Estrechamente vinculadas a la burguesía revolucionaria por odio a la
aristocracia y al Antiguo Régimen, cuyo peso habían soportado, las clases populares urbanas no dejaban de estar menos divididas en diversas categorías, y su comportamiento no fue uniforme durante el transcurso de la revolución. A las masas que trabajaban con sus brazos y que producía se le denominaba pueblo. Este adjetivo se lo daban sus dueños, aristócratas o grandes burgueses. De hecho de la burguesía media, para emplear la terminología actual, al proletariado, los matices eran muy diversos como los antagonismos. En esta sociedad con preponderancia aristocrática, las categorías sociales estaban englobadas bajo el término general, del Tercer Estado, no estaban claramente delimitadas dichas categorías. El artesano dependiente se situaba en el límite de las clases populares y de la pequeña burguesía, el artesano trabajaba en su casa sin la vigilancia del negociante; los útiles de trabajo generalmente les pertenecían, con frecuencia contrataban a compañeros suyos y entonces venía a ser como un pequeño patronato. Pero en realidad económicamente este artesano no era más que un asalariado del comerciante acaudalado. Los oficiales y aprendices agrupados en las corporaciones permanecían bajo la estrecha dependencia económica e ideológica de los dueños. En los oficios de tipo artesano, el taller familiar constituía una célula autónoma de producción; de aquí un cierto tipo de relaciones. Sin que fuese una regla absoluta, no solamente los aprendices, sino los oficiales (uno o dos habitualmente), vivían bajo el techo del dueño “con pan, olla, cama y casa”. Esta costumbre continuaba todavía en vigor en muchos oficios, cuando estalló la Revolución. En la medida en que tendían a desparecer, traían consigo también la desunión de los dueños y trabajadores y la disociación del mundo tradicional del trabajo, acentuado por el aumento progresivo del número de trabajadores. Los obreros de las manufacturas podían subir fácilmente los diversos escalones de su situación laboral; no se le exigía ningún aprendizaje regular pero estaban sometidos a la disciplina estricta de los reglamentos en los talleres, les era difícil dejar a su patrono, era necesario que presentaran un despido por escrito. El asalariado de la clientela constituía un grupo tal vez más importante de las clases populares urbanas: periodistas, jardineros, comisionistas, aguadores, leñadores, recaderos, que hacían recados o pequeños trabajos. A esto hay que añadir al personal doméstico de la aristocracia, (criados, cocheros, cocineros…), especialmente numerosos en ciertos barrios de Paris, como el de Saint-Germain. Las condiciones de existencia de las clases populares urbanas se agravaron en el siglo XVIII. El aumento de la población en las ciudades y la subida de los precios contribuyeron al desequilibrio de los salarios con relación al costo de vida. La jornada de trabajo era, en general, desde el alba a la noche. En Versalles, en multitud de talleres, el trabajo duraba, durante el buen tiempo, desde las cuatro de la mañana hasta las ocho de la noche. En Paris, la mayoría de los oficios se trabajaban durante 16 horas, los encuadernadores e impresores cuyas jornadas no pasaba de 14 horas estaban consideradas como privilegios. El problema esencial de la clase popular era el del salario y su poder adquisitivo. A pesar de los conflictos sociales entre las masas populares y la burguesía, aquellas se enfrentan, sobre todo con la aristocracia. Artesanos, tenderos y obreros a sueldo tenían su resentimiento contra el Antiguo Régimen, odiaban a la nobleza. Este antagonismo esencial se fortalecía por el hecho de que muchos de los trabajadores de la ciudad tenían un origen campesino y conservaban su vinculación con el campo. Detestaban al Noble, por sus privilegios, por su riqueza territorial, por los derechos que tenían. En cuanto al Estado, las clases populares revindicaban sobre todo el aligeramiento de las cargas fiscales, especialmente la abolición de los impuestos indirectos y de las concesiones, de donde la municipalidad sacaba lo más florido de las rentas, esto aventajaba a los ricos. Respecto de las corporaciones, la opinión de los artesanos y de los obreros a sueldo estaba lejos de ser unánime. En la mayoría de las ciudades, los motines de 1789, tenían como origen la miseria. Su primer resultado fue la disminución del precio del pan. La crisis en Francia del Antiguo Régimen era esencialmente agrícolas; se producían generalmente por una sucesión de cosechas mediocres o claramente diferentes; los cereales padecían entonces una subida considerable. En 1788, la crisis agrícola fue la más violenta de todo el siglo; en el invierno aprecio la penuria, la mendicidad, debida al paro, se multiplico, estos desocupados hambrientos constituyeron unos de los elementos de las masas revolucionarias. Ciertas categorías sociales se aprovecharon de la subida del grano: el propietario, a quien se le pagaba en especie; el diezmero, el señor, el comerciante, todos pertenecientes a las clases dirigentes. Los antagonismos sociales se encontraban reforzados, como también la oposición popular contra las autoridades y el Gobierno; este fue el origen de la leyenda del pacto del hambre, la sospecha recaía contra los responsables del abastecimiento de las ciudades, municipalidades y Gobierno. De esta miseria y de esta mentalidad nacieron las emociones y las revueltas. El 28 de abril de 1789, en Paris, estalló un motín, el primero contra un fabricante de papeles pintados y uno de salitre, acusados de haberse manifestado en una asamblea electoral con palabras imprudentes respecto de la miseria del pueblo. Los motivos económicos y sociales de esta primera jornada revolucionaria son evidentes; no era un motín político. Las masas populares no tenían puntos de vista precisos sobre los acontecimientos políticos. Fueron más bien móviles de tipos económicos y sociales los que les pusieron en acción.
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