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2 octubre 2017
SABRINNA VALISCE
Durante gran parte de su vida como prostituta en Nueva Zelanda, Sabrinna Valisce hizo
campaña para que se despenalizara el comercio sexual.
Pero cuando esto ocurrió, cambió de parecer y ahora argumenta que los hombres que
usan los servicios de las prostitutas deben ser castigados por la ley.
Cuando Sabrinna Valisce tenía 12 años, su padre se suicidó. Esto cambió su vida por
completo.
Dos años después su madre volvió a casarse y la familia se mudó de Australia a Wellington,
la capital de Nueva Zelanda, donde la vida de la adolescente fue lamentable.
"Era muy infeliz", dice Valisce. "Mi padrastro era violento y yo no tenía nadie con quien
hablar".
Ella soñaba con convertirse en una bailarina profesional y comenzó a dar clases de ballet
durante la hora del almuerzo en su colegio. Y se hicieron tan populares que un conocido
grupo de danza, Limbs, fue a dirigir las lecciones.
"Yo llevaba el uniforme escolar así que no había confusión sobre mi edad", cuenta.
Valisce utilizó el dinero para huir a Auckland, una ciudad de la Isla Norte, donde se registró
en un hostal del YMCA.
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"Traté de llamar a alguien y pedirle ayuda desde la caseta de teléfono que estaba fuera del
hostal, pero la línea estaba ocupada. Así que esperé", dice.
"La policía se detuvo y me preguntó qué estaba haciendo. Les dije: 'esperando para usar el
teléfono'".
Los oficiales le indicaron que no había nadie usando el teléfono así que no había necesidad
de esperar. "Pensaron que yo estaba haciéndome la lista", contó ella, y recordó cómo no
parecieron entender lo que trataba de explicarles.
"Me registraron buscando condones porque pensaban que era una prostituta, porque el
YMCA está detrás de la calle Karangahape, la infame zona roja", explicó.
"Irónicamente, eso fue lo que me hizo pensar en que esa era una forma de obtener dinero".
"La policía me asustó pero sabía que pronto viviría en la calle si no conseguía dinero. Y en
cuanto me empujaron contra la pared para registrarme y amenazarme, supe que no
había ninguna diferencia entre si lo hacía o no".
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Valisce se dirigió a la calle Karangahape y le pidió consejo a una mujer que trabajaba allí
como prostituta.
"También me dio un condón, me dijo cuáles eran las tarifas básicas y me aconsejo que
hiciera a los hombres luchar por los servicios que yo estaba dispuesta a ofrecer, para
evitar que lucharan por los servicios que no quería ofrecer", recordó.
"Fue muy buena conmigo. Era samoana, demasiado joven para estar trabajando en la calle y
estaba claro que ya llevaba allí mucho tiempo".
En 1989, después de dos años ofreciendo sus servicios en la calle, Valisce visitó el
Colectivo de Prostitutas de Nueva Zelanda (NCPZ) en Christchurch, una ciudad a 300
kilómetros al sur de la capital, Wellington, en la costa este de la Isla del Sur.
"Yo buscaba algún apoyo, quizás dejar la prostitución, pero todo lo que me ofrecieron
fueron condones", dice.
También la invitaron a las reuniones que celebraban cada viernes en la noche, en las que
servían vino y queso.
"Comenzaron a hablar sobre lo malo que era el estigma contra los trabajadores sexuales y
cómo la prostitución era un trabajo como cualquier otro", rememora.
"Sentía que estaba a punto de ocurrir una revolución. Estaba muy emocionada sobre
cómo la despenalización podría mejorar las cosas para las mujeres", afirma.
Pero Valisce asegura que en Nueva Zelanda la despenalización fue un desastre y que sólo
benefició a los proxenetas y los clientes.
"Pensé que iba a ofrecer más poder y más derechos para las mujeres", afirma. "Pero pronto
me di cuenta de que ocurrió lo contrario".
Un problema fue que esto permitió a los dueños de los burdeles ofrecer a los clientes
transacciones "todo incluido", en las que podían pagar una cantidad acordada para hacer
cualquier cosa que deseaban con la mujer.
"Una cosa que se nos prometió que no ocurriría fue el 'todo incluido'", afirma Valisce.
"Porque eso significaba que la mujer no iba a ser capaz de determinar el precio o los
servicios sexuales que iba a ofrecer o rehusarse a ofrecer, lo cual era la base principal de la
despenalización y sus supuestos beneficios".
"Estupefacta"
Valisce, de 40 años, fue a solicitar empleo a un burdel en Wellington, y quedó estupefacta
con lo que vio.
"Durante mi primer turno vi a una niña que regresaba de un trabajo de acompañante. Había
había tenido un ataque de pánico. Temblaba, lloraba y era incapaz de hablar".
"La recepcionista le estaba gritando, diciéndole que regresara a trabajar. Tomé mis
pertenencias y salí de allí", recuerda.
Hasta entonces la organización había sido su única fuente de apoyo, un lugar donde nadie la
juzgaba por trabajar en el comercio sexual.
Pero cuando trabajaba como voluntaria allí comenzó su trayecto para convertirse en
"abolicionista".
"Uno de mis trabajos en el NZPC fue buscar todos los recortes de prensa. Una vez leí sobre
alguien que hablaba de llorar y no saber porqué. Fue cuando salí de allí (del comercio
sexual) cuando entendí esos sentimientos".
"Había pasado por ellos y durante años (pensé): 'no sé lo que ocurre ni por qué me siento
así'. Me di cuenta de ello al leerlo".
Cuando su vecina trató de reclutarla para prostitución en internet, se negó con cortesía.
"Sentía que tenía la etiqueta de 'puta' en la frente. ¿Por qué me lo preguntó a mí? Ahora sé
que la única razón fue que era mujer", asegura.
Valisce empezó a conocer a otras mujeres en internet, a feministas que estaban en contra de
la despenalización que se describían a ellas mismas como "abolicionistas".
Era el primer evento abolicionista que se celebrara en Australia, donde muchos estados han
legalizado el negocio de burdeles.
La propia Melbourne ha tenido burdeles legales desde mediados de 1980, y aunque hay
mucho apoyo vocal para el sistema, también hay un movimiento creciente en contra de éste.
"El comienzo de mi nueva vida". Así describe Valisce la época en la que se convirtió en
una feminista que hacía campaña contra el comercio sexual y comenzó a sentirse liberada de
su pasado.
"Fue el resultado del tiempo que pasé en la prostitución. Me había afectado mucho pero logré
cubrir los efectos", señala.
"Toma mucho tiempo sentirse completa nuevamente".
Para Valisce, la mejor terapia es trabajar con mujeres que entienden lo que es trabajar en el
comercio sexual, y con aquellas que hacen campaña para exponer los daños que conlleva la
prostitución.
También está determinada a asegurarse de que las mujeres que a menudo permanecen
calladas por sus abusadores tengan una voz.
"Mi objetivo no es atrapar a la gente en la industria o decirle a las mujeres que salgan del
trabajo", afirma.
"Pero quiero marcar la diferencia, y eso significa manifestarme todo lo posible para ayudar a
otras mujeres".
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