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El juramento

Lo terrible no es faltar al juramento. Lo peor del caso es que ya hayas muerto antes y yo ni
si quiera presencie tu partida. Pero hay algo que supera lo terrible y lo peor de lo peor del
caso: que, al descubrirte sin vida, en lugar de cortarme las venas o caer de lo más alto del
precipicio para ir tras de ti, me haya ido a preparar un café el primero de la mañana.
Por la noche me fui a dormir sin imaginar lo peor y te eché un vistazo. Como iba a imaginar
que sería el último. Tampoco puedo decir que tenías buen semblante. Desde hacía tiempo ya
no lo tenías. Estabas quieta. Atrapada en el sueño de los justos. No eras ni la sombra de la
mujer fuerte tenaz que habías sido.
Siempre te admire esa virtud. Andabas mal pero no perdías el ánimo, te agarrabas quien sabe
dónde para mostrar vitalidad, en cambio yo nomás con un catarro ya pensaba lo peor. Sentía
que me iba. Sentía que moría. “Este es el fin”, presumía deambulando con mi agonía
imaginaria por toda la casa mientras que tú, impávida continuabas con tus labores domésticas.
Linda, amorcito de mi corazón. Odiabas los apelativo. Más si eran en diminutivo. Y me
contestabas molesta: Guadalupe Alcalá. Y nada de colgarse el apellido del marido. ¿Qué es
eso de andarse levanto el cuello con algo que no es tuyo?, decías.
Admire tu carácter porque nunca te amilanabas ante nada. Fuiste una gran mujer. Una mujer
completa. Una mujer sabía. Lástima que tú, donde quiera que estés no pienses lo mismo de
mí. Donde estés dirás que soy un cobarde. Y bien me lo merezco.
Cuantas veces no te juré que el día que tú te fueras, yo me iba contigo. Me mirabas incrédula
y yo con tal de que me creyeras, besaba mis dedos en cruz. Y aún sigo aquí. Sigo aquí
recorriendo la casa. Cruzando de un sitio a otro. Aspirando el olor a alquitrán de las sabanas
las cortinaje.
Oigo voces. Imagino que son nuestros hijos de pequeños. Son los niños de la escuelita de al
lado. Los oigo tan de cerca. Sus gritos, las risas, el llanto. Oigo que flotan sus travesuras. Me
he acostumbrado a ellos tanto como tú te acostumbraste y cuando es fin de semana siento un
gran vacío.
Tu partida fue como una jugarreta del destino porque moriste en día festivo que se hizo un
puente ancho como ancho el silencio y grande la soledad que sentí en esta casa aquel dia que
mejor decidiste no decir adiós, no porque no quisieras hacerlo, sino porque esto debía
terminar así.
Viejo tonto que sido. Me fui a dormir creyendo que el dia siguiente continuarías conmigo.
Latiendo, latiendo aunque fuese lento. Pero la verdad es que ya no estabas ya latías débil.
A ratos me aferraba a la idea de que volvería a verte cruzando el umbral de la cocina con la
taza de café en mano y yo repasando la sección de noticias internacionales sentado a la mesa.
Después ordenándome que quitara el papel carbón corriera a enjuagarme las manos.
Me enganche tanto a la idea de volver a sentir tu aroma, la fragilidad de tu piel en las manos,
el timbre opaco de tu voz. Me enganche fuerte a verte una vez más con vida. Pero solo era
mi torpe imaginación. Ya la ciencia había hecho todo lo posible. Todo estaba en manos de
Dios. Las palabras del doctor fueron cortantes, también demoledoras.
Así te quedaste en la cama, quietecita, a continuar el sueño profundo que ya traías desde el
hospital. Y yo aminaba despacito temiendo despertarte. Y maldecía en silencio cada vez que
oía un ruido brusco que venía de la calle. Pero luego sorprendía el bullicio de los pequeños
de la escuela que suavizaba mi coraje porque eso para mí era como un coro de ángeles. Al
menos hallaba en ello un consuelo.
O más bien no era mi preocupación interrumpir el sueño sino despertarte y no poder mirarte
a la cara y decirte la verdad. Como decirte que no podía hacer nada para salvarte. O que me
preguntaras por nuestros hijos. Ojala hubieras abierto los ojos, pero ya ni eso.
De verdad te amé y aún sigo amándote linda, amorcito de mi corazón, ahora sí puedo decirte
así con toda libertad sin que te enojes, eso espero. Nunca hubo mujer a la que amara tanto
como a ti. Pero que cosas digo. Si es verdad que te amé, no debería estar hablándole a tu
retrato a estas horas de la mañana. Me debí haber ido tras de ti. Pero no tuve el valor de
hacerlo.
Te sepulté con todos los honores eso sí y te hice un nuevo juramento: que visitaría tu tumba
una vez por semana. Pero no lo he hecho como te lo prometí. ¿Qué clase de marido soy que
da su palabra no la cumple? El abandono es el peor de los olvidos más quisiera no pensar
que los difuntos trazan una línea y van dejando a los deudos. Porque asé debe ser dejarlos
descansar en paz.
No voy a jurarte ya nada. Nada porque no lo voy a cumplir. Ayer por la tarde hable con el
doctor y su diagnóstico fue claro. Si con una gripe me sentía morir, con esto sé lo que es
sentirse morir de verdad. No quiero mentir una vez más diciéndote que volveremos a vernos
muy pronto y caminaremos de la mano como lo hicimos en la juventud aunque en verdad yo
desearía que se convirtiera en realidad ese gran deseo de volver a verte amor, amorcito de mi
corazón.
Al verte en este retrato las lágrimas son indetenibles, los recuerdos de la juventud y de todas
nuestras etapas que vivimos juntos pasan por mi mente como si fueran una película. Los
guardo en lo más profundo de mi sentir y mientras este cuerdo los tendré muy presente, tan
presente como tú en mi corazón. Te amo amor, amorcito de mi corazón.

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