad de los clásicos

Podemos constatar y sorprendernos por la actualidad de los puntos


de vista desarrollados por los clásicos de la denominada “tradición
sociológica” o constructores de teorías sociales críticas.

Tocqueville y Durkheim han señalado las fragilidades de las relaciones


sociales en las sociedades modernas.

Marx y Weber han hecho resaltar las relaciones de dominación


ocultadas por el derecho positivo; Simmel, ciertamente “el más
moderno”, ha puesto la luz en la prolongación de las cadenas de la
interacción y la multiplicación de grupos de pertenencias libremente
escogidas, anunciando el retorno a un cierto “neo tribalismo”.

Tocqueville ha puesto el acento de carácter premonitorio sobre los


riesgos en que incurren las sociedades democráticas. Su descripción
del Estado tutelar “absoluto, detallado, previsor y suave que extiende
sus brazos sobre la sociedad y cubre la superficie con unas redes de
reglas complicadas, minuciosas y uniformes” no nos puede dejar de
pensar en George Orwell en 1984. Weber, por último, es el primero
que mostro que no existe en las sociedades modernas un punto de
vista supremo capaz de unificar el conjunto de los puntos de vista.

Estas también son tantas de las preocupaciones que permanecen en


el centro de la discusión e investigación de las sociologías en
particular y de la Ciencias Sociales contemporáneas en general. Sin
embargo, los teóricos contemporáneos de la sociedad ¿postmoderna?
No han cesado de extraer sus ideas a partir de los sociólogos clásicos,
muchas veces sin citarlos o bien ocultando sus trabajos y aportes al
conocimiento de las sociedades modernas e industriales.

Santiago de Chile, Agosto 2018

Вам также может понравиться