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El lugar sin límites de José Donoso: El hundimiento

Elías Rubilar López

El lugar sin límites, novela publicada en el ’66, es una breve demostración de la


maestría escritural del autor chileno José Donoso. En poco más de cien páginas se crea un
drama de múltiples dimensiones y un universo autónomo donde el narrador, a través del
repentino y constante paso de la tercera a la primera persona, se fusiona con sus personajes;
entra y sale de sus conciencias sin que los lectores, muchas veces, nos demos cuenta del
movimiento. Pero a una lectura atenta esta clase de detalles de genio no logran escapársele,
así como tampoco deja de advertir la consistencia de las metáforas que recorren la obra: Don
Alejo y la Dios (por un lado), el frío, la soledad y el abandono (por el otro). Y esto por
nombrar dos de las más evidentes. Pero hay otra metáfora, otra imagen más sutil e
inadvertida, que atraviesa la obra de principio a fin y vaticina el destino del infame pueblo
El Olivo: es la imagen del hundimiento. En esta breve lectura, y a través de cuatro ejemplos,
intentaremos dar cuenta de la presencia y efectividad de una idea que acompaña de forma
casi subliminal a la lectura de esta brillante obra.

La imagen se hace presente a escasas páginas de comenzada la novela, al principio


del segundo capítulo, distraídamente, como sin querer y rodeada de detalles muy concretos
y descriptivos, se nos llama la atención sobre el siguiente detalle:

La casa se estaba sumiendo. Un día se dieron cuenta de que la tierra de la vereda ya


no estaba al mismo nivel que el piso del salón, sino que más alto, y la contuvieron
con una tabla de canto sostenida por dos cuñas. Pero no dio resultado. Con los años,
quién sabe cómo y casi imperceptiblemente, la acera siguió subiendo de nivel
mientras el piso del salón, tal vez de tanto rociarlo y apisonarlo para que sirviera para
el baile, siguió bajando. (9)

La casa se está hundiendo, tal vez por motivos naturales. Manuela no repara demasiado en
ello. Al avanzar la narración y a medida que la trama se vuelve más angustiosa, que nos
hacemos conscientes del peligro que acecha a los personajes, es posible presentir que la
desgracia que se cierne sobre ellos y sobre el frágil pueblo no se anuncia como un mal
concreto y particular, más bien como un fin apocalíptico: “El Olivo no es más que un
desorden de casas ruinosas sitiado por la geometría de las viñas que parece que van a
tragárselo”. (23)

La descripción del espacio del pueblo durante la novela es intencionadamente escueta. Queda
la imagen de que no lo constituyen más que un puñado de casas, unos cuantos galpones… y
la viña, la gran viña omnipresente. El espacio que ocupa la casa de la Japonesita no es más
que una pequeña mancha al lado de ella. Pero el hundimiento no adquiere un carácter
negativo tan evidente como la obscuridad que sume al pueblo, al menos no de forma literal
y explícita, no hasta este momento:

No le gustaba el cuerpo de las mujeres. Esos pechos blandos, tanta carne de más,
carne en que se hunden las cosas y desaparecen para siempre, las caderas, los muslos
como dos masas inmensas que se fundieran al medio, no. (45) (la cursiva es nuestra)

El cuerpo de la mujer, provocador de una conflictiva repulsión en el travestido protagonista,


que, si no es flaco y escuálido como el de la Japonesita, suele ser más bien gordo y entrado
en carnes: es el caso de la Japonesa. Manuela, su homosexualidad, su paradójica relación de
temor y deseo hacia Pancho, su soledad, el calor y la dulzura con que la prostituta le trata el
día de la apuesta; la escena del cumplimento de la apuesta es un torbellino de sensaciones
confusas de las que surge esta asociación: hundimiento y desaparición. La abundancia de las
carnes, la vastedad de las viñas. En las primeras no quiere hundirse manuela, en las segundas
acabará por hundirse el pueblo.

Pero el alcance y la extensión del hundimiento no solo abarca el destino de los más
débiles. Don Alejo, figura poderosa y autoritaria, casi divina en todas las descripciones que
lo configuran, tampoco está por completo libre de su efecto:

Quiere que toda la gente se vaya del pueblo. Y como él es dueño de casi todas las
casas, si no de todas, entonces, qué le cuesta echarle otra habladita al Intendente para
que le ceda los terrenos de las calles que eran de él para empezar y entonces echar
abajo todas las casas y arar el terreno del pueblo, abonado y descansado, y plantar
más y más viñas como si el pueblo jamás hubiera existido, sí, me consta que eso es
lo que quiere. Ahora, después que se le hundió el proyecto de hacer la Estación El
Olivo un gran pueblo. (53)

De palabras de Octavio surge la evidencia de que, a él, al gran Don Alejo, las cosas también
pueden salirle mal. Se sabe que también está enfermo, tal vez pronto a morir y condenado a
no ver el éxito de ninguno de sus dos grandes proyectos.

La imagen del hundimiento es difícil de desechar como detalle circunstancial cuando


surge de la pluma de un autor tan meticuloso. En una obra tan breve, pero llena de detalles,
no es posible achacarle al azar la elección de las palabras y, si bien, no se trata de la imagen
más recurrente, evidente, ni constante (como podrían serlo el frío y la obscuridad) se
constituye como una metáfora consistente y que aporta de manera significativa al tono
decadente de la obra. Quisimos, dejando de lado aspectos más patentes, pero obvios, destacar
la pequeña, pero significativa relevancia de un detalle que se repite y que demuestra, a
nuestros ojos, la exquisitez y profesionalismo de la escritura del autor. Esperamos haberlo
conseguido.

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