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Galán, Ilia. Arte, Sociedad y Mundo.

Una filosofía práctica en


pequeñas dosis. Madrid: Ediciones Libertarias, 2003.
En “Producción cultural y detritus mentales”, pp.34-36.

“En principio, parece que una persona culta tiene más posibilidades en la
vida para triunfar, para ser buena, para mejorarse y mejorar a la
sociedad, pero la experiencia que nos suministra el laboratorio de la
historia no se corresponde estrictamente con esta hipótesis, o mejor, sí,
es cierta, pero no siempre, ya que uno puede lograr el máximo saber y
querer utilizarlo para hacer las peores fechorías, para aprovecharse de él,
para saciar sus instintos o cubrir sus frustraciones, tal y como se vio entre
algunos desalmados nazis bastante cultos, o como cualquiera puede
hallar en la catadura moral de los profesores de universidad, entre los
que habría que suponer el máximo saber de la sociedad a la que educan
por ostentar la categoría de expertos” (35-36)

En “Artistas contra el pueblo” pp. 45-47.

“Así, resulta que hoy, muchos mediocres metidos a pintores, escultores y


arquitectos […] se imaginan creadores puramente libres y al margen del
resto del universo sin el cual ni serían ni podrían ser comprendidos. Estos
pseudogenios consideran a menudo que han de ir, como diría Kandinsky,
por delante de la historia creando caminos que luego seguirán los demás,
y la mayor parte del pueblo alabará, décadas o siglos después, sus obras
hoy detestadas. Pero olvidan que no todos los artistas imponen su código
a los demás y para que el arte abstracto haya sido asumido, y no
completamente, se ha necesitado casi un siglo, con seguidores que siguen
practicándolo. Tales individuos imaginan que el pueblo ha de soportarles
no sólo a ellos, y enriquecerlos, aunque sean pésimos, sino que también
consideran que tiene que tragar sus abortos estéticos, porque el pueblo a
veces es ciego y no entiende; ellos son los sabios. Así nos vemos hoy con
el mundo del arte, en un caos donde difícilmente se hallan todavía los
criterios, gobiernan unos ‘entendidos’ que imponen, como en las
aristocracias, su gusto a los demás, y pese a los demás.” (46)
“ARCO siguió arrojando flechas virtuales con arte” pp. 53-56.
(artículo completo)
“Cuando muchos de los que dicen debatirse en el magma de lo
postmoderno repiten sin cesar que ya no es posible hacer nada nuevo y
que nada tiene otra salida que el caos indiferenciado, no aseveran algo
distinto del nihil novum sub sole ya clásico, repetido incesantemente por
agoreros que no imaginan o pueden ver más allá del ajetreo de su propia
época y la pretenden rematar profetizando siniestros que es llegado el fin
de los tiempos. Mientras ARCO vuelve a surgir años tras año entre las
demás ferias de Arte Contemporáneo con discretas novedades para cada
temporada, logrando pequeños avances –acertados o no- que desarrollan
tendencias iniciadas en lejanas décadas (los vanguardistas hace ya
demasiado tiempo que sin clásicos; de los inicios de la abstracción a hoy
han pasado ya ochenta años, casi un siglo) y se nos terminó el milenio
pintando con excrementos, o materias en descomposición, esculpiendo
con vísceras de animales o restos humanos en un supuesto todo vale que
sin embargo no deja paso a otras tendencias colaterales y puede acabar
trabajando con la manipulación genética esculturas novedosas o matando
en un escenario como en los tiempos romanos alguna persona con tal de
hacer algo más dramático y lograr conmover a un público que ya no
parece sentirse impactado por nada. En un ambiente en el que
difícilmente se encuentran criterios para designar el objeto artístico –si es
que lo hay- por un pretendido ‘resquebrajamiento del canon’ como dice
Algullol (La nueva lectura del mundo, EL PAÍS, 31-I-98). ARCO sigue
presentándose con nuevas y viejas obras, arrojando sus flechas hacia un
futuro que muchos se empeñan en negar.
El imperio de lo último o el afán de novedades ha hecho que recaiga una
mirada especialmente atenta en el uso de las nuevas tecnologías y las
posibilidades estéticas que se pueden lograr con los ordenadores, de
modo similar a como se mantuvo en observación el surgimiento de la
fotografía y luego su evolución en formato de cine (no pocos dictaminan
que hoy Lope o Shakespeare serían guionistas o directores de sus propias
películas). Se lee a los escritores jóvenes y se llama la atención sobre una
sensibilidad hasta hace poco apenas escuchada. Almodóvar o Tarantino
son ya un futuro en presente, mientras los pabellones dedicados al arte
cibernético aumentan y evolucionan con internet, tres dimensiones,
realidades virtuales o programas informáticos que emergen como si
fueran imprescindibles para no perder el tren que nos encamina hacia el
porvenir. Inclasificable, esta nueva especie de artistas que ni pintan, ni
esculpen, ni escriben pues se plantan en un terreno antes exclusivo de
tecnólogos, al igual que los arquitectos comulgan con el quehacer de los
ingenieros y a veces son ellos mismos convertidos virtualmente en
espectadores efímeros, todavía verdes para hacer algo que perdure o sin
desear perdurar siquiera, con el estilo de las construcciones
circunstanciales del barroco para ceremonias de esplendores huecos,
viviendo para un momento que será reemplazado por aparatos más
sofisticados pocos meses después. Montajes, instalaciones de las que el
Museo Reina Sofía ha sido tan pródigo y happenings ya no sorprenden
sino rara vez, a veces con asombroso gasto económico y escaso beneficio
estético para el espectador. Se han abierto caminos para expresar en tan
extensa gama de direcciones que apenas hay tiempo para recorrer
alguna. Quizá sean necesarios algunos años que las digieran y así
produzcan obras de peso. Del aparente desorden que nos envuelve a
menudo irá quedando presumiblemente lo más significativo, si es que es
nada, y la tradición ibérica de fecundidad artística continuará aquella
estela emprendida por Falla, Picasso, Miró, Dalí, Lorca y Buñuel en la
primera parte del siglo pasado, o en la segunda por Oteiza, Chillida,
Tàpies, Antonio López, Cela, C. Halffter, Luis de Pablo o Tomás Marco
entre otros. El arte no ha muerto pese a los predicadores del final de la
historia que a veces dan la sensación de pretender así pasar a los anales
del tiempo que pretenciosamente dan por muertos, al igual que aquel que
prendió fuego al templo de Diana en Éfeso, una de las maravillas de la
Antigüedad, para dejar junto a las cenizas la triste fama de su nombre.
Desbaratados sus pronósticos, aumentan las exposiciones y lo que
parecía imposible como belleza es ahora visitado y gustado por
multitudes, aunque esas vanguardias ya algo viejas se hayan impuesto de
modo definitivo contra las reglas imponiendo las suyas propias a nuevas
corrientes que reclaman su lugar con otras concepciones relegadas que
caminaron por las consecuencias del surrealismo o del hiperrealismo […]
y que conviven con las tendencias multimedia en enriquecedora tolerancia
pluralista. El arte ni siquiera ha resucitado porque no llegó a morir.
Recuerdan los sepultureros de la modernidad a la que quieren enterrar
todavía viva el retocado aserto del filósofo del martillo ‘Dios ha muerto’,
firmado por Nietzsche, con un ‘Nietzsche ha muerto’, firmado: Dios. ARCO
se apresta mientras a arrojar nuevamente la flecha que ha de clavarse
firme, gastada su velocidad, para dejar huella y lograr el objetivo de un
arte siempre resucitado de una tumba prematuramente cavada”

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