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JOVEN,
Me dirijo a ti que estas empezando el estudio de teología. Para mí, tu
representas la teología del futuro; por eso es como si hablara con el teólogo del IIIº
Milenio, ya a las puertas. Quisiera dirigirme también a aquellos que aunque no son
jóvenes, se interesan de una manera informal, de las cosas de la fe.
Quisiera proponerte una especie de decálogo: diez leyes que regulen el
estudio de la teología. Tal vez “leyes” es una palabra demasiado fuerte; hablemos
entonces de “Consejos”. La experiencia acumulada en mis 55 años de vida y los 20
años de enseñanza teológica me pone en la condición –creo- de poder hablar así
contigo.
Recojo estos diez consejos o sugerencias de un voluminoso libro que he
publicado recientemente: Teoría del método teológico (Vozes, Petrópolis, 1998,
754 pp.). En estas páginas quisiera presentarte un poco el núcleo de aquello que
he escrito. Para un ulterior estudio indicaré vez por vez las páginas del libro en el
cual tu podrás encontrar un mayor desarrollo del argumento tratado.
1º Consejo
Antes de hablar de Dios, ponte de rodillas y habla con Dios
Es la condición fundamental de cualquier buena teología. Pudiera formularla
también así: No lanzarte a hacer teología sin haber hecho primero “la experiencia
de Dios”. La teología, antes de ser teología racional, es “teología de genuflexión”,
es “teología devota” (cf. p. 129-156).
El sentido original del término griego “teología” es “palabra sobre Dios” (=
theologhia): un “oráculo de Dios”, un “mensaje sobre Dios” o aún un “himno de
gloria a Dios”. En su raíz etimológica teología contiene, pues, el sentido del anuncio
y de la alabanza (cf. p. 548-9).
La teología debe conservar la naturaleza profunda de la fe que es su raíz. La
fe cristiana, en efecto, es una relación a tú por Tú; una relación que cambia la
persona. Es no es un saber, ni un actuar, sino exactamente un nuevo modo de
existir: vivir en Cristo, ser en el amor de Dios, caminar en el Espíritu. Partiendo de
este ser nuevo, de esta vida nueva, de este corazón nuevo, se llega a una nueva
comprensión y por lo tanto a una nueva práctica. La razón teológica es la razón
convertida, iluminada, transfigurada por el contacto vivo con el Dios vivo (cf. p. 28-
29).
Análogamente a las ciencias, la teología parte de la experiencia; la
experiencia de Dios por la fe y por el amor. “Aquel que no cree no ha experimentado
y quien no ha experimentado no comprenderá” dice el grande san Anselmo (cit p.
130).
La teología es un discurso que nace de la fe y se articula dentro de la fe.
Como dice san Pablo (Rm 1, 17), el discurso teológico procede “de fe en fe”. Decía
un gran maestro espiritual del antiguo Oriente, Diádoco de Foticea: “Nada es más
pobre de un pensamiento que, lejos de Dios, refleje las cosas de Dios” (Cit. P. 137).
El mayor teólogo evangélico de nuestro siglo, Karl Barth, afirma con
insistencia que el tema de la teología no es un “objeto” cualquiera, un “esto” anónimo
y ni tampoco un “el” indirecto. Es un “tú” que nos habla y nos interpela
personalmente (cf. p. 155-6). El tema de la teología es una realidad personal o,
mejor aún, una realidad tri-personal.
Escucha, finalmente, las palabras del mayor teólogo franciscano del
medioevo. San Buenaventura, que el concilio Vaticano II ha retomado dirigiéndose
a los jóvenes teólogos:
“No creer que te basta la lectura sin la unción,
la especulación sin la devoción,
la investigación sin el estupor,
la atención sin el gozo,
la actividad sin la piedad, la ciencia, sin la caridad,
la inteligencia sin la humildad,
el estudio sin la gracia divina,
la búsqueda sin la sabiduría que viene de Dios” (Optatam totius 16: “Enchiridion
Vaticanum” I, EDB, Bologna, 1981, n. 805, nota, 32).
Antes de ser ciencia, la teología es sabiduría, en el doble sentido: saber las
cosas últimas y “saber amoroso” (cf. p. 143-9). Es por esto que santa Teresita, sin
haber hecho teología académica, ha sido proclamada “doctora de la Iglesia”. No ha
habido “amor de la ciencia”, sino la “ciencia del amor divino”, según las palabras con
el cual el papa ha intitulado la carta apostólica que ha introducido a santa Teresita
entre los doctores de la Iglesia (19.10.1998).
2º Consejo:
No perder de vista jamás el tema central de la teología: el misterio de
Dios. Entramos aquí directamente en el tema específico de la teología, es decir, en
su “objeto formal”. En este punto es importante hablar sin equívocos: el “objeto
directo” de la teología es Dios y nadie más. Este está dentro de la misma palabra
“teología”; estudio de Dios.
Parece vano decirlo, pero es importante. Tu sabes, mi hermano joven, que el
pensamiento moderno a menudo nos engaña: ello nos induce a poner en el centro
de nuestras preocupaciones no Dios sino el hombre. Es la pretendida “revolución
copernicana” de la cual ha hablado Kant. Desgraciadamente una cierta teología
llamada luego “teología liberal”, se ha dejado seducir por la sirena de la razón
moderna, reduciendo la teología a antropología. Debemos, sin embargo, resistir a
la tentación de encontrarnos siempre de acuerdo con la modernidad y de obtener
su aprobación. Nos ha dado un ejemplo Karl Barth con su valiente “teología
dialéctica”.
Dime, después, querido hermano. ¿Exite un tema que merece por nuestra
parte una consideración mayor de la cuestión de “Dios”?. Si “Dios” es el valor que
define el destino del ser humano, ¿cómo no ocuparse de tal cuestión con el más
grande interés y la máxima seriedad?
Escucha en este punto no a un santo, sino a un filósofo y un filósofo pagano
antiguo, Aristóteles, “el maestro de color que saben”, como dice Dante (Infierno. IV,
131). Hablando sobre la supremacía de la teología (filosófica) sobre todas las demás
ciencias, declara solemnemente: “La ciencia más divina es la ciencia de las cosas
divinas. El pensamiento supremo es el pensamiento del bien supremo” (cit. P. 358).
Este pensador sumo recomendaba a la gente de no ocuparse solo del estudio de
las cosas del mundo, sino de buscar primero las realidades divinas (p. 532).
Tu objetarás: pero mientas ¿cómo entrar en la realidad, en el mundo y en la
historia convulsionada por los hombres y las mujeres de hoy?. Cierto también la
teología considera estas cosas, siempre, sin embargo, a partir y recogiendo sobre
su tema primario y originario: el Misterio divino. Esté muy claro lo siguiente: solo a
la luz de Dios las realidades humanas adquieren su significado profundo y completo
(cf. p. 43-46)
Permíteme usar aquí una tautología: la teología, por ser teología, tiene que
ser antes que nada del todo teológica. Después, y solo después, la teología será
también teología política, teología de la liberación, teología inculturada, y todo
aquello que desees. Empero si no es primero del todo “teología teológica”, no será
teología auténtica, sino solo una imitación de teología, o alguna ciencia, camuflada
de teología usurpándole el nombre.
Cuando digo “teología teológica” quiero hablar de un discurso que tiene como
tema principal no un Dios cualquiera, sino el Dios de la fe revelada, el Dios de la
Palabra, el Dios de Jesucristo.
Para confirmar lo que estoy diciendo doy el testimonio de Tomás de Aquino:
“La teología trata principalmente de Dios. Trata también de las criaturas pero en la
medida en la cual se relacionan con Dios” (cit. P. 43). En otro pasaje se afirma: “La
verdad teológica se refiere primariamente y principalmente a la Realidad increada.
Se refiera también a las criaturas, pero como de consecuencia” (cit. P. 44).
Escucha finalmente, en una dimensión ecuménica, otra voz, en los albores
de la Edad Moderna: la voz de Lutero. Él dice, de una forma y al mismo tiempo
sintética y existencial. “El tema propio de la teología es el hombre perdido y el Dios
Salvador” (cit. P. 44).
3º Consejo:
4º Consejo:
5º Consejo:
6º Consejo:
7º Consejo:
8º Consejo:
9º Consejo:
10º Consejo:
Para terminar, quiero una vez mas levantar los ojos, amigo, para que veas la
importancia de la teología. Empiezo con esta afirmación aparentemente
pretenciosa: la teología es una ciencia digna solo de Dios. Pero es la Verdad. El
genial teólogo Duns Scoto sostenía que sólo Dios es “teólogo absoluto”, porque
nosotros los humanos somos apenas “teólogos en sentido relativo”. De hecho, solo
Dios conoce bien a Dios.
En ciento sentido esto ya lo había dicho Aristóteles que ha definido a Dios
como “pensamiento del pensamiento”. Para él Dios, de eternidad en eternidad,
estaría “haciendo teología”, única actividad de la altura de su grandeza inmensa (cit.
p. 551, n.16).
Como hemos visto, la teología se ocupa de las realidades creadas y de los
seres humanos, pero no con relación a su funcionamiento, sino a su destino. Como
decía de una manera muy pertinente Galileo Galilei, la teología no discute sobre
“como esta el cielo”, sino “como se va al cielo”, y esto es mucho más importante. Lo
que interesa no es el curso del universo, sino su significado último.
Poniendo en relieve todavía el nivel social, reporto la consideración del
exrector del Colegio de Europa. H. Brugmans. Para él, si la sociedad hoy ha perdido
la brújula y ha caído en el pragmatismo a buen mercado, es porque esa no dirige
más la mirada en el amplio horizonte de la teología. La teología, en efecto, pone las
cuestiones de sentido a partir de las cuales todas las demás encuentran su lugar y
su propio valor.
Y para cerrar esta especie de elogio de la teología y de su importancia,
recuerdo aún otro testimonio, la de un filósofo ateo moderno, Max Horkheimer
(*1973). En una célebre entrevista, dada al final de su vida, este pensador se
mostraba convencido del hecho que “detrás de cada acción humana estaba la
teología”. Y deducía que, “si una política no conserva en sí una teología, por más
fragmentaria, termina por ser un puro negocio”. Y llegaba a esta conclusión decisiva:
“Si se suprime la dimensión teológica, desaparecerá del mundo aquello que
llamamos significado” (cit. p. 595-6).
Hasta aquí mi joven amigo, es lo que quería decirte para que puedas amar a
la teología y comprometerte a fondo con su estudio. No me queda que esperar que
tú sigas los pasos de María de Nazaret la cual, como aquella que “conservaba todas
estas cosas, meditándolas en su corazón”, representa el icono de todo auténtico
estudioso de teología. Así, iluminado como ella por el Espíritu, tu serás llevado, de
verdad en verdad, hasta la “verdad plena”. Amén.