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MORENA CARLA LANIERI

Università di Genova

El memorialismo discursivo en Ifìgenia de Teresa de la Parra

Al abordar la lectura de Ifìgenia1, de Teresa de la Parra, lla-


ma en seguida la atención el tupido vaivén entre narración apasio-
nada y minuciosa descripción que va hilvanando el discurso/escri-
tura en primera persona de la protagonista, María Eugenia Alonso,
estructurando así todo el andamiaje novelesco2.
El título aglutina los elementos claves y definidores del texto,
por un lado, remitiendo al mito; por otro, fijando mediante el sub-
título, Diario de una señorita que escribió porque se fastidiaba, la
necesidad de recurrir a la escritura intimista para poder escapar
del agobio del fastidio, ese tedio mortal - reflejo de la aplastante
opresión que ejerce sobre la protagonista el ambiente cultural que
la rodea — por el cual la joven se siente acorralada. Sin embargo,
resulta curioso notar cómo el diario - que, de paso, presenta un ar-
mazón más bien memorialista, por la dilatación temporal que lo
caracteriza - constituye sólo la segunda parte de la novela, ya que
la primera estriba en una carta larguísima3 de María Eugenia a su
amiga Cristina Itúrbide, y la última consiste en dos secciones que
1
Teresa de la Parra, Ifìgenia, en Obra, Caracas, Biblioteca Ayacucho, t. 95,
1991.
2
María Eugenia Alonso, educada en Europa, vuelve a Caracas al fallecer su
padre. Descubre que su tío la ha despojado de su herencia y que tiene que hallar
un buen partido. Al principio, se niega a someterse a la voluntad de la familia y
piensa huir con Gabriel Olmedo; pero, al final, se casa con César Leal.
3
El subtítulo del primer capítulo «carta muy larga donde las cosas se
cuentan como en las novelas», apunta al parecido narrativo de la carta con la fa-
bulación novelesca - reforzando la verosimilitud que se le atribuye, por convención
(pacto de lectura), a lo autorreferencial -, a la vez que establece un puente con la
tercera parte de la obra. Cfr. Lejeune Philipe, II patto autobiografico, Bologna, II
Mulino, 1986.

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registran la conversión en instancia hablante de la protagonista,


cuya narración sigue guardando, de todas formas, el mismo carác-
ter intimista anterior. Entonces, ¿qué función desempeña la es-
critura del yo, dentro de la ficción, y a qué finalidad se supedita el
elemento testimonial en cada una de las tres versiones que asume
dentro de la novela?
Cabe señalar cómo la parte epistolar anticipa a la diarística4,
por los parecidos que presenta con ésta en lo que atañe a extensión,
estructura y argumento. De hecho, podría tratarse de un inicio del
diario a través de la carta, escrita en borrador: en el fondo, lo único
que cambia es el pasaje de un tú bien definido en la carta (la amiga
del alma) a un tú indeterminado en el diario, que sigue desempe-
ñando el mismo papel de depositario de los secretos de la protago-
nista, manteniéndose así invariado un único hilo del discurso, ya
sea a nivel de contenido (autorreferencial) como de forma (confiden-
cial). La carta se configuraría así como una suerte de antesala del
diario, sin solución de continuidad, como variante de una sola mo-
dalidad escritural encaminada a descubrir al yo que reflexiona so-
bre sí mismo y la realidad exterior - con la que establece una rela-
ción tensa y fluctuante —,a penetrar esa mismidadP que se convier-
te en sujeto de la acción y en argumento privilegiado de la obra.
En la última parte - cuya estructura calca a la diarística, por
relatar acontecimientos que suceden en el lapso temporal de una
semana - el pasaje al yo como instancia narrativa, cuyo destinata-
rio es el lector, señala la entrada en el mito, es decir en la historia
contada, sin que se abandone el discurso intimista, al que se sigue
apelando por su potencialidad introspectivo-semántica: su constan-
te utilización a lo largo de toda la novela marca la progresiva con-
dición de soledad interior en la que acaba hundiéndose la protago-
nista.
4
Podría tratarse de una carta nunca enviada - inclusive, sólo pensada y
jamás escrita - o redactada en borrador, ya que María Eugenia no recibe con-
testación alguna. Cfr. el interesante trabajo de Alejandra Torres, «Iflgenia de Te-
resa de la Parra, el poder de la palabra», en Sonia Mattalia-Milagros, Mujeres:
escrituras y lenguajes, Dep. de Filología Española, Facultad de Filología, Univer-
sidad de Valencia, Aleza Eds., pp. 69-73.
5
Anna Caballé, Narcisos de tinta, Málaga, Megazul, 1995, p. 39.

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También en la carta lo que activa la escritura autorreferen-


cial es el hastío - «a cruel y estoica magnitud de mi aburrimiento»
(p. 8) -, condición a partir de la cual María Eugenia va enhebrando
sus reflexiones sobre los mecanismos de sedimentación de toda una
serie de lugares comunes establecidos, clichés y principios falsísi-
mos que se van arraigando en los individuos hasta forjar las arqui-
tecturas mentales de una comunidad. Dicho proceso implica cierta
nivelación interior que va homologando a los sujetos, ya sea en lo
físico como en su «sistema de enfocar y expresar sus imaginacio-
nes» (p. 28), según aclara repetidamente la protagonista al expla-
yarse, de manera muy singular, en la elucidación de sus ideas. Pre-
cisamente la peculiar discursividad de María Eurgenia, con sus
bruscos pasajes - de lo frivolo a lo profundo, de lo baladí a lo serio,
de los tonos irónicamente cínicos a los intensos matices emociona-
les -, acentúa aún más en el lector la percepción de la vivencia de
la protagonista, quien realiza todo un recorrido por los recovecos de
una forma mentís que siente ajena y hostil - al experimentar y pa-
decer personalmente sus prejuicios - y que va recostruyendo por
medio del lenguaje testimonial, hasta llegar a cuestionar desde
adentro las actitudes y visiones estereotipadas que la conforman.
A medida que avanza la narración escritural de sus experien-
cias, especial interés cobra el memorialismo que entraña la descrip-
ción del entorno6: la evocación emocional7 del paisaje va abriendo
una suerte de hendidura por donde se cuelan sensaciones que en-
trañan un fuerte apego a la tierra y acaban agudizando el dualismo
interior de la protagonista, dividida entre su propensión contem-
plativa - a la que predispone la languidez tropical -, por un lado, y
6
Resulta impregnada de sutil lirismo la descripción de la costa vista desde
el mar: la fealdad de La Guaira contrasta con las casitas de todos los colores -
colgadas sobre los barrancos y parecidas a las del Nacimiento navideño - y la
zigzagueante carretera que lleva al valle caraqueño, con su misteriosa e imponen-
te montaña del Ávila de tonalidades cambiantes.
7
Sobresale la descripción de la capital, cuya imagen se contrapone a la de
la Caracas que María Eugenia guardaba en su recuerdo: las calles de su infancia -
anchas, largas, elegantes y tiradas a cordel - ya no existen.Ve una ciudad de casas
chatas de un sólo piso - oprimidas por los aleros, la montaña y los hilos del teléfo-
no pasando bajos -, adormecida bajo el bochorno tropical y de aire andaluz algo
melancólico.

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su rebelde inconformismo al ambiente por otro. A dicho respecto, es


bonita la parte en que la protagonista se considera legítima descen-
diente de sus antepasados por su alma dada a las dulzuras de la
ensoñación, inclinación propiciada por el contacto con la naturaleza
que brinda ese pedazo de campo que hay en cada casa8. En efecto, a
María Eugenia le encanta quedarse conversando en el corral con la
sabia Gregoria, la negra que le daba de comer cuando pequeña,
quien, mientras restriega la ropa en la batea llena de espuma, le va
revelando las intimidades de la familia y los ocultos repliegues del
alma humana.
El dejo memorialista, al modular sus emociones, abre una
profunda grieta por la cual se infiltran sentimientos que provocan
reacciones contradictorias y van socavando la firmeza de algunas
de sus convicciones, oponiéndoles resistencia: el conflicto se mani-
fiesta a través de actitudes que delatan cierta incongruencia de la
protagonista, quien llega a sentirse subliminalmente atraída por la
fuerza intrínseca que encierra lo mismo que condena. Por ejemplo,
por un lado critica y desaprueba la mentalidad de su abuela - por
predicarle el sacrificio, la resignación y la indulgencia, como cuali-
dades indispensables en toda mujer — mientras que, por otro, la
muchacha se deja impresionar por la indómita elegancia del carác-
ter señorial de la anciana, «encastillada en sus ideas de honor»,
llegando a admirarla con orgullo, pese a exaltar valores que la jo-
ven se niega rotundamente a compartir.
La parte diarística registra la estancia en Caracas de María
Eugenia, su amistad con Mercedes Galindo - quien impide que se
arraigue en la joven cualquier tipo de adaptación al medio -, el
idilio entre la muchacha y Gabriel Olmedo hasta que la familia
decide apartar a la joven de Caracas por una temporada y man-
darla a la hacienda de San Nicolás, donde la protagonista sobre-
lleva con estoicismo su destierro. Esta parte guarda especial inte-

8
Realce especial se les da a los dos patios de la casa caraqueña - el de
naranjos, al que se asoma su habitación, y el otro con su «suave unción de con-
vento y placidez hospitalaria» -, espacios a los que se suele asociar la queridísima
figura de la vieja lavandera negra Gregoria, cronista sin igual, amiga, confidente y
mentor de María Eugenia.

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res por el importante papel que desempeña la naturaleza9 en el


paulatino proceso de conversión que va sufriendo María Eugenia: la
evocación descriptiva plasma las delicias propiciadas por el embria-
gador contacto con el habitat natural - donde se sublima una sen-
sualidad desbordante y se halla alivio interior -, que activa en la
joven una subrepticia aclimatación al ambiente cultural. No sólo vi-
viendo con sus primos acaba por perderles la antipatía que les te-
nía10, sino que ellos a su vez la erigen en modelo, imitándola en to-
do, y la protagonista se complace de esta admiración, pese a haber-
los considerado unos mentecatos.
Al enterarse del compromiso de Gabriel con una rica herede-
ra, María Eugenia se encierra en su silencio interior, desconsolada,
sola, afligida y herida en lo más hondo de su orgullo. La tercera
parte empieza precisamente a los dos años de interrumpir la joven
su diario, costumbre que le había durado sólo unos meses y en un
momento dado había encontrado inexplicablemente necia, ridicula
y fastidiosísima - según afirma la misma protagonista -, por lo
cual había resuelto «esconderlo en el doble fondo de su armario de
luna, envuelto y atado en un periódico donde nadie pudiese hallarlo
nunca» (p. 186, cursiva mía), hermosa metáfora que simboliza a lo
reprimido en el subconsciente.
Es interesante notar cómo el abandono de la escritura coinci-
de, al final, con el repliegue del yo de la protagonista y su aguda
conflictividad: en efecto, la elección del habla novelada sucede a la
anterior y marca el paso a lo declaradamente ficcional, al yo con su
máscara. Sin embargo, es significativo el hecho de que no se aban-
done nunca la narración en primera persona, ni la modalidad con-
fesional: precisamente dicha continuidad pone de relive la escisión
interior de un mismo ego profundamente transformado ya y casi

9
A. Caballé, «Tradición y contexto en el memorialismo decimonónico hispa-
noamericano (Argentina y Chile)», en Actas del XXVTII Congreso Internacional del
IILI, El Colegio de Méjico & Brown University, 1994, pp. 505-513.
10
La joven hasta llega a manifestarle su coquetería a su primo Perucho, fiel
acompañador con quien comparte largos paseos vespertinos, ya que - afirma - no
pudiendo amar «al que quisiéramos [...] no nos queda más recurso que amarlo
indirectamente en aquello que podemos» (p. 151).

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irreconocible. Como señala Anna Caballé11:

[...] todo autobiógrafo se atreve a ser transparente, prolijo, de-


tallado con [una época]... remota, manipulable, idealizada; el
malestar surge frente a las experiencias que todavía se nos
resisten, que nos resultan penosas y que, sobre todo, nos com-
prometen. De ahí el olvido, la invención, la máscara, el subter-
fugio y tantos mecanismos de autoprotección del yo cuyo desa-
rrollo sólo depende del grado de vulnerabilidad del individuo.
O, ... del número de heridas que uno haya recibido.

Asimismo Caballé anota que, según Freud, el material de la


memoria sucumbe a dos influencias: la condensación y la desfigura-
ción. El primer proceso conduce al olvido, mientras que la desfigu-
ración que sufren los recuerdos que mayor influencia afectiva han
ejercido sobre nosotros llevan a la fabulación, al obscurecimiento o
al mito.12
El mito, pues, como refugio y a la vez encarnación de la Colo-
13
nia , esa época que se sustrae al flujo de la historia dejando su le-
gado cultural a través de modelos, interiorizados y cristalizados por
la tradición, que impiden la identificación del individuo con su pro-
pio devenir y favorecen la repetición de un tiempo de antaño, de un
saber transmitido, con todo su bagaje de arquetipos y valores que
niegan el cambio. Por consiguiente, María Eugenia «...abandona la
imagen que se hacía de sí misma para ocupar su lugar en el mito:
sólo en dicha dimensión resuelve las contradicciones entre lo que es
y lo que cree ser»14. De hecho, al final, en lugar de irse con Gabriel
- quien casi la convence a escaparse con él, desafiando a la familia
y a la sociedad, en nombre del amor que los une y de los parecidos
que comparten - la protagonista opta por casarse con César Leal, el

11
A. Caballé, Narcisos..., cit., p. 116.
12
Ibidem, p. 117.
13
Cfr. Alessandro Martinengo, L'itinerario di Teresa de la Parra verso il
mondo «criollo», Pisa, Giardini, 1967.
14
Cfr. el bonito ensayo de Julieta Fombona, Las voces de la palabra, en T.
de la Parra, Obra, cit, pp. 9-28.

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prototipo del marido ideal para ese ambiente donde se le rinde cie-
go tributo de obediencia y vasallaje al hombre, deificado por atavis-
mos heredados de antepasados o por razones económicas de organi-
zación social.15 Aparentemente, pues, María Eugenia repite así el
papel de la cenicienta joven, pobre y virtuosa que se casa con el rico
caballero. Sin embargo, aun entrañando su aprendizaje un profun-
do desengaño - ya que Gabriel acaba defraudando, en lo más hon-
do, las expectativas de la protagonista, por no constituir un modelo
realmente alternativo -, su sacrificio no implica ni claudicación, ni
pérdida de lucidez16. En efecto, la joven declara expresamente que
no se doblega al dios de siete cabezas (sociedad, familia, honor,
religión, moral, deber, convenciones, principios), ni al dios de los
hombres, en el cual no cree y del que no espera nada: al final, Ma-
ría Eugenia se entrega17 como Ifigenia al Espíritu del Sacrificio, pe-
ro a diferencia de la figura mitológica se inmola a la Maternidad
(de acuerdo con el cometido que lleva consigo el mismo nombre
Ifigenia, que curiosamente significa «la que gobierna con fuerza los
nacimientos»18) :

Y dócil y blanca y bella como Ifigenia, ¡aquí estoy ya dispuesta


para el martirio! Pero antes de entregarme a los verdugos, [...]
quiero gritarlo en voz alta, para que lo escuche bien todo mi
ser consciente: ¡No es al culto sanguinario del dios ancestral
de siete cabezas a quien me ofrezco dócilmente para el holo-

15
«Pero tío Pancho seguía filosofando: [...] a las mujeres sin dote ni fortuna
propia, como son en nuestra organización social casi todas las mujeres, es el hom-
bre quien está obligado siempre a sostenerlas de un todo...» (p. 68).
16
Aunque la joven declare que quiere olvidar, entre otras cosas, que ha
leído a Dante — ya que Leal afirma que la lectura no es cosa para mujeres -, sin
embargo, argumenta conscientemente: «...me di a considerar que al fin de cuentas,
la ignorancia era muchísimo más liberal que la sabiduría, pues que de un igno-
rante se puede hacer un sabio, mientras que de un sabio no puede hacerse jamás
un ignorante» (p. 222).
17
Cfr. Ana García Chichester, «El sacrificio de María Eugenia Alonso en
Ifigenia de Teresa de la Parra», en «Revista de Literatura Hispanoamericana», n.
37 (1998), pp. 123-138.
18
Cfr. Kerény Károly, Gli ereoi della Grecia, Milano, II Saggiatore, 1995, p.
310.

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causto, no, no!... ¡Es a otra deidad mucho más alta que siento
vivir en mí; es esta ansiedad inmensa que al agitarse en mi
cuerpo mil veces más poderosa que el amor, me rige, me go-
bierna y me conduce hacia unos altos designios misteriosos
que acato sin llegar a comprender! Sí: Espíritu del Sacrificio,
Padre e Hijo divino de la maternidad, único Amante mío; Es-
poso más cumplido que el amor, eres tú y sólo tú el Dios de mi
holocausto, [...] porque así como el amor engendra en el placer
todos los cuerpos, tú, mil veces más fecundo, engendras con tu
beso de dolor la belleza infinita que nimba y que redime al
mundo de todas sus iniquidades! (p. 310).

Pese a que la novela no tenga un final feliz, es precisamente


el mito el que posibilita entroncar la historia de María Eugenia
Alonso con la de Ifigenia y recuperar el mensaje latente a que re-
mite la obra. No sólo el silencio de la protagonista es una forma de
resistencia a la sociedad patriarcal, sino que también su estoico
sacrificio responde a una elección consciente que no implica rendi-
ción alguna, sino todo lo contrario. De hecho, afirma Teresa de la
Parra: «Lo único que considero bien escrito en Ifigenia es lo que
tracé sin palabras»19, lo cual bien podría aplicarse, en particular, al
desenlace aparentemente negativo de la novela, pero potencialmen-
te subversivo por lo que implica su integración a través del mito.
La Ifigenia20 del mito21 no es sólo la joven hija de Agamenón,
sacrificada por su padre para a rendirle tributo a Diana - quien, en
realidad, se compadece de ella y la salva a escondidas - , sino que es
su alter ego como figura: de hecho, se convierte en su sacerdotisa
en Táuride, donde a Ifigenia le toca oficiar un terrible ritual que los
habitantes de esas tierras realizan, inmolando en honor de la diosa

19
T. de la Parra, Epistolario, en Obra, cit., p. 595.
20
Ifigenia acepta con resignación el futuro de víctima al que está predes-
tinada, junto con su hermano Oreste, por voluntad divina, para expiar los delitos
cometidos por su familia. Eurípides retoma el mito en Ifigenia en Aulide (a que
remite el título de la penúltima parte de la novela de la escritora venezolana) y,
posteriormente, narra la continuación de la historia de Ifigenia en su tragedia
Ifigenia en Táuride.
21
K. Kerény, Gli eroi..., cit., pp. 310-314.

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a los extranjeros que llegan a esas playas. Al tener que sacrificar a


su hermano Oreste y al fiel Pilade, Ifigenia se rebela a la ley bárba-
ra vigente, se opone con firmeza al rey Toante y lo convence para
que suprima para siempre los sacrificios humanos y deje marchar a
los dos huéspedes que han liberado al pueblo de la barbarie que lo
oprimía. El mito revela así sus razones intrínsecas: Ifigenia acepta
su destino, salva a su hermano liberándolo de las Furias, que lo
perseguían por ser el último descendiente de una estirpe asesina22:
su redención marca para todo un pueblo el surgimiento de una
época nueva y el paso a una civilización más humana.
No se puede pasar por alto el mensaje altamente subversivo a
que remite el mito. De acuerdo con el mismo, el sacrificio de María
Eugenia no se configura para nada como capitulación, sino que
cumple con alto papel civilizador de engendrar una generación nue-
va, consciente de la necesidad de sentar las bases de un nuevo por-
venir en una transformación radical de la estructura mental vigen-
te, libre de todo condicionamiento social, político o cultural, ya sea
como forma estereotipada de pensamiento que como ingenua imita-
ción de modelos conductuales que favorecen la sumisión a la barba-
rie, impidiéndole al individuo realizarse según sus inclinaciones,
talento y deseos. María Eugenia trata de operar un cambio educa-
cional desde adentro, sirviéndose precisamente de la fuerza que le
confiere la maternidad dentro de los cauces de la legitimación so-
cial - es decir, como esposa de Leal -, cambio que no hubiera logra-
do realizar huyendo con Gabriel.
La revisión del mito plantea, pues, el problema de la identi-
dad, ya sea individual como colectiva de un pueblo, cuestionando
desde el punto de vista del sujeto la capacidad real de conocerse y
actuar según un determinado sentir y pensar. La belleza del libro
consiste precísamete en mostrar, a través de las incongruencias del
personaje - frivola, culta, hermosa y presumida, pero lúcida, inteli-
gente y capaz de gran introspección -, los aspectos más contradic-
torios del alma humana, los conflictos emotivos que surgen al no
22
El mismo Oreste había cometido un matricidio para vengar la muerte de
su padre, asesinado por su esposa Clitemnestra a raíz del sacrificio de su hija In-
genia (Hornero, La litada).

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lograr conciliar exigencias opuestas que se llevan por dentro y que


reclaman a la vez una satisfacción incompatible, como en el caso de
María Eugenia, quien por un lado, rechaza rotundamente una he-
rencia cultural que percibe como retrógrada y, por otro, desea pre-
servarla de alguna manera, por guardar en parte un valor senti-
mental para ella, a raíz de los lazos afectivos que la unen a su
familia. A este respecto, la misma Teresa de la Parra anota en una
carta a Eduardo Guzmán Esponda:

[...] el objeto único de mi libro ha sido demostrar... nuestra


misteriosa dualidad, los terribles conflictos que surgen ante la
sorpresa de lo que creíamos ser y lo que somos; y, finalmen-
te... [...] esta pregunta eterna y torturante sometida al lector:
¿cuál es el verdadero yo fruto de nosotros mismos, el yo que
razona o el que se conduce? (p. 595).

Asimismo, desde el punto de vista social, la novela plantea


indirectamente el problema de la imposibilidad de progresar cultu-
ralmente en un ambiente donde el eterno retorno de regímenes to-
talitarios 23 y la repetición de ceremoniales de un legado cultural
fosilizado han contribuido de manera determinante a detener el
tiempo. Son precisamente las palabras de Gabriel las que mejor
ilustran las causas de la situación política del país, así como la de
todo el continente:

[...] en Venezuela estamos muy bien. Hay organización, hay


progreso y hay paz; ¿qué más quieres? Tu gran error consiste
en quererte parangonar con las grandes naciones europeas,
países que marchan desde hace siglos en los rieles formidables
de su pasado y de sus tradiciones, unidos como una sola enti-
dad sobre los rasgos firmes de una raza ya hecha. Nosotros,
por el contrario, atravesamos un período de gestación socioló-
gica, un período de fusión de razas cuya principal caracte-

23
Cabe recordar, en particular, la larga dictadura de Juan Vicente Gómez
(1908-1935), precedida por la de Cipriano Castro (1899-1908).

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rística ha de ser siempre la anarquía. Por lo tanto, el gobierno


que durante esta edad sociológica sepa implantar la paz a toda
costa, será siempre en Venezuela el gobierno ideal; y el actual
gobierno la impone y la sostiene, es la base principal de su
programa y por consiguiente lo afirmo y lo afirmaré siempre;
¡vamos muy bien!... ¡ah! no creas, no, que es tontería la tarea
que representa el extirpar en Venezuela nuestro decantado
espíritu de caudillaje, que es la consecuencia de esta inquieta
fusión de razas, y que es además la consecuencia de pasados
triunfos y pasadas grandezas. Sí; nuestro espíritu de caudi-
llaje nació en las gloriosas semillas de la Independencia, y en
ella se alimenta todavía. Nos ahoga, nos aniquila, y no nos
deja vivir; es una mala hierba que hay que segar... ¡Ah! sí,
¡muy caro hemos pagado y hemos de seguir pagando en Vene-
zuela el lujo y la elegancia de haber independizado a medio
Continente! (pp. 124-125).

El rasgo distintivo de la identidad americana se fundamenta,


pues, en ese marcado mestizaje portador de anarquía, de ese desor-
den que engendra a su vez la mala hierba del espíritu de caudillaje,
tan difícil de extirpar: mal que azota a las naciones del continente
por un lado, y por otro, paradójicamente, gobierna implantando la
paz, o mejor dicho, instaurando ese conformismo y esa aceptación
pasiva del establishment y de los valores culturales de una tradi-
ción cristalizada en los cuales la opresión de la barbarie afianza su
propio poder.

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