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Al año se atienden más de 500 casos de
peligro
soldados con trastornos psiquiátricos
Investigación
El combate contra la memoria de la
Bogotá
guerra
Negocios Las heridas de combate no son sólo físicas.
Muchos soldados regresan del frente de batalla
Deportes con recuerdos perturbadores. En ellos, sus
Entretenimiento enemigos los persiguen o sus amigos muertos
les reclaman ayuda. Reportaje a una cara oculta
Actualidad del conflicto.
Yenith González / Pablo Correa
Salud

Nacional

Internacional
Más allá de los combates contra los subversivos, muchos soldados de
Fotos del Día Colombia deben luchar contra los horrorosos recuerdos que la guerra les deja
grabados en la mente. El trastorno de estrés postraumático también está
Especiales dejando por fuera de las filas a cientos de combatientes.
Fotografía de Gabriel Aponte - El Espectador
Documentos
Opinión de los
lectores
sábado, 29 de septiembre de 2007

La guerra no siempre termina cuando los soldados abandonan el frente de batalla. Eso lo sabe, mejor que nadie, la
mayor Íngrid Guzmán, Jefe de Psiquiatra del Batallón de Sanidad del Ejército. Todos los días, al otro lado de un
escritorio que llena su estrecho consultorio, y que de alguna manera le sirve de barricada, se sientan soldados
angustiados y desesperados a contar detalles de un combate que se repite en su mente todos los días,
implacablemente, y no los deja vivir en paz.

“Estos soldados han experimentado situaciones muy traumáticas y esas escenas se imprimen en su mente como un
tatuaje”, explica la mayor Guzmán mientras busca en un computador portátil algunos relatos de sus pacientes.
“Ellos viven la guerra todos los días. Son incapaces de archivar esos recuerdos y los sentimientos de culpa, por lo
que hicieron o dejaron de hacer, los arrastran a esos momentos una vez tras otra. Sienten la necesidad de volver a
ese instante doloroso para reparar sus actos, a evitar que maten a un amigo o a huir de sus enemigos”.

Cada soldado narra una historia distinta pero todos comparten el mismo diagnóstico: Trastorno de Estrés
Postraumático. Se trata de una enfermedad psiquiátrica originalmente descrita en los sobrevivientes de accidentes
ferroviarios, a mediados del siglo XIX, y más tarde, observada con insistencia en soldados de la Primera y Segunda
Guerra Mundial, así como en veteranos de las guerras de Corea, Vietnam y en otras 127 guerras ocurridas en la
segunda mitad del siglo XX.

Médicos y psiquiatras que entraron en contacto con estos pacientes describieron múltiples síntomas y cambios en el
comportamiento, entre los que se encontraban recuerdos recurrentes del acontecimiento, pesadillas, sensación de
revivir escenas traumáticas, ataques de ira, actitudes de vigilancia permanente, alucinaciones, sobresaltos ante
cualquier estímulo y percepción del mundo exterior como hostil y peligroso. Este trastorno se conoció inicialmente

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como “corazón de soldado”, debido a las taquicardias y palpitaciones que sentían los afectados. Más tarde se
denominaría neurosis de guerra, neurosis traumática o psicosis de guerra.

La cifra de uniformados a quienes se les ha detectado este trastorno ha ido en incremento. Según datos del
Comando General de las Fuerzas Militares, entre 1999 y 2002, se registró un crecimiento del 19% en el número de
casos, hecho que encendió las alarmas entre los altos mandos y llevó a que se emprendieran diversas estrategias
para contrarrestar el fenómeno, entre ellas, incorporar psicólogos militares para que convivan con los soldados y
otros programas de prevención. Recientemente se diseñó un Plan Maestro de Salud Mental para el período 2007 -
2010 que busca evitar la aparición del trastorno entre los soldados que van al frente de batalla.

No obstante, la cifra sigue en ascenso. Mientras en el 2001 se presentaron 38 casos, de los cuales 19 terminaron en
otorgamiento de pensión de invalidez, actualmente reciben atención psiquiátrica en el Batallón de Sanidad, ubicado
en Bogotá, 140 hombres entre soldados, oficiales y suboficiales. De ellos, el 95% presentan trastorno de estrés
postraumático. Adicionalmente, por consulta externa son atendidos aproximadamente unos 50 hombres, la mayoría
pensionados por invalidez y se calcula que, en promedio, entre 500 y 600 pacientes reciben atención psiquiática al
año, sostuvo Alfonso Ortiz, coordinador de Salud Mental de la Dirección General de Sanidad.

El funcionario advirtió que el incremento en el número de casos debe analizarse a la luz del crecimiento que
también ha tenido el pie de fuerza en el país, pues de 176.019 hombres en las filas de la Armada, el Ejército y la
Fuerza Aérea que había en el año 2000, se pasó a 291.800 en el 2007, lo que implicó un aumento en el número de
operaciones militares y, por ende, un mayor riesgo y vulnerabilidad.

Fantasmas de la guerra

Pero más allá de las cifras, estos soldados guardan en su memoria heridas de una guerra que pocos conocen. “Yo
pienso que son muertos vivientes”, afirma la mayor Guzmán antes de comenzar a leer un fragmento de uno de los
testimonios que guarda de sus pacientes: “Tengo problemas en el trabajo porque no me puedo concentrar. Sigo
escuchando voces y risas de los guerrilleros. Veo sus sombras por todo lado y cuando entro al baño al ver los
espejos, siento como si detrás de ellos habitara alguien, es más, escucho claramente las risas de un hombre que
rebotan de pared a pared. Además, las pesadillas con mis compañeros muertos siguen todas las noches y me
despierto gritando y llorando. Ya no soporto más esta situación”.

Atender a los pacientes con estrés postraumático no es una tarea fácil. Dentro del consultorio, como fuera de él,
cualquier cosa puede suceder. La mayor Guzmán ha aprendido a no tener miedo pero permanece alerta a los más
mínimos indicios del comportamiento de sus pacientes. Hace unos meses, por ejemplo, mientras atendía a un
soldado en su consultorio, comenzó a escuchar disparos. Presintiendo que algo andaba mal, corrió hacia el
alojamiento donde descansaban los soldados enfermos.

“Uno de los pacientes, un soldado moreno, fornido, había desarmado a un guardia y regresó al alojamiento a
dispararnos. Nos arrastramos por el piso para protegernos junto a las otras doctoras y terminamos encerradas en el
baño junto a los 45 pacientes que querían salirse por las ventanas y no hacían otra cosa que gritar que estaba
atacando el enemigo”, recuerda la mayor Guzmán. El episodio duró cerca de 45 minutos hasta que justamente uno
de los pacientes psiquiátricos salió a enfrentar al soldado y logró desarmarlo.

También recuerda el día que una enfermera corrió a advertirle que un soldado se había vuelto “mierda la cara”.
Durante los segundos que tardó en llegar a la esquina en que estaba el soldado por su mente pasaron las peores
imágenes. Supuso que el soldado, desesperado por sus recuerdos, se había destrozado el rostro con algún vidrio.
Cuando llegó al lugar del escándalo, descubrió al soldado escondido debajo de una sábana que había convertido en
cambuche, empuñando una tabla a manera de fusil, y gritando que se apartaran, que la guerrilla venía hacia ellos.
En reemplazo del maquillaje para camuflarse, el soldado se había embadurnado la cara con su deposición.

Héroes de guerra

En el consultorio vecino al de la doctora Guzmán, atiende su colega Ana María Quintana. Sobre un archivador negro
se distinguen dos figuras de santos. “La gente cree que en el contacto con estos pacientes se transmiten malas
energías, por eso ponen por ahí esas imágenes religiosas”, comenta la doctora Quintana, quien apenas cumple tres
meses en el servicio de psiquiatría. Llegó en reemplazo de otra psiquiatra que renunció después de que un paciente
desenfundó un revólver y disparó dentro del consultorio.

“Para mí son héroes. Son personas muy valientes que sacrificaron su vida y su juventud por nuestra seguridad”,
sostiene la doctora Quintana, quien recuerda la historia de un cabo muy aguerrido que entró a su consultorio porque
cada vez que escuchaba llover, o incluso con el sonido de la ducha, se agitaba y sentía un miedo exagerado. El cabo
le relató que volvía a sentir la misma angustia del día en que patrullando cerca al río Amazonas cayó al agua con
todo su pesado equipo de campaña y estuvo a punto de ahogarse.

Alto riesgo

Para los expertos, la aparición del estrés postraumático por lo general ocurre en personas con antecedentes de
maltrato infantil, bajo nivel educativo o con historia psiquiátrica previa, y se debe al fracaso de “los mecanismos de
cicatrización” en la mente del individuo. La impresión que produce la escena dramática termina alterando ciertos
circuitos cerebrales y modificando la producción de neurotrasmisores como la serotonina, esenciales en la regulación
de la agresión, los impulsos y el humor.

Aunque las últimas décadas han sido de intensas investigaciones, aún no se encuentran tratamientos curativos para

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los pacientes graves. Los psiquiatras combinan, por ahora, recursos farmacológicos como los estabilizadores del
ánimo, antidepresivos y somníferos con psicoterapia, terapia cognitiva y estrategias de apoyo social.

Pero en algunas ocasiones los esfuerzos y los controles no resultan suficientes y militares con algún trastorno
psiquiátrico se salen de control. Los casos han quedado registrados por los medios de comunicación. Por ejemplo, el
16 de abril de 2004, en Bogotá, un soldado inició un tiroteo en la carrera 7ª con calle 53 porque le informaron que
no estaba recuperado de un problema de salud.

Meses más tarde, un soldado del Batallón Boyacá, con sede en Pasto, abrió fuego contra sus compañeros de
dormitorio. En la balacera asesinó a cinco soldados e hirió a igual número. El año pasado, en el mes de agosto, otro
soldado mató a dos suboficiales e hirió a un capitán mientras realizaban labores de patrullaje. Hace apenas tres
meses, el 18 de julio de 2007, también en Bogotá, un suboficial asesinó a sus dos hijos y a su esposa, y luego se
disparó.

El suicidio es la única puerta de salida que encuentran muchos de estos soldados. Este año se han suicidado 48
uniformados, 40 del Ejército y 8 de la Armada, mientras que en el 2006 el número ascendió a 69, según estadísticas
de la Dirección General de Salud Mental.

En un debate en el Congreso, el Representante José Fernando Castro Caycedo llamó la atención sobre este
problema en las Fuerzas Armadas. Para el representante Castro, es preocupante que tan sólo 12 profesionales en
psiquiatría atiendan a toda la población de las Fuerzas Armadas, en una proporción de un médico por cada 31.000
hombres.

Ricardo Duarte, asesor del Ministerio de Defensa para la Estrategia y Planeación, responde que ese, en realidad, no
es el problema porque los servicios que necesitan se contratan con psiquiatras de otras instituciones y existe un
plantel de 157 psicólogos. El reto está en intensificar las estrategias de prevención. “La psicología militar ha
cobrado mucha fuerza dentro de las Fuerzas Militares, ahora se realizan pruebas durante la incorporación para
descartar personas con factores de riesgo para el estrés postraumático”, manifiesta Duarte.

Un lugar seguro

En el alojamiento para los pacientes psiquiátricos en el Batallón de Sanidad, en medio de los camarotes sobresale
un televisor de plasma y un DVD. La doctora Guzmán, como sus colegas y las enfermeras, deben constantemente
vigilar que soldados de otros batallones no pongan películas de acción y guerra, porque pueden alterar a sus
pacientes. Pero ese no es el único peligro. Para estos soldados, un simple uniforme camuflado, un fusil o un disparo,
se convierten en detonador de los recuerdos más escalofriantes.

Por esto resulta paradójico que su lugar de descanso y recuperación esté ubicado en medio de un complejo militar
como el de el Batallón de Policía Nº 13 y la Escuela de Ingenieros. El gobierno de Corea ha ofrecido su apoyo al
gobierno colombiano, pero aún no se concreta la construcción de un centro de rehabilitación.

En el alojamiento donde permanecen no más de seis meses, los soldados huyen como pueden de sus recuerdos.
Fumando, deambulando, jugando cartas, escuchando música, componiendo canciones o en los talleres de terapia
ocupacional. Intuyen que la guerra contra la memoria es larga y que lo importante es ganar la batalla de cada día.

Testimonios

Me siento perseguido

“Caí en un campo minado hace más de un año y cuando escucho ruidos o explosiones me desespero, siento rabia y
me dan ganas de gritar, de salir corriendo, de hacerme daño o dañar a alguien. También tengo pesadillas donde me
matan, donde peleo, donde vuelve a pasar el accidente y cuando despierto, me siento perseguido, escucho que me
gritan pero no veo a nadie.

El otro día empezaron a gritar en el alojamiento, yo salí corriendo desesperado pero me caí y me golpeé la frente.
Sentía que alguien venía detrás de mí y aunque quería correr, no tenía fuerza en las piernas. Luego ya no me
acuerdo de nada pero dicen mis compañeros que apretaba fuerte los dientes y seguía diciendo que me perseguían.

Me desespera todo el mundo, quisiera que desaparecieran y estar solo. A veces siento que ni mi hija ni mi familia
me importan nada. También estoy harto de ver muchas mujeres y hombres que no conozco, pero de un momento a
otro se desaparecen.

Ya no soy el mismo de antes. A mí me gustaba hablar mucho, y hasta decir bobadas. Ahora no quiero decir ni una
palabra pero tampoco quiero que me hablen”.

Veía muchos muertos

“Luego de mi último combate, que fue como a finales del año pasado, vi varios muertos, de los nuestros y del otro
lado. Cuando me les acerqué sentí que un frío penetrante me llenó todo el cuerpo y como a las dos semanas se
inició este calvario: empecé a tener alucinaciones y cuando me acercaba a los árboles sentía que estaban vivos y
hasta que me hablaban.

Cuando escuchaba esas voces, pegaba la carrera y me escondía en un rincón, pero hasta allí escuchaba que me
seguían hablando y hasta me llamaban por mi nombre.

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Otras veces, veía sangre escurriendo por todas partes y muchos muertos ensangrentados. No me daban ganas ni
de comer porque alguna vez vi que la sopa se convertía en sangre .

Por las noches, los muertos aparecían envueltos en mantas blancas y cuando empezaba a dormirme sentía que me
tocaban y se acostaban sobre mí. Querían asfixiarme. Al otro día, todo me daba rabia: el ruido del televisor, la risa
de la gente y hasta oír llorar a mi hija.

Hubo dos momentos en que no aguanté más y traté de cortarme las venas. Ahora, aunque me siento un poco más
tranquilo, las pesadillas sobre los combates me siguen desvelando”.

Me falla la memoria

“No puedo olvidar cuando tuve que matar a ese guerrillero. Era él o yo, pero desde ese día lo veo, estando despierto
o dormido. Me grita por mi nombre, me chifla y se burla de mí.

A veces siento otra vez la plomacera de ese día y vuelvo a escuchar los gritos de la gente pidiendo ayuda. La
memoria también me está fallando, no recuerdo dónde están las cosas. A veces no encuentro mi catre y se me
refunde la ropa. Por ejemplo, cuando voy a visitar a mi familia, se me olvida dónde está la casa y al llegar allá veo
las cosas diferentes, siento que estoy en otra casa distinta.

La semana pasada un compañero amaneció bravo conmigo porque supuestamente yo le iba a pegar la noche
anterior. Pero yo no recuerdo eso.

No veo televisión porque las imágenes de guerra me dan miedo. Intento leer algo pero no entiendo nada, porque no
me puedo concentrar, siempre estoy pensando en el combate y alerta a que nadie me llegue por la espalda. Nada
me motiva.

Ya ni tengo ganas de seguir viviendo. Creo que este problema no se me va a curar nunca, por eso he pensado en
quitarle un fusil a cualquiera y matarme un día de estos, pero cuando pienso en mis hijos, me arrepiento”.

Tenía que vengarme

“Esa noche nos asesinaron al comandante de la compañía; eso me dolió mucho porque nos habíamos hecho amigos.
Duré más o menos un mes sin ganas de comer, triste, sin poder dormir y sin ganas de levantarme de esa hamaca.
Lo que más me afectó fue verlo padecer hasta la muerte, sin poder hacer nada.

Después de eso me mandaron a permiso y me recuperé un poco, pero en los combates posteriores empecé a
reaccionar impulsivamente para vengar la muerte de mi teniente y en julio de 2005 dí de baja a un paramilitar que
había matado a mi teniente y a un compañero. Desde entonces no duermo bien durante la noche y en el día alucino.

Veo al bandido que me dice que no lo mate y siento tanto miedo que se me tranca la respiración y se me entumen
las manos y la boca. Y me despierto sin poder parar de llorar.

Esas pesadillas no me dejan en paz, es como si el bandido quisiera vengarse de mí por haberlo matado y tengo
miedo que salga del sueño para matarme.

Y para completar, la mamá de mis hijos me dejó, dice que le da miedo vivir con un asesino, y así esta vida no tiene
sentido”.

Sentimiento de culpa

Durante un enfrentamiento con una facción guerrillera, un suboficial del Ejército disparó en repetidas ocasiones
contra los hombres uniformados que lo estaban atacando, hasta que éstos perdieron la vida. Su trauma se
desarrolló a partir del momento en que se acercó para verificar los resultados y descubrió que debajo del camuflado
de sus atacantes había dos niños de 12 y 13 años.

La escena se repite en su mente siempre. “Cuando está en este consultorio, varias veces ha vuelto a alucinar. Él no
ve estas paredes, sino el verde de la selva y vuelve a ver que lo atacan, y entonces vuelve a disparar y vuelve a
matar a los niños”, dice la psiquiatra que lo atiende.

Otro soldado tuvo que fingir estar muerto para preservar su vida y para ello se cubrió con los cuerpos de sus
compañeros asesinados y contuvo la respiración al paso de los guerrilleros. Dice que desde esa posición, en la que
permaneció entre 5 y 6 horas, vio cómo los soldados que quedaron vivos fueron vilmente torturados hasta la
muerte.

Ahora asegura que sus amigos le reclaman en sueños y que siente pánico de salir a la calle, porque cree que todos
son guerrilleros.

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