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Motivación
Cada uno de nosotros somos tantas veces Tomás... Nos parecemos mucho a él:
escépticos, críticos, independientes, ... Hoy parece estar de moda eso de llamarse
agnóstico. Queda bien. Creer es cosa de débiles, dicen; eso pertenece a tiempos
pasados... No nos valen las razones ni explicaciones de otros. Sólo el argumento de
la experiencia nos convence. Pobre Tomás. No tardará en caer de rodillas
pronunciando aquella hermosa profesión de fe: “Señor mío y Dios mío”. ¿Por qué
necesitamos tantas pruebas, tantas evidencias, hombres de poca fe? ¿No nos basta
saber que ha muerto en una cruz por amor a nosotros?
Tomás, uno de los doce, a quien llamaban “el Mellizo”, no estaba con ellos cuando
llegó Jesús. Los discípulos le dijeron: “Hemos visto al Señor”. Él les dijo: “Si no veo
en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el lugar de los clavos, y la
mano en su costado no lo creo”. Ocho días después, estaban nuevamente los
discípulos allí dentro, y Tomás con ellos. Jesús llegó estando cerradas las puertas ,
se puso en medio y les dijo: “¡La paz esté con vosotros!” Luego dijo a Tomás: “Trae
tu dedo aquí y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas
incrédulo sino creyente”. Tomás contestó: “¡Señor mío y Dios mío!” Jesús le dijo:
“Has creído porque has visto. Dichosos los que creen sin haber visto”.
Reflexión
Señor Jesús, á mí también me cuesta creer. Yo, como Tomás, quiero comprobarlo
todo. Ayúdame a saber ver los signos de tu presencia, tus llagas abiertas en nuestro
mundo de hoy.
Señor Jesús, quisiera creer y aceptar de todo corazón, pero tengo mucho Tomás
dentro de mí, necesito evidencias, pruebas... Dame el don de la fe. Ayúdame a
descubrir tu presencia resucitada entre los hombres.