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La casa se está hundiendo, tal vez por motivos naturales. Manuela no repara demasiado en
ello. Al avanzar la narración y a medida que la trama se vuelve más angustiosa, que nos
hacemos conscientes del peligro que acecha a los personajes, es posible presentir que la
desgracia que se cierne sobre ellos y sobre el frágil pueblo no se anuncia como un mal
concreto y particular, más bien como un fin apocalíptico: “El Olivo no es más que un
desorden de casas ruinosas sitiado por la geometría de las viñas que parece que van a
tragárselo”. (23)
La descripción del espacio del pueblo durante la novela es intencionadamente escueta. Queda
la imagen de que no lo constituyen más que un puñado de casas, unos cuantos galpones… y
la viña, la gran viña omnipresente. El espacio que ocupa la casa de la Japonesita no es más
que una pequeña mancha al lado de ella. Pero el hundimiento no adquiere un carácter
negativo tan evidente como la obscuridad que sume al pueblo, al menos no de forma literal
y explícita, no hasta este momento:
No le gustaba el cuerpo de las mujeres. Esos pechos blandos, tanta carne de más,
carne en que se hunden las cosas y desaparecen para siempre, las caderas, los muslos
como dos masas inmensas que se fundieran al medio, no. (45) (la cursiva es nuestra)
Pero el alcance y la extensión del hundimiento no solo abarca el destino de los más
débiles. Don Alejo, figura poderosa y autoritaria, casi divina en todas las descripciones que
lo configuran, tampoco está por completo libre de su efecto:
Quiere que toda la gente se vaya del pueblo. Y como él es dueño de casi todas las
casas, si no de todas, entonces, qué le cuesta echarle otra habladita al Intendente para
que le ceda los terrenos de las calles que eran de él para empezar y entonces echar
abajo todas las casas y arar el terreno del pueblo, abonado y descansado, y plantar
más y más viñas como si el pueblo jamás hubiera existido, sí, me consta que eso es
lo que quiere. Ahora, después que se le hundió el proyecto de hacer la Estación El
Olivo un gran pueblo. (53)
De palabras de Octavio surge la evidencia de que, a él, al gran Don Alejo, las cosas también
pueden salirle mal. Se sabe que también está enfermo, tal vez pronto a morir y condenado a
no ver el éxito de ninguno de sus dos grandes proyectos.