Вы находитесь на странице: 1из 8

El campesinado en la Grecia antigua Gallego

La aldea ocupa un lugar protagónico en la historia de Grecia, más allá de cómo se la designe, es
una comunidad que forma parte del campo, con un carácter agrario tan evidente que raramente
es mencionado por los autores antiguos. Se trata de una comunidad basada en costumbres
agrarias en común, un entorno de prácticas que determina los límites y las posibilidades y sobre
todo una comunidad donde sus integrantes son ante todo “vecinos” lo cual genera una identidad a
partir del hecho de habitar en un territorio determinado.

Pero cuál es el punto de partida de la generalización de la igualdad en la ciudad griega? Para


Vernant, el advenimiento de la polis se liga al desarrollo por parte de la aristocracia guerrera de
una concepción agonística asociada a la eris o “poder de conflicto”, pero a la vez igualitaria
asociada a la pbilía o “poder de unión”, donde la rivalidad es posible gracias a las relaciones de
igualdad entre los que contienden.

En cuanto a la identificación de la aristocracia con la ciudad arcaica, para Fouchard, puede


implicar tanto la exclusión del demos de la comunidad como su inclusión en la misma pero
remarcando un orden jerárquico comandado por la aristocracia. En este contexto, durante el siglo
VI Y V, los nobles seguirán proclamando y reclamando para sí la isonomía como igualdad entre
pares dentro de la órbita aristocrática. En definitiva, según esta perspectiva la igualdad entre los
ciudadanos como característica de la polis clásica sería una derivación de las prácticas y
representaciones igualitarias desarrolladas por los aristócratas en los albores mismos de la polis
dentro de los estrechos límites de su clase. Todo esto confluiría en el ideal de la igualdad
ciudadana como un prerrequisito para la formación del gobierno democrático.

Será la aristocracia la que en los siglos VIII y VII buscaría acotar ese poder popular dando lugar a
los conocidos conflictos de la época con sus distintos resultados: oligarquías cerradas cuando los
nobles tuvieron éxito, democracias radicales cuando el que tuvo éxito fue el pueblo, conservación
de gobiernos tradicionales con su equilibrio entre aristócratas y comuneros en los casos en que se
impuso una constitución media u hoplita. Hanson indica que lo que caracterizó a la polis griega fue
la presencia de un extendido igualitarismo agrario, una ideología comunitaria unificadora que
acrecentó su vigencia con el desarrollo de la democracia. Morris, por su parte, plantea que la
evolución de la polis, con sus nociones sin precedente de igualdad y poder ciudadanos, estuvo
arraigada en la autoridad del pueblo y se concretó gracias a la emergencia de una clase media: el
grupo de los granjeros hoplitas. Esta segunda corriente historiográfica plantea que la concepción
igualitaria vigente en la polis griega tendría un sustrato popular innegable.

En efecto, en los inicios de la polis la superioridad de la aristocracia resulta insoslayable, y es en


el marco de esta clase, como sostiene la primera corriente, que se desarrolla una idea de equidad
entre pares restringida exclusivamente a la nobleza, pero que se internacionaliza por vastas zonas
del mediterráneo. Resultaría exagerado igualmente decir que ciertos valores democráticos
actuales, en especial aquellos que exigen asignar un contenido igualitario a la idea de democracia,
hunden sus raíces en esta historia del campesinado griego y de la igualdad.
Cuando se habla de la polis, no se debe perder de vista el hecho de que ella constituía el centro
principal de la vida social de los griegos en la antigüedad. Esto comportaba la constitución de una
colectividad política, un estado, que puede definirse como un gobierno sin burocracia debido a la
participación directa de los ciudadanos en los asuntos públicos. Entre las cuestiones centrales que
debía regular se encontraba el acceso de los miembros de la comunidad a las parcelas de tierra a
través de mecanismos relativamente igualitarios ligados a dicho marco político participativo. Por lo
tanto, para poder acceder a la tierra resultaba necesario ser reconocido como integrante de la
organización social, lo cual implicaba la existencia de prerrogativas reservadas exclusivamente
para los miembros de la comunidad. Este modelo hace hincapié en dos factores básicos: la
autoridad general de la polis sobre la tierra, y la utilización privada de la misma en función de su
labranza en el marco del oikos.

Atenas y Esparta son dos ejemplos atípicos, dos excepciones en cuanto a la extensión de sus
territorios, el número de comarcas aldeanas presentes en ellos y sus procesos de consolidación.
Las aldeas rurales preexistentes se convirtieron en distritos jurisdiccionales del estado ateniense,
aunque los vínculos de parentesco, los cultos religiosos y otras formas ancestrales se conservaron
dentro de los demos según el modo tradicional. En Atenas los integrantes de las comunas aldeanas
se convirtieron en ciudadanos, mientras que en Esparta fueron transformados en periecos. De
esto puede desprenderse la importancia de la aldea tanto en el proceso de formación de la polis
como en el afianzamiento territorial e institucional de la misma durante su desarrollo histórico. La
mutación estuvo acompañada de importantes hechos sociales y reformas políticas.

Se logra una identidad igualitaria de base agraria, es decir, la configuración de una comunidad de
intereses, no como lugar de pertenencia ya dado sino como espacio que se construye
conflictivamente y que crea una serie de normativas tendientes a conservar la situación
patrimonial, política y legal de las granjas familiares como sostén de buena parte de los
ciudadanos. Si bien no podemos definir a la sociedad griega como campesina, hay una base
campesina en su sociedad, es decir, más allá de los matices, la polis posee una serie de rasgos
campesinos y ademanes aldeanos compartidos por el conjunto de la comunidad de la polis. Todo
esto obedece a la peculiar situación a partir de la cual surge el estado griego. Con la aparición de la
polis, la sociedad aldeana no desaparece sino que se convierte, por así decirlo, en una imagen de
la nueva lógica de conjunto de la polis como comunidad que congrega a aldeas y hogares rurales.
Se trata, como afirma Osborne, de una ciudad que funciona como una aldea ampliada y que se
relaciona con el campo con la cercanía con que lo hace una aldea con su tierra. Esto explicaría por
qué los campesinos griegos adquirieron unas prerrogativas desconocidas e inusitadas con respecto
a los agricultores de otras épocas y regiones.

La polis “normal”, supone que sus habitantes, asentados mayoritariamente en el asty, debían
caminar a lo sumo una hora hasta llegar a sus granjas en la khora, lo cual resulta enteramente
compatible con una explotación regular y muy efectiva de la tierra bajo un sistema de labranza
mixta. El propio Platón, pondrá el modo de vida de los cíclopes en el punto de partida de la
evolución de la humanidad, un diálogo que está organizado según la lógica de los relatos de
sinecismo. Según el ateniense, al igual que los cíclopes, el régimen arcaico se basaría en la
dispersión de viviendas y de familias singulares bajo la dirección del mayor. De allí surgirían los
demás regímenes para integrar un grupo único gobernado paternalmente y regido de la forma
más justa. Así pues, la explicación platónica del proceso señala un pasaje de la vida dispersa
centrada en el hogar familiar a la formación de la polis como centro único de organización social.

La aldea del poeta Hesíodo, Ascra, parecería ser una comunidad de campesinos extremadamente
individualistas, pero con dispositivos de reciprocidad entre vecinos que permiten consumar una
sociedad en equilibrio por medio de redistribuciones periódicas dentro de la comunidad. Para
Edwads, la aldea de Ascra supone una forma de comunidad mucho menos compleja que la polis,
que preexistiría a la misma y cuya procedencia debería buscarse en la edad oscura, una aldea aún
independiente que persistiría en muchas partes de la Grecia arcaica junto con las nuevas polis en
desarrollo. Si bien se puede interpretar que Ascra es una comunidad equilibrada que no depende
de agentes externos, la polis hesiódica aparece caracterizada como plenamente aristocrática,
gobernada por los basileis. En efecto, la nobleza no se identifica con las aldeas rurales a las que
pertenece el campesinado sino con la ciudad, cuyas manifestaciones en el poema son el ágora, las
disputas, las deliberaciones y la propia polis. Esto significa que los nobles han empezado a fundar
su autoridad y predicamento en las nacientes instituciones urbanas, comenzando a imponer cierto
control sobre un espacio en proceso de unificación en el que las aldeas rurales dispersas van
quedando englobadas en una entidad territorial mayor.

Si en la formación de la polis durante la era arcaica, la aldea conserva su presencia física en el


interior de la unidad surgida tras el sinecismo político, y si esto se traduce en una distancia que
destaca tanto los aspectos de la inclusión como de la exclusión, al menos según la mirada
campesina de Hesiódico, ello debería significar la existencia de lógicas disímiles. El lenguaje
hesiódico trae desacoples entre la designación y aquello que se designa. La lógica de la
reciprocidad generalizada, propia de una situación tramada por los lazos de parentesco que rigen
el oikos, determina a su vez las relaciones en el interior de la aldea, con los vecinos. El intercambio
de dones y contradones, es decir, la reciprocidad equilibrada, gobierna los vínculos entre los
aldeanos en un marco que debe ser igualitario y justo tanto moral como materialmente.

Pero Hesíodo no podrá pensar en esta nueva lógica más que bajo el lenguaje de la lógica
reciprocitaria. Si la ciudad justa es aquella que distribuye justicia de manera ecuánime, de la
misma forma que es justo el aldeano que devuelve lo que es debido cuando ha recibido algo de un
vecino, puesto que participa de la reciprocidad junto con quienes dan y reciben de buena gana, en
cambio en la ciudad injusta los hombres ya no son distribuidores sino devoradores de regalos, es
decir, están actuando en el marco de una reciprocidad negativa. En efecto, como alternativa a la
justicia corrupta de la ciudad padecida por Hesíodo, la imagen propuesta en los “Trabajos y días”
hará hincapié no tanto en la autonomía absoluta de la aldea con respecto a la polis como en la
necesidad de una justicia equitativa ejercida desde la ciudad. Así pues, el efecto inmediato de una
justicia dada de manera equilibrada es la prosperidad curotrófica, agropecuaria, reproductora,
lograda enteramente a partir del trabajo y la fertilidad de la tierra. Todo es efecto de una
reciprocidad balanceada.
Políticamente hablando, la dinámica aldeana no se traspasa ni automática ni inmediatamente al
funcionamiento de la polis. Aristóteles extrae como consecuencia que la polis emerge como
comunidad plena de la asociación de un conjunto de aldeas. De todos modos, el elemento
dominante en ambos registros resulta ser el parentesco que, como veíamos con Hesíodo, implica
un entramado de vínculos de reciprocidad tanto en el interior del oikos como en el plano de la
aldea. En cambio, el salto de la aldea a la ciudad acabará por introducir una condición nueva: la
vida buena. Como indica Aristóteles, la polis es algo más que una comunidad de lugar que evita las
injusticias y facilita los intercambios: es una comunidad política de hogares y familias, o de familias
y aldeas, en la que la vida en común es un producto de la amistad y cuyo fin es la vida buena.

La asociación de hogares en una aldea y de aldeas en una ciudad volvería plenamente


concordantes la idea de la polis como un gran oikos y la imagen aldeana de la polis da que, en
verdad, ambas visiones se derivarían de un mismo modelo segmentario. En tanto que
prefiguración de la polis, la aldea sería un indicio adecuado para pensar los lazos de
interdependencia igualitaria ente los integrantes de la comunidad surgida tras el sinecismo. En
este contexto, Ludwig sugerirá una equivalencia entre el deseo y la amistad, otorgándole al
primero un lugar destacado en relación con el proceso de sinecismo. La amistad resultará en este
marco una de las formas privilegiadas para pensar los vínculos entre los ciudadanos dentro de la
polis. En la medida en que el modelo de la base aldeana de la polis resulta a nuestro entender
generalizable, la imagen igualitaria del estado griego se explicaría en parte por este motivo.

Finalmente, si bien la formación de la polis implicó en sus inicios la primacía de una nobleza en
cuyo seno se desarrollaron ideales que implicaban una concepción igualitaria de las relaciones
entre aquellos considerados semejantes, aunque restringida exclusivamente al círculo
aristocrático, la integración de las aldeas en la polis abrió la posibilidad en el mediano y largo plazo
de una dinámica centrada en el accionar de los aldeanos y sus valores ligados a la comunidad local
y el hogar. En este contexto, la elaboración de una imagen aldeana de la polis aparecería en
principio como una especie de contra ideal con respecto a la cerrada noción de igualdad
establecida en el marco de las representaciones simbólicas aristocráticas. Sin embargo, a medida
que los labradores acrecentaron su participación política, militar, social, e incluso económica
dentro de la polis, dicha imagen aldeana dio lugar a modelos más teóricos, a veces aparentemente
desligados de la condición aldeana pero que encontrarían su raíz última en la confluencia de la
visión aldeana con otras concepciones acerca de la igualdad.

En el marco del desarrollo de la polis debe tomarse también en cuenta la conformación del
ejército hoplita como organización militar característica. El campesino, que poseía una porción del
territorio de la comunidad, en tanto que ciudadano, que participaba en los asuntos políticos de la
polis, y soldado, que luchaba junto con sus conciudadanos en la falange hoplita. El punto central
que esta organización pone de relieve es la defensa del territorio como modo de asegurar la
propia reproducción de la ciudad. Esta articulación daría lugar a formulaciones preceptivas que
captaron sintéticamente la ordenación establecida: la tierra como escuela de ciudadanía, siendo
los mejores soldados lo que trabajan sus campos.
Por otra parte, la situación de guerra entre poleis se ha considerado como algo permanente,
Finley habla de una “regularidad inexorable” que representaría una suerte de omnipresencia. Bajo
estas condiciones, sin embargo, la guerra no resulta una función exclusivamente utilitaria centrada
en obtener nuevos territorios sino que deviene un factor simbólico que colabora en la fijación de
las identidades, sus límites y su conjunción con las fronteras espaciales. Pero esta enérgica defensa
de la soberanía suscitada por el honor mancillado no debe ocultarnos que, aunque fueran
ineficaces, los saqueos igual se producían. La devastación de los campos es un hecho recurrente
en la descripción de las campañas militares. Para los ejércitos invasores esto podía significar lisa y
llanamente una depredación de la agricultura en función del avituallamiento, lo cual implicaba
ciertas elecciones estratégicas sobre el momento en que debía realizarse la invasión, así como
determinados medios técnicos según los cultivos que se devastaban.

La defensa de la agricultura fue, pues, una cuestión siempre presente dentro de las
consideraciones de las comunidades griegas. Y aunque se tiene la idea de que la destrucción de las
cosechas no resultaba muy eficaz y no traía consecuencias definitivas para los labradores, hay
determinadas situaciones, como la guerra del Peloponeso, que parecen decir otra cosa. Según
varios autores esta guerra significó una fuerte ruptura para la sociedad campesina, al provocar la
decadencia definitiva de los labradores autónomos a raíz del empobrecimiento de las granjas
familiares causado por los ataques y saqueos sobre las tierras de labor. Lo cual trajo una nueva
dependencia rural motivada por las deudas, algo que se suponía, estaba solucionado.

En este contexto ya no estamos en el plano de las estrategias militares, sino en el de las


agrícolas, pues la desunión surgiría a partir de una contradicción ineherente a la propia polis: la
guerra era un hecho colectivo basado en el consenso de la comunidad constituida como falange;
en cambio, la agricultura estaba organizada a partir de la dispersión de las unidades domésticas sin
que la ciudad interviniera en el funcionamiento estrictamente productivo de las mismas. Las
invasiones, en particular las largas, apuntarían a socavar las bases de cohesión de la comunidad
cívica a partir de la disociación entre los intereses privados de los ciudadanos y los públicos
expresados en las tácticas de defensa adoptadas en caso de un ataque enemigo sobre el propio
territorio. Por eso, los espartanos habrían insistido con sus devastaciones: generar disenso interno
sería un modo de quebrar al enemigo.

Entre la polis como depositaria última de la propiedad de la tierra y el oikos como ámbito
privado de usufructo de la misma la aldea cumplía un rol significativo. Así, lo que seguiría
operando bajo las condiciones de la nueva morfología estatal de la ciudad sería la dinámica de
base de la comuna aldeana. Puesto que se trata de la unificación de una región más amplia a partir
de ciertas reglas que ya regían antes del sinecismo, es decir, antes de la inclusión de la aldea en el
marco de la polis, no debería haber disparidades sustanciales de funcionamiento entre la pequeña
aldea rural y la ciudad establecida a comienzos del arcaísmo.

Este proceso de sinecismo se conoce relativamente bien para el caso ateniense, aunque se ha
percibido cierta excepcionalidad respecto de la mayoría de los casos en los que el sinecismo
consistió en la integración de aldeas dispersas. En Atenas, en cambio, parece que jamás dejó de
existir un foco político e ideológico de referencia. Para Domínguez Monedero no habría
contradicción entre ambos procesos ya que pudieron existir centros que, debido a la extensión del
Ática, alcanzaran niveles importantes de autonomía. En verdad, la continuidad de la ocupación de
Atenas durante la edad oscura y la similitud de los restos hallados allí y en el Ática no suponen una
unidad estatal inmediata sino el efecto de desarrollos posteriores. Atenas ,pues, puede
encuadrarse en el proceso general inherente al surgimiento de la polis.

Sin embargo, el sinecismo de las aldeas en torno a un centro común no alcanza para explicar la
filiación trazada entre el encuentro aldeano arcaico y la práctica asamblearia de la polis basada en
la participación ciudadana. En efecto, el imaginario social griego encarnado en la idea de
ciudadanía implica una problemática fundamental: la emergencia de la práctica política como
actividad nueva que reorganiza a la comunidad en torno a la intervención colectiva en las
decisiones. El testimonio de Teognis de Mégara nos permite percibir que durante el siglo VI,
aglutinadas ya en muchas regiones las comunas rurales en torno a un centro único, la condición
del campesinado había empezado a cambiar con respecto a lo que nos mostraban Hesíodo, la
Atenas presoloniana y muchas otras situaciones a lo largo del mundo griego arcaico. Desde
entonces los labradores no sólo formarían parte de la polis sino que se percibirían a sí mismos
como incluidos dentro de las instituciones de la ciudad, lo cual generaba la reprobación de Teognis
que respondía a los intereses de una rancia aristocracia cuyo poder iba quedando limitado a causa
del ascenso del pueblo a la participación política.

Esto nos está mostrando un cambio radical en el desarrollo histórico operado en el mundo
helénico: la emergencia de la política organizada en torno a la soberanía del cuerpo de ciudadanos
y plasmada en formas diversas de participación popular. Si en Hesíodo percibíamos que el
campesinado aún no participaba de la toma de decisiones políticas aunque las aldeas estuvieran
espacialmente integradas en la ciudad arcaica, en cambio, en Teognis y el caso ateniense podemos
ver que el campesinado se encuentra ya incluido en el cuerpo político: se ha efectuado la
mutación que lleva a la ciudadanía plena de los labradores. La polis clásica no es la simple
agregación de aldeas que conforma de ese modo una unidad mayor sino que introduce algo nuevo
respecto de la del alto arcaísmo. La comunidad emergente tras los procesos de sinecismo
ocurridos en la era arcaica no otorga al campesinado participación en las decisiones políticas. Es
cierto que ya existe una centralización estatal, pero ésta no constituye lo que ha sido definido
como un estado-ciudadano. Son las luchas políticas y sociales del campesinado ante la
monopolización del estado por parte de la aristocracia las que conducen a la constitución del
derecho de ciudadanía y el cuerpo cívico, permitiendo la inclusión de ambas clases en un plano de
igualdad política que deja de lado la polarización arcaica.

En la polis, la cuestión no se definía como contradicción entre la propiedad privada de la tierra y la


propiedad comunal, hay sí una tensión entre un principio comunal y uno privado. Esta tensión
queda postulada en la definición misma de la comunidad de ciudadanos como unión de individuos
libres y propietarios privados. En este contexto, la consigna pidiendo reparto de tierras y
cancelación de deudas tenía sentido si la esgrimían grupos que formaban parte de la comunidad,
puesto que más allá de su eficacia práctica ella denotaba que esos grupos pertenecían de hecho a
la comunidad y eso los habilitaba para actuar políticamente.

En este tipo de organizaciones lo central no es la tierra sino el derecho comunitariamente


asegurado de apropiación privada de las riquezas sociales por medio de los mecanismos estatales
que efectúan el principio comunal. De este modo, la polis griega resulta una comunidad de
propietarios de riqueza que la comunidad detenta, asegura y reproduce a través de todas las
condiciones que permiten definir a los integrantes de la comunidad: libertad, ciudadanía, servicio
militar, etc. Por ende, las diferentes formas de plasmación material, tanto en lo económico como
en otros órdenes de lo social, son diversos modos de concreción de lo que podría definirse como la
significación imaginaria básica del mundo griego: la polis en tanto que comunidad políticamente
instituida.

Esto no implica que la propiedad agraria no fuera importante para el ciudadano o que la
participación política no guardara ninguna relación con la tierra. Podemos decir que la tierra se
“politizó”, en el sentido de que para acceder a ella había que pasar por el entramado institucional
de la polis, dentro del cual los ciudadanos desarrollaban de manera exclusiva la actividad que los
caracterizaba como tales respecto de todo aquellos que no eran ciudadanos.

El Estado es entonces el que realiza en la situación concreta la unión de los agrupamientos y de


los intereses heterogéneos de los diversos grupos de ciudadanos. Y uno de los mecanismos de
integración desarrollados es precisamente la unificación de las aldeas rurales a partir del sinecismo
en el proceso de instauración de la polis, lo cual entraña una forma de organización material del
espacio rural que termina adquiriendo valor político a raíz de las mutaciones mencionadas: con la
formación de las nuevas poleis coloniales y la reformulación de las ya existentes durante la era
arcaica la tierra aparece claramente como espacio político, como tierra de la ciudad, proceso en el
cual el cuerpo de ciudadanos es, obviamente, el sujeto activo de esta nueva organización política
del territorio.

La política era predominante en la ciudad clásica, constituía el lugar en el que se inscribían las
prácticas sociales de los ciudadanos, una suerte de imaginario colectivo de la polis. A causa de este
proceso, las aldeas se transformaron en municipalidades, en subdivisiones cívicas o en distritos
dependientes de una polis, entidades regidas por los principios políticos y las características del
estado-ciudadano en casa situación concreta. Esta organización supuso la articulación de las
comunas aldeanas dentro de un sistema más amplio que, si bien contaba con un aparato
concentrado de poder, operaba al mismo tiempo a partir de una red de aldeas, demos y comunas
ligadas en mayor o en menor medida a la vida política de la ciudad. De este modo, el espacio se
presentaba como políticamente organizado y las aldeas debieron encarnar el nuevo significado
político adquirido por el territorio en la ciudad clásica.

La politización del territorio supuso paralelamente la transformación de los aldeanos en


ciudadanos, puesto que en comunidades de dimensiones estrechas el núcleo urbano era no sólo el
centro de la vida política sino el lugar de residencia de los labradores que cultivaban los terrenos
de su entorno inmediato. Por otra parte, con la emergencia de la política la ciudad adquierió una
dimensión nueva: su presencia objetiva aparecía como una fuerza centrípeta aglutinante que
encarnaba las instituciones en las que se desarrollaban las prácticas concretas con las que el
conjunto de los ciudadanos gobernaba el estado. Por el hecho mismo de integrar la ciudad o polis
cada miembro de la comunidad era un ciudadano o polites que actuaba según los modos
instituidos por el particular derecho de ciudadanía o poleteia en que participaba.

Debemos deducir que un elemento importante en la explicación de la polis clásica era la idea de
lo comunal políticamente definido en tanto que instancia que regulaba el funcionamiento social.
Esta regulación podía permitir, como se verifica en la Atenas clásica, que quienes carecía de tierras
no quedaran excluidos de la comunidad, admitiendo otras formas de participación en materia
económica, actuando políticamente sobre los terratenientes para imponer límites a su
acumulación, o incluso distribuyendo tierras a quienes no las poseían cuando las circunstancias lo
hacían posible. En la ciudad clásica la política aparecía articulando las relaciones sociales en tanto
que todas las demás esferas quedaban organizadas por este registro que definía los parámetros de
inclusión en el ordenamiento de la polis.

Esta igualación condensada de manera institucional en la participación política ciudadana


contiene, aunque en forma reelaborada, lo que Morris formulaba como el “principio fuerte de la
igualdad”, entendiéndolo como un elemente derivado del lugar sociopolítico conquistado por los
campesinos. En efecto, si conceptos como politeía terminaron de concretarse promovidos por
ideas igualitarias más amplias que las aristocráticas y por las consiguientes reformas políticas, esto
supone necesariamente conflictos entre los sectores no aristocráticos y los aristocráticos en torno
a la idea de igualdad. Esta contraposición pudo derivar en síntesis abstractas aparentemente
desligadas de los ideales originarios en lucha o pudo reaparecer a raíz de los conflictos concretos
entre amabas visiones, contiendas en las que la tradición antiaristocrática e igualitaria se
consolidaría alrededor de una visión de la polis articulada a partir de una imagen aldeana de la
misma.

Esta imagen igualitaria de la polis, que se deriva de una raigambre aldeana reelaborada en
función de la organización política del estado griego que surge a partir del sinecismo, va a
encontrar una temprana concreción en las fundaciones coloniales. Desde el siglo VIII A.C. en
adelante, la polis colonial emerge bajo una concepción enteramente igualitaria que se manifiesta,
en primer lugar, en el reparto equitativo de la tierra. Sobre esta base, se establece una comunidad
política que muestra esos mismos fundamentos igualitarios.

El imaginario igualitario colonial tenía, pues, una raíz no aristocrática que seguramente alimentó
la tradición antiaristocrática e igualitaria que quedó plasmada en la imagen aldeana de la polis, a la
vez que se alimentó de ella, en tanto que buena parte de los emigrantes no eran otra cosa que
campesinos que habían perdido su vínculo con la tierra en sus comunidades de origen. De este
modo, ambas experiencias darían lugar a un reforzamiento de la idea igualitaria de base aldeana
aunque reelaborándola en un terreno propiamente político conforme la polis se iba delineando en
los hechos y en las ideas.

Вам также может понравиться