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SALA EN ESPERA

OCTUBRE 2010

Sonósfera irrepetible Ι Gabriela Bautista


Preservar los sonidos del mundo es un ejercicio poco común porque, por lo
general, preferimos captar las imágenes del mundo con una cámara fotográfica.
El canadiense Murray Schaffer propuso en 1969 el término “Paisaje Sonoro”
para ejercicio de grabar los sonidos para preservarlos. El objetivo es sencillo:
“atrapar” el tiempo a través del sonido, pues cada era de la humanidad cuenta
con sonidos propios. Por ejemplo, pensemos en el sonido de un tren a vapor,
común en la época revolucionaria. O pensemos en los sonidos que
reproducimos hoy en día y que pertenecen a artefactos o situaciones únicas de
nuestro tiempo. Schaffer proponía que otra forma del conocimiento del mundo
viene desde los sonidos que el planeta, o nosotros mismos producimos. El
sonido es un fenómeno físico tan impactante como el de la luz, o el olor, o el
tacto, o gustar. Los defensores de las técnicas expresivas a través del sonido
(considero que la música es el arte sonoro supremo) creemos que el sonido
siempre será más impactante que una imagen. Cliché explicativo: cámbiese el
sonido de una película, y el efecto será completamente distinto.

La captura de los sonidos con un propósito paisajístico hoy es muy sencilla


gracias a la tecnología disponible. Cabe mencionar que la captura de los sonidos
es una disciplina emocionante: el entorno “arma” una pieza sonora por sí solo
ya que todos los elementos presentes en una sonósfera compondrán para
siempre un momento irrepetible. John Cage fue el primero en reflexionar sobre
este momento mágico con su pieza 4:33

Los equipos de grabación hoy son capaces de “captar” las mismas frecuencias
sonoras que las que es capaz el oído humano. Incluso, puede captar aquellas
“inaudibles” para las personas, por ejemplo el sonido de la tierra. Pensemos en
algo: si el sonido es el resultado de la vibración de los cuerpos en el espacio a
ciertas frecuencias, ¿ha pensado a qué frecuencia vibra la tierra? Un sonido
muy impactante que forma parte de un paisaje sonoro interesante es la
vibración del mar. Somos capaces de percibir ciertas frecuencias de la enorme
masa de agua que compone nuestro planeta, pero existen otras frecuencias
bajísimas, lentísimas, potentísmas…

Ahh, el sonido del mar.

Pero vuelvo a mi punto. Gracias a la tecnología disponible podemos grabar los


sonidos con alta fidelidad, tal como lo reciben nuestros oídos. Aún más: el
“paisajista” (si se me permite el término) puede colocar distintos micrófonos y
pedirle al aparato de grabación que los capte en una simulación de cómo lo
harían nuestros oídos. El oído humano es capaz de captar sonidos a 360° del
lugar en el que se está. Aunque hoy podemos captar sonidos de manera
simulada, el paisaje sonoro enfrenta dos retos importantes: la grabación y la
reproducción. Existen salas experimentales de cine que proponen la escucha
14.1, esto es, 14 bocinas alrededor del espectador con una bocina para las
frecuencias más bajas: de esta manera, se podría “reproducir” o “representar”
un efecto cercano al de la escucha humana.

El paisaje sonoro ha encontrado un foro de reflexión interesante en Guadalajara


por medio del colectivo de Socioacucia. Sus miembros, entusiastas del sonido,
han traído conferencias a la ciudad en las que se ha hablado del paisaje sonoro
y lo que vendría a ser su hermano “wanna be”: el arte sonoro. El pasado mes de
julio, el Museo de la Ciudad en Guadalajara abrió sus puertas a la exposición
Poli-foneo en el que diversos artistas del sonido expusieron diferentes
propuestas en torno a lo que se podría hacer por medio de la manipulación del
sonido (y por eso le llaman arte sonoro). El ejercicio fue interesante, pues se
“tomaron” diferentes sonidos de la ciudad para con ellos “crear nuevos
mensajes”, así como intervenciones in situ y conciertos. No obstante, se discutió
en foros como Facebook o Radio Universidad, que como el museo no tenía las
capacidades tecnológicas para reproducir los sonidos (las frecuencias también
deben tener un equipo de salida que sea capaz de reproducirlas todas), las
piezas expuestas se mezclaban entre sí. Así, convivían piezas como la de Luz
María Sánchez (a mi juicio la más interesante) que reproducía en 45 bocinas la
voz del Cardenal Sandoval, con otras que sólo eran grabaciones de baja calidad
de cantantes callejeros. Otras piezas estaban junto a unas ventanas y se
confundían con el sonido exterior, otras más parecían más ocurrencia que
propuesta artística. El reclamo general versó en torno a por qué es necesario
que una pieza sonora se explique. No pretendo entrar en las discusiones arduas
del arte contemporáneo, pero aquí cabe reflexionar si el sonido puede
transformarse en materia de arte más allá de la música. El ejercicio de “grabar”
sonidos más allá de un instrumento musical es lo que desde los años 50 se le
llamó (y sigue llamando) música concreta. En este sentido, el reclamo más
fuerte venía de los músicos: ¿porqué los sonidos expuestos en Poli-foneo
pretendían ser arte sonoro si ya existen las propuestas de la música concreta y,
aún más, los sonidos expuestos no estaban ordenados de acuerdo con las reglas
de la música? Los artistas sonoros respondieron: porque no se trata de música,
sino de manipulación del sonido y de “reflexión de la realidad” a través de ello.

El arte sonoro como tal es un ejercicio polémico y muy difícil de lograr


resultados realmente impactantes. Aquí recuerdo una frase de Susan Sontag:
Toda pieza de arte debería pretender ser como un atardecer: siempre única,
irrepetible, capaz de quitarnos el aliento. Sobre todo: capaz de ser recibida sin
ningún tipo de prejuicio.

En la exposición Poli-foneo se expuso poco paisaje sonoro como tal; creo que a
los realizadores les aburre el sonido por sí mismo: es más interesante el reto de
manipular frecuencias para crear piezas estremecedoras, pero ininteligibles. El
caso del paisaje sonoro, como tal, no tiene pretensión artística, sino más bien
historiográfica: momentos que no volverán a repetirse, pero que si quedan
grabados, se transforman en testimonio del tiempo.

Creo que el interés que ha despertado el colectivo Socioacucia en la ciudad es


positivo. Lo interesante sería que nuestras salas museográficas e instituciones
locales se preocuparan por la conservación de paisaje sonoro y por abrir foros
(como ya ha ocurrido para Socioacucia) para la reflexión de sus usos y desusos.
El campus Puerto Vallarta de la Universidad de Guadalajara ya lo hizo con la
edición del disco Paisaje Sonoro Malecón de Puerto Vallarta, la tesis de
ingeniería multimedia de Yair López. Asimismo, Sandra Gallo Corona,
estudiante de doctorado en Biología, actualmente estudia el paisaje sonoro de
islas del Pacífico mexicano, tales como Isla Raza o Isla Guadalupe. Conservar los
sonidos puede hablarnos de quiénes somos… y fuimos.

Cuando uso paisaje sonoro para utilizarlo en teatro, he recibido instrucciones


claras: ubicar al público en el contexto de la escena teatral. Otra instrucción:
estremecer al otro por medio del sonido. El trabajo con el éste es polémico pues
requiere forzosamente un ejercicio denotativo que no puede separarse de un
proceso connotativo, tal como ocurre con la fotografía documental; pero a
diferencia de la fotografía, mirar una imagen no nos pone la vida en juego.
Escuchar, sí.

Quiero cerrar estas palabras con dos ejemplos significativos de ejercicios


sonoros: uno es una pequeña toma que la bióloga Sandra Gallo hizo cerca de las
playas de Chamela. Aclaro que la bióloga graba en sitios remotos pues necesita
que los paisajes sonoros que estudia no tengan en absoluto ni un sonido del
hombre. Parece un paisaje sonoro habitual: cantan las chicharras, las aves se
comunican, las lagartijas pasan por el ramaje seco. Al fondo de esa colección de
sonidos y poniendo mucha atención se escucha el sonido de lo que podría ser
algo parecido a una pequeña flauta armónica, feliz, como de alguien pasando. La
bióloga me explica que ese sonido no puede pertenecer a ni un ave, o a ni un
insecto, mucho menos a una persona. Momento irrepetible.

Otro ejemplo estremecedor: una pieza guardada en el archivo sonoro del centro
de arte contemporáneo George Pompidou de Francia. Un hombre sale a escena
en un pequeño centro nocturno. La gente bebe, charla, los meseros pasan. El
hombre da las gracias por haber presenciado su show y para despedirse recita
un poema de Genet. Su voz se transforma en la de diez hombres diferentes.

URL: http://www.salaenespera.mx/2010/09/la-sonosfera-irrepetible-gabriela.html

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