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LA FAMOSA y TEMIBLE “DOCENA SUCIA”

….y no hablamos de huevos

En algunos artículos de los últimos números de esta revista, venimos hablando de


insecticidas y de herbicidas, de plaguicidas en general, esos compuestos químicos
que han ayudado tanto a la humanidad a aumentar de forma importante la producción
mundial de alimentos. En el gráfico adjunto se presenta el aumento de la demanda de
cereales, que en los últimos cuarenta años ha estado acompañada - gracias a
fertilizantes, plaguicidas y tecnología en general - de un fuerte incremento en la
producción. , En consecuencia, lo que ha pasado con los plaguicidas en las últimas
décadas es lo mismo que ha sucedido con tantos temas a lo largo de la historia.
Cuando una cosa es provechosa o
productiva, difícilmente le ponemos
límite a su utilización. Y finalmente ….,
ya lo decían nuestros abuelos “tanto va
el cántaro a la fuente, que ….. al final
se rompe”. En el caso de los
plaguicidas también ha sido difícil
encontrar la línea fronteriza, a veces
delicada de trazar, entre el uso
(utilización prudente y equilibrada) y el
abuso (uso desmedido y sin control) de
su empleo en la lucha contra los
insectos o las malas hierbas.

En esta figura (tomada de la web de la


FAO) se presenta el aumento de la
demanda de alimentos: Se anticipa que las
importaciones de cereales en los países en
desarrollo se dupliquen con creces para el
año 2030.

Se mencionaba en los artículos anteriores que, en la segunda mitad del siglo XX, la
producción y la dispersión de plaguicidas por los diferentes entornos del planeta fueron
muy abundantes. Las primeras proclamas contra el uso exagerado de esos
compuestos químicos, basadas en el descenso de las poblaciones de aves silvestres,
-detectado especialmente en águilas y halcones-, comenzaron en los EE UU con la
publicación de “La primavera silenciosa” de Rachel Carson (1962). A partir de los años
70 las voces de alarma contra el uso abusivo de los plaguicidas se fueron extendiendo
por otros países hasta que, ya en el año 1985, algunos organismos internacionales
comenzaron a trabajar en lo que se denominó "La Campaña contra la Docena Sucia".

Esta campaña, concebida como un instrumento de educación popular sobre el riesgo


del uso indiscriminado de plaguicidas, enfoca su atención sobre doce compuestos
químicos considerados extremadamente peligrosos para la salud del planeta Tierra.
Las Naciones Unidas han trabajado durante los últimos 25 años, junto a algunos
estados y a muchas ONGs, para alcanzar acuerdos internacionales que minimicen o
eliminen los riesgos de la contaminación química, dando prioridad en los convenios
internacionales al tratamiento y/o eliminación de las sustancias persistentes, tóxicas y
bio-acumulativas. Las sustancias que cumplen estas características se las denomina
Compuestos Orgánicos Persistentes (COPs), entre los que se encuentran, además de
otros muchos, los que componen la llamada “docena sucia”.

Los COPs son sustancias químicas altamente estables, que pueden permanecer en el
Medio Ambiente por años o décadas antes de que se destruyan, circulan globalmente
por el planeta Tierra a través de un proceso conocido como “efecto saltamontes.” La
liberación de cualquier compuesto tipo COPs en un lugar del mundo puede, a través
del un proceso repetitivo de evaporación y depósito, ser transportado a través de la
atmósfera a regiones muy lejanas de la fuente emisora.

Como resultado de estos dos procesos, transporte y


acumulación, los Inuit (una tribu esquimal) y los animales que
viven en el Artico – a miles de kilómetros de cualquier fuente
importante de emisión de COPs - presentan niveles
especialmente altos de COPs en sus cuerpos. De hecho, todos
los seres humanos en el mundo portamos pequeñas cantidades
de estos compuestos en el cuerpo. El Convenio internacional
que regula el tratamiento de las sustancias de la “docena sucia”
y promueve los acuerdos que obligan a su eliminación urgente, se firmó en Estocolmo
y ha sido el resultado de largos años de negociación para obtener los compromisos
legales de los países.

CONVENIO de ESTOCOLMO

El Convenio de Estocolmo sobre COPs fue firmado por más


de 150 países el 23 de mayo de 2001 dentro del marco del
Programa de Naciones Unidas. España, al igual que la UE,
lo ratificó en mayo de 2004 y el convenio entró en vigor en
nuestro país el 26 de agosto de 2004. El Convenio centra su
atención en la llamada "docena sucia", formada por: nueve
compuestos que deberían ser eliminados con prioridad. De ellos ocho son insecticidas
(aldrin, endrin, dieldrin, toxafeno, mirex, heptacloro, DDT, clordano) y el noveno
se refiere a un producto de uso industrial, mezcla de bifenilos policlorados (PCBs). Los
otros tres compuestos son: el hexaclorobenceno (HCB) y las dioxinas y furanos, que
aparecen en el medio como subproductos de actividades industriales (entre otros de
las incineradoras de residuos peligrosos), cuya generación deberá ser reducida.

El Convenio busca eliminar la descarga al medio ambiente de las 12 sustancias


conocidas como muy perjudiciales, no sólo por su toxicidad inmediata, sino por su
persistencia y por su acumulación en los organismos vivos. A través del compromiso
adquirido por los gobiernos para eliminar la producción y reducir la emisión al
ambiente de estos compuestos, el Convenio de Estocolmo beneficiará enormemente a
la salud humana y al medio ambiente. También reforzará el alcance global y la
efectividad de las leyes ambientales internacionales y promoverá
que la mayoría de los 12 compuestos sean prohibidos
inmediatamente. Sustentado en una alianza entre países
desarrollados y paises en vías de desarrollo – y con la
participación de la industria y de los grupos ambientalistas – el
Convenio de Estocolmo lleva la promesa de un mundo libre de
COPs para las generaciones futuras.

El Convenio persigue eliminar la creciente acumulación de depósitos de plaguicidas y


compuestos tóxicos obsoletos y la limpieza de los lugares de vertido y almacén de
envases que están deteriorándose y los tóxicos se filtran al suelo, envenenando a las
reservas de agua, a la vida silvestre y a la población. En el caso de los PCBs, aunque
ya no son producidos, cientos de miles de toneladas todavía están en uso en los
transformadores eléctricos y otros equipos hidromecánicos. Los Gobiernos tienen
hasta el 2025 para erradicar el uso de estos compuestos, lo que les permite un plazo
de tiempo para organizar el reemplazo y hasta el 2028 para retirar estos PCBs de una
manera segura para en medio ambiente.

Un caso especial es el DDT, cuyo uso para el control de vectores de enfermedades


(paludismo), de acuerdo con las guías de la Organización Mundial de la Salud, es
considerado un presupuesto aceptable debido a que todavía resulta esencial en
muchos países para controlar la transmisión de malaria por mosquitos. En España
tanbién existe una exención del Convenio de Estocolmo en relación con el DDT.

El Parlamento Europeo tuvo que ceder ante nuestro país para poder sacar adelante la
prohibición de la "docena sucia". La cámara europea se vió obligada a permitir a
España la producción de DDT hasta el año 2014 para que la propuesta quedara
aprobada por unanimidad. En este momento España es el único país de la UE que
continúa produciendo DDT, no como producto comercial, sino como producto
intermedio para la fabricación de otro insecticida “dicofol”. Esta actividad se realiza en
una planta de la empresa Montecinca situada en Monzón (Huesca). La planta es una
de las primeras productoras mundiales de dicofol, una sustancia que sólo se produce
en España, Brasil, China, India e Israel. La responsable de la campaña de Tóxicos de
Greenpeace declaraba en fechas pasadas: “En Greenpeace lamentamos que el
Gobierno no sea capaz de parar la producción de un plaguicida para el que hay otras
alternativas más seguras. La permisión de vertidos de DDT (un potente disruptor
hormonal, cuyo uso se ha eliminado prácticamente de todos los países del mundo) al
río Cinca, indica el escaso grado de preocupación por el medio ambiente y por la salud
de un país, de sus ciudadanos y del planeta".

Los efectos del dicofol sobre humanos incluyen, entre otros, cáncer, daños al sistema
nervioso, interferencia con la capacidad reproductiva - tanto de los humanos como de
otras muchas especies - disminución en el desarrollo intelectual de los niños y
debilitamiento del sistema inmunológico.

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