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Locura o causalidad psíquica

“Es por lo cual, todo discurso está en derecho de


considerarse, de ese efecto, irresponsable. Todo
discurso, salvo aquel del enseñante cuando se
dirige a los psicoanalistas.”
J. Lacan
Posición del inconsciente
(E n, p. 836)

Para instar a la lectura Acerca de la causalidad psíquica (E d, p.151), realizaré algunas


puntualizaciones.

En una primera parte, J. Lacan descarta las pretensiones racionales de su condiscípulo H. Ey, al
mostrar que la referencia a Descartes es mucho más favorable que la aproximación freudiana de las
enfermedades mentales, con la condición de leer a Descartes en lugar de contentarse con lo que el
común cree. Luego, J. Lacan trata separadamente la causalidad de la locura de la causalidad mental,
al distinguir la una de la otra.

1. La locura

Más allá de contentarse con los trastornos, las manifestaciones espectaculares o la necesaria
interrogación de cada uno sobre su identidad —todas cosas con las que se hace un alboroto—, más
allá de contentarse por ciertas facilidades, por ciertos abusos de poder, se trata de definir la locura
de manera precisa.

La locura está tratada acorde tres registros de desconocimiento:


a1 - Ser hablado o pensado por otro.
a2 - Hacerse del alma bella al rechazar sobre el otro, incluso sobre los otros, la responsabilidad de
los problemas del mundo donde el sujeto es el centro y del cual se queja.
a3 - Creerse una cosa o un alguien hasta el abotargamiento del yo, de la representación de sí, de su
persona, de su personalidad.

Estas tres definiciones, concordantes entre ellas, presentan de entrada tres dificultades.

a1 - Si es justo decir que el mamífero hablado es xenópata por principio, porque que debe
superar su premaduración real en el nacimiento, por la incorporación de su organismo en el
lenguaje, por su integración en el discurso —de hecho, en el discurso del Otro, que lo acoge y lo
rodea—, esta inclinación por la extrañeza (xenopatía) le hace ser hablado antes de que devenga,
talvez, con mucha suerte, hablante.
a2 - De este hecho, el sujeto posee un inconsciente del que depende, pero del que no es amo. No
es el amo en su morada. Tomar la responsabilidad de aquello que le sucede, incluso si no lo quiso,
es la difícil actitud que propone Freud.

a3 - Cómo no creerse… esto o aquello, esto de acá, después esto de allá, particularmente en una
época en la que el yo es colocado por delante, hasta en su aspecto teórico —en efecto, la noción de
individuo (no divisible) se debe a Aristóteles— y jurídico. Esta noción se refuerza de la
responsabilidad individual sobre la cual reposa nuestro derecho.

Sin embargo, estas dificultades tienen una salida, el psicoanálisis. Si algunos, más bien pocos, no
tienen la necesidad de ser dotados por su familia de un saber-hacer, coraje, nobleza y alma
templada, y se encuentran en todos los medios sociales no descompuestos, del obrero al artesano,
del agricultor al comerciante, hasta el burgués e incluso en ciertos directivos impregnados de
superioridad; otros experimentan la necesidad de una reconstrucción que no los consagre a la
restauración de discursos antiguos, sino que testimonie el giro en el que estamos.

2. La causalidad mental

Ahora bien, nos importa distinguir de una causalidad de la locura, la cuestión tratada en
psicoanálisis: la causalidad psíquica, aquella que causa nuestra mente.

No hay más que una definición de la causalidad psíquica; esta supera el Edipo, su manifestación
corriente en nuestras civilizaciones históricas: es el narcisismo presentado por J. Lacan en 1936
gracias al modelo del estadio del espejo. Se trata de la falla y su encuentro, del desgarro que no se
vuelve a cerrar jamás completamente, de la deriva asumida a través de los avatares de la neurosis,
de la perversión, y de la psicosis. El psicoanálisis pone al día estas modalidades al reflejar su
estructura.

Lacan propone construir el objeto de causa mental, causa que provoca siempre en cada uno una
desgracia particular, malestar en la cultura: la enfermedad mental. Pero, ¿se trata de una
enfermedad? Si ella nos caracteriza disfuncionalmente respecto del Ideal, ella puede ser también la
solución, resolución del problema planteado desde el principio.

Deducimos de los datos propuestos arriba y de algunas puntualizaciones en Escritos, ciertas


proposiciones dirigidas hacia la práctica. Reportamos estas definiciones sobre los esquemas del
psicoanálisis.

Sabemos que Freud trazó un esquema sobre la Carta 52 [1 h, p. 153], homólogo a este:
Hemos tenido cuidado en diferenciar aquí los procesos primero, primario y secundario.

Adelantamos que la práctica del análisis trata del proceso primario; trata el inconsciente y sus
leyes, que el principio de placer domina. El principio de placer es un principio del pensamiento, o,
para ser más precisos, un principio de lenguaje; no es un principio de gratificaciones.

La locura se sitúa fuera del campo del inconsciente. Demostramos mediante un razonamiento
reglado cómo se da esta primera proposición.

A la entrada del esquema, está la locura del proceso primero, ligada a las percepciones: debilidad
fundamental del mamífero humano.

A la salida del esquema, está la locura del proceso secundario, ligada a lo consciente: canallada
de los privilegiados o de aquellos que se creen por encima de todo, aquellos a los que
supuestamente nadie toca.

No hay nada qué hacer frente a la locura más que apartarla si se puede evitarla, o combatirla por
medios violentos si esta se quiere imponer.

Podemos, sin embargo, decirle al loco que no hay más que parar cuando esto acontezca; le
recordamos su responsabilidad, lo que lo vuelve ya menos loco. Podemos, sobre todo, negarle la
menor oportunidad para creer que podríamos hacer algo por él, por ejemplo, pensar por él.
Queda la causalidad mental. Aquí el problema amerita nuestra atención, mas se complica si
sabemos que el funcionamiento regular del esquema de Freud consiste en plantear la pregunta sobre
su plegado1.

Constatamos así que la pulsación significante, estructura del pudor, que gobierna el proceso
primario, está hecha de la conjunción-disyunción entre dos términos extremos: debilidad y
canallada. Y la locura, que cruza el inconsciente en su principio, se encuentra en el corazón del
plegado.

3. El comienzo y el fin del psicoanálisis

Nos referimos a dos observaciones obtenidas de La Dirección de la cura (E i, p.585).

a1 - El comienzo

Lacan evoca, respecto de la complacencia de Dora, el proceder del alma bella “en cuanto a la
realidad que ella acusa”: “No se trata de adaptarla, sino de mostrarle que ella está demasiado bien
adaptada, ya que ella participa de su construcción. Pero aquí se detiene el camino a recorrer con el
otro” (E i, p.596).

La transferencia, que ya “hecha su obra”, depende de una causa que viene desde fuera de las
relaciones del Yo con el mundo. Lacan prosigue: “A partir de ese momento, no es más a quien toma
en su proximidad a quien se dirige, y es la razón por la que rehúsa el cara a cara (E i, p.597)”.

Aquí el porqué del recurso del diván es explícito: algo puede comenzar, por haber sabido
apartarse de la locura. El psicoanálisis es la no-locura, según la definición que hemos dado más
arriba. El sujeto, en el discurso analítico, es considerado responsable de las consecuencias de sus
palabras de analizante, en tanto que su enseñanza se dirige al psicoanalista, como lo recuerda
nuestro epígrafe extraído del tercer escrito. Queda por establecer que el discurso del analizante es el
mismo del enseñante cuando se dirige al psicoanalista.

1
Étoffe, p.18 y 143-144
a2 - El fin

Que el psicoanálisis sea el discurso no loco, donde el sujeto se considera, desde el comienzo,
como responsable de las consecuencias mismas de sus decires, no le impide, por el hecho de que
habla, volver a cruzar la locura a su tiempo (ver los esquemas).

La responsabilización en la transferencia tiene por efecto conducirnos al funcionamiento


pulsativo de la estructura, donde yace en su principio la significación del falo. “La función de este
significante como tal en la búsqueda del deseo, es en efecto, como Freud la reparó, la clave de eso
que hace falta saber para terminar sus análisis: y ningún artificio lo suplirá para lograr ese fin” (E i,
p.630).

Es la estructura del pudor, ilustrada por los frescos de la Villa de los Misterios en Pompeya. Al
momento en que el falo va a ser develado, el demonio del Aidos se precipita sobre la escena (E i,
p.591 y E k, p.692)2. El develamiento necesariamente velado es aquello de lo que queremos dar
cuenta mediante su topología. Menos ilustrativo que el movimiento de este velo, pero más
demostrativo, el juego de los paréntesis de la negación latina se abre por la discordancia y se cierra
por la forclusión. De no abrirse más, este juego queda definitivamente forcluido. Los impasses
mismos del yo pueden estar atravesados a la manera de esta pulsación; lo débil y lo canalla se
resuelven en el acto.

Deleitarse con la palabra goce es del orden del artificio, particularmente, cuando se manifiesta
una incapacidad para articular la involución de la significación fálica en el contexto del complejo de
castración. Es el encuentro en el lugar del acto con la falta, no del sujeto, el pequeño buen hombre,
sino de aquel del Gran Otro S(A).

Es a partir de aquí que retomamos la articulación de una enseñanza entre analizantes y analistas,
no sin haber lamentado la situación del psicoanálisis en 1992, situación de la cual nos consideramos
responsables del mismo modo que los otros. Saber formular la distinción entre locura y
enfermedades mentales en términos de enfermedad de la mentalidad (locura) y de causalidad
psíquica (desde donde parten las enfermedades mentales), no permite realizar una asociación, el
pase necesario a los testimonios de la prueba que se juega entre estas dos configuraciones, falta de
ser, por el hecho de la ambivalencia ligada a la división del sujeto, de la que no se habla tras diez
años, más que bajo aspavientos.

Jean-Michel Vappereau
julio 1992

Traducción: Andrés Mora / septiembre 2018

2
Lacan se refiere a este fresco cada vez que encuentra este recodo.

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