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LA SUICIDOLOGÍA Y EL ACTO SUICIDA

La suicidología y el acto suicida tienen una relación


indisoluble. Hoy nada permite pensar que esa
correspondencia sea biunívoca, es decir, así como para el
protagonista del acto suicida generalmente no es relevante
que algún saber descifre su acto, para el suicidólogo, aún el
más entrenado, no existen prescripciones eficaces “per se”
para el abordaje de este evento en cualquiera de sus
etapas.

Esto nos conduce a que la correspondencia entre la


suicidología y el acto suicida hay que construirla. En la
articulación de recursos para la construcción de esa
correspondencia se funda la calidad de respuesta de las
instituciones del conocimiento para con el sufrimiento
humano que da origen al proceso autodestructivo.

Entonces quizás se pueda afirmar que actualmente no


están en la suicidología todas las respuestas posibles al
acto suicida, pero sí una voluntad cognoscitiva que permite,
cada vez más, recorrer territorios aledaños en la búsqueda
de enclaves epistemológicos significativos para hacer la
vida más tolerable y en tanto disfrutable, sostenible.

Otra hipótesis que permite construir este planteo es que


esta disciplina, en su perspectiva positiva, tiene como
objeto la vida y lo vital, atendiendo al impacto que tiene en
ese devenir la emergencia de lo destructivo como usina
generadora del padecer humano. Si el problema entonces
está en el desfallecer, los fallecimientos evitables que esta
problemática provoca, denuncian el compromiso pendiente
del conocimiento para con una ciencia de la vida que sea
aceptable para el alma humana, la psique.
1. Qué es la Suicidología

La Suicidología es una disciplina que tiene entre sus


principales sistematizadores, en la década del ´70 en
EE.UU., a Shneidman y Farberow. Actualmente hay
trabajos de investigación conocidos sobre distintos aspectos
de la problemática en casi todo el mundo occidental.

Es importante preguntarse por qué en nuestro país, y haría


extensiva la pregunta a toda Latinoamérica, este planteo
sobre una problemática en crecimiento a nivel mundial, no
ha tenido aún desarrollos académicos que favorecieran su
investigación y desarrollo.

El padre de la Suicidología, Edwin Shneidman, afirma que


“la Suicidología pertenece a la Psicología”. Esto es,
Suicidología es la ciencia de comportamientos,
pensamientos y sentimientos autodestructivos; así como de
la misma manera, la Psicología es la ciencia referida a la
mente y sus procesos, sentimientos, deseos, etc. (1985).

“Sin lugar a dudas, “Suicidología” suena extraño para


muchos, pero sin dudas así sucedió también con la
“Psicología” y la “Psiquiatría” en un principio.”(Maris,
Berman, Silverman y col, 2000).

Si bien no se podría hablar propiamente de escuelas de


pensamiento en una disciplina tan nueva, sí se puede decir
que hay distintas miradas a uno y otro lado del Océano
acerca de dónde enfocar la observación y evaluación de los
comportamientos, para precisar las intervenciones eficaces
que irán consolidando el conocimiento suicidológico.

Por un lado, para la Escuela Norteamericana, conformada


por un grupo de autores vinculados a la American
Association of Suicidology, la Suicidología incluye no
solamente suicidios consumados e intentos suicidas, sino
también comportamientos autodestructivos, gestos e
ideación suicida y parasuicidios (Kreitman, 1977).

En cambio, para el Centre for Suicide Research, de la


Universidad de Oxford la atención se centra más en
autolesiones deliberadas, automutilaciones y un conjunto
de comportamientos y actitudes autodestructivas
relacionadas (Maris, 1992).

Otra posición singular en Europa es la de Danuta


Wasserman, del Karolinska Institutet, de Estocolmo, quien,
además de incluir ambas posturas anteriores, sostiene que
en los estudios de prevención del suicidio es vital el
conocimiento de las características personales y
profesionales de las personas que realizan las
intervenciones o que aplican el tratamiento (2004).

Dentro de la bibliografía internacional consultada, esta


última es una de las pocas referencias halladas que dan
cuenta de lo que aquí llamamos análisis o estudios de
implicación, en el marco de la intervención suicidológica.
Resulta más relevante si se tiene en cuenta que dicha
autora dirige el NASP (National and Stockholm County
Center and WHO Lead Collaboration Center for Prevention
of Mental Problems and Suicide), ubicado en la División
Stress, Salud Mental y Suicidio del Departamento de
Ciencias de la Salud Pública del mencionado Instituto.

En esta muestra, tan pequeña como relevante, ya se


empieza a vislumbrar cómo el entrecruzamiento entre
marcos disciplinarios, institucionales y geográficos va dando
cuenta de la multifactorialidad del objeto de estudio. Es tan
pertinente el recorrido de este campo desde la clínica, como
desde la Salud Pública, como desde una Asociación
dedicada al estudio de la problemática. Si bien unos y otros
van haciendo énfasis en diversas aristas del nudo
epistemológico, nadie desconoce la dispar incidencia de
factores biológicos, psicológicos, sociales y culturales, sin
excluir los existenciales y espirituales (Rutz, 2004). En lo
que todos coinciden es en el abordaje mensurable y
verificable del tema, es decir que la Suicidología plantea el
estudio científico del acto suicida y de sus factores
intervinientes y dependientes.

El referente latinoamericano a nivel mundial en este tema,


José Bertolote, manifiesta que la Suicidología está tan
intrínsecamente influida por los factores socioculturales,
que cada lugar debe desarrollar políticas y programas de
prevención del suicidio de acuerdo al momento y a las
pautas culturales intervinientes si no se quiere arriesgar a
una segura frustración (2004).

En la Asociación Argentina de Prevención del Suicidio, a


partir de la práctica cotidiana y la experiencia a través de
los años, hemos definido la Suicidología como la
articulación interdisciplinaria, cuyo objeto es dar cuenta de
los factores biológicos, psicológicos, éticos, sociales y
culturales que van construyendo la disposición suicida en
sus diferentes estados; orientada a la creación y
sostenimiento de las condiciones de vida dignas de un
sujeto y su entorno significativo.

Esta toma de posición de compromiso, resulta sumamente


importante a la hora de pensar en la implicación de
aquellos que la ejercen; una Suicidología que se centra en
la calidad de vida de la población no sólo trabaja para
evitar la muerte. Una disciplina orientada a determinar los
factores protectores apropiados para una comunidad en ese
momento particular y no sólo a detectar factores de riesgo,
promueve una tarea salugénica y preventiva, antes de dar
lugar a los dispositivos posventivos y asistenciales.

Es imprescindible, en este tema, tener una teoría de las


crisis para su abordaje y resolución, al mismo tiempo que
es sumamente necesario que el profesional sepa
instrumentar campañas de sensibilización comunitaria,
evaluaciones poblacionales y capacitaciones accesibles a
distintos niveles de operadores para que ésta sea una tarea
que lo comprometa permanentemente con lo vital, ahorre
recursos públicos y resguarde la salud psico-física de
quienes intervienen.

Desde lo epistemológico, una suicidología que se nutre de


la Psicología de la Salud ensancha el horizonte de
comprensión de los fenómenos, enriquece la calidad de las
intervenciones de sus operadores y transforma a la
comunidad en partícipe de la construcción del entramado
social de la salud, erosionando la premisa generalizada de
que “de esto no se habla”.

1.2. Definiciones de Suicidio

Como ya se ha visto, la definición de este objeto de estudio


implica un posicionamiento subjetivo, epistemológico,
ideológico e institucional –entre otros- de quien lo define,
quien a su vez está determinado por coordenadas
sociogeográficas y temporales.

En este punto se va a seguir la enumeración de Rocamora


Bonilla (1992) teniendo en cuenta lo exhaustivo y ordenado
de su inventario:

 Se llama suicidio, toda muerte que resulta, mediata o


inmediatamente, de un acto positivo o negativo,
realizado por la víctima misma, sabiendo que debía
producir ese resultado (Durkheim, 1897).
 Suicidio significa el acto fatal e intento de suicidio el
acto no fatal de autoperjuicio, llevado a cabo con
conciente intento autodestructivo, no obstante vago y
ambiguo (Stengel, 1965).
 En un sentido amplio la vivencia suicida es una
conducta con matices muy diversos “de interés
psicosociológico” (Giner et al, 1972) que sin producir la
muerte puede marcar el posterior desarrollo de la
existencia de la persona.
 El suicidio es toda conducta que busca y encuentra la
solución de un problema existencial en el hecho de
atentar contra la vida del sujeto (Baechler, 1975).
 Todo acto por el que un individuo se causa a sí mismo
una lesión, o un daño, con un grado variable de la
intención de morir, cualquiera sea el grado de intención
letal o de conocimiento del verdadero móvil (OMS,
1976).
 La conducta suicida es toda conducta humana
impregnada de fantasías, deseos e ideas de muerte
(Rocamora Bonilla, 1992).

En la Asociación Argentina de Prevención del Suicidio, como


producto de la reflexión crítica acerca de la tarea del equipo
asistencial, se llegó a la siguiente definición:

 El suicidio es un proceso complejo multideterminado.


Una manera de vivir que va construyendo un enigma
mortal, por condensación, sobre un marco
representacional existente. Un proceso que va más allá
del acto, rompiendo la concepción del hecho consumado
(AAPS, 2003).

La definición del objeto de estudio va a orientar el accionar


del operador, sea éste clínico, investigador, sanitarista,
jurista, educador o trabajador social, y como se verá en
este texto, es allí donde se determinan los bordes y
propósitos de la intervención.

Si la definición del suicidio es fundante del accionar


suicidológico, en este recorrido representativo de
definiciones nos encontramos con una serie de preguntas
que denotan que el concepto no es unívoco, por ejemplo:
 Que un acto sea calificado como suicidio, ¿depende del
nivel de conciencia e intencionalidad que tiene quien lo
realiza?
 ¿Los intentos suicidas, parasuicidios o suicidios
frustrados son la misma cosa? Y de ser así ¿Forman
parte del problema “Suicidio”, del cual se ocupa la
Suicidología?
 ¿Cuál es la relación existente –si es que la hay- entre
los conceptos “suicidio” y “conducta autodestructiva”?
 Si la conducta suicida va incrementando su riesgo de
consumación a medida que se van sucediendo eventos
autodestructivos no atendidos o mal abordados ¿Es
prevenible? ¿Todas las manifestaciones previas a la
consumación deben ser consideradas conductas
suicidas?
 El suicidio ¿Es un problema o una solución?

Existen algunos planteos científicos y especulativos que


pueden ir dando respuesta a algunas de estas cuestiones.

El aspecto referido a la conciencia e intencionalidad del acto


suicida, aún se sigue discutiendo y las respuestas varían de
acuerdo al marco disciplinario de abordaje. Mientras que las
disciplinas centradas en la conducta proponen el resultado
del acto como criterio de calificación del mismo, las
vertientes más influidas por el Psicoanálisis harán énfasis
en la estructura inconciente, más allá de toda
intencionalidad, proponiendo el acting out o pasaje al acto
como modelo explicativo de la manifestación de la
singularidad. Este tema será ampliamente desplegado en el
Capítulo 8.

Con respecto a la relación entre acto e intento suicida


existen diferentes respuestas, coincidentes todas en la
progresividad de la manifestación del proceso de
exteriorización y comunicación del acontecer sufriente de
esa persona.
Por ejemplo Adam (1985), propone el concepto de
“continuum autodestructivo” para dar cuenta de esta
progresividad: la primera etapa, connotada por las
fantasías, la llama Ideación Suicida. Las Crisis Suicidas,
serían expresión de un cálculo de salida, mientras la
Tentativa de Suicidio constituye el aviso denunciante. El
Suicidio Frustrado correspondería a un período de prueba
de ensayo-error y el Suicidio Consumado representaría la
condensación del proceso.

Se podría decir hoy que éste ya es un concepto consolidado


dentro de la disciplina, entre otros múltiples autores lo
toman Rocamora Bonilla (1992) y Di Leo (2004).
Previamente Poldinger (1969), conceptualizando la
tendencia suicida, había propuesto tres fases:
Consideración, Ambivalencia y Decisión.

Con respecto a la relación entre suicidio y conducta


autodestructiva, Farberow y Shneidman (1961) plantean el
tema como una diferenciación conceptual referida a los
marcos disciplinarios, sosteniendo que mientras el término
suicidio es propio de la medicina legal, conducta
autodestructiva es un concepto psicológico proveniente de
las corrientes psicodinámicas que, a su vez, permite sortear
el obstáculo proveniente del cuestionamiento sobre la
conciencia e intencionalidad del acto.

Desde la especialidad terapéutica en suicidio –la expresión


es de Edwin Shneidman- pero pertinente para los otros
ámbitos intervinientes en este campo disciplinario, se
podría definir el suicidio como el proceso sistémico de
síntesis de la disposición autodestructiva que, más allá del
grado de conciencia de quien lo exterioriza, está orientado
a comunicar la intención de una resolución al conflicto que
le da origen, por medios letales.

Si bien esta definición intenta dar cuenta de los aspectos


psicológicos de esta gestación, quedan algunas cuestiones
sociológicas por abordar, como por ejemplo las que
plantean Estruch y Cardús.

En este sentido, Durkheim ya había planteado en su


definición la equivalencia de las consecuencias temporales
del acto –mediatas o inmediatas-, como así también que
éste sea positivo o negativo. Es decir que para este autor
es tan suicidio, matarse como dejarse morir.

Pero en el contexto sociológico no parece ser ése el


principal obstáculo, sino cierto reduccionismo que le
adjudican Estruch y Cardús al planteo del problema, a tal
punto que casi como respuesta a la obra “El Suicidio” de
1897, ellos titulan “Los Suicidios” en 1982.

Allí aparece la pregunta tan crítica como central: ¿Es el


suicidio un problema? ¿para quién?. Luego de despejar los
planteos epistemológicos, la respuesta no se hace esperar.
Para quien lo intenta o consuma, el suicidio es buscado
como una solución. El problema se constituye para quienes
quedan vivos, en el sistema. En el sistema social.
Abarcando en esta expresión tanto el sistema familiar, el
comunitario, el institucional como al sistema social en
general.

Partiendo del concepto sociológico de desviación social, y


ante el planteo del suicidio como conducta aberrante, hay
varios puntos a considerar. Los criterios de norma y
desviación están sujetos a las variables de tiempo y lugar,
es decir que su conceptualización no es universal ni
permanente. Con lo cual los bordes de la normalidad son
difusos, no sólo entre sociedades sino también dentro de
una misma sociedad. Esto hace que un suicidio sea más
anormal o aberrante, con su consecuente culpabilización,
cuando menos frecuente sea en esa zona, en ese momento.
Estruch y Cardús (1982) lo formulan de la siguiente
manera: el grado de culpabilización del comportamiento
suicida es inversamente proporcional al número de
suicidios.

Si bien el fenómeno de naturalización produce un primer


momento de aceptación o indiferencia social, llega un punto
de saturación donde diversos actores sociales, por lo
general ONG’s y medios de comunicación, toman el rol de
sensibilizadores posibilitando algún nivel de respuesta al
problema, por fuera de la estigmatización y la
culpabilización.

En la realidad de los hechos los suicidios son más


atendibles cuando más comprometen a las instituciones del
sistema social, tanto sea por la cantidad de eventos como
por la relevancia pública de quien lo lleva a cabo. Este
aspecto se desarrollará más exhaustivamente en los
capítulos posteriores, aunque quedará para una reflexión
más profunda los niveles de correspondencia y de
interacción, en esta materia, entre los sistemas
intrapsíquico y social.

1.3. La Posvención

Posvención es un concepto de la Suicidología que se usa


para enmarcar las intervenciones posteriores a un evento
autodestructivo, también llamadas post-intervenciones
(Moron, 1992).

Cierto es que existen por doquier distintos tipos de


intervenciones efectivas, algunas más, otras menos
eficaces, que no están validadas en el saber profesional
académico; más aún si tenemos en cuenta que no es ésta
una disciplina abordada y estudiada en los contextos
universitarios argentinos en particular y latinoamericanos
en general, a pesar que existe una previsión de un millón y
medio de suicidios anuales en el mundo para el año 2020
(OMS, 2003).

Un aspecto importante de la prevención consiste primero


en poder definir epidemiológicamente el riesgo, es decir
conocer el problema en su magnitud, composición y
configuración; luego, en recolectar esos saberes dispersos
en la comunidad, procesarlos, sistematizarlos y volverlos a
su fuente como saber de la comunidad válido para
intervenciones a nivel local.

Hasta aquí tenemos una contextuación interdependiente


que muestra la ecología de un intercambio de conocimiento
que llega tarde, teniendo en cuenta la cantidad de años
potenciales de vida perdidos, con su consecuente costo
económico y en capital humano, sobre todo si tenemos en
cuenta que las tasas más altas de riesgo se dan entre los
adolescentes.

Una vez producido el evento autodestructivo se puede


pensar la posvención como la intervención orientada a
brindar insumos para afrontar una pérdida inesperada,
tomando conciencia de la crisis, logrando un mejor
reconocimiento de los sentimientos de pesar y tristeza,
identificando a los sujetos en riesgo y reduciendo los
sentimientos de confusión y ansiedad (Casullo, Bonaldi y
Fernández Liporace, 2000).

1.4. La antinomia Construcción/Destrucción

Es habitual pensar la construcción como el proceso opuesto


a la destrucción. Aplicando la categoría destrucción a la
realidad intrapsíquica, podemos vincularla al constructo
agresión, como referencia estructural, ya que el término
violencia en la literatura científica queda circunscripto a las
conductas inadaptadas o delictivas (Folino y Escobar
Córdoba, 2004).

Un biologista como Hacker (1973) define la agresión como


la disposición y energía inmanentes al hombre que se
expresan en formas individuales y colectivas de
autoafirmación, aprendidas y transmitidas socialmente, que
pueden llegar a la crueldad.

Si la destrucción es un proceso, como la construcción. Si


ese proceso, transmisión o reincidencia se puede
interrumpir en un momento dado, eso quiere decir que hay
matices, intensidades y alcances del despliegue de esa
inmanencia.

Entonces se puede hablar de la construcción del proceso


destructivo como la serie de crisis o tránsitos progresivos
que van mojonando un territorio que se va vulnerabilizando
hasta su inconsistencia, cuya cartografía muestra el avance
del riesgo, permitiendo intervenciones calculadas que
capitalicen aquellos enclaves aún no tomados para ser
utilizados en un nuevo proceso que se llamará
deconstrucción.

En este sentido, la posvención como deconstrucción del


proceso destructivo consiste en la desarticulación y
resguardo de las instancias más enérgicas de esa
disposición en conflicto con otras instancias del contexto,
tanto interno como externo, para luego ser rearticuladas en
un nuevo proceso constructivo con otra dirección y otro
sentido.

Si esta dinámica se produce en un contexto clínico, tanto


individual, institucional como social, los primeros enclaves a
calcular son aquellos que se manifiestan en el sistema de
creencias y en la economía distributiva de roles, verdades y
ocultamientos.
Por eso la tarea posventiva se lleva a cabo una vez
desplegado el conflicto y consiste en incluir creativamente
en la tarea de su resolución los articuladores necesarios
para evitar que el mismo se reproduzca en términos
idénticos.

La posvención estaría asegurada cuando la evaluación del


desarrollo de los indicadores anuncia que un nuevo conflicto
tendrá mayor complejidad y mejores vías de resolución.

De esta manera quedan de lado conceptos como la


rehabilitación en tanto recuperación de recursos residuales,
la práctica profesional centrada en cierta moralidad cercana
al dogmatismo (de cualquier signo), dando lugar a una
previsibilidad calculable en el marco de una lógica que, para
desplegar toda su potencialidad requiere de parámetros
científicos y éticos, claros y rigurosos.

Desde esta mirada la intervención deja de estar del lado de


los efectos de una muerte para pasar a ubicarse en una
particular modalidad de abordar los conflictos humanos,
antes de que éstos pasen a ser insoportables y la solución,
única y final.

Desde la Salud Pública, además de la reducción de gastos,


se habilita a profesionales en su puesto de trabajo habitual
para un determinado tipo de intervención en vez de
requerir, cada día más, la presencia del especialista.

En la relación ciencia/sociedad se genera un lenguaje


diferente de habilitación para la transformación de una
realidad, que por creciente no deja de ser resoluble, por lo
tanto más humana, más comprometida, más vital y
epistemológicamente social, no sólo para la Psicología, sino
para todo el conjunto disciplinario destinado a ocuparse que
la muerte no sea una solución para muchos seres humanos,
sino un evento que marca la contingencia de nuestra
naturaleza.
1.5. La ubicación de la Suicidología en el marco de la
Psicología

Como se verá en los capítulos subsiguientes, sobre todo los


referidos a evaluaciones e intervenciones, el abordaje de la
problemática del suicidio solamente desde la perspectiva
individual, resulta escasa para la resolución de estos
problemas en una determinada comunidad. Sobre todo
teniendo en cuenta que aquí la emergencia individual es un
indicador de la existencia de una infección psíquica –
generalmente subterránea- que, por lo menos, compromete
a una familia, un grupo de compañeros o a una
organización, cuando no a una sociedad en su conjunto.

Más relevante se hace esta perspectiva cuando está


comprobado que la participación de los pares y los
próx(j)imos constituye un instrumento valioso a la hora de
configurar las redes de apoyo psicológico y social como
factor protector para empezar a salir de la crisis.

La primera referencia impostergable en el campo de la


Psicología, la constituye la Psicología de la Salud.

Según Flores Alarcón (2005), suele atribuirse a Joseph


Matarazzo (1982) el uso original del término, quien define
la Psicología de la Salud como el "conjunto de
contribuciones educativas, científicas y profesionales de la
disciplina de la psicología a la promoción y mantenimiento
de la salud, la prevención y el tratamiento de la
enfermedad, la identificación de los correlatos etiológicos y
diagnósticos de la salud, la enfermedad y las disfunciones
relacionadas y el análisis y mejora del sistema sanitario y
formación de políticas sanitarias".

Un poco más acá, Morales Calatayud (1999) considera que


la Psicología de la Salud es la rama aplicada de la Psicología
que se dedica al estudio de los componentes subjetivos y
de comportamiento del proceso salud–enfermedad y de la
atención de la salud.

En esta misma línea cobran pertinencia los estudios sobre


factores de riesgo, implicancias contextuales, prevención y
promoción de la salud, rehabilitación y el rol de los
profesionales y las instituciones del sistema sanitario con su
correspondiente política de referencia.

Definiciones muy similares a las dos anteriores adoptadas


por la American Psychological Association y por la Sociedad
Interamericana de Psicología suponen la legitimación del
trabajo del psicólogo en el campo de la salud, tanto física
como mental, trastornos específicos, diagnósticos y en la
gestación de los dispositivos que permitan atender a los
fenómenos relacionados tanto con el malestar como con el
bienestar de los individuos, grupos o sistema social en
general; aplicando la investigación, la teoría de la
prevención, el tratamiento y la prestación de servicios.

Este marco conceptual permite abordar adecuadamente la


atención de un fenómeno multideterminado como el
suicidio que, si bien no constituye una enfermedad, tiene
implicancias físicas y psíquicas, individuales y familiares,
grupales y sociales; cuestionando seriamente la política de
salud al respecto y la formación de los profesionales que
cada vez, con mayor asiduidad son convocados para su
atención.

Otro de los vectores epistemológicos que ayudan a


construir las coordenadas de la Suicidología dentro del
mapa de la Psicología, es la Psicología Positiva, definida
como el estudio científico de las experiencias positivas y los
rasgos individuales positivos, como así también de las
instituciones que facilitan su desarrollo, ampliando el foco
de la Psicología clínica más allá del sufrimiento y su
consecuente alivio, propendiendo al Bienestar Subjetivo
(Seligman et al. 2005).
Esta perspectiva supone el estudio científico de los procesos
subjetivos capaces de otorgar sentido y ordenamiento en la
vida anímica, tendiente a la producción de las fortalezas
necesarias para poder dar respuesta a la adversidad y
poner en valor las potencialidades existentes en todo ser
humano.

En este punto resulta importante plantearse si la sola


atención del déficit, aún siendo eficaz, de por sí genera
bienestar. Tal planteo se torna central porque si se
considera que -por estructura- la destructividad o lo
tanático es sólo reductible en el hombre, es decir que no es
eliminable; esto implica que en el proceso de construcción
de salud, el tratamiento de lo destructivo es ineludible,
siempre va a estar presente en alguna instancia.

La experiencia clínica demuestra que aquella intervención,


producida en cualquier punto del continuum
autodestructivo, que logra acotar lo tanático y propicia la
generación de aspectos subjetivos vitales postergados o
erosionados, favorece la salida positiva de la crisis. Si esto
además es acompañado de condiciones contextuales
contenedoras en lo afectivo, en lo sanitario, en lo laboral y
en otros ámbitos significativos para la persona; esa crisis
habrá servido – en esa vida– para poner en marcha un
proceso de crecimiento, superador del momento que le dio
origen a la crisis.

Considerar los aportes de estas dos psicologías a la


ubicación de la Suicidología, supone además consolidar el
basamento de marcos psicológicos más reconocidos tales
como las Psicologías Clínica, Social, Educacional, Forense,
Comunitaria, Institucional, con sus respectivos
entrecruzamientos escolásticos.

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