La suicidología estudia el acto suicida de forma interdisciplinaria, considerando factores biológicos, psicológicos, sociales y culturales. No existe una correspondencia directa entre la suicidología y cada acto suicida individual, ya que cada caso tiene múltiples factores. La suicidología busca construir una comprensión del acto suicida analizando los recursos disponibles y la respuesta de las instituciones ante el sufrimiento humano que puede llevar al deseo de autodestrucción.
La suicidología estudia el acto suicida de forma interdisciplinaria, considerando factores biológicos, psicológicos, sociales y culturales. No existe una correspondencia directa entre la suicidología y cada acto suicida individual, ya que cada caso tiene múltiples factores. La suicidología busca construir una comprensión del acto suicida analizando los recursos disponibles y la respuesta de las instituciones ante el sufrimiento humano que puede llevar al deseo de autodestrucción.
La suicidología estudia el acto suicida de forma interdisciplinaria, considerando factores biológicos, psicológicos, sociales y culturales. No existe una correspondencia directa entre la suicidología y cada acto suicida individual, ya que cada caso tiene múltiples factores. La suicidología busca construir una comprensión del acto suicida analizando los recursos disponibles y la respuesta de las instituciones ante el sufrimiento humano que puede llevar al deseo de autodestrucción.
La suicidología y el acto suicida tienen una relación
indisoluble. Hoy nada permite pensar que esa correspondencia sea biunívoca, es decir, así como para el protagonista del acto suicida generalmente no es relevante que algún saber descifre su acto, para el suicidólogo, aún el más entrenado, no existen prescripciones eficaces “per se” para el abordaje de este evento en cualquiera de sus etapas.
Esto nos conduce a que la correspondencia entre la
suicidología y el acto suicida hay que construirla. En la articulación de recursos para la construcción de esa correspondencia se funda la calidad de respuesta de las instituciones del conocimiento para con el sufrimiento humano que da origen al proceso autodestructivo.
Entonces quizás se pueda afirmar que actualmente no
están en la suicidología todas las respuestas posibles al acto suicida, pero sí una voluntad cognoscitiva que permite, cada vez más, recorrer territorios aledaños en la búsqueda de enclaves epistemológicos significativos para hacer la vida más tolerable y en tanto disfrutable, sostenible.
Otra hipótesis que permite construir este planteo es que
esta disciplina, en su perspectiva positiva, tiene como objeto la vida y lo vital, atendiendo al impacto que tiene en ese devenir la emergencia de lo destructivo como usina generadora del padecer humano. Si el problema entonces está en el desfallecer, los fallecimientos evitables que esta problemática provoca, denuncian el compromiso pendiente del conocimiento para con una ciencia de la vida que sea aceptable para el alma humana, la psique. 1. Qué es la Suicidología
La Suicidología es una disciplina que tiene entre sus
principales sistematizadores, en la década del ´70 en EE.UU., a Shneidman y Farberow. Actualmente hay trabajos de investigación conocidos sobre distintos aspectos de la problemática en casi todo el mundo occidental.
Es importante preguntarse por qué en nuestro país, y haría
extensiva la pregunta a toda Latinoamérica, este planteo sobre una problemática en crecimiento a nivel mundial, no ha tenido aún desarrollos académicos que favorecieran su investigación y desarrollo.
El padre de la Suicidología, Edwin Shneidman, afirma que
“la Suicidología pertenece a la Psicología”. Esto es, Suicidología es la ciencia de comportamientos, pensamientos y sentimientos autodestructivos; así como de la misma manera, la Psicología es la ciencia referida a la mente y sus procesos, sentimientos, deseos, etc. (1985).
“Sin lugar a dudas, “Suicidología” suena extraño para
muchos, pero sin dudas así sucedió también con la “Psicología” y la “Psiquiatría” en un principio.”(Maris, Berman, Silverman y col, 2000).
Si bien no se podría hablar propiamente de escuelas de
pensamiento en una disciplina tan nueva, sí se puede decir que hay distintas miradas a uno y otro lado del Océano acerca de dónde enfocar la observación y evaluación de los comportamientos, para precisar las intervenciones eficaces que irán consolidando el conocimiento suicidológico.
Por un lado, para la Escuela Norteamericana, conformada
por un grupo de autores vinculados a la American Association of Suicidology, la Suicidología incluye no solamente suicidios consumados e intentos suicidas, sino también comportamientos autodestructivos, gestos e ideación suicida y parasuicidios (Kreitman, 1977).
En cambio, para el Centre for Suicide Research, de la
Universidad de Oxford la atención se centra más en autolesiones deliberadas, automutilaciones y un conjunto de comportamientos y actitudes autodestructivas relacionadas (Maris, 1992).
Otra posición singular en Europa es la de Danuta
Wasserman, del Karolinska Institutet, de Estocolmo, quien, además de incluir ambas posturas anteriores, sostiene que en los estudios de prevención del suicidio es vital el conocimiento de las características personales y profesionales de las personas que realizan las intervenciones o que aplican el tratamiento (2004).
Dentro de la bibliografía internacional consultada, esta
última es una de las pocas referencias halladas que dan cuenta de lo que aquí llamamos análisis o estudios de implicación, en el marco de la intervención suicidológica. Resulta más relevante si se tiene en cuenta que dicha autora dirige el NASP (National and Stockholm County Center and WHO Lead Collaboration Center for Prevention of Mental Problems and Suicide), ubicado en la División Stress, Salud Mental y Suicidio del Departamento de Ciencias de la Salud Pública del mencionado Instituto.
En esta muestra, tan pequeña como relevante, ya se
empieza a vislumbrar cómo el entrecruzamiento entre marcos disciplinarios, institucionales y geográficos va dando cuenta de la multifactorialidad del objeto de estudio. Es tan pertinente el recorrido de este campo desde la clínica, como desde la Salud Pública, como desde una Asociación dedicada al estudio de la problemática. Si bien unos y otros van haciendo énfasis en diversas aristas del nudo epistemológico, nadie desconoce la dispar incidencia de factores biológicos, psicológicos, sociales y culturales, sin excluir los existenciales y espirituales (Rutz, 2004). En lo que todos coinciden es en el abordaje mensurable y verificable del tema, es decir que la Suicidología plantea el estudio científico del acto suicida y de sus factores intervinientes y dependientes.
El referente latinoamericano a nivel mundial en este tema,
José Bertolote, manifiesta que la Suicidología está tan intrínsecamente influida por los factores socioculturales, que cada lugar debe desarrollar políticas y programas de prevención del suicidio de acuerdo al momento y a las pautas culturales intervinientes si no se quiere arriesgar a una segura frustración (2004).
En la Asociación Argentina de Prevención del Suicidio, a
partir de la práctica cotidiana y la experiencia a través de los años, hemos definido la Suicidología como la articulación interdisciplinaria, cuyo objeto es dar cuenta de los factores biológicos, psicológicos, éticos, sociales y culturales que van construyendo la disposición suicida en sus diferentes estados; orientada a la creación y sostenimiento de las condiciones de vida dignas de un sujeto y su entorno significativo.
Esta toma de posición de compromiso, resulta sumamente
importante a la hora de pensar en la implicación de aquellos que la ejercen; una Suicidología que se centra en la calidad de vida de la población no sólo trabaja para evitar la muerte. Una disciplina orientada a determinar los factores protectores apropiados para una comunidad en ese momento particular y no sólo a detectar factores de riesgo, promueve una tarea salugénica y preventiva, antes de dar lugar a los dispositivos posventivos y asistenciales.
Es imprescindible, en este tema, tener una teoría de las
crisis para su abordaje y resolución, al mismo tiempo que es sumamente necesario que el profesional sepa instrumentar campañas de sensibilización comunitaria, evaluaciones poblacionales y capacitaciones accesibles a distintos niveles de operadores para que ésta sea una tarea que lo comprometa permanentemente con lo vital, ahorre recursos públicos y resguarde la salud psico-física de quienes intervienen.
Desde lo epistemológico, una suicidología que se nutre de
la Psicología de la Salud ensancha el horizonte de comprensión de los fenómenos, enriquece la calidad de las intervenciones de sus operadores y transforma a la comunidad en partícipe de la construcción del entramado social de la salud, erosionando la premisa generalizada de que “de esto no se habla”.
1.2. Definiciones de Suicidio
Como ya se ha visto, la definición de este objeto de estudio
implica un posicionamiento subjetivo, epistemológico, ideológico e institucional –entre otros- de quien lo define, quien a su vez está determinado por coordenadas sociogeográficas y temporales.
En este punto se va a seguir la enumeración de Rocamora
Bonilla (1992) teniendo en cuenta lo exhaustivo y ordenado de su inventario:
Se llama suicidio, toda muerte que resulta, mediata o
inmediatamente, de un acto positivo o negativo, realizado por la víctima misma, sabiendo que debía producir ese resultado (Durkheim, 1897). Suicidio significa el acto fatal e intento de suicidio el acto no fatal de autoperjuicio, llevado a cabo con conciente intento autodestructivo, no obstante vago y ambiguo (Stengel, 1965). En un sentido amplio la vivencia suicida es una conducta con matices muy diversos “de interés psicosociológico” (Giner et al, 1972) que sin producir la muerte puede marcar el posterior desarrollo de la existencia de la persona. El suicidio es toda conducta que busca y encuentra la solución de un problema existencial en el hecho de atentar contra la vida del sujeto (Baechler, 1975). Todo acto por el que un individuo se causa a sí mismo una lesión, o un daño, con un grado variable de la intención de morir, cualquiera sea el grado de intención letal o de conocimiento del verdadero móvil (OMS, 1976). La conducta suicida es toda conducta humana impregnada de fantasías, deseos e ideas de muerte (Rocamora Bonilla, 1992).
En la Asociación Argentina de Prevención del Suicidio, como
producto de la reflexión crítica acerca de la tarea del equipo asistencial, se llegó a la siguiente definición:
El suicidio es un proceso complejo multideterminado.
Una manera de vivir que va construyendo un enigma mortal, por condensación, sobre un marco representacional existente. Un proceso que va más allá del acto, rompiendo la concepción del hecho consumado (AAPS, 2003).
La definición del objeto de estudio va a orientar el accionar
del operador, sea éste clínico, investigador, sanitarista, jurista, educador o trabajador social, y como se verá en este texto, es allí donde se determinan los bordes y propósitos de la intervención.
Si la definición del suicidio es fundante del accionar
suicidológico, en este recorrido representativo de definiciones nos encontramos con una serie de preguntas que denotan que el concepto no es unívoco, por ejemplo: Que un acto sea calificado como suicidio, ¿depende del nivel de conciencia e intencionalidad que tiene quien lo realiza? ¿Los intentos suicidas, parasuicidios o suicidios frustrados son la misma cosa? Y de ser así ¿Forman parte del problema “Suicidio”, del cual se ocupa la Suicidología? ¿Cuál es la relación existente –si es que la hay- entre los conceptos “suicidio” y “conducta autodestructiva”? Si la conducta suicida va incrementando su riesgo de consumación a medida que se van sucediendo eventos autodestructivos no atendidos o mal abordados ¿Es prevenible? ¿Todas las manifestaciones previas a la consumación deben ser consideradas conductas suicidas? El suicidio ¿Es un problema o una solución?
Existen algunos planteos científicos y especulativos que
pueden ir dando respuesta a algunas de estas cuestiones.
El aspecto referido a la conciencia e intencionalidad del acto
suicida, aún se sigue discutiendo y las respuestas varían de acuerdo al marco disciplinario de abordaje. Mientras que las disciplinas centradas en la conducta proponen el resultado del acto como criterio de calificación del mismo, las vertientes más influidas por el Psicoanálisis harán énfasis en la estructura inconciente, más allá de toda intencionalidad, proponiendo el acting out o pasaje al acto como modelo explicativo de la manifestación de la singularidad. Este tema será ampliamente desplegado en el Capítulo 8.
Con respecto a la relación entre acto e intento suicida
existen diferentes respuestas, coincidentes todas en la progresividad de la manifestación del proceso de exteriorización y comunicación del acontecer sufriente de esa persona. Por ejemplo Adam (1985), propone el concepto de “continuum autodestructivo” para dar cuenta de esta progresividad: la primera etapa, connotada por las fantasías, la llama Ideación Suicida. Las Crisis Suicidas, serían expresión de un cálculo de salida, mientras la Tentativa de Suicidio constituye el aviso denunciante. El Suicidio Frustrado correspondería a un período de prueba de ensayo-error y el Suicidio Consumado representaría la condensación del proceso.
Se podría decir hoy que éste ya es un concepto consolidado
dentro de la disciplina, entre otros múltiples autores lo toman Rocamora Bonilla (1992) y Di Leo (2004). Previamente Poldinger (1969), conceptualizando la tendencia suicida, había propuesto tres fases: Consideración, Ambivalencia y Decisión.
Con respecto a la relación entre suicidio y conducta
autodestructiva, Farberow y Shneidman (1961) plantean el tema como una diferenciación conceptual referida a los marcos disciplinarios, sosteniendo que mientras el término suicidio es propio de la medicina legal, conducta autodestructiva es un concepto psicológico proveniente de las corrientes psicodinámicas que, a su vez, permite sortear el obstáculo proveniente del cuestionamiento sobre la conciencia e intencionalidad del acto.
Desde la especialidad terapéutica en suicidio –la expresión
es de Edwin Shneidman- pero pertinente para los otros ámbitos intervinientes en este campo disciplinario, se podría definir el suicidio como el proceso sistémico de síntesis de la disposición autodestructiva que, más allá del grado de conciencia de quien lo exterioriza, está orientado a comunicar la intención de una resolución al conflicto que le da origen, por medios letales.
Si bien esta definición intenta dar cuenta de los aspectos
psicológicos de esta gestación, quedan algunas cuestiones sociológicas por abordar, como por ejemplo las que plantean Estruch y Cardús.
En este sentido, Durkheim ya había planteado en su
definición la equivalencia de las consecuencias temporales del acto –mediatas o inmediatas-, como así también que éste sea positivo o negativo. Es decir que para este autor es tan suicidio, matarse como dejarse morir.
Pero en el contexto sociológico no parece ser ése el
principal obstáculo, sino cierto reduccionismo que le adjudican Estruch y Cardús al planteo del problema, a tal punto que casi como respuesta a la obra “El Suicidio” de 1897, ellos titulan “Los Suicidios” en 1982.
Allí aparece la pregunta tan crítica como central: ¿Es el
suicidio un problema? ¿para quién?. Luego de despejar los planteos epistemológicos, la respuesta no se hace esperar. Para quien lo intenta o consuma, el suicidio es buscado como una solución. El problema se constituye para quienes quedan vivos, en el sistema. En el sistema social. Abarcando en esta expresión tanto el sistema familiar, el comunitario, el institucional como al sistema social en general.
Partiendo del concepto sociológico de desviación social, y
ante el planteo del suicidio como conducta aberrante, hay varios puntos a considerar. Los criterios de norma y desviación están sujetos a las variables de tiempo y lugar, es decir que su conceptualización no es universal ni permanente. Con lo cual los bordes de la normalidad son difusos, no sólo entre sociedades sino también dentro de una misma sociedad. Esto hace que un suicidio sea más anormal o aberrante, con su consecuente culpabilización, cuando menos frecuente sea en esa zona, en ese momento. Estruch y Cardús (1982) lo formulan de la siguiente manera: el grado de culpabilización del comportamiento suicida es inversamente proporcional al número de suicidios.
Si bien el fenómeno de naturalización produce un primer
momento de aceptación o indiferencia social, llega un punto de saturación donde diversos actores sociales, por lo general ONG’s y medios de comunicación, toman el rol de sensibilizadores posibilitando algún nivel de respuesta al problema, por fuera de la estigmatización y la culpabilización.
En la realidad de los hechos los suicidios son más
atendibles cuando más comprometen a las instituciones del sistema social, tanto sea por la cantidad de eventos como por la relevancia pública de quien lo lleva a cabo. Este aspecto se desarrollará más exhaustivamente en los capítulos posteriores, aunque quedará para una reflexión más profunda los niveles de correspondencia y de interacción, en esta materia, entre los sistemas intrapsíquico y social.
1.3. La Posvención
Posvención es un concepto de la Suicidología que se usa
para enmarcar las intervenciones posteriores a un evento autodestructivo, también llamadas post-intervenciones (Moron, 1992).
Cierto es que existen por doquier distintos tipos de
intervenciones efectivas, algunas más, otras menos eficaces, que no están validadas en el saber profesional académico; más aún si tenemos en cuenta que no es ésta una disciplina abordada y estudiada en los contextos universitarios argentinos en particular y latinoamericanos en general, a pesar que existe una previsión de un millón y medio de suicidios anuales en el mundo para el año 2020 (OMS, 2003).
Un aspecto importante de la prevención consiste primero
en poder definir epidemiológicamente el riesgo, es decir conocer el problema en su magnitud, composición y configuración; luego, en recolectar esos saberes dispersos en la comunidad, procesarlos, sistematizarlos y volverlos a su fuente como saber de la comunidad válido para intervenciones a nivel local.
Hasta aquí tenemos una contextuación interdependiente
que muestra la ecología de un intercambio de conocimiento que llega tarde, teniendo en cuenta la cantidad de años potenciales de vida perdidos, con su consecuente costo económico y en capital humano, sobre todo si tenemos en cuenta que las tasas más altas de riesgo se dan entre los adolescentes.
Una vez producido el evento autodestructivo se puede
pensar la posvención como la intervención orientada a brindar insumos para afrontar una pérdida inesperada, tomando conciencia de la crisis, logrando un mejor reconocimiento de los sentimientos de pesar y tristeza, identificando a los sujetos en riesgo y reduciendo los sentimientos de confusión y ansiedad (Casullo, Bonaldi y Fernández Liporace, 2000).
1.4. La antinomia Construcción/Destrucción
Es habitual pensar la construcción como el proceso opuesto
a la destrucción. Aplicando la categoría destrucción a la realidad intrapsíquica, podemos vincularla al constructo agresión, como referencia estructural, ya que el término violencia en la literatura científica queda circunscripto a las conductas inadaptadas o delictivas (Folino y Escobar Córdoba, 2004).
Un biologista como Hacker (1973) define la agresión como
la disposición y energía inmanentes al hombre que se expresan en formas individuales y colectivas de autoafirmación, aprendidas y transmitidas socialmente, que pueden llegar a la crueldad.
Si la destrucción es un proceso, como la construcción. Si
ese proceso, transmisión o reincidencia se puede interrumpir en un momento dado, eso quiere decir que hay matices, intensidades y alcances del despliegue de esa inmanencia.
Entonces se puede hablar de la construcción del proceso
destructivo como la serie de crisis o tránsitos progresivos que van mojonando un territorio que se va vulnerabilizando hasta su inconsistencia, cuya cartografía muestra el avance del riesgo, permitiendo intervenciones calculadas que capitalicen aquellos enclaves aún no tomados para ser utilizados en un nuevo proceso que se llamará deconstrucción.
En este sentido, la posvención como deconstrucción del
proceso destructivo consiste en la desarticulación y resguardo de las instancias más enérgicas de esa disposición en conflicto con otras instancias del contexto, tanto interno como externo, para luego ser rearticuladas en un nuevo proceso constructivo con otra dirección y otro sentido.
Si esta dinámica se produce en un contexto clínico, tanto
individual, institucional como social, los primeros enclaves a calcular son aquellos que se manifiestan en el sistema de creencias y en la economía distributiva de roles, verdades y ocultamientos. Por eso la tarea posventiva se lleva a cabo una vez desplegado el conflicto y consiste en incluir creativamente en la tarea de su resolución los articuladores necesarios para evitar que el mismo se reproduzca en términos idénticos.
La posvención estaría asegurada cuando la evaluación del
desarrollo de los indicadores anuncia que un nuevo conflicto tendrá mayor complejidad y mejores vías de resolución.
De esta manera quedan de lado conceptos como la
rehabilitación en tanto recuperación de recursos residuales, la práctica profesional centrada en cierta moralidad cercana al dogmatismo (de cualquier signo), dando lugar a una previsibilidad calculable en el marco de una lógica que, para desplegar toda su potencialidad requiere de parámetros científicos y éticos, claros y rigurosos.
Desde esta mirada la intervención deja de estar del lado de
los efectos de una muerte para pasar a ubicarse en una particular modalidad de abordar los conflictos humanos, antes de que éstos pasen a ser insoportables y la solución, única y final.
Desde la Salud Pública, además de la reducción de gastos,
se habilita a profesionales en su puesto de trabajo habitual para un determinado tipo de intervención en vez de requerir, cada día más, la presencia del especialista.
En la relación ciencia/sociedad se genera un lenguaje
diferente de habilitación para la transformación de una realidad, que por creciente no deja de ser resoluble, por lo tanto más humana, más comprometida, más vital y epistemológicamente social, no sólo para la Psicología, sino para todo el conjunto disciplinario destinado a ocuparse que la muerte no sea una solución para muchos seres humanos, sino un evento que marca la contingencia de nuestra naturaleza. 1.5. La ubicación de la Suicidología en el marco de la Psicología
Como se verá en los capítulos subsiguientes, sobre todo los
referidos a evaluaciones e intervenciones, el abordaje de la problemática del suicidio solamente desde la perspectiva individual, resulta escasa para la resolución de estos problemas en una determinada comunidad. Sobre todo teniendo en cuenta que aquí la emergencia individual es un indicador de la existencia de una infección psíquica – generalmente subterránea- que, por lo menos, compromete a una familia, un grupo de compañeros o a una organización, cuando no a una sociedad en su conjunto.
Más relevante se hace esta perspectiva cuando está
comprobado que la participación de los pares y los próx(j)imos constituye un instrumento valioso a la hora de configurar las redes de apoyo psicológico y social como factor protector para empezar a salir de la crisis.
La primera referencia impostergable en el campo de la
Psicología, la constituye la Psicología de la Salud.
Según Flores Alarcón (2005), suele atribuirse a Joseph
Matarazzo (1982) el uso original del término, quien define la Psicología de la Salud como el "conjunto de contribuciones educativas, científicas y profesionales de la disciplina de la psicología a la promoción y mantenimiento de la salud, la prevención y el tratamiento de la enfermedad, la identificación de los correlatos etiológicos y diagnósticos de la salud, la enfermedad y las disfunciones relacionadas y el análisis y mejora del sistema sanitario y formación de políticas sanitarias".
Un poco más acá, Morales Calatayud (1999) considera que
la Psicología de la Salud es la rama aplicada de la Psicología que se dedica al estudio de los componentes subjetivos y de comportamiento del proceso salud–enfermedad y de la atención de la salud.
En esta misma línea cobran pertinencia los estudios sobre
factores de riesgo, implicancias contextuales, prevención y promoción de la salud, rehabilitación y el rol de los profesionales y las instituciones del sistema sanitario con su correspondiente política de referencia.
Definiciones muy similares a las dos anteriores adoptadas
por la American Psychological Association y por la Sociedad Interamericana de Psicología suponen la legitimación del trabajo del psicólogo en el campo de la salud, tanto física como mental, trastornos específicos, diagnósticos y en la gestación de los dispositivos que permitan atender a los fenómenos relacionados tanto con el malestar como con el bienestar de los individuos, grupos o sistema social en general; aplicando la investigación, la teoría de la prevención, el tratamiento y la prestación de servicios.
Este marco conceptual permite abordar adecuadamente la
atención de un fenómeno multideterminado como el suicidio que, si bien no constituye una enfermedad, tiene implicancias físicas y psíquicas, individuales y familiares, grupales y sociales; cuestionando seriamente la política de salud al respecto y la formación de los profesionales que cada vez, con mayor asiduidad son convocados para su atención.
Otro de los vectores epistemológicos que ayudan a
construir las coordenadas de la Suicidología dentro del mapa de la Psicología, es la Psicología Positiva, definida como el estudio científico de las experiencias positivas y los rasgos individuales positivos, como así también de las instituciones que facilitan su desarrollo, ampliando el foco de la Psicología clínica más allá del sufrimiento y su consecuente alivio, propendiendo al Bienestar Subjetivo (Seligman et al. 2005). Esta perspectiva supone el estudio científico de los procesos subjetivos capaces de otorgar sentido y ordenamiento en la vida anímica, tendiente a la producción de las fortalezas necesarias para poder dar respuesta a la adversidad y poner en valor las potencialidades existentes en todo ser humano.
En este punto resulta importante plantearse si la sola
atención del déficit, aún siendo eficaz, de por sí genera bienestar. Tal planteo se torna central porque si se considera que -por estructura- la destructividad o lo tanático es sólo reductible en el hombre, es decir que no es eliminable; esto implica que en el proceso de construcción de salud, el tratamiento de lo destructivo es ineludible, siempre va a estar presente en alguna instancia.
La experiencia clínica demuestra que aquella intervención,
producida en cualquier punto del continuum autodestructivo, que logra acotar lo tanático y propicia la generación de aspectos subjetivos vitales postergados o erosionados, favorece la salida positiva de la crisis. Si esto además es acompañado de condiciones contextuales contenedoras en lo afectivo, en lo sanitario, en lo laboral y en otros ámbitos significativos para la persona; esa crisis habrá servido – en esa vida– para poner en marcha un proceso de crecimiento, superador del momento que le dio origen a la crisis.
Considerar los aportes de estas dos psicologías a la
ubicación de la Suicidología, supone además consolidar el basamento de marcos psicológicos más reconocidos tales como las Psicologías Clínica, Social, Educacional, Forense, Comunitaria, Institucional, con sus respectivos entrecruzamientos escolásticos.
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