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"La gente no sabe lo que se dice. No hay ninguna razón para vivir, pero tampoco la hay para morir.
La única manera que se nos concede para atestiguar nuestro desdén por la vida es aceptarla. La
vida no merece la pena que nos tomemos el trabajo de abandonarla. (...)"
"(...) Acabo de acostarme, después de una velada donde mi aburrimiento no había sido más
asediante que el de otras noches. Tomé la decisión y, al mismo tiempo, lo recuerdo muy
claramente, articulé la única razón: ¡Y luego, zás! Me levanté y fui a buscar la única arma de la
casa, un pequeño revólver comprado por uno de mis abuelos, cargado de balas tan viejas como él.
(En seguida se comprenderá por qué insisto en este detalle.) Durmiendo desnudo en la cama,
estaba desnudo en mi habitación. Hacía frío. Me apresuré a esconderme bajo las mantas. Levanté
el percusor, sentía el frío del acero en mi boca. Es verosímil que en aquel momento sintiera latir el
corazón, como lo sentía latir al oír el silbido de un obús antes de que explotara, como en presencia
de lo irreparable antes de consumarse. Apreté el gatillo, el percusor bajó, el tiro no había salido.
Entonces dejé el arma sobre una mesita, probablemente riendo algo nerviosamente. Diez minutos
después, dormía. Creo que acabo de hacer una observación bastante importante, tanto que...
¡naturalmente! Es lógico que ni durante un instante pensara en disparar una segunda bala. Lo que
importaba, era haber tomado la decisión de morir, y no que muriese."