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PRINCIPIO DE CULPABILIDAD

El principio de culpabilidad se basa en la responsabilidad penal y tiene diversas


implicaciones prácticas. La principal es que se exige culpa del autor (dolo o
imprudencia) para que exista ilícito penal y, por tanto, sanción aparejada: nulla
poena sine culpa.

Si bien la afirmación es cierta, la pena no es la consecuencia del dolo o la


imprudencia, sino que, como se ha referido anteriormente, sin culpa no hay
delito, y sin delito no hay pena. Aunque se ampliará en entradas posteriores, el
dolo y la imprudencia pueden definirse brevemente como:

Dolo: la voluntad de cometer un acto – en este caso, delictivo – a sabiendas de


su ilicitud; en otras palabras, el autor comete el hecho intencionadamente.

Imprudencia: se comete un acto de manera involuntaria; el autor lleva a cabo


una acción sin el cuidado o diligencia (prudencia) oportuna.

La justificación del principio recae en la función de la pena: si el condenado por


un delito no comprende el motivo de la sanción, ¿de qué sirve si su conducta no
se verá modificada? El principio de culpabilidad no comporta que el derecho
penal no pueda entender de los casos donde no existe culpa; sería más correcto
decir que, cuando no hay culpa, (no hay delito), no hay pena, pero sí
cabe medida de seguridad.

La culpabilidad está basada, sin duda, en la existencia del libre albedrío, en


definitiva en la admisión de la premisa de que el ser humano es dueño de sus
actos y no está irremisiblemente determinado por su entorno.

Núñez (2002) entiende que “Nuestro derecho penal común obedece al principio
de la responsabilidad por la culpabilidad”. En su esfera no hay excepciones, los
mismos delitos calificados por el resultado que el Código penal contiene, no se
explican por la teoría de la responsabilidad objetiva.
El principio de culpabilidad establece que la pena criminal únicamente puede
basarse en la constatación de que al autor cabe reprocharle personalmente su
hecho.

La esencia de la culpabilidad no radica en un defecto del carácter, adquirido


culpablemente por el modo de vida que se ha llevado (“culpabilidad por el modo
de vida”), sino en que el autor ha cedido a la tentación en la situación concreta y
ha cometido un hecho punible y de esa forma se ha hecho culpable por su
actuación (“culpabilidad por el hecho”).

Por lo demás, en el sistema de imputación penal que nos rige no es posible


atribuir responsabilidad penal a una persona sin que exista imputación objetiva
y subjetiva (dolo y culpa). Esta exigencia deriva precisamente del principio de
culpabilidad por el cual una pena no puede imponerse al autor por la sola
aparición de un resultado lesivo sino únicamente en tanto pueda atribuirse el
hecho al autor como hecho suyo.

Asimismo del principio de culpabilidad se infiere, de un lado, que la pena


presupone en todo caso culpabilidad, por lo que quien actúa sin ella no puede
ser castigado (exclusión de la responsabilidad por el simple resultado) y de otro,
que la pena tampoco puede superar la medida de la culpabilidad (medición de la
pena respetando el límite al máximo de la culpabilidad).

Ese tratamiento otorgado al ciudadano libre conlleva una serie de exigencias que
debe respetar tanto el propio legislador en el momento creativo como el juzgador
en el momento aplicativo del Derecho, y que conforman una serie de principios
derivados del de culpabilidad y que son los siguientes: A) Principio de
personalidad. Frente a sistemas jurídicos superados que admitían una
responsabilidad conjunta de toda una familia o clan por el hecho que había
cometido uno de sus integrantes, el principio de personalidad impide que alguien
pueda ser castigado por un hecho ajeno.
B) Principio de responsabilidad por el hecho. Este principio impide que
alguien pueda ser castigado por su modo de ser o conducta de vida, tal como
propusieron en su día los teóricos del Derecho Penal nacional-socialista, que
abogaban por un Derecho Penal de autor frente al Derecho Penal de hecho,
único que es admisible en un Estado de Derecho y que constituye simple
derivación del principio de legalidad.

C) Principio de dolo o culpa. Frente a sistemas jurídicos -hoy caducos- que


admitían una responsabilidad objetiva (o por el resultado), el Derecho Penal de
la culpabilidad exige, para que alguien pueda ser declarado penalmente
responsable, que el hecho delictivo llevado a cabo sea doloso (querido, aceptado
o asumido) o culposo (imprudente), optándose en cambio por la
irresponsabilidad penal en caso de que no concurra ninguna de estas dos
modalidades de desvalor de la acción.

Características de la teoría jurídica del delito

La configuración de la noción de delito es el resultado de una evolución:


la delimitación sistemática de una serie de características referentes al
comportamiento humano. El delito, es toda acción típica, antijurídica, culpable y
punible”. Para Bacigalupo (2006) la definición del delito en un sistema de derecho
penal de hecho podría encararse, en principio, desde dos puntos de vista. Si lo
que interesa es saber lo que el derecho positivo considera delito (problema
característico del juez), la definición podría lograrse recurriendo a la
consecuencia jurídica del hecho concreto; en este sentido, será delito todo
comportamiento cuya realización tiene prevista una pena en la ley.

Por el contrario, si lo que interesa es saber si determinado hecho debe


prohibirse bajo la amenaza de una pena (problema característico del legislador),
esa definición no servirá, pues no podrá referirse a la pena, sino que deberá
hacerlo al contenido de la conducta. Dicho de otra manera: la definición del delito
dependerá, en principio, de si lo que quiere caracterizarse son los
comportamientos punibles o los que son merecedores de pena.

El concepto jurídico de delito se configura en función de la concurrencia


de determinados caracteres normativos en la realización del acto humano,
estimados necesarios para que una conducta pueda ser calificada como
delictiva. Han sido reconocidos como elementos esenciales del concepto
jurídico de delito los siguientes:

a) La Acción

El concepto de acción se ha venido utilizando desde los orígenes del


derecho penal, motivo por el cual ha causado múltiples controversias entre la
doctrina, en virtud de la importancia atribuible como categoría fundamental de la
teoría del delito, así como la diversa connotación que le atribuyen las diversas
teorías que se han ocupado de su estudio en la época clásica, neoclásica,
finalista y actual, en donde destacan los postulados defendidos por la teoría de
la acción causal, la teoría de la acción final y la teoría social de la acción.

La palabra acto, en su acepción más amplia comprende el aspecto


positivo de la acción y negativo de la omisión, de ahí que acto es la manifestación
de voluntad que, mediante acción, produce un cambio en el mundo exterior, o
que por no hacer lo que se espera deja sin mudanza ese mundo externo cuya
modificación se aguarda.

El acto es pues una conducta humana voluntaria que produce resultado.


Como hemos dicho, el concepto acto abarca tanto el hacer como el omitir. De
esta doble y contrapuesta forma de actividad ha surgido una clasificación de las
infracciones, según la cual, estas son:
1. Delitos de acción aquellos que reclaman el movimiento, la acción
corpórea del agente.
2. Delitos de omisión aquellos en que existe una abstención, en que el
agente omite hacer lo ordenado por la ley.

El punto de partida es la realización de una acción humana que ha de


entenderse en sentido a conducta humana individual, comprensiva tanto de la
acción cuanto de la omisión. Lógicamente, si un ser humano no actúa no puede
existir nunca un delito. Por otra parte, recordemos que toda lesión o puesta en
peligro de un bien jurídico atribuible a un ser humano, deriva de una acción u
omisión, lo cual permite establecer que este presupuesto es el que desencadena
una modificación externa o interna, así como una consecuencia jurídico penal.

Los partidarios de la llamada teoría social de la acción argumentan que


“la acción es la realización de un resultado relevante socialmente; el cual desde
el punto de vista jurídico penal, es la producción de un resultado típico.

Las críticas vertidas sobre dicha teoría le atribuyen una imprecisión teórica
y una peligrosidad e inutilidad práctica, sobre todo en atención a que al derecho
penal sólo le interesan los comportamientos humanos que desencadenen una
modificación externa o interna prevista dentro de la ley, excluyendo así otro tipo
de acciones jurídicamente irrelevantes, como podría ser bailar, correr, jugar, et.

Desde el punto de vista axiológico, la acción se define como un hacer


aquello que no se debe, lo cual resulta coincidente con la opinión de autores
como Baumann (1981) , quien sostiene respecto de la acción una clara
identificación con la conducta al señalar que es “conducta humana guiada por la
voluntad, siendo indiferente que esta conducta corporal consista en una acción
positiva o en una omisión”, mientras que otros autores como Maggiore (1989),
aun cuando identifican a la acción con la conducta, le atribuyen la necesaria
transformación del mundo exterior y exponen: “ es una conducta voluntaria que
consiste en hacer o no hacer algo, que produce alguna mutación en el mundo
exterior”

También, la acción se entiende en amplio sentido como la conducta


humana voluntaria manifestada por medio de una acción en sentido estricto
(acto) o de una omisión. El acto se realiza mediante una actividad positiva, se
hace lo que no se debe hacer, se actúa violando una norma que prohíbe,
mientras que en la omisión se deja de hacer algo que la propia ley ordena
realizar, lo cual guarda coincidencia con lo expresado por Jiménez de Asúa
(1998), para quien el concepto de acto abarca tanto la acción como la omisión;
argumentando que ambas “responden a la naturaleza de la norma. Si ésta es
prohibitiva (no matarás) su quebrantamiento crea un delito de acción”.
En la actualidad, una definición aceptada es que la acción cubre tres
requisitos esenciales que hacen de ella un comportamiento exclusivo de la
persona física, estos son: la voluntad del sujeto, la manifestación de ésta y como
consecuencia de la segunda, la modificación del mundo exterior, por ende, todo
acto de voluntad presupone actos de conocimiento.

En cuanto a la manifestación de voluntad es el acto que refleja la


personalidad del sujeto. La voluntad es el solo elemento con que esencialmente
se manifiesta, en el singular acto, la personalidad del actor. Son atribuibles a la
voluntad no sólo los actos que traen origen de un impulso consciente, sino
también aquellos que se derivan de la inercia de querer, la voluntad debe
entenderse como voluntad consciente, ya que sin el estado de conciencia no se
puede considerar como tal.

Las excluyentes de responsabilidad (en cuanto a la acción), se presentan


cuando la voluntad del sujeto se ve viciada, o bien, el acto realizado, carece de
libertad de voluntad; Muñoz Conde (2001) señala tres excluyentes de
responsabilidad que son: la fuerza irresistible, los movimientos reflejos y los
estados de inconciencia, aunque es claro, la ausencia de acción o exclusión de
ésta, no significa que las otras categorías del delito no existan.

b) La tipicidad

La acción del hombre individual ha de acreditar la característica de la


tipicidad, determinativa de que el acto realiza el tipo legal. Para que una acción
pueda ser reputada delictiva, necesariamente ha de ser típica. Acto penalmente
relevante no es cualquier conducta humana, sino únicamente la acción típica: el
concreto descrito en cada tipo legal de delito. La tipicidad verifica por virtud de
un proceso de subsunción. La acción típica es la conducta que resulta
subsumible en la descripción de un tipo legal de delito.

El origen del concepto de tipo penal con su actual contenido podemos


situarlo a partir de Beling en la dogmática penal alemana, época en la que dicho
autor describe lo que antiguamente era el delito específico en la totalidad de sus
elementos (incluido el dolo y la culpa), a través de la tipicidad en sentido formal.

En cuanto a la tipicidad existen infinidad de postulados en torno a cómo


identificarla y, en su caso, definirla, aspecto que deriva de la postura teórica a la
cual nos apeguemos, sin embargo, resulta claro el carácter eminentemente
valorativo que tiene el tipo penal y, por ende, la tipicidad, lo cual da lugar a que
se le defina como la averiguación que sobre una conducta se efectúa para saber
si presenta los caracteres imaginados por el legislador, siendo en concreto el
resultado afirmativo de ese juicio.

La evolución por la que ha atravesado la categoría de tipicidad puede


ubicarse a decir de Jiménez de Asúa (1998) en tres fases:
a) La de independencia. En que la tipicidad tiene una función descriptiva,
separada de la antijuridicidad y de la culpabilidad, que parte de las propuestas
de Beling en 1906 y su reformulación en 1930.

b) El carácter indiciario. Propuesta por Mayer, transforma la tipicidad de


mera descripción, ya que tiene el carácter de indicio de antijuridicidad, lo cual se
cumple en virtud de los elementos normativos.

c) La ratio essendi de la antijuridicidad. Representada por Mezger, la


tipicidad se transforma en algo más profundo que la descripción indiciaria de la
antijuridicidad, llegando a constituir su ratio essendi. A partir de la concepción
anterior, Jiménez de Asúa establece las siguientes nomenclaturas en torno al
tipo y a la tipicidad:

a) Tipo de delito (Delikstipus), se refiere a la figura del delito o a la vieja


acepción aportada por Stübel a la tipicidad. Este concepto sólo se procura
destacar las especies.

b) Tipo de lo injusto (Unrechtstypus), refiere a la conducta antijurídica de


esta o aquella especie.
c) Tipo de culpabilidad, consiste en el dolo exigido en cada caso.

d) Figura rectora (Leitbild), constituye el antiguo Tatbestand introducido


por Beling para evitar confusiones.

e) Adecuación típica (Tatbestandmässigkeit), correspondencia entre el


hecho y la descripción legal.

f) Tipicidad sensu strictu (Typicität). Constituye un elemento esencial del


delito, la descripción elaborada por el legislador.

Para otros autores, en la tipicidad existe acción incriminable, lo cual


puede aceptarse con las debidas cautelas y supeditado a las causas de
justificación, pues el dogma nullum crimen sine lege y correlativamente el que no
hay delito sin tipo legal al que corresponda la acción, puede afirmarse que la
tipicidad es elemento constitutivo de la acción sin lo que ésta no es incriminable.

A partir del análisis de los comportamientos típicos, se considera a la


acción comprendida en la figura del delito como típica, y a tal propiedad de
adaptación se denomina tipicidad, lo cual permite lograr la confluencia del mundo
formal y el fáctico, y definirla como la adecuación de un comportamiento a la
descripción elaborada por el legislador e inmersa en la ley. En virtud de lo
anterior, cuando hablamos de tipicidad queremos decir que la conducta está
tipificada, que es típica, esto es, que reúne las condiciones exigidas por un tipo,
por lo que la teoría de la tipicidad habrá de reducirse a la teoría del tipo, lo cual
resulta explicable a la luz del carácter de presupuesto que guarda el tipo en
relación con la tipicidad, es decir, no es dable ésta a falta del tipo.

c) Antijuricidad

La acción típica ha de acreditar la característica de la antijuricidad, que


expresa la contrariedad de la acción típica en cuestión al Ordenamiento jurídico
positivo. No toda acción típica es antijurídica, solo aquellas contrarias al precepto
legal y no son realizadas bajo el amparo de ninguna causa de justificación
prevista y autorizada por una norma de permisión.

La antijuricidad ha de ser formal y material a un tiempo, según la


concepción unitaria substancial del injusto típico. En sentido formal, la
antijuricidad indica el contraste existente entre una acción humana y la
prohibición o mandato que de determinados comportamientos personales realiza
la norma jurídica.

La antijuridicidad se puede analizar como la relación entre la acción


humana y la norma, a su vez, el injusto es la acción declarada antijurídica. En
tal virtud, la antijuridicidad representa un concepto unitario, válido para la
totalidad del orden jurídico, mientras que lo injusto es una noción múltiple. Por
esto, se puede afirmar que no existe una antijuridicidad específicamente penal,
pero sí un injusto que lo es.

En sentido material, la antijuricidad alude a la efectiva lesión o puesta en


peligro de los bienes jurídicos protegidos penalmente incriminado de conductas
individuales por la especialmente intensa nocividad social de las mismas. Ambas
dimensiones fundamentan el injusto típico, que expresa en la teoría del delito la
propiedad de una acción típica como contraria al Derecho, el cual, la conmina
con una sanción penal: el injusto típico es la acción típica y antijurídica.

La antijuricidad de la acción es una cualidad axiológica negativa de la


conducta humana que expresa un juicio objetivo de desvalor. El juicio objetivo
de desvalor supone la objetiva comprobación de si la acción humana reúne los
dos aspectos aludidos:

1) Que la acción típica realizada por el sujeto se muestra contraria a la


norma jurídica.

2) Que la acción típica en cuestión ha lesionado o puesto en peligro el


bien jurídico protegido por el ordenamiento jurídico-penal.
En conclusión, la antijuridicidad es un concepto que sirve de referencia
para los comportamientos típicos contrarios al contenido de una norma inmersa
en la ley penal, en tanto el injusto es el continente de la acción típica y
antijurídica. Esto da lugar a deducir una relación de género a especie del injusto
respecto de la antijuridicidad: la antijuridicidad es la especie que engloba el
injusto.

d) La culpabilidad
La acción típica y antijurídica ha de ser culpable, es decir, imputable a
título de responsabilidad jurídica al sujeto de la acción, descrita en la figura legal
en tanto es destinatario idóneo del juicio normativo de reproche personal-
subjetivo en que la culpabilidad es consistente.

La culpabilidad podemos definirla como el juicio de reproche que se dirige


en contra del sujeto activo de un delito, en virtud de haber ocasionado la lesión
o puesta en peligro de un bien jurídico, no obstante, que tenía otras posibilidades
de actuación menos lesivas o dañinas del bien jurídico.

La culpabilidad es un juicio de reproche normativo y subjetivo que se dirige


por el ordenamiento jurídico al autor individual del acto típico a su autor y la
responsabilidad penal a que el mismo se hace acreedor por la realización de la
conducta que pudo y debió haberse abstenido de ejecutar.

Este juicio presupone determinadas condiciones personales del autor,


como la imputabilidad personal y la libertad de voluntad. Mientras la antijuricidad
es esencialmente un juicio objetivo de desvalor de la acción típica, la culpabilidad
es un juicio subjetivo o de reproche personal.

Las condiciones personales de posibilidad de actuar de otro modo no


pueden faltar, su ausencia impediría la imputación subjetiva y la responsabilidad
de culpabilidad. Por ello, no se impondrá pena, pero si se acredita la peligrosidad
criminal del sujeto, se determinará la correspondiente medida de seguridad
penal. La culpabilidad se rige fundamentalmente por el principio proveniente del
derecho romano: poena non alios quam suos teneat auctores, nadie puede ser
responsable por las acciones de terceros que no ha podido impedir.

La culpabilidad se establece en la ley penal como el límite de la pena, es


decir, ésta será graduada con base en aquélla, lo cual sólo resulta válido para
el caso de los sujetos normales en los cuales existe la ausencia de una causa
de inculpabilidad.

De donde resulta que la pena es justificable por un fin de prevención


penal, para el caso de los sujetos que han delinquido, a diferencia de las medidas
de seguridad que se deben aplicar para los sujetos peligrosos, pero para un
sujeto culpable a la vez que es peligroso, debe serle aplicada una pena y una
medida de seguridad.

e) La punibilidad

El concepto de delito no se alcanza sino con la concurrencia, en la


realización de un injusto típico y culpable por su autor, de la punibilidad, que
constituye la última característica valorativa.

La punibilidad determina la susceptibilidad, la necesidad y el merecimiento


de pena de que desde el punto de vista jurídico-penal y político-criminal es
acreedora la realización del injusto típico y culpable por un determinado sujeto.

Para verificar la punibilidad se atenderá a las exigencias políticas criminales


de utilidad o conveniencia que valoran en cada caso la posibilidad real de
consecución de los fines consubstanciales a la sanción penal.

La Teoría del Delito enseña los diferentes niveles del análisis que deben
resolver de forma integrada el estudio de la conducta humana para calificarla
como “delito”, está claro que esa caracterización obliga a una ordenada
segregación de “hechos” que una vez convertidos en “tipos” (descritos e
individualizados por la ley) deberán ser sancionados como prescribe la norma en
el entendido de que se trata de conductas prohibidas (punibles)”

Finalmente, al analizar los párrafos anteriores, se reconoce con justa


validez que la mayoría de los países de la tradición jurídica de derecho
continental utilizan la teoría finalista del delito. Aunque parece imponerse en la
doctrina y jurisprudencia la estructura finalista del concepto de delito, se ha
iniciado el abandono del concepto de injusto personal, propio de la teoría
finalista, para introducirse paulatinamente las aportaciones político-criminales de
un concepto funcionalista del delito orientado a sus consecuencias.

Quizá la aportación más significativa a la teoría de delito del funcionalismo


moderado sea la denominada teoría de la imputación objetiva que introduce el
concepto de riesgo en la tipicidad, buscando la moderación, en unos casos, de
la amplitud de las conductas inicialmente susceptibles de ser consideradas como
causa y en otros, la fundamentación de la tipicidad en base a criterios normativos
en aquellos supuestos en los que ésta no puede fundamentarse en la causalidad.

Distinción entre imputabilidad, culpabilidad y responsabilidad.


Los conceptos contenidos en estos tres términos están tan íntimamente
relacionados entre sí, que se ha llegado a creer que son sinónimos o iguales las
ideas que expresan. Vemos, sin embargo, que imputar un hecho alguien, es
afirmar que lo ha realizado, que se ha establecido entre el agente y el acto, una
relación material de causalidad.

Pero no basta que el agente haya realizado el acto material, para que se
le pueda condenar, es preciso que se pruebe que el acto es voluntario, que su
voluntad ha sido libre y conciente, que existe entre el agente y el acto, una
relación psicológica, que conociendo la inmoralidad y lo antijurídico del acto, lo
haya realizado libremente, en una palabra, que sea culpable.

Establecida la prueba de los hechos, el juez no puede sino afirmar o negar


esta relación, pues la imputabilidad no es susceptible de grados. La culpabilidad
como la imputabilidad debe ser afirmada o negada de una manera absoluta.
No puede existir la más ligera duda acerca de ella, pero una vez es
afirmada, la culpabilidad puede estimarse grados. Una vez comprobadas la
imputabilidad y la culpabilidad, se afirma necesariamente la responsabilidad, la
cual, al ser medida, puede ser susceptible de grados, de más o de menos, y que
como sabemos, puede ser penal o civil, o de ambas clases. La responsabilidad
tiene lugar, establecidas la imputabilidad y la culpabilidad.

3.3 Aparición del delito

El iter criminis: Ideas o pensamientos, resolución criminal; los actos


preparatorios; los actos ejecutorios. En toda infracción existe una actividad, un
acto material realizado en el mundo externo, que produce un cambio o una
transformación o tiende a producirlos; y ese acto puede consistir en una acción
o en una omisión, es lo que se ha llamado como el elemento material.

La actividad del agente puede ser concebida y realizada en un mismo


instante de tiempo, o pasa, como ocurre en la mayoría de los casos, por una
serie de etapas sucesivas separadas por un espacio más o menos prolongado.
En el segundo caso, a esa serie de fases por las cuales pasa el agente y que no
pueden ser perfectamente identificables, es a lo que se ha dado el nombre de
iter criminis. En el estudio de estas fases pueden distinguirse las siguientes:

1. La idea criminal o tentación, esto es, la concepción del hecho


criminal que surge en la mente;

2. La voluntas sceleris, o sea la resolución de obrar, de dirigir la


voluntad a la realización de la infracción;

3. Los actos preparatorios, es decir, proveerse de los medios


materiales para llevar a cabo la realización, como son: Procurarse un arma,
comprar un veneno, etc.

4. El comienzo de ejecución: Que son los actos que están en relación


directa e inmediata con el fin criminal que va a realizar.
Los actos de ejecución: Son aquellos actos por medio de los cuales el
agente pone en acción los medios o instrumentos para la ejecución de un delito,
y que tienen una relación directa e inmediata con el mismo, demostrada al
comprobar la intención delictuosa.

Los actos preparatorios: Son los actos por los cuales se provee el
agente de los medios materiales para la ejecución del acto delictual; son aquellos
actos que no constituyen la ejecución del delito proyectado, pero que se refieren
a él en la intención del agente y tienden así a su ejecución. Por ejemplo comprar
un arma para llevar a cabo un homicidio, preparar un veneno para cometer el
crimen de envenenamiento, preparar una sala de cirugía para realizar un aborto,
etc. La palabra delito deriva del verbo latino delinquere, que significa abandonar,
apartarse del buen camino, alejarse del sendero señalado por la ley.

La teoría finalista y su concepción de lo ilícito personal tiene en su origen


una estrecha vinculación con la concepción retributiva de la pena y son el reflejo
de una drástica reducción de la prevención especial que había inspirado los
conceptos de la teoría del delito desde los tiempos de la aparición del
positivismo, a fines del siglo XIX.

La teoría finalista se caracterizó por un concepto de acción basado en la


dirección del comportamiento del autor a un fin por este prefijado. De esta
manera se oponía el concepto final de acción al concepto causal de acción que
solo tenía en cuenta la producción causal del resultado.

Del concepto de acción y del ilícito personal se derivaron consecuencias


que alteraron el contenido de las categorías tradicionales de la teoría del delito:

 El dolo se convirtió en elemento de lo ilícito, dando lugar a un “tipo


subjetivo” complementario del “tipo objetivo” abandonando así la
culpabilidad, categoría a la que había pertenecido hasta ese momento.

 Los delitos dolosos y culposos se separaron ya en lo referente a la


estructura del tipo penal, y no como en la teoría de la acción causa al nivel
de la culpabilidad, dolo y culpa son formas de ilicitud (de infringir una
norma y no formas de culpabilidad).

 En lo ilícito puede distinguirse junto el disvalor del resultado también un


disvalor de acción (que últimamente se entiende por algunos como
elemento de la ilicitud con exclusión del concepto de ilícito del disvalor del
resultado.

 La culpabilidad se redujo correspondientemente a la capacidad de


culpabilidad y a la posibilidad del conocimiento de la prohibición.

En la actualidad, las teorías del delito tienden al modelo finalista, aunque


las diferencias de fundamentación del sistema sean a veces muy diversas de
las que dieron origen a la teoría finalista. Los presupuestos de la pena son los
mismos en ambas teorías y la diferencia radica en el lugar donde se da
relevancia al dolo, a la conciencia de la antijuricidad o a la infracción del deber
objetivo de diligencia.

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