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Si Artigas sólo hubiera sido el jefe del proyecto político más avanzado con el que
se encararon las tareas anticoloniales en la región, y el principal mentor del
federalismo democrático rioplatense, su papel histórico sería sobradamente digno
del recuerdo, aun cuando permanecería incompleta la caracterización de su
actuación pública.
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Nos referiremos a tres líneas de abordaje de la política agraria artiguista que
proporcionan un arco amplio de posibilidades analíticas. Al realizar su valoración
de la ley agraria de 1815, Barrán y Nahum señalaron: “El reglamento tenía un
primer objetivo político-social: crear una clase media de propietarios rurales
comprometida con el resultado de la revolución. A él se vinculaba la necesidad de
destruir en sus intereses al enemigo político. Poseía un segundo objetivo
económico-social: proporcionar seguridad al hacendado y sedentarizar al gaucho,
elementos ambos que coadyuvaban a restaurar la producción”. Estos autores
plantean asimismo que la relación del reglamento con los grandes hacendados
patriotas era ambivalente, ya que si bien los protegía, también los intranquilizaba
pues el ataque al derecho de propiedad, aunque fuera el de los “enemigos”, habría
interrogantes de difícil respuesta.
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concuerda en todos sus términos con el caudillo”. Y, afinando su tendencia
interpretativa, agrega: “como lo anticipa el título mismo de la ley, un implacable
artículo 27 instituye la leva y promete embretar al gauchaje en el corral de las
conveniencias de aquéllos, a despecho de las irrealizables concesiones populistas
que el propio texto contiene. El reglamento, pues, sería como un cebo para
recuperar una buena proporción de ese activo intangible que era la confianza que
los grandes y medianos hacendados habían depositado en él cuando los convocó
en Mercedes”.
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depositados en brazos útiles”, resultaba en buena medida ajeno al espíritu
predominante en la élite latifundista oriental, que había hecho de las estancias de
alzados y de las vaquerías en los realengos la forma principal de obtención de
cueros para la exportación.
Enfrentando un problema que, para cada sector a su modo, les resultaba común,
la primera opción de Artigas hace recaer el peso de la solución sobre un cambio
de actitud de los hacendados, mientras que el ocasional mentor de éstos elegía
enfatizar “que ningún vecino podía contarse seguro, por hallarse indefenso contra
tanto malévolo, pues si alguno intentase oponérsele, sería al momento víctima; y
últimamente, que ninguna medida sería adoptiva ínterin no se cortasen estos
abusos”. En esta línea, la junta de hacendados resolvió “el pronto acudimiento de
tan escandaloso desarreglo, como base fundamental de todos los demás males
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[...] disponiendo se reuniesen al cuartel general, o a otro punto que se
determinase, todos los destacamentos, quedando los pueblos guarnecidos de la
milicia que en cada uno debería formarse, y que aquellos a quienes se les
encomendaba, fuesen bien prevenidos del cumplimiento de su deber, bajo las más
severas penas”. Lo que no se consideró en el curso de las deliberaciones, o al
menos no se incluyó en las actas escritas, fue el hecho de que por lo menos dos
meses antes de “acordar” el texto del Reglamento con los representantes del
cabildo, Artigas ya había comenzado a poner en práctica en la región de
Maldonado el que sería su componente más radical.
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Purificación. El 28 de agosto Artigas manifestaba que el alcalde provincial “aún no
ha llegado a este destino según VS. me anuncia. Luego que llegue le daré las
instrucciones convenientes. Entretanto coopere VS. a que los hacendados pongan
en planta sus estancias, de lo contrario poco habremos adelantado en el entable
de nuestra felicidad”. El 4 de septiembre volvía a reiterar que “no había llegado el
Alcalde Provincial para ajustar las medidas precisas para el arreglo y fomento de
la campaña. Entretanto celebro de que V.S. penetrado de la importancia de este
objeto proclame a los hacendados y propenda a su fomento”. Teniendo en cuenta
la fecha anterior, las deliberaciones de Artigas con los representantes del cabildo y
la junta de hacendados no fueron demasiado prolongadas, ya que el 10 de
septiembre el caudillo informaba al cuerpo capitular que el alcalde provincial y su
asociado marchaban de regreso a Montevideo: “El resultado de su misión son las
instrucciones que presentará a V.S. para el fomento de la campaña y tranquilidad
de sus vecinos, de su ejecución depende la felicidad ulterior. Espero que VS.
propenderá a que tengan exacto cumplimiento”. El reglamento provisorio era una
realidad. Sus artículos recogían buena parte de las preocupaciones de los
terratenientes orientales, y en ese sentido evidentemente no apuntaba, ni tiene
sentido pensar que ésa haya sido la intención primaria de Artigas, a agudizar las
fisuras que se venían observando entre éste y la elite montevideana. Y sin
embargo, las disputas entre ellos no quedaron al margen del Reglamento, que al
decir de un testigo “el cabildo miró siempre con fría y afectada aprobación”, sino
que éste, de hecho, las estimuló, articulándose con otros problemas conflictivos
que venían procesándose con anterioridad. Y el problema se agravaba porque,
como señaló Larrañaga, más allá de que se reconocía formalmente la
responsabilidad del alcalde provincial en confiscaciones y mercedes, “lo adverso
de este proyecto consiste en que casi se deja a discreción de los comandantes o
alcaldes principales de cantón el repartimiento de las tierras, privando de sus
antiguas posesiones a los propietarios sin ser oídos y por la sola cualidad de
españoles o españolados”. Estas circunstancias deben ser especialmente tenidas
en cuenta pues remiten a una problemática única y más general, consistente en
explicar qué significaba para los distintos actores políticos la revolución oriental,
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cuáles eran sus enemigos, cuáles las medidas adecuadas para eliminarlos o
neutralizarlos; y cuáles los límites o condicionamientos que la naturaleza
socioeconómica de las diferentes clases, fracciones y grupos sociales imponían al
accionar de los dirigentes que en última instancia las iban expresando. Junto a la
puesta en práctica del Reglamento, con la que se imbricaba estrechamente, otro
hecho que se tornaría clave para el futuro de las relaciones de Artigas con la élite
mercantil-terrateniente oriental fue su determinación de que los enemigos del
sistema radicados en Montevideo fueran enviados al campamento de Purificación,
para que allí, exentos de peligrosidad, se reeducaran a través del trabajo.
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aplicación, comenzando por el alcalde provincial. También pueden incluirse
aquí diversas situaciones en las que el reglamento fue utilizado para dirimir
antiguos litigios por tierras como el protagonizado por Juan Uriarte
(cabildante de Maldonado) y algunos vecinos encabezados por Leonardo
Álvarez (rematador de los diezmos de San Carlos) que se arrastraba desde
los tiempos del virrey Avilés.
b) El proceso más apegado al texto y al espíritu del reglamento, bajo la
dirección y control de las autoridades que él establecía, que concentra
presumiblemente la mayor cantidad de donaciones y muestra una relativa
heterogeneidad en cuanto a las características socioeconómicas de los
agraciados. A diferencia del anterior, aquí suele resultar menor el peso del
cabildo gobernador en la gestión del embargo y reparto en muchos casos
por las distancias y en otros por la presencia activa de otros factores de
poder, como los comandantes militares al frente de porciones del “pueblo
reunido y armado”, además de la mayor cercanía del propio Artigas. Esta
modalidad posee fuertes zonas grises en sus solapamientos con las otras
dos que presentamos, relativamente volcadas hacia extremos opuestos.
c) Las confiscaciones y repartos en los cuales jugaron un papel relevante las
partidas armadas compuestas por diversas categorías de campesinos
acaudillados generalmente por hacendados más o menos pequeños o
caudillejos locales, que solían revestir diversos grados de comandancia
militar. Estos hechos, que incluyen poblamientos espontáneos,
generalmente de antiguos arrendatarios y agregados, en algunas estancias
embargadas y en realengos, se produjeron relativamente fuera del
encuadre institucional general, cabiéndoles la imagen de un cierto desborde
social; fueron enfrentados por el cabildo gobernador y en algunos casos
sostenidos por Artigas a quien recurrían, como lo ejemplifica el caso de
Encarnación Benítez, en busca de la legalidad que no obtendrían por las
vías institucionales más formales.
Retomando el planteo con que iniciamos nuestro análisis, unos pocos ejemplos
más, focalizados en el papel específico de Artigas en la gestión de aplicar el
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Reglamento, entregan algunos elementos de juicio complementarios para su
valoración.
Por último, quiero señalar que la valoración del reglamento no debería soslayar
la introducción de una perspectiva comparativa, en especial con lo que ocurría
en la banda occidental del Río de la Plata, la que puede contribuir a que el
análisis dependa menos de la impronta ideológica del investigador,
focalizándose en lo que efectivamente ocurría y podía ocurrir dentro del rango
máximo de posibilidades reales, y no imaginarias, que ofrecía la situación del
momento. Sin perder de vista que se trata de una alusión al problema más que
de un análisis que requeriría otros medios y esfuerzos, vale recordar que el 30
de agosto de 1815 el gobierno de Buenos Aires decretó mediante un bando
que “todo individuo de la campaña que no tenga propiedad legítima de que
subsistir será reputado de la clase de sirviente”; por esas casualidades de la
historia, esto ocurría apenas diez días antes que Artigas dictara su reglamento
para el arreglo de la campaña oriental, cuyo núcleo duro ordenaba la
expropiación de los campos pertenecientes a los terratenientes españolistas,
porteños y orientales asociados a unos y otros, mientras que habilitaba para
instalarse en ellos a “los negros libres, los zambos de esta clase, los indios y
los criollos pobres... con prevención que los más infelices serán los más
privilegiados”. Como puede observarse, sin necesidad de ocultar que el
reglamento mantenía la vigencia de mecanismos compulsivos sobre parte de la
población rural (artículo 27) y sin necesidad de estirar su contenido al extremo
de imaginar que el “camino americano” se habría paso en el país, el aspecto
principal, dominante de las dos normas citadas es diametralmente opuesto;
tanto como lo fueron las perspectivas sociales directoriales y artiguistas. Y no
porque las elites terrateniente-mercantiles de Buenos Aires y Montevideo
difirieran en esencia en su carácter socioeconómico y sus aspiraciones de
acumulación de poder y riqueza, sino porque Artigas va introduciendo una
perspectiva diferenciadora con respecto a ese horizonte mezquino. A esto se
refería seguramente Real de Azúa cuando señalaba que proviniendo
originalmente Artigas de los sectores propietarios y patricios, se caracterizaba
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sin embargo por ser quien “toma una coyuntura histórica y le da un contenido
mucho más vasto, más profundo”.
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levantamiento del sitio de, Montevideo, quedó retratado el momento inicial del
quiebre político de Artigas, de su desengaño respecto de lo que podía esperar
de las autoridades de Buenos Aires.
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fuerzas españolas sitiadas en Montevideo, cuando las tropas de Buenos Aires
al mando de Alvear instalaron allí el primer gobierno criollo. En estas
circunstancias, y pese a su composición porteña, el nuevo poder fue apoyado
por la fracción principal del gran comercio, buena parte del sector latifundista y
otros dirigentes políticos referenciados en los anteriores, que compartiendo con
Buenos Aires la orientación antiespañola de la hora, la hallaron más funcional a
la defensa de sus intereses económicos y comerciales que la línea de
confrontación y soberanía particular que proponía Artigas. Estas variaciones en
el panorama político explican la apariencia de mayor radicalización que van
adoptando las posturas artiguistas así como la tendencia a apoyarse cada vez
más en el campesinado de paisanos pobres, incluidos gauchos, indios y
negros libertos, que comenzaban a sentirse representados, y aunque fuera en
pequeña medida el hecho no dejaba de ser extraordinario, por un Artigas que
continuaba expresando centralmente los intereses de los hacendados que se
mantenían enemigos de España y Portugal, mientras simultáneamente
resistían la dominación bonaerense-directorial. Luego de la derrota de las
tropas invasoras bonaerenses en la batalla de Guayabos (enero de 1815), y de
la posterior evacuación directorial de la Banda Oriental, la instalación de un
gobierno capitular autónomo en Montevideo mostró el fenómeno político de la
reunificación, a nivel de la élite socioeconómica, de los sectores más
autonomistas con una parte de los aporteñados, rápidamente reconvertidos al
“artiguismo” luego de la retirada de Alvear.
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artiguista, concretada cuando la élite montevideana adoptó una posición
conciliadora y colaboracionista con el invasor extranjero.
A partir de estos sucesos, la ruptura del frente social y político que lideraba,
Artigas se profundizaría, debilitándolo cada vez más, con las defecciones de
muchos de los jefes que habían contribuido a sostener el “sistema de los
pueblos libres”. Algunos, comandantes militares como Rufino Bauza, Bonifacio
Ramos, Manuel Oribe, etc., abandonaron la lucha a fines de 1817 y se
refugiaron en Buenos Aires; mientras que otros dirigentes artiguistas, de la
primera línea, traicionaron abiertamente su patria y se sumaron a los
invasores, contándose entre ellos Juan José Durán, García de Zuñiga y
Fructuoso Rivera.
La otra cara de esta probable historia del tránsito social de Artigas, la opuesta
al abismo que se fue construyendo entre los contenidos de su línea política y
las necesidades más inmediatas de mercaderes y terratenientes, fue el puente
que se fue tendiendo con las masas armadas que acaudilló desde el comienzo
de la insurrección, respecto de las cuales había afirmado que “ninguno de mis
soldados es forzado, todos son voluntarios y decididos por sostener su libertad
y derechos”.
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Esta relación es uno de los problemas más interesantes, y más ocultos, de la
interpretación del papel del artiguismo en la historia rioplatense, probablemente
debido a las dificultades que existen para reconocer el carácter común y
compartido de este tramo de la historia de argentinos y uruguayos. Al respecto,
se comprende que para las clases dirigentes de ambas bandas y sus
respectivas historias oficiales resulte inconveniente otorgar centralidad a un
proceso que, entre otros efectos, en un caso señala críticamente los aspectos
más oscuros de los gobiernos instalados en Buenos Aires, y en el otro obstruye
la construcción de la mitología nacional que sustenta el discurso dominante.
Menos claras, sin embargo, están las razones por las que las corrientes
políticas e intelectuales opositoras y críticas de los rumbos tradicionales no han
profundizado en la imbricación de los significados revolucionarios de dirigentes
como Moreno, Castelli y Artigas, especialmente pensando en aquellos
“fondeaderos” que mencionamos al comienzo de estas notas.
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