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Esto fue rebeldia

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MEMORIA

Esto fue rebeldía

En la incesante lucha entre modernidad y tradición que ha vivido Guadalajara a través de las décadas, hubo un
momento en que ser fan de los Beatles se oponía a lo que las buenas conciencias de la localidad defendían. Esta
es una historia de melenas y desobediencia en los sesenta.

Por DAVID MORENO GAONA /

Ilustración: INÉS DE ANTUÑANO

Ser un beatlemaniaco en la Guadalajara de los sesenta, se aleja mucho de lo que significa hoy en día. Asumirse
como fanático del cuarteto de Liverpool en aquel entonces, comprar sus discos, cantar sus canciones, asistir a los
estrenos de sus películas y vestirse como ellos, implicaba ciertos riesgos.

Los rasgos característicos de la “Beatlemanía” apropiados por la juventud sesentera, adquirieron significados
desafiantes dentro de una sociedad rígida. Imaginemos la estructura social de los sesenta como metáfora de una
familia nuclear, donde las pautas y los valores de un modelo patriarcal eran reproducidos en todos los niveles. La
juventud era dirigida por los padres y las instituciones en su transición al mundo adulto, controlando desviaciones
de conducta y vigilando el cumplimiento de las normas de género, el civismo, la sobriedad y por supuesto, el gusto
por la “buena música”. El Estado, la Iglesia y la Familia, conformaban un clan a nivel macro-social que configuraba
pautas de comportamiento característicos de la vida urbana.

Adoptar elementos externos a esa visión de mundo patriarcal que concebía el ser joven dentro de los límites de la
edad, el respeto a los héroes patrios mitificados, la devoción católica y la obediencia ante los adultos, conllevaba
estigmatizaciones sociales de significados heréticos. En este sentido, la “Beatlemanía” representó un fenómeno
juvenil que trastocó diversos ámbitos de la estructura socio-urbana. Rastrear sus huellas en el territorio de la
historia rocanrolera de Guadalajara, debe llevarnos a (re) pensar la dialéctica entre la ciudad como espacio y
quienes la habitan como constructores de lo que conciben en cada época como el buen vivir dentro de los límites
urbanos. En este sentido, comparto con el historiador norteamericano Robert Darnton la idea de que “es necesario
desechar constantemente el falso sentimiento de familiaridad con el pasado y es conveniente recibir
electrochoques culturales”1. ¿Qué significaba pues, ser un beatlemaniaco en la Guadalajara sesentera?

Los cultores

Los Beatles se convirtieron en un fenómeno global, impulsados por su manager Brian Epstein, quien los motivó a
componer temas propios para ser grabados a finales de 1962 en los estudios Parlophone.2 Canciones como Love
me do y Twist and shout, así como las películas A hard day’s Night y Help, convirtieron a John, Paul, George y
Ringo en el mito de la época, consagrados por jóvenes cosmopolitas que compraban sus discos, asistían a los

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estrenos y se vestían como ellos.

En Guadalajara, sus discos y películas fueron puestos a disposición de la juventud por las casas musicales y los
cines. Casa Wagner anunciaba a mediados de 1964 “El fenómeno del momento, el ritmo emocionante de Los
Beatles en su 2º disco Musart”.3 Los primeros discos de los Beatles —y de otros grupos de rock— que circularon
por esos años eran versiones nacionales, producidos bajo una lógica de comercialización que descuidaba la
reproducción auténtica del original. Como señala el historiador Eric Zolov, el acceso a los discos originales
importados era casi nulo debido a los altos impuestos por importación. Antes de que Capitol Records estableciera
una compañía subsidiaria en México en 1965, Musart se encargaba de distribuir el catálogo de los Beatles en el
país. Sin embargo, a pesar de las pésimas versiones nacionales de los discos de rock —que profanaba el concepto
íntegro del álbum deformando las portadas y los títulos de las canciones por cuestiones de traducción, según el
antojo o la ignorancia del productor local— y del acceso limitado a las grabaciones auténticas, la invasión británica
y la Beatlemanía tuvieron un impacto irrevocable entre la juventud.4

Anuncio publicitario del “2º disco” de los Beatles, una de las versiones nacionales distribuidas por Musart. Fuente:
El Informador, mayo 28, 1964, p. 10-A.

No obstante, las salas de cine compensaban ocasionalmente las restricciones de consumo, sobre todo en un
contexto donde las posibilidades de presenciar a los Beatles en directo eran totalmente nulas. El 25 de agosto de
1965 se anunció en la prensa local el estreno de la película ¡Yeah, yeah, yeah! (A hard day’s Night) en el cine
Metropolitan: “¡Protagonizando su primera película de largo metraje, llena de acción y gracia! Los Beatles”.5 Víctor
González relata su experiencia como asistente a la proyección de la película: “Cuando se exhibió la película ¡Yeah,
yeah, yeah! en el cine Metropolitan, que se ubicaba sobre la Calzada Independencia, yo me vestí como Beatle;
vendían unas botas Ringo en la Canadá y yo tenía las mías, pantalones entubados negros, mi saco negro y mi
cuello negro tipo mao, y el pelo para abajo. Yo me sentía un Beatle, llegamos al cine y la emoción: las chiquillas se
desmayaban de ver la película. ¡Salí yo hecho un Beatle!”.6

Cartel promocional de la película ¡Yeah, yeah, yeah! Fuente: El Informador, agosto 25, 1965, p. 6-B.

El estilo Beatle que los jóvenes comenzaron a adoptar, significó un distanciamiento con el estilo convencional de los
adultos. Conforme crecía su aceptación, el fenómeno de la Beatlemanía preocupaba a los sectores más
conservadores, e incluso, el tema llamó la atención de especialistas dentro del ámbito académico. En la revista
EtCaetera, dirigida por Adalberto Navarro Sánchez, se publicó un ensayo titulado “Los Beatles y su época” escrito
por Donato Ruiz. Antes de su publicación, el autor le dio lectura al documento en la Casa de la Cultura Jalisciense
a principios de 1966.7 Según Donato Ruiz, el fenómeno carecía de un impacto profundo:

Los Beatles vienen a constituirse, a través de sus canciones y films, en los reyes fugaces —al estilo de los reyes
estudiantiles medievales— en los que la juventud de los sesentas se siente liberada y elevada al poder y la gloria.
Imitar sus gestos, su despeinado, su vestimenta, deviene un modo de impregnarse de su mítica substancia, de
comulgar mágicamente con ellos y dar al mundo la imagen infinitamente repetida del joven total y esencial […] En
veinte años los cabellos han crecido, no son hasta el cuello, sino hasta los hombros; los libais (sic) y sweters de
cuello de tortuga han reemplazado al pantalón y la camisa de cuello con corbata negra. No creo que estas
influencias lleguen a calar hondo en la conducta de la juventud mexicana, ya que si bien es cierto que en nuestros
días el largo del cabello masculino entre los adolescentes mexicanos citadinos ha aumentado, su largo no ha
crecido más que el de los jóvenes existencialistas de hace veinte años […] Creo que aparte de eso la influencia de
la beatle-manía entre la gente del campo es nula.8

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No obstante, al igual que sus contemporáneos reconocía que el fenómeno se hallaba circunscrito dentro de los
límites urbanos, y que los principales cultores de la Beatlemanía eran jóvenes pertenecientes al sector estudiantil
de clase media y alta que fluctuaban entre los 13 y los 16 años.9 Aquellos jovencitos beatlemaniacos fueron
criticados enconadamente por sus detractores, quienes veían en su estilo y en su gusto musical un desafío a las
normas de género y un rechazo a lo que consideraban como “buena música”. En este sentido, declararse partidario
de los Beatles, ser abiertamente beatlemaniacos, implicaba correr riesgos dentro de una sociedad patriarcal donde
maestros y padres de familia estigmatizaban las melenas y relegaban el rock a las antípodas más ínfimas de las
jerarquías estéticas musicales.

La emasculación de los beatlemaniacos

La propagación de la Beatlemanía encontró sus detractores entre los vigías de los valores patriarcales, quienes
temían un rechazo de éstos por parte de la juventud. En una columna titulada “Los cuatro personajes más
importantes del Reino Unido”, publicada en abril de 1964 en El Informador, se decía que “con sus cabellos de
pájaros del trópico, con su ritmo lento y obsesionante, los Beatles entusiasman a la juventud anglosajona”.10 Pero
en el fondo, la moda pregonada por el cuarteto representaba una amenaza directa al estereotipo hegemónico de la
masculinidad. Un colaborador de El Informador que firmó varias notas con el pseudónimo de “P. Lussa”, emasculó
a los Beatles y a sus “imitadores” en una nota publicada a finales de 1965:

De poco tiempo a esta parte se ha desatado un antimelenismo que amenaza con tener alcances mundiales, porque
de ello hay brotes lo mismo en Roma que en París, Inglaterra y Estados Unidos, y ya en México está sucediendo lo
mismo […] fueron los ‘papanatas’ de los Beatles, —calificados así en Inglaterra— quienes revivieron el melenismo
en años recientes, escandalizaron con él, y lograron hacerse notar en algo que nada valen: la música. Si no hubiera
sido por sus melenas de tipo femenil, —inclusive parecen jotos— su música hubiera pasado desapercibida como la
de tantos otros maletas de su misma ganadería y encornadura […] Los demás, los imitadores de Los Beatles, no
son sino gachos […] por eso mismo ya los están pelando en Roma, París, Londres, México y Guadalajara […]
Jotos y melenudos comenzaron a ser lo mismo, y por eso ya los están pelando en todas partes […] si usted es
melenudo, así sea de los ‘otros’ o no, por las dudas pélese antes de que lo pelen por ahí en la calle.11

Para una sociedad patriarcal que representaba la virilidad en la figura del charro bravío, las melenas en los
hombres significaban una forma de afeminamiento. Los detractores de la Beatlemanía, preocupados por el
mantenimiento de los valores patriarcales, perfilaron un estereotipo negativo de los jóvenes beatlemaniacos,
representados en los discursos como mechudos, melenudos y afeminados. En este sentido, analizar el impacto de
la Beatlemanía en Guadalajara, nos permite adentrarnos en un fragmento de la historia de los cambios culturales
ocurridos durante los sesenta a nivel global; la juventud como grupo social se convirtió en un agente transformador,
toda vez que los jóvenes comenzaron a intercambiarse elementos masculinos y femeninos entre sí.

Paralelo al fenómeno de la Beatlemanía, la visible participación de las mujeres en el proceso de transformación


cultural desató una serie de controversias. Nancy Sinatra y Pattie Boyd se convirtieron en referentes de liberación
femenil, al promover una nueva estética que amenazaba con subvertir la convencionalidad. Al respecto, una
articulista escribió para El Informador lo siguiente:

Corta, corta, cada vez más corta, locamente corta, diabólicamente corta, la mini-falda ha perdido el dobladillo. Ya
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no conoce los límites […] Un día, se ve la rodilla en su forma entera. Al día siguiente se ve el muslo. Y al día
después…… Nos estremecemos al pensar si la mini-falda no supiera detenerse. Pattie Boyd, la esposa de George
Harrison, guitarrista de los Beatles, de regreso a la City de su viaje de luna de miel, casi como Nancy, hija del gran
Sinatra, parecen no inquietarse de los futuros impúdicos de la mini-falda. En las calles de Londres pasean
orgullosamente sus lindas piernas, asombradas solamente del asombro de los transeúntes.12

La minifalda, impuesta por Mary Quant al abrir su bazar en el barrio de Chelsea alrededor de 1955, representó uno
de los símbolos más significativos de la cultura pop. Quant se refería a la nueva cultura juvenil como “los beautiful
people […] anarquistas no violentos y constructivos [quienes] comenzarán a romper con las costumbres
tradicionales”.13 También se le atribuye a ella la introducción de otros elementos como los maquillajes exagerados,
que fueron motivo de crítica entre la opinión pública, quienes apelaban al mantenimiento de las normas
tradicionales de género en sus discursos. Además, se culpaba a las mujeres de permitir el “afeminamiento” de los
varones:

Veamos a lo que hemos llegado. Jovencitas de ojos exageradamente maquillados y labios anémicos entalladas en
pantalones que les entran con calzador, y jóvenes con melena ondulada al hombro sudando copiosamente. ¡Qué
desvergüenza! ¿Por qué hemos de exagerar siempre la nota imitando a los condecorados y extranjeros Beatles
que engrosaron el tesoro del imperio británico? —Mechudos a pelarse— […] La mujer tiene gran parte de la culpa.
¿Por qué permiten eso las madres, novias, hermanas a esos pseudovarones? […] Si la juventud es promesa de la
patria, ya podemos imaginar en un futuro no lejano a los mechudos y jovencitas con ojos de ‘noche oscura’ en
oficinas, consultorios, escuelas, despachos jurídicos, etc., atendiendo sus labores. Pero no, no, eso no, nunca se
verá. El hombre seguirá siendo viril y la mujer no se degradará del lugar excelso en que el cristianismo la colocó. Y
en los hogares volverá la cordura y el sentido común imperará.14

Sin embargo, parece que los alcances de la liberación femenil en Guadalajara fueron nulos. Blanca Aldrete
recuerda que en ese tiempo no era común que las muchachas usaran jeans o minifaldas: “No —me comentó en
una entrevista—, nosotras éramos de vestido, cuando mucho a la rodilla. Yo me puse mi primer pantalón como en
el ochenta. No era usual”.15 De todas formas, las imágenes negativas perfiladas en los discursos sobre las nuevas
tendencias juveniles, contribuyeron al refuerzo de los estereotipos hegemónicos de feminidad y masculinidad. El
gobernador Francisco Medina Ascencio, pater de la gran familia tapatía, prohibió las melenas a principios de
1966.16

Roll over Beethoven

Por otra parte, aunado a la emasculación juvenil, los discursos ponen de manifiesto la molestia que provocó entre
los adultos el rechazo de los beatlemaniacos por lo que se consideraba como “buena música”. Los “gritos” y la
estridencia de las guitarras eléctricas que los jóvenes adoptaron como elementos distintivos de su microcultura,
representaban la anti-estética dentro de la jerarquía de gustos musicales construida por la cultura dominante, que
concebía a la música clásica como la manifestación artística más elevada y a la música folklórica como la esencia
pura del sentir nacional. A principios de 1966, El Informador publicó una nota firmada por “P. Lussa”, donde atacaba
a los jóvenes rocanroleros que comenzaban a imitar a los Beatles: “ahora estamos llenos de mechudos que medio
tocan guitarras de esas alacranadas, gritan ante los micrófonos, y hacen con todo ello eso que llaman música
‘moderna’ […] el otro día vimos a uno de esos entes greñudos, con cara de joto, cantando ante un micrófono. Este
sujeto que lleva el pelo hasta los hombros, tiene una cara como de máscara michoacana y, a juzgar por sus gestos

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y contorsiones es muy, pero ¡muy! De los otros”.17

La aceptación de la denominada “música moderna” —o “ritmos modernos”, un concepto que hacía referencia al
rock and roll y estilos afines—, ocasionó tensiones entre el gusto dominante y el gusto popular dentro de la ciudad.
El conflicto surgió desde mediados de los cincuenta, cuando las industrias culturales pusieron en circulación las
“novedades” musicales provenientes de Estados Unidos. El modelo político-económico conocido como “desarrollo
estabilizador”, impulsado en Jalisco desde el sexenio de Jesús González Gallo (1947-1953), aceleró el proceso de
modernización en Guadalajara trastocando todos los ámbitos de la vida urbana. Consecuentemente, la
propagación del modo americano de vida provocó una resignificación de los hábitos de consumo urbanos,
generando dicotomías discursivas entre lo moderno y lo antiguo. En este sentido, las valoraciones estéticas que
posicionaban a la música folklórica y a la música clásica como el gusto dominante, comenzaron a ser cuestionadas
por la juventud urbana de clase media y alta que se apropiaba con avidez de la música moderna.18

El gusto por la música de los Beatles y del rock en general, implicaba cuestiones no sólo de simples gustos y goces
estéticos, sino que su torrente se desbordaba hacia otras dimensiones de la sociedad: trastocaba valores propios
de la política y la cultura como el nacionalismo, la estética dominante, lo tradicional, lo convencional, lo civilizado,
etc. Para el régimen y la sociedad en general, el gusto por la “buena música” significaba comulgar con las ideas
hegemónicas del corpus sociocultural. En cambio, rechazar esos valores musicales para adoptar el rock significaba
un acto herético, un retorno al salvajismo en tanto que se le consideraba como el “gusto bárbaro”. Para los oídos
convencionales, la música moderna representaba lo opuesto a la civilización urbana, característica por su
refinamiento cultural, porque para ellos los mechudos “medio” tocaban “guitarras alacranadas” y “gritaban” ante los
micrófonos.

Aires psicodélicos

La propagación de la psicodelia y la parafernalia hippie, resignificaron el ser rockero beatlemaniaco a finales de los
sesenta. Los aires psicodélicos, que comenzaban a dotar el ambiente de elementos contraculturales, provocaron
que los conflictos entre la cultura juvenil urbana y el patriarcado adquirieran más fuerza. Las industrias culturales
promovieron el nuevo sonido del rock, con miras a satisfacer los gustos de la juventud, a pesar de los riesgos de
censura y sanciones que las compañías disqueras corrían al alentar modelos de rebelión.19 No obstante, las casas
musicales y los cines de Guadalajara seguían comercializando discos y películas de los Beatles, aunque lo hacían
usando una retórica convencional.

Izquierda, anuncio publicitario del Sgt. Pepper’s. Fuente: El Informador, julio 29, 1967, p. 3. Derecha, promocional
de la película “El submarino amarillo”. Fuente: El Informador, diciembre 16, 1969, p. 8-B.

Sin embargo, la nueva ola psicodélica fue motivo de críticas por parte de la opinión pública, quienes insistían en
relacionar a la música moderna con las drogas. Un articulista se preguntaba qué quería decir eso de “sicodelia”, y
al respecto señalaba que hacía referencia al:

estado síquico producido por las substancias alucinantes, como los hongos de la Costa Chica, o el peyote, lo cual
es en resumen un estado de perturbación mental, de síntomas claramente patológicos […] esta palabra fue
inventada por los ingleses para describir el proceso mental de los ‘hippies’ y tal vez también el de los ‘Beatles’, que
también le hacen al hongo, al LSD, al peyote, a la ‘grifa’ o mariguana, y a todo lo que les haga un efecto
parecido.20
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En este sentido, la prensa contribuyó a la construcción del imaginario que estigmatizaba a la música rock, los
cabellos largos y el uso de drogas, señalándolos como formas de rebelión juvenil. Quienes compartían las
valoraciones estéticas musicales del gusto dominante, consideraban a las “composiciones hippy-yippy” como
“antimelódicas, de muy mal gusto y carentes de propósito”.21 De hecho, los adultos aplicaron estrategias con la
intención de erradicar el “mal gusto” de la juventud. En las escuelas, los profesores intentaron cultivar en los
alumnos el gusto por la música clásica y folclórica; una nota publicada en El Occidental refería que estos estilos
musicales provocaban “sentimientos de grandeza”, mientras que la música moderna:

No es propiamente un ritmo que llame a los valores morales, al contrario despierta los instintos que se encuentran
en estado apacible del individuo. Además la música moderna no puede constituirse en folklórica; porque no reúne
las condiciones requeridas, desde luego que dentro de diez años no vamos a ver bailar el “Bule-Bule”, como
actualmente se baila un jarabe, son o danza autóctona […] No nos explicamos cómo en muchas escuelas, en vez
de ir llevando poco a poco a las juventudes hacia la buena música, los orillan más a la moderna; debe desaparecer
la costumbre de en los intermedios de clases poner discos de moda por música selecta, para así de una manera
graduada y sin notarse el cambio brusco, nuestros jóvenes vayan prefiriendo la música, que realmente merece
llamarse así: música.22

Para el año de 1970 se organizó un concierto de música moderna (con canciones de Led Zeppelin, Rolling Stones,
Los Beatles y otros) en la secundaria número 5, con grupos en los que participaron algunos alumnos de la escuela
como H2O, los Helions y los Five Night. Luego del concierto de rock, el personal de la escuela organizaría un
concierto de “música clásica para que los alumnos contrastaran ambos estilos y así acercarlos al conocimiento de
la música clásica”.23 En los hogares, algunos padres de familia vigilaron de cerca el consumo musical de sus hijos.
Roberto Pérez Sánchez recuerda que el entorno familiar en su casa era muy rígido en este sentido:

Tan rígidos que, me acuerdo, el primer disco de rock que compré —fue un disco que me costó como dos pesos o
algo así—, fue marca Polydor. Tenía My bonnie, Ya-ya, What’d I say, y Cry for a shadow. Era un disco de Los
Beatles, curiosamente el disco con el que los descubrió Brian Epstein. Yo compré ese disco y se me desapareció.
Entonces mi papá me desaparecía eso; se me desaparecieron discos de Ten Years After, y no sé de quién más. Se
enojaba porque yo empezaba a comprar más discos que pantalones, y toda esa cosa.24

La creciente popularidad de la nueva ola de grupos entre la juventud, llevó a la sociedad a experimentar renovados
temores ante los excesos indeseados de la incesante modernidad. Si el disfrute del rocanrol había quedado
circunscrito al sano entretenimiento dancístico durante la década de los sesenta, ahora el rock amenazaba una vez
más con poner en crisis a los valores patriarcales y los símbolos nacionalistas. No obstante, comenzaban a
aparecer algunos defensores de la “música moderna” entre la opinión pública. Una columna que apareció en El
Informador hacía notar que en México:

Los nuevos ritmos dan un balance altamente positivo. Porque la juventud de las grandes ciudades va olvidándose
de aquellos boleros, expresión morbosa y sentimentaloide de pasionalismos estúpidos, de adulterios, de escenas
de cabaret y mujeres de vida liviana; también la música ranchera, falsamente entendida como manifestación del
alma nacional, que no puede quedarse con esa visión del campesino borracho, asesino, enamorado de todas las
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mujeres […] va perdiendo terreno cada día entre los jóvenes para dejar paso a los nuevos estilos de una música
que renace y alcanza ya calidades universales.25

Sin embargo, mientras el rock parecía ganar terreno dentro de la estructura jerárquica de gustos musicales, la
emergencia de xipitecas —denominación mexicana de la subcultura hippie— devino en un aumento del conflicto
entre la juventud y las instituciones patriarcales, provocado por una resignificación de estilo que desafiaba más
abiertamente sus valores. Para 1967, la creciente llegada de jóvenes autodenominados hippies al centro del país,
comenzó a causar alarma entre los distintos sectores defeños quienes veían en ellos una juventud indeseada.26

La moda de los cabellos largos que desplazaba rápidamente a las melenas, fue criticada nuevamente por los
defensores de la masculinidad hegemónica como un afeminamiento de la juventud. Al respecto, una nota hizo un
llamado para que: “los jóvenes mexicanos que han dado en afeminarse con sus ropajes y costumbres, vuelvan en
breve a la masculinidad que abandonaron, y al machismo que tanto admiran las mujeres y que en Jalisco,
principalmente, nos ha dado fama en canciones y películas”.27 El “greñudismo” era considerado como algo
“repugnante y piojoso que iniciaron los Beatles y después cundió a los ‘hippies’”.28 De hecho, en la mayoría de los
discursos, los Beatles figuraban como los principales promotores de la psicodelia, las drogas y el “hippismo”. A
mediados de 1969, El Informador publicó una noticia sobre la detención de un grupo de hippies que se dirigían a
Huautla de Jiménez, Oaxaca, atraídos por los hongos alucinógenos que causaban revuelo a nivel mundial. La nota
relacionaba abiertamente a los Beatles y otros personajes con el consumo de hongos:

El paraíso “hippie” de Huautla de Jiménez, Oax., será clausurado definitivamente, según informaron agentes de
Gobernación, después de aprehender a 24 “hippies” extranjeros y 67 mexicanos, cuando se dirigían hacia dicho
centro […] Las edades de estos drogadictos fluctúan entre los 18 y 30 años […] El centro de Huautla de Jiménez
[…] trascendió ya las fronteras de nuestro país, y se tienen informes que entre los muchos visitantes que han
llegado hasta ese lugar se cuentan “Los Beatles”, Elizabeth Taylor y Richard Burton. Así lo atestiguan reportajes
que publicaciones extranjeras han dedicado a este lugar, famoso por su gran producción de hongos.30

Desde finales de los sesenta se generalizó entre la población el imaginario que relacionaba al cabello largo y el
gusto por el rock con el consumo de drogas. Roberto Pérez recuerda la estigmatización de que la juventud fue
producto a partir de estos años:

Te veían con el pelo largo y era sinónimo de pacheco, incluso cuando yo entré a la escuela de música —tenía
veintiún años—, tenían la idea de que yo era loco, aunque me veía muy sano de la cara y todo eso, pero
simplemente el traer el pelo largo, vestir pantalones de mezclilla todos parchados… Andar así era un sinónimo,
pero no tenía nada que ver con la realidad. Mucha gente aquí en Guadalajara se dejaba llevar por el estereotipo, y
más adelante, en los setentas sí estaba pesado; podías ser un intelectual o un bohemio, pero con el simple hecho
de verte de esa manera, ya te estigmatizaban, te condenaban, te satanizaban. Y decías, “no es cierto, yo no soy
así, pero me gusta andar así”, y generalmente creo que pasaba con mucha gente. Nos gustaba vestirnos como
queríamos.31

En efecto, la nueva cultura juvenil adoptó rasgos y posturas contraculturales que marcaron una distancia abismal

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entre rocanroleros y onderos. Algunos músicos que se habían dedicado a tocar refritos durante los sesenta
mantuvieron un distanciamiento frente a la nueva moda psicodélica. El testimonio de Víctor M. González ejemplifica
muy bien este hecho; menciona que en un primer momento adoptaron la moda hippie, pero advirtiendo siempre un
límite (una alteridad) con el uso de drogas:

Nosotros andábamos vestidos de hippies, con collares, símbolos de amor y paz, guaraches, flores. Mi bajo lo tenía
pintado fluorescente, ponía una luz negra en el escenario y se veía bien padre. Poníamos letreros: “Hagamos el
amor y no la guerra”, “Amor y paz”, como John Lennon. Traíamos un carro pintado completamente con flores y
símbolos de amor y paz. El dueño del carro tenía un amigo que se lo pintó. Se animó y así andaba en la calle. Pero
eso ya fue otra cosa, nada que ver, la gente ya empezó con las drogas y todo eso.32

Por otra parte, es complejo especificar en qué momento el consumo de drogas se convirtió en un elemento
importante dentro de la subcultura roquera, y aún más complejo sería reconstruir su significado y sus valores de
uso. Sin embargo, su consumo se hizo más visible a partir del famoso Festival de Rock y Ruedas de Avándaro,
celebrado en Valle de Bravo los días 11 y 12 de septiembre de 1971, un momento clave para la contracultura
mexicana y para el movimiento conocido como La Onda Chicana, que aglutinó a los roqueros más representativos
provenientes de diversas entidades del país. En Avándaro afloraron aspectos del cambio cultural irrevocable que ya
se habían incubado en los hogares: esas ansias de liberación que la juventud comenzó a expresar desde su
contacto con los “ritmos modernos”, a través del gusto por el rock, del cuestionamiento a las normas
convencionales de género, y posteriormente del consumo de drogas que probablemente se generalizó al abrirse la
década de 1970.

You say good bye and I say hello

Tras la separación de los Beatles en 1970, hubo quienes auguraron ingenuamente que todo volvería a la
normalidad. Un articulista que escribió para El Informador celebraba el fin de la Beatlemanía, de la liberación
femenil y del “hippismo”: “Nadie sabe definir todavía con absoluta certeza qué pegó más: si ese escaparate de
piernas femeniles que se llamó la minifalda, o las melenas piojosas introducidas por los ‘Beatles’, y en el acto
seguidas por asquerosas y repelentes patillas o repulsivos bigotes […] El caso es que, de acuerdo con las nuevas
modas, se van… se van… Se van las minifaldas, y se van igualmente, las abundancias capilares ya tan choteadas,
que hasta las usan boleros, rateros y pandilleros”.33

REFERENCIAS

Robert Darnton, la gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa , FCE, México,
2009, p. 12.

Mª José Ragué Arias, Los movimientos pop, Salvat, Barcelona, España, 1973, p. 122.

“El fenómeno del momento”, El Informador, mayo 28, 1964, p. 10-A.

4
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Para un análisis de la comercialización de la oleada británica véase Eric Zolov, Rebeldes con causa. La
contracultura mexicana y la crisis del Estado patriarcal, Norma, México, 2002, pp. 115-121.

“Los Beatles”, El Informador, agosto 25, 1965, p. 6-B.

Entrevista a Víctor M. González Canizalez, realizada el 24 de julio de 2015.

Véase “Agenda de la cultura”, El Informador, febrero 12, 1967, p. 4-A.

Donato Ruiz, “Los Beatles y su época”, en EtCaetera, Núms. 2-4, abril-diciembre de 1966, año 1, segunda época,
pp. 94-111.

Ibid., p. 109.

10

“Los Cuatro Personajes más Importantes del Reino Unido”, El Informador, abril 19, 1964, p. 15-C.

11

“¡A Pelar Mechudos…!”, El Informador, noviembre 21, 1965, 4-A.

12

“El Escándalo de las Faldas Ultra-cortas”, El Informador, mayo 2, 1966, 8-C.

13

Mª José Ragué Arias, Op. cit., pp. 92-95.

14

“Rincón Femenil”, El Informador, enero 16, 1966, 16-C.

15

Entrevista a Blanca Margarita Aldrete Rodríguez, realizada el 29 de agosto de 2015.

16

Véase Carlos Monsiváis, Amor perdido, Era, México, 1978, p. 241.

17

“El Beatle…ismo”, El Informador, enero 2, 1966, 4-A.

18

9/11
Véase David Moreno Gaona, “Rockeros en tierra de mariachis. Ensayo sobre las identidades construidas en torno
a la música rock en México a través de sus canciones, 1955-1971”, en Vuelo libre. Revista de historia, año 1, núm.
1, Enero-Junio/El discurso histórico y las nuevas tecnologías, pp. 32-36. Disponible aquí.

19

Véase Eric Zolov, op. Cit., pp. 126-131.

20

“Charlas de sobremesa”, El Informador, febrero 1, 1968, p. 4-A.

21

“Música hippy-yippy”, El Informador, noviembre 12, 1969, p. 4-A.

22

“La juventud y la música moderna”, El Occidental, julio 20, 1969, citado en José Guillermo Puga Pérez, Los
orígenes psicodélicos del rock en Guadalajara (1967-1974), Universidad de Guadalajara, CUCSH, Guadalajara,
México, Tesis de Licenciatura, 2011, p. 16.

23

“Primer concierto de música moderna”, El Occidental, enero 17, 1970, citado en José Guillermo Puga Pérez, op.
Cit., p. 15.

24

Entrevista a Roberto Pérez Sánchez, realizada el 15 de julio de 2015.

25

“Rock ‘n’ Roll”, El Informador, octubre 26, 1969, p. 4-C.

26

En fecha cercana a la realización de los Juegos Olímpicos, la juventud hippie “no era la clase de turistas que el
gobierno deseaba atraer […] aunque irónicamente, la base utilizada para promover el turismo y la cultura era una
romántica imagen folclórica de un México exótico y ‘perdido’ que aguardaba ser redescubierto”. Véase Eric Zolov,
op. Cit., pp. 131-134.

27

“Comentarios al días”, El Informador, febrero 13, 1969.

28

“Estamos a medio pan”, El Informador, diciembre 3, 1970, p. 4-A.

29

Sobre un análisis más detallado de este caso véase Eric Zolov, op. Cit., pp. 131-136.

30

10/11
“Redada de Hippies por Gobernación; Clausuran su ‘Paraíso’ en Oaxaca”, El Informador, julio 12, 1969, primera
plana.

31

Entrevista a Roberto Pérez Sánchez, realizada el 15 de julio de 2015.

32

Entrevista a Víctor M. González Canizalez, realizada el 24 de julio de 2015.

33

“Se van… Se van…”, El Informador, marzo 5, 1970, p. 4-A.

edición quince

11/11

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