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CONSEJOS A UN JOVEN TEOLOGO

JOVEN,
Me dirijo a ti que estas empezando el estudio de teología. Para mí, tu
representas la teología del futuro; por eso es como si hablara con el teólogo del IIIº
Milenio, ya a las puertas. Quisiera dirigirme también a aquellos que aunque no son
jóvenes, se interesan de una manera informal, de las cosas de la fe.
Quisiera proponerte una especie de decálogo: diez leyes que regulen el
estudio de la teología. Tal vez “leyes” es una palabra demasiado fuerte; hablemos
entonces de “Consejos”. La experiencia acumulada en mis 55 años de vida y los 20
años de enseñanza teológica me pone en la condición –creo- de poder hablar así
contigo.
Recojo estos diez consejos o sugerencias de un voluminoso libro que he
publicado recientemente: Teoría del método teológico (Vozes, Petrópolis, 1998,
754 pp.). En estas páginas quisiera presentarte un poco el núcleo de aquello que
he escrito. Para un ulterior estudio indicaré vez por vez las páginas del libro en el
cual tu podrás encontrar un mayor desarrollo del argumento tratado.

“Hacer teología es necesario...”

Antes que nada, quisiera que estuvieras convencido de la importancia, mas


bien, de la necesidad de estudiar teología. Quisiera parafrasear la famosa frase de
Pompeo que se ha convertido en el estribillo de los grandes navegadores: “Hacer
teología es necesario, vivir no es necesario”. Con esto no quiero decir que la vida
esté en función de la teología (es verdad más bien lo contrario): pretendo solo
subrayar el hecho que vale la pena gastar una vida para profundizar el misterio de
Dios, también porque con este estudio es beneficiado todo el pueblo.
La teología es necesaria por muchas razones (cf. p. 406-9). Cinco son, al
menos, las instancias que exigen el estudio: la fe, el mundo, la vida, nuestra época
y la realidad social.
1. La fe pide teología. Es la misma fe que, por su dinámica interna, busca
comprender aquello que cree. Cada verdadero “creyente” es también, a su manera,
un “teólogo”. En efecto la teología es “la fe que desea entender”, según la magistral
definición de san Anselmo. Sin el estudio, la fe cae en la ceguedad del irracionalismo
y superstición, o también en la miopía de la superficialidad y sincretismo.
2. El mundo existente pide teología. La misma creación es un grito
inarticulado hacia un Creador. La teología no hace otra cosa que recoger este grito
y articularlo racionalmente. Y si en concepto de mundo incluye también el curso
histórico, comprendidos los eventos de la Revelación entonces la razón se siente
directamente interpelada en sus capacidades más altas de comprensión. La razón
que se interroga sobre todo, no puede esquivar preguntas como esta: ¿Qué nos
quieren decir los “enviados de Dios”, especialmente Jesús de Nazaret?
3. La vida pide teología. Nosotros, los vivientes, buscamos ineludiblemente
el sentido último y radical de las cosas. ¿Por qué la existencia, el dolor, la culpa, la
muerte? ¿Cómo responder adecuadamente a estas cuestiones fundamentales y
perennes sin recurrir a una teología?
4. Nuestra época pide teología. La cultura moderna es esencialmente
reflexiva: no se contenta con respuestas tradicionales, sino que pide siempre el
porqué de un todo. Aunque la así llamada razón postmoderna, no obstante prefiera
un “discurso débil” necesita discernimiento. Además de las cuestiones actuales, con
las cuales la fe tiene que confrontarse, son tan complejas que exigen una reflexión
elaborada y rigurosa. Piensa tan solo en las cuestiones que la economía propone
(neoliberalismo, mercado, globalización, tecnología, etc.), o bien por las ciencias
modernas como la biología (clonación, inseminación y gestación humana en un
ambiente artificial), la cosmología (origen y fin del cosmos, leyes constitutivas del
universo, la hipótesis de otros mundos habitados), la ecología, etcétera.
5. La realidad social en el cual vivimos pide teología. ¿Cuál es la misión de
los cristianos frente a los grandes desafíos sociales de nuestro tiempo? Para
confrontar seriamente la fe con estos desafíos se necesita la razón teológica. Sobre
todo nosotros, en el Sur del mundo, queremos saber como la fe pueda ser fermento
de liberación para la masa de excluidos del sistema social. Si en la realidad social
incluye también la cultura, surgen otras preguntas típicamente teológicas: ¿Cuáles
signos de Dios están presentes en esta o en aquella otra cultura?, ¿Cómo inculturar
los lenguajes y las prácticas cristianas?
Bueno, amigo: me parece clara la razón de la necesidad, más bien, de la
urgencia de hacer teología hoy. Escucha ahora como proceder en el estudio de esta
ciencia. Te indico los diez consejos de los cuales te hablaba. Al final de cada punto
buscaré recordar un grande testimonio de algún gran teólogo para que tú puedas
convencerte más fácilmente de lo que estoy diciendo.

1º Consejo
Antes de hablar de Dios, ponte de rodillas y habla con Dios
Es la condición fundamental de cualquier buena teología. Pudiera formularla
también así: No lanzarte a hacer teología sin haber hecho primero “la experiencia
de Dios”. La teología, antes de ser teología racional, es “teología de genuflexión”,
es “teología devota” (cf. p. 129-156).
El sentido original del término griego “teología” es “palabra sobre Dios” (=
theologhia): un “oráculo de Dios”, un “mensaje sobre Dios” o aún un “himno de
gloria a Dios”. En su raíz etimológica teología contiene, pues, el sentido del anuncio
y de la alabanza (cf. p. 548-9).
La teología debe conservar la naturaleza profunda de la fe que es su raíz. La
fe cristiana, en efecto, es una relación a tú por Tú; una relación que cambia la
persona. Es no es un saber, ni un actuar, sino exactamente un nuevo modo de
existir: vivir en Cristo, ser en el amor de Dios, caminar en el Espíritu. Partiendo de
este ser nuevo, de esta vida nueva, de este corazón nuevo, se llega a una nueva
comprensión y por lo tanto a una nueva práctica. La razón teológica es la razón
convertida, iluminada, transfigurada por el contacto vivo con el Dios vivo (cf. p. 28-
29).
Análogamente a las ciencias, la teología parte de la experiencia; la
experiencia de Dios por la fe y por el amor. “Aquel que no cree no ha experimentado
y quien no ha experimentado no comprenderá” dice el grande san Anselmo (cit p.
130).
La teología es un discurso que nace de la fe y se articula dentro de la fe.
Como dice san Pablo (Rm 1, 17), el discurso teológico procede “de fe en fe”. Decía
un gran maestro espiritual del antiguo Oriente, Diádoco de Foticea: “Nada es más
pobre de un pensamiento que, lejos de Dios, refleje las cosas de Dios” (Cit. P. 137).
El mayor teólogo evangélico de nuestro siglo, Karl Barth, afirma con
insistencia que el tema de la teología no es un “objeto” cualquiera, un “esto” anónimo
y ni tampoco un “el” indirecto. Es un “tú” que nos habla y nos interpela
personalmente (cf. p. 155-6). El tema de la teología es una realidad personal o,
mejor aún, una realidad tri-personal.
Escucha, finalmente, las palabras del mayor teólogo franciscano del
medioevo. San Buenaventura, que el concilio Vaticano II ha retomado dirigiéndose
a los jóvenes teólogos:
“No creer que te basta la lectura sin la unción,
la especulación sin la devoción,
la investigación sin el estupor,
la atención sin el gozo,
la actividad sin la piedad, la ciencia, sin la caridad,
la inteligencia sin la humildad,
el estudio sin la gracia divina,
la búsqueda sin la sabiduría que viene de Dios” (Optatam totius 16: “Enchiridion
Vaticanum” I, EDB, Bologna, 1981, n. 805, nota, 32).
Antes de ser ciencia, la teología es sabiduría, en el doble sentido: saber las
cosas últimas y “saber amoroso” (cf. p. 143-9). Es por esto que santa Teresita, sin
haber hecho teología académica, ha sido proclamada “doctora de la Iglesia”. No ha
habido “amor de la ciencia”, sino la “ciencia del amor divino”, según las palabras con
el cual el papa ha intitulado la carta apostólica que ha introducido a santa Teresita
entre los doctores de la Iglesia (19.10.1998).

2º Consejo:
No perder de vista jamás el tema central de la teología: el misterio de
Dios. Entramos aquí directamente en el tema específico de la teología, es decir, en
su “objeto formal”. En este punto es importante hablar sin equívocos: el “objeto
directo” de la teología es Dios y nadie más. Este está dentro de la misma palabra
“teología”; estudio de Dios.
Parece vano decirlo, pero es importante. Tu sabes, mi hermano joven, que el
pensamiento moderno a menudo nos engaña: ello nos induce a poner en el centro
de nuestras preocupaciones no Dios sino el hombre. Es la pretendida “revolución
copernicana” de la cual ha hablado Kant. Desgraciadamente una cierta teología
llamada luego “teología liberal”, se ha dejado seducir por la sirena de la razón
moderna, reduciendo la teología a antropología. Debemos, sin embargo, resistir a
la tentación de encontrarnos siempre de acuerdo con la modernidad y de obtener
su aprobación. Nos ha dado un ejemplo Karl Barth con su valiente “teología
dialéctica”.
Dime, después, querido hermano. ¿Exite un tema que merece por nuestra
parte una consideración mayor de la cuestión de “Dios”?. Si “Dios” es el valor que
define el destino del ser humano, ¿cómo no ocuparse de tal cuestión con el más
grande interés y la máxima seriedad?
Escucha en este punto no a un santo, sino a un filósofo y un filósofo pagano
antiguo, Aristóteles, “el maestro de color que saben”, como dice Dante (Infierno. IV,
131). Hablando sobre la supremacía de la teología (filosófica) sobre todas las demás
ciencias, declara solemnemente: “La ciencia más divina es la ciencia de las cosas
divinas. El pensamiento supremo es el pensamiento del bien supremo” (cit. P. 358).
Este pensador sumo recomendaba a la gente de no ocuparse solo del estudio de
las cosas del mundo, sino de buscar primero las realidades divinas (p. 532).
Tu objetarás: pero mientas ¿cómo entrar en la realidad, en el mundo y en la
historia convulsionada por los hombres y las mujeres de hoy?. Cierto también la
teología considera estas cosas, siempre, sin embargo, a partir y recogiendo sobre
su tema primario y originario: el Misterio divino. Esté muy claro lo siguiente: solo a
la luz de Dios las realidades humanas adquieren su significado profundo y completo
(cf. p. 43-46)
Permíteme usar aquí una tautología: la teología, por ser teología, tiene que
ser antes que nada del todo teológica. Después, y solo después, la teología será
también teología política, teología de la liberación, teología inculturada, y todo
aquello que desees. Empero si no es primero del todo “teología teológica”, no será
teología auténtica, sino solo una imitación de teología, o alguna ciencia, camuflada
de teología usurpándole el nombre.
Cuando digo “teología teológica” quiero hablar de un discurso que tiene como
tema principal no un Dios cualquiera, sino el Dios de la fe revelada, el Dios de la
Palabra, el Dios de Jesucristo.
Para confirmar lo que estoy diciendo doy el testimonio de Tomás de Aquino:
“La teología trata principalmente de Dios. Trata también de las criaturas pero en la
medida en la cual se relacionan con Dios” (cit. P. 43). En otro pasaje se afirma: “La
verdad teológica se refiere primariamente y principalmente a la Realidad increada.
Se refiera también a las criaturas, pero como de consecuencia” (cit. P. 44).
Escucha finalmente, en una dimensión ecuménica, otra voz, en los albores
de la Edad Moderna: la voz de Lutero. Él dice, de una forma y al mismo tiempo
sintética y existencial. “El tema propio de la teología es el hombre perdido y el Dios
Salvador” (cit. P. 44).

3º Consejo:

Sea la Sagrada Escritura el principal texto de referencia de tu teología.


El concilio Vaticano II ha definido la Escritura “ánima” de toda la teología (Dei
Verbum 24; Optatam totius 16). En efecto es la Escritura a dar vida, unidad y
movimiento a la teología. Por medio de la Escritura poseemos la Palabra viva de
Dios y por medio de la Palabra la persona de Cristo, el Verbo increado.
Debes saber, hermano mío, que la Escritura es el “testamento primario” de la
Revelación, su fuente originaria. Para la teología, todas las demás fuentes –Padres,
Doctores, Concilios, Papas, Obispos, Teólogos, Liturgias, Legislación, etc.- son
solamente “testigos secundarios” (cf. p. 201). Contra todo “biblismo” has de saber
también que la Escritura no puede ser separada de la Iglesia ni de la gran Tradición,
sino que conserva con ambas una relación dialéctico-crítico (cf. 220-2 y 240-4).
En verdad, tanto desde el punto de vista histórico que estructural, la teología
nos es más que explicación de la Palabra de Dios, sea en la forma de comentario
(exégesis), sea como reflexión profunda (dogma), sea como aplicación práctica
(moral, espiritualidad). Ten en tu mente esto: la Escritura debe tener en la teología
el “primado hermenéutico”, precisamente porque es el locus theologicus número
uno (cf. p. 198-9).
Escucha todavía, sobre este punto, el testimonio de dos autores ya
encontrados, uno medieval y el otro moderno. El primero es san Buenaventura:
“Quien quiera aprender teología, busque la ciencia en su fuente; la Sagrada
Escritura. Ya que con los filósofos no existe una ciencia de la salvación para la
remisión de nuestros pecados; y ni tampoco los Santos Padres y los Doctores. El
discípulo de Cristo tiene que estudiar en primer lugar la Sagrada Escritura, de otra
manera no será jamás una persona preparada para explicar la Escritura” (cit. P.
235).
El segundo testimonio es de Barh: “El teólogo no será un “doctoraso” con el
intento de conceder o quitar la palabra a los Profetas y a los Apóstoles, como si
fueran colegas de facultad. Menos aún será como una profesión de gimnasio, que
tiene el deber de ver por detrás las espaldas de los autores bíblicos, para corregir
sus cuadernos y dar una calificación. Igualmente el más pequeño o el más extraño
de estos primeros testimonios de la Revelación se encuentra frente a cualquier
teólogo, por más devoto, docto o inteligente sea. El lugar de la teología es
definitivamente bajo los escritos bíblicos. El teólogo deberá permitir de buen grado
que los hagiógrafos vean por detrás las espaldas y les corrijan los cuadernos” (cit.
p. 206)

4º Consejo:

Tu teología tiene que permanecer vitalmente unida a la comunidad de


fe: la Iglesia.
La fe, que es al mismo tiempo el tema y el fundamento de la teología, es una
herencia colectiva: pertenece a todo el Pueblo de Dios, a la Iglesia. Por eso, es a
través de la Iglesia, que se da acceso a la fe y, por esta, a la teología. Y ya que la
fe busca siempre comprender, el sujeto primario de la teología es también el sujeto
de la fe: la Iglesia.
Tú ves, entonces, que la teología tiene un estatuto esencialmente
eclesial. Por este motivo Barh, que inicialmente había llamado a su gran obra
“Dogmática cristiana”, modificó luego el título en “Dogmática eclesial”.
Ahora, si la dimensión eclesial es intrínseca a la teología, jamás esa
podrá constituir un “asunto privado”. Será antes que nada una actividad comunitaria
y al servicio de la comunidad. Tal vez has oído hablar de la existencia, en el Primer
Mundo, de “teólogos libres”. Este fenómeno es, con rigor, un contrasentido, una
anomalía, además de ser una expresión de “parasitismo religioso”.
Y ya que no existe Iglesia sin jerarquía, es evidente que el Magisterio
jerárquico sea un elemento interno de la teología. Ciertamente, el Magisterio puede
hacer violencia a la teología y a los teólogos, pero tal violencia es un hecho no
justificado por el derecho. Es decir: no puede suceder (quod Deus avertati), pero es
algo equivocado. No tiene que ser así.
De lo que he dicho resulta claro para ti, que el teólogo es realmente una figura
eclesial: un miembro de la Iglesia, un siervo del pueblo de Dios.
Pero –y pon atención a la segunda parte de este consejo- la comunión viva
del teólogo con la Iglesia tiene que ser entendida no solo en la contemporaneidad,
sino también en la sucesión de los tiempos. Me refiero aquí a la Tradición (cf. p.
237-46).
La Tradición representa la herencia dejada por nuestros predecesores: los
Padres y los Doctores, los Credo y los Concilios, la Liturgia y la enseñanza de los
Pastores. ¿Cómo despreciar toda esta riqueza?.
Aprender bien la teología, pues, significa para ti escuchar la “voz de los
maestros”, aprender las “lecciones de los clásicos”. ¿Quién puede decir que conoce
la teología, si jamás ha leído Orígenes, Agustín, Tomás de Aquino, Newman y otros
grandes?. Por esto, en mi libro he considerado oportuno introducir, después de cada
capítulo, una o dos páginas de un “clásico”, para que tu puedas escuchar la viva
voz de los “maestros”. Además he dedicado un capítulo entero (el XXIII) a la historia
de la teología, donde se enumeran los grandes nombres de la teología y sus
respectivas obras.
Pon atención, pues, a no confundir tradición con tradicionalismo. La
tradición es un proceso dinámico abierto, creativo. Al gran especialista en esta
materia, Yves Congar, le gustaba repetir la afirmación de Péguy: “Se puede superar
bien una tradición reciente solo por medio de una tradición más antigua”. Contra el
tradicionalismo, Tertuliano nos recuerda: “Cristo no ha dicho: yo soy la tradición,
sino: yo soy la verdad” (cit. p. 244)
Te podrá parecer paradójico, pero la tradición es la base de toda auténtica
innovación. En efecto la tradición de la fe tiene que ser articulada en términos de
continuidad, pero también en términos de ruptura: continuidad en cuanto a la
sustancia, ruptura en cuanto a la forma. San Vicente de Lérins decía: “Habla de
manera nueva, no dices cosas nuevas” (cit. p. 241). Y el papa Esteban I, del III siglo
establecía: “No se hagan innovaciones si no es a partir de la tradición” (cit. p. 242).

5º Consejo:

Mantén siempre viva la conciencia de la pobreza del lenguaje humano


frente al Misterio
Toda palabra humana en lo que se refiere a Dios es siempre inadecuada.
“Dios es siempre más grande”, en particular más grande de nuestros discursos.
Nuestro discurso sobre el Creador es siempre indirecto y mediano: pasa a
través de las criaturas. En este sentido es un discurso “Alusivo”. Procede sobre la
base de comparaciones con las cosas creadas. La palabra técnica, para indicar este
procedimiento, es “analogía”.
En cuanto analógico; el lenguaje religioso es siempre imperfecto, aún cuando
parece perfecto, por ejemplo cuando llamamos a Dios el Absoluto, el Trascendente
o el Perfecto. En sí son conceptos apropiados, pero en realidad son impropios en
cuanto su representación es inevitablemente humana.
El lenguaje de la teología es analógico también y sobre todo porque usa
metáforas o símbolos. Esto sucede principalmente en la Biblia y en el discurso
religioso del pueblo en general.
Además se trata de un lenguaje más negativo que positivo. Afirma santo
Tomás. “El último grado de conocimiento de Dios es saber que nada sabemos de
eso que Él es”. (cit. p. 342).
Finalmente el lenguaje sobre Dios es apofático, es decir inefable. Mas allá
de cada palabra, el Misterio insondable es honrado a través del silencio. Este
silencio es doble: el silencio de la adoración recogida y la obediencia activa.
Querido amigo, como tú mismo puedes darte cuenta, en la “teo-logía” el
“Theo” se presenta siempre más grande de todos los “loghia”. Es como decir: el
tema encuentra aquí constantemente un tropiezo en el lenguaje. Por eso, la razón
teológica es una “razón crucificada”; y la cabeza del teólogo es una cabeza
“coronada de espinas” o una locura (cf. p. 101-6). Como lo ha visto muy bien san
Pablo (cf. p. 1 Cor 1-2).
El más grande teólogo sistemático de la Iglesia, santo Tomás de Aquino, en
los últimos meses de su vida, cayó en una crisis violenta. En confrontación con lo
que él sentía espiritualmente, su teología le aparecía... “paja”. Dejó incompleta la
Summa Theologica, como una catedral incompleta, símbolo elocuente del hecho
que ningún sistema conceptual, por más genial que es, puede abrazar el infinito.
De todo esto puedes sacar una lección importantísima: en el estudio de la
teología se debe cultivar un profundo “sentido del Misterio”, lleno de reverencia y de
humildad frente al Dios infinito. La Biblia, con mucha propiedad, define tal actitud
como “temor del Señor”.
Los estudios de la religión hablan del sentido de lo “sagrado” como
experiencia del tremendum et fascinosum (R. Otto). Como tremendum, lo
sagrado aleja bastante; como fascinosum, atrae potentemente y despierta
curiosidad, o mejor, suscita interés, fascinación, encanto. De aquí el siguiente
consejo.

6º Consejo:

Ten pasión por el conocimiento de Dios y de las cosas de Dios.


No obstante, o mejor, a causa de la trascendencia del Misterio sobre el
pensamiento y el lenguaje, el teólogo tiene el deber sacrosanto de pensar y de
hablar sin miedo del Misterio divino. En la comparación de Ricardo de San Víctor,
la razón del teólogo es como una borrica de Balaam, que avanza bajo los golpes de
las espuelas de la fe, aunque el camino parezca impedido por el ángel del Misterio
con la espada desenvainada (cit. p. 102).
En su famosa Carta 120, dirigida a un novicio en teología, el Doctor de
Hipona dice el motivo que lo lleva a escribir: “Es –dice- para mover tu fe al amor del
conocimiento”. Mas adelante recomienda: “debes aplicarte con ardor al
conocimiento de la realidad divina (intellectum valde ama)”. Exhorta finalmente al
novicio a la oración sin la cual no se hace buena teología: “Ora para que Dios te
done comprender” (cit. p. 108-9).
Pudieras pensar que el Misterio sea obscuridad. ¡No! El Misterio es un
“abismo de luz”, y de una luz así resplandeciente que ofusca la razón. Es por la
sobre abundancia de resplandor divino que la pobre razón humana permanece
como cegada. El Misterio no es el límite del conocimiento, mas bien el conocimiento
de nuestro límite frente a lo ilimitado. Por esto el Misterio representa la más fuerte
provocación a la potencia de la racionalidad. Y porque Dios es fascinante, encanto
y luz resplandeciente, aquí también, y sobre todo aquí la maravilla divina es el
principio genético y permanente de todo estudio teológico de calidad.
Por todo esto, mi querido joven, evita la tentación del escepticismo en lo que
se refiere a las posibilidades de la razón, tentación que hoy aparece bajo las figuras
post-modernas del “pensamiento débil”. No temer ir “a fondo” en la penetración del
Misterio divino. Para animar el vuelo de la razón hacia el cielo de la trascendencia
Juan Pablo II ha escrito la robusta encíclica Fides et ratio. En esta el Papa subraya
la importancia para la teología, el estudio de la filosofía, por medio de la cual la
razón refuerza su “capacidad metafísica”, con el fin de penetrar en la esencia de las
cosas y abrir a la mente humana el acceso a las verdades universales y perennes.
En la raíz de todo estudio debe haber, como sea, una pasión fundamental:
la pasión por la luz, el amor ardiente por la verdad. La teología es la fides quaerens:
la fe deseosa de conocer, amante de la inteligencia, buscadora del sentido. Es la fe
inflamada por la luz del saber. Sin una fe “curiosa” en sentido bueno, no se tendrá
un buen teólogo, sino solamente un burócrata del saber religioso.
Tal vez te imagines que la teología esté movida por un “eros”, o bien por un
interés emotivo vehemente, por una atracción casi física hacia el misterio de Dios.
Es esto que sostiene y anima el compromiso intelectual del teólogo, sea en sus
lecturas, estudios y reflexiones, como en sus investigaciones, elaboraciones y
creaciones (cf. p. 525-7).
Por eso, si quieres ser un buen estudiante de teología, debes alejarte de
estos dos defectos: la flojera mental y el ser aficionado, esta irresponsabilidad típica
en el uso de la razón que los antiguos llamaban curiositas.
No interpretar lo que estoy diciendo como un elogio del academicismo, más bien
como un estímulo al estudio de las cosas de Dios y al mismo tiempo como un
ponerte en guardia de los peligros del fideísmo barato que queda inerte con su
justificación vulgar: “Es inútil explicar: son argumentos de fe” (cf. p. 527-34).
Quiero cerrar también este consejo con algunos testimonios. En primer lugar
escucha al grande maestro medieval, Ricardo (+ 1173), de la célebre escuela de
San Víctor, en París. Que exhortaba así a sus oyentes al estudio de la teología:
“Corremos hacia la perfección de la fe, que es el conocimiento teológico. Y a
través de toda una serie de pasos posibles, apresurémonos por la fe al
conocimiento. Hagamos todos los esfuerzos posibles para comprender lo que
creemos. Pensemos al ardor de los maestros profanos y a los progresos que ellos
hacen, y avergoncémonos de aparecer inferiores en nuestro trabajo. El amor a la
verdad debe ser en nosotros más fuerte que en ellos el amor por la vanidad. ¡Es
necesario que en nuestro campo nos mostremos más capaces, nosotros que somos
guiados por la fe, conducidos por la esperanza y empujados por la caridad! (cit. p.
24).
El segundo testimonio es dado por uno de los mayores teólogos del siglo XVI,
padre del derecho internacional y defensor de los indios de América, oprimidos por
los conquistadores españoles, Francisco de Victoria. En un párrafo autobiográfico
confiesa: “También si se pasa la vida entera en el estudio de la teología, los
progresos que se hacen no son comparables con la materia. Yo, que por veinte
años y más, me he consagrado con todas mis fuerzas al estudio de la teología,
tengo la impresión de no haber aún abarcado ni siquiera las puertas. Si pudiera vivir
cien años, los pasaría con gusto en estos estudios”. (cit. p. 528).

7º Consejo:

Haz una teología al servicio del Pueblo de Dios.


Teología ¿para qué? –pudieras preguntarte -. Se estudia teología no por
interés personal o por pura satisfacción individual, como una forma de “arte por
arte”. No. La teología es la “sierva de la fe”. Hacer teología es un servicio eclesial.
Es un resumen, una forma de amar.
Que la teología esté toda orientada hacia la fe, es cuanto afirma la celebre
definición de san Agustín: “La ciencia de la teología se refiere solamente aquel que
se compromete por la fe salvadora, en el sentido que la genera, la alimenta, la
defiende, y la refuerza” (cit. p. 401).
La teología existe para ser comunicada, para enriquecer la pastoral, para
producir “vida eclesial”, finalmente, para servir al pueblo y su salvación. ¿Por qué?
Porque el Misterio de Dios no es sólo objeto del saber, sino sobre todo de fe, de
amor y de obediencia. Las verdades de la fe son “verdades salvadoras” y no
verdades puramente teóricas.
Si es así, el momento práctico de la teología no es sólo constitutivo de su
proceso, sino es también el término: aquí la teología encuentra su realización. El
relieve dado a la dimensión práctica de la teología ha sido uno de los méritos de las
“teologías de la acción”, afirmadas después del Vaticano II. La teología de la
liberación ha insistido sobre la praxis como “acto primero” de la teología, mientras
la teoría es solo “acto segundo”.
Ya en el medioevo la escuela franciscana defendió la dimensión
eminentemente práctica de la teología. San Buenaventura, por ejemplo, dice que la
teología existe para ayudarnos a “convertirnos mejores y a salvarnos” (cit. p. 390).
Su hermano en religión Duns Scoto era aún más decidido en la defensa del carácter
primariamente práctico de la teología (cf. p. 420-2).
Hasta este momento, mi hermano joven, deseo darte una advertencia. Si, la
teología existe para servir; pero, pon atención: no ir, como dice el pueblo, “con
mucha sed al vaso”. Es decir: no se debe instrumentalizar la teología; ya que se
caería en el error del pragmatismo y, con el paso del tiempo, en la superficialidad y
en la repetitividad.
Para estar de verdad al servicio de la praxis, la teología tiene que
fundamentarse en una buena teoría. La praxis, para ser auténtica, tiene que poner
sus fundamentos sobre la verdad. El estudio paciente es el camino inevitable de
una buena praxis. Sin la mediación de una sólida teoría, no existe praxis que
permanezca en pie.
Por lo tanto, para encontrar buenas respuestas pastorales, es necesario una
adecuada base teológica. Por eso son necesarias la concentración en el estudio y
al mismo tiempo la gratuidad en la búsqueda de la verdad. Como dice el maestro
Barth:
“Quien jamás se ha dejado involucrar seriamente por los problemas
teológicos como tales, jamás será un pastor creíble, y llegará a la hora en la cual no
tendrá más nada de esencial que decir a las personas” (cit. p. 422).
Por eso, amigo mío, no tengas miedo de emplear tiempo y esfuerzo en el
estudio de la teología, sobre todo durante el tiempo de tu curriculum académico. No
seas impaciente, preguntándote a cada paso: “¿Para qué me servirá esto o
aquello?. Y queriendo respuestas inmediatas para todo problema práctico-pastoral.
Sería caer en la “teología de las recetas”. Recuérdate que “nada es más práctico de
una buena teoría”.
Aprovecha bien, pues, el período de formación inicial, concentrándote en
adquirir aquellos principios fundamentales y aquellas reglas esenciales que te
permitirán, más adelante, en plena actividad pastoral, discernir las situaciones en
las cuales estarás involucrado y encontrar soluciones originales y evangélicas.

8º Consejo:

tu teología tenga siempre en cuenta la realidad del pueblo


Si el marxismo tiene méritos, uno de estos ha sido la crítica a la “alienación”,
como fuga de la realidad concreta. La acusación de “alienación” sirve hoy par
descalificar cualquier teología. Cuando hablo de “realidad”, pienso a la “realidad de
la vida” en general y no sólo a la realidad social o histórica. Me refiero a la “vida de
la gente” y no sólo a la “problemática social”.
Quiero decir que la teología debe estar abierta a toda la aventura humana,
ser sensible a la vida de las personas, a los problemas del “hombre de la calle”,
porque los tres cuartos de la fe se viven en lo cotidiano. La teología es para la gente
común y no para una elite. Parafraseando el inicio de la Gaudium et spes, se
pudiera decir muy bien que “las alegrías y esperanzas del mundo, especialmente
de los pobres y de los que sufren, son las alegrías y esperanzas del teólogo”.
En la abigarrada realidad de la vida de hoy podemos individuar, con dos
teólogos nuestros, Libanio y Murad, cinco grandes objetivos:
1. El objetivo socio-liberador, que consideramos hoy no es el más
importante (importante es siempre el “problema de Dios”), sino el más urgente y
dramático. Ha tomado cuerpo en la así llamada “teología de la liberación”, pero
constituye hoy una dimensión ampliamente asumida por cada teología consciente
de su responsabilidad social.
2. El objetivo feminista, que tiene ya su historia, pero que tiene necesidad
de un ulterior profundización para que sea integrada en la visión de toda teología
que quiera ser plenamente humana, es decir femenina y masculina juntos.
3. El objetivo étnico que busca integrar en la visión de fe todos los colores
del arco iris cultural, especialmente, entre nosotros, las culturas indígenas y negras.
4. El objeto ecuménico, que considera a toda la creación como la “casa
común” de los humanos, de los seres vivientes de todos los seres creados en
general.
Permíteme, en este punto, añadir algunos objetivos transversales. En primer
lugar, el objetivo psicológico. ¿La teología no debería tener mayor consideración
de las adquisiciones actuales de las corrientes modernas de la psicología relativa a
sus estudios sobre la sexualidad, las emociones y la afectividad en general? ¿La
subjetividad post-moderna –la del deseo- no pide la teología para investigar en esta
dirección?.
Y todavía, ¿la teología no debería también poner mas atención al
objetivo de la paz? Tal objetivo lucha por el desarme nuclear y por la no-violencia
como actitud de fondo en las relaciones sociales, internacionales y ambientales, y
también como filosofía de la vida para vivir en lo cotidiano.
Finalmente, ¿no crees que debería considerar también el objetivo espiritual
como dimensión omni-englobante de toda teología, mas aún hoy que la humanidad
tiene un deseo desesperado de “experiencia religiosa”?
Pero atención: todos estos objetivos no deben de alguna manera sustituir ni
tampoco debilitar el objetivo originario, principal y específico de la teología, objetivo
de la fe. Sobre este objetivo los demás se fundamentan y de este objetivo están
también, en una cierta manera las diferentes expresiones. Así por ejemplo:
debemos poner atención en considerar como el negro, la mujer, el budista o el pobre
ven a Dios, la vida o la muerte. Pero lo que importa al fin es reflexionar como Dios
mismo ve el negro, la mujer, el budista y el pobre.

9º Consejo:

No olvidar descubrir la dimensión socio-liberadora de la fe


He recordado hace poco el objetivo socio-liberador. Quiero dar un relieve
especial a esta dimensión importante de la “realidad” que es la “vida social”. El
objetivo social se presenta hoy urgente en todo el mundo, porque la globalización
ha generalizado los problemas; sin embargo, eso es particularmente relevante en el
Sur del mundo, donde la “cuestión social” ha asumido formas y colores de gran
gravedad.
La Gaudium et spes, que ya hemos citado, nos habla de los “signos de los
tiempos”, es decir los grandes fenómenos que mueven nuestra historia. Las
Constituciones conciliares nos enseñan, no solo en teoría sino también en la
práctica, que debemos tomar muy en serio estos signos. Esos tienen que ser en
primer lugar observados y analizados cuidadosamente por el teólogo, después
interpretados y evaluados a la luz de la fe (GS 4; 11; 62: cit. p. 295-6).
Acoger la realidad social, incluida la cultura, es exigencia de cada teología
que quiera ser realmente “católica”. Dicha teología debe acoger el non-teológico
para transformarlo en teológico, descubriendo las “semillas del Verbo” o, según la
expresión de la declaración conciliar Nostra Aetate (n.1) los “rayos de la
Revelación.
La teología actual está llamada a dar importancia a los problemas de justicia
e igualdad, derechos humanos y sociales. Debe poner atención particularmente a
las necesidades de cambios y la búsqueda de alternativas frente a los obstáculos
creados por el actual sistema neo-liberal. A estos compromisos la “teología de la
liberación” hoy llama con una fuerte invitación.
Su estatuto epistemológico tiene que estar puesto en términos nuevos: tomo,
pues la ocasión para iniciar, sea también forma sumaria, las modalidades de esta
ardua cuestión.
Tú, joven teólogo, podrías pensar que la teología de la liberación sea una
teología aparte, completa e independiente, como para presentarse como una
teología sustitutiva o alternativa a la teología “clásica”. Sin embargo te digo con
franqueza: para mí has caído en un equívoco. Tal vez en el pasado la teología de
la liberación pudo haber aparecido así. Sin embargo, hoy es siempre más claro que
no representa una teología integral, sino más bien una dimensión interna e
integrante de toda teología cristiana. La teología cristiana o es “de liberación” o no
es cristiana.
En este sentido la afirmación de Juan Pablo II, en la Carta a los Obispos de
Brasil (9.4.1986), constituye, en mi opinión, la posición más clara, precisa y en una
cierta manera definitiva del Magisterio en lo que se refiere a la teología de la
liberación. Dice el Papa:
“La teología de la liberación no sólo es oportuna, sino útil y necesaria. Esa
tiene que constituir una nueva etapa –en estrecha conexión con las precedentes-
de aquella reflexión teológica iniciada con la Tradición apostólica y continuada con
los grandes Padres y Doctores, con el Magisterio ordinario y extraordinario y, en
época más reciente, con el rico patrimonio de la Doctrina social de la Iglesia” (cit. p.
656).
De aquí se prueba que la “historia” de la “condenación de la teología de la
liberación por parte del Vaticano” es una invención de los periodistas. La verdad es
que el Vaticano ha aprobado en su globalidad la “teología de la liberación”, haciendo
a su parecer serias reservas, en particular dos: el peligro de una politización
excesiva de la fe y los riesgos implícitos en el uso de los análisis marxistas.
La liberación social no es y no puede ser la única y ni tampoco la más
importante dimensión de la teología cristiana, aunque si en algunos momentos y
en determinados lugares puede ser más urgente. Sería un error pretender hacer
“solo teología de la liberación”. Debemos hacer, en cambio, teología integral,
insertando la perspectiva de la liberación.
Tu me pides si mi libro grueso Teoría del Método Teológico sea
verdaderamente sobre el método de la “teología de la liberación”. Respondo no. Allí
me he ocupado más ampliamente del método de toda teología cristiana. Y añado:
ya que la teología cristiana, por ser tal, debe comprender necesariamente la
dimensión liberadora; en mi libro me ocupo también de “teología de la liberación”,
donde esa aparece estructuralmente integrada en el “organon” de la teología. Estoy
convencido –y busco demostrarlo en el libro- que la máquina de producción
teológica debe absolutamente que incorporar, en su estructura epistemológica, el
mecanismo de la teología de la liberación. El núcleo de la argumentación es este:
si la fe es constitucionalmente liberador, también la teología tiene que ser
liberadora; y si la teología es liberadora, también su método tiene que ser liberador
(cf. p. 17-18).
Tu me vuelves a impugnar y me pides si, en este caso, la teología de la
liberación no desarrolla ya un rol de teología “superada”. Respondo que no, si se
entiende “superada” en el sentido común de pasada, extinta, muerta. Al contrario,
la exigencia de una teología de la liberación no ha sido jamás sentida como
“oportuna, útil y necesaria” hoy, tiempo de exclusión social. Por otra parte, diré que
es, una teología “superada” en el sentido dialéctico de “superación inclusiva”: esa
no esta terminada (existe aún), pero en una cierta manera esta “desaparecida”,
como un terrón de azúcar disuelta en el café; no se ve más, sin embargo da sabor
a todo el café. Esta teología es hoy menos visible, pero no por esto es menos
presente y operante.
La cuestión de saber si se debe o no continuar a hablar hoy en términos de
“teología de la liberación” es, en mi opinión, una cuestión absolutamente secundaria.
Mas que una cuestión teórica, se trata de una cuestión retórica: es oportuno
continuar a usar la expresión en la práctica pedagógica, pastoral o política. Es en
fin una cuestión saber si hablar así sea o no “políticamente correcto”. Para mí,
aquello que es “teóricamente correcto” (y es esto que me interesa) es hablar no de
“teología de la liberación”, sino, simplemente de “Teología”, con la condición, sin
embargo, que se inserte la dimensión liberadora, que es la dimensión constitutiva
de la fe. Rigurosamente hablando de términos, lo que existe no es propiamente una
pleonástica “teología de la liberación”, sino una “teología con dimensión liberadora”,
como tiene que ser toda buena teología que quiera definirse realmente evangélica.
En la realidad de los hechos, la teología de la liberación se ha convertido, en
gran parte, “teología normal”, es decir, teología regularmente enseñada en los
institutos teológicos de todo el mundo. Así cuando se habla hoy de “teología”, se
entiende siempre algo más “teología con dimensión liberadora”. Si esto es verdad,
entonces las preguntas de la “teología de la liberación” serán en buena medida
incorporadas por la praxis teológica universal. Sin embargo, allá donde dichas
preguntas serán evitadas, es más que legítimo, y más allá de toda razón polémica,
se debe seguir hablando de la necesidad de hacer “teología de la liberación” (cf. p.
637-8)
Perdóname, joven, por esta discusión un poco difícil. Era necesario sin
embargo, aclarar un punto importante como este, también si solamente para
demostrar el valor de la discusión teológica seria. Si se llega a tener ideas claras, la
práctica tendrá todo de ganar.

10º Consejo:

Haz teología con el oído abierto hacia el pobre.


Si el ojo del teólogo tiene que ser el ojo de Dios, su oído tiene que ser
igualmente el oído de Dios. Ahora, el oído de Dios esta puesto en el grito del pobre.
“He visto la aflicción de mi pueblo y he escuchado su grito” (Ex 3, 7). La teología
tiene que respetar el lugar privilegiado que Dios ha asignado al pobre en su plan de
salvación. En otras palabras: la “opción preferencial por los pobres” no es válida
solo en la política y pastoral, sino también en la teología.
Habrás oído hablar de Bonhöeffer, que ha luchado contra el nazismo y por
esto ha muerto ahorcado. Este teólogo, siempre inspirado, decía con expresión
incisiva que tres son los temas de la teología: Dios, la Iglesia y... el Abandonado.
Cuando digo pobre, me refiero a la categoría en su concepto bíblico, al mismo
tiempo concreto y amplio, que va desde el pobre socioeconómico hasta el pecador.
“Pobre” se aplica, en síntesis, a todos los que sufren y los perdidos de este mundo.
Sabes, empero, amigo mío, que hacer en teología “opción preferencial por
los pobres” significa muchas cosas. Se mira inmediatamente, desde la elección de
los temas, lenguaje y estilo del discurso, si un teólogo conoce los pobres “porque
se dice” o se le conoce por una directa convivencia con ellos.
Optar por los pobres en teología significa también, poner a los pobres como
los primeros destinatarios de nuestro discurso y dar a sus problemas un lugar de
relevancia en nuestra reflexión. Significa, en fin, considerar los pobres como
“maestros” en la fe, ya que su sufrimiento es la cátedra de la cual el teólogo saca la
enseñanza en lo que se refiere a los misterios de Dios. ¡Puedes imaginarte cuanto
la teología pueda aprender del contacto con los últimos! ¡Cuanto más pobre sería la
teología sin la contribución rica y dramática, llena de vida y esperanza, que la de la
comunión con los pobres!.
Hay quien ha mostrado miedo de hablar del “privilegio epistemológico
hermenéutico de los pobres”. Y sin embargo el fundamento de este privilegio es
evidente. Jesús mismo ha declarado que el Padre ha revelado a los pequeños sus
secretos, mientras los ha mantenido escondidos a los sabios e inteligentes de este
mundo (cf. Mt 11, 26). También san Pablo afirma claramente que ninguno de los
“potentes” de este mundo ha conocido la sabiduría que viene de Dios (cf. 1Cor 1,
27).
La humanidad es consciente de esto, cuando intuye que la pobreza y el
sufrimiento abren el camino hacia la sabiduría. Los griegos, por ejemplo, ponían
juntos mathos (lección) y pathos (sufrimiento). Los modernos no son menos. Aquel
profeta doliente que fue Nietzsche estaba convencido que el dolor fuese el camino
más breve hacia la verdad. Sí, por su fe y sus lágrimas, los pobres disponen de un
atajo providencial para llegar al sentido de la vida, fuera de los tortuosos caminos
de los filósofos. El Espíritu toma a los humildes de la mano, mientras con la otra
aleja a los sutiles “pensadores de este mundo” (1Cor 1, 20) (cf. p. 174-180).
Amigo, si quieres ser verdadero teólogo, será necesario adquirir una
profunda “afinidad electiva” con los pobres. Porque, como ha insistido Jon Sobrino,
la razón teológica es una “razón con compasión” y su inteligencia un intellectus
misericordiae (cf. p. 122-124).

Conclusión: el elogio de la teología

Para terminar, quiero una vez mas levantar los ojos, amigo, para que veas la
importancia de la teología. Empiezo con esta afirmación aparentemente
pretenciosa: la teología es una ciencia digna solo de Dios. Pero es la Verdad. El
genial teólogo Duns Scoto sostenía que sólo Dios es “teólogo absoluto”, porque
nosotros los humanos somos apenas “teólogos en sentido relativo”. De hecho, solo
Dios conoce bien a Dios.
En ciento sentido esto ya lo había dicho Aristóteles que ha definido a Dios
como “pensamiento del pensamiento”. Para él Dios, de eternidad en eternidad,
estaría “haciendo teología”, única actividad de la altura de su grandeza inmensa (cit.
p. 551, n.16).
Como hemos visto, la teología se ocupa de las realidades creadas y de los
seres humanos, pero no con relación a su funcionamiento, sino a su destino. Como
decía de una manera muy pertinente Galileo Galilei, la teología no discute sobre
“como esta el cielo”, sino “como se va al cielo”, y esto es mucho más importante. Lo
que interesa no es el curso del universo, sino su significado último.
Poniendo en relieve todavía el nivel social, reporto la consideración del
exrector del Colegio de Europa. H. Brugmans. Para él, si la sociedad hoy ha perdido
la brújula y ha caído en el pragmatismo a buen mercado, es porque esa no dirige
más la mirada en el amplio horizonte de la teología. La teología, en efecto, pone las
cuestiones de sentido a partir de las cuales todas las demás encuentran su lugar y
su propio valor.
Y para cerrar esta especie de elogio de la teología y de su importancia,
recuerdo aún otro testimonio, la de un filósofo ateo moderno, Max Horkheimer
(*1973). En una célebre entrevista, dada al final de su vida, este pensador se
mostraba convencido del hecho que “detrás de cada acción humana estaba la
teología”. Y deducía que, “si una política no conserva en sí una teología, por más
fragmentaria, termina por ser un puro negocio”. Y llegaba a esta conclusión decisiva:
“Si se suprime la dimensión teológica, desaparecerá del mundo aquello que
llamamos significado” (cit. p. 595-6).
Hasta aquí mi joven amigo, es lo que quería decirte para que puedas amar a
la teología y comprometerte a fondo con su estudio. No me queda que esperar que
tú sigas los pasos de María de Nazaret la cual, como aquella que “conservaba todas
estas cosas, meditándolas en su corazón”, representa el icono de todo auténtico
estudioso de teología. Así, iluminado como ella por el Espíritu, tu serás llevado, de
verdad en verdad, hasta la “verdad plena”. Amén.

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