Вы находитесь на странице: 1из 28

c

L
aO
sa
m
is
Ma

AÑO 1
NÚMERO 1
La cosa misma, la cosa en sí misma, por fuera
de interpretaciones, vinculaciones o relaciones
que podamos establecer con la cosa, es la cosa.
La cosa misma. Cosa siempre fantaseada por
los estudiantes de letras. Desde ALALetra
–como agrupación de estudiantes de letras-
decidimos solamente impulsarlo para que la
cosa pueda materializarse. Se trata de abrir un
espacio que se irá consolidando, esto es sólo el
primer número, una pequeña tirada. Está
abierto a una sección para cartas de lectores,
columnas específicas, dibujos y cualquier tipo
de producción artística propia de los
estudiantes.
Este sencillo formato autogestionado que
consensuamos en llamar revista, tendrá el
precio del costo de la fotocopia -con excepción
de este primer número que es gratuito-. Por eso
sugerimos que envíen textos breves para que
más gente pueda publicar sin elevar demasiado
los costos.
Esperamos propuestas y textos, serán
bienvenidos.

Mayo 2014
Ajedrez
De María José Casasola
Con tan solo una mirada podía hacerlo sentir como si estuviese
en otro mundo, un lugar para ellos dos, el cual consistía en una
habitación bastante amplia, con pisos de madera y donde
solamente había una mesa y dos sillas. Sobre la mesa se
encontraba un tablero de ajedrez y todas las piezas preparadas
para el comienzo de la partida. Él era las blancas y ella las negras.
Siempre que jugaban ella ganaba. Todo tenía un significado.
Todo era un juego. Había que pensar con atención cual sería el
siguiente movimiento, debido a que una vez jugado, no había
vuelta atrás. No en el juego de la vida.
Sacudió un poco su cabeza, volviendo a la realidad, otra vez
había perdido más tiempo del necesario en aquellos
pensamientos, en aquella partida. Ahora el juego se había
trasladado a la realidad. Era algo tácito, pero los dos lo sabían. Al
final uno perdería. Uno caería.
Necesitaba prepararse. Era el turno de ella. Sabía muy bien que
tras ese movimiento sería un jaque. Llevaban dieciocho años
jugando el mismo juego de una forma muy reñida. Todo había
comenzado con la primera palabra que ella le dijo a él. -
Juguemos.- Y así es como fueron trascurriendo los años, jugando
y jugando, ya llevaba perdiendo bastante, necesitaba dar vuelta
la partida.
Sus amigos jamás habían comprendido con exactitud a que se
refería con todo ese tema del juego. Lo consideraban como un ida
y vuelta. Pero había más en ello. El simple hecho de caer,
significaba perderlo todo.
No sabía que la partida ya estaba ganada. Aunque hiciera
cualquier intento, en vano sería. Ella ganaría. La cuestión era
cómo. Pero unos días más tarde él lo supo y cayó de rodillas al
suelo con lágrimas en los ojos. Había caído. Perdido
absolutamente todo. Y el movimiento de ella solamente había
constado en pronunciar dos simples palabras.
-Me aburrí.-
Jaque mate.
ALBA
De Renzo Sanfilippo
Las aguas se habían calmado y quedaba esa sensación de silencio,
sensación puesto que el silencio no existe y basta apenas pensarlo para
darse cuenta de que incluso en la sumersión más profunda del sueño, las
voces nos persiguen incansablemente y entonces, una resignación que es
como una tregua para poder seguir viviendo, pero eso en caso de que
realmente sean importantes estas cosas. Lo que importa es hacer el intento
de captarlo, sí, captar esos momentos(como éste) en que las sensaciones
nos muestran otro camino, y tomarlo hasta que la fatalidad de las
obligaciones cotidianas, esa prisión que nos fueron tejiendo por los siglos de
los siglos, sea como el agua fría de la mañana un lunes antes de ir a trabajar.
Alba no me estaba mirando, dormía como un gatito enrollada en mi pecho y a
lo mejor, quién sabe, soñaba con grandes playas en donde el cielo y el mar se
confundían simétricamente y quedaba la arena esperando con su colchón de
sueños y de risas que tendamos allí otro tiempo, un tiempo sin relojes ni
oficinas, un tiempo en donde nada podría valer más que sonreír
estúpidamente luego de hacer el amor. Pero dormía, Alba dormía y creo que
lo que acabo de contar es apenas una pizca del sueño que tuve antes de
despertarme, hace un rato. Lo cierto es que la quiero tanto y, a veces, me
quedo como un tonto perdido en el aire porque en verdad no sé cómo
decírselo. Hace ya 15 años que estamos juntos y ella sigue siendo como los
dos golpecitos secos para destapar el mate amargo cebado con tanta
ternura, esa primera luz del día que entre un dulce: "despertate, Oso, ya puse
la pava" y otros susurros me anima a seguir adelante con mi vida, a
despertarme una vez más entre las cenizas de vidas muertas, nuevamente a
vivir con Alba que siempre ha sido luz, que siempre lo será porque esas
cosas no cambian.
Tuve ganas de despertarla, y dudé al notar que ahora era como una
cachorrita arropada a mi piel. Sin embargo, tomé coraje y con el mayor de los
cuidados posibles me despegué con tristeza de Alba y bajé de la habitación
sin otra compañía que mi último cigarro. Luego de cruzar la puerta de
entrada, fui caminando con esa sensación de silencio y me fumé el último
pucho sentado en la arena, de frente al mar. Casi que me duermo de vuelta
antes de la llegada del amanecer, pero ahí estaba el primer mate cebado y el
beso en la mejilla, la sonrisa que nunca se borraba y menos ahora que el
silencio era música, que el cielo y el mar aun no se confundían
simétricamente porque llegaba a nosotros la primera luz del alba con sus
ritmos y colores anaranjados y ese momento valía por todo.
Alfonsina.
De Leonela Esteve Broun
Que tu cadencia silenciosa me acompañe,
como un susurro en mi oído,
que tu sabor salado se deshaga
en mi lengua entumecida
y reviva este corazón cansado
de tantas noches de despedidas.

Que tu oleaje infinito me arrulle


con sus brazos de espuma,
liberando a mi alma
de sus cadenas enmohecidas.

Que tu inmensidad me desborde,


con su fuerza marina
y consuele con melodías,
a mis esperanzas perdidas.

Feed your head


De Leonela Esteve Broun
Persigo al conejo blanco,
sin siquiera saberlo.
¿Me dará aquello
que estoy buscando?
El reloj no para
y yo tropiezo.
Ojalá la reina
no corte mi cabeza.

Enero
De André Silvestri
Un pájaro aúlla en la ventana
una zamba de memoria sórdida
nunca lo creí posible…

Pero el mundo canta eternamente


hasta que alguien escucha
en ese momento se detiene
y el que canta es ese alguien.
Paseo y Reloj (que desea)
De André Silvestri
Estas calles son de vómito
estas percepciones cromáticas
estas puertas dopadas de su esquizofrenia
todo sangra sol de jeringas

Guirnaldas van al incipiente son del gris


tristes bocas marchan buscándose
siempre sucias y rotas cargando margaritas
resuenan leves con sus fibras putrefactas

Estas lenguas y estas llagas


estos golpes en la mejilla olvidada
estos odios desconocidos y de familia
carnes rancias, no hacen más que esperar

...y pudrir... y fluir... ¿y qué más?

Yo fluyo cual el todo

En eternas ganas de matar


como animal a la sedienta
sedienta y delgada aguja que corre y corre
en un reloj de barro en la plaza
reloj que desea... ¡ah, como desea!
a la hermosa muerte
y en su deseo llora
y en su lágrima una puta
una droga
un árbol
un canto
una molécula
una idiotez
una desesperación
puedo verlo:

él desespera incrédulo
inmerso en su tormento inmenso
de grandes moscas y mosquitos como nubes
carcomiéndolo todo a su alrededor
él oye por ahí que el nocturno cielo
se luce esplendido hoy
como delirio de náufrago
él no logra ver al nocturno
a medida que su aguja se arrastra
por la putrefacción
él solo busca en el suelo quizás un billete
para morir de una vez, otra vez y otra vez
a sabiendas de que ya no puede.
como delirio de náufrago
él no logra ver al nocturno
a medida que su aguja se arrastra
por la putrefacción
él solo busca en el suelo quizás un billete
para morir de una vez, otra vez y otra vez
a sabiendas de que ya no puede.
Sueño con una señorita
De André Silvestri
El avispero se azotaba en mi boca
por mi cama nadaban cucarachas
salté en el terror, desnudé aterrado
un reloj me rompió los dientes
me hice nido de gigantes moscas verdes

corrí por la habitación de ese cielo


el piso era cuero de serpientes vivas
vomitaban bajo tierra como cigarras
y en el techo sus mismas cabezas rugían

mi piel resbalaba en los besos de la sombra


mi carne se derretía como hielo de pantano
se abrió en mi espalda una rapsodia filosa
desde adentro me brotaron mariposas subacuáticas
devoraron mis entrañas con sus sopapas voraces

mi nuez fue arrancada por un ave ácida de metal


lloraban mis perros al ver mis ojos en bruces
aullaban y buscaban mi sangre, no había
solo un poco de agua derramada en el pasillo
-mi alma huyendo de aquel cielo, volvió
y ahora canto mientras espero un taxi-

De la forma
De Alito Reinaldi
Sólo la fragilidad desde su forma,
imperceptible, forma gris.
La sangre gota que se quiebra,
el labio inmóvil,
la frontera de aire,
la saliva que se pierde.
Todo tiñéndose de sueño,
y el semen desbordado,
y esta hija,
y esta lágrima.
Todo tiñéndose de forma.
De la contemplación
De Alito Reinaldi
Así, ver detrás de la espuma,
de esa historia de humo
que desprende y se revuelve amorfa,
y sólo hallar un brillo de ébano,
desesperanza de guerra,
sólo el llanto,
sólo la sonrisa temerosa.

Ay!
Contemplar así
esa contradicción infatigable,
lo eterno en la palabra,
en el disfraz,
en lo vasto de ese mar
de máscaras atroces.

Ay!
Asistir,
como si de un deber se tratase,
al teatro mismo del descenso,
a la propia creación de lo mundano,
de la lejanía.

De la indefinición del objeto


De Alito Reinaldi
Quién quisiera la cosa
cuando antes está el fuego,
el combustible y el inabarcable fuego?

Quién quisiera la cosa


si hay brillo, y hay muerte,
si hay un pasado reflejo, una esperanza?

Quién quisiera la cosa, les pregunto,


si la distancia espera, allí,
donde no hay nada?
Desnudos.
De Nerina Ariaca
Los raros,
naciendo a la vida para comenzar a morir.
Dicen que somos la figuración de un género muerto,
cargado de balas inquilinas capaces de terminar con el fuego.
Que vinimos a la palabra, desde la palabra insistiendo en el cuerpo.
Que terminamos con la humedad, con la confesión equivoca del
desterrado.
Subalternos detrás de la plaga,
entre carcajadas mutiladas
nos sangran las encías al grito de ¡bandera!
y cargamos los fusiles de retórica.
Los insulados,
sufriendo la carne para dejar de ser, en el ser, una huella de
confesión.
Dicen que pintamos la estación en el delirio de hablar,
que somos trapecistas paralelos
que emergen hacia la soledad para confrontar el duelo.
Los hijos,
momentáneos espejos en la rebelión de los convictos,
el cáncer en todo carnaval flotante de intensa agonía.
Los que luchan desde la ceniza bajo un mismo terrorismo
de pertenecer al estigma polo lengua.
Los asesinos inacabados de la incertidumbre.
Hablan de nosotros cuando nos tildan de absurdos.
Como si fuéramos errores ópticos de la historia,
como si serlo nos alejara de la hoja.
Pero, qué pueden entender ellos de nosotros
si los parlantes del sistema enmudecen al bohemio.
Pero, qué pueden saber ellos de las máscaras
si en el circo del idioma pocos sobreviven.
"Todos de pie que ahí vienen los raros", se oye.
Todos de pie
incluso nosotros, los escritores.
DES-ORACIONES
De Santiago Salemme.
Planteo me yo,
muy estoy pensativo,
lo pienso y pienso ello lo,
de hacer trato,
incoherencias, desquiciadas éstas.
Des-oraciones, des-hora-ciones,
no sentido quiero expresar.
Hora-ciones,
en perdido tiempo el estarán ayer,
no tiempo tienen,
no sentido buscan encontrar.
Sólo son eso,
des-oraciones,
en que ordinario lo forman quieren no.
Mundo otra, otro cosa,
no sentido acá hay,
nada no es, todo.

De Santiago Salemme
Como el arco de la vida,
armonizada por opuestos,
a todos nos llega su flecha,
flecha que abre muerte en el aire.

Como la cuerda del arco,


necesitamos una ley oculta.
La vida sin muerte no es vida,
y la muerte sin vida no es muerte.

Sin una de ellas,


¿Sería vida algo sin fin?,
Sin haber vivido una vida, ¿Habría muerte?,
Pero, ¿Muerte de qué?, si nunca se tuvo nada.
EL TAMBORIL DE LA LLUVIA
De Edgardo García
EL TAMBORIL DE LA LLUVIA no cesa;
ella espera junto a la ventana.
La tarde en que las ideas
del teclado parecen lejanas
y sus papeles se tornan oscuros.
Piensa en su novio y dice: " boludo".
Si en los labios de una mujer
la palabra boludo se enuncia,
se refiere a un hombre inmaduro
aferrado a su infancia en penumbras,
que de toda responsabilidad
prefiere seguir siendo ajeno
y sólo puede afrontar la vida
cuando viste su disfraz de juego.
Guarda ella los libros de historia
y repliega también el teclado:
seguirá escribiendo mañana
su novela sobre la guerra.
Percibe junto a la ventana
que la lluvia ya no suena.

ENGAÑOS
De Edgardo García
Fue en Empalme Graneros donde se conocieron.
El pasaba a la tarde relojeando la ochava
con el ansia en el pecho y avivando en secreto
su romance prohibido con la piba que amaba.
Tras los muchos encuentros, la pareja de novios
se encontró con la férrea resistencia en los padres:
le impusieron a ella que viajara muy pronto
a vivir con los tíos, debiendo separarse.
Con la música pudo mejorar él su suerte,
fue cantante de cumbia hasta cuando la muerte
mutilara el camino del artista ascendente.
A Rosario regresa, divorciada hace un año.
Escuchando esa cumbia, sumergida en el llanto
hoy recuerda al cantante del conjunto Engaños.
En ti
De Cintia Elizabeth
Hoy me levante pensando en ti...
Como otras mañanas del pasado.

Me pregunte como estaría tu perro,


tu hermana...
Me pregunte si seguirías estudiando lo mismo
o si como todos,
habías abandonado la carrera por una mera epifanía nocturna,
[que a los de nuestra clase, hubiera aparecido una noche de
ensoñación...

Me pregunte como sería vivir sin mi...


Al parecer no es nada difícil...
Al mismo tiempo recordé,
esas viejas preguntas en aquellas frías noches de Mayo...
Aquellas épocas donde me preguntaba que sería de mi sin mi
[dosis diaria de ti.

Me preguntaba cuanta dificultad me llevaría


volver a darle a mi vida un rumbo normal....
Al parecer no es nada difícil...
Al parecer nunca fuimos nada.

Y sin embargo,
quizás un poco en vano,
debo admitir que de a ratos te extraño...
Aunque seamos tan obstinados;
esa sensación de extrañar aquello que nunca pudo ser.
Clase de griego
De Florencia Giusti
Salí un viernes a la noche de la clase de griego
vi la luna con una neblina gris .
Vuelvo a mi casa,
me acuerdo de que me invitaste a cenar,
va a ser muy difícil
no contarte de dónde vengo,
es una estrategia para
hacerte pensar que soy interesante.
Quiero estar en otro lugar,
corriendo hacia un cuarto oscuro.
Pienso en el espacio abierto
y cerrado de mi paladar
cuando pronuncio
la a ,
la e ,
La o.
Estudiar griego no es para mí
camino el pasillo de la facultad,
un trayecto insoportable.
Me siento
liberada,
desde la salida
hasta mi casa.

De Gabriel Lovera
Puertas que se cierran
hielos que se derriten
focos que se queman
libros que se acaban
trenes que se pierden
sueños interrumpidos
lentes que se rayan,
vos
en brazos de otro.
yo.
Cosas
que ya no tienen arreglo.
De Gabriel Lovera
En un instante
la luz golpeó
el vidrio,
el espejo,
la cinta sensible.
Creen,
que ciertas formas de mirar,
crean.
Las cosas que se hacen
presentes
en un instante,
esperan ser reveladas.
Un instante congelado
es una burla momentánea
al devenir.
Pronto,
habrá que inventar
para recordar.
Lo minúsculo
De Lucía Desuque
Descubrirme tan sola
en un mundo enormemente
pequeño
confuso
difuso.

¿Qué me dirías de eso?


Los bailarines se ejecutan en silencio.
La piadosa luz los contiene,
los admira.

La conjunción difiere justamente en que están juntos


(la luz piadosa y los bailarines)

Sus débiles sombras no me proyectan,


no me dibujan en el auditorio
no me incluyen.

Es así que la niña tonta se atonta más


en la situación

La mirada, (mi mirada)


se acorta,
se diluye,
se empeña en no mostrar
la otra cara
(la oculta)
que llora en silencio
De Guillermo Bisutti
-¡Sátrapas, quijotescos jinetes de una rocinante perogrullada! Espíritus metatizados que
viajan al noúmeno para robarle un nombre a la cosa en sí kantiana...
-qué cosa en sí kantiana?
-esa, la cosa misma que se nos escapa, que nos hace empeñar nuestra subjetividad de
idiotas en cada intento fútil de nombrarla, de interpretarla. Si la palabra que se dice es, para
estar de acuerdo con Montaigne, "mitad de quien la dice y mitad de quien la escucha", algo
de todos los nombres que damos nos pertenece, algo de los que recibimos es nuestro, y la
mitad ajena es al menos un acierto que se tiene con el otro, una simpatía, una equivalencia
que nos equilibra como iguales. La palabra escrita sin duda es otra cosa, la cosa misma del
que tiene la virtud -o la desgracia- de no ser una mera cosa. La palabra que escribo tiene la
osadía de ser toda mía, pesada en la hoja blanca, es esa parte de la palabra hablada que
me pertenece, que en el intento de desujetarme, en la fauce hueca, vacía, con que está
agujereada mi carne, produce una resonancia que aporta lo suyo en la vibración de su
cuerpo, el testimonio de una diferencia.
-El cuerpo es las palabras, la escritura. Se escribe en el terror de volverse una cosa, pero
jugando perversamente con esa muerte que cosifica nuestro cuerpo. Esa famosa
clarividencia griega del Sema-Soma, pues ellos no hablaban del hombre vivo como una
totalidad, siempre es una referencia a una parte del cuerpo para señalar un hombre vivo, y
solo con el cadáver tienen una palabra para abarcarlo como un todo, solo en la muerte se es
un cuerpo, solo al morir nos pertenecemos por entero, triunfamos de una alienación que
nos hacía ruido. La cosa es aquello que ya no es susceptible de interpretación, que solo
puede ser hablado por una subjetividad, por un ser desdoblado en esa parte que es real y
aquella otra imaginaria, que dobla el espacio y el tiempo para poder sonar en una
articulación con lo otro que lo aliena. Por eso hablas de la escritura como una experiencia
que linda con la muerte. Escribir es aventurarse en la cuerda tendida entre lo real, la
muerte, y la vida, el mundo. ¿No es así?
-Es algo así, a medias, en la mitad que me pertenece de tus palabras estás en lo cierto.
-Y en la otra mitad digo la misma cosa.
-Sí, pero no es la cosa misma, ¿entiendes?
-Supongo que soy un eco tergiversado que pone algo de su cuerpo en la voz que hace
retornar, en la respuesta.
-Sí, sería más sencillo desarrollar esto si me dejaras hablar solo a mí.
-¿Me estás pidiendo que me vaya o que solo me quede para escuchar?
-Irte, eso sería lo mejor para que yo pueda decir las cosas sin que me interrumpas o
confundas lo que digo con lo que es. No tendría sentido un diálogo en que los dos que
dialogan dice lo mismo, y puesto que crees decir lo mismo.... pienso que lograrías mejor
eso si no dijeras nada y me dejaras monologar.
-¿Te das cuenta que solo tiene sentido que digas las cosas si yo estoy ahí para creerte, para
vibrar de credibilidad, para sentir la vida que las palabras hace estremecer en la
profundidad humana de lo que teme morir a la vez que lo desea?
-Es evidente que entendiste cualquier cosa. ¡Por cortesía, esfúmate!
Al esfumarse, al irse, este personaje es quien mejor expresó la cosa misma, a pesar de
todas las cosas que el otro dijo sobre las cosas y las palabras y lo real y... bueno, he aquí el
fin de la cosa.
I ojoSojo
De Marcelo Debailleux De Marcelo Debailleux
Cuando esta solo eso Despojos, despojos
No hay nada ¡Oh! ojos míos ojos
No hay aire ni furia Ojos de espejos
Ni oído ni agua. Despojados espejos
Desposeídos de deseos.
El tiempo no es tiempo,
Nada tiene gusto ni color Encadenados
No hay forma en las cosas Viejos trapos encadenados
Nada ilumina el espacio desol
Ahora vacío. Son insolazes ,solocos
Jubilentos y incansables,
Estas solo tú
Germen de un poema Son perdidos
Tú ves y sientes Son los faros de mi fadre
Tú quieres ser, eres. Son la lagrisima espera
De un bestuyo.
El viento, los grillos Lazos incansables
El suspirar de mi pecho De desilenceo celo.
Te recuerdan perdido
Y aquí estas ahora conmigo
Contigo.

La mancha
Noche en tinta
Cuenco volcado sobre mi hoja
Ingenua proteiforme.

El grito del papel


La hendidura, la herida
La mellada pluma que penetra.
La mentira...
Oigo una mosca zumbar
De Marcela Gómez
Moscas, hedor animalizado semejante a una ficción, capaz de alcanzar sus máximos poderes.
Rodean la casa, creo que al final de todo nos han atrapado. En nuestro intento por privarlas de
cualquier acceso posible, nos han tendido la trampa. Ahora son nuestros cuerpos los que
carecen de libertad. Su astucia, experta en hallar el orificio indicado, es nuestra perdición.
Semanas atrás entraban de a poco y podíamos aplastarlas. Pero el veneno estaba en falta en
toda la ciudad, los que viven entre murallas lo habían adquirido en grandes cantidades, de
modo que no quedaron más en circulación. A los pocos días eran tantas que no había forma de
matarlas. Entonces salimos, necesitábamos respirar. Por suerte ninguna de sus compañeras
se percató de nuestra presencia en la calle, fue todo muy rápido. Salieron detrás nuestro y
como nos habíamos escondido tardaron en rastrearnos. La casa quedó vacía, así que vimos la
oportunidad de entrar rápidamente, y así lo hicimos. Pero tal hazaña terminó mojando el piso
con lastimeras lágrimas, aunque no fueron las mías. Mamá no podía correr (no sé si alguna vez
pudo hacerlo), y Fermín, un primo de Larroque que vivía con nosotros hacía ya algunos años,
entendió que no podía esperar a que entre para cerrar la puerta, habría sido como esperar a un
gorila hambriento con el cuerpo ya desnudo para facilitarle la tarea. Mis dos hermanas, María y
Jazmín, lo golpeaban para que abriera la puerta hasta no tener más fuerzas, por cansancio, tal
vez de los mismos golpes o del incesante llanto. Nunca lo perdonaron, así como nunca
volvimos a ver a mamá Cora (le decíamos así porque si hubo un día en que al levantarse no
haya visto su película favorita, fue por circunstancias mayores como tener que ir al banco o a
comprar pan fresco). Por suerte las ventanas estaban ya completamente clausuradas y no nos
permitieron observar su trágico desenlace. Enseguida Fermín selló la puerta con la resistente
cinta que le habían vendido en la tienda del loco del once (decía haber acudido a un festín sobre
algo parecido a ruidos ensordecedores e hipnotizantes y prostitutas bailando que lo habían
dejado medio loco cuando vivía en once); yo no confié nunca en ese mamarracho de cuello
ancho y ojos sospechosos, siempre quejábase de no tener un mango pero el tipo era un
despilfarro, hediondo a cloaca y de camisa manchada (lo hacía a propósito para que las viejas
ingenuas se compadecieran de su aspecto mugroso). Pero se llevaba bien con Fermín, a quien
también le gustaban tanto los billetes mas nunca había hecho algo para conseguirlos, y yo no le
hablaba mucho del tema porque teníamos que convivir juntos y prefería no escuchar sus
reproches a cerca de la propiedad. Es cierto que gracias a su padre, mi dichoso tío Felipe,
habíamos tenido una casa en donde vivir, y en realidad no era incumbencia del hocico húmedo
de mi primo pero él se regocijaba con su discurso diciendo que le pertenecía más que a nuestra
familia y que nos podía echar si quería. Así que un día Fermín llegó gritando sonriente "¡eh,
Marito, mirá lo que conseguí, nuestra salvación, no deja entrar ni una ráfaga de aire!". Entonces
terminé de cubrir los espacios de alguna que otra ventana que se nos había olvidado, de la
puerta del fondo y de la rejilla del resumidero, tan apresurado que los monstruos no tuvieron
tiempo de encontrar las rendijas que faltaban aislar.
Fue así también como quedó sellado nuestro destino al infierno. Era nuestro hogar uno de los
pocos que quedaba en el barrio, y los vecinos que todavía no habían muerto pero estaban
agonizantes, arrastraban sus cuerpos y nos golpeaban la puerta de una forma que parecía que
la estructura toda iba a derrumbarse. No sé de dónde sacaban tanta energía para los golpes.
Tampoco sé por qué las moscas no terminaban de matarlos, debiendo perecer quizá de dolor,
quizá de hambre, porque una vez que los maléficos bichos se habían apoderado del sujeto,
algunos quedaban en su interior y se alimentaban, además de sus vísceras, de cualquier cosa
que entrara en su organismo. A María y Jazmín las tuvimos que atar en la cama durante dos
días, porque insistían en salir a buscar a mamá y corríamos el peligro de que inauguraran la
puerta de calle para las moscas. Ese tiempo me odiaron también a mí, y yo era consciente de
que habíamos sido un poco egoístas en dejar a mamá afuera, pero también era cierto que
estaba por sucumbir en cualquier momento, el cáncer de piel se había apropiado, hace
mucho tiempo, de hasta uno de sus ojos, y la pobre vieja ya estaba tuerta y medio ciega del
que le quedaba. Y tener a un muerto pudriéndose en la casa hubiese sido algo abominable, la
pestilencia de un cuerpo en putrefacción atraía a los monstruos más que alguna otra cosa,
parecían entrar en un estado de éxtasis dionisíaco que les turbaba la mente y sólo tenían la
idea de hacer lo que fuere para conseguir la materia infecta. Ambas me escuchaban
decírselo y lo comprendían, pero sentían ser las asesinas de su propia madre.
María estaba terminando la escuela, era muy linda pero le gustaba leer historias de amor de
vampiros y creía que si moría naturalmente por causa de la vejez iba a lograr la inmortalidad
de esas criaturas y a encontrar una especie de príncipe azul; por eso no me llevaba muy bien
con ella, creo que ya estaba medio obsesionada con ese tema y que buscaba entre sus
amigos alguno que tuviese filosos colmillos. Jazmín, en cambio, era de mi agrado. Tenía 14 o
15 años pero desde los 11 que comenzó a creer en mi teoría de la revolución de la fe, todo lo
eclesiástico se derrumbaría de una vez, y la propaganda comenzaría en un parque de
diversiones ambulante y seguiría en los shoppings de las grandes ciudades, y
continuamente buscaba argumentos y me ayudaba a construirla. Nada de eso fue necesario.
Había esperanzas, pero éstas radicaban en la utopía de algún insecticida mortal que rociara
al mundo entero; no hubo muchos suicidios, pero la gente ahora salía a las calles y aullaba
ante su Dios que era una blasfemia, que a nadie brindaba su salvación y que preferían que
Satanás los visitase antes de volver a creer en él, el mayor pecado. También los señores de la
iglesia participaban en esta desdivinización: apuntando hacia el cielo y llenos de ira y de
decepción irrevocable, rompían los rosarios que siempre los habían acompañado y recitaban
contra el agravio y la deshonra del Hombre de los cielos unos versos que en la Santa Biblia se
injurian de "los ángeles que no guardaron su propia dignidad":
Estos son manchas en vuestros ágapes, que comiendo impúdicamente con vosotros se
apacientan a sí mismos; nubes sin agua, llevadas de acá para allá por los vientos; árboles
otoñales, sin fruto, dos veces muertos y desarraigados; fieras ondas del mar, que espuman
su propia vergüenza; estrellas errantes, para las cuales está reservada eternamente la
oscuridad de las tinieblas.
Hasta que los sollozos les cerraban la garganta. Aunque admito que hubiese sido mejor y
más cruel oír las palabras y promesas de castigos de un Zeus encolerizado. De todas
maneras me alegraba enterarme de tales escenas de traición. Mejor aún, de tan acogida
desmitificación.
Fermín estaba cada día más insoportable. En los tiempos en que no cuidaba que alguna
alimaña lograse entrar me dedicaba a leer las obras completas de Rimbaud y Mallarmé. Al
embustero le gustaba hablar y mis hermanas no le dirigían la palabra ni yo fui nunca tan
charlatán, pero llegado un momento me rebalsó los tímpanos con sus historias de
adquisiciones, de sus amantes y que se yo que otras tonterías más, hasta que logré idear un
sistema para que su voz no penetrara en mí. Sin embargo me hubiese gustado despejar las
salidas para que las moscas se deshicieran de él lo más velozmente posible.Cuando era yo
pequeño veía a las moscas más grandes de lo que en realidad fueron siempre; a pesar de
tanto alimento humano, nunca aumentaron de tamaño. Pero sí descubrieron algo alguna vez
que las fortaleció. Inmunes casi a cualquier cosa, lo más fiable para aniquilarlas era
aplastarlas, pero si nunca fue fácil para el hombre tal labor, menos en esos tiempos donde
aparecían rodeadas de cientos de sus compañeras. Nada las aplastaba, nada las capturaba,
nada las ahogaba, nada, nada, ¡nada!. Peor que la peste desatada por Apolo sobre el
campamento aqueo, las moscas se duplicaban y triplicaban incesantemente, la verdadera
plaga que acabaría con el hombre. Sus ojos compuestos y de un color repugnante todo lo veían;
sus antenas eran capaces de percibir el más mínimo movimiento de un cuerpo, como un radar
de defensa; en las piezas bucales contenían el secreto para inmovilizar casi por completo al
individuo el tiempo que necesitara para su tortura; las alas quemaban la piel al mínimo roce; el
tórax sólo les servía para su equilibrio y en sus patas se encontraba el martirio: los filamentos se
clavaban en la piel y el veneno que contenían se liberaba quemando primero las células de la
sangre y seguidamente las capas musculares.
No comprendo por qué no habían actuado antes. Pero creo que los cuatro tratábamos de
ignorar que mientras más pasaban los días, más crecía el tormento de lo que significaba la gran
espera. Era la hora de la siesta, casi ni dormíamos por las noches, cuando comenzamos a sentir
el ruido de la muerte. Toda la cinta que habíamos utilizado empezaba a deshacerse y las
moscas a entrar en la casa. Se la estaban comiendo con el placer con que un niño come un
dulce caramelo, su favorito. Fermín luchaba con el matamoscas en mano, María lloraba y corría
por todas las habitaciones, Jazmín me abrazó y me pidió que la escondiera, y la llevé al armario
de mamá, el que mejor se cerraba. Acto seguido -y último- agarré un lápiz que se encontraba a
mi pies y un trozo de papel. Si hubiésemos salido a la calle hubiera sido en vano, y tal vez más
desagradable.
Rondaban miles y miles por toda la casa. Yo permanecí sentado y escribí lo más rápido posible.
De a poco, algunas fueron depositándose sobre mí... El dolor es bastante, debo admitirlo, pero
logro aguantarlo. Puedo sentir al veneno entrar por los poros y seguir con mis pensamientos su
recorrido, casi inacabable; deforma la superficie de la piel, las extremidades y la garganta arden
tanto como los cielos en los bellos días de sol que alguna vez había pasado en el campo y que
por las noches los rayos asediaban. La mente me sangra. Las entrañas se despedazan en mi
interior con lentitud. Moscas, se han robado mi aliento. Una catástrofe desatada por la batalla de
sentidos, pero no lograré saber si percibo más el calor abrazador o el frío abismal. Lo último en
dañárseme es el corazón, pero de la forma más cruel y lenta que algo puede perecer. Y el
susurro de un alarido desconocido brama que no afirme los pensamientos en tal aflicción, pero
ya me es incontrolable, cual la fuerza activa del destino gobernante sobre el hombre, que ha
existido alguna vez.
Y tal vez mi padre lo había dicho ya: el más diminuto y astuto insecto podrá contra la enormidad
de la criatura más cretina. No me acordaba de ellos hasta que sentí gritar a María y me dio un
poco de pena, no sé que habrá pasado con Fermín ni con Jazmín. Mientras, me veo envuelto
por la tóxica muerte como por pequeñas cosas negras que se mueven sobre mí. Algo me
mastica por dentro y creo morir.
Ritalina. Junio 12
de María Sofía Borsini.
1
En un estado de depresión tal, las palabras son basura.
Basura.
Yo soy basura. Y todo lo que me rodea.
Me rodea basura, poética y literalmente.
Las ratas. Las ratas caminan por doquier. Las ratas no me dejan dormir. Su sonido. Su
[insistente sonido. Insomnio, ahora insomnio.
2
Era martes. Odio los martes.
No sabía que lo era hasta que me lo dijeron en la clínica. Martes. Martes. Tosco como
[un día martes. No está al principio ni al final de nada. Es un no día. Es nada, pero es
horrible. Odio el martes. Odio ese martes.
Irrumpen en mi paz. En mi silencio. Mi silencio que era tan perfecto.

La entrevista del martes no tuvo posibilidad. No iba a dársela.


No me importa tu café. Tu bolígrafo insistente. Veo como me observa el rabillo de tu ojo
[detrás del tercio superior izquierdo de tus gruesos lentes negros. Tus lentes insistentes.
Preguntas. Tantas, y ninguna tuvo un sentido. ¿Respondí? ¿Sí? ¿No? No recuerdo. No
[es importante. Tu carraspera me disturba.
Alzas tus lentes sobre la nariz dos veces antes de preguntarme de vuelta.

Todo pasó tan len-to.


Elena, debió ser Elena.

Una receta por psicofármacos. Y mi suciedad que ya no era tal.


Ya no era mía. Habían penetrado en mi suciedad.
No quiero vivir más.

No quería vivir antes. Y ahora no tengo ni mi suciedad.


3
Me habla. Me habla y no escucho nada. Ella habla mientras la pólvora se fuma su
[cigarrillo. Lo alza, sacude la colilla y sigue hablando. No lo fuma, o sí. Se termina. Prende
otro y sigue hablando.

Ella vino a quitarme lo que quedaba de mi suciedad.


4
¿Cuándo termina? ¿Cuándo se va?
5
Una terapeuta mujer porque me va a hacer bien.
Con ella vas a hablar, dijo. En algún momento.
Nunca hablé. En mi vida nunca hablé. No con mujeres. No con hombres. No hablé. No
[me agradó nunca hablar. No hablé con quien conocía. No voy a hablar con vos.

Ni con esta amorosa-amorosa terapeuta mujer. No.


Más polución. Pero esta no es mía.
Ácaros. Me ponen muy nervioso los ácaros.
6
Una dosis cada 12 horas y listo.
¡Lis-to!

A veces necesito estar triste.

Enmucede. A quien pa-de-ce.


No vas a notar la diferencia.

Sentir.
El placer de estar triste.

La cabeza. La migraña. La intoxicación.


¿Quéfueloquehiceanoche?
Anoche. ¿Qué?
El dolor. Profundo.
Persiste. Perdura.
Incrementa. Escarba. Penetra.

El dolor. Adentro es parte.


Me complementa y me desintegra.

El dolor no cesa.
7
Y ella que
Noparadehablardecosas.
8
Siempre
Siempre tuviste problemas de sueño.
Desde chiquito.
Desde que yo estaba embarazada.
Siempre.

A vos nunca te gustó dormir.


Ritual
De Tomás Sufotinsky
Entro en el angosto corredor que es la cocina, demasiado familiar para reparar en los objetos que la
componen. Tomo la pava y abro la canilla de agua caliente. La lleno hasta que al mirar en su interior el
nivel del agua llegue hasta la mitad del orificio del pico. La deposito sobre la hornalla delantera
derecha que enciendo con el encendedor. Busco el mate con la mirada, está al lado del secaplatos. Lo
llevo junto al tacho de basura y lo vacío del contenido viejo que empieza a negrear. Lo lavo de restos, lo
mismo que a la bombilla que estaba clavada en la yerba. Dejo correr el agua fría un poco y ayudo con
una mano a que los restos de yerba se vayan por el desagüe. Voy hasta el ropero que oficia de
despensa junto a la heladera y de él obtengo el yerbero. Vierto yerba hasta la mitad del mate. Tomo el
mate con una mano y con la otra le tapo la boca. Sosteniéndolo así, lo inclino hacia un costado de
modo que la yerba quede en forma de pendiente. Agrego un poquito más de yerba sobre la parte más
profunda para rellenar un poco y vuelvo a realizar la operación para formar la colina verde. Tomo la
pava cuya agua estará, presumo, a mitad de camino de obtener la temperatura deseada y vierto un
chorrito sobre la parte profunda del mate para ir preparando la yerba para la introducción de la
bombilla.Vuelvo a poner la pava sobre el fuego y me quedo esperando. En silencio miro hacia la
ventana octogonal del lavadero contiguo a la cocina por donde penetra toda la luz que la ilumina. El sol
todavía alto de las tres y media de la tarde da de lleno sobre los edificios. Es agosto, no hace ni frio ni
calor. Unas palomas, o las mismas palomas de siempre, reposan en el antepecho de una ventana del
edificio de enfrente, presumiblemente, la ventana de la escalera o de un palier. Sólo miro alrededor
de dos minutos. Lo único que rompe el silencio y la quietud, lo único que da la impresión del paso del
tiempo es la vaga percepción de mi propia respiración y el ruido del motor de la heladera que se pone
en marcha. Veo que del pico de la pava empieza a subir un hilito de vapor. La retiro y vierto otro
chorrito de agua durante uno o dos segundos sobre el mismo punto antes mojado de la yerba y
vuelvo a depositarla sobre el fuego. Durante diez o quince segundos más voy viendo cómo se va
ensanchando la columna de vapor y cómo va surgiendo del silencio el ruido que precede a la
temperatura de hervor. Apago la hornalla en el momento justo. Busco con la mirada el termo, está
junto al secaplatos, junto al espacio que el mate dejó tras de sí. Un poco trabajosamente le saco el
tapón de goma y tiro el agua vieja y fría por la pileta. Voy hacia la pava, la tomo y vierto su contenido
en el termo. Observo durante los quince segundos que dura la acción el vapor que se desprende y se
remonta del chorro de agua que se curva desde la punta del pico de la pava hasta el anillo de espejo
empañado que es la boca del termo. Miro el interior y compruebo que el agua llegó hasta donde se
angosta el cuello del termo. Lo tapo haciendo presión en el tapón de goma. A pesar de que no quedó
espacio para que entre aire, tiro el primer chorrito de agua sobre la pileta para evitar un accidente.
Ruido hueco de agua sobre chapa. Le echo, ahora desde el termo, un tercer chorrito de agua al
mismo punto del fondo de la yerba al que le había echado antes y en el que se fue formando un
pocito. Espero que el agua se absorba. Vuelvo a repetir la acción dos veces más. Los chorritos deben
ser siempre cortos. La yerba empieza a inflase y el pocito se anega dando lugar a un charquito
espumoso y humeante en el fondo de la colina verde en donde ha de penetrar, casi sin esfuerzo, la
bombilla. Tomo la bombilla y la hago penetrar en la yerba mojada. Lo hace sin esfuerzo.
Tomo los elementos: en una mano el termo y un repasador que estaba colgando en la manija de la
puerta de la heladera, y, en la otra, mate con bombilla. Salgo de la cocina, entro en el comedor. Me
siento en la mesa despejada de frente al balcón. La puerta ventana está abierta pero no penetra
ningún tipo de brisa en la casa. Veo continuar hacia la izquierda la misma escena que veía desde la
ventana del lavadero. No existen, en verdad, instrumentos para medir. Imagino la visión de las
terrazas de las casas de enfrente, obstruida por el balcón y veo el largo, a mitad de manzana, del
edificio recientemente construido, inhabitado. La yerba absorbió el agua. Vierto un nuevo chorro de
agua y llevo el mate hacia la boca. El agua espesa, amarga, entra en mi boca. La lengua resiste la
temperatura del agua. El trago se aclimata en mi boca, comienzo a sentir la superficie de la lengua
más áspera. Trago y el trago calienta la garganta. Lo siento bajar hasta el estómago. Vuelvo a cebar.
Espero a que la boca, la garganta, el estómago se aplaquen de sensaciones y espero unos segundos
más. Soy consciente de que tengo la mirada, como se dice, perdida, ausente, viendo o mirando hacia
el paisaje que se proyecta en el rectángulo de la puerta-ventana del balcón. Vuelvo a sorber. Las
sensaciones son menos fuertes esta vez, indescifrables. Tomo el mate y el gusto ya es más nítido,
más claro, más familiar. Pienso que ayer conversaba con un viejo amigo, viejo, más que por la
cantidad de años de la amistad, por la densidad de su tiempo. Repasábamos lo que fue de cada uno,
porque antes éramos más, cuando me dijo "Vos hiciste un ritual."… Su comentario pasó
sospechosamente, ahora que lo pienso, desapercibido.
Es verdad, lo hice. Y lo sostengo acá entre mis manos. Y en su constitución, en el acto, se signa, se
articula, para mí, otra vez, después de roto, el mundo. Y siento que secretamente me lleno de
energía.
Soplar de una vela.
De Agustín Larrañaga.
Nunca sabrás lo que es renacer, si nunca contemplas un amanecer. Tal vez sientas
lo que es morir, y un leve escalofrío mute de tu cuerpo, cuando veas al ocaso partir,
y parir la noche, la sabía noche, que tanto amo, como un caliente baño después de
un día agitado, como esos en donde el cuerpo responde a los fáciles y agobiantes
estímulos cotidianos. Obedecer a cambio de un miserable pago, el que llena los
estómagos pero no los corazones, como los llena un sincero te quiero o un sincero
te amo, o un cálido y reconfortante abrazo, un beso robado o uno deseado.

Y cuando nuestra vela se apague irrelevantemente, como el candor del primer


beso o la primera promesa incumplida, yo ya no te amaré, pero si mi ser. Él te
amara, como un grato recuerdo, el que adornaré parte de mi alma...Y en ella
brillaré, o tal vez con el tiempo se atenué y deje de brillar. Pero aún que las tinieblas
polaricen nuestra luz, y hoscas nubes se expandan en nuestro cielo, siempre
quedara el momento, volverá y quemará como hiel, cabalgando vigorosamente,
volviendo del ayer... Grabado, tatuado en nuestra piel... Esos hermosos
momentos... Los que con el tiempo irán cicatrizando y quedarán... Tal vez... En el
olvido... En los minutos, horas, y días que pase contigo. En el viento, el que
acarició nuestros cabellos en esas noches donde el crepúsculo fue testigo de
nuestro trágico amorío. En los soles de nuestros amaneceres, en las estrellas
infinitas, en cada lugar donde cumplimos lo pedido, donde cedimos y fuimos
sumisos, siempre llevare parte de vos, en mi aire, en mi voz... Y en mis ojos, los que
te vieron crispar por primera y ultima vez.

Siempre tuve una bocota increíble.


De María Sofía Borsini
Siempre tuve una bocota increíble. Yo lo sabía. Siempre lo supe.
Esa necesidad imperiosa de decir lo que pensaba. Todo lo que pensaba al primer
pelotudo que tuviera al lado.
Yo siempre supe, o siempre debí saber que esa habilidad no iba a conducirme a
ningún lado. Por mi bocota, suprema, libre y orgullosa había perdido mi trabajo
anterior. Y por mi bocota estaba a punto de perder mucho más que el próximo a
conseguir.
¡Mira que caer tan bajo como para venir a pedirle empleo a este hijo de puta! A este
cuervo sin alma que me gozó siempre. A este pija corta que se cojía a mi mujer
cuando yo tuve aquello con Elena. ¿Quién me manda a arrodillarme así frente al
enemigo?
Mi mujer, claro, mi mujer me manda. Y yo soy un sometido más con una boca que
puede causar motines pero que no puede oponerse al capricho de esa gorda
acéfala que es la madre de mis hijos. Y yo acá, suplicándole por trabajo a este
energúmeno. Que espere un momento en el patio. Encima me dice que lo espere y
encima manda a otro a justificarme su demora. Criados sin alma que se someten a
la miseria de este millonario. Y tener que arrodillarme ante él me provoca nauseas.
Me suda el cuello. Me baja la presión.
Estoy en desventaja. Este infeliz podría decirme que no y reírseme en la cara. Este
infeliz podría pisotear mi dignidad como pisotea de la todos esto norteños idiotas.
No será así. Mi nombre no es un nombre que quepa bajo las botas de nadie.
-¿El baño?
- Apenas entra a la casa, doblando a su izquierda.
Volver a entrar a esa casa. A esa mansión inmensa. A esa oda al consumismo
estupro.
Volver atrás cuando creía haber salido de esto.

El baño era enorme. Incluso desproporcional para semejante casa.


Desproporcional para cualquier construcción de la existencia. Rebalsado de
espejos y pulcros mosaicos, refregados por las manos de mil bolivianos.
-Ninguno de tus lujos te los ganaste en buena ley.
¿Qué se podía pensar de un hombre que le dedica tanto lugar al espacio donde
deposita la mierda? Incluso su baño tenía quizás más lujos que la completad de mi
casa.
-Señor, quería saber si se encuentra bien. Lleva ahí un rato.
-Sí, me encuentro bien. Ya salgo.

Una casa rodeada de criados para atender la soledad de su persona. Venir a tener
tanto y no querer compartirlo con nadie solo habla peor del ser patético al que
vengo a pedirle empleo.
Y hacerme esperar acá, entre la tierra blanda de la construcción de una pileta,
también irrisoriamente desproporcional para su soledad. ¿Pero para que puede
querer tanto si este tipo esta tan solo?

Estos pibes sin alma y sin sueño laburando de sol a sol para satisfacer los lujos de
este parásito. Las injusticias de la vida.
Estos pibes a los que no confiaría ni una tijera, manipulando palas brillosas
manchadas con la tierra húmeda de un verano con mangueras mal aprovechado.
Esta tierra húmeda, esas palas brillosas, estos pibes sin alma y nadie para
preguntar por el paradero del cuerpo.

-Che, ¿Y es fácil cavar acá?


Yo y mi bocota. Y la rapidez mental de estas lacras sin alma.
Te besaría
De Agustín Larrañaga.
Te besaría en cada turno, diurno, vespertino y nocturno.
Cada hora, cada minuto, cada segundo.
En cada suspiro, en cada instante, en cada trance.
Con el mar, con la nieve y la lluvia.
Con el alba de testigo y el crepúsculo de espía.
Sintiendo el vértigo, parando el tiempo.
Aunque seas insensata y no sientas lo que siento.

Pecaría más de una vez por esos labios.


Haría trampa y burlaría el azar si fuera necesario.
Por más que no sea digno de tan lujosa apreciación.
Daría mi propia vida con tal de sentir la sensación.
De probar esos labios, de recorrerlos de explorarlos.

Pecaría en el propio paraíso, me burlaría de cada deidad,


vendería mi alma al de abajo, egocentricamente trataría al de arriba.
Aunque llegue al límite de la desolación, del camino y del sendero,
No dejaria que nadie me arrebatara tan hermosa creación.

Si pudiera negociar con el viento para que sea mi mensajero,


te enviaría cada beso reprimido, te haría sentir en cada brisa,
cada hora, cada minuto, cada segundo, cada suspiro, cada instante.
Lo que he guardado diez décadas, cien siglos y mil milenios.

Zonceras
De Federico Areste
Un martes 13 a las 21.30,
una reunión de consorcio,
unas campanas de un templo órfico devenido en boliche celestial,
la tristeza de una moza que juega a las escondidas atrás de un delantal,
un perro atado que quiere correr,
un semáforo en rojo que se ríe de la emoción al ser traspasado por una vida que está
[llegando,
las hojas del otoño que se desgastan cada vez que se apoya un lápiz en un papel,
una paloma encandilada,
un borracho perdido,
un útero sometido que quiere romper con la crucifixión y quiere volar,
un cronómetro del mundial del 86`sin pilas,
el silbato de un réferi trabajado por los años,
este café sin azúcar,
unos barriletes de Boca tapados con tierra de los 90`.
tu cuadro que se abraza fuerte a la remera de San Lorenzo y no la suelta nunca.
Me pienso, pienso en el progreso que se vuelve reaccionario,
pienso en todas las luchas que confluyen en mi cuerpo,
pienso en toda esa sangre derramada que se chorrea con mi tinta egoísta y cómoda.
¿Que sería de los hombres sin las letras y las guerras?
¿Qué hubiese sido de mí sin los guisos de mondongo que me regalo mi abuelo?
¿Qué sería de mí sin mis contradicciones inmortales?
Te lo juro que no existe el olvido.
Tiresias
De Victoria Lucero
Benditos tus ojos que
De la ceguera van llenos
Pues nombran
en vano
Realidades que a los míos son ajenas

Profeso en el aire
El espontáneo humor
Y el espontáneo sabor
De esos minutos de
Vida que ya se fueron
Aunque lamentablemente
Aún no han pasado

Lo intenso ha desaparecido
De vez en cuando
Vuelve como un monstruo enorme
Y feo
A tirarme de los pies bajo las sábanas
Las sábanas revueltas
Revuelven también
El tiempo muerto de la rutina diaria

¿Podremos vernos esta noche?

Levantarse es ajeno
Dormir también lo es
Todo es ajeno al final
Nos han robado todo
Y Sin embargo
la curiosa Luna
Me habla al oído
Se ríe de mí

Deseo volver a la cama


Y arrancar el techo
Para poder mirar el cielo
Que hoy me aplasta
No sé si habrá cambiado para mañana
No sé si habrá amor mañana
Estas manos ya no son mías

Nada es mío y nada es tuyo


Ni el orden ni la jerarquía
¡Eso sí que es burlarse de la gente!

El contratiempo siguió nuestros actos


Y la melodía conversaciones cotidianas ¿Quién podría quejarse?
De La poesía de la que no sabemos nada…
Ilustración de tapa: Giselle Imboden
Ilustración de contratapa: Walter Belotti
Contacto: lacosamisma@outlook.com
Grupo de facebook: Revista La Cosa Misma

Вам также может понравиться