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DE LA
REALIDAD
NACIONAL
U N IV ER SID A D C A T Ó L IC A DE C H IL E
INTRODUCCION:
Norbert LECHNER
15 La problemática actual del Estado y el Derecho en Chile
P R I M E R A PARTE:
La teoría del Estado y el Derecho y la experiencia chilena
Sergio BAGU
59 Historia, legalidad y violencia
Carlos RUIZ
73 Sobre la filosofía de Andrés Bello
Umberto CERRONI
85 La interpretación de clase del Derecho burgués
Víctor FARIAS
92 El carácter fundamental de la legalidad burguesa
Alfredo ETCHEBERRY
105 Reflexiones sobre la enseñanza del Derecho en Chile
Eduardo ORTIZ
121 El Estado Nacional en el Sistema Internacional
Joan GARCES
132 Estado burgués y Gobierno popular
José A. VIERA-GALLO
152 El segundo camino hacia el socialismo: aspectos institucionales
Eduardo NOVOA
203 Hacia una nueva conceptualización jurídica
SE GU ND A PARTE:
Problemas específicos de la transform ación institucional
Francisco CUMPLIDO
225 El aparato estatal según el Derecho constitucional chileno
José SULBRANDT
246 La burocracia como grupo social
Humberto VEGA
263 Problemas de dirección económica y planificación en Chile
Eduardo JARA
278 La nacionalización de la banca
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bajo sistemático de investigación, reflexión y ciiestionamiento científico de
la institucionalidad de nuestra sociedad que vaya intim am ente relacionado
con la práctica social de su transformación y superación. Pero no se trata
sólo de un desafío en el campo científico e ideológico. Las dificultades que
ahí se encuentran son tam bién reflejo de las particularidades del intento
chileno de destrucción del modo de producción capitalista dependiente
que lo caracteriza y de construcción de una sociedad socialista. En efecto
dichas particularidades —que se originan en un tipo especial de desarrollo
sociopolítico dentro del contexto latinoamericano que agotó sus posibilida
des de renovación parcial en los esfuerzos reformistas de la década del se
senta y que mostró como único camino de liberación la vía de construcción
s o c i a l i s t a s e concentran fundam entalm ente en la esfera del Estado y del
aparato institucional.
Las características particulares del Estado y la institucionalidad chi
lenos que le dan su sello a nuestro proceso de transformación social, han
dado origen a interpretaciones erradas sobre la especificidad de este pro
ceso. Porque se ha creído que lo especifico de la experiencia chilena radica
en que aquí el socialismo puede construirse a través de una solución de
continuidad con el tipo de Estado e institucionalidad que han servido has
ta hoy para consagrar un sistema de explotación y dominación. La tesis
de que la transformación progresiva, sin ruptura, del Estado, es el elemen
to definitorio del “socialismo chileno”, ha sido refutada en el últim o tiem
po por el bloqueo relativo a que se ve enfrentado este proceso si no se
plantea el problema de la construcción de un poder alternativo de las cla
ses sociales que determ inan el sentido y orientación de una nueva sociedad.
Dicho poder alternativo no se construye enteram ente al margen de la ins
titucionalidad y el Estado chilenos, sino a partir de los sectores o elem en
tos de ese Estado y esa institucionalidad, conquistados por los trabajadores.
Es precisamente aquí donde radica la especificidad del proceso revolucio
nario de nuestro país: a partir de un instrum ento clave del aparato de do
minación de la sociedad capitalista chilena, el gobierno, conquistado luego
de una larga historia de lucha del pueblo, se trata de construir y fortalecer
el poder popular para elaborar y edificar una nueva institucionalidad, un
nuevo Estado, que consagren el dom inio de los trabajadores y perm itan
la instalación de una sociedad verdaderamente humana. La especificidad
de la esperiencia chilena no radica, entonces, en que no haya "ruptura”
con la institucionalidad dom inante, sino que esa ruptura se hace, por un
lado, “desde dentro”, a través de los instrum entos que se han conquistado
en ella y del marco que perm ite esta utilización, y, por otro lado, “desde
fuera”, a través de la lucha y movilización perm anente de las clases popula
res que construyen sus propios órganos de poder. En la relación dialéctica,
en el apoyo m utuo que se dan estos dos procesos, ininteligibles el uno sin
el otro, reside la clave de la “vía chilena al socialismo” y su posibilidad de
éxito.
De ahí las dificultades prácticas a que se ha visto enfrentado el pro
ceso revolucionario chileno, y teóricas, es decir, de análisis e interpretación.
Porque lo anterior sólo señala el campo de la problemática y deja todo
lo demás para ser elaborado por la práctica social y el trabajo de investiga
ción y reflexión en estrecha e inseparable vinculación con ella. En efecto,
sólo tenem os ciertos elementos que nos son dados por la tradición del
pensam iento científico revolucionario, pero estamos obligados a una in
mensa tarea de elaboración y creación originales, que va mucho más allá
de la sim ple misión de adecuar pensamientos y teorías que, válidas en sus
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leyes generales, están necesariamente contaminadas con las realidades de
otros contextos históricos.
Pero si bien a nadie escapa la relevancia que el estudio del campo de
la legalidad, la institucionalidad y el Estado tienen para la vida actual de
nuestro país, a nadie tampoco escapa la falta de una problematización sis
temática de estos temas.
E l conjunto de estas consideraciones llevó al c e r e n a abrir la línea de
investigación sobre Estado y Derecho en Chile. Tres nos parecían los re
quisitos básicos que debían tenerse en cuenta en un esfuerzo como éste.
En prim er lugar, un trabajo de investigación y reflexión que quiere
contribuir a un proceso social, no puede hacerse desvinculado de los actores
que mueven y dirigen dicho proceso. De ahí que se buscó el contacto per
m anente con aquellas instituciones que en nuestro país aparecían más di
rectamente implicadas en esta área de transformación, entre las cuales se
cuenta, especialmente, el M inisterio de Justicia, que patrocinó las diversas
iniciativas planteadas por el c e r e n sobre esta materia. En segundo lugar,
parecía im portante rescatar el tema del Estado y el Derecho del ám bito
reservado en que se le trataba y llevarlo a un nivel de discusión más am•
plio y en que la investigación sobre él no quedara confinada a las disciplinas
académicas que tradicionalm ente lo habían monopolizado. Un trabajo in
terdisciplinario era un requisito esencial para darle al tema la perspectiva de
totalidad que la práctica social exige para su tratamiento analítico. En ter
cer lugar, un esfuerzo como el planteado desborda la capacidad y los recur
sos de una institución. Por ello, se tomó contacto con un conjunto m uy
am plio de ‘académicos profesionales, políticos, especializados en el tema,
tanto chilenos como extranjeros, para que reunieran sus contribuciones
sobre los diversos aspectos de esta problemática, con el fin de tener una
acumulación básica que permitiera en el futuro un trabajo de investigación
sistemático en este terreno.
En este esfuerzo han participado profesionales del derecho, juristas,
m iem bros del poder judicial, historiadores, expertos en administración del
Estado, científicos sociales, y ya se están dando a conocer algunos frutos
del mismo. Por un lado, se han realizado diversos Seminarios sobre el tema,
a través del curriculum oficial del c e r e n , muchos de cuyos materiales están
siendo publicados en la Colección Documentos de Trabajo. Por otro lado,
un conjunto de trabajos sobre el Problema de la Justicia será publicado en
la Colección c e r e n -Ediciones Universitarias de Valparaíso. Este últim o li
bro, ju n to con el núm ero especial que presentamos hoy, constituirán el ma
terial de base del Seminario Internacional sobre Estado y Derecho en un
Período de Transformación, que el c e r e n organiza para enero de 1973 y que
cuenta con el patrocinio de la Universidad Católica, el M inisterio de Justi
cia, c o n i c y t (Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica)
y el In stitu to para el Estudio de la Sociedad Contemporánea (issocoj de
Rom a.
Quizás si la mayor expresión de este esfuerzo sea este núm ero especial
de los Cuadernos de la R ealidad Nacional. Se trata de un texto que aborda
los principales aspectós de la problemática jurídico-institucional y que
intenta ser un material básico para la discusión sobre estas materias. Bajo
el titulo general de este núm ero, se invitó a diversos especialistas a siste
matizar y confrontar sus aportes en la variada gama del tema, y se les pro
puso un catálogo provisorio de problemas. Se prefirió por lo tanto, aban
donando un estricto orden de prioridades, dificultado por la ausencia de
una teoría rudim entaria de los fenóm enos jurídico-institucionales que im
pide tener una visión general de la problemática, reunir las reflexiones so
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bre un am plio aunque discontinuo campo de preguntas, en la forma de
una Antología que sirviera de prim er estímulo, de despeje de terreno, de
playiteamiento general. De ahí que el objetivo de este núm ero especial
sea m uy modesto y lim itada pese a que se aborden muchos y m uy diversos
problemas. De ahí tam bién los vacíos que puedan apreciarse al haber áreas
o materias que no han sido tocados o al existir un evidente desequilibrio
entre algunas secciones. Con todo, creemos que se resume aquí el estado
actual de la reflexión más global en Chile sobre el tema del Estado y el
Derecho en un período de transformación, y las deficiencias que puedan
notarse, señalan precisamente las líneas futuras de trabajo que debieran
reforzarse.
El contenido del libro está organizado en dos partes, precedidas por
una Introducción General en que se intenta plantear la problemática actual
de la estructura juridico-política en Chile. La primera parte abarca los
problemas teóricos del Derecho en el intento de form ular una crítica a la
concepción y práctica del Derecho burgués y de describir los rasgos jurídico-
institucionales más salientes de la experiencia chilena. La segunda parte
intenta un análisis más detallado de algunos aspectos específicos de la trans
formación institucional chilena y aborda los problemas del aparato estatal
chileno y de su conducción económica, y la transformación del Derecho Penal.
En la Introducción, N orbert Lechner presenta un panorama general de
la problemática del libro tal cual ella puede plantearse hoy en Chile. El
autor parte ubicando la cuestión del Estado y de la institucionalidad en el
Programa Básico de gobierno de la Unidad Popular. Posteriormente se ana
liza la lucha social y el debate ideológico sostenidos en torno a estos dos
elem entos durante el transcurso de los dieciocho primeros meses del Gobier
no Popular y a medida que se desarrollaba el Programa. Una vez descrito y
analizado el período, se estudian las diversas alternativas que se abren al
proceso chileno y sus implicancias para la problemática del Estado y la ins
titucionalidad. Finalm ente, se intenta un esquema interpretativo que dé
cuenta de las contradicciones de la estructura jurídica-institucional en relación
a la lucha de los trabajadores por el poder, abriendo así el camino a fu tu
ras investigaciones y elaboraciones sobre el tema.
La primera parte, La T eoría del Estado y el Derecho y la experiencia
chilena, contiene dos secciones. La primera, de carácter teórico, lleva el tí
tulo P ara una crítica del Derecho burgués, y contiene cinco trabajos que
desde diversos ángulos analizan los fundam entos del ordenamiento jurí
dico de nuestra sociedad de clases, su sistema de reproducción y los princi
pios de su superación histórica.
E l primero de ellos, de Sergio Bagú, Historia, legalidad y violencia,
es un artículo extrem adam ente sugerente con las reflexiones de un histo
riador sobre un interrogante central del proceso chileno: ¿una clase dom i
nante abandona el poder sin apelar a la violencia? Sergio Bagú recorre la
historia europea y americana para determ inar, más allá de una afirmación
de excesiva generalización, los condicionamientos estructurales que defi
nieron determinados procesos. El conocimiento histórico certifica, concluye
el autor, “que ninguna clase dom inante ha cedido* el poder a otra por su
propia decisión, ni respecto a normas jurídicas o éticas. Sospechamos con
fundam ento que todas hubieran querido oponer, al embate adverso, sim
plem ente la resistencia más eficaz, incluyendo la violencia desenfadada. Pe
ro querer no es poder y la clave de la historia parece estar allí: muchas cla
ses caminaron hacia su ocaso mordiendo el polvo de su impotencia, antes
de tener la posibilidad, o la capacidad, de organizar mejor su propia de
fensa”.
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E l segundo trabajo de esta Sección corresponde a Carlos R uiz, profesor
de Filosofía de la Universidad de Chile y lleva por título Sobre la Filoso
fía de Andrés Bello. Se trata en él de delinear algunos grandes motivos del
campo ideológico y filosófico del que surge el orden legal propuesto en el
Código Civil. Como un prim er paso en este sentido, lo que se hace es un
análisis de la obra filosófica de Andrés Bello, cuyo discurso se unifica en tor
no a una tensión, por una parte, entre lenguaje, conceptos, métodos y hasta
un estilo de argumentación asignables netam ente al campo discursivo del
empirismo y, por otra parte, los principios epistemológicos y ontológicos
fundam entales entroncados más bien con el esplritualismo y la filosofía
crítica y aun con el racionalismo critico. Una vez caracterizado más especí
ficam ente el sistema filosófico, se señalan los temas que posibilitan la me
diación hacia el orden social y que son, a juicio del autor, tres: 1) El indi
vidualism o, raíz com ún del empirismo y el racionalismo. 2) La coexisten
cia de una moral utilitarista con una fundam entación teológica del orden
social. 3) La visión ilum inista de la historia como progreso lineal. Por ú lti
mo el autor ve, en el juego que caracteriza esta filosofía al intentar unificar
dos orientaciones opuestas, la posibilidad de explicarse su propia repercu
sión social, a la vez con Portales y los “conservadores” y con Lastarria y
Bilbao.
Umberto Cerroni, Profesor de Derecho y Filosofía en Italia, presenta
en esta Sección un trabajo sobre La interpretación de clase del Derecho
burgués. Oponiéndose al frecuente “método de mosaico” de citas dispersas
de M arx o de fórm ulas apodicticas de Engels y L enin, el autor reflexiona
el problema del “clasismo”’ del Derecho a partir de la crítica de la econo
mía política. Se trata, pues, de recuperar la dialéctica entre el desarrollo
contradictorio del Estado representativo y el Derecho burgués y el progre
so de las mutaciones de las relaciones socioeconómicas. Ello implica, por
un lado, especificar científicam ente la naturaleza “burguesa” del Derecho
moderno para poder indicar tendencias alternativas. Por otra parte, signi
fica renovar el sistema juridico-politico no solamente de los trabajadores en
cuanto tales, sino tam bién en favor de los obreros en cuanto ciudadanos,
es decir, “socializar” el poder.
Víctor Farías, Profesor de Filosofía en la Universidad Católica de Val
paraíso, com plementa el articíilo de Cerroni con El carácter fundam ental
de la legalidad burguesa. Se trata de un breve, pero profundo cuestiona-
m iento que va a la raíz de la dominación social del capital. N o existe en
la literatura chilena un análisis marxista que haya planteado tan a fondo
el papel de la legalidad burguesa en la lucha de las masas, o sea del hombre
concreto por su emancipación. A partir de la crítica de M arx a Hegel,
el autor presenta la tesis central: “lo que la legalidad burguesa intenta aho
gar no es la legalidad proletaria, sino la lucha de clases de donde ésta sur
ge”. Para un proceso revolucionario, no se trata, pues, de desarrollar nue
vas normas jurídicas igualmente formales y abstractas, sino de desarrollar
la lucha de las. masas por el poder, es decir, por la superación de las clases.
Finaliza esta Sección con un trabajo de Alfredo Etcheberry, conocido
penalista y Vicerrector Académico de la Universidad Católica. En Reflexio
nes sobre la enseñanza del Derecho en Chile, el autor no se limita a señalar
las grandes deficiencias en las Escuelas de Derecho del país. Se plantea
aquí que, solamente a partir de una reflexión masiva sobre la crisis del
Derecho, esto es, sobre sus posibilidades ele actuar como prom otor eficaz
del cambio social, podremos com prender y operacionalizar la transformación
indispensable en la formación de nuestros juristas. Si el Derecho es una
creación social (y no una Idea in m u ta b le) y si queremos superar la “sobre-
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estructuralidad” del orden jurídico (y el “tecnocratismo” jurídico es sólo
una de sus formas de apariencia) es necesaria una revolución cultural que
haga del Derecho el reconocimiento m utuo de individuos sociales (no de
propietarios privados), es decir, la expresión de nuevas relaciones sociales.
En esta perspectiva es obvia la abolición de la enseñanza “profesionalizan
te”, uno de los pilares de la justicia de clases existente.
La segunda Sección de esta Primera Parte, contiene un conjunto de
trabajos consagrados al proceso de transformación de la sociedad chilena
desde el punto de vista juridico-institucional. Todos ellos se m antienen en
una perspectiva global sin entrar al análisis de aspectos específicos que son
materia de la Segunda Parte del libro.
Ella se abre con una ubicación de la problemática del Estado N acional
en el Sistema Internacional, a cargo de Eduardo Ortiz, del Instituto de Es
tudios Internacionales. H oy en día sabemos que la llamada “política exte
rior” no es mera historia diplomática ni la sola gestión “hacia afuera”
de un sujeto denom inado Estado Nacional. Basta estudiar el surgimiento
del Estado Nacional en América latina para conocer la influencia decisiva
del factor económico como relación social y geográfica. De ahí que la “po
lítica exterior” de un país bajo determ inado gobierno sólo puede ser ana
lizada cabalmente dentro de una relación dialéctica entre estructura' inter
na y sistema internacional en determ inado m om ento histórico. A partir de
estas premisas, el autor no se limita a enumerar los postulados de las “rela
ciones exteriores” de Chile. Se trata de dilucidar cuestiones previas como
son las relaciones entre política interna y política internacional y aquellos
entes derivados del Estado-Nación tradicional que son las organizaciones
internacionales. En este sentido el artículo presenta una clarificación previa
indispensable para el análisis de la situación de Chile en el sistema áe re
laciones internacionales.
Una vez descrito el contexto internacional de la experiencia chilena,
corresponde a Joan Garcés, en Estado burgués y Gobierno Popular, situar
nuestro proceso social dentro de la verdadera disyuntiva: socialismo o capita
lismo. A partir de ella, el autor pasa a estudiar detenidam ente algunos su
puestos getierales de dicho proceso dentro de la perspectiva institucional.
E n prim er lugar, la legalidad sobre la que reposa la autoridad del Gobierno
y que perm ite la doble legitimidad: institucional y revolucionaria. En se
gundo lugar, la necesidad imperativa de com plementar, equilibrar y desa
rrollar la tensión entre orden público y revolución. En seguida, la necesi
dad del orden económico al tener que satisfacer sim ultáneam ente necesida
des impostergables de las masas asalariadas y llevar a cabo profundas trans
formaciones socioeconómicas. Finalmente, analiza lo que fueron en 1971
las relaciones entre los poderes del Estado y lo que significaba la oposi
ción institucional dentro de un marco de desequilibrio social favorable a
cambios revolucionarios.
El ex Subsecretario de Justicia y Profesor del c e r e n , José A ntonio Viera-
Gallo, en El segundo camino hacia el socialismo: aspectos institucionales,
intenta una reflexión, a partir de lo que ha sido la experiencia revoluciona
ria chilena, original y de alto contenido polémico. En prim er lugar se in
tenta conceptualizar, a partir de esta experiencia, lo que alguien ha deno
minado la “segunda forma de construcción de la sociedad socialista”, tra
tando de hacer notar de qué manera las leyes generales de todo proceso
histórico se dan dentro de un proceso revolucionario inédito. El trabajo
trata especialmente de analizar la lógica teórica del planteam iento básico
de llegar al socialismo democratizando la sociedad capitalista, es decir, re
volucionándola desde sus cimientos, y respetando los marcos de la demo
cracia político-formal. Se intenta asi descubrir la racionalidad del m ovi
m ien to que busca trascender la democracia burguesa siguiendo sus derro
teros jurídicos. Luego, se analizan las formas y características que asume en
este segundo camino la dictadura del proletariado, teniendo presente que
ésta es la expresión política de una dominación de clase y no una forma
específica de gobierno. Posteriormente se estudia el papel del Derecho, co
mo universalización de la norm atividad implícita en la praxis de clase,
en el segundo modelo de construcción socialista. ¿Cómo nace el nuevo De
recho? ¿En qué medida, durante la construcción socialista el Derecho con
serva ciertas características del régimen burgués? ¿Cuáles son las condicionantes
de la flexibilidad del régimen jurídico que perm ite generar nuevas nor
mas? Por últim o, el trabajo enfoca el problema de saber, en las circunstan
cias actuales, dónde y cuándo es posible que se siga el segundo camino ha
cia el socialismo. Se concluye que éste es dable en las potencias de segunda
categoría (ej.: Francia e Italia) y en ciertos países del Tercer M undo y se
enumeran algunas condiciones objetivas m ínim as para ello.
Profundizando la relación entre el Derecho y el proceso social chileno,
el Fiscal de c o r f o y profesor universitario, José Rodríguez Elizonclo, en su
trabajo, Hacia la conquista del Derecho popular, parte con una invitación
al análisis concreto de la institucionalidad jurídica y la legalidad chilena,
como único m edio de entender la coyuntura actual. El autor descarta el
análisis abstracto que considera al Estado y al Derecho como una pura
creación burguesa y los caracteriza como “hegemónicamente burgueses”, pe
ro productos, al mismo tiem po, de las luchas y conquistas de las clases po
pulares que los han permeado. Desde esta perspectiva, al asumir las fuerzas
populares el gobierno, la legalidad se transforma en un arma política en
manos de estas fuerzas. R enunciar a esta arma porque en ese terreno se
estaría derrotado de antemano, le parece suicida al autor, al mismo tiem po
que un regalo gratuito a la burguesía, cuyo com portam iento es analizado
en términos de una perm anente inducción a la ilegalidad bajo las aparien
cias del acatamiento a la ley. La lucha en el terreno de la legalidad por la
conquista de un Derecho Popular que consagre las nuevas relaciones socia
listas, no debe confundirse con la pasividad de las masas, sino que, por el
contrario, su éxito supone una perm anente movilización de las mismas. La
lucha a partir de y con las masas por una legalidad que garantice el desa
rrollo institucional del proceso revolucionario, es entonces, una labor re
volucionaria.
Cierra este análisis de la problemática juridico-institucional de la ex
periencia chilena (*) el Presidente del Consejo de Defensa del Estado,
Eduardo N ovoa) con su estudio H acia una nueva conceptualización jurídica.
A partir de un profundo conocim iento de nuestra realidad jurídica se des
pliega un vasto catálogo de principios e instituciones jurídicas destinadas
a superar la regulación individualista de una sociedad capitalista. A l ini
ciar la construcción de nuevas relaciones sociales se crean —ya sea en forma
consciente y racional, ya sea en form a reticente e inorgánica— nuevas relacio
nes jurídicas. E l autor esboza algunos de los conceptos fundam entales para
el nuevo Derecho que requiere nuestra realidad social, económica, política
( *) Es necesario señalar q u e esta Sección d ebía com pletarse con otras dos visiones del proceso de
transform ación institucional chileno. Se h ab ía invitado, p a ra ello, a R adom iro T om ic y
Gustavo Lagos y al Profesor R uy M auro M arini, del c e s o . L o s tres no p u dieron aceptar la
invitación debido a otros compromisos de trab ajo asumidos. Igualm ente, fueron invitados a
colaborar en esta P arte los profesores Felipe H errera, con un trabajo sobre la Institucionali-
zación del D esarrollo D esigual, G uillerm o P u m p in , sobre la Problem ática J u ríd ic a de las
Nacionalizaciones, y A lberto B altra, sobre Las Relaciones H istóricas entre L abor P arlam entaria
y M ovim iento Social. P o r compromisos diversos nin guno de ellos pudo p a rtic ip a r finalm ente.
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y cultural. Las tendencias y posibilidades de un Derecho socialista son ejem
plificados por el profesor Novoa a través de las innovaciones trascendentales
de la reforma constitucional sobre la nacionalización de la Gran M inería
del Cobre.
L a Segunda Parte se consagra a estudios sobre aspectos particulares de
la transformación institucional chilena y contiene tres secciones: El apara
to estatal chileno, La institucionalización de la conducción económica y El
delito y su sanción (*).
En la Primera Sección se estudia el aparato estatal chileno desde dos
puntos de vista. Por un lado, el profesor Francisco C um plido, en El aparato
estatal según el Derecho C onstitucional chileno, lo analiza desde un punto
de vista jurídico; en tanto que el sociólogo José Sulbrandt, en La burocracia
como grupo social, lo hace desde el punto de vista de uno de los actores
principales del aparato del Estado.
El trabajo de C um plido llena una vieja laguna en la literatura política
sobre Chile. Logra sintetizar en un artículo el proceso de las instituciones.
del Estado confrontando las normas constitucionales con la realidad polí
tica. La primera parte del estudio está consagrada al desarrollo del poder
form al y real del Estado. Queda claro cómo la estructura capitalista de la
economía chilena a la vez impulsa el fortalecimiento del régimen presiden
cial y frena una participación activa de los ciudadanos más allá de las
garantías individuales de la democracia formal. La segunda parte precisa
los centros de decisiones establecidos por la Constitución a través de un
análisis de cómo se generan y se ejercen los poderes del Presidente de la
República, el Congreso Nacional, los Tribunales, la Contraloría General,
la Administrado?! Pública y las Fuerzas Armadas. El trabajo finaliza con
una reflexión sobre un interrogante perm anente del proceso político en
Chile: ¿por qúé teniendo form alm ente tanto poder, el Presidente de la
República encuentra tantos obstáculos en transformar las estructuras de la
sociedad?
E l trabajo de José Sulbrandt estudia el aparato estatal chileno; pero
esta vez desde el pu n to de vista de la naturaleza de su principal actor social,
la burocracia. En una primera parte se analiza la génesis de la burocracia
chilena y su desarrollo histórico, estableciendo el condicionamiento que
sobre este sector social ejerce el aparato estatal y la conexión que tal apar
rato ha m antenido con la clase dom inante. En la segunda parte se ubica
a la burocracia dentro de la estructura de clases chilena desde el p u n to de
vista de su extracción social o base de reclutamiento, refutando la concep
ción tradicional de que se trata de un sector principalm ente de pequeña
burguesía y constatando la existencia de un sistema propio de reproduc
ción. En la tercera parte, una vez hecho un análisis de la diferenciación
interna de la burocracia, se le estudia desde la perspectiva de su concien
cia de clase, señalando su autoidentificación con la “clase media”, por la
diversidad de intereses según su situación en el mercado ocupacional y se
gún su posición en la estructura de poder interna. A esta diversidad de
( *) L lam ará la atención que dos instituciones de tan ta im portancia en un proceso como elchileno
no sean consideradas aq u í: la Justicia y las Fuerzas A rmadas. En lo q u e se refiere a la p r i
m era, el c o n ju n to de artículos solicitados sobre el tem a, cuyos autores son Luis Felipe R ibeiro,
A rm ando A rancibia, Alonso de la Fuente, el E quipo Poblacional del c i d u , y N orbert Leohner,
fue objeto de u n a publicación especial en la Colección c e r e n -Ediciones U niversitarias de V al
paraíso q u e está en prensa y lleva p or títu lo Justicia de clases: materiales para el estudio de
la justicia en Chile. La relativa autonom ía y u n idad tem ática de estos trabajos, en relación a
los q u e aq u í presentam os, hacen más adecuada su edición aparte. En lo que se refiere a las
Fuerzas A rmadas, se solicitó a las autoridades correspondientes un trabajo sobre el tem a de
las relaciones en tre la in stitución y los procesos sociales, pero desgraciadam ente no fue posible
m aterializar tal colaboración.
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intereses se añade una extrema ambigüedad de los mismos, de lo que se
concluye la incapacidad de este sector de postular autónom am ente un orden
social alternativo a los postulados por la burguesía y el proletariado. De
aquí se desprende una conclusión de gran importancia que afirma la fac
tibilidad de un apoyo de la burocracia, o de un sector de ella, a la alianza
política de la Unidad Popular en la medida en que ésta logra articular
intereses de estos grupos.
La Segunda Sección se consagra al estudio de los aspectos institucio
nales de la conducción económica. Ya bajo el Gobierno anterior, la inor-
ganicidad, para no llamarla anarquía, de la organización estatal, exigía
cada día con mayor urgencia un organismo planificador del proceso eco
nómico. M ientras que la política imperante concebía la planificación como
instituto comple?nentario del mercado (pla?iificación indicativa), el progra
ma de iniciar la construcción del socialismo del gobierno actual otorga a
la planificación un rol primordial. Ya no se trata solamente de paliar de
ficiencias de la administración pública y del mercado, sino de dirigir y eje
cutar las actividades económicas estratégicas del país. Para conocer los pro
blemas institucionales implícitos a la planificación, se cuenta con las colabo
raciones del economista H um berto Vega, de la Dirección de Presupuesto, y
del abogado Eduardo Jara, de c o r f o .
H um berto Vega, en Problem as de dirección económica y planificación
en Chile, concibe la planificación como estructura de dirección de la eco
nom ía destinada a prever, coordinar y decidir las principales orientacio
nes que operacionalizan un determ inado proyecto histórico de la sociedad.
Sin desconocer la importancia de las técnicas, enfatiza el carácter político
que tiene toda planificación. Los problemas de dirección económica en la
construcción de las bases del socialismo en Chile surgen principalm ente de
dos contradicciones: Una primera, entre un inoperante sistema de planifi
cación y el avance del proceso de cambios estructurales; la segunda, entre
la rigidez de la actual organización del aparato estatal y las necesidades
impuestas por una nueva política económica basada en la participación de
las masas. Visualizando las metas económicas para 1973, se hace evidente
que la planificación es una tarea de masas. A u n desde el punto de vista
lim itado de una optimación en la asignación de recursos, la institucionali-
zación de la planificación debe basarse en la participación de las fuerzas
trabajadoras.
La nacionalización de la banca, es el tema de Eduardo Jara. A dife
rencia del enfoque más político-sociológico de los otros artículos, el trabajo
del profesor Jara, Abogado Jefe de c o r f o ,, es un estudio netam ente jurídico
que analiza detalladamente cada paso en el proceso de nacionalización de
la banca. T eniendo en cuenta el papel jugado por la banca privada en Chile
como fu en te financiera de la expansión monopólica, es evidente la im por
tancia que tiene la medida gubernamental. La relevancia política es tanto-
mayor cuanto que —como lo demuestra este análisis— la actuación de las insti
tuciones estatales de desarrollo en el estricto marco legal fijado por las dis
posiciones vigentes antes de noviem bre del 70:
La últim a Sección de la revista aborda algunos problemas específicos
de Derecho Penal en una sociedad en transformación, y consta de dos
trabajos.
E l primero, de los profesores Sergio Politoff, Juan Bustos, Jorge Mera,
Dereqhos H um anos y Derecho Penal, parte del carácter abstracto y formal
del derecho burgués, en cuanto separado de la sociedad, desarrollado más
atrás en los trabajos de Cerroni, Farías y Lechner. La separación entre in
dividuo concreto real y ciudadano abstracto, escamotea las relaciones de
II
dominación existentes: el explotado es “igual” que el explotador y tan “li
bre” como él. La lectura del Código Penal revela cómo la abstracción de
igualdad y libertad no es sino la falsa universalidad ele los intereses parti
culares de la clase dom inante por m antener las relaciones ele producción
capitalistas. De ahí que una revolución del Derecho Penal no puede basarse
en un “hum anitarism o” moral. La sajición de actitudes antisociales requie
re por parte de la sociedad haber creado las condiciones materiales que
perm itan a cada individuo asumir y ejercer sus derechos y deberes sociales.
E l segundo trabajo de esta Sección, corresponde a los profesores Berta
Bravo, Loreto H oecker y R oberto Lira, miem bros del D epartamento de
Ciencias Penales y Criminología de la U. de Chile. En El delito en una so
ciedad de clases, esbozan lo que debiera ser un enfoque criminológico del
delito. R efutando las escuelas psicológicas, sociológicas, etc., se plantea co
mo premisa básica que el fenóm eno delictivo es una parte constitutiva
—una resultante y un com ponente— de los procesos fundam entales de la
vida social. Recogiendo la critica form ulada en el articulo anterior de Poli-
toff, Bustos y Mera, se trata de analizar la relación entre determinada for
mación social y el delito, situar al delincuente en esa estructura social his
tóricamente determinada y , finalm ente, estudiar la reacción social en refe
rencia a la clase dom inante y su ideología.
Como puede notarse, hay una gran cantidad de temas específicos e in
cluso de ramas enteras del Derecho que no han sido tocados. Ello se expli
ca, por cuanto el libro ha preferido mantenerse a nivel de la problemática
global y en relación al proceso de cambios que el país vive. N o obstante,
aun a ese nivel, no puede considerarse sino sólo como un prim er paso. A l
gunos trabajos que esperábamos no llegaron a nuestras manos (* ), pero
tam bién en muchos casos no fuim os conscientes de los vacíos y sólo una
vez recogido todo el material pudim os apreciar las lagunas.
Todos los trabajos presentados fueron escritos antes de agosto de 1972
y no pueden, por lo tanto, dar cuenta del últim o período de la historia so-
ciopolitica del país y su incidencia en la problemática del Estado y el Derecho.
La coordinación general de este núm ero especial estuvo a cargo del in
vestigador del c e r e n N orbert Lechner, Coordinador del Area Estado y Dere
cho, y de M anuel A ntonio Garretón. En la elaboración del esquema iniciat
se contó con la colaboración de H ernán Sáez, entonces Encargado de Estudios
del M inisterio de Justicia. El libro contó con la colaboración y auspicio del
M inisterio de Justicia, especialmente, a través ele su Subsecretario José A n to
nio Viera-Gallo.
Esperamos que este núm ero especial cum pla su misión de incentivar la
discusión y acumulación de conocimientos sobre uno de los aspectos más
descuidados y relevantes del proceso revolucionario chileno.
( * ) Fu era de los vacíos ya señalados al exponer los trabajos, debe destacarse tam bién que se pidió
en varias ocasiones la colaboración de la C U T con algunos tem as relativos al M ovim iento
O brero y al Derecho del T rab a jo . D esgraciadam ente nunca pudo concretarse esta colaboración.
INTRODUCCION
REVOLUCION Y LEGALIDAD
La problemática actual
del Estado y del Derecho en Chile
N orbert L echner
15
Estado actualm ente vigentes en Chile están ligadas a la racionalidad del
capital privado y, por tanto, opuestas al proceso que constituye el pueblo
chileno. En este sentido, pensamos q u e todo análisis de la realidad nacional
debe estar guiado por un interés de conocimiento que apunta a la supera
ción de las estructuras capitalistas con m iras de la em ancipación del indi-
vi dúo social. JEs- el^ dirá ct e r e man c ip a 11vo ~del interés de con oc im ientcr» q 11e
define 16, ob jetiv id ^ '^d e la itlVBtigauún.-------- ------ --------------- — -—"
CoritesSSios-'qtíe no sabemos explicar y ni siquiera esbozar la proble
mática actual del Estado y del Derecho en Chile. Tenem os dificultades
para visualizar las alternativas que se presentan en la lucha política coti
diana como para captar los aspectos teóricos relevantes para una concep-
tualización más general de la experiencia chilena. Esta Introducción lleva
solamente a la antesala de la problem ática. Quiere ayudar al lector, espe
cialmente al observador extranjero, a reconstruir el contexto social en que
los interrogantes se presentan y son tratados. No es más que un resumen
interpretativo del proceso político en Chile que perm ita posteriorm ente
com prender los temas abordados por los diferentes autores. Comenzamos
con la auto-interpretación de la U nid ad P o p a k rr-« iin o se plantea el Pro-
1 gram a la estrategia de_la llam a4 a__¿yía~ 1 egal^< q U¿ [Tactores condi-
clonaron tal p 1a m r a mir'nj_q ^ ^ m te r p r e ta c ió n que da el Presi3eñté Allende
del proceso revolucionario. El segundó párrafo resume los puntos principa
les de la labor del Gobierno Popular pq sus primeros 18 meses. Sigue un
_ 'análisis somero de las consecuencias directas del prim er periodo y de las
— posibles implicancias dp la actual coyuntura. La parte final intenta dar un
pasó más allá para_señalar las contradicciones en que se desarrolla la es-
^ tructura jurídico-instítucíonal en la lucha de las masas por el poder.
Factores políticos
2.—CEREN 17
p u la r ) . El fortalecim iento de las guerras de liberación nacional y la agu
dización de las contradicciones en el seno de los centros im perialistas hacen
m anifiestos los antagonismos sociales e im pulsan la lucha de clases in ter
nacional. Especial relevancia reviste la derrota externa (Vietnam) y el
debilitam iento interno de los EE. UU. La intervención m ilitar directa
(Sto. Domingo, 1965) es sustituida por una estrategia contrainsurgencia
correspondiente a un im perialism o integrado y descentralizado (Alianza
para el Progreso, empresas m ultinacionales). Estando restringida la inter
vención m ilitar directa o indirecta se ofrece la posibilidad de que surjan
procesos nacionalistas-populares (Perú 1966, Bolivia 1970) . A unque los
EE. UU. y sus aliados im perialistas traten de m antener su hegem onía m i
litar, comercial, tecnológica e ideológica, crece la unidad latinoam ericana
(Carta de Viña del Mar, Pacto Andino) y aum enta la libertad de m anio
b ra 1.
(jbfil Como argum ento ex negatione se hace evidente la no viabilidad de
la insurrección arm ada y del abstencionismo electoral. A unque se vayan
im poniendo nuevas formas de lucha extra-parlam entarias contra la violen
cia institucional, no existe una conciencia masiva de que el enfrentam iento
leg a^ y el proceso electoral se hayan agotado.
(_c) El entendim iento comunista-socialista, la reorientación del Partido
R adical y el quiebre del P artido Dem ócrata Cristiano (PDC) con la salida
del M ovimiento de Acción Popular U nitaria (MAPU) posibilitan la for
m ación de un frente de partidos. La U P integrada por el P artido Com u
nista (P C ), Socialista (P S ), Radical (P R ), Social Dem ócrata (PSD ), la
Acción Popular Independiente (API) y el MAPU, reúne fuerzas progre
sistas de la clase obrera y campesina, entre profesionales y empleados, entre
pequeños y medianos empresarios y comerciantes con ideologías marxistas,
cristianas y racionalistas, reflejando una alianza de clases. El frente de p ar
tidos aprueba el 17 de diciem bre de 1969 el PB de Gobierno de la U P y
p ro d g m a en enero del 70 la candidatura del doctor Salvador Allende.
kj)) Al aceptar R adom iro Tom ic ser candidato de la DC, a pesar de ha
ber sido rechazada su tesis de la “U nidad del Pueblo”, pero exigiendo una
radicalización del proceso reformista, y al unirse la Derecha tras la imagen
paternalista del ex-presidente Jorge Alessandri, se daba una elección “a
tres bandas”. No logrando el gran capital alinear al PDC tras el program a
conservador de Alessandri, el candidato de la U P podía ganar m antenien
do la votación que había tenido el Frente de Acción P opular FRAP (Allen
de en 1964: 38,6%; PC, PR, PS en 1969: 43,8% ). El 4 de septiem bre de
1970 A llende ganó l a . primer-i mayoría relativa con 36,8% de los votos
(Alessandri 35,2%; T om ic 28,2% ).
fe^ Sobre la base de concordancias en diversas m aterias y perspectivas
entre los program as de los candidatos Allende y Tom ic se podía esperar
un acuerdo tácito de legislar sobre intereses comunes. En las proposiciones
sobre^tes^garantías constitucionales previas a la proclam ación tkM canrhdato
de fa- IjTVpor el Congreso Pleno, el 24 de septiem bre de 1970, ^e L P ü Q d e -
claró: “Como partido, hemos sostenido" la posibiiitfcrd~y-4a~aecesidad de ha
cer com patible los cambios sociales y la democracia. Hoy más que nunca, cree
mos esencialmente válida esta form a de gobierno, a cuyo servicio seguiremos
orientando lealm ente nuestra acción. En esta perspectiva, tenemos la con
vicción de que muchas de las tareas de transform ación y desarrollo social
que se h a im puesto la candidatura de Salvador Allende han sido y son
ahora tam bién metas nuestras, sin que ello signifique ni identidad ni total
19
tado de emergencia y, en caso de no estar reunido el Congreso, el estado de
sitio (art. 729, N 9 17), convocar a plebiscito en caso de no haber acuerdo
sobre un proyecto de reform a constitucional (art. 109?) ; teniendo el apoyo
de u n tercio más uno de los miembros en ambas Cámaras, el Presidente no
tiene que prom ulgar ningún proyecto de ley o de reform a constitucional
que él haya vetado (art. 539, 549 y 1089). Considerando las atribuciones
específicas del Presidente, la predisposición del PDC a legislar sobre m ate
rias fundam entales del Program a Básico y la voluntad de dos tercios de
los votantes por cambios radicales de la sociedad, la U P podía contar con
que u n Gobierno P opular pudiese realizar el program a proclam ado por los
partidos populares y ratificado por la mayoría de la población.
O
\JL' Factores Históricos
2 En general los datos de esta introducción fueron tom ados de los Mensajes Presidenciales y de p u
blicaciones de la O ficina de Planificación N acional (O D E P L A N ).
sables los préstamos y las inversiones directas extranjeras (el saldo por con
cepto de capitales autónom os se increm enta de 121,6 m illones de dólares,
para el prom edio 1961-65 a 212,2 m illones de dólares para el prom edio
1966-1970, arrojando tras la victoria de la U P un déficit de 100 m illones de
dólares en 1971) ; aum enta así el endeudam iento externo (de 392 m illones
de dólares en 1958 sube a 1.500 m illones de dólares en 1966, alcanzando en
1971 4.100 m illones de dólares), cuyo servicio absorbe más de u n tercio
de los ingresos de exportaciones anuales; cabe añadir los pagos por servi
cios tecnológicos (entre 1962 y 1968 aum entan de 7 a casi 17 millones de
dólares) y las fluctuaciones en los térm inos de intercam bio, favoreciendo
las alzas ele precios tendencialm ente a los países exportadores de bienes de
capital.
En segundo lugar destaca la dicotomización entre el capital monopó-
^ g g ^ nico y u na m u ltitu d de pequeños capitalistas. Entre 35.000 empresas m dU S-
triales (incluidas las artesanales) censadas en 1967, había 150 empresas mo-
nopólicas que dom inaban los mercados, concentraban el crédito público
y controlaban a sus proveedores. La estructura m onopolista de la economía
chilena se expresa en varios datos. En 1967 más de la m itad de las 144
mayores empresas eran dom inadas por menos de diez accionistas que con
centraban entre el 90 y el 100 por ciento del capital. U n 2,7% de los deu
dores acum ulaban un 58,1% del crédito; más aún: 37 deudores particulares
concentraban más del 25% del crédito total. En 1970, el 78% de los activos
de las sociedades anónim as estaba en poder de 17% de ellas. De las 35.000
empresas fabriles el 1% entregaba más del 60% de la producción.
En tercer lugar, es evidente la dicotomización entre capital y trabajo
asalariado. Varios factores configuran tal polarización. Disminuye ia pobláT
cion activa ocupada, que en la industria baja de 19,7% en 1952 al 16,4%
en 1970. Al no lograr el sector secundario obtener el increm ento de la po
blación, aum enta la cesantía y la desocupación disfrazada, que se expresa
en el expectacular aum ento del sector terciario: de 23% en 1952 sube a
33% en 1970. En las llamadas poblaciones m arginales el 44% de la pobla
ción activa pertenece al sector servicios. Esta dicotomización se refleja en la
distribución del ingreso: entre 1960 y 1970 la participación del trabajo
asalariado en el ingreso geográfico sólo aum enta de 51,6% a 53,7%. C on
siderando el índice real de las rem uneraciones legales m ínim as entre 1962
y 1970 el salario m ínim o industrial aum enta de 100 a 109,3, el salario m í
nim o agrícola de 100 a 149,5, bajando el sueldo vital de 100 a 88,4.
El deterioro del poder adquisitivo es señalado por la dism inución del
sueldo vital m ensual que de 80,91 escudos en 1962 desciende a 71,50 es
cudos (de 1962) en 1970. En otras palabras: en 1970 un 2% de las familias
controlaban el 46% del ingreso nacional m ientras que 60% de las familias
percibían un 17% de los ingresos del país.
i
i c b j j La crisis del capitalism o culm ina en ;.l fracaso del reformismo cl^yj
la “Revolución en L ibertad”. El gobierno d ‘ J ú t u a r d u l 'i c i , e le g id o ¿oñ~
am plia m ayoría de 55,9% de los votos emitidos y sustentados por un gene
roso apoyo p opular (El PDC obtiene en 1965 42,5% de los votos de la Cám ara
de D iputados v 48.6°^ en el S enado), no logra satisfacer las espectativas. Su
política d erm odernizar el capitalism o te d ia n te negociaciones con el im
perialism o ("clnlenización” del co b re), una reestructuración capitalista del
campo (Reform a A g raria), la organización de los grupos m arginales de la
población (Promoción Popular, sindicalización campesina) y fuertes sub-
venciojies-alegran capital para im pulsar la in d u strialización, se estanca en
19ñ7^.fp ^^w 5 > rtetinm vam ente ante las condiciones obÍ£ji¿¡?s; dependencia
del capital extranjero, que se entrelaza con los m onopolistas nacionales pa-
21
ra controlar un m ercado reducido y absorber el excedente social, por un
lado, y un fuerte m ovimiento obrero cuyas crecientes reivindicaciones sólo
pueden ser reprim idas violentam ente con la consiguiente pérdida de apoyo
popular, por el otro. Las estructuras capitalistas derrotan las concepciones
pequeño-burguesas que se definen por un interés de clase que no busca
superar ambos extremos, capital y trabajo asalariado, sino m oderar la con
tradicción y transform arla en arm onía. Surge la frustración de las masas
(el abstencionism o electoral sube de 19,4% (1965) a 25,1% (1967) y 29,5%.
en (1969), constituyendo el “p artid o ” de la segunda mayoría) que se va
transform ando en resistencia activa (en el sector privado las huelgas entre
1957 y 1967 aum entan de 80 a 1.142, siendo de éstas dos tercios ilegales).
Ello conduce no sólo al quiebre de la alternativa dem ócrata-cristiana (neo-
capitalismo de Frei versus “U nidad del Pueblo” de T o m ic ), agrupándose
los sectores socialistas en el MAPU, sino igualm ente a la ru p tu ra .d e la es
trategia capitalista (PDC vs. Partidq^kiaciQ nal). El despliegue de la dialéc
tica de la am bigüedad reform ista/deviene?; así condición cié la posibilidad
de un proceso revolucionario^ \ —
/ a El fracaso de las políticas tradicionales y reform istas se debe en
raVi parte
graVr p a la^oposición organizada deh m o v im i e n t o ob rertO La formación
de la C entral U nica (Te T rabajadores (CUT) en 1953 y de la alianza socia
lista-comunista en el FRAP en 1956, la unión de los socialistas en el PS en
1957 y el regreso del PC a-Ta legalidad en 1958 indican el fortalecim iento
organizativo del proletariado. Respecto al aspecto cualitativo de la sindi-
calización, los datos son controvertidos y el desarrollo dispar. En 1953 ha
bía 2.067 sindicatos con 298.274 afiliados representando el 12,2% de la
fuerza de trabajo; en 1958 eran 1.894 sindicatos con 276.346 afiliados, igual
al 11,9% de la fuerza de trabajo y en 1964 había. 1.863 sindicatos con
270.542 afiliados representando el 10,3% de la fuerza de trabajo. La adm i
nistración dem ocratacristiana im pulsa la sindicalización, habiendo en 1970
4.519 sindicatos con 551.086 afiliados, que representan el 19,4% ele la
fuerza de trabajo. A um enta sobre todo la organización sindical agrícola:
m ientras que en 1953 existían solamente 15 sindicatos con 1.042 afiliados,
entre 1964 y 1970 suben de 24 sindicatos con 1.658 afiliados a 510 sindica
tos con 114.112 afiliados. Pero es im portante destacar que el gobierno de
Frei no logra im plantar el paralelismo sindical. En form a sim ilar aum enta
el electorado de los partidos obreros. En las elecciones parlam entarias el
PC sube de 11,4% (1961) a 12,4% (1965) y 16,6% ' (1969) y el PS au
m enta su votación de 10,8% (196Í) y 10,3% (1965) a 12,8% (1969). En
otras palabras: en C hjlp nn ps_¿óab1e ningún m odelo político que no cuente
con la co lab o ració n /p o r lo menos táct i l.» de las organizaciones deL -movi
m iento, n h re m En los últim os anos la organización social y la conciencia
política del proletariado h an aum entado y cambiado de - tal m anera que
hacen posible una alianza de clases bajo la hegemonía de la clase obrera.
(e n E ntre los factores históricos que condicionan la estrategia de la
“vía legal” el más im portante es probablem ente el status especial de la
e s tru ctu ra iu r íd ic o -in stitu c io n a l en C h ile 3. Sin entrar en detalles, habría
que tener en cuenta que, prim ero; la expansión im perialista solamente pue
de prescindir de intervenciones y ocupaciones m ilitares en _la_jn c d id a jen
que exisfn mi Estnf|n TVflr^nal como aparato represivo descentralizado y
u n derecho civil-comercial que regule adecuadam ente el proceso de valori-
Z ad Ó O .-.d e lZ £ a j^ ^ ,r1pnerpppfinnr|,-)Sp -arab o s r o m o r o r r e a s d e t r a n s-
, m isión en la integración institucional a la división internacional del
99
J ja jü . Segundo: a p artir de la G uerra del Pacífico y de la década del 30
(especialmente desde el Frente Popular, 1938), el aparato estatal es el
m otor principal de la industrialización, tom ando así la responsabilidad
tanto cíe la capitalización privada de las riquezas públicas como de la
producción de las fuerzas de trabajo. Tercero: el desarrollo desigual produ
cido por la dinám ica de los enclaves extranjeros crea una polarización entre
u n a burguesía genérica (unión de los terratenientes con el capital finan
ciero industrial) y una fuerza de trabajo heterogénea que im pone tem pra
nam ente ujia_4|gislación social (1924) para am ortiguar los antagonismos
sociales. (Es decii) Estado y Derecho no aparecen como simple in stru m en to .
de represión ál servicio de la clase dom inante ni como realización de ideas
ajenas á~Ta Jucha de clases. La especificidad de la dialéctica de base econói-
mica y sobreestructura jurídico-institucional radica en la m ediación directa
de esta últim a en la contradicción entre fuerzas productivas y relaciones so
ciales de producción. La famosa flexibilidad del sistema político chileno,
no es sino expresión cié su capacidad ae legitim ar la estructura de poder
para am ortiguar la luclia de clases y posibilitar la explotación de la fuerza
¿le trab ajo . La política de industrialización y la m stitucionalización del con
flicto social a p artir del Frente Popular señalan cómo el aparato estatal y el
sistema jurídico se volvieron condición indispensable del proceso de pro
ducción y reproducción del capital privado, generando en Chile, antes que
en otros países latinoam ericanos, una forma m odificada de “capitalismo
m onopólico de Estado". Ello im plica que, siendo mecanismos esTSbiliza-;
e s d e u n a sociedad de clases, Estado y Derecho no se d esarrollan sepa-1 / "\
laciamente de la sociedad como fuerza pública de represión, sino como
neníenlos constitutivos de la sociedad de clases.
No es posible com prender la política de la U nidad Popular sin tener
en cuenta las funciones económicas y políticas del Estado burgués en Chile.
Respecto a la función económica (y lim itándonos al sector industrial)
cabe recordar que el proceso de industrialización comenzó a desarrollarse
en los años 30 bajo la forma de una estructura m onopólica (en sentido la
to) . La concentración m onopolista prohíbe que el capital acum ulado sea
destinado a la formación de capital fijo. A p artir del Frente P opular es
entonces el Estado el que interviene directam ente en la creación de las/ v J
fuerzas productivas. E ntre 1940 y 1968 la participación de la inversión! / /
pública en la inversión total aum enta de 28% (a71% T))En 1970 Chile es^
considerado el país capitalista de América latimr~riflÍTcle el Estado tiene
mayor presencia en el proceso económico. Sin embargo, el increm ento de
la inversión pública sólo reem plaza la dism inución de la inversión privada
sin perseguir u na racionalidad independiente del capital privado. La tasa
y forma de increm ento de la inversión pública hace pensar en un cambio
de la intervención estatal. Bajo los gobiernos radicales en los años 40 el
Estado interviene a través de la c o r f o en form a directa, construyendo
empresas de bienes de consumo y de producción. A p artir de los años 50
la intervención se realiza a través de créditos y de asistencia técnica. La
regulación del proceso de producción ya no se realiza m ediante la propie
dad estatal sobre medios de producción (dom ina la tendencia a privatizar
empresas estatales), sino a través de u n entrelazam iento m á m . más directo
entre el aparato estatal "“y" el Ciiplltll moiiopólicp (Tmicional y e x tra n je rc r^
rjnp asponr:! i.-is rondicioñés de valorización del capital privado. Parece
surgir un tipo derivado cié "capitalismo monopólico de Estado”. Bajo los
gobiernos de Alessandri y Frei la intervención estatal pierde su carácter
“externo” p ara transform arse en una creciente fusión de capital privado.
^ poder estatal organizado al servicio de los monopolios. La política de
23
distribución de ingresos, m onetaria y de importaciones, de cambios estruc-
El Program a Básico reconoce: “En Chile las recetas ‘reform istas’ y ‘desarro-
llistas’ que impuso la Alianza para el Progreso e hizo suyas el gobierno de
Frei no han logrado alterar nada im portante. En lo fundam ental, ha sido
24
un nuevo gobierno de la burguesía al servicio del capital nacional y ex
tranjero, cuyos débiles intentos de cambio social naufragaron sin pena ni
gloria entre el estancam iento económico, la carestía y la represión violenta
contra el pueblo. Con esto se ha dem ostrado una vez más que el reformismo
es incapaz de resolver los problem as del pueblo”. De ahí la conclusión ta
jan te que define el carácter revolucionario del Program a de la UP: “La
única alternativa verdaderam ente popular y, por lo tanto, la tarea funda
m ental que el Gobierno del Pueblo tiene ante sí, es term inar con el do
m inio de los im perialistas, de los monopolios, de la oligarquía terrateniente
e iniciar la construcción del socialismo en C hile”. Indudablem ente que
“term inar con el dom inio del imperialismo, de los monopolios y de la oli
garquía terrateniente” e “iniciar la construcción del socialismo” no son
dos fases cronológicas sino dos momentos de un mismo proceso. C onten
tarse con el prim er punto no transform a la estructura capitalista. Entonces
obtendrían razón las críticas de derecha y ultraizquierda. La derecha, por
que no es viable una política de verbalismo revolucionario y demagogia
electoralista contra los monopolios extranjeros y nacionales en un país
relativam ente industrializado, integrado al sistema im perialista con su cre
ciente centralización y concentración del capital y dependiente de créditos
foráneos para m antener el nivel de consumo. El -fracaso económico se tra
duce en u na derrota política. Es contrasentido propiciar u n a política económi
ca capitalista o neo-capitalista basándose políticam ente sobre el proletariado
para atacar la burguesía. U na política reform ista acata la racionalidad capita
lista o naufraga. En este sentido obtendría razón la crítica de ciertos sec
tores marxistas, que haciendo hincapié en las implicancias de la “vía elec
to ral” y las “reformas legislativas” advierten la desembocadura social demó
crata de las concepciones de Bernstein y Kaustky. Respecto al reformismo
cabe recordar la aclaración de Rosa Luxem burg. “Podemos decir que la
teoría revisionista es interm edia entre dos extremos. El revisionismo no
espera ver que las contradicciones del capitalism o m aduren. No se propone
suprim ir estas contradicciones a través de una transform ación revoluciona
ria. Quiere dism inuirlas, atenuarlas. Así, el antagonism o que existe entre
la producción y el cambio será anulado por la supresión de las crisis y
p o r la formación de los consorcios capitalistas. El antagonism o entre ca
p ital y trabajo será ajustado, m ediante el m ejoram iento de la situación de
los trabajadores y por la conservación de las clases medias. Y la contradic
ción entre el Estado de dase y la sociedad será liquidada por m edio de la
extensión del control de Estado y el progreso de la democracia”. Y en el
mismo libro R eform a y Revolución, llega a la conclusión: “La reform a
legislativa y la revolución no son métodos diferentes de desarrollo social
que puedan elegirse al gusto en el escaparate de la historia, justam ente co
mo se prefieren salchichas frías o calientes. La reform a legislativa y la
revolución son factores distintos en el desarrollo de la sociedad dividida en
clases (••■)■ U n a transform ación social y una reform a legislativa no se di
ferencian según su duración, sino de acuerdo con su contenido. El secreto
del cambio histórico a través de la utilización del poder político reside pre
cisamente en la transform ación de simples modificaciones cuantitativas en
u n a nueva calidad o, para h ablar más concretam ente, en el paso du ran te
u n período histórico de una a otra forma de sociedad. Esta es la razón
por la cual la gente que se pronuncia en favor de un m étodo de reform a
legislativa en lugar de la conquista del poder político y la revolución social y
en contradicción con ellas, realm ente no elige un camino más tranquilo, cal
m ado y lento para el logro de la misma finalidad, sino que lo que elige es una
25
distinta finalidad” 4. Ello significa que la clase obrera oprim ida no puede li
berarse esperando concesiones del Estado, aum entando su “cuota de poder”
y legislando sobre relaciones económicas. O sea, el proletariado no puede
em anciparse sin tom ar el poder y no puede tom ar el poder m ediante refor
mas sociales capitalistas. Así planteadas, la “vía electoral” y las “reformas
legislativas” no se definen de por sí, sino sólo y únicam ente en función de la
conquista del poder político: si contribuyen a la revolución social o si la con
trarrestan. No se pueden descartar las estructuras económicas, institucionales
e ideológicas históricam ente desarrolladas en determ inada sociedad como
si fuesen meros m alentendidos. Si es oportunista esperar que las circunstan
cias y los hom bres cambien solos con la ayuda del tiempo, es aventurero que
rer cam biar los hom bres y las circunstancias sin m ediación con el proceso so
cial. Hay que revolucionar las condiciones de vida existentes a p artir de las
mismas condiciones dadas, desarrollando y superando sus contradicciones en
la lucha de las masas 5.
El proceso iniciado por la U P es revolucionario en la m edida en que
destruye la actual estructura social para “iniciar la construcción del socia
lismo”. El PB proclam a una política no sólo antiim perialista, antim onopo
lista, sino a la vez anticapitalista. Esto distingue netam ente la estrategia de
la U P de anteriores concepciones de una “revolución democrático-burguesa”.
La construcción del socialismo es la destrucción del capitalismo; es decir,
el dom inio de relaciones socialistas de producción sobre las relaciones ca
pitalistas de producción. El criterio del inicio de la construcción socialista
radica en el grado de superación del capitalismo, del proceso de produc
ción y reproducción capitalista. En esta perspectiva el PB plantea el Poder
P opular: “Las transformaciones revolucionarias que el país necesita sólo
p odrán realizarse si el pueblo chileno toma en sus manos el poder y lo
ejerce real y efectivam ente”. El proletariado conquista el poder a través de
una revolución popular. “T om a del poder”, destrucción del aparato esta
ta l”, “dictadura del proletariado” no son ni conceptos vacíos ni hechos cie
gos. El m aterialism o histórico nos enseña no considerar los hechos como
“cosa en sí” sino analizarlos como procesos históricos en sus contradiccio
nes y mediaciones dentro de una totalidad. Este análisis concreto de la
política de la U P como preparación de la construcción del socialismo en
Chile es presentado por el Presidente Allende en su Primer Mensaje ante
el Congreso Pleno el 21 de mayo de 1971. El Gobierno Popular tiene una
doble tarea: "desarrollar la teoría y la práctica de nuevas formas de organi
zación social, política y económica, tanto para la ru p tu ra con el subdesarro-
11o como para la creación socialista”. Ambas confluyen en una m eta cen
tral: “definir y poner en práctica, como la vía chilena al socialismo, un
m odelo nuevo de Estado, de economía y de sociedad centradas en el hom
bre, sus necesidades y sus aspiraciones ( • •• ) • N uestro objetivo no es otro
que la edificación progresista de una nueva estructura de poder, fundada
en las mayorías y centrada en satisfacer en el m enor plazo posible los apre
mios más urgentes de las generaciones actuales”. A p artir de ese objetivo,
Allende plantea la cuestión del poder a un triple nivel. A un prim er nivel
postula la realización de la democracia política. “El G obierno de la U nidad
Popular fortalecerá las libertades políticas. No basta con proclam arlas ver
balm ente porque son entonces frustraciones o b u rla”. P ara hacerlas reales,
tangibles y concretas hay que cambiar la estructura económica que sustenta
26
la estructura política. “N uestro camino es instaurar las libertades sociales
m ediante el ejercicio de las libertades políticas, lo que requiere como base
establecer la libertad económica”. Ello im plica a un segundo nivel transformar
¡a base económica para “transferir a los trabajadores y al pueblo en su con
ju n to el poder político y el poder económico. Para hacerlo posible es prio
ritaria la propiedad social cíe los medios de producción fundam entales”.
Q ueda así planteado claram ente el núcleo de este período. “En el plano
económico, instaurar el socialismo significa reem plazar el modo de produc-'
ción capitalista m ediante un cambio cualitativo de las relaciones de pro
piedad y u n a redefinición de las relaciones de producción ( . . . ) . En el
campo político la clase trabajadora sabe que su lucha es por socializar nues
tros principales medios ele producción”. Instaurar una democracia real signi
fica transform ar la base económica; pero el cambio ele las relaciones sociales
de producción y, por consiguiente, el desarrollo de las fuerzas productivas
deben realizarse a p artir de las condiciones dadas. Es por lo tanto a un ter
cer nivel, el de la legalidad e institucionalidad, que se desarrollará la lucha
política. “Es conforme con esta realidad que nuestro program a de Gobier
no se ha com prom etido a realizar su obra revolucionaria respetando el Es
tado ele Derecho. No es un simple compromiso formal, sino el reconoci
m iento explícito de q u é el principio de legalidad y el orden institucional
son consubstanciales a un régim en socialista, a pesar de las dificultades que
encierran p ara el período ele transición (■••). En la organización y con
ciencia de nuestro pueblo, m anifestada a través de los movimientos y par
tidos de masas, de los sindicatos, radica el principal agente constructor del
nuevo régim en social”. Se trata, pues, de establecer los cauces instituciona
les de la nueva form a de ordenación socialista en pluralism o y libertad
para lograr u na democracia concreta. “U na revolución sim plemente polí
tica puede consumarse en pocas semanas. U na revolución social y econó
mica exige años. Los indispensables para penetrar en la conciencia de las
masas”. U n planteam iento sim ilar se encuentra subyacente en el Segundo M en
saje del Presidente A llende ante el Congreso Pleno el 21 ele mayo de 1972.
En prim er lugar se esboza la m eta del proceso revolucionario: el crecimiento
de Chile, definido no como m era expansión económica sino como surgi
m iento de u na “sociedad socialista en democracia, pluralism o y lib ertad ”,
donde la liberación social y el bienestar ele los trabajadores im ponen las
prioridades. E n segundo lugar, Allende recalca el régimen legal-institucional
como el camino a seguir. Si bien “acabar con el sistema capitalista necesita
transform ar el contenido ele clase elel Estado y ele la propia Carta F unda
m en tal” está com prom etido “de llevarlo a efecto conforme a los mecanis
mos que la Constitución Política tiene expresam ente establecidos para ser
m odificada”. La gran cuestión que tiene planteada el proceso revoluciona
rio, y que decidirá la suerte de Chile, es si la institucionalidad actual puede
ab rir paso a la transición al socialismo. De ahí la im portancia que tiene la
clase obrera como sujeto del proceso ele producción. “Los factores que ge
neran el proceso revolucionario no se encuentran en las instituciones, sino
en las nuevas relaciones de producción que se están instaurando en la con
ciencia y movilización ele los trabajadores, en las nuevas organizaciones que
los cambios infraestructurales deben producir, y que los partidos deben es
tim ular y encauzar”. Basado en el apoyo de la m ayoría organizada al pro
ceso, no requiere la destrucción violenta del aparato estatal ni la legalidad
vigente. “Mi Gobierno m antiene cjue hay otro camino para el proceso re
volucionario que no es la violenta destrucción del actual régim en institu
cional ( . . . ) . No vemos el camino ele la revolución chilena en la quiebra
violenta del aparato estatal (••■). Pero como nuestro régim en reposa for
27
m alm ente en el principio de legalidad, contemplam os transform ar las insti
laciones a través de m odificar las norm as legales” . Pero no se debe confun
dir el mecanismo con el resultado; la finalidad determ ina los métodos, si
bien éstos condicionan a aquélla. ‘‘Pero estamos muy lejos de confundir el
resultado del proceso de superación del sistema capitalista con los medios
y mecanismos a través de los cuales se acum ulan las transform aciones”. Por
eso que en tercer lugar A llende insiste en el combate por la democracia
económica, basada en la construcción del Area de Propiedad Social (A PS).
“U n régim en social es auténticam ente democrático en la m edida en que
proporciona a todos los ciudadanos posibilidades equivalentes, lo que es
incom patible con la apropiación por u n a pequeña m inoría de los recursos
económicos esenciales del país. Avanzar por el camino de la democracia
exige superar e'1 sistema capitalista, consubstancial a la desigualdad econó
m ica ( •••)• Concebimos el área social, en su estructura y orentación, como
el em brión de la futura economía socialista”. La configuración de estas
tres dimensiones producen las libertades sociales que legitim an la acción
gubernam ental. “El Gobierno Popular tiene su legitim idad en la voluntad
de nuestro pueblo de acabar con un régimen social que es en sí mismo ins
titucionalm ente violento”. En este sentido el Presidente Allende define la
actual fase: “El combate sostenido para abrir el camino de la democracia
económica y conquistar las libertades sociales, es nuestra contribución m a
yor al desarrollo del régimen democrático en esta etapa de nuestra historia.
Llevarlo a cabo sim ultáneam ente con la defensa de las libertades públicas
e individuales y el desarrollo del principio de legalidad, es el desafío histó
rico que todos los chilenos estamos enfrentando”.
28
- .• • n relaciones sociales ele producción que vayan generando la nueva es
tructura política indispensable para construir el socialismo.
A partir de esta dialéctica entre economía y política habrá que analizar
la correlación de fuerzas políticas dentro de una critica de la economía polí
tica (o sea, de la forma en que los hombres producen la riqueza so cial). La
labor del gobierno de Allende y ele la U P en 18 meses proporciona antece
dentes que pueden ser esquematizados en seis puntos.
1) Én razón del objetivo central arriba indicado, se definieron tres
metas básicas sim ultáneas clel Gobierno Popular. La prim era, reestructurar
la economía en tres áreas de propiedad: estatal, m ixta y privada, de modo
que el Estado se constituya en el centro efectivo de conducción de la eco
nom ía y de la planificación de su desarrollo. La segunda, acelerar, profun
dizar y am pliar el proceso ele reform a agraria. La tercera, im pulsar u n vigo
roso program a ele redistribución del ingreso, destinado a satisfacer las legí
timas dem andas de las grandes mayorías nacionales y sostener el desarrollo
de nuestra economía bajo nuevos patrones de industrialización. “Por cier
to, dice el inform e del M inistro ele Econom ía ante el CIAP (abril 1972),
la realización ele estos objetivos no constituye un m ero problem a técnico o
adm inistrativo, puesto que no se trata ele perfeccionar un sistema politico
económico de dom inación para asegurar su perm anencia, sino de su trans
formación revolucionaria”. **
2) Estas metas deben ser abordadas a p artir de la coyuntura económica
al inicio del Gobierno Popular. Según el M inistro Vuskovic, “la política de
corto plazo se puede caracterizar como una política de reactivación econó
m ica fundada en la redistribución del ingreso”. La redistribución del in
greso se basaba, por un lado, en una política de reajustes dirigida a: a) re
cuperar para todos los trabajadores el nivel ele rem uneraciones reales al 1?
de enero 1970, esto es un reajuste de un 100 por ciento del alza del costo
de la vida; b) entregar u n reajuste mayor al 100% a los sueldos y salarios
más bajos y c) iniciar un proceso de nivelación ele las asignaciones fam ilia
res.
La política de reajustes se com plem entaba, por otro laclo, con una polí
tica anti-inflacionaria basada en u n estricto control ele precios, un aum ento
sustancial de la producción y la detención ele la política cam biaría de deva
luaciones sistemáticas. La redistribución del ingreso increm entó el poder
de com pra ele las masas, produciendo una reactivación de la capacidad ocio
sa que m antenía la industria chilena en 1970.
Se dieron incluso desabastecimientos parciales al superar el poder de
consumo (provocado por la baja tasa de ahorro y el mercado negro cam-
biario) el increm ento ele la producción y de las importaciones. Sin embargo,
la política económica en 1971 fue exitosa en la m edida en que, desarticu
lando el ordenam iento capitalista, el Producto In tern o Bruto creció en un
6,5%, equivalente a un 6,6% per cápita, la tasa más alta de los últim os 15
años. Cerca de tres quintas partes de este crecimiento son atribuibles al au
m ento de la producción industrial que alcanzó un increm ento del 14,6 por
ciento. Se logró dism inuir la tasa de desocupación ele un prom edio de 6,1%
en 1970 a un prom edio de 4,3% en 1971. A ello debe agregarse la elevada
participación ele los asalariados en el ingreso nacional, que pasa de u n 51%
en 1970 a un 59% en 1971, al reajustarse los sueldos y salarios más allá del
35% clel alza clel costo de la vida y descender sim ultáneam ente la tasa de
inflación a 22% en 1971.
3) La política económica de corto plazo está estrecham ente vinculada
a la de largo plazo. En este contexto deben valorarse las m edidas anti-impe~
rialistas que desde un inicio em prendió el gobierno Allende. E ntre ellas
29
destaca la trascendental reconquista de las riquezas básicas: cobre, hierro,
salitre, yodo y acero. Especial relevancia reviste la nacionalización del cobre
-i consideramos que la m inería del cobre, por un lado, aporta tres cuartas
partes de los ingresos de divisas por exportaciones (1970: 76% ), siendo,
por el otro, la principal fuente de explotación norteam ericana (en 1969 la
Anaconda había invertido en Chile el 16% de sus inversiones en escala
m undial, pero retirando el 80% (19 m illones de dólares) del total de sus
utilidades m undiales. Con fecha 23 de diciem bre de 1970 el Presidente
Allende envió al Congreso u n proyecto de Reform a C onstitucional destina
do a crear los canales jurídicos necesarios para nacionalizar el cobre y demás
recursos mineros. El l í de julio de 1971 el Congreso Pleno aprobó por u n a
nim idad la reform a constitucional que nacionalizaba la G ran M inería del Co
bre, otorgando al Presidente la facultad de deducir de las indemnizaciones
según el valor de libros de las empresas norteam ericanas las rentabilidades
excesivas y estableciendo un T rib u n a l de Apelación especial 6. La naciona
lización de las riquezas naturales no significa de por sí una política a n ti
im perialista, porque el capital extranjero puede ser trasladado a la industria,
sector económico más dinám ico (las inversiones directas yanquis en el sec
tor m anufacturero aum entaron ele 7,8% en 1964 a 14% en 1968). En este
contexto merece especial atención la dom inación tecnológica, ¡Dor ser una
base im portante para el bloqueo económico (en 1969 el 94% del total de
patentes eran de propiedad extranjera. Por concepto de 339 contratos de li
cencia en ese año, Chile pagó más de 8 millones de dólares en regalías).
La política de Chile es netam ente antiim perialista cuando establece el dé
ficit en el cálculo de las indemnizaciones adecuadas y controla estrictam en
te las inversiones foráneas. C oncordando con las disposiciones del Pacto
A ndino sobre inversiones extranjeras, Chile no se opone al capital externo
siempre y cuando queden resguardados los intereses nacionales. Para ase
gurar el control nacional de la economía chilena se tom aron otras medidas,
como la com pra de la m ayoría de acciones en diversas empresas extran
jeras (transform adas en empresas mixtas) y la adquisición de las filiales
del Bank of America, First N ational City Bank, el Banco de Londres y el
Banco Francés e Italiano. Para quebrar la colusión entre m onopolios ex
tranjeros y nacionales es decisivo el control del comercio exterior: actual
mente el Estado tiene en sus manos el 85% de las exportaciones y el 60%
de las importaciones.
- Inm ediatam ente se lía hecho sentir la reacción del imperialismo, espe
cialm ente de los EE. UU. Al nivel financiero basta recordar la dura posi
ción en la renegociación de la deuda externa, la fuerte dism inución del
flujo de créditos de bancos norteam ericanos y la ru p tu ra virtual por parte
de los organismos financieros internacionales. A ello se añaden las represa
lias de las empresas norteam ericanas afectadas (embargos) que degeneran
en un bloqueo invisible cuya finalidad nadie puede ignorar desde las p u
blicaciones de los documentos confidenciales de la IT T : provocar el colap
so económico y/o el derrocam iento violento del Gobierno Popular. Para
contrarrestar la constante intervención im perialista, . el Presidente Allende
im pulsó la solidaridad latinoam ericana (viajes a la A rgentina, el Perú, Ecua
dor y Colombia y la visita de Fidel Castro) y del Tercer M undo ( u n c t a d
iii y el establecimiento de relaciones amistosas con Cuba, China, Vietnam
del N orte y Corea del Norte) y aprovechó las diferencias existentes entre
los EE. UU. y sus aliados, como entre los centros im perialistas y los grandes
6 Sobre la innovación ju ríd ica en la nacionalización del cobre ver la segunda p a rte del artículo de
£. N o \o a M .: Hacia u n a nueva conceptualización jurídica.
30
oaíses socialistas (amplias relaciones comerciales con los miembros de m c e ,
Jel c o m e c o n y con J a p ó n ).
4.—Si (excluyendo al PN) las m edidas antiim perialistas encuentran
poca resistencia dentro del país, el caso es diferente respecto a las medidas
ontra el dom inio de los monopolios nacionales. Ciñéndose al estricto marco
legal, a través de negociaciones directas del fisco con los capitalistas, me
diante el poder de com pra de acciones de la c o r f o y la utilización de los
mecanismos legales de la intervención y requisición, el Estado comenzó a
desbaratar la telaraña extendida por el gran capital organizado sobre la
economía nacional. Se trata, según el Program a Básico de la U nidad Po-
pular, de construir un Area de Propiedad Social con las empresas estatales
y la expropiación indem nizada de: a) la gran m inería del cobre, salitre,
yodo, hierro y carbón; b) el sistema financiero del país, en especial la
banca privada y seguros; c) el comercio exterior; d) las grandes empresas
y monopolios de distribución; e) los monopolios industriales estratégicos;
f) aquellas actividades que condicionan el desarrollo económico y social
del país, tales como la producción y distribución de energía eléctrica, el
transporte ferroviario, aéreo y m arítim o, las comunicaciones, la producción,
refinación y distribución del petróleo y sus derivados, la siderurgia, el ce
mento, la petroquím ica pesada, la celulosa y el papel.
Para delim itar el área social, determ inar la participación dé los traba
jadores y garantizar el desarrollo de la empresa privada no-monopolista, el
Gobierno P opular presentó el 19 de octubre de 1971 un proyecto de ley
sobre las tres áreas de la economía 7. Dice en su Art. 2?: “Las empresas del
área de propiedad social pertenecen a la sociedad en su conjunto y su único
titu lar es el Estado o las personas adm inistrativas que de él dependan,
quienes responden de su adm inistración dentro de un régim en de am plia
participación de los trabajadores. Las empresas del área de propiedad m ixta
pertenecen conjuntam ente al Estado y a particulares, con un régim en de
participación de los trabajadores en caso que el Estado tenga mayoría en
la adm inistración. Las demás empresas constituyen el área de propiedad
privada, a la que el Estado garantiza condiciones adecuadas para el desa
rrollo de sus actividades”. Según el Art. 3? “form arán parte del área de
propiedad social empresas que operan en actividades de im portancia pree
m inente para la vida económica del país, tales como las que tengan signi
ficación especial en el abastecim iento del mercado interno y en el comercio
de exportación e im portación y las que tengan incidencia im portante en
el cum plim iento de los planes económicos nacionales y en el desarrollo
tecnológico científico del país. C om prenderá asimismo, aquellas empresas
que por exigirlo la Defensa N acional y Acuerdos Internacionales, se reser
van al Estado”. Para establecer un criterio único respecto a las empresas
sujetas a nacionalización el Art. 4? fija: “No podrán incorporarse al área
de propiedad social m ediante los procedim ientos de nacionalización a que
se refiere la presente ley, las empresas existentes al 31 de diciem bre de 1969
y cuyo patrim onio (capital y reservas) haya sido inferior a 14 millones de es
cudos en esta misma fecha”. La facultad de nacionalización se refiere, pol
lo tanto, a tan sólo 253 empresas monopólicas, en 140 de las cuales, o sea
en más. de la m itad, los diez mayores accionistas tienen entre el 90 y 100 por
ciento del capital pagado. En la m itad de las empresas consideradas tienen
participación accionistas extranjeros, en 43% de las cuales tienen más del
50% del capital pagado. El carácter m onopolista de estas empresas es con
7 Materiales para el estudio del Area de Propiedad Social, en Cuadernos de la Realidad N ational
11, Enero d e 1972.
31
%
firm ado por el análisis realizado por la asociación patronal del gran capital
la Sociedad de Fom ento Fabril ( s o f o f a ) . “En Chile efectivam ente exis
ten del orden de 35.000 unidades económicas fabriles detectadas. Su desglose
es aproxim adam ente el siguiente:
$
Podemos señalar que, si bien es cierto que el núm ero de unidades eco
nómicas afectadas por el proyecto de ley no llega al 2% de las existentes,
de pasar a manos del Estado las afectadas, im plicaría lo siguiente: a) trans
ferir al sector público más del 40% de los trabajadores actualm ente ocupa
dos en el sector privado; b) transferir más del 50% de la producción bruta
al Estado; c) transferir al G obierno más del 95% del avisaje comercial del
que hoy viven los medios de inform ación no gobiernistas (El M ercurio, 19
de noviem bre de 1971). A pesar de las cifras y las conclusiones obvias, el
gran capital opina que “esta iniciativa del G obierno significa prácticam en
te la supresión del sector privado por m edio de urta ley (El Mercurio, 21
de octubre de 1971). Para cortar la cam paña publicitaria de los m onopolios
afectados, el Presidente A llende da a conocer el 14 de febrero de 1972 una
nóm ina de 91 empresas que estima indispensables para la construcción de
un área social. De ellas, 53 pasarían a integrar el área social y 38 empresas
form arían parte del área m ixta. Elim inada posteriorm ente la empresa dis
tribuidora c o d i n a , las 52 empresas que pasarían al área social significan
5.523 m illones de escudos y las 38 empresas destinadas al área m ixta repre
sentan 1.836 m illones de escudos en capital más reservas y utilidades (ci
fras 1969).
Existen pocos datos estadísticos sobre el alcance del proceso de nacio
nalización en marcha. Según el M ensaje Presidencial de 1972, 43 empresas
eran propiedad estatal antes de noviem bre de 1970, 55 fueron incorporadas
posteriorm ente y 83 estaban bajo control público transitorio de la interven
ción o requisición. G ran im portancia reviste la estatización de la banca
por el papel que jugó tradicionalm ente como fuente crediticia de los m ono
polios y por el nuevo rol que debe desem peñar u n sistema bancario único
en u n a política m onetaria y crediticia orgánica 8. De los 26 bancos privados
existentes, 18 se encuentran bajo control estatal, y en 4 (incluido el Banco
de Chile y el Sudamericano) el Estado dom ina la dirección. Los datos en
tregados recientem ente por los capitalistas son controvertidos. La s o f o f a
declara ante una Comisión de la Cám ara de Diputados que hasta junio de
1972 habrían sido intervenidas 263 empresas, pasando 185.000 trabajadores
al área social (El M ercurio, 14 de junio de 1972). U na semana después el vo
cero m onopolista El M ercurio publica una lista de empresas controladas por el
Estado: ju n to a las 33 empresas estatales antiguas constata 73 nuevas y 142
intervenidas o requisadas (22 de ju n io de 1972). Desesperado, su editorial del
24 de ju n io de 1972 “revela que ya nuestra industria es básicamente socialista,
es decir, que los instrum entos de producción en esta ram a de actividad p er
tenecen predom inantem ente al Estado o están controlados directam ente
p or él”. Desgraciadamente no es tan fácil poder afirm ar “ya somos un país
socialista”.
32
El proyecto de ley presentado por el Ejecutivo perdió im portancia al
impulsar la mayoría parlam entaria un proyecto de reform a constitucional
que sobre la m ateria propusieron los senadores demócrata-cristianos Fuen-
-.ilba y H am ilton. Su finalidad era lim itar las atribuciones establecidas del
Poder Ejecutivo, restringir así la intervención estatal en m ateria económica
v. en definitiva, anular o entorpecer la constitución de un área de pro
piedad social con nuevas relaciones sociales de producción.
Sim ultáneam ente había que dem ostrar una actitud favorable a cam
bios sociales.
La política de reformas legislativas capitalistas es resum ida por el senador
Ju an H am ilton en la sesión del Congreso Pleno (19 de febrero de 1972) que
aprobó el proyecto de reform a constitucional. “No es entonces para conte
ner el proceso de socialización, sino para realizarlo a través de la institucio
nalización vigente y regularlo por la ley, que hemos aprobado y ahora ra ti
ficamos esta enm ienda a la C onstitución”. Pronunciadas por un represen
tante del sector derechista del PDC tales palabras indican que tampoco la
Democracia C ristiana podía aparecer conio defensora de los monopolios,
aun tratando de resguardar el orden capitalista. Recordando la aseveración
citada al inicio, de Rosa Luxem burg, se trata de “un m étodo de reform a
legislativa en lugar de la conquista del poder político y la revolución social
y en contradicción con ellas”. La política reform ista propugna no la reali
zación del socialismo, sino la reform a del capitalismo; no la supresión del
sistema de trabajo asalariado, sino la atenuación de la explotación, es de
cir, la supresión de los abusos del capitalismo, pero de ningún m odo la su
presión de éste” 9. La cita de R eform a social o revolución define la am bi
güedad que caracteriza la posición dem ócrata-cristiana en la discusión del
proyecto y justifica los vetos con que el Presidente Allende objetó partes
del mismo.
5. M ateria controvertida dentro de la izquierda es la política agraria
del G obierno Popular, especialmente en relación al funcionam iento de los
organismos estatales y a la participación campesina. El viejo burocratism o
de los institutos dedicado^ a la Reform a A graria im pide una labor eficiente
y coordinada al servicio de la revolución campesina de las estructuras agro
pecuarias. Pero es un hecho que el año 1972 m arca el fin del latifundio en
Chile. E ntre 1965 y noviem bre 1970, bajo el G obierno de Frei, se expropiaron
1.408 fundos con 3.564.553 hás. y cerca de 21.000 familias. E ntre el 4 de no
viem bre de 1970 y el 25 de abril de 1972 se expropiaron 2.678 predios con
un total de 3.504.227 hás. y aproxim adam ente 22.300 familias. El avance
acelerado ele las expropiaciones da, a fines ele abril de 1972, un total acu
m ulado de 4.086 predios de 7.812.928 hectáreas. A unque se rom pa definiti
vam ente con la tradicional dom inación de los terratenientes, queda el peli
gro de que surja u n tipo de capitalismo agrario basado en los fundos entre
40 y 80 hás. de riego,básico y en los asentamientos. Los prim eros —con alta
intensidad ele capital— contribuyen con cerca de la m itad de la producción
agropecuaria, pero no im pulsan u n a mecanización del campo acorde a la
fuerza de trabajo existente. Estos empresarios van form ando una nueva b u r
guesía agraria que puede frenar no sólo la constitución de un área de pro
piedad social, sino toda estrategia socialista de industrialización. La actual
im posibilidad ele una política agropecuaria planificada requiere la reduc
ción de la expropiabilielad ele 80 a 40 hás. de riego básico. Para que la R e
forma Agraria desemboque en la construcción de una sociedad socialista
3 .-C E R E N 33
trario . la m ediana y pequeña burguesía chilena se distingue justam ente por
>u taita de racionalidad capitalista. Su tradicional status parasitario del
¿ran capital le im pide desarrollar un interés de clase autónom o (ni siquiera
como funcionarios públicos desarrollan una racionalidad propia en cuanto
burocracia). Su distanciam iento no pareciera darse sobre la base de intereses
objetivos vulnerados por la política económica, sino en razón de su incerti-
dum bre ideológica. Esta radicaría en u n desajuste social objetivo que —al no
encontrar pautas de interpretación para situarse en u n proceso Social no
estructurado— es compensado por una insistencia en la ideología burguesa
y la aparente universalidad de sus valores: orden, libertad, democracia, in i
ciativa individual, etc. U n ejemplo de articulación política de este fenóme
no ofrece el P artido de Izquierda R adical (PIR) cuando objeta el “estatis
m o” de la UP, siendo que su concepción socialdemócrata conduce al “Wel-
fare-State” de corte netam ente estatista. T a l regresión psicosocial es fom en
tada por el Gobierno cuando trata de convencer a las llam adas capas medias
con un raciocinio capitalista que no corresponde a su imagen de níarxista,
en vez de clarificar las metas socialistas que les perm itirían asum ir con certi
dum bre su posición dentro de un nuevo orden. La indecisión de la U P en
definir el sector privado no-capitalista en las construcción socialista es apro
vechada por la Derecha, que publicitariam ente proyecta esta crisis casi
existencial al nivel político: anarquía, caos, pérdida de autoridad del Go
bierno versus empresa integrada, Estado funcional, ley y orden; en fin la
arm onía de la “belle époque”. Es evidente que la izquierda no h a logrado
en n ingún m om ento rom per el cerco ideológico de la dom inación burguesa.
De ahí la im portancia de la lucha ideológica, advertencia central de Fidel
Castro a las masas chilenas. Igualm ente evidente es, sin embargo, que la
lucha ideológica no depende de la calidad del aparato propagándistico del
gobierno y los partidos de la UP, sino de la m adurez del proletariado en
la lucha de clases. Sin movilización de las masas como concientización co
tidiana no hay revolución cultural n .
Por consiguiente, en segundo lugar, la desarticulación del proceso de
producción capitalista hace difícil una alianza de clases en la m edida en que
la antigua hegem onía del capital no es reem plazada por una nueva hege
m onía del proletariado. A unque la alianza se estructura álrpdedor de una
concordancia sobre intereses objetivos comunes, estos son interpretados por
cada aliado según sus intereses particulares. El respeto por los intereses es
pecíficos de la pequeña y m ediana burguesía no im plica descuidar el interés
central que aglutina la alianza de clases. La construcción del socialismo, la
em ancipación de la clase obrera es, a la vez que interés de clase particular
del proletariado, el interés universal de la hum anidad. La esencia de la
clase obrera —de que convertida en clase dom inante suprim a las relaciones
de producción que engendran el antagonism o de clase, superando así las
clases y su propia dom inación como clase— es lo que legitim a la hegemonía
del proletariado. Esta hegemonía define la alianza de clases a diferencia de
u n frente que puede ser pactado sobre la base de acuerdos puntuales. A pun
tando la alianza de clases al revolucionam iento de la sociedad entera, no
basta la conducción hegemónica por parte de los partidos obreros. Sin en
trar en cuestiones de organización, se puede afirm ar que los partidos polí
ticos son el instrum ento organizativo que se dan las masas en su lucha por
el poder, pero que en ningún m om ento reemplazan la presencia masiva, la
hegem onía num érica del proletariado en el proceso. La presupone. Sin em
11 Para^ u n a aproxim ación al m ito de la legalidad como aspecto de la justicia de clases ver I,. F.
R ibeiro: La estructura m ítica de los discursos sobre legalidad, en la publicación del C E R E N .
36
bargo, la movilización ele las masas bajo el G obierno Popular ha sido defi
ciente. Ello se debe a la conducción política de los partidos de la U P (más
bien reactiva frente al enemigo, que guía y cauce de la espontaneidad de
las masas) que no ha sabido organizar a las fuerzas en liberación y abrirse
a sus luchas concretas. De ahí el estilo preponderante burocrático con que
se ha enfrentado al imperialismo, a los monopolios y a los terratenientes.
En la m edida en que las masas no participan debidam ente en el reemplazo
de las actuales "estructuras, en que ellas no com prenden el proceso en sus
éxitos y derrotas como producto de su lucha, no existe una hegemonía m a
siva y concreta de la clase obrera y peligra, por tanto, la unidad de la U n i
dad Popular.
Ambos elementos, la desorientación ideológica de la burguesía no-mo
nopolista y su distanciam iento político, por u n lado, y la falta de una m o
vilización de las masas y de una hegemonía masiva del proletariado en el
proceso, p or otro lado, dism inuyen considerablem ente el im pulso revolu
cionario de la UP, sobreponiéndose al entendim iento y enfrentam iento
(siempre p u n tu al) de los» partidos políticos a la dinám ica u n itaria del mo
vim iento de masas. Que la alianza de clases ha perdido vigor se m anifiesta
bajo diferentes formas.
1. En las elecciones m unicipales de abril de 1971 la UP obtuvo la mayo
ría absoluta. Pero ya se constató u n a dism inución del electorado del Partido
Radical, entonces absorbido parcialm ente por el P artido Socialista. En la
m edida en que no logró plantear una línea política clara, coherente y, a
la vez, diferenciada según grupos sociales, frustró a sus electores. Los nue
vos sectores adheridos a la UP, al no encontrar u n a conducción firme y
audaz, vacilaron, quedando receptivos a la ofensiva propagandística de la
Derecha. Como sim ultáneam ente el PDC no aceptaba la hegem onía de la
U P y pretendiendo m antenerse como alternativa política no era capaz de
desarrollarla como oposición constructiva, se transform ó en la base electoral
de u na m inoría reaccionaria y fascistoicle. La agudización en parte latente,
en parte m anifiesta, de los antagonismos sociales conduce a una polariza
ción. Al nivel electoral, la U P perdió las parlam entarias com plem entarias
de Valparaíso (julio 1971) , de Linares y Colchagua-O’Higgins (enero 1972)
y las elecciones del rector de la U niversidad de Chile. En cambio, ganó al
rededor del 70% de los votos de las recientes elecciones sindicales de la C U T
(mayo 1972) y la elección com plem entaria pbr un diputado en Coquim bo
(julio 1972). Considerando el porcentaje de las votaciones, se puede hablar
de un “em pate electoral” entre Gobierno y Oposición. Si éste significa un
avance respecto a las elecciones presidenciales, representa tam bién un re
troceso en relación al potencial político que las m edidas económicas y so
ciales debían provocar. Respecto a la correlación de fuerzas, sin embargo,
los resultados electorales de la polarización y radicalización política parecen
secundarios frente a dos otros aspectos que precisam ente este libro quiere
problem atizar.
2. La estrategia de la U P se basa en realizar los cambios m ediante la ley,
es decir, usar todas las disposiciones vigentes (p. ej. el decretp 520 de 1932
refundido en el 'art. 167? de la ley 16.464 de 1966) y crear nuevas normas
legales según el procedim iento vigente sobre la formación de leyes. El in
tercambio de declaraciones entre el PDC y el candidato electo, previo a la
proclam ación por el Congreso, incluía u n acuerdo tácito sobre las “reglas de
juego”. El Poder Ejecutivo avanzaría en sus reformas en m aterias económi
cas (nacionalizaciones, área social) e instituciones (T ribunales Vecinales,
Asamblea del Pueblo, planificación) sobre la base de norm as positivas. que,
a su vez, el Poder Legislativo se com prom etía a legislar. Esta reciprocidad
37
del principio de legalidad” (strictu senso) pronto se rom pió. Con pocas
excepciones, hasta ahora el G obierno P opular ha debido ceñirse a las leyes
de gobiernos anteriores, puesto que la mayoría opositora en el Parlam ento
se negaba a legislar o tergiversaba la finalidad de los proyectos de ley pre
sentados. Además la oposición parlam entaria pasó a la ofensiva, tratando de
restringir las atribuciones específicas que la Constitución Política confiere
al Presidente. Se iniciaron acusaciones constitucionales contra diversos M i
nistros de Estado ante la Cám ara de Diputados, que culm inaron en la
declaración de culpabilidad del ex M inistro del In terio r y actual M inistro
de Defensa José T o h á por parte del Senado. En julio el Senado aprobó
igualm ente la acusación constitucional contra el nuevo M inistro del In te
rior, H ernán del Canto. Sin embargo, el T rib u n a l C o n stitu cio n al12 ratificó
en sus prim eros cuatro fallos la constitucionalidad de la acción guberna
m ental 13.
Visto lo cual la oposición cambia de táctica. Piensa evitar una fiscali
zación del Parlam ento por parte del T rib u n a l Constitucional, trasladando
proyectos que serían m ateria de ley al nivel de norm as constitucionales (en
m ienda sobre las tres áreas económicas de F uentealba/H am ilton). Por otra
parte, la oposición trata de lim itar las facultades ejecutivas de la adm inistra
ción pública m ediante querellas crim inales contra M inistros, funcionarios p ú
blicos e incluso miembros del Cuerpo de Carabineros, m ediante dem andas ci
viles (la empresa intervenida f e n s a contra el M inistro Vuskovic) y m ediante
sumarios por parte de los Colegios Profesionales. Observamos un intento de
ag lu tin ar la oposición política en el Poder Legislativo, el Poder Judicial, en
la C ontraloría, en los Colegios Profesionales, etc', en u n a estrategia de intim i
dación que so pretexto de defender la legalidad busca paralizar la actividad
gubernam ental. En este sentido, el actual enfrentam iento corre el peligro de
sobrepasar el tradicional conflicto de com petencia entre los poderes del Estado.
Por la im portancia que tiene el m ito de la legalidad en este cerco político,
cabe indicar brevem ente el carácter clasista de las actuaciones de personeros
del Poder J u d ic ia l14. No es que la adm inistración de la justicia no haya sido
política tam bién antes; la justicia como actividad cultural de los hom bres en
determ inado m om ento histórico es política. Ahora, sin embargo, revela su di
m ensión clasista al nivel social reprim iendo la lucha de las masas (ya no sólo
de individuos) por cam biar m ediante el Gobierno P opular las circunstancias
de su vida. La justicia no sólo es m ala, cara y lenta sino esencialm ente una
justicia de clase, cuyo carácter conservador se expresa sin ambages en la actitud
tanto de un Presidente de la Corte Suprem a como de un Juez de Letras. La
Corte Suprem a definió públicam ente su posición política a los pocos meses de
asum ir Salvador Allende la Presidencia. Por existir suficientes pruebas para
iniciar una investigación judicial contra el H onorable Senador R aúl Morales
Adriasola por participación en el hom icidio del General Schneider, el Juez
M ilitar, a petición del Fiscal M ilitar, solicitó el desafuero del parlam entario.
La petición fue negada por la Corte Suprem a después de haber sido conce
dida por la Corte M arcial y la Corte de Apelaciones de Santiago. Lo opi
nión pública nada pudo contra lo que el profesor M. U rru tia Salas llam a
39
laborar estrecham ente con conocidos traficantes de drogas y co n trab a n d is
t a . El lecto r p e rd o n a rá este re la to ; h a b la r de la ad m in istració n de ju stic ia
a u n n iv el m ás abstracto se vuelve fácilm ente in h u m a n o .
E ste cuadro som brío no debe ser generalizado con ligereza, pero sí
señ ala con n itid ez rasgos característicos de la adm in istració n de ju sticia de
nun ciad o s ju sta m e n te p o r sus m iem bros m ás lúcidos. Si el Subsecretario de
Ju stic ia afirm a q u e la ju sticia ch ilen a “no tien e n ad a de m ajestuoso, no
tien e n a d a de im p a rc ia l y n a d a de in d e p en d ien te. E stá v en d id a a los in te
reses de u n a clase social”, este ju icio no es u n a calificación g ra tu ita , sino
u n a au to crítica in d isp en sab le p a ra su p erar el actual sistem a judicial-peni-
tenciario e in sta u ra r una. justicia al servicio del h om bre le . P a ra asegurar
la leg ítim a defensa de las lib ertad es in d iv id u ales hay que im p ed ir la u su r
p ación de privilegios e in sta u ra r el individualism o v erd ad ero de la ig u ald ad
social. E llo re q u ie re estim u lar la n u eva conciencia ju ríd ic a q u e va surgiendo
en el p u eb lo o p rim id o y cam b iar p ro fu n d a m e n te la form ación de los abo
gados y jueces en m iras a la n u ev a re a lid a d 17.
L a táctica conservadora es clara: lim ita r las atrib u cio n es d el P oder
E jecutivo y así resg u ard ar el status que a p a rtir de la trin c h e ra sacrosanta
del P o d er Ju d ic ia l, esconde su in terés de clase b ajo el halo de sa n tid ad que
le confiere la ig n o ran cia a q u e h a som etido al pueblo. Se q u iere desconocer
la separación y el co n tro l recíproco de Poderes que establece el A lt. 49 de
la .C o n stitu c ió n . E stablece q u e no p u e d e h a b e r in tro m isió n de u n poder
del E stado en la com petencia de o tro. R especto al P oder Judicial esta n o r
m a es concretizada en fo rm a positiva en el A lt. 80? de la C o n stitu ció n al
d isp o n er q u e “la facu ltad de juzgar las causas civiles y crim inales pertenece
exclusivam ente a los T rib u n a le s establecidos p o r la ley” . E n form a negativa
el A rt. 869 declara q u e "la C orte S uprem a tiene la su p e rin ten d en c ia directiva
correccional y económ ica de todos los T rib u n a le s de la N ación, con arreglo
a la ley q u e d e te rm in a su organización y a trib u cio n es” . E llo rem ite al A rt.
879 q u e entrega los asuntos contenciosos de carácter ad m in istrativ o a los
T rib u n a le s A dm inistrativos. A l establecerse u n a a u to rid a d específica p ara
conocer la c o n tien d a e n tre la A d m in istració n y u n p a rticu la r, su com pe
ten cia exclusiva es asegurada p o r el A rt. 49 del C ódigo O rgánico de T r ib u
nales al d isp o n er q u e “es p ro h ib id o al P o d er Judicial m ezclarse en las a tri
b uciones de otros poderes públicos y en g en eral ejercer otras funciones que
las d e term in ad as en los artículos p recedentes” . E d A rt. 2229 del C .O .T .
sanciona p e n a lm e n te al fu n c io n a rio q u e lo haga. Sin em bargo, algunos
jueces h a n e x tra lim ita d o sus atrib u cio n es al acoger querellas posesorias de
los p ro p ie ta rio s c o n tra in terv en ció n o requisición de sus em presas. Así el
Ju ez O galde, del IV Juzg ad o de M ayor C u a n tía de Santiago, o rd e n a n d o la
re stitu c ió n de la em presa tex til R ayón Said y el Juez L uengo del I I I Ju z
gado de C oncepción respecto a T ejid o s C aupolicán-C higuayante. Q ue en
el p rim e r caso el Ju ez haya re q u e rid o la fuerza p ú b lica p a la h ac er efectiva
lo devolución de la fáb rica señala la gravedad que revisten sim ilares actos.
L a b u rg u esía n o se conform a con ver aplicado el A rt. 109 N9 1: “la
ig u a ld a d an te la ley. E n C hile no hay clase p riv ileg iad a” . Son notorios los
insólitos cam bios en la d o c trin a y la ju risp ru d e n c ia desde que asum ió
Salvador A llen d e la P residencia de la R epública. A ños de im p u n id a d en
el p o d e r h iciero n o lv id ar a la b u rg u esía u n a d istinción elem en tal d e l D e
recho co n q u istad a p o r el liberalism o: la diferencia en tre acto d e gobierno
y acto ad m in istrativ o . El acto de g o b iern o surge de la decisión p o lític a del
16 P ara un enfoque penalista ver el artícu lo de Politoff, Bustos, M era: Derechos H unlanos y Derecho
Penal. P ara u n enfoque crim inológico ver Bravo, H occker, Lira: El delito en una sociedad de clases.
17 A. F.tclieberry: R eflexiones sobre la enseñanza del Derecho en Chile.
gobierno, es su acción política y contra él sólo cabe la acusación constitu
cional en el Congreso (Art. 33? N? 1 de la C arta Fundam ental) o esperar
las próxim as elecciones presidenciales. El acto adm inistrativo como actividad
del Estado con efectos subjetivos tiene como facultad subjetiva de recurso
haber sido personalm ente afectado por la m edida adm inistrativa, y como
facultad m aterial, que el acto no tenga base legal o sobrepase el criterio
discrecional del funcionario. Reclamaciones contra actos adm inistrativos
deben ser presentadas ante los T ribunales Adm inistrativos establecidos por
el Art. 87? de la Constitución. Quienes hoy objetan que tales T ribunales
no han sido constituidos (exceptuando campos específicos como los T rib u
nales Agrarios, Aduaneros, de Impuestos Internos, etc.) olvidan que la
Constitución reina desde 1925 y que nada han hecho para formarlos cuan
do estaban en el poder.
T o d o lo anterior indica, que si bien a corto plazo la táctica de “lim itar
los daños” asfixiando al G obierno con un cerco legal-institucional, puede
entrabar las actividades del Poder Ejecutivo e incluso llevar a un enfrenta
m iento de poderes, a largo plazo podría ser beneficiosa para una transfor
mación jurídico-institucional en la m edida en que el Poder Judicial y el
Derecho son incorporados a la lucha ele clases, perdiendo su aparente neu
tralidad y o b jetiv id a d 18.
3.—El estancam iento político de la U P provoca un auge de la buro
cracia 19 como sostén fundam ental de la política revolucionaria. En gran
parte los partidos de la U P consideran el contenido clasista del aparato
estatal desvinculado de la forma. En este sentido bastaría cam biar el ca
rácter ele clase, poniendo el aparato estatal al servicio del pueblo contra
los m onopolios y terratenientes. Se pierde así la dialéctica de contenido y
forma, no siendo cuestionada la burocracia misma como fuerza pública
separada de la sociedad. En esta perspectiva habría que retom ar las in tu i
ciones del auténtico anarquism o y los análisis de Marx, Engels, L enin y
Mao sobre la necesidad ele destruir la m aquinaria estatal burguesa. Ello no
significa necesariamente su destrucción violenta (que salvo en la comuna
de París, nunca se d io ), sino llevar la lucha de clase a las instituciones
estatales e incorporar la burocracia a la lucha de las masas. T ransform ar
la contradicción antagónica entre Sociedad y Estado en una no-antagónica
en el seno del pueblo requiere el desarrollo de poderosas organizaciones de
base (como pueden surgir ele las Juntas de Vecinos, de las JA P o los T rib u
nales Vecinales) que, prim ero, controlen las instituciones especializadas de
la sociedad y, en seguida, vayan tom ando en sus m anos la adm inistración del
proceso social. Es falaz toda política revolucionaria que no surge y n o se
apoya en las masas. Es decir, el pueblo debe reincorporar en sí el aparato
estatal separado ele la sociedad, tal como el hom bre concreto debe reincor
porar en sí al ciudadano abstracto.
Respecto a la relación entre pueblo y poder, existe el peligro del tec-
nocratismo, tal como subyase en una aseveración ele O rlando Millas sobre
una consigna del llam ado M anifiesto de Concepción 20. “Uno de los puntos
del program a ele la alianza indicada exige que la participación de los tra
18 Sobre el carácter clasista del Derecho b u rg u és ver U. C erroni: La interpretación de clase del Derecho
burgués y V. I'arías: E l carácter fu n d a m en ta l de la legalidad burguesa.
19 J . Sulbrandt: La burocracia como grupo social.
20 I.a declaración fue entregada el 24 de ju n io de 1972 p or las directivas regionales del PC, M APU ,
IC y M IR y desautorizadas p o r las directivas nacionales de los partidos de la U nidad P o p u la r p o r
no in te rp reta r correctam ente los acontecim ientos ocurridos en Concepción el 12 de mayo dentro
del contexto nacional. En esa fecha PS, PR , M APU , IC y M IR organizaron una contram anifesta
ción (acordada inicialm ente p o r todos los partidos de la Ü P ) a la m anifestación realizada p o r la
oposición. P ro h ib id a p o r el In ten d en te de Concepción y el P residente de la R epública, la c o n tra
m anifestación fue violentam ente disuelta p o r la policía, m uriendo u n estudiante.
41
bajadores en el área social sea dotada de ‘mayor poder de decisión y con
trol sobre los cuerpos adm inistrativos’. El control de la adm inistración de
las empresas por los organismos de participación corresponde a una con
cepción anarquista antisocialista ( . . . ) Lo que sin ambages y, se interpre
te como intérprete, representa una negación absoluta de la política de la
U nidad Popular, es el planteam iento de una adm inistración que se consti
tuya unificando las organizaciones populares en Consejos Comunales de
T rabajadores, que a través de asambleas por la base resuelvan cuestiones de
interés inm ediato para los trabajadores, como el control del abastecimiento
a través de las JA P; como Educación y Salud, etc. Esto es anarquism o p u ro ”
(El Siglo, 28 de mayo de 1972) .
El problem a es más complejo. Ju n to al tecnocratismo existe el opor
tunismo de la ultraizquierda que lim ita el proceso a la contradicción p rin
cipal entre revolucionarios y contrarrevolucionarios, sin desenvolver las me
diaciones, confundiendo, por tanto, interés de clase con política de partido
y táctica con estrategia, planteando un antagonism o falso (porque no me
diado) entre las masas y el aparato estatal. Un análisis simplista del desplie
gue de las contradicciones y sus mediaciones políticas se refleja en afirm a
ciones del m encionado m anifiesto de Concepción: “E n la m edida
que las masas no reconocen en la oposición política otra cosa que la
contrarrevolución en ciernes, entran en contradicción con el aparato del
Estado construido por la burguesía en sus largos años de dom inación polí
tica y social. Es decir, que en su lucha para aolastar la contrarrevolución,
que se reviste de oposición, las masas chocan perm anentem ente contra un
Estado construido básicamente para resguardar los intereses de la reacción
burguesa ( . . . ) . Esta contradicción entre las masas y sectores im portantes
del aparato del Estado es una contradicción fundam ental porque a través
de ella se expresa la lucha por el poder entre la burguesía y el proletariado”
(Punto Final, 6 de junio de 1972) . En cambio, la declaración objetada in
siste acertadam ente en “disuadir y arrinconar la contrarrevolución” ; esto
es la correcta forma de lucha de las masas organizadas contra la burguesía
m onopolista.
P ara ello las masas deben ser la m ayoría organizada y utilizar el poder
m aterial del Estado y del Derecho que conquistaron parcialm ente en 1970.
Es clecir, la lucha del proletariado por el poder debe ser planteada a p artir
de la alianza de clases y las posibilidades y limitaciones que presenta el m ar
co legal-institucional.
El proceso revolucionario ha sido analizado por los partidos de la UP
en dos cónclaves. En El Arrayán genero 72) se denunciaron los errores en
la conducción política, destacando la im portancia que tiene la lucha ideo
lógica para superar el estancam iento político y profundizar la política eco
nómica. A unque la Izquierda retom ó la iniciativa política no se clarificó
suficientem ente la conducción política de la lucha de clases. Por lo tanto,
no se logró desarrollar nuevos contenidos y formas de la movilización de
masas. El Cónclave de Lo C urro (m ayo/junio 72) surge de la necesidad de
definir la línea táctica y operacionalizar los acuerdos logrados en el cóncla
ve anterior, con el fin de acum ular fuerzas en miras a u n posible plebiscito
y a las elecciones parlam entarias de marzo del 73. H ubo unanim idad en
rechazar la tesis del M IR sobre el supuesto fracaso del Gobierno Popular
y el reformismo de la U nidad Popular. Sin embargo, sería erróneo concluir
que el enemigo principal está ahí. El enfrentam iento principal se da día
po r día entre las masas y el im perialism o aliado con los m onopolios nacio
nales. Para unir las masas hay que desterrar las prácticas burocráticas e
42
im pulsar la organización de la lucha de las fuerzas trabajadoras. En Lo Cu
rro la U P analiza los problem as provenientes de la crisis de crecim iento de
una economía en expansión, pero no define claram ente la política econó
mica para avanzar en la desarticulación del sistema capitalista. Se acuerda
enviar proyectos de ley sobre el delito económico, sobre probidad de fun
cionarios públicos y sobre facultades extraordinarias circunscritas para el
Presidente de la República. Sin embargo, el resultado principal del cón
clave surge de la proposición com unista de dar un “golpe de tim ón” que
permitiese fortalecer y am pliar la alianza de clases. La nueva línea política
se m uestra de m anera más directa en las conversaciones que inician el Pre
sidente A llende y la directiva de la U nidad Popular con la directiva de la
Democracia Cristiana. Su objetivo inm ediato es la superación de la crisré
provocada en torno a los vetos presidenciales al proyecto de reform a consti
tucional sobre las tres áreas económicas. La paralización política aparece
bajo un aspecto técnico-constitucional: si la simple mayoría de los miembros
de ambas Cámaras es suficiente para hacer prevalecer el proyecto de refor
m a constitucional aprobado por el Congreso por sobre los vetos presiden
ciales. El G obierno argum enta que la simple m ayoría basta para rechazar
los vetos, pero no para im poner la voluntad de la simple m ayoría parla
m entaria por sobre la opinión del Poder Ejecutivo. En caso de que el Con
greso no reúna la mayoría de los dos tercios de sus miembros en ejercicio
para insistir en su criterio no hay norm a. Por últim o, tratándose de un con
flicto de interpretación de normas constitucionales la m isma Constitución
prevee el T rib u n a l C onstitucional (art. 78?) como autoridad que conoce
la contienda.
La oposición identifica el rechazo de los vetos con la aprobación del
proyecto del Congreso y solicita que la disputa sea dicidida m ediante ple
biscito. Estando claro, por u n lado, que la consulta a los ciudadanos es una
facultad discrecional del Presidente (Art. 109?) y que no puede versar so
bre técnica legislativa sino sólo sobre las m aterias controvertidas y, por el
otro lado, qua la mayoría parlam entaria insiste sobre sus criterios, existe
el peligro de un enfrentam iento institucional cuyo desenlace nadie puede
prever. Detrás de la apariencia jurídica existe una controversia política,
una cuestión de poder. La oposición trata de restringir las atribuciones del
Poder Ejecutivo y así im pedir la constitución de un área social que deter
m ine el desarrollo del sector privado; el gobierno trata de defender las fa
cultades que le otorgan las norm as vigentes que heredó, justam ente como
instrum ento para construir y orientar el área social como germen de un m o
do de producción socialista. Frente a la posibilidad de un conflicto de Po
deres, la U P y el PDC acuerdan buscar un entendim iento que posibilite
una política de cambios reales dentro del régim en institucional. A unque
persigan objetivos diferentes, las razones son obvias: por una parte, existen
ciertas concordancias sobre la m ateria, por otra parte, la vigencia de la es
tru ctu ra institucional favorece a ambos en la actual coyuntura. A la UP
porque la correlación de fuerzas le es desfavorable para un enfrentam iento
frontal y tiene su instrum ento básico para la lucha de las masas en el apoyo
del Poder Ejecutivo; el PDC porque no tiene ni u n a alternativa política ni
la iniciativa estratégica, pero calcula poder reconquistar la Presidencia en
las elecciones de 1976. Sobre esta base las directivas de la U P y de la De
mocracia C ristiana logran un acuerdo inicial sobre diversos puntos que no
llegan a ser formalizados. Fracasadas las negociaciones, el Gobierno Popular
envía al Parlam ento proyectos de ley sobre las m aterias que habían contado
con el acuerdo dé la dirigencia'dem ócratacristiana: actividades económicas re
servadas al Estado; participación de los trabajadores en el área social y en
43
el área m ixta con propiedad estatal m ayoritaria; sistema nacional de auto
gestión; garantías a los pequeños y m edianos propietarios de predios agríco
las, de actividades comerciales y de industrias extractivas.
44
levantada por los medios de com unicación conservadores. De ahí el interés
del Gobierno P opular por ratificar la legalidad de su acción m ediante una
nueva legislación, encauzar la lucha de clases por los mecanismos legales vi
gentes y desplazar la reacción fascista a la ilegalidad. A plicando con m áxi
mo rigor el principio de legalidad en todo su formalismo, se pretende dis
ciplinar las fuerzas trabajadoras y recuperar la confianza de los pequeños
y m edianos empresarios y comerciantes.
c) La eficiencia adm inistrativa: puesto que las prim eras medidas no
habrían logrado aum entar (electoralmente) el apoyo político, la fu tu ra la
bor gubernam ental debiera ser más eficiente. Los criterios para increm entar
la eficiencia de la adm inistración pública (y sobre todo de las empresas es
tatales) no parecen ser otros que una progresión cuantitativa de la raciona
lidad capitalista: mayor disciplina, mayor rendim iento, mayor producción.
La indeterm inación sobre los cambios a realizar no produce un cambio cuali
tativo de los criterios de eficiencia.
3. Estabilizar la política económica, reestablecer la confianza política,
aum entar la eficiencia de trabajo, son objetivos destinados a re u n ir las fuer
zas m ayoritarias aislando la m inoría im perialista y m onopolista en el país,
recuperando los sectores burgueses pertenecientes a la UP, conquistando
aliados entre la burguesía no m onopolista y neutralizando los sectores ca
pitalistas opositores. Definiendo al im perialism o y a los m onopolios como
los enemigos principales, la actual coyuntura exige desarrollar un denom i
nador común capaz de aglutinar todos los que están en favor de cambios
estructurales p ara generar una correlación de fuerzas favorables al Gobier
no Popular. Esta m eta es resum ida nítidam ente por Víctor Díaz en su in
forme al Pleno del P artido Com unista a fines de junio. “La esencia de esta
línea consiste en la capacidad de definir adecuadam ente los enemigos p rin
cipales y dirigir contra ellos el golpe más duro, transform ando a la clase
obrera, sobre la base de la un id ad socialista-comunista, en u n a fuerza capaz
de tom ar en sus m anos las reivindicaciones legítimas de todo el pueblo.
Sólo así es posible ganar aliados, o al menos neutralizar a los sectores del
pueblo que no es posible u n ir a generar una correlación de fuerzas favora
bles al pueblo, crear las condiciones para qiie ésta reúna más fuerzas que
sus enemigos. Esta línea es la que está condensada, desde el punto de vista
estratégico como de la táctica adecuada a la situación histórica chilena, en
el Program a Básico de la U nidad P opular”. En esta perspectiva deben ser
analizadas las im plicaciones de los objetivos indicados en el p u n to anterior.
a) La reorganización del funcionam iento económico, la restauración
de la legalidad form al y la prioridad de la eficiencia adm inistrativa, parecen
perseguir un doble fin: conquistar las capas burguesas no-monopolistas y
fortalecer al aparato civil-militar como los pilares de u n a m ayoría institu
cional. R eferente al prim er objetivo, se trata de crear la confianza econó-
m ica-política que garantice las expectativas sociales de estos grupos. Cabe
preguntarse si en u n período que se define constantem ente en vías hacia
la construcción del socialismo es posible ganarse la confianza de sectores
del capital privado sobre la base de criterios de racionalidad capitalista que
justam ente se proclam a superar. R eferente al segundo objetivo, se trata de
asegurar el apoyo de las instituciones m ilitares y estructurar el aparato del
Estado capaz de construir u n a economía socialista. No significa sino reto
m ar la tesis sobre el predom inio de la estructura política sobre la base eco
nóm ica (para el caso chileno) y apoyarse en la sobreestructura jurídico-
institucional para transform ar las relaciones socioeconómicas. Si no hay d u
da acerca de la lealtad constitucional de las Fuerzas Armadas como pilar
decisivo de u n a m ayoría institucional, cabe preguntarse nuevam ente si se
45
ru e d e iniciar la transform ación de la sociedad apoyándose en el aparato
estatal en forma independiente de la lucha de la clase obrera por el poder.
En otras palabras: ¿cuál es la autonom ía relativa del aparato de Estado bajo
las actuales condiciones y metas?
b) En caso de que la estrategia de la “m ayoría institucional” radique
en el apoyo político de la burguesía no-m onopolista y de la adm inistración
civil-militar, la lucha de clases quedaría relegada a un segundo plano. La
estabilización económica significa la disciplinación del m ovim iento obrero
e incluso su represión en caso de que peligre la imagen de legalidad. La
desmovilización de la lucha proletaria im plica u n a despolitización de las
masas asalariadas, lo que es idéntico a u n a politización de derecha. Si la
conciencia de clase surge de la lucha de clase y es conciencia de lucha de
clase, la desmovilización de las masas corresponde a la movilización de la
Derecha que requiere justam ente una masa apolítica. Frenar ahora la lucha
de clases parece tanto más peligroso, en cuanto recientem ente la C U T (en
su prim era elección directa, personal, y universal de la directiva demostró
las posibilidades favorables para u n a mayor unidad de la clase obrera más
allá de las fronteras partidistas. U na política de “unidad, eficiencia, disci
p lin a” (Pleno del P. C., junio 72) no está exenta de riesgos, si no es asu
m ida subjetivam ente por las fuerzas trabajadoras como interés objetivo de
la lucha para su emancipación.
c) Si la destru cció n de los m onopolios ex tran je ro s y nacionales con
duce a la construcción de u n A rea de P ro p ied a d Social sin cam bio de las
relaciones sociales de prod u cció n , el E stado seguirá siendo m o to r del p ro
ceso de rep ro d u cció n capitalista. Sólo en la m ed id a en q u e el p o d er estatal
sea sustraíd o al proceso de valorización del cap ital privado, es posible in i
ciar la construcción d el socialismo. Si el área social sigue in c o rp o rad a a
la econom ía de m ercado y, p o r lo tan to , es en su co n stitu ció n d e te rm in a d a
desdé a fu era p o r el cap ital p rivado, se d esarro llárá u n capitalism o de Es
tado. T a l m odo de p ro d u cció n n o p u ed e ser juzgado en abstracto, sino que
debe ser valo rad o a la luz de la estrategia n acional e in te rn a c io n a l del m o
v im ien to p ro letario .
d) De ahí surge la pregunta fundam ental frente a la actual situación
política: si hay un cambio en la política de la U P ¿es de orden táctico o es
tratégico? M ientras que las negociaciones entre el G obierno y el PDC fue
ron interpretadas por ambas partes como un pacto táctico, la realización de
lo tratado im plicaría más bien una coalición estratégica. A unque las con
versaciones no tuvieron éxito, dem uestran la gran madurez política de la
U nidad Popular y de la prim era fuerza de oposición. El carácter positivo
de la discusión y negociación fue perturbado por la form a en que se lle
varon a cabo. El secreto de las reuniones, reforzado por el tratam iento técnico
en que se presentaron las materias, revelan un estilo político que renueva
en las masas el sentim iento de que “las cosas son decididas arrib a”. Para
liberar al individuo real de la im potencia del ciudadano abstracto (cuya
participación política se lim ita a em itir un sufragio) hay que rom per el di
vorcio entre el pueblo y sus representantes. U na m anera de atacar al Estado
representativo como quintaesencia del Estado burgués es desarrollar cana
les de cpmunicación de doble flujo. Surge un diálogo social que define la
finalidad del trabajo de la sociedad; liberar el trabajo de su alienación im
plica tom ar conciencia del objetivo de la actividad hum ana. En este sentido
es urgente seguir clarificando las metas del proceso. En su discurso del 19
de mayo de 1972, el Presidente Allende enfatizó la necesidad de “entender
bien, saber dónde vamos, qué m eta debemos alcanzar en esta etapa. Yo he
dicho honestam ente: El Gobierno que presido no es un Gobierno socia-
46
: -ta. El program a de la U nidad, P opular no es un program a socialista. Pe-
ro el Gobierno y el progreso inician la construcción socialista y tenemos
que ir afianzando firmemente, ir poniendo cada ladrillo del futuro edificio
con dolor, con sudor, con esfuerzo, sin sangre, pero con la decisión de
derram arla si es necesario, camaradas”. (El Siglo, 3 de mayo de 1972). No
sobran palabras para insistir en la meta, las etapas y los mecanismos que
orientan la política de la UP. No se trata ni de verbalismo revolucionario
ni de reem plazar las palabras por los hechos. Si los juicios academicistas
son aburridos, tam bién es cierto que los hechos no hablan de por sí. La pa
labra, la comunicación, la comprensión y explicación de los hechos es in
dispensable para que las masas y cada individuo asuman el proceso como
'iijeto histórico. Recién un esclarecimiento de la perspectiva estratégica
perm ite a los trabajadores definir la táctica correcta. M ientras que la lucha
de las masas no signifique (al nivel objetivo y subjetivo) la realización de
la clase obrera como clase dom inante, falla la conducción política de los
partidos populares. Si errores de la conducción política provocan confu
sión, la ausencia de conducción política im plica la m anipulación de las
masas y significa que el proletariado no tiene la hegemonía para dirigir
una alianza de clases. Como consecuencia, la destrucción del sector mo
nopolista sería pagada con el fortalecim iento de la burguesía no-monopo
lista que sé apoyaría económicamente en el área privada capitalista y en la
distribución desigual del ingreso e ideológicam ente en el m undo mítico
no cuestionado de la vieja oligarquía.
4.—Las posibles consecuencias señaladas rem iten al Program a Básico.
Su realización requiere una alianza de clases bajo la hegemonía del proleta
riado cuya lucha derrota el dom inio de los m onopolios y terratenientes e
inicia la construcción del socialismo. Ambos objetivos de lucha confluyen
en la transform ación de las relaciones sociales de producción. R evolucionar
las relaciones de producción capitalista en el área social es lo decisivo. El
cambio de las relaciones de producción como consecuencia del cambio de
las relaciones de propiedad solamente surge de la lucha de las masas asa
lariadas. Para derrotar la reacción im perialista y m onopolista hay que im
pulsar la lucha de clases. En el V Pleno del m a p u (junio de 1972) el Se
cretario General, Jaim e Gazmuri, enfatizó la ausencia de las masas. “Noso
tros pensamos que el principal error nuestro, que la principal deficiencia
de la U P y del Gobierno, que la cuestión que nos im pide convertir en un
apoyo más sustancial que el que tenemos las enormes transform aciones re
volucionarias que este Gobierno ha hecho, es que desarrollamos un estilo
político que no toma en cuenta suficientem ente a las masas y su potencial
inmenso de combate. Se confunde el respeto a la legalidad con el legalismo,
la necesidad de eficiencia con el burocratismo, la mantención del orden
con el inm ovilism o de las masas”. (El Siglo, 28 de junio de 1972. Subrayado
por N. L .) .
¿Qué se gana cuando el poder estatal adquiere empresas en las oficinas
y los obreros no lo sienten como una conquista de ellos, que el aparato
estatal es su instrum ento para cam biar su “condición obrera”? No hay área
social sin cambio de las relaciones de producción, sin cambio de las rela
ciones de producción no hay desarrollo de las fuerzas de producción, sin
desarrollo de las fuerzas productivas del área social no se logra quebrar el
sistema capitalista y hacer irreversible el proceso de transform ación. El
m a pu en el m encionado Pleno enfatizó: “No hay posibilidad de dirección
industrial, de plan de desarrollo de la economía, sin control obrero de los
centros fundam entales de la producción. Plan, dirección y control obrero
son tres aspectos de un mismo problem a y no podemos resolver los proble-
mas de la planificación como la resolvían los gobiernos burgueses. Deci
mos e insistimos en la dirección de la economía social como el nervio y
m otor del desarrollo del país. Tenem os que dar un salto gigantesco en estos
tres niveles: control obrero, dirección industrial y plan de desarrollo del
país”. (El Siglo, 29 de junio de 1972). Realizar la conducción política de
la clase obrera a través del control obrero y una planificación proletaria
requiere la incorporación del Estado y del Derecho a la lucha de las masas.
Un esquema interpretativo
F rente a la com plejidad del proceso social nos preguntam os siempre por su
lógica interna. Interrogar la estrategia de la “vía legal” por sus im plican
cias no es, pues, una m era evaluación del costo social, sino un intento por
diferenciar los acontecimientos esenciales de los hechos accidentales para
precisar y estudiar las contradicciones en desarrollo. Se trata de determ i
nar la racionalidad propia del proceso de vida de la sociedad, desplegando
teórica y prácticam ente los elementos sociales en movimiento. Encontrare
mos entonces que la racionalidad concreta de la situación concreta es definida
por el antagonismo de dos lógicas que condicionan el proceso de transform a
ción de la sociedad capitalista y determ inan el m om ento de ru p tu ra e
irreversibilidad. En este sentido B ettelheim habla de dos dialécticas: una
de circularidad, determ inada por la reproducción y la negación-conserva
ción, otra de transform ación determ inada por la lucha de clases y la nega
ción-destrucción. En form a similar, Lelio Basso en su conferencia de San
tiago, habló de dos lógicas en pugna que se expresan en la lucha de clases.
Desde ese p u n to de vista planteam os la hipótesis de que el desarrollo de
relaciones de producción socialistas es la negación-destrucción, que desa
rrollándose a p artir y dentro de una economía capitalista, es el elemento
de ru p tu ra.
En términos generales, la contradicción fundam ental de la formación
social chilena existe entre el posible desarrollo de las fuerzas productivas
y la disposición privada sobre la riqueza social. Esta contradicción entre
la producción social y la apropiación capitalista tiene su aspecto princi
48
pal en el cambio ele las relaciones sociales de producción. Sólo éste y, por
consiguiente, la transform ación de las relaciones jurídicas e ideológicas,
perm ite la socialización real de las fuerzas de producción. En concreto
ello significa que la lucha de clases se centra sobre el cambio de las rela-
rijties de producción capitalistas, cuyo aspecto principal se m anifiesta bajo
la forma de un antagonism o entre las masas m ayoritarias y la m inoría m o
nopolista-latifundista. Frente a esta contradicción el antagonism o entre
burguesía y proletariado reviste en esta fase un aspecto secundario. El p ri
mado de la política sobre la economía im plica que la base objetiva de la
alianza de clases determ ina el desenvolvimiento ele las contradicciones en
el desarrollo ele las fuerzas productivas. La expansión cualitativa de las
fuerzas productivas requiere la destrucción de la dom inación de los m o
nopolios extranjeros y nacionales y de los terratenientes y la creación de
nuevas relaciones sociales cíe producción. En esta perspectiva, la lucha de
clases por el poder tiene su aspecto principal prim ero en la estructura ju-
1 ídico-institucional, o sea, en el empleo del aparato estatal y del sistema
legal por parte de las masas asalariadas contra el poder económico del gran
capital. En u na segunda fase, el aspecto principal de la lucha de clases ra
dica en la construcción de nuevas relaciones de producción. Es decir, el
prim ado de lo político requiere ahora como base ele una nueva estructura
de poder: la constitución de relaciones de producción socialistas como m o
tor de la organización proletaria. En otras palabras: aunque em pleando el
Estado y el Derecho burgueses, es entonces el control real y efectivo de la
clase obrera sobre la riqueza social básica el que define la cuestión del
poder.
4.—CEREN 49
cuanto equivalentes, es decir, en cuanto producto de trabajo hum ano abs
tracto (valor de cam bio). Al aparecer el carácter social solam ente a pos-
teriori m ediante el intercam bio de bienes, aparece como algo externo, exis
te como m era relación entre cosas.
El proceso social de reproducción presupone la distribución propor
cional del trabajo total según las diferentes ramas de trabajo, según la
cantidad y calidad de las necesidades sociales. Pero si el carácter social de
cada trabajo particular es m ediado sólo posteriorm ente a través del in
tercambio, tampoco la distribución del trabajo social total puede resultar
de un proceso organizado conscientemente por los productores, sino que
se im pone tras sus espaldas con fuerzas casi naturales. Ello significa que la
distribución proporcional del trabajo social total según los diferentes sec
tores de producción se im pone solamente como la tendencia a equilibrar
los desequilibrios producidos.
La producción m ercantil capitalista im plica que la producción de m er
cancías h a llegado a ser la form a predom inante de producción y que se ha
desarrollado u n a form a específica de división social del trabajo; la división
entre capitalista y obrero asalariado. El carácter social del obrero se m a
nifiesta abiertam ente cuando aparece bajo la forma de cooperación de un
m ayor núm ero de obreros bajo la b atu ta de un mismo capital. En el desa
rrollo del m odo de producción capitalista este carácter social del trabajo
se im pone como tendencia hacia la socialización de la producción y, por
ende, del trabajo. Pero esta socialización creciente queda pendiente de la
subsunción real del trabajo bajo el capital, m ientras que sim ultáneam ente
para los capitalistas (que se enfrentan en el m ercado como poseedores in
dividuales de mercancías) sigue reinando la anarquía de la producción.
T o d a producción social requiere cierto marco de condiciones necesarias
para la m antención del proceso de producción. Estas condiciones deben ser
producidas como condiciones necesarias de la misma producción social, es
decir, la sociedad debe gastar parte de su tiem po de trabajo disponible en
su realización. Por otra parte, la anarquía en la distribución capitalista del
total disponible de tiem po de trabajo según los diversos sectores de produc
ción im pide que los trabajos comunes del proceso de producción puedan ser
realizados en com unidad. Ello significa que, por un lado, la socialización
de la producción requiere tareas comunes, pero que, por el otro lado, la
form a específica de tal socialización bajo condiciones capitalistas im pide
su solución en com unidad. Esta contradicción provoca el desdoblam iento
de Estado y Sociedad Civil, enfrentando el Estado la sociedad de particu
lares en cuanto encarnación del interés general. La organización de las
tareas sociales necesarias que no puede realizar una sociedad de individuos
particulares que se relacionan sólo a través del mercado, exige al Estado
como “existencia especial junto a la sociedad civil y al margen de ella”
(M a rx ).
Surge así el Estado como la función de crear las condiciones generales
necesarias para m antener la reproducción social, condiciones que se am plían
con la expansión de la producción. A quí reside la base m aterial para la
intervención estatal directa en la economía; intervención que en la fase
del capitalism o m onopólico de Estado se transform a en incorporación total
del Estado al proceso de reproducción social. La prim era función del Esta
do: form ar las condiciones sociales requeridas por el proceso de reproduc
ción capitalistat rem ite a la segunda función: armonización y/o represión
de la lucha de clases.
Por razones históricas los clásicos textos marxistas enfatizan esta se
gunda función. Como producto de la independización social de la propie
50
dad privada y del carácter irreconciliable del antagonism o de clases, se de-
-irro lla el Estado como “un poder situado aparentem ente por encima de
la sociedad y llam ado a am ortiguar el choque” (E ngels). El carácter re
presivo del Estado prevalece en el grado en que el m ovim iento obrero
crece y choca violentam ente con el orden establecido por el capital. Es en
esta perspectiva histórica que L enin ataca el reformismo socialdemócrata y
enfatiza la violencia institucional del Estado. “El Estado es un órgano de
dom inación de clase, un órgano de opresión de una clase por otra, es la
creación del ‘orden’ que legaliza y afianza esta opresión, am ortiguando los
choques entre las clases” (El Estado y la R ev o lu ció n ).
El aparato estatal cum ple ambas funciones indicadas para conservar la so
ciedad de clases bajo la dom inación del capital privado, o sea, en definitiva
para reproducir las relaciones de producción capitalistas. Considerando la
“síntesis de la sociedad burguesa bajo forma de Estado” (Marx) ¿qué sig
nifica para el proletariado plantear la tom a del poder en el marco del ré
gimen institucional burgués?
Partiendo de la función que cum ple el Estado en el proceso de pro
ducción y reproducción del capital privado, el análisis debiera orientarse
al entrelazam iento entre el aparato estatal y los monopolios, a los mecanis
mos de la intervención estatal en el proceso de valorización del capital, a
las m aterias que regula el derecho positivo y a la influencia de las nor
mas sociales, a las funciones ejercidas por el m ito de la legalidad; y a p artir
de allí estudiar el uso alternativo que pudiera hacerse del sistema legal-
institucional para desorganizar, el funcionam iento capitalista de la sociedad.
Ello im plica un cambio en el funcionam iento económico y político. Signi
fica crear las condiciones sociales necesarias para una acum ulación de capi
tal socialista m ediante la constitución de un área social, donde la fuerza
trabajadora controle real y efectivamente las principales actividades es
tratégicas del país. Se trata de “disfuncionar” al Estado (aparato estatal y
aparatos ideológicos del Estado) para cambiar las relaciones sociales de
producción. Y, cam biando las relaciones de producción capitalistas, trans
form ar la estructura de poder. Se trata, por tanto, tam bién de “disfuncio
n ar” al Estado en cuanto afianza el orden, am ortiguando los choques entre
las clases, para poder oprim ir la clase obrera. Al contrario, es necesario
que im pulse la lucha de clases, reprim iendo la m inoría burguesa-monopolis
ta para poder destruir el orden capitalista.
La especificidad de la lucha de clases en Chile radica en el hecho de que
las organizaciones proletarias penetraron parcialm ente al Estado y al De
recho, quebrando su imagen de árbitro y de poder situado aparentem ente
por encima de la sociedad y sus antagonismos. De ahí que ahora el desa
rrollo relativam ente avanzado de la estructura jurídico-institucional provoca
dos contradicciones fundam entales, que la lucha de las masas va im pul
sando y que, a su vez, agudizan la lucha de clases.
En prim er lugar, cabe destacar la contradicción en que entra el Estado
consigo mismo. El Estado m oderno surge con la independización de la
propiedad comunal-feudal en propiedad privada sobre los medios de pro
ducción como coordinador entre Sujetos particulares en representación de
ciudadanos abstractos. A rriba fue indicado cómo la expansión de la es
cala de producción requiere la progresiva intervención directa del Estado
en las formas de producción y consumo de la riqueza social.
51
‘El representante oficial de la sociedad capitalista, el Estado, tiene
que acabar haciéndose cargo del m ando de la producción”. Y a pie de pá
gina Engels acota: “Y digo que tiene que hacerse cargo, pues la nacionali
zación sólo representará un progreso económico, un paso de avance hacia
la conquista por la sociedad de todas las fuerzas productivas, aunque esta
m edida sea llevada a cabo por el Estado actual, cuando los medios de pro
ducción de transporte se desbordan ya realm ente ele los cauces directivos
de una sociedad anónim a, cuando, por tanto, la m edida de nacionaliza
ción sea ya económicamente inevitable”. Decisivo es el desarrollo que Engels
bosqueja a continuación. “Pero las fuerzas productivas no pierden su con
dición de capital al convertirse en propiedad de las sociedades anónim as y
de los trusts o en propiedad del Estado. Por lo que a las sociedades anó
nim as y a los trusts se refiere, es palpablem ente claro. Por su parte, el Es
tado m oderno no es tampoco más que u n a organización creada por la so
ciedad burguesa para defender las condiciones exteriores generales del mo
do capitalista de producción contra los atentados, tanto de los obreros como
de los capitalistas aislados. El Estado m oderno, cualquiera sea su forma, es
u n a m áquina esencialmente capitalista, es el Estado de los capitalistas, el
capitalista colectivo ideal (subrayado por N. L .) . Y cuanto más fuerzas
productivas asum a en propiedad, tanto más se convertirá en capitalista
colectivo y tanta m ayor cantidad de ciudadanos explotará. Los obreros
siguen siendo obreros asalariados, proletarios. La relación capitalista, lejos
de abolirse con estas medidas, se agudiza. Mas, al llegar a la cúspide, se
derrum ba. La propiedad del Estado sobre las fuerzas productivas no es la
solución del conflicto, pero alberga ya en su seno el medio formal, el re
sorte p ara llegar a la solución”. Transform ado en capitalista colectivo real,
el Estado entra en contradicción consigo mismo en cuanto garante de la
propiedad privada. Es lo que en 1877 preveía Engels al señalar el carácter
transitorio y precario de esta fase. “Y, al form ar cada vez más la conversión
en propiedad del Estado de los grandes medios socializados de producción,
señala ya por sí mismo el camino por el que esa revolución h a de p rodu
cirse. El proletariado tom a en sus manos el Poder del Estado y comienza
por convertir los medios de producción en propiedad del Estado” 21. Pero
entonces ya no es propiedad del Estado burgués separado de la sociedad,
sino del Estado popular en el cual ha entrado concreta y m asivam ente la
Sociedad. Hoy la teoría del capitalismo monopólico de Estado in ten ta ex
plicar por qué el Estado convertido en capitalista colectivo real no provoca
la destrucción profetizada del Estado burgués. En este contexto merece
atención el proceso iniciado por la U nidad P opular cuando el Estado no
sólo nacionaliza los grandes monopolios, sino trata de im pulsar sim ultánea
m ente el control obrero sobre los medios de producción. La lucha por la
propiedad estatal sobre las actividades económicas estratégicas, o sea, el
Estado como capitalista colectivo, aparece solamente como . prerrequisito
para instaurar un área social con nuevas relaciones de producción. Cam
biando la base económica cambia la naturaleza del Estado. Este parece ser
el postulado im plícito: de la socialización de la producción a la socializa
ción del poder.
En segundo lugar y de m anera similar, la ley burguesa como expresión
form al y abstracta de relaciones económicas capitalistas entra en contra
dicción consigo misma al cam biar las relaciones de producción que regula
ba 22. En cuanto norm a general y obligatoria legalizaba relaciones de pro
52
ducción capitalistas y afianzaba el poder de la burguesía como orden. En el
prim er tomo de El Capital escribe M arx que “la centralización de los me
dios de producción y la socialización del trabajo llegan a un punto en que
se hacen incom patibles con su envoltura capitalista. Esta salta hecha añicos.
H a sonado la hora final de la propiedad privada capitalista. Los expropia-
dores son expropiados ( . . . ) • Es la negación de la negación. Esta no res
taura la propiedad privada ya destruida, sino u n a propiedad individual
que recoge los progresos de la era capitalista: una propiedad individual
basada en la cooperación y en la posesión colectiva de la tierra y de los
medios de producción producidos por el propio trabajo” 23. En cuanto ne
gación de la negación que es la propiedad privada de capitalista, el proceso
revolucionario transform a el mismo concepto de ley. Es im portante desta
car que la política de la U nidad P opular ataca no sólo el contenido clasista
de la ley, sino incluso su concepto en cuanto formalización de la propiedad
privada capitalista.
Expresando la violencia institucionalizada de la clase dom inante, la
ley burguesa se vuelve contra sí misma al ser em pleada contra la burguesía
y su base económica. El contenido m aterial de la ley choca con su forma
ideológica al perm itir justam ente su concepción formal y abstracta aplicarla
contra el capital. Sim ultáneam ente la forma de la ley choca contra el con
tenido clasista, porque al poder ser em pleada por las masas contra la b u r
guesía se disuelve su aparente neutralidad y objetividad. Así la lucha de
clases puede hacer jugar la dialéctica de forma y contenido para desarrollar
el antagonism o social en el mismo concepto de legalidad.
53
apogeo es una de las m edidas más sensatas para ganar el poder político 2i.
P orque las masas solamente ganan el poder efectivamente en la m edida en
que cam biando las circunstancias se revolucionan ellas mismas, capacitán
dose a ejercerlo directam ente. El esquematismo caricaturiza la com plejidad
de los planteam ientos, pero perm ite percibir los diferentes conceptos de
revolución implícitos. Se podría caracterizar el prim ero como “revolución
escalonada” y el segundo como “revolución ininterrum pida”. Cada u n a de
las concejpciones condiciona determ inadas tácticas y estrategias. A ser
cierta la recom endación de M aquiavelo de respetar las apariencias, porque
los pueblos se resisten al cambio de las formas, pero no a la transform ación
de la realidad si ella se da m anteniendo las formas acostumbradas, enton
ces la prim era línea sería más prudente. Sin embargo, u n a política que
trata de cambiar el contenido y no la form a del Estado y del Derecho b u r
gueses conlleva u n doble peligro. Apoyándose en el aparato estatal y el sis
tem a jurídico vigentes las organizaciones populares despolitizan la lucha
de las masas y, a la inversa, la desmovilización de las masas refuerza la es
tru ctu ra jurídico-institucional existente. La segunda línea, por su parte,
enfrenta la dificultad de tener que responder a necesidades inmediatas,
siendo que su proyecto de transform ación se basa en expectativas mayori-
tarias, pero difusas de “cambios”. Es decir, no se puede oponer al m undo
actual un contram undo futuro. Se trata, en cambio, de o¿>rar a p artir y
sobre la estructura dada para abolir la posibilidad de esta estructura, y la
posibilidad radica en la estructura misma: es el antagonism o que la desa
rrolla. La am bición no es sino superar la contradicción entre capital y tra
bajo asalariado como proceso de em ancipación de la clase obrera.
54
rios, am pliando el campo de combates extralegales, chocando con leyes sen
tidas ilegítimas, la lucha de las masas organizadas rom pe la legalidad como
principio abstracto y anticipa nuevas normas. En la dialéctica de legalidad
e ilegalidad el proletariado tom a conciencia de su legitim ación como crea
dor y ejecutor de una nueva legalidad. En la m edida en que la lucha for
m a una conciencia de clase, tam bién crea una conciencia jurídica de dase
que arrebate a los m andarines el m onopolio ético de “lo justo”. El derecho
deja de constituir el secreto de oficio de una burocracia para transform arse
en la expresión social de nuevas formas de producción y comunicación. A
ello ap u n tan las palabras finales de Allende en su Segundo Mensaje ante
el Congreso: “En un sistema institucionalizado como el nuestro, es poten
cialm ente pertu rb ador m antener prolongadam ente la incoherencia entre
norm as jurídicas de espíritu tradicional, por un lado, y las realidades socio
económicas que están naciendo, por otro. T odo un sistema norm ativo debe
ser m odificado y un conjunto de medidas adm inistrativas ser puestas en
práctica para ordenar las nuevas necesidades. El sistema bancario, el finan
ciero, el régim en laboral, el de seguridad social, la adm inistración regional,
provincial, m unicipal y comercial, los sistemas de salud y educacionales, la
legislación agraria e industrial, el sistema de planificación, la misma estruc
tu ra adm inistrativa del Estado, la propia Constitución Política, no se co
rresponden ya con las exigencias ‘que los cambios instaurados están plan
teando. Este program a que interesa y pertenece al pueblo entero, debe ser
discutido por él para luego adquirir validez jurídica”. A quí se insinúa un
aspecto im portante de la dimensión global que tiene la movilización de las
masas. La participación directa y decisiva del pueblo en la formación de
leyes es un proceso social de aprendizaje económico, político y cultural in
dispensable para que la clase obrera invente y despliegue nuevas formas
jurídico-institucionales de organización social.
Cabe añadir que solamente dentro de una dialéctica de legalidad e ile
galidad es posible com prender la violencia no como una m era hostilidad
arb itraria (física) sino como elem ento constitutivo de toda relación de do
m inación 2B. La dialéctica de amo y siervo es de vida y m uerte, de placer y
pena. Por tanto, es equívoco entender la “vía legal” idéntica a una transi
ción pacífica al socialismo. T am bién la ley es violencia y no sólo su viola
ción. “A los economistas burgueses les parece que con la policía m oderna la
producción funciona m ejor que, por ejemplo, aplicando el derecho del más
fuerte. Ellos olvidan solamente que el derecho del más fuerte es tam bién
un derecho y que este derecho del más fuerte se perpetúa bajo otra forma
en su ‘estado de derecho’ ” 2e.
2) La dialéctica de legalidad y legitimidad. El punto anterior ya se
ñala que la legitim ación no puede ser restringida a u n consenso social más
o menos m anipulado. La legitim idad es m om ento constitutivo de toda re
lación de poder. N inguna dom inación puede perdurar sobre la base de em
pleo perm anente de la represión violenta; un orden social se afianza en la
m edida en que obtiene la obediencia voluntaria. El amo requiere la con
ciencia servil para ser amo; la legitim idad como reconocim iento m utuo de
amo y siervo expresa la obscenidad de la alienación. La legitim ación de la
dom inación burguesa requiere la conciencia alienada del proletariado; alie
nada por las relaciones de producción capitalista. En otras palabras: si de
term inada estructura de poder es la expresión política de determ inadas re
laciones de producción, son éstas las que especifican históricam ente el prin-
55
cipio de legitimación. La legitim idad media, pues, al nivel de la conciencia
social, las relaciones sociales de producción con las relaciones políticas de
dom inación. Al cam biar las relaciones de producción capitalistas y rom per,
por tanto, el poder alientante del burgués, el proletariado produce la legi
tim ación del poder obrero: la igualdad. La igualdad es la libertad de la
em ancipación. La dialéctica de legalidad y legitim idad es, por tanto, una
lucha donde “la libertad consiste en convertir al Estado, de órgano que
está por encima de la sociedad, en un órgano com pletam ente subordinado
a ella” (M a rx ).
Es en esta dialéctica que surge la actual discusión sobre el doble poder.
La dualidad de poder es una estrategia que en el marco territorial del Es
tado burgués desarrolla un poder obrero antagónico no sólo del poder de
la burguesía (entonces podría lim itarse eventualm ente a la esfera econó
mica; consejos de fábricas) sino al Estado burgués, o sea, a la democracia
representativa como la forma política bajo la cual se reproduce el capital
privado. El hecho de que la U P haya conquistado el gobierno puede llevar
a un conflicto de poderes, pero no significa una dualidad de poder (en el
sentido estricto de] concepto). Para que exista un doble poder debiera
surgir u na estructura de poder paralela y antagónica al Estado burgués y
su legitimación, pero no necesariamente opuesta al Gobierno Popular. A quí
radican actualm ente las discrepancias en el seno de la Izquierda chilena.
No cabe en este m arco analizar las condiciones de tal estrategia y si ella
corresponde al “Estado P opular” y a la “Asamblea del P ueblo” planteados
por el Program a Básico de la U nidad Popular. En todo caso no hay duda
de que “el derecho no puede ser nunca superior a la estructura económica
ni al desarrollo cultural de la sociedad por ella condicionado” (M a rx ).
Las posibilidades y limitaciones que ofrece la estructura jurídico-institucio
nal a la lucha de la clase obrera por el poder depende, por tanto, en gran
m edida, de la m anera en que la U nidad P opular sepa aprovechar el régim en
legal-político para transform ar las relaciones de producción capitalistas y
destruir la legitim ación del poder burgués.
Julio de 1972
56
PRIMERA PARTE
P R I M E R A SEC C IO N
S e r g io B agu
59
de percibir lo pasado —percepción siempre selectiva— y de clasificarlo. El
porqué de una m etodología histórica tiene siempre una raíz en el presente
que vive el historiador que la inventa.
Pero, aunque sólo parcialm ente se encuentre nuestro conocimiento del
pasado ordenado por categorías aplicables a la verificación de proposiciones
e hipótesis im plícitas como las que enunciamos, el resumen que un histo
riador podría hacer de ese conocimiento sería vasto y fecundo. Lo imposi
ble es dar siquiera por comenzada esa tarea en los límites de una breve
colaboración, sólo puede intentarse un esbozo inicial con miras a una in
vestigación posterior, que bien podría hacer un aporte im portante en la
polémica sobre nuestras probabilidades inmediatas. U na suerte de prim era
conclusión para el análisis.
I. EPISODIOS EN LA H IST O R IA :
U N A CLASE EXPULSADA PO R O T R A
a) Revoluciones Políticas
60
de hoy, con u n influyente flanco profesional e intelectual, todo lo cual le
perm ite subsistir ante el form idable em bate de las transform aciones revolu
cionarias en la propiedad ele la tierra y en el poder político, sin perder
su individualidad ele clase. R eadaptándose después al nuevo ritm o organi
zativo, cruzándose con la nueva burguesía y la élite m ilitar en ascenso, par
ticipará, du ran te los prim eros decenios clel siglo X IX , en una constelación
diferente de clases dom inadoras donde se le asigna un puesto im portante y
estable. En la Inglaterra del siglo X V II la burguesía es aún demasiado dé
bil para hacer su propia revolución sin más ni más. Las luchas civiles se
producen entre bandos con dosis variables ele aristocracias tradicionales
neo-aristocracias terratenientes y burguesías empresariales en ascenso. Hay
desplazamiento de núcleos aristocráticos, pero jam ás deja de actuar en p ri
m er plano alguna aristocracia terrateniente y de sangre, cuyo ocaso político
es tan lento que no es ocaso sino declive perm anente, casi im perceptible,
que se prolonga, sin term inar aún, hasta nuestros días.
Estos que citamos son episodios muy conocidos por los historiadores
europeos. Más aún: las revoluciones burguesas en Europa, desde el R ena
cimiento hasta el siglo X IX , no term inan con el eclipse de las antiguas aris
tocracias, sino con un nuevo equilibrio de grupos en el ejercicio del poder
económico, político, social y cultural, en el que las antiguas aristocracias
siempre acaparan funciones muy im portantes, explícitam ente reconocidas
como un coto privado. Schumpeter, que conocía muy bien su historia eu
ropea, recordaba que las burguesías se')lo habían llegado a ejercer el po
der excluyentem ente en el modesto orden m unicipal. En el nacional y más
aún, en el im perial —agregamos nosotros— las burguesías alcanzaban el po
der económico cuando tenían como colaboradores eficientes a aristocracias
que tom aban a su cargo la m aquinaria político-jurídica, las arterias vitales
de la adm inistración estatal, el m anejo de las relaciones internacionales y
la diplomacia, los centros decidores de la política educacional y, en fin,
ese impreciso, pero sustantivo control social y cultural en el que los nue
vos valores burgueses se dibujaban sobre un vasto tapiz señorial. La his
toria de la R epública de Estados Unidos fue diferente porque la burguesía
em presarial sólo tuvo que enfrentarse a una aristocracia esclavista regional
—no nacional— sin antiguo oficio de m ando ni envergadura para el control
cultural y después de derrotarla por las armas en 1865 no encontró, hasta
el últim o decenio del siglo X IX , más enemigos que el desierto y las distan
cias para construí/ su form idable sede nacional capitalista.
b) Revoluciones Económicas
61
r.es tecnológicas. Hay un mercado industrial-capitalista que crece en in
mensidad y espacio hasta dom inar grandes zonas de todos los continentes.
Es un m ercado acentuadam ente desequilibrante. El capitalism o industrial
siembra progreso y decadencia a la vez: u n a es la condición. El cuadro de
la decadencia más conocido es el de los campesinos expulsados hacia los
núcleos urbanos industriales, el de los nuevos obreros del taller industrial
doblegados por las jornadas infinitas, el de los pordioseros y el lum pen
proletariado de París y Londres. Pero las zonas m arginales del capitalism o
industrial fueron muy numerosas y entre ellas hay muchas aún ignoradas
—aunque sospechadas— por los historiadores. En Escocia e Irlanda, en Es
paña, Portugal, Italia y en todo el continente europeo debe haber habido
decenas —quizás centenares— de aristocracias regionales y de burguesías em
presariales (algunas preindustriales, pero otras ya industriales), cuyo oca
so fue tan definitivo, tan inapelable que no alcanzaron a articular una re
sistencia armada. E l progreso capitalista las hundió silenciosamente en la
historia sin que pudieran siquiera quedar en los registros como ejemplos
de lo que ocurre cuando una clase se siente am enazada de m uerte.
62
migo y perseverar en su unidad durante la lucha. Es que la fragm entación
del dom inado no es u n a consecuencia de la dom inación, sino una parte in
trínseca de ella, uno de sus modos de operar.
Pero, aunque las clases dom inantes hayan tenido a su favor cierto
grado de hom ogeneidad conferido por la dom inación misma, el poder no
ha sido, casi nunca, el ejercicio respectivo de un solo instrum ento. En la
m edida en que la economía y la sociedad entraron en etapas de mayor com
plejidad, la dinám ica misma del poder fue engendrando una m ultiplicidad
de instrum entos de variada naturaleza, cuyo m anejo fue requiriendo una
estrategia y creando un riesgo, aun para los regímenes absolutistas y con
solidados. Sólo por excepción los dom inadores han controlado todos los
instrum entos del poder. Lo corriente es que alguno haya escapado, total o
parcialm ente, al m anejo de los dominadores, sobre todo cuando el poder
ha sido ejercido por más de una clase social. Por otra parte, al expandirse
el capitalismo industrial —y en especial desde fines del siglo X IX — sur
gía un orden internacional de com plejidad creciente de penetración eco
nóm ica de formas m uy diversas, invasiones militares, diplomacia, los más
distintos tipos de control político a distancia, dependencia tecnológica, do
m inación cultural masiva que complicó, por últim o, notablem ente los me
canismos de poder en cada una de las sociedades nacionales dependientes.
H ubo un traslado de las decisiones fundam entales de la órbita nacional a
la im perial y esto, aunque en ciertos m om entos simplificó las soluciones
favorables a los dominadores, en muchos otros las hizo más difíciles, len
tas e inseguras.
Lo frecuente, como dijimos, fue que los dom inadores tuvieran mayor
hom ogeneidad que los dominados. Pero nos estamos expresando en térm i
nos relativos. Lo que queremos decir es que el conflicto se ha producido,
por lo común, entre un conjunto de intereses contra otros; y que, por tra
tarse de conjuntos, cada uno ha encerrado cierto potencial de descomposi
ción con posibilidad de acentuarse en la lucha frontal misma. C uando lo
gramos penetrar en la intim idad de los grandes enfrentam ientos de clases
en la historia, con m ucha frecuencia,, llegamos a esta doble comprobación:
lo sustancial, lo que marcó el signo del gran ciclo histórico, ha sido el con
flicto entre clases, pero los episodios tácticam ente decisivos tuvieron como
protagonistas a sectores —a veces num éricam ente reducidos— dentro de una
misma clase, que com batieron encarnizadam ente contra otros sectores de
la misma clase, o bien se enfrentaron a grupos pequeños de otra clase.
a) Cflmbio Sustantivo
63
antigua aristocracia terrateniente y cortesana se le arrebata su dom inio
político y la mayor parte de sus tierras. En Estados Unidos de 1865, la
aristocracia del sur pierde la institución de la esclavitud y queda lim itado,
aunque no destruido, su comando político regional, pero —lo que es más
im portante— éste pasa a integrarse, sólo como elem ento de tercer orden,
dentro de la pirám ide del poder político nacional. Las revoluciones b u r
guesas de 1848 en E uropa no ocasionan u,n cambio generalizado e igual,
sino que el ejercicio del poder político requerirá en adelante —aun en
algunos lugares donde el levantam iento fue rápidam ente sofocado— u n con
dicionam iento más completo y, en general, mayor colaboración entre cier
tas clases. En todos estos casos de revoluciones burguesas, subsisten las aris
tocracias, pese al bravio choque arm ado y a la destrucción cuantiosa de
vidas y riquezas materiales. A unque se hizo evidente en todas partes que el
alborear burgués era una realidad inescapable.
2.—En Venezuela, los países andinos y los del Río de La Plata, la gue
rra de la independencia (1808-1824) y las luchas civiles hasta m ediados del
siglo X IX aproxim adam ente, fueron conflictos políticos-militares de insos
pechada envergadura social. Las fuerzas movilizadas en proporción a la
población total, y particularm ente a la población m asculina adulta, resul
taron enormes. Es muy difícil calcular la destrucción de vida y bienes m a
teriales, pero debemos creer que fue de gran m agnitud. Sus consecuencias
socio-estructurales han sido hasta ahora muy poco investigadas. Nosotros
tenemos la hipótesis de que en toda esa vasta zona, durante el período que
mencionamos, la propiedad ru ral sufrió frecuentes y radicales alteraciones;
la destrucción de bienes muebles fue cuantiosa; las contribuciones de gue
rra, m uy abultadas; la pérdida de vidas, m uy grande. Además se produjo
una desubicación general dentro de la estructura ocupacional y de la es
tru ctu ra de clases: esclavos negros que fueron enrolados y jam ás volvieron
a sus amos; m ano de obra rural blanca, mestiza e indígena, que desapare
ció o se desplazó; familias íntegras de propietarios rurales que huyeron o
fueron m aterialm ente despojados. Cuando, hacia m ediados del siglo, vuelve
a encontrarse en todas las regiones una estratificación en la cual los pro
pietarios territoriales ocupan la cima del poder económico y político, ¿de
bemos considerarla nueva o contigua a la de origen colonial? Opinamos
que la prim era hipótesis es más verosímil. (Más adelante, entre 1870 y 1890,
volverá a registrarse una nueva reconstitución de las clases rurales dom i
nantes, pero allí el agente genético por excelencia será el capitalismo in
dustrial actuando en el orden in tern a cio n al).
Si nuestra hipótesis se verificara podríam os decir que la guerra de la
independencia y las luchas civiles durante los prim eros lustros de las re
públicas andinas y ríoplatenses produjeron una verdadera m ortandad de
clases dom inantes: muchas de ellas sólo regionales, pero no pocas de vigen
cia nacional (en la m edida en que, para la época, pueda hablarse de eco
nomías y estructuras del poder nacionales). Y, sin embargo, quedó por to
das partes funcionando cierta m atriz de distribución de funciones sustan
tivas que perm itió u n nuevo reflorecim iento de clases dom inantes a corto
plazo, cuyos titulares tuvieron diferentes apellidos y cuya fuente de susten
tación económica sufrió variaciones, aunque no de gran im portancia.
3.—Quizás sea más fácil reconstruir (la tarea no está hecha, ni m ucho
menos) el silencioso naufragio de decenas de clases dom inantes como epi
sodios en la incruenta guerra económica en las zonas m arginales dentro clel
sistema internacional que el capitalismo industrial fue construyendo —o
reconstruyendo— a p artir de la segunda m itad del siglo X V III, función
histórica ésta que aún continúa y que probablem ente continuará hasta que
64
el capitalism o sea capitalismo. T ip o organizativo, el m ás dinám ico surgido
en la historia hasta 1917, es tam bién el más desequilibrante. Jamás llegó
a crecer sin producir m iseria; pero además, lo que es menos conocido, sin
h u n d ir en la historia a numerosas clases dom inantes preindustriales o pro-
toindustriales.
En Europa, las zonas m arginales que ya hemos m encionado se encuen
tran en muchas regiones de Irlanda y Escocia, la Península Ibérica, Italia,
Alemania, A ustria y los países del este. El conjunto de América latina está
incluido en esa enorme franja del sistema. Cuando el capitalismo industrial
penetra hasta allí lo que lleva es, en pequeña proporción, progreso subor
dinado y, en alta proporción, decadencia. Al organizarse los mercados en
círculos' concéntricos que iban a desembocar en el gran mercado interna
cional, cuyos núcleos se encontraban en las zonas que hicieron todas las eta
pas de su revolución industrial bajo el signo capitalista, el progreso y la
decadencia corrieron sim ultánéam ente, como efecto de la misma causa.
M urieron, m aterialm ente hablando, burguesías dom inantes y oligarquías
terratenientes que habían controlado corrientes mercantiles y actividades
adm inistrativas durante decenios o, quizá, siglos.
Las migraciones intercontinentales más voluminosas en toda la histo
ria de la hum anidad —las registradas entre 1880 y 1914— pertenecen a ese
proceso.
C uando sepamos finalm ente cuál fue el verdadero origen socio-estruc
tural y regional de los m igrantes que se agolpaban prim ero en los puertos
del M editerráneo y del norte y oeste de Europa para apretujarse después,
como ganado en pie, en los grandes buques que los iban a depositar en
Nueva York, R ío de Janeiro, M ontevideo y Buenos Aires, es m uy probable
que descubramos que no venían originalm ente de los lugares que ellos de
claraban al arribo, sino de otros, donde la decadencia había ya arrasado
la antigua estructura de clase.
En Cuba,: desde comienzos del siglo XX, el azúcar, m ucho más que
las luchas por la independencia hasta 1890, superpuso u n a nueva oligarquía
de empresarios-banqueros estadounidenses sobre una pirám ide de clases de
origen colonial que, durante el siglo X IX , había logrado una interpreta
ción con cierto m atiz nacional. En Venezuela, el petróleo produjo la más
sensacional y silenciosa de las revoluciones; deshizo, sin m etáfora, la es
tru ctu ra social y demográfica de los Llanos y de los Andes, y ofreció a los
restos de muchas familias gobernantes una alternativa indecorosa: la de
beneficiarios de tercera instancia, no ya de segunda, del nuevo poder eco
nómico y político que el petróleo im perialista levantó en la costa y en
Caracas. En Uruguay, como la lana para el m ercado internacional casi no
necesitaba m ano de obra, el campo fue arrojado hacia las ciudades como el
sobrante de esta operación de gigantescos desequilibrios capitalistas, con lo
que quedaron cercenados el mercado de consumo local para la ganadería va
cuna criolla y la tropa gaucha del caudillo señorial, sillares ambos de un
poder regional que venía m arcando la hora de la política nacional desde
Artigas. En A rgentina, el final victorioso de la zona pam peana, con su
oligarquía vacuna rozagante de dinero procedente del mercado europeo,
señaló la decadencia ya incurable de Corrientes (aquella provincia del
noreste que en 1835 ya había reivindicado, contra Buenos Aires, su dere
cho a industrializarse) y del vasto rincón del noreste, con las excepciones
de dos ínsulas; u n a zo^a de T ucum án y otra de Salta. El resto del noroeste
fue arrasado por el progreso capitalista: donde hubo bosques y lluvias que
daron los árboles bárbaram ente talados y el polvo reseco; y donde hubo
oligarquías locales desde el siglo X V III, quedó u n puñado de familias em-
5.—CEREN 65
pobrecidas que se m udaban con aprem io en cuanto podían a la zona del
progreso capitalista, que comenzaba en la ciudad de Córdoba y se extendía
hasta B ahía Blanca. Así m urieron, por ahogo económico, tantas clases do
m inantes en América latina a m enudo sin siquiera un cronista melancólico
que se apiadara de ellas.
4.—Hay en la segunda m itad del siglo X IX dos casos espectaculares
de lanzam iento de la revolución industrial por decisión del Estado y con
arreglo a norm as estrictas im puestas por él, afrontando los graves riesgos de
transform aciones socio-estructurales que im portaba. Nos referimos a la
A lem ania de Bismarck, después de la victoria en la guerra franco-prusiana
(1871) y a ese Japón que, según u n a tradición liistoriográfica discutible,
decidió racional y fríam ente un día de 1868 poner fin a la etapa feudal e
iniciar la capitalista industrial. En los dos casos, el Estado hace el gran
diseño de la transform ación y lo aplica. En los dos casos, el Estado crea
u n a nueva aristocracia: m itad nobleza tradicional y m itad em presariado
industrial ultram oderno, fom entando de intento y públicam ente el
entrecruzam iento de familias. En Japón, el procedim iento adm itió
una etapa previa. El Estado levanta la planta industrial para entregarla
después al nuevo em presariado privado, que ya la tom a en condiciones de
concentración gigante. El prim er gran ciclo se cierra en los dos países hacia
comienzos del siglo XX : en Alem ania y Japón ya ha sido construida, piedra
sobre piedra, la nueva aristocracia de señores de la tierra, grandes jefes de
las fuerzas armadas y directores-propietarios de la siderurgia, la industria
quím ica y la producción de m aquinaria, entrelazados fam iliarm ente todos
esos sectores y con abundantes títulos nobiliarios distribuidos en lustros re
cientes. Pero como ni Japón ni A lem ania comenzaron su revolución indusi-
trial de la nada, puesto que tenían ya anteriorm ente un desarrollo em pre
sarial en los sectores prim arios, secundarios y terciarios (que casi nunca se
m en cio na), es lógico suponer que esta gran operación de cirugía mayor
dirigida por el Estado en cada país implicó la decadencia silenciosa de u n
em presariado política y económicam ente débil y quizá su reubicación, en
escala muy modesta, dentro de la nueva estructura de clases.
5.—Donde el desastre de las clases anteriorm ente regentes aparece con
acento más radical es en las revoluciones socialistas del siglo XX. En el
Im perio zarista y en C uba se produce el enfrentam iento directo: la revolu
ción socialista derrota m ilitar y políticam ente a la clase dom inante, que és
arrasada como tal. Es verdad que la guerra había debilitado al régim en
zarista y a su aristocracia; en Cuba, en cambio, el régim en pareció intacto
hasta poco antes de su derrum be. Pero el proceso es diferente en Polonia, R u
m ania, H ungría, Bulgaria, Checoslovaquia, A lbania y Yugoslavia. Después de
la etapa de dom inación nazi hasta 1939, que ya significó en varios de esos paí
ses la superim posición de un poder extraño que redujo a las clases locales
dom inantes a funciones policiales subalternas, la guerra misma se fue desa
rrollando en dos o tres frentes. El enfrentam iento de los dos grandes blo^
ques y la guerra de guerrillas en varios de esos países hicieron* que, al llegar
1945, las antiguas clases dom inantes y la burguesía industrial-com ercial de
Checoslovaquia se encontraran ya sum am ente debilitadas para enfrentar
u n cambio radical de sistema que, en ú ltim a instancia, podía ser apresura
do por la presencia de las tropas soviéticas. En todos estos casos, no hay,
pues, un enfrentam iento único dom inador en el orden nacional, sino una
m ultiplicidad de conflictos de extrem a gravedad que se suceden desde
poco antes de 1939 —entrecruzados los conflictos nacionales con los inter
nacionales— y que van desgastando, casi hasta la im potencia, a las otrora
clases dom inantes en cada uno de esos países.
66
b) Legalidad
67
\r
a actos de violencia extrem a sobre personas y sobre grupos sociales. La po
sibilidad de que así no sea descansa en u n condicionam iento social, político
y cultural al m argen de la esfera específicamente jurídica y adm inistrativa.
P ara el historiador, pues, la legalidad no es sólo la norm a y su apli
cación respetuosa. Es tam bién:
a) el derecho a violar el derecho, que no es arbitrario sino que debe
ser interpretado como atributo de clase y poder;
b) el derecho a aplicar el derecho o a no aplicarlo, que tampoco es
arbitrario sino sujeto a determ inaciones igualm ente observables e interpre
tables.
El otro paso introductorio que el historiador debe dar en su plantea
m iento consiste en reconocer que, salvo en sociedades de organización muy
elem ental, la norm a jurídica im plica la presencia de tres sectores sociales:
1) el poder político y u n cuerpo de adm inistradores;
2) la clase o clases dom inantes;
3) la clase o clases dominadas. En Europa, ya ap artir del siglo X V III
y en América desde el X IX se va advirtiendo un cuarto sector: un cuerpo
de profesionales especializados que estudian derecho, redactan la ley, la
aplican y otros especialistas que investigan los fenómenos sociales, sobre
los cuales la ley gravita de alguna m anera.
En la historia, el problem a de la legalidad ha presentado una realidad
y u n a problem ática considerablem ente diferentes para cada uno de esos
cuatro sectores. Es el cuarto el que le atribuye im portancia teórica y el que
más se to rtu ra para explicarlo como problem a. Para la clase o clases do
m inantes la legalidad ha tenido siempre un lugar exclusivamente ins
trum ental. P ara el poder político y el cuerpo de adm inistradores —qué,
p o r supuesto, no existen ni actúan en desconexión con la estructura de
clases— la ley carece de interés como problem a teórico. P ara ellos,
en cambio, tiene como instrum ento un valor m ucho más decisivo que para
las clases dom inantes, entendiendo u n a vez más que la legalidad incluye
tanto la aplicación interpretada de la norm a como su aplicación literal
eventual, y su violación. Para la clase o clases dom inantes, la legalidad
sólo es parte integrante de la dom inación y por eso mismo el derecho a
violar el derecho se les aparece en lo cotidiano como un atributo del do
m inador, así como u n a lejana probabilidad que se les ofrece a ellas mismas
dentro de m árgenes m uy estrechos.
Pero este modo tan esquemático de relacionar la realidad histórica
de la norm a jurídica con u n a estructura de clases no conlleva la hipótesis
de que la norm a jurídica (o, mejor, la realidad total de la legalidad en los tér
m inos de integración norm a-fraude) desempeñe la misma función histó
rica en todos los casos nacionales que correspondan a tipos organizativos
m uy generales. En otras palabras, el historiador sabe que la legalidad cum
plió funciones similares en algunos aspectos, pero muy diferentes en otros,
bajo el im perio español y bajo el im perio británico de los siglos X V II y
X V III; en Estados Unidos y en A lem ania durante el lanzam iento de la se
gunda consolidación industrial (1870-1914); en la U nión Soviética y en
C uba después de consolidadas las respectivas revoluciones socialistas.
Hay una observación final que anotar en torno al tema. Después de
que el historiador' ha llegado a convencerse de que las grandes transform a
ciones en la capacidad productiva de bienes y en la organización tecnoló
gica dentro del universo capitalista, a p artir de fines del siglo X V III, h u n
dieron en la descomposición silenciosa a numerosas clases sociales hasta en
tonces dom inantes y, dicho en térm inos más generales, alteraron sustan
cialm ente la estructura de clases en todas las regiones alcanzadas por el
68
sistema, no puede evitai' esta pregunta: ¿cuál es la legalidad de esa revo
lución? A quí le será fácil convencerse de que el concepto de legalidad ha
sido elaborado por teóricos del derecho y por historiadores de lo político
—miembros todos ellos de esa clase m edia profesional a que hemos aludido—
y que resulta excesivamente estrecho si se lo quiere aplicar a otros grandes
sectores de la realidad social, como los procesos que acabamos de m encionar.
Pero, como quiera que la legalidad que descubre en todos los casos el
historiador de lo social es algo m ucho más complejo, dinám ico y cam
biante que aquello que surge ele los conceptos académicos tradicionales, le
resulta fundam ental adm itir que no ha habido sociedad sin legalidad y
que todo cambio revolucionario constituye la creación de u n a nueva legali
dad. (Aclaremos u na vez más: no sólo de u n a nueva norma, sino de una
nueva legalidad como realidad in te g ra d a ).
c) Violencia
69
;e» pudieron ser muy respetuosos de la ley en su isla porque explotaban y
desollaban asiáticos y africanos sin la m enor restricción y con m ucho pro
vecho económ ico).
El historiador de América latina que se proponga aportar, para el aná
lisis del problem a de la violencia y su significado, testimonios extraídos de
casos nacionales de tiempos recientes, podría abrum ar al lector y condu
cirle a las más desesperadas conclusiones. Mencionemos, apenas, tres de esos
casos.
1.—México y revolución agraria. La paz porfiriana —paz con progreso
capitalista— se extendió desde 1876 hasta 1910 cabalm ente. Desde ese año
hasta la presidencia de Cárdenas (1934), violencia y caos. Extrem a vio
lencia y extrem o caos. La violencia —le explica uno de los personajes de
Azuela a otro— es como un pedruzco sobre un barranco: rueda porque sí
y ya no se puede detener por su propia decisión.
2.—Colom bia antes y después del bogotazo. Desde 1904 hasta 1948 hay
u n a continuidad jurídica que hace pensar en la victoria del modelo anglo
sajón de estabilidad institucional. Aquel 9 de abril de 1948 levantó la com
puerta. Para un observador superficial, el asesinato de Jorge G aitán fue
el santo y seña. H asta hoy la violencia es un ingrediente de la vida diaria.
El cómputo, incompleto, de las muertes, es escalofriante. T res o cuatro años
atrás, los vehículos del transporte colectivo regular no podían salir de la
ciudad de Bogotá sin guardia armada.
3.—U ruguay antes y después de 1968. Desde la prim era presidencia de
B attle y Ordóñez (1903) hasta el fallecim iento de Gestido (1967), 64 años
de estabilidad institucional y paz generalizada. Desde entonces no hay una
ola sino un océano de violencia que deshace todos los diques.
En los casos de México y Colombia, hasta 1910 y 1948 respectivamente,
la sociedad de clases dom inadas por oligarquías blancas, que hablaban fran
cés y despreciaban a los- indios ham brientos, beneficiarías casi exclusivas
del progreso de una típica economía prim aria dependiente de los centros
imperiales, presenta cuadros que los economistas, los sociólogos y los his
toriadores de hoy creen de fácil reconstrucción. Son típicos del subdesarrollo,
opinan: la paz porfiriana y la institucionalidad m odelo anglosajón, en países
fundam entalm ente indígenas, sólo podían dorm itar sobre barriles de pól
vora seca.
¿Y Uruguay? Modelo perturbador de infradesairollo (en una m atriz
común de 25 índices, por ejemplo, el de la distribución de la capacidad
productiva corresponde a una sociedad m uy subdesarrollada y los restantes
a u n a sociedad industrial altam ente desarrollada), U ruguay creó, después
del eclipse de los últim os caudillos del P artido Nacional, un m odo de es
tru ctu ra social ignorado o superficialm ente conocido por los estudiosos de
lo latinoam ericano. La violencia quedó allí m ucho más radicalm ente extir
p ada que en todas las otras estructuras sociales construidas sobre el suelo
am ericano en el siglo XX; incluyendo, por supuesto, C anadá y Estados
Unidos. Si democracia se interpreta como ap titu d de convivencia, fue, sin
la m enor duda, la sociedad nacional más dem ocrática en América y Europa
d u ran te el siglo XX.
Los modelos habituales de análisis socio-estructural nos sirven m edia
nam ente para explicarnos la violencia en los casos nacionales de Mpxico y
Colombia. No nos sirven casi para nada en el caso nacional de Uruguay.
Antes de poder dar una respuesta satisfactoria en los tres casos, el historia
dor de lo social debe aún recorrer un largo camino de elaboración concep
tual y hallar el procedim iento que le perm ita volcar hacia la construcción
teórica toda la rica y sangrante experiencia de lo contem poráneo.
70
Podría quizá suponerse que nuestro planteam iento va desembocando ha
cia una tesis que sostenga la inevitabilidad de la violencia, para bien o para
mal. Pero no es esa, en absoluto, la razón de ser de nuestro argum ento. Lo
que estamos pensando, al exponer todos estos casos históricos, es que si pre
tendemos reconstruir ciclos prolongados y mecanismos socio-estructurales
complejos tom ando como hilo conductor la violencia —presente, potencial
o ausente—, nos perderemos en la jungla de los episodios inconexos. La vio
lencia existió en todas partes, pero apenas si ha sido —y sigue siendo— un
instrum ento. Si se reitera, si se insiste en ella, quizá sea porque el hom bre
en-sociedad aún no ha inventado otro instrum ento que la reemplace.
Como instrum ento, jam ás h a existido —ni podría haber existido— por
sí misma. Si alguna reiterada enseñanza universal puede aportar el histo
riador social es que todas las luchas de clases, particularm ente aquellas más
duras y cruentas, sólo han podido desarrollarse en la misma m edida en
que se ha desarrollado con vigor la colaboración dentro de las clases ac
tuantes y, a veces, dentro de alianzas interclases. No ha habido violencia
contra el enemigo de clase sin pacto de no-violencia entre los miembros
de las clases en conflictos.
Algo más aún. El historiador social que retom a el tema político tra
bajado por la historia académica institucional redescubre un m undo apasio
nante. La estrategia política, a lo largo de siglos y culturas, ha sido siem
pre un índice elocuente, pero de m uy complejo simbolismo, de los más
soterrados mecanismos estructurales. Sus elementos integrantes fueron con
frecuencia numerosos y todos ellos entrelazados con el m áxim o de ingenio
e inestabilidad dialéctica. La violencia jam ás h a estado ausente de la estra
tegia política; pero jam ás ha sido sino uno entre m uchos instrum entos. H a
tenido un valor rápidam ente cam biante que h a dependido del valor que
h an ido adquiriendo los demás elementos. Quizá no siempre, pero con segu
rid ad en la m ayoría de los casos, el triunfador h a sido aquel que ha sabido
utilizar mejor, sim ultánea y rápidam ente, cada uno del mayor núm ero im a
ginable de instrum entos estratégicos.
71
pudo haber ocurrido así y de ninguna otra m anera. Su enseñanza, tiene,
pues, la precisión de lo que sólo pudo ser como fue. Según otro, la historia
se repite incesantemente, en un ciclo tedioso. Pero cabe asimismo pensar
lo histórico como creación de u n a realidad entre varias probabilidades de
márgenes limitadós, en cuyo caso lo futuro tam bién será creación. La gran
función del historiador consiste en aclarar el condicionam iento preexisten
te de la creación futura. Esta ú ltim a actitud es la nuestra, pero, como se
trata de un problem a de fondo en teoría histórica, es imposible, en tan
escasas líneas, fundam entar una adhesión. Con todo, no podemos menos
que preguntarnos aquí por qué tan a m enudo se supone que el futuro
haya de tener, necesariamente, la form a del pasado.
H ay dos actividades —muy alejadas entre sí dentro de la práctica so
cial— en las cuales la im aginación debe responder con gran rapidez y brillo
a problem as inesperados: ciertos horizontes de la investigación científica
p u ra y la gran estrategia política. La incapacidad im aginativa —es decir,
cuando no se está en condiciones de hacer uso de todos los conocimientos y
recursos disponibles, y crear incesantem ente, a veces con la velocidad del
relámpago, otros nuevos— conduce en ambos terrenos casi siempre a la
catástrofe. En ciencia, la catástrofe se llam a ru tin a profesional. En estrate
gia política tiene otros nombres.
R eflexión final de historiador. Ya sea como requisito de ciencia pura
o necesidad de estrategia política, m irar al pasado, si no es para crear algo
diferente —si es posible, radicalm ente diferente— se transform a en u n a de
las tareas más melancólicas y menos interesantes que pueda suponerse.
72
Sobre la filosofía de Andrés Bello
C arlos R u iz
73
ble sin la actividad consciente de los hom bres concretos que viven en una
determ inada sociedad *.
La cuestión de la creación cultural tiene pues aquí su lugar, definién
dose por su relación, prim ero con respecto a la contradicción que divide la
sociedad en clases y, segundo, a los aparatos en que se expresa el orden de
las cosas y de las ideas la determ inada estabilidad, que son solidarias del
dom inio de u n a clase sobre el resto de la sociedad. Ahora bien, este dom i
nio está asegurado en general por otra cosa que por ideas, a saber, por
un derecho, por una adm inistración y por la fuerza, pero parece evidente
que necesita de ellas para validarse: necesita de este recurso a lo universal
que en ocasiones y en la m edida en que las otras funciones de estabiliza
ción no le son imperm eables (siendo como son, la práctica y la vida de in
dividuos concretos) ; puede incluso determinarlas.
Me parece evidente tam bién que este proyecto de validación y legiti
mación tiene su autonom ía propia y en la m edida en q u é su objeto tiende
a ser el m undo, la totalidad de lo que ese proyecto deja ver como real,
puede muchas veces trascender y poner los límites de su propio origen y
lím ite 2 pudiendo ser a) m om ento del cambio de un orden en otro (como
es el caso de las ideas de una clase ascendente) b) ciertam ente, la condi
ción bajo la cual la reproducción de una estructura social no es la pura
violencia y c) la condición de la específica continuidad posible entre es
tructuras históricas y sociales diferentes.
U na segunda consideración previa, esta vez referida específicamente al
tem a de este estudio, me parece tener su punto de condensación en la no
ción de la influencia. Sobre esta cuestión en la que confluyen en nuestro
caso la dependencia cultural y en general el sentido en que las relaciones
de producción coloniales están marcadas por su relación de dependencia
respecto del desarrollo del capitalismo europeo (especialmente español,
inglés y francés) nos vamos a tener que contentar aquí con bien poco.
Im portante me parece, eso sí, destacar que esta “influencia” (en este
caso sobre la filosofía de A. Bello) de las producciones teóricas europeas:
1) sólo puede detectarse y adquirir significación en el interior de la estruc
tu ra del discurso de nuestro autor, por lo tanto al ser visto como acción
recíproca y 2) que el problem a debe ser planteado en la dirección presunta
por la continuidad o la discontinuidad en la producción teórica del autor
respecto de las necesidades del desarrollo económico, social y cultural de
Chile en el siglo pasado 3.
En el marco anteriorm ente prefijado, este trabajo se propone tan sólo
presentar u n esquema del discurso filosófico de Bello junto al enunciado
de algunas de sus condiciones de posibilidad, exam inando al mismo tiem po
la circulación entre sus enunciados y algunos temas tanto del Código Civil
como de textos referidos a él. Nos detendrem os tam bién en la determ ina
ción de algunas ele las categorías que este discurso ofrece como posibles
para pensar la moral, la sociedad y la juridicidad. La debilidad más noto-
1 En este sentido me parece necesario aclarar: a) que esta conciencia es estrictam ente solidaria de una
estru ctu ració n social y b ) q u e en mi opinión sólo el psicoanálisis nos proporciona los conceptos
adecuados p a ra pensar el “ sistema percepción-conciencia” .
2 M e parece im p o rtan te h acer resaltar este carácter d e “ m undo” , de orden integral, que es solidario
del dom inio de u n a clase. A p a rtir de él y del m odo de su legitim ación: 1) Se gesta el m odo —se
gún la resistencia m ayor o m enor de las clases dom inadas— de su propia m arginalidad; 2) Es posi
ble comenzar a com prender estos problem as a p a rtir de las categorías de esencia y apariencia.
La esencia de tal dom inio arraiga e n la producción. La apariencia estaría constituida sobre todo
p o r un sistema de significaciones de la que la lógica sería en gran m edida la de la fantasía en el
sentido psicoanalítico de esta palab ra, u n a lógica regida entonces por la m etáfora y la m etonim ia.
Sobre esto cf. A. Badiov. M. II. y N . D. “ El rec. del m. d ia l” , M. T o rt. La psych. daíis le m at.
hist. N . R evue de Psy. Ereud et la philosophie. Are. FREU D .
3 Cif. L. G oldm an: La sociología de la lite ra tu ra : Estatuto y problem a de m étodo.
ría del presente estudio en este sentido es la falta de un análisis más de
tallado de los enunciados jurídicos mismos, así como la notoria insuficiencia
de los estudios históricos sobre el tema.
En prim er lugar y desde una perspectiva muy general, el discurso filo
sófico de Bello me parece estar trabado por la tensión resultante de su vo
lu n tad de expresar de un modo m arginal una serie de principios y de con
ceptos vinculados al m oderno racionalismo europeo (la existencia de un
Dios causa eficiente del m undo, el alma in m o rta l), a través de los concep
tos y la problem ática del empirismo.
De aquí nos parecen derivar una serie de inconsistencias y debilidades
de su pensam iento, manifiestos en una serie de desplazamientos en el sen
tido de los conceptos fundam entales de su filosofía.
1.—La coexistencia de una teoría, de una filosofía de la percepción,
que encuentra sus categorías en Locke y en Berkeley, con una doctrina de la
actividad del entendim iento y de la necesidad de los conceptos para la ex
periencia inspirada en Kant a través de V. Cousin. Sin embargo, esta ne
cesidad es pensada con la categoría de instinto y vista como una necesidad
instintiva de la razón.
2í—La deducción, a través de la m ediación de esta necesidad y de
este instinto explicados por una teología, de la existencia de Dios y de las
propiedades tradicionales del alma, es decir, inm ortalidad, simplicidad, etc.
3'.—C ontrariam ente a la filosofía escocesa del sentido común, la afir
mación de u n a teoría consistente representativa de la percepción, y el
abandono de la relación instintiva entre el contenido de la sensación (re
presentación) y las cualidades materiales.
Del enunciado de estas características de estructura del discurso de
Bello es posible concluir entonces dos series de “influencias” :
a) Locke y el empirismo inglés, Condillac y el sensualismo, la Ideolo
gía (Destutt de Tracy, C abanis).
b) La filosofía escocesa del sentido común (Reid, Bronw y D. Stewart) .
El eclecticismo y espiritualism o francés (V. Cousin, Jo u ffro y ); Kant,
interpretado p or Cousin.
A p artir de esta hipótesis general y ensayando dem ostrarla, me pa
rece que los puntos fundam entales a desarrollar son los siguientes:
1.—La teoría de la percepción y sus diferencias: intuitivas y sensitivas.
2.—La percepción de la relación en conexión con el tem a de la acti
vidad de la razón en ella, con las relaciones elementales, la causalidad, los
“instintos” de la razón, Dios y el alma.
3.—Los principios de la experiencia y su inderivación.
Sobre la base de este desarrollo, que es un análisis de la “filosofía del
entendim iento” de Bello, abordaremos el de las posibilidades que este
discurso abre para la validación y la categorización de un orden legal. Estas
posibilidades me parecen poder derivarse de algunos enunciados centrales:
a) La doctrina de los institutos de la razón;
b) La visión del individuo, del “alm a” y sus relaciones inciertas con
otros individuos; la consiguiente' determ inación del conocimiento y la vo
lu n tad como facultades del alm a individual;
c) Las relaciones con el pragm atism o y el utilitarism o. La m oral en
Bello, y
d) La visión del “m om ento” histórico, de la actualidad y la inter
pretación im plícita de América y de Chile desde un esquema evolucio
nista e ilum inista.
El segundo de los puntos mencionados me parece estar en el trasfondo
teórico de la categoría jurídica de contrato; puede además relacionarse su
75
significación con las nociones de bien, propiedad, posesión. Sin embargo, en
este sentido, como en otros, es lam entable que no se conozca y que apa
rentem ente no haya textos de Bello que traten de la m oral salvo de pasada.
E n la categoría m oral de la voluntad, por ejemplo, hay, por lo que sabe
mos, apenas la indicación de lo que podría constituir la m ediación entre
los conceptos teóricos y los jurídicos.
U na correlación sorprendente puede establecerse en cambio entre la
significación global de su filosofía, sobre todo del lugar de la teodicea en
ella, y su concepción de la familia, de las “buenas costum bres”, en relación
al orden doméstico y al lugar de la religión en la institución m atrim onial.
De la caracterización jurídica de la persona nos parece tam bién sig
nificativa la im portancia de la filiación y la legitimación.
Sobre todos estos puntos tratarem os en lo que sigue, tom ando como
hilo conductor la Filosofía del Entendim iento.
La Filosofía del E ntendim iento fue publicada en forma postum a
en 1881 por el Gobierno y el Congreso de Chile como el prim er volum en
de sus obras completas “en recompensa a los servicios prestados al país por
el señor don Andrés Bello, como escritor, profesor y codificador” 4. La
obra, una especie de versión más desarrollada y rigurosa de sus cursos
privados, fue escrita probablem ente para servir de texto de filosofía en el
In stitu to N acional y su edición estuvo a cargo de M. L. Am unátegui, quien
redactó tam bién la Introducción que la acompaña.
No deja de ser significativo que la introducción de A m unátegui se
presente como una suerte de advertencia frente a u n a filosofía que adquie
re de esta m anera una especie de reconocim iento oficial. En ella se parte,
según el editor, de “principios sensualistas y escépticos” que “debieron con
ducirlo al sensualismo y aun al m aterialism o”. Se “desconoce —además— la
idea de infinito, de u n a falsa noción de eternidad, de causa, de sustancia y
desnaturaliza otras varias nociones y principios metafísicos” 5.
La crítica española y americana, sin embargo, vio y h a seguido viendo
en la obra de Bello, al decir, por ejemplo, de J. Gaos “ . . .la m anifestación
más im portante de la filosofía hispanoam ericana influida por la europea
anterior al idealismo alem án y contem poránea de ésta hasta p o s itiv is ta ...”
En el curso de este estudio procuraré entregar algunas notas sobre la es
tructura, la significación y las condiciones de posibilidad de las tesis de
esta obra tan rigurosa, recom endada como —en nuestros días— poco leída.
El objeto de la filosofía es en prim er lugar, para Bello, “el conoci
m iento del espíritu hum ano y la acertada dirección de sus actos” 6. Este es
p íritu no es conocido “sino por las afecciones que experim enta y por los
actos que ejecuta. De su íntim a naturaleza nada sabemos” 7. Las afecciones
y actos de que se trata son de dos clases: por las unas se conoce e investiga
la verdad; por los otros se quiere y apetece la felicidad. T oda afección,
todo acto, suponen además una facultad. El alma tiene por consiguiente
u n a facultad de conocer y una de apetecer: entendim iento y voluntad.
La relación entre el alm a y sus facultades es, en verdad, una unidad
cuyos momentos están determ inados con gran interioridad: el alm a está
toda en sus facultades; como de otra parte toda acción o pasión del espí
ritu es u n acto suyo y como además la facultad está toda en el acto porque
no es ella misma sino la posibilidad de este últim o, es el espíritu entonces
quien está todo él en cada acto o afección suya.
76
La caracterización del espíritu se completa en nuestro autor como
una radical reducción de la unidad del espíritu a la conciencia de sí. Ve
remos más adelante cómo esta identificación de espíritu y conciencia se
hace presente tam bién en la fundam entación del carácter representativo
de la percepción y en la determ inación de esa especie de X ontológica que
es la m ateria en la filosofía de Bello.
A hora bien, la filosofía en cuanto tien«e por objeto a la facultad de
conocer, es decir, al entendim iento, se divide en dos disciplinas: la Psico
logía m ental (que se propone conocerlo) y la Lógica (que se propone su
m inistrar las reglas para su acertada dirección). En cuanto, en cambio, el
objeto de la filosofía es la voluntad, ella es de nuevo dos disciplinas: la
Psicología m oral y la Etica, que tiene tam bién un carácter norm ativo.
El conjunto de la filosofía se articularía entonces en Bello en dos
grandes direcciones: la Filosofía del entendim iento (que com prende la psi
cología m ental y la Lógica) y la Filosofía m oral (que com prende la Psico
logía m oral y la E tic a ).
U na vez aclarado a través de estos desarrollos el sentido general de la
obra de Bello, hay que decir que cuantitativam ente y cualitativam ente la
Filosofía del entendim iento está de lejos dom inada por la Psicología m ental,
de la que vamos a exam inar en prim er lugar la teoría de la percepción.
Y de entrada, la siguiente observación: no hay en la doctrina de nues
tro autor, no hay en su psicología, es decir, en su filosofía, acto o afección
del espíritu hum ano que no sea percepción. L a distinción ulterior entre
idea y percepción no le resta a la prim era —como veremos— su dependen
cia esencial de la segunda.
La definición de la percepción se lleva a cabo en verdad a lo largo de
toda la Psicología m ental, la prim era parte de la Filosofía del E ntendi
m iento. No la precede, sin embargo, u n a teoría de la experiencia, y a pesar
de la indiscutible influencia de Locke y del empirismo en el contenido de
esta doctrina (y como síntom a de la “influencia” de una determ inada in
terpretación de K a n t), la afirm ación del origen de todo nuestro conoci
m iento en la experiencia ocupa en ella un lugar secundario y que se vincula
más bien con lo no empírico que esta filosofía perm ite. Y esto, a mi juicio,
es así por razones esenciales. A pesar de que ellos se verán más claro más
adelante, enuncio los dos principios que explican este hecho. A pesar de los
conceptos y del lenguaje, la filosofía de Bello no es una respuesta al pro
blema del origen, extensión y lím ites del conocimiento hum ano, pregunta
en el origen del empirismo. Situada y form ada en el diálogo constante con
u n a filosofía em pírica ya desarrollada (a través de los casi veinte años de
perm anencia en Inglaterra, de la relación con Jam es Mili, etc.), esta filo
sofía está anim ada —y ésta es una de sus tendencias globales— por la in ten
ción serena, im parcial, casi judicial de term inar con las disputas filosóficas,
de dar a cada doctrina lo que le pertenece en una especie de vía real h a
cia el conocim iento de la verdad. En esta m irada distante y que aparente
m ente no tom a partido, radica u n a de las coincidencias del discurso filosó
fico de Bello con el eclecticismo de Cousin. Se trata de una tendencia im
p o rtan te en esta filosofía, solidaria de u n a determ inada visión de la his
toria como progreso y difusión de las luces, de una de esas “robinsonadas”
que filosóficamente están siempre en la m irada del pensam iento burgués
clásico cuando se trata del origen del orden histórico capitalista. Vamos
a volver sobre este punto más adelante.
77
El segundo de los principios a que me referí más arriba es la defini
ción misma de la experiencia. Según Bello esta es “una especie de induc
ción o raciocinio instintivo fundado en observaciones” 8.
Y como dice más adelante: “La experiencia (y bajo este nom bre en
tendemos no sólo la que form an los sentidos, sino la del m undo interior,
espiritual que el yo contem pla en sí m ism o ); aunque la experiencia, por
sí sola, esto es, reducida a la m era observación, no haya podido darnos
nuestros prim eros conocimientos; nuestros prim eros conocimientos nos han
venido sin duda con ella; todo conocim iento cronológicam ente anterior a
esa experiencia naciente, es una quim era. Pero al mismo tiem po es incon
testable que hay en el entendim iento gran núm ero de juicios y de cono
cimientos que lógicamente son anteriores a la experiencia, que lógicamente
no se derivan de ella, ni por una derivación inm ediata, ni por una deriva
ción ulterior, porque no puede haber experiencia que no los im plique” fl.
Ahora bien, a pesar de la fuerte presencia del kantism o (a través de
Cousin, como siem pre en Bello) en esta definición, a pesar de la diferencia
entre lo lógico y lo psicológico, a pesar del carácter im plícito de lo univer
sal en la experiencia, la falta de una teoría auténticam ente formal y tras
cendental de lo apriori, m e parece estar en la raíz del desplazam iento teó
rico por el cual esta implicidez se transform a en la mayoría de los otros
textos de Bello en una “ley natural de la m ente” o en un “instin to ” de la
razón, como veremos más adelante. En todo caso, creo ver en este punto,
el nudo sintomático en donde se articulan y se dispersan las dos series de
influencias, correlativas de las dos tendencias fundam entales que anim an
este discurso. (1.—Lo lógico y lo psicológico serían dos contenidos. 2.—Esta
falta de la noción de transcendental y la doctrina de la experiencia causan
la posibilidad del conocimiento de Dios y el alm a en B ello ).
A hora bien, lo que dificulta las cosas en la definición de la percepción
es el hecho de que sus diferencias, la percepción intuitiva y la representa
tiva se refieren, la una inm ediata y la otra m ediata y simbólicamente, a su
contenido. Lo que ambas tienen ele común es el ser la conciencia de una
modificación del alm a im bricada en u n juicio que es una referencia de ésta,
en u n caso (el de la percepción intuitiva) al yo, sustancia ele esas m odifica
ciones, y en el otro a un objeto que puede ser una cualidad o estado de un ser
m aterial o una im presión orgánica, es decir, u n a cualidad o estado de mi
propio cuerpo (la percepción representativa).
Estas diferencias de la percepción no im plican que cada una de ellas
se dé siem pre sin articularse con las otras. Hay u n m ovim iento de relacio
nes recíprocas entre estas diferencias que tratarem os de cubrir al dar cuenta
de lo que las distingue.
La percepción intuitiva o de la conciencia se caracteriza por ser la con
ciencia inm ediata de una modificación del alma, que u n a referencia que
es un juicio, una inferencia, refiere al yo, sustancia idéntica, simple y una
a través de estas modificaciones suyas. En ellas entonces conocemos una
m odificación del alm a por medio del alm a misma; en un prim er sentido
la conciencia es pasiva: contem pla la modificación objeto; en un segundo
sentido es activa; identifica al ser que experim enta la moelificación con el
ser en quien reside la conciencia. El lím ite de esta clase ele percepción es
la conciencia misma que tenemos de ellas y no percibimos ni conocemos
de nuestro espíritu sino aquello que es objeto actual o posible de un acto
de conciencia. El lazo entre la percepción intuitiva y las otras especies de
8 Ib íd ., p . 30.
9 F. del E., p. 332.
78
percepciones radica en que ambas contienen un m om ento de conciencia
inm ediata de u n a m odificación del espíritu.
U na percepción es, en cambio, representativa, cuando la m odificación
del alm a asume el carácter de signo o símbolo de algo que no es ya el
alm a misma sino, o el propio cuerpo o un ser m aterial externo.
No hay entonces en Bello percepción sensitiva o representativa que
no envuelva —y este es el caso de las percepciones sensitivas llam adas in ter
nas (hambre, fatiga, dolor, etc.) — al menos estos cuatro elementos: 1) una
im presión orgánica. 2) una sensación (es decir, una modificación del alm a
que corresponde por u n a ley n atu ral a la im presión orgánica; el sím bolo).
3) u n a percepción intuitiva. 4) referencia de la sensación al órgano, causa
próxim a.
Pero las percepciones representativas más im portantes son las llam a
das percepciones sensitivas externas; por ellas conocemos el m undo exter
no, aunque siempre simbólicamente a través de una modificación del alma
cuyo contenido no es el mismo q u e el de este m undo o que, al menos, no
está probado que lo sea.
Estas percepciones contienen los siguientes elementos:
1.—U n ser material agente corpóreo actualm ente im presionando al ór
gano (y la m ateria se define en Bello en parte por esta fa cu ltad ).
2.—La im presión orgánica que es el resultado inm ediato de esta acción.
3.—U na sensación correspondiente pero sólo sim bólicam ente relacio
nada a una causa.
4.—Conciencia o intuición.
5.—Referencia (juicio) a la causa remota.
Vemos perfilarse, a través de esta descripción, una doctrina en la per
cepción cuyos caracteres diferenciales más relevantes son los siguientes:
1.—La percepción intuitiva como referencia al yo, es elemento inte
grante de toda percepción.
2.—El carácter simbólico de nuestro conocimiento del m undo exterior,
que im plica una escisión radical entre los contenidos del espíritu y los
del m undo y que se basa en el supuesto idealista de la reducción del cono
cimiento con sentido a la conciencia. Como la conciencia es de todos modos
un acto del alma, se trata aquí de u n a relación del conocim iento al espí
ritu y sus modificaciones, del que después no se puede salir sino de esta
m anera representativa. La falta de precisión en las relaciones entre el espí
ritu y conciencia conduce al menos a estas consecuencias paradójicas: 1) el
único ser del que hay conocimiento intuitivo, no representativo, es el espí
ritu . 2) Pero al mismo tiempo, de la naturaleza ú ltim a de este espíritu no
se debe nada salvo que este espíritu, este yo, es una sustancia (la única)
simple, idéntica, etc. (es decir, todas las determ inaciones tradicionales del
a lm a ). 3) U n tercer punto a señalar es el hecho de que aun las percep
ciones intuitivas necesitan en un punto de partida de u n a modificación
del alma, modificación que en esta filosofía sólo puede provenir o de la
im presión actual del m undo exterior (percepción) o de la percepción re
novada de esta im presión actual (id e a ). 4) R eferencia de todas las percep
ciones a las de la vista y el tacto y finalm ente al tacto.
Por otra parte, las relaciones entre conciencia, alm a y sentidos es bien*
asegurada por Bello de un m odo que recuerda a la fenomenología. 1) Es
el alm a quien en los sentidos, sus órganos, ve, oye, toca y siente en general.
2) H ay u n a exterioridad radical entre los movimientos de moléculas, flúi-
dos, etc. que caracterizan el m om ento físico de la acción de un ser m aterial
sobre el organismo, y el alma, sustancia que nos advierte de ellas.
79
El carácter general ele nuestro conocim iento es así enteram ente pen
sado al m odo del em piriím o: es el enlace constante entre —por ejem plo—
el olor de una rosa y la rosa lo que nos hace referir el prim ero a la últim a,
no habiendo razón alguna para no referirlo, por ejemplo, sim plemente al
aire que im presiona nuestros órganos de un m odo inm ediato y directo.
El tránsito de estos conceptos y lenguaje em pirista a ese eclecticismo
larvado que es la otra tendencia inm inente al discurso de Bello —sobre cuyo
estatuto volveré más adelante— se lleva a cabo en la doctrina de la percep
ción de la relación de casualidad.
En prim er lugar hay que hacer notar que la conciencia de la relación
es en Bello categóricamente percepción, afección compleja.
La relación surge al juntarse en el entendim iento dos percepciones. Lo
que así surge es u n a tercera afección espiritual diferente de ambas percep
ciones y del simple agregado de ambas.
H ay fundam entalm ente dos especies de percepción relativa o de rela
ciones: a) las homologas: semejanza y diferencia, b) las antílogas: sobre
todo la causalidad, en que la relación no es simétrica. A hora bien, la tesis
fundam ental de Bello sobre la relación es que en ella el entendim iento
es esencialm ente activo. Hay en este m odo de percibir un engendrar y
concebir un elem ento nuevo, no incluido en la p u ra afección, a pesar de
la esencial pertenencia de la relación a la percepción. La percepción mis
ma, en cuánto incluye la referencia o juicio que m encionamos en su mo
m ento, tendrá tam bién —y ello se ve sólo ahora— esta dim ensión activa.
A hora bien, las relaciones elementales, es decir irreductibles, son en
Bello las de semejanza y diferencia (esenciales para la com prensión de su
teoría de la abstracción y del lenguaje) :
igualdad y más y menos
coexistencia y sucesión
identidad y distinción
cualidad y sustancia.
Vamos a centrar ahora nuestro análisis en una relación, la de causa
lidad, que si bien no es elemental, puede reducirse según Bello a la de su
cesión y semejanza.
En efecto, la causalidad está concebida, al m odo del empirismo y de
Hum e, no encerrando ninguna potencia o facultad de producción de efec
tos, sino reducida a la sucesión constante de dos fenómenos, uno de los
cuales llam aremos causa y él ofro efecto. La causalidad es pues aquí como
siempre en los modernos, causalidad eficiente pensada según coordenadas
temporales. m
A hora bien, prosigue Bello, la sucesión constante envuelve, en la inte
ligencia adulta, la idea de u n a sucesión necesaria. Puesto que la experien
cia no sum inistra antecedentes lógicos para esta necesidad, es menester
explicar la creencia en la estabilidad de las conexiones fenomenales en ge
neral. Esta creencia, instinto o tendencia, es una ley prim ordial de la in
teligencia hum ana a la que Bello denom ina “principio em pírico”. Estre
cham ente vinculado con él, el principio de cualidad es otro instinto de la
razón cuyo contenido es la afirmación de que todo fenómeno nuevo es ne
cesariamente precedido en la naturaleza por un fenómeno o serie de fenó
menos anteriores que tienen necesariam ente con él un enlace sucesivo cons
tante.
Estos dos movimientos, instintos del pensar que, entre otros, posibilitan
la experiencia, han sido, dice rápidam ente Bello, impresos en nuestra inte
ligencia por el A utor de la naturaleza.
80
U no de los golpes de fuerza del discurso de Bello consiste en este sen
tido en no fundar la necesidad de la causalidad en deducción alguna (que
por ejem plo en Kant lim ita su validez a la experiencia) sino en su tra
ducción a una creencia, instinto hecho de la razón, desplazam iento que
origina la tesis de su “im presión” en la naturaleza de la razón por el Autor,
la Causa Prim era del orden natural, Dios, es decir, por un contenido afir
m ado en parte sobre la base del mismo hecho que se pretende “explicar”.
En efecto, el conocim iento de Dios nos es posibilitado por:
1.—El encadenam iento causal, el orden natural.
2.—La correspondencia existente en la naturaleza entre medios y fines.
La argum entación se completa a partir de la consideración de que este
orden, a pesar de su necesidad inm inente y determ inada es, en lo absoluto,
contingente, puesto que los enlaces necesarios podrían haber sido otros
que los que son. De aquí la deducción de una Causa Prim era que quisó,
librem ente este orden y no otro, es decir, de Dios y su Libre Voluntad.
De este m odo se gesta, pues, la irrupción de la metafísica tradicional (Dios,
alm a inm ortal) en este discurso de la representación.
Como Bello lo dice al comienzo de la psicología m ental: “Las materias'
que acabo de enum erar (Metafísica: Ontología, Teodicea, Pneum atología)
tienen una conexión estrecha con la psicología m ental y la L ó g ic a ..., por
que el análisis de nuestros actos intelectuales *nos da el fundam ento y la
prim era expresión de todas estas nociones, y porque la teoría del juicio
y del raciocinio nos lleva naturalm ente al conocim iento de los principios
o verdades primeras, que sirven de guía al entendim iento en la investi
gación de todas las otras verdades.
A través de esta introducción vinculada al tema de la razón, entende
mos tam bién que había en toda la percepción u n a colaboración racional:
a saber,» en el m om ento de la referencia o juicio por la que la sensación,
en u na percepción representativa, era vinculada a u n a causa próxim a o
remota. Es, sin embargo, para mí, significativo que esta aclaración y este
vínculo esencial para la percepción aparezca en la obra de Bello en un
apéndice, casi en una nota. Antes de com pletar la form ulación de una
hipótesis que me parece explicar este hecho y el carácter m arginal, en apén
dices y notas de toda o casi toda la m etafísica de Bello, voy a enum erar
algunas de las consecuencias de esta doctrina hecha, como se h a visto, de la
im bricación de u n a doctrina em pírica e idealista de la percepción, la sus
tancia, la causalidad y la abstracción (determ inada de un modo que re
cuerda a Berkeley) con tesis racionalistas y metafísicas sobre Dios, el alm a
y la libertad.
La prim era consecuencia im portante para nuestro propósito inicial
me parece ser indiscutiblem ente la tesis de que hay una suerte de identidad
entre la creencia en el Ser Supremo y la civilización. Este enunciado es apo
yado por otro, según el cual son creencias instintivas las que guían al
hom bre en el ejercicio de sus funciones intelectuales, proporcionándoles
así al entendim iento, universalidad y necesidad en sus conocimientos. Estas
dos proposiciones confluyen en una tercera: sin esa creencia, el orden mo
ral carecería de su más eficaz sanción. Y de este enunciado, Bello concluye
que: “el hom bre h a sido form ado para vivir en sociedad y los principios
en que estriba el orden social, son verdades inspiradas, digámoslo así, pol
la naturaleza hum ana, verdades de instinto” 10.
U n a segunda consecuencia es que según Bello la conciencia (sin más
prueba) atestigua, frente al enlace causal de la naturaleza, la libertad de
10 Ibíd ., p. 123-,
6.—CEREN 81
o
11 Ib íd ., p. 6.
12 C itado en M . L. A m unátegui, Vida de don A . Bello, p. 260. Publicaciones de la E m bajada de
Venezuela.
13 C itado en: Vida de don Andrés Bello, M. L. A m unátegui, p. 441.
82
menos, la articulación que Bello controla y de la que se puede decir que
es el autor (a pesar de la relación con C o u sin ). Creo que esta relación
im portante se puede ver m ejor al leer directam ente un texto de Bello y
otro de V. Cousin. En el de Bello se dice, por ejemplo, y en relación a la
filosofía: “E ntre los problem as que §e presentan al entendim iento en el
examen de u n a m ateria tan ardua y grandiosa, hay muchos sobre los que
todavía están discordes las varias escuelas. Bajo ninguna de ellas nos aban
derizamos. Pero tal vez, estudiando sus teorías, encontrarem os que su di
vergencia está más en la superficie que en el fondo; que reducida a su
más simple expresión no es difícil conciliarias; y que cuando la concilia
ción es imposible, podemos a lo menos ceñir el campo de las disputas a
lím ites estrechos que las hacen hasta cierto punto insignificantes y colocan
las más preciosas adquisiciones de la ciencia bajo la garantía de un ascenso
universal” u . Y el de Cousin, sobre política y filosofía: “Así como el alma,
en su desenvolvim iento natural, encierra varios elementos cuya verdadera
filosofía es su expresión armónica, así toda sociedad civilizada tiene varios
elementos com pletam ente distintos que el gobierno debe reconocer y re
presentar . . . La revolución de julio no es sino la revolución inglesa de
1688, pero en Francia, es decir: con m ucho menos aristocracia y un poco
más de democracia y m o n a rq u ía .. . los tres elementos necesarios.. . El que
com batía todo principio exclusivo en la ciencia ha debido rechazar tam
bién todo principio en el Estado” 15.
Es claro, sin embargo, que la significación del discurso de Bello no
coincide, en lo esencial, con esta tendencia que sin embargo podría ser lo
más personal de ella. Sobre este pu n to doy por el m om ento las siguientes
razones que evidentem ente deberán ser profundizadas.
Em pirismo y eclecticismo, las dos tendencias que están en conflicto en
esta doctrina, tienen u n a raíz común: el ser filosofías en que predom inan
el análisis, la representación, la subjetividad, el individualism o, lo que
perm ite u n a cierta articulación práctica. A p artir de esto en común, am
bas tendencias divergen:
El eclecticismo —al menos en Bello— a pesar de su punto de partida
en que u n a noción acum ulativa del progreso, conduce a una noción no
racional de Dios, al que, en la m edida en que define con las term inacio
nes tradicionales, se identifica con el Dios de la vieja ideología religiosa
de raíz medieval, con la que está perm itido entonces pactar. Hay u n a es
trecha continuidad entre estos enunciados y, por ejemplo,- la m oral domés
tica y las buenas costumbres, incluso los im pedim entos para el m atrim o
nio y la autoridad eclesiástica en esta institución, como lo reconoce el
M ensaje del Código Civil: es decir, es buena parte de la m oral individual.
Más difícil es precisar la significación del empirismo en este discurso
que, en la m edida en que define lo que podríam os llam ar su racionalidad
misma, su argum entación, su lenguaje y hasta el m odo de prodúcir con
ceptos y conocimientos conforme a él, me parece constituir su tendencia
fundam ental. Así lo han com prendido muchos de los comentadores de la
Filosofía del Entendim iento, especialmente M. D. Am unátegui, de quien
reprodujim os más arriba algunos de los conceptos de su introducción a la
obra. Sería entonces a través de este empirismo próxim o de H um e y de
Berkeley, del parentesco con el sensualismo y la ideología, en general, a
través de esta filosofía del análisis, la representación y la sensibilidad que
el discurso de Bello estaría ofreciendo las categorías adecuadas al orden
U m berto C erroni
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ciencia jurídica tradicional define como u n a específica técnica de regulación
social y como el resultado de un puro y simple acto de volición. Si existe
alguna variante, ésta no va más allá de ser un mayor acento en la identifi
cación-reducción del derecho con las instituciones económicas. Siempre
empero, se elude el problem a de u n a auténtica teorización del clasismo del
derecho. Esto últim o tiene caracteres de axioma.
5.—Muchos son los que han intentado agrupar en un conjunto todos los
párrafos en que M arx se refirió al derecho, y tratado de reconstruir “a m o
saico” una concepción m arxista del derecho. Pero en este plano los resulta
dos han sido y siguen siendo insignificantes. El mismo M arx confesó que los
estudios jurídicos habían sido su especialidad, pero luego había cambiado
de campo de interés para empeñarse en la “crítica de la economía política"
y en la “crítica de la política y del derecho”, que se anunciaba ya en sus
prim eros trabajos de juventud. Este no es el camino más viable; se corre el
riesgo de enfrentarse con un embrollo, y con un em brollo tanto mayor si se
mezcla a M arx con Engels o con Lenin, o con ambos a la vez. Es un hecho re
conocido que en 1917 Lenin se da cuenta de que no existe la m enor claridad
en el problem a del Estado referido al marco de la tradición marxista.
10.—Para centrar el análisis del clasismo en el nivel más alto del organis
mo político-jurídico burgués es necesario tener constantem ente en vista, en
el horizonte de una interpretación clasista del derecho, el problem a del de
trim ento (o de la superación) del derecho y del Estado: un problem a que
h a ido desapareciendo progresivam ente de la práctica política y del plano
de los estudios marxistas. En particular, dicho problem a quéfta planteado
en sus términos más exactos por Marx, y luego Lenin, en el sentido de que
el proceso de desaparición de la regulación jurídico-política de la relación
social avanza solam ente si esta relación ocurre incisivamente m odificada y
si se realiza, así, el progresivo paso hacia formas de gestión directa del po
der, de socialización del poder y no solam ente de socialización de los medios
de producción.
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m aterialista de los institutos jurídicos, desanclándolo del prim ado y, por lo
tanto, de una especie de coyunluralismo que a los intereses inm ediatos de la
política sacrifica las razones más substanciales de las transformaciones.
T o d o esto im plica la necesidad prim ordial de un planteam iento siste
mático, orgánico, continuo, del estudio científico m aterialista clel derecho a
través del m arxismo teórico. Acerca de este estudio no estamos posibilitados
para explayarnos aquí, obviam ente, sino elem entalm ente: afirmamos lo di
cho sobre la necesidad de un estudio m aterialista de la relación derecho-
economía en la sociedad capitalista, el cual tome cómo pu n to de p artid a la
explicación genética del m oderno sistema jurídico (la explicación de la nor
ma, según ya se h a dicho como instituto teórico) y, por lo tanto, la fijación
contem poránea de dos antecedentes lógico-históricos: la relación económica
capitalista (el “m odo de producción capitalista”) y el sistema político-jurí-
dico preburgués. Respecto del prim er antecedente será posible determ inar en
qué condiciones históricas tom an cuerpo los institutos más típicos del m o
derno sistema jurídico (vr. gr., el contrato de trabajo y el derecho del tra
bajo, el Estado de derecho y el derecho constitucional, la división de los
poderes, los institutos fundam entales del derecho comercial, la cuantificación
del tiem po de las penas, la nueva ordenación de la fam ilia “nuclear”, etc.) y
cuáles pueden ser, en consecuencia, las condiciones del proceso de superación
de la regulación jurídica: de ese cuadro podrán emerger los “objetivos in ter
m edios”. En relación con el segundo antecedente, es muy interesante cons
tru ir dos modelos estructurales típicos de las regulaciones sociales, p ara iden
tificar lo que es peculiar del sistema burgués y lo que, a su vez, era peculiar
al anterior sistema jurídico-político. Sin estas dos operaciones parece im
posible establecer procedim ientos adecuados de revelación de la naturaleza
“burguesa” del derecho m oderno. Como tampoco indicar tendencias alter
nativas.
12.—Dos parecen ser las vías maestras de una construcción alternativa del
derecho: la socialización de la propiedad privada y la socialización del po
der. De estas dos vías se derram an m últiples articulaciones alternativas, dfr-
m asiado largas de indicar. Esencial es, no obstante, orientar la atención
hacia la progresiva restricción de las estructuras propietarias concernien
tes a los medios de producción e intercam bio y hacia la contextual apertura
de las nuevas estructuras, con control siempre más directo de parte de los
obreros-productores. La contextualidad es aquí esencial para disolver el
problem a equívoco alzado por m uchos estudiosos marxistas, relativo al
“prim ado del derecho privado”. En realidad ni el público ni el privado
pueden tener una prim acía, trátese de la evaluación crítica del sistema
jurídico o de la construcción de un sistema alternativo. Lo que se debe
considerar es que todo el sistema jurídico-político burgués se funda justa
m ente en la oposición (obviamente contextual) de privado y público. E rró
nea, pues, resulta la línea que apunta hacia la m era publicidad, no acompa
ñada de substanciales cambios de las estructuras públicas mismas, modeladas
por p u ra antítesis a las privadas. En muchos aspectos la transform ación de
la esfera pública asume particular relevancia en una época de “capitalis
m o de Estado” que contem pla la proliferación de entes públicos y, sobre
todo, el proceso de congelación burocrática de las estructuras represen
tativas.
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tico y por ende inaferente en este caso) de una reivindicación m axim alista,
sino más bien p ara establecer a todas luces el análisis crítico sobre el cual
m odelar todas las adquisiciones —aunque gradualísim as— y, en cuanto ata
ñe a Italia, para una correcta interpretación de la Constitución. La critica
del Estado representativo propuesta por M arx en polémica con Hegel y
vuelta a tom ar (sin que éste la conociera directam ente) por Lenin, no im
plica la negación ú ltim a de toda representación, así como la crítica del Esta
do en gestación no identifica al m arxism o con el anarquism o. El problem a
central es el de la claridad del análisis científico. Revelada la estricta funcio
nalidad del Estado representativo (tendenciosam ente votado en la buro-
cratización autoritaria, en la sociedad civil burguesa de estructura proleta
ria atom ística), el problem a se transform a no tanto en el de una modelís-
tica alternativa de “democracia directa”, como en el de una “m aniobra”
de la contradicción política que m ina al Estado representativo mismo, en
cuanto proclam a la soberanía popular de todos sólo para prom over el ejer
cicio delegado restringido y separado. Este es el tema central, ausente en los
estudios marxistas, que han reducido la contradictoriedad del sistema ca
pitalista exclusivamente al campo de la economía (socialidad de la produc
ción y prim acía de las apropiaciones). Identificando tam bién la contradic
ción política, se obtiene el cuadro com pleto de la crítica m arxista del
m undo burgués, y los elementos para una efectiva construcción alternativa.
Esta no se lim itará, en efecto, a am pliar el sistema jurídicopolítico en
ventaja de los trabajadores en cuanto tales, sino tam bién en ventaja de los
trabajadores en cuanto ciudadanos.
No se trata solamente de exaltar al trabajador y sus derechos, sino
tam bién de potencializar al ciudadano y sus libertades.
90
En el campo histórico, la construcción de los nuevos ordenam ientos ju ríd i
cos avanza a la p ar con la construcción de los nuevos institutos represen
tativos.
Es justam ente esta clara lectura de las "dos” contradicciones del siste
m a burgués capitalista la que perm itirá avanzar en la construcción alter
nativa en todas las direcciones. A veces ha ocurrido que, por defecto del
análisis teórico, la prioridad de la contradicción económica ha significado
“unicidad” y ha anulado todas las demás contradicciones. En el plano his
tórico esto se ha visto agravado por el hecho de que se han encontrado
construcciones alternativas aun en zonas del m undo donde la contradicción
del Estado representativo y, ele consiguiente, la totalidad de la problem áti
ca crítica y del derecho m oderno, no habían tenido tiem po para articularse; .
esto está im plícito, por lo demás, en la propia teoría leninista de la más
fácil victoria del socialismo en los “anillos más débiles”.
VÍCTOR FARÍAS
92
gralm ente en la H istoria; ahora bien, las objetivaciones son históricas por
que al carecer de una identidad previa a su objeción ellas son reversibles.
T odas las “épocas” alcanzaron su identidad (en el pasado) porque p udie
ron no alcanzarla: se im pusieron a su reversibilidad. La utopía desaparece.
La “necesidad” és una necesidad “conquistada” en la lucha.
M arx se encuentra con una de las variantes que asumió la reflexión
sobre la H istoria: la que concebía el T rabajo como un acto del Espíritu
(Hegel) . Lo positivo que él encuentra en Hegel no es sólo la dialéctica que
fundam enta un así llam ado “m étodo”, sino ante todo aquello que hace po
sible pensar la dialéctica: el T ra b ajo como actividad originaria.
“Lo grande en la Fenomenología de Hegel y su resultado final —la
dialéctica de la negatividad como el principio m otor y generador— es por
tanto que Hegel concibe la autogeneración del hom bre como proceso, la
objetivación como des-objetivación, como ex-posición y superación de esta
ex-posición; que él por tanto aprehende la actividad original (Wesen) del
trabajo (subrayado por M arx) y el hom bre objetivo, verdadero porque
real, como resultado de su propio trabajo. El actuar (Verhalten) real, ac
tivo del hom bre consigo mismo como actividad original genérica (Gattungs-
wesen) o la activación de sí mismo como la de una actividad original gené
rica real, esto es, como actividad original hum ana, es sólo posible porque
él ex-pone realm ente todas sus fuerzas específicas —lo cual es posible solamen
te m ediante la totalidad de los hombres, sólo como resultado de la H istoria—,
porque actúa ante ellas como objeto, lo que por de pronto sólo se lleva a
cabo bajo la forma de la alienación” 1 ( m e w , (Erganzungsband I, 574).
Sería un error fundam ental, al in terp retar este texto, ver en él u n a in ten
ción antropológica. No es posible pensar que el sujeto de la actividad aquí
tem atizado sea el “H om bre”, aunque fuera entendido bajo el plural “todos
los hom bres”. T a l vez esta interpretación (de Althusser) sea el producto de una
m ala traducción de la palabra “W esen”. F undam entalm ente ella designa una
acción y por ello es verbo, cuyo uso conjugado fue frecuente.
La traducción usual por “esencia” (sustantivo) es absolutam ente equi
vocada. E ntendida corno “actividad originaria” es im posible pensar que el
“H om bre” (—sustancia) tenga una “esencia”. El (—todos los hombres) son
su actividad originaria. M arx entiende que el principio en el cual lo real
transcurre es la actividad, pero al hacerlo supera (Aufheben) la dim en
sión que ello tenía en Hegel. Hegel postula en lo esencial que la actividad
genera un producto, pero a la vez que tal generación de-genera al sujeto
que la “causa” : el producto es el resultado y a la vez la causa de una dislo
cación en el sujeto-acción. El trabajo es de suyo trabajo alienado. Ello
debe ser así porque el producto y la actividad (el sujeto) difieren. Hegel
ha convertido la relación entre ambos en una relación abstracta. L a acción
separa sus térm inos y es causa por tanto de la alienación generalizada 2.
Hegel entiende esta forma fundam ental de la actividad en tanto la
concibe como Espíritu Absoluto. El acento no va aquí sobrfe “A bsoluto”.
Al poner lo absoluto como horizonte desde el cual había de entenderse el
acto histórico, forzosamente debía relativizarlo. La diferencia entre M arx
y Hegel no es la que subsiste entre u n “m aterialista” y un “espiritualista” sino
fundam entalm ente entre un “d ualista” y un “m onista” : M arx no busca
entender la H istoria desde algo presente tras ella o incluso en ella, sino en
93
y por sí misma (“El sentido de la Revolución es la revolución m ism a”) .
Más aún: M arx quiere y logra tem atizar la H istoria en el acto de hacerla.
Hegel postula (y “es”) el Observador paralelo a la H istoria que por n a
turaleza propia siempre llega “post festum ” para “recuperarla” en el acto
del saber absoluto. Que M arx anteponga al “E spíritu” el “conjunto de las
relaciones sociales” es sólo un resultado natural de la “terranalidad” esen
cial de su pensam iento. (Tesis I I sobre Feuerbach).
En esta, negación radical del dualism o “absoluto-relativo” y del hori
zonte que él supone encontrarem os más abajo el fundam ento de su crítica
al carácter fundam ental de la legalidad burguesa: la abstracción.
Es preciso insistir en el punto en que M arx se separa de Hegel: la dis
torsión que surge en la actividad al poner ésta el objeto (producto), obliga
a Hegel a ver en toda actividad u n doble aspecto: su aspecto negativo por
el cual la actividad sale de sí misma y comienza a depender de su producto,
y el aspecto positivo por el que la actividad conoce esta dependencia ante
rior, acto en el cual elim ina no sólo el objeto, sino fundam entalm ente el
carácter objetivador del acto.
La tesis central de M arx es: la actividad que crea su producto no es
de suyo negativa ni positiva y por ello debe ser transform ada cualitativa
m ente o sólo cuantitativam ente. La actividad hum ana es la producción de
su objeto y lo único que le cabe es seguir realizándose. La actividad es ob-
jetivadora, productiva: “La actividad originaria (Wesen) actúa objetiva-
doram ente y no actuaría objetivadoram ente si lo objetivo no hiciera parte
de su actividad originaria propia. Crea y produce sólo objetos porque ha
sido producida por objetos, porque en su origen es Naturaleza. En el acto
de producir no cae de su “actividad p u ra en un crear el objeto, sino que su
producto objetivo sólo confirma su actividad objetivadora, su actividad co
mo la actividad de una acción originaria (Wesen) objetiva n atu ra l” 3.
P ara Hegel todo producto es “digno de ser destruido”. Más aún, el “fin
del m undo” es justam ente la afirmación de su dignidad. A Marx, en cambio,
no se le plantea ese problem a: el “m undo” es una “tarea” que se ofrece
ju n to con la actividad que hasta ahora lo ha objetivizaclo. Si esta tarea ha
sido m al cum plida hasta el presente, ello no significa la necesidad de descono
cerla como tal sino la urgencia de corregirla.
Recién aquí se entiende la crítica a Hegel de que el “conocim iento” o
la “conciencia” de la alienación no bastan:
“La apropiación de la actividad originaria alienada o la superación de
la objetividad bajo la determ inación de la alienación —que debe ir desde
la extrañeza indiferente hasta la alienación realm ente agresiva— tiene para
Hegel por de pronto e incluso fundam entalm ente la significación de su
p erar la objetividad, porque lo escandaloso y la alienación para la auto-
conciencia no es el carácter propio del objeto, sino su carácter objetivo. El
objeto es por ello algo negativo, algo que se supera a sí mismo, una n u
l i d a d . . . ” 4 y lo positivo es tan sólo que esta nulidad puede ser superada
y su superación. ¿Cómo superar entonces la alienación?
Volvamos al pu n to de partida. Lo que perm ite a M arx superar a Hegel
sin ren unciar a la dialéctica es el reconocer que la posición del objeto es
u n hecho respecto del cual los objetivos ‘positivo’ o ‘negativo’ no son perti
nentes. Positivo o negativo es el carácter que asume el objeto producido y
3 MEW , Erganzungsband I, 677. El térm ino “ gegenstándlich” es usado aq u í por M arx en sentido
propio, es decir, 110 para calificar un conocim iento ( = conocim iento ob jetiv o ), sino como una
form a p ro p ia de la realidad q u e es el sujeto que actúa. De a hí nuestra traducción p o r “ o b je ti
vador” . Al em plear el térm ino “ objetivo” se refiere ciertam ente al mismo sujeto, pero en el sentido
de “ real” o “ n a tu ra l” . M arx es m ucho más que u n “ teórico del conocim iento” .
4 (M EW , loe. cit. 580).
94
no la actividad por el hecho de objetivar sus posibilidades. De ahí que M arx
puede llam ar ‘positiva’ o ‘negativa’ una actividad según ella produzca un
objeto negativo o positivo. Cuando M arx estudia la alienación parte del
hecho originario que es la observación (producción) y de la relación, por
tanto, entre la actividad y su producto, sin ver el análisis de la estructura
p u ra del sujeto activo. El idealismo de Hegel no radica en la aceptación
arbitraria del “espíritu” sino en el aislam iento originario del sujeto puro.
Este idealismo se hace más incom prensible cuanto que Hegel ve en el sujeto
la actividad misma: P ara Hegel “La reapropiación de la actividad origina
ria objetiva del hom bre, producida bajo la forma de la alienación, no tiene
por tanto sólo la significación de superar la alienación, sino la objetividad,
esto es, el hom bre rige como una actividad originaria (Wesen) no objetiva,
espiritual” 5.
La superación de la alienación no puede ser ‘espiritual’, significa: ella
no puede ser superada sin la corrección del objeto en el cual ella se consti
tuye. ¿Dónde se constituye la actividad que es el hombre? En la Naturaleza.
Ya Feuerbach lo había señalado en su crítica a Hegel: la negación del es
pacio y el tiem po sólo puede realizarse en el espacio y en el tiem po. La ne
gación de la N aturaleza es u n acto ‘n atu ra l’. La reducción de todo objeto
posible a u n sujeto puro es un acto dentro de la Naturaleza. Pero la vin
culación a la N aturaleza (vida orgánica) no constituye de por sí al hom
bre: él no es ‘u n o ’ con ella como el anim al: “El constituye su actividad vi
tal misma en objeto de su querer y su conciencia. El tiene una actividad
vital consciente. No es una determ inación que se confunda con é l . . . Pre
cisamente por ello es u n a actividad originaria (Wesen) g e n é ric a ... justa
m ente por ello es su actividad libre” 6.
El objeto puesto por la actividad que es el hom bre, es la N aturaleza,
pero al ser la totalidad de ella el hom bré, alcanza así la distancia con la
N aturaleza (desde ella) y a la vez enfrentándose a ella; es lo que M arx
llam a “m undo” :
“La producción práctica de un m undo objetivo, el trabajar la n atu ra
leza inorgánica, es el acreditarse (Bewáhrung) del hom bre como u n a ac
tividad originaria genérica consciente que se sitúa frente a su actividad
originaria propia o ante sí mismo como una actividad originaria genérica” 7.
El anim al produce, el hom bre se produce constituyendo el m undo a p artir
de lá naturaleza 8.
El hom bre se constituye como tal en el trabajo constructor del m undo
significa, sin embargo, a la vez: el m undo es 1^ condición por la cual el hom
bre es. El objeto de su actividad no lo debe m ediar sino ésa, su actividad.
El hom bre no sólo se reproduce en su m undo sino que debe poder repro
ducirse y verse en é l 9.
L a actividad que es el hom bre libre significa: ella puede negarse a sí
misma, es decir producir al m undo de tal m odo que no sea la condición
de,su posibilidad sino el peligro de su negación. Lo que es objeto de su ac
tividad puede convertirse en su sujeto: “El trabajo alienado invierte la re
lación a tal p u n to que el hom bre, justam ente porque es una actividad ori
ginaria consciente, convierte su actividad originaria en un medio para su
95
existencia” 10. Ello equivale a decir: u n hom bre m ediatiza a otro en el acto
por el cual lo hace depender del producto que ha tom ado de él. El origen
de las clases en las relaciones de producción es a la vez la dependencia de
u n a actividad llam ada trabajo respecto de otra que es el capital. Y la ru p
tu ra total de esta relación (Revolución) no es entonces sino la recuperación
inicial, a otro nivel, de la condición de la posibilidad. La recuperación de
la actividad originaria (poder actuar como actúa el hom bre) por la fuerzia
de esta misma actividad que se libera n .
Sin pretender explicar aquí cómo del fenómeno de la alienación de lá
totalidad de la actividad hum ana se form a la incom patibilidad de las cla
ses, podemos in ten tar buscar en dónde radica el carácter fundam ental de
la legalidad que la consagradla sociedad hum ana en la cual la. condición
de la posibilidad de la actividad de los hom bres se concentra en la pseudo
actividad de algunos (capitalistas), ha alcanzado la etapa llam ada “socie
dad burguesa”. En ella los hombres no son aquella actividad que se sitúa
frente a sí como u n objeto, sino que es situadla por otros hom bres como u n
objeto. La totalidad que es esta actividad dependiente se llam a clase p ro
letaria.
Ella constituye la condición de su propia posibilidad, realizando aque
lla otra clase que es la negación de la actividad proletaria. En la “posición”
del capital el proletariado pone su propia “destrucción” y ello en un doble
sentido: el capital es la amenaza constante para su liberación y el “escándalo
evidente” en virtud de lo cual al proletariado no le resta otra alternativa
que destruirlo. M arx lo dice más exactam ente: “el Proletariado será revolu
cionario o no será”. Pero al serlo, la totalidad que sus manos han construido
pierde su condición de posibilidad. Y la clase dom inante deviene entonces
objeto: el señor depende efectivamente de su siervo. Y por ello no tiene
más alternativa que intentar que el siervo, en algún momento, acepte fingir
que es señor. El objeto del capital debe poder actuar “como si” fuese sujeto.
El intento de la clase dom inante es una quim era: que el objeto sea verda
deram ente sujeto sin dejar de ser objeto suyo. Pero esa quim era sólo lo és
en la m edida en que se intente realizarla. La clase dom inante debe buscar
p o r tanto una dim ensión en la cual lo imposible aparezca como real. Debe
in ten tar separar lo real de lo quim érico en la realidad.
P ara buscar aquello que constituye el fundam ento de la legalidad b u r
guesa hay que interrogarse dialécticam ente: ¿contra quién? y ¿a favor de
quién surge?
La relación con la Naturaleza, en la cual los hom bres hacen el “m undo”,
es u na relación diferente. Ellos producen el m undo de una m anera diversa
según sea el lugar en que ellos están al transcurrir la producción del m undo.
Esta situación equivale a las así llamadas “relaciones” de producción 12.
La desigualdad q u e im plican las relaciones capitalistas de producción
no es, como se ha dicho, otra cosa que la creación de un m undo en el cual
la relación con la naturaleza se ha distorsionado. La naturaleza, cuyo resul
tado (producto) es obtenido por el sujeto-trabajo, no ofrece el m undo que
ese trabajo supondría, sino un m undo en el cual ese trabajo tiende a ser
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elim inado o destruido. La racionalidad del m undo (su “ley”) no es la de
quienes la producen, sino la de quienes se han apoderado de los “medios”
para producirlo. La aberración se hace patente y el círculo vicioso evidente
cuando consideramos que esos “medios” no son sino parte del m undo que
“de” ellos surge. La burguesía tiene entonces que poner en circulación dos
conceptos fundam entales: el de ‘igualdad’ y el de ‘separación o abstracción
necesaria’.
La “igualdad” ante la (abstracción) ley no es sino el intento de trasla
dar a la m aquinaria jurídica la “igualdad” en el intercam bio de salario y
trabajo. La desigualdad evidente de este últim o requiere una compensación:
lo que no se recibe en la tierra, se recibe en el cielo de las leyes. La desi
gualdad real es suplida en el acto místico por el cual se hace uso de una
capacidad “espiritual”: el voto universal y directo (cuando la ley y el legis
lador lo estipulan). Es en este acto místico en donde la quim era, antes an u n
ciada, se convierte en “triste realidad”. Más aún, el pueblo (sociedad civil)
legitim a en él la desigualdad. Y al legitim arla la legitim a tam bién como
regulador de su conducta (fetiche). Como acto de expropiación de su m undo.
Por ello la “igualdad” no es otra cosa que la m entira de la racionalidad.
T o d o lo que los productores crean debe ser adm inistrado por quienes no
crean ese todo. De ahí la necesidad de la burguesía de im poner a la ve?
la ‘abstracción’. El absurdo de esta igualdad consiste en que ella es dada y
otorgada por quienes no son iguales.
Y justam ente este carácter es el que debe ser institucionalizado. Esta
separación es la separación de dos mundos: el de la sociedad civil y el de
la sociedad política. En esta separación vive la sociedad burguesa. En esta
separación surge su irracionalidad. Así como producir bienes m ateriales es
úna actividad “especial”, tam bién lo es producir y poner en ejecución "bie
nes políticos”. El principio del fascismo: la justicia y el bien radica en que
cada uno haga lo suyo (Platón), vive en germen en la separación, la abstrac
ción del Estado m oderno. El problem a es que lo “propio”, como m iem bro
de la sociedad civil, no influye sino sobre un núm ero muy reducido de hom
bres, m ientras que lo “p ropio” de quienes —como clase dom inante posee
dora de los medios productivos—, gestan lo político, influye y determ ina la
totalidad de la sociedad.
¿Qué es entonces lo que la legalidad burguesa busca reducir?
El acto en el cual y por el cual lo que determ ina la actividad de todos
es adm inistrada por esos todos: la efectuación (Marx) masiva del Estado.
Esa efectuación se presenta como dos momentos de un solo proceso. A paren
tem ente hay allí una línea divisoria: el pueblo antes y después de la revo
lución proletaria, antes y después de la conquista del poder político y “eco
nóm ico”.
El poder p opular es, sin embargo, indivisible: el proletariado “cruza la
línea” que lo separa del poder sólo en la m edida en que ya la ha cruzado.
En la m edida en que la lucha ha conducido a las masas a poder tom ar el
poder.
Y es exactam ente eso lo que la legalidad burguesa (“igualitaria” y abs
tracta) trata de frenar, obstruir, im posibilitar: la lucha de clases por el po
der. Ella trata de ahogar aquella actividad que genera toda legalidad legí
tima: la lucha por la creación de un m undo nuevo, producto de quienes lo
producen y en las condiciones que naturalm ente em anan de esa producción
social directa.
La legalidad burguesa se opone no a la legalidad proletaria. Se opone
a la lucha de clases de la que deberá surgir la legalidad de los productores.
Por ello ese paso de una a otra no podrá jam ás depender del “realismo de
7.—CEREN 97
los legisladores” que “obedecen” a las necesidades de “la inmensa m ayoría”.
Ello sería así sólo si los “legisladores” fueran el resultado de aquella racio
n alidad que habita en la “inm ensa m ayoría”. Los “legisladores” no son tam
poco un autoproducto que esté en situación de “entender” una racionalidad
ajena. Los antiguos legisladores fueron hijos de una lucha antigua, los nue
vos lo serán de una nueva lucha.
Recordemos lo que debe ser el Estado racional: “Los asuntos generales
del Estado son el Estado como asunto, el Estado como cuestión real. La dis
cusión y las determ inaciones son la efectuación del Estado como cuestión
real. El que todos los miembros del Estado tengan una relación con el Esta
do como su cuestión real es algo que parece entenderse por sí mismo. Ya
en el concepto miem bro del Estado está incluido que ellos son miembros
del Estado, una parte del mismo, que él los asume como parte suya. Si ellos
son una parte del Estado se entiende de por sí que su existencia social es
desde ya su participación real en el mismo. Ellos no son tan sólo una parte
integrante del Estado, sino que el Estado es su parte. Ser parte consciente
de algo es tomarse con conciencia una parte suma, tom ar parte en él con
conciencia. Sin esta conciencia el m iem bro del Estado sería un a?iimal.
Cuando se dice: “las cuestiones generales del Estado”, se produce la im pre
sión de que “las cuestiones generales” y “el Estado” son cosas diferentes.
Pero el Estado es “la cuestión general”, por tanto realm ente “las cuestiones
generales”.
T o m ar parte en las cuestiones generales del Estado y tom ar parte en
el Estado son pues la misma cosa. . . 13.
Esta es la racionalidad, es decir, la legitim idad que la legalidad b u r
guesa quiere ahogar en su acto de nacim iento: la lucha. Y la quiere negar
en cuanto sU formalismo le perm ite autopostularse como legitim idad. M ien
tras su form a (separación entre sociedad política — m anejo clasista y socie
dad civil = productores = clase obrera) nace de una forma y es por lo
tanto el reflejo de un reflejo, una sombra, su contenido es consistente^ duro
y hasta frenético, una sombría realidad. Cuando la legalidad burguesa es
cuestionada por quienes sufren en carne propia el desamparo que ella les
trae, entonces ella habla de sí misma como el producto de un acto “general”,
pero ocultando que esta “generalidad” no es la presencia de todos los indi
viduos, sino justam ente su ausencia. Y esta ausencia es lo que a la legalidad
burguesa le interesa estatuir. Porque sabe que de haber racionalidad, ésta
no puede ser sino la presencia de las masas en lucha:
“El que la sociedad civil penetre masivamente, en lo posible entera en
el poder legislativo, el que la sociedad civil real quiera sustituir a la socie
dad civil ficticia del poder legislativo, esto no es otra cosa que el im pulso
de la sociedad civil por darse existencia política o por convertir la existencia
política en su existencia re a l. . . ” u .
El intento de la sociedad civil por ser la que genera las instancias gene
rales desde donde ésta es regulada de acuerdo a las necesidades generales,
es, para Marx, un intento de las masas por “penetrar m asivam ente”, en sus
propios asuntos, es un “im pulso”. Y es justam ente este impulso por penetrar
masivamente, esta lucha revolucionaria de las masas, lo que trata de ahogar
la legalidad burguesa.
Y del mismo modo en que la racionalidad capitalista afirm aba que el
trabajo es la fuente de toda riqueza para poner esa riqueza justam ente en
manos de quienes no trabajan, del mismo m odo la legalidad burguesa afir
m a la “participación” formal de las masas para im pedir su lucha.
13 Ib íd ., p. 324.
14 Ib íd ., p. 324.
98
La finalidad y el carácter fundam ental de ella es abstraer y elevar el
contenido del derecho a una forma en la cual la lucha de las masas sea
imposible.
15 MEW I, 34$.
99
Para la sociedad civil, en cambio, la igualdad era aquello que debería
perm itirle intervenir en la regulación de todo género de telaciones sociales.
La igualdad debía perm itirle luchar por la igualdad. Para la burguesía, la
igualdad era la consagración del derecho a la desigualdad real, para la so
ciedad de los productores, una brecha hacia la realización de la igualdad.
El carácter abstracto de la igualdad resolvió, por un tiempo, la cuestión: la
posesión de algunos de los medios de producción trajo para ellos la igual
dad entre ellos. Al resto le otorgó el “derecho” a ser esclavos asalariados.
Del principio igualitario surgió el establecimiento de la desigualdad
legalizada. ¿Dónde se m uestra, sin embargo, esa desigualdad? A prim era vista
se diría: la desigualdad ( —la ausencia del pueblo en la gestión del Estado)
radica en el “hecho” de que existe capitalista y proletario, de un modo
análogo como existieron señor y esclavo, amo y siervo. Un “hecho”, sin em
bargo, no im plica nada; por el contrario, es él el que debe ser explicado.
En efecto, el “hecho” que es la existencia del siervo se explica (a nivel de
los ‘hechos’) por el otro hecho que es la existencia del amo. El “am o” es la
condición de la existencia del siervo poique la ordenación social “siervo”
surge del poder de los “amos”. Y al contrario, es tam bién verdadero: el
“hecho” que es el “am o” es puesto en vigencia por la existencia y trabajo
fácticos de los “siervos”. Sin amo no hay siervo, sin siervo no hay amo.
El que el amo pase, en un cierto momento, a “depender” del siervo, que
comience a ser “siervo de los Siervos” que producen su existencia, no altera
ni explica lo fundam ental. Es una consecuencia del “hecho” de que existan
amos y esclavos. En efecto, el amo comienza a ser como amo el “siervo de
sus siervos”.
El siervo no puede cuestionar al amo mismo sin cuestionarse a sí mismo.
Pero ¿qué puede significar entonces “cuestionarse a sí mismo”? ¿Qué cues
tionan los siervos al exigir que se term inen los amos? ¿Qué significa “la
inexistencia de los amos”?
Significa la elim inación de algo que no es ni “los amos” ni “los siervos”,
sino la condición de la posibilidad de amos y siervos. Ambos no existen por
el “hecho” de que existan, sino porque las condiciones para que ellos exis
tan son, al mismo tiempo, las condiciones para que exista la sociedad entera.
El amo y el siervo lo son desde una realidad que ellos conform an y efec
túan, pero que no es lo mismo que su suma, su existencia subjetiva. El amo
es el amo, el siervo es el siervo. El amo y el siervo son algo diferente en lo
cual ambos son. El todo no es la suma de las partes. Las “partes” y su “sum a”,
sólo son posibles en la totalidad que ellos constituyen y en la cual su “indi
vidualidad” es superada (Aufheben). Amo y siervo se constituyen a la vez
y recíprocam ente en objeto y sujeto. El acto de “relación” (de apertura del
uno hacia el otro) constituye y es constituido en un fundam ento que es algo
“tercero”.
“U na actividad originaria (Wesen) que no tiene su naturaleza fuera de
sí misma, no es una actividad originaria natural, no participa de la activi
dad originaria que es la Naturaleza. U na actividad originaria que no tiene
su objeto fuera de sí, no es una actividad originaria objetiva. U na actividad
originaria que no es ella misma objeto para una actividad originaria ter
cera, no tiene ninguna actividad originaria como su objeto, esto es, no se
conduce objetivam ente, su ser no es o b je tiv o ...”.
“Supóngase una actividad originaria que ella misma no es objeto ni
tiene objeto alguno. Ella sería, en prim er lugar, la única actividad origina
ria, no existiría otra fuera de ella, existiría absolutam ente sola y solitaria.
Y ello porque en tanto hay objetos fuera de mí, en tanto y/o no soy solita
riamente, yo soy un otro, una realidad distinta que el objeto que yo no soy.
100
Para este tercer objeto yo soy tanto otra realidad que él mismo, esto es, soy
su objeto. U na actividad originaria que no es objeto de otra supone, por
tanto, que no existe ninguna actividad originaria. En tanto yo tengo un
objeto, este objeto me tiene a mí como objeto” 16.
El amo no se explica entonces, en últim o térm ino, por el siervo, ni el
siervo por el amo. Algo “tercero’’ los explica a ambos: la relación en que
ellos están, la totalidad de que ellos son gestores. Esto es lo que anterior
m ente M arx denom inaba “m undo” como resultado de la interacción hombre-
naturaleza.
Volvamos a explicarlo: “El hombre es una necesidad natural; ella su
pone por tanto una naturaleza fuera de ella, un objeto fuera de ella, para
ser satisfecha, para apaciguarse. El ham bre es la necesidad confesa de mi
cuerpo, de un objeto fuera de él, im prescindible para su integración y desa
rrollo. El sol es el objeto de la planta, un objeto que afirm a su vida, del
mismo m odo como la planta es objeto del sol, en tanto que expresión de la
fuerza vivificante del sol, de la fuerza activa originaria objetivadora del
sol” 17.
La tercera objetividad es lo que no es ni el objeto, ni el sujeto, sino
la totalidad en que ellos ponen de manifiesto sus posibilidades.
En esta tercera objetividad es donde se debe buscar el fundam ento de
la legalidad burguesa. Ella no ha surgido del “hecho” de que existieran amos
(nobleza y clero) y siervos (burguesía y pueblo en general). El “hecho” de
que existan amos se basa en el otro “hecho”, de que existen siervos y al
revés. Lo que cambió al menos form alm ente al surgir la legalidad burguesa
es la “tercera objetividad”: la condición de la posibilidad de que existan
amos y esclavos.
M arx quiere, sin embargo, evitar el trascendentalism o de los miembros
de la Sagrada Familia:
“Preguntándose por las condiciones de la existencia del 'todo como ta l’,
la ‘Crítica crítica’ lo hace de un m odo auténticam ente teológico buscándo
las fuera del todo. La especulación crítica se mueve fuera del objeto que
ella asegura considerar. M ientras toda la contradicción no es otra cosa que
el m ovim iento de sus dos aspectos, m ientras en la naturaleza estas partes
son la condición de la existencia del todo, ella se exime del estudio de este
m ovim iento real que origina el todo, a fin de poder explicar que la Crítica
crítica está, como la paz del conocer, por sobre ambos extrem os. .
“Proletariado y riqueza son dos opuestos: ellos forman, como tales, un
todo. Ambos son formaciones del m undo de la propiedad privada. Se trata
de saber cuál es la posición que ellos adoptan en la contradicción. No basta
con decir que ambos son dos aspectos de un solo todo”.
“La propiedad privada, como propiedad privada, está obligada a m an
tenerse a sí misma, y con ello a su opuesto, en la existencia. Es el lado
positivo de la contradicción, la propiedad privada satisfecha en sí m ism a”.
“El proletariado, al revés, está, como proletariado, obligado a elim i
narse a sí mismo y con ello a su opuesto que lo constituye como proletaria
do, la propiedad privada. Es el lado negativo de la contradicción, la im pa
ciencia en sí mismo, la propiedad privada disuelta y en d is o lu c ió n ...”.
“D entro de la contradicción, el propietario privado es, por lo tanto, la
p arte conservadora; el proletario, la parte destructora. De aquél surge la
acción de conservar la contradicción, de éste la acción de su destrucción” 1S.
101
La destrucción de la “tercera objetividad” es la destrucción de la con
dición de la existencia, no de algo separado de proletarios y propietarios,
sino de la relación que la actividad de ambos ha engendrado. Y la destruc
ción radical de este orden “que necesita la ilusión” de la legalidad form al
m ente igualitaria sólo puede ser obra de quien, ju n to con construir su base
de sustentación, es privado de su control: la clase obrera.
Esta destrucción, como toda actividad, tiene un doble sentido. C am inar
no significa “comenzar a cam inar”, sino ya haber cam inado y seguir hacién
dolo. T en er el poder no significa “comenzar a ejercerlo”, sino haberlo ejer
cido y seguir ejerciéndolo. La conquista del poder es la posesión de todo
el poder por parte de quienes ya tenían el poder, a saber de aquel poder
que puede conquistar todo el poder.
Cam biar desde su raíz la tercera objetividad (de la cual la legalidad
burguesa es un aspecto) es un acto del poder de la sociedad civil (las “masas”),
un m om ento de su lucha. Más aún: la tercera objetividad es el acto en que
las masas revolucionarias son. Es su obra. Es la “razón que siempre ha exis
tido”. De ellas nació la legalidad burguesa. Y por ello la burguesía no se
opone al “contenido” que eventualm ente tendría en sí la legalidad proletaria.
M al podría hacerlo cuando ésta no es más que la consecuencia total de su
propia racionalidad. A lo que ella se opone es a que el proletariado ponga
en acción el medio que ella misma usó para nacer: la lucha masiva de clases.
El amo no rechaza en lo fundam ental al siervo, ni la rebelión del siervo
como siervo, rechaza aquella rebelión que cuestiona el “orden” según el
cual amos y siervos son posibles. El capitalista no rechaza el “conflicto”, por
que éste no es sino la confirmación de la diferencia. No rechaza tampoco
u n proyecto de legalidad en la cual “no hay conflictos”; lo que rechaza es
la lucha por establecerla, es decir, aquella en la cual su objeto (y por tanto
él mismo) desaparecen; la lucha en la cual la clase obrera deviene sujeto
y la burguesía objeto:
“La exigencia de renunciar a las ilusiones sobre su situación, es la exi
gencia de renunciar a una situación que necesita de las ilusiones” 19.
La ilusión de la igualdad, o sea, la igualdad' como ilusión, es lo que
caracteriza a la legalidad burguesa. Lo definitivo no es provocar nuevas ilu
siones (conveniencia de las clases a “otro nivel”, etc.), sino crear un m undo
en el cual las ilusiones no son necesarias para su desarrollo y construcción
ulterior. El proletariado “no puede liberarse a sí mismo, sin superar sus pro
pias condiciones de existencia. No puede superar sus condiciones de existen
cia, sin superar todas las inhum anas condiciones de existencia de la sociedad
actual” 20.
102
cuestiones más inm ediatas se pone de m anifiesto la am bigüedad de la ley
burguesa. En todos los niveles ella ha dejado sin resolver los problem as que
plantean sus propias exigencias: la libertad, la igualdad, la fraternidad, la
seguridad, la propiedad. En cada uno de estos momentos la burguesía con
cedió algo a fin de así poder no cum plirlo. Pero la exigencia de libertad,
etc., quedó form ulada y ello a nivel de las necesidades reales. En el período
previo a la destrucción de la sociedad de clases, el proletariado revolucio
nario se m ueve p or esta brecha que ha quedado entre la exigencia real y
su negación. En cada lucha el proletariado se mueve entre lo “legal” y lo
legítimo, entre lo que se debe respetar y lo que se puede efectivamente hacer.
El proletariado es en sí mismo la encarnación de esta doble realidad.
La clase obrera es la parte destructiva del orden establecido.
La existencia de los proletarios, a la vez que un hecho contem plado y
definido p or la ley al consagrar la propiedad privada como fundam ento del
orden, es un hecho que amenaza la existencia de la ley que pretende definir
su existencia. Es el lado negativo de la sociedad burguesa. Y es el lado ne
gativo en cuanto que busca cam biar radicalm ente aquellas reglas del juego
que le han creado. En efecto, el proletariado no estaba “contem plado” en el
esfuerzb común que fue la resolución burguesa.
El acto del cual nació la legalidad burguesa es el acto por el cual una
clase desplazó a otra del poder. No es el cambio de una 'leg alid ad ” a “otra
legalidad”. N o es un acto del “espíritu de los pueblos” que no necesita sino
otro acto espiritual como su mediación:
“D ebido a que el Estado es la forma en la cual los individuos de una
clase dom inante hacen valer sus intereses comunes y que toda la sociedad
burguesa incluye en una época, se sigue que todas las instituciones son me
diadas p o r el Estado, recibiendo asL una forma política. De ahí la ilusión
de que la ley descansa en la voluntad, a saber, en una voluntad separada
de u n a base real, en la voluntad libre. Del mismo modo el derecho será
reducido, por su parte, a la ley” 21.
La ilusión no se combate con ilusiones y las ideas que no m ueven a
acciones concretas no son más que ilusiones. Q uien entrega “ideas”, “m etas”
a un pueblo, sin entregarle los medios, los métodos concretos de acción, le
entrega ilusiones, es decir, lo engaña:
“Las ideas no pueden nunca hacernos superar un viejo estado de cosas.
Las ideas no pueden realizar absolutam ente nada. Para realizarlas se nece
sitan hombres que empleen para ello todas sus fuerzas” 22.
Esto que pertenece, entre tanto, para muchos, a lo trivial, adquiere una
im portancia fundam ental al in ten tar abordar el problem a de la legalidad
burguesa.
Las brechas que ella deja no son brechas a través de las cuales pasa la
“conciencia” de las masas. Es una brecha real, activa y generada por la ac
ción. La concientización de las masas como acto “previo” a su acción es, si
se la entiende en términos precisos, el intento de cam biar la historia real
a través de la conciencia. Es idealismo de viejo cuño. La conciencia es un
producto de la actividad. Las masas entienden la totalidad social en la me
dida en que ellas ya la han comenzado a cambiar:
A las masas “nosotros solamente les mostramos por qué ellas en realidad
luchan, y la conciencia es algo que ellas* se deben apropiar, incluso si no
lo qu ieren ” 23.
103
La conciencia de clase es producto de la lucha de clases. La lucha con
tra el “hecho” que es la legalidad burguesa, precisa de los “hechos” revolu
cionarios de los explotados. Que en ello la historia haya señalado etapas,
es sólo en cuanto son “hechos” los que pasan por etapas. Lo que el prole
tariado no puede transar es la lucha que sacude el fundam ento de la ley
burguesa.
H ablar de carácter fundam ental de la legalidad burguesa incluye el ha
blar de su fundam ento. Este no es otro que la razón que siempre ha exis
tido, aunque no en forma racional: la lucha de las masas explotadas por
dirigir lo que ellas constituyen. El que se vuelva al “fundam ento” de la
legalidad burguesa equivale a liberar ese fundam ento de sus cadenas para
que por sí mismo recupere su actividad propia. La fuerza de ese fundam ento
en la lucha es inmensa. Sólo se necesita abrirle camino:
104
Reflexiones sobre la enseñanza
del Derecho en Chile
A lfred o E tcheberry
Vicerrector Académico, U. C.
1.—Algunas de las deficiencias que se han hecho notar desde hace tiempo
en la enseñanza del Derecho son comunes a la actividad universitaria en la
enseñanza de otras disciplinas, O tras son propias de la naturaleza y exigen
cias de las ciencias jurídicas. Otras, en fin, son el producto de un senti
m iento vago y no bien definido de crisis del Derecho como institución social.
Las prim eras han venido siendo objeto de estudio y de am plio debate p ú
blico en los últim os años, y no tendría especial utilidad volver a ocuparnos
de ellas aquí. Nos limitaremos, en consecuencia, a las restantes críticas.
2.—Con razón hace notar Soler 1 que desde la antigüedad hasta el siglo
pasado, el tema del Derecho ocupó un sitio im portante en el pensamiento
de los filósofos, hasta el punto que para Hegel dicho tópico tiene un lugar
central e incluso dom inante en su doctrina. Actualm ente, en cambio, el pen
sam iento filosófico parece concentrarse sólo en determ inados temas capita
les, entre los cuales {el ser, la nada, la angustia, la lógica simbólica, la teoría
del conocimiento) no se cuenta el Derecho, de tal modo que la fenomeno
logía, el existencialismo, el intuicionism o, poco o nada dicen sobre lo ju rí
dico. Ni siquiera las doctrinas más vinculadas a un enfoque antropológico,
o preocupadas de los problemas de la semántica y la estructura del lenguaje,
o de raigam bre neohegeliana, en las cuales cabría esperar una mayor apro
xim ación a los temas jurídicos, han dispensado mayor reflexión a éstos. Sólo
el m aterialism o histórico lo hace, pero en form a que el Derecho ofrece una
imagen poco airosa. Si el orden jurídico es sólo uno de los efectos superes-
tructurales de las relaciones de producción, no es más que una resultante
necesaria de las fuerzas históricas que lo determ inan. Si es un mecanismo
ideado para m antener privilegios económicos y defenderse contra la evolu
ción de las relaciones naturales, el Orden jurídico aparece desde su base
teñido de inm oralidad. “En ambos casos el Derecho pierde valor, y su sus
tancia misma queda constituida por un engaño; en el prim ero, un engaño
intelectual; en el segundo, en un engaño ético, pues el legislador resulta
ser, o bien un filtro inconsciente ele fuerzas naturales que hablan a través
de él sin pedirle permiso, o bien un dócil servidor de las m entiras interpre
tativas de la clase dom inante”. Lo dicho tiene por consecuencia que en la
actualidad las teorías jurídicas sean obras de especialistas más que de filó
sofos, con inevitable repercusión sobre sus contenidos.
1 Soler, Sebastián: Las palabras de la ley; México, 1969; Fondo de C u ltu ra Económica, pp . 7 y ss.
105
A lo anterior debe agregarse la formación de una atmósfera de recelo,
cuando no de hostilidad, hacia el Derecho mismo, sus características y m é
todos: lo que se ha dado en llam ar el “juridism o” o la “m entalidad legalis
ta” se presenta como un obstáculo a la renovación y el progreso en todos
los órdenes (hasta el teológico y religioso); las instituciones jurídicas apa
recen desligadas de la realidad y las necesidades sociales; en fin, los hom
bres de derecho desem peñarían por lo general un papel conservador
—cuando no retardatario— en la transform ación de la sociedad. Al verificar
que el orden jurídico no rige en el hecho sobre vastos sectores de la rea
lidad que pretendidam ente regula, y que, por otra parte, allí donde en
cuentra som etimiento y vigencia se m uestra im potente para resolver los
problem as sociales, se habla de una declinación o crisis del Derecho. Hay
obras enteras dedicadas al tema. C arnelutti ha llegado a profetizar la
m uerte del Derecho (2). Paradojalm ente, esta crisis del Derecho no se m a
nifiesta en la paulatina desaparición de instituciones o normas, sino al re
vés, a través de una proliferación cada día más abundante de norm as ju rí
dicas especializadas, minuciosas, reglam entarias, y que sin embargo no se
revelan capaces de operar con verdadera eficacia social. Esto es solamente
paradojal; no es en verdad contradictorio, porque una reflexión de simple
sentido común nos dirá que m ientras mayor sea el núm ero de preceptos,
mayor será la cantidad de desobediencias, y ya Argesilao señalaba que allí
donde hay muchas leyes hay tam bién m ucha injusticia.
2 C arn elu tti, Francesco: La m uerte del derecho, en Crisis del Derecho (varios a utores); Buenos
Aires, s.f., E.J.E.A .
106
En cuanto a la anarquía, quienes la conciben como modelo social (v
cuyo pensam iento con tanta frecuencia ha sido criticado con ignorancia o
deformado) dirigen sus ataques contra el Estado (cuya identificación con
el orden jurídico presintieron antes que Kelsen la form ulara explícitam en
te) , en cuanto conciben toda autoridad como enemiga de la libertad, pero
no prescinden de la idea de orden, al que im aginan como brotado espon
táneam ente de la libre asociación hum ana. Véase un párrafo de Proucl-
hon 3:
“En vez de leyes, tendremos contratos; no más leyes votadas por la ma-
“ yoría y ni siquiera por unanim idad. Cada ciudadano, cada ciudad, cada
“ unión industrial hará sus propias leyes. En lugar de poderes políticos,
“ tendremos fuerzas económicas. . . En lugar ele ejércitos perm anentes, ten-
“ dremos asociaciones industriales. En lugar de policía, tendremos identidad
“ de intereses. En lugar de centralización política, tendremos centralización
“ económica”.
Para el padre del anarquism o, los tribunales de derecho, serán reem pla
zados por el arbitraje; las burocracias nacionales, por adm inistración directa
descentralizada. Y así se logrará la unidad social, a cuyo lado el llam ado
“orden establecido” de las sociedades gubernam entales aparecerá como un
caos que sostiene a la tiranía. Fácil es advertir que en realidad la crítica
va dirigida a la concepción del Estado como un orden al servicio de la in
justicia, sustentado en la fuerza, gracias al cual la autoridad ahoga la liber
tad. En su sociedad sustitutiva nos habla de “contratos”; nos dice que no
habrá leyes generales impuestas por mayorías, pero sí que cada unión indus
trial “hará sus propias leyes”. En suma, se adm ite un orden social, en el cual
existirán obligaciones, y es inevitable la existencia de una sanción correla
tiva de la obligación. Que este orden “brote espontáneam ente” y sea “libre
m ente aceptado” y no impuesto, no le quita su tram a jurídica. N i siquiera
Bakunin, en sus violentas invectivas contra el Estado, lo identifica con cual
quiera forma de orden social que im ponga deberes: su Estado, como para
Proudhon, es “la explotación políticam ente organizada de la mayoría por
una m inoría cualquiera” 4. Por otra parte, una lúcida crítica de la posibi
lidad práctica de una sociedad sin ley alguna ha sido hecha por Russell 5,
quien efectúa una plausible demostración de, que una com unidad en que
ningún acto estuviera prohibido por una regla general obligatoria (ley) no
sería com patible con la estabilidad y preservación de la sociedad que los
anarquistas desean, y que el orden jurídico sigue siendo una institución ne
cesaria para cum plir ciertos fines 6.
Adm itiendo la necesidad social del Derecho, al menos en una duración
que en la actualidad es históricam ente indefinida hacia el futuro, la situa
ción de “vacío ju rídico” por un período de transición se nos aparece como
negativa e indeseable: es sin duda más lógico desear que en cada período
(por drásticas que sean las transformaciones que im plante) surja la forma
de ordenam iento jurídico que sea socialmente necesaria o más útil. Así, si
sobreviene una catástrofe histórica, un hundim iento general de la juridici
dad, un renegar colectivo del Derecho (y no del Derecho actual, sino de
todo D erecho), esto no se deberá a la conjuración de un grupo de malvados,
107
ni a la estupidez o ceguera histórica de un pueblo, sino a la culpa de los
hombres de Derecho, deformados por una enseñanza deficiente y por una
práctica estrecha, y cuya m iopía intelectual les im pide captar los valores
jurídicos y la inserción del Derecho en la historia.
108
acatam iento externo puede traducir posiciones espirituales muy diversas,
desde el fervoroso entusiasmo por la ley hasta la indiferencia, la resigna
ción o la cobardía, pero siem pre es indispensable. Para ello, el Derecho no
debe contrariar la conciencia y la sensibilidad sociales del m om ento histó
rico que pretende regular; al menos, no clebe contrariarlas o en gran medida.
Es verdad que sobre la posición de acatam iento se puede influir m ostrando
la excelencia de valores nuevos o poco conocidos, a través de la educación,
la difusión, la propaganda o una política de estímulos o incentivos que ha
gan atractivo el cum plim iento de la ley (y en este aspecto, según diremos
más adelante, tam bién el propio Derecho puede cum plir una función). Pero
en todo caso, tanto los incentivos como las sanciones tienen un límite, pasa
do el cual la oposición violenta entre la ley y el sentir profundo de la m a
yoría de los ciudadanos llega a un extrem o en que, como bien se ha escrito,
éstos no se dejan ya sobornar ni am edrentar, y cesan de cum plir la ley.
El propio Kelsen que, en su Teoría Pura, se esfuerza por separar los aspec
tos jurídicos de los sociológicos, adm ite la lim itación de la validez de la
norm a cuando carece de eficacia, aunque insiste en precisar que ambos con
ceptos 110 se identifican 7.
Esta consideración realista sobre las limitaciones del Derecho no nos
lleva, sin embargo, a la posición extrem a que le niega todo valor como ins
trum ento de cambio social, sostenida por escuelas de pensam iento de p ri
m era im portancia. Probablem ente la más notoria e influyente en esta línea,
aunque no la única, es la de M arx, al menos en la interpretación tradicio
nal de su pensam iento. Son las relaciones de los hombres con respecto a los
medios de producción las que, comenzando por ser un orden fáctico, al
consolidarse p o r su duración pasan a ser orden jurídico, en el que las clases
dom inantes dan a su posición de preem inencia y privilegio el carácter de
situación deseable e im puesta (“deber ser-’ que consagra y protege un “ser”),
y por cierto, respalda por la fuerza. Le merece violenta crítica la idea de
“justicia externa” de Proudhon. Refuerza esta postura de M arx el recono
cimiento del valor jurídico de la costum bre (sanción lega^ de una mera fac-
ticidad de larga data), que aunque reducida a límites muy estrechos con el
triunfo del pensam iento racionalista, el m ovim iento codificador del siglo
X IX y la escuela de la exégesis, todavía conserva validez en ciertos campos,
como el Derecho comercial y el internacional. Por otra parte, el razonam ien
to no funciona con tanta claridad cuando se intenta aplicarlo a los sectores
regulados por el Derecho y que no se vinculan directam ente con los pro
cesos productivos. Siendo el Derecho una superestructura de la tecnología
y la economía, puede adm itirse la existencia de un Derecho atrasado con
respecto al cambio social, y que en consecuencia transcurra cierto tiempo
desde el advenim iento de los cambios en la tecnología y la economía y la
incorporación de los mismos al Derecho, pero no puede admitirse, desde
este punto de vista, que un cambio jurídico provoque un cambio en la es
tru ctu ra tecnológica y económica o sea factor de decisiva influencia en el
mismo 8.
Desde otro punto de vista muy alejado, la escuela histórica del Dere
cho, cuyo exponente más ilustre es Savigny, considera el Derecho como el
producto n atu ral y orgánico del espíritu de un pueblo, y se opone, por con
siguiente, a la codificación, y en general, a la legislación im puesta por re
flexión racional y abstracta, especialmente si se trata de adoptar institucio
109
nes jurídicas extranjeras. Es interesante observar el origen hegeliano común
de esta concepción y la anterior.
Sin embargo, pese a la teoría básica ya anunciada, aun las sociedades
que basan en el pensam iento m arxista su estructuración económica y polí
tica, hacen am plio uso del Derecho como herram ienta para obtener deter
minados cambios sociales. Son de interés a este respecto las consideraciones
muy claras que hace K echekyan9, profesor del Instituto de Derecho de
Moscú. Sobre el empleo de las leyes “paternales” o educativas del pueblo
es de im portancia el estudio de H azard 10. Las reformas penales aprobadas
en la U nión Soviética a p artir de la adopción de los nuevos principios fu n
dam entales en derecho penal y procesal penal de 1958, guardan consonancia
con la posición oficial desde 1961, en el sentido de que el Estado Soviético
es ya un “Estado del pueblo entero, sin clases hostiles en su seno que debie
ran ser suprim idas; por lo tanto, los delincuentes no son ahora enemigos
de clase, sino trabajadores “extraviados”. No sirve ya la simple fórm ula sta-
linista de que el delito es provocado por los rem anentes clel capitalismo en
las mentes de los hombres. La sociedad soviética afirm a haber sobrepasado
el capitalismo, y aun sus rem anentes, y sin em bargo el delito persiste. De
ahí el recurso de las leyes educativas (y un paralelo aum ento en la severidad
de las penas) n . No es posible form ular afirmaciones con entera certeza sobre
la situación o enfoque de estos problem as en la R epública P opular de China;
em pero son significativos algunos pasajes de Mao Tse-Tung:
“A fin de poder dedicarse fructíferam ente a la producción y al estudio,
y vivir en un am biente de orden, el pueblo exige que su Gobierno y sus
dirigentes de la producción y de las organizaciones culturales y educativas
“ dicten apropiadas disposiciones adm inistrativas con carácter obligatorio.
“ Es de sentido común que sin ellas resulta imposible m antener el orden
“ público. Las órdenes adm inistrativas y el m étodo de persuasión y educa-
“ ción se com plem entan m utuam ente en la solución de las contradicciones
“ en el seno del pueblo. Las disposiciones adm inistrativas dictadas con el fin
“ de m antener el orden público, deben ir acompañadas de la persuasión y
“ educación, ya que, en muchos casos, aquéllas no dan resultado por sí
“ solas” 12.
Del mismo modo, Mao caracteriza la “superestructura” político-adm i
nistrativa de C hina como “nuestras instituciones estatales de dictadura de
mocrática popular bajo la guía de la dictadura dem ocrática popular y sus
leyes e ideología socialista bajo la guía del marxism o-leninism o”, y señala
que su propósito es el de desem peñar “un papel positivo para facilitar la
victoria de la transform ación s o c ia lis ta ...” 13. Parece desprenderse con cla
ridad que las leyes pueden desempeñar un papel eficaz en la transform ación
social.
5.—La dilucidación previa de las dos cuestiones fundam entales que nos
planteamos, resultaba indispensable antes de pasar a exam inar el problem a
concreto ele la enseñanza del Derecho. Es una conclusión cierta que, cual
quiera que sea la validez teórica que se conceda a los argumentos exam ina
9 Social Progress and Laiu, en Transactions of the T h ir d W orld C.ongress of Sociology, vol. 6. No
nos ha sido posible consultar la fuente original, sino la transcripción de D ror, Yehezkel en Law
and Social Change, T u la n e Law Review, vol. 33 (1959), pp . 740-801.
10 H azard, Jo h n N.: Law and Social Change in the USSR; Londres, 1953.
11 H azard, Jo h n N .: T h e Sino-Soviet D ispute and the Lazo; impreso por la American Foreign Law
Association, Inc. T exto de u n a conferencia pronunciada en dicho organism o el 10 de enero de 1964.
12 M ao T se-T u n g : Sobre el tratam iento correcto de las contradicciones en el seno del pueblo, pasaje
citado en Citas del Presidente Mao T se -T u n g ; P ekín, 1966; Ediciones en Lenguas E xtranjeras,
p p . 53-54.
13 Mao T se-T u n g : ib íd . Citado p or Snow, Edgar: La China contem poránea; México, 1965; Fondo de
C u ltu ra Económica, tomo 1, p. 380.
lio
dos precedentem ente, la realidad nos m uestra el creciente empleo del Dere
cho, en las diversas sociedades, como una herram ienta destinada a influir
sobre los cambios sociales. Es más: constituye una característica contem po
ránea y m uy reciente, que tiende a com plem entar los fines que tradicional
m ente se han asignado al Derecho (la justicia, la paz, el orden) con otro
más, y de prim ordial im portancia: el progreso social. Ello hace que la ense
ñanza actual del Derecho deba perseguir la formación del estudiante por
lo menos en dos campos fundam entales: el dom inio de la ciencia y la téc
nica propiam ente jurídica, y el empleo adecuado de la norm a jurídica como
instrum ento de progreso y de transform ación social. La enseñanza tradicio
nal prescindía por completo de este segundo objetivo y era gravem ente defi
citaria en el prim ero.
111
den jurídico, se traiciona su finalidad. La adecuada utilización del Derecho
como instrum ento de cambio y progreso social, a la que acabamos de hacer
referencia, exige, precisamente, una viva conciencia de este aspecto crítico
y pragm ático de la ciencia jurídica.
112
pos de la escolástica. Pero cuando el profesor es a la vez un hom bre de pen
samiento, de inquietud, de estudio, la calidad de su enseñanza se vivifica,
y los estudiantes lo perciben. El hom bre que m ejor enseña es el que a la
vez está aprendiendo. Por otra parte, una actitud siempre atenta y renovada
respecto de lo que se enseña, por conocido que sea el tema y por mucho
que se haya enseñado a través del tiempo, casi siempre conduce a descubrir
aspectos merecedores de mayor consideración y de nuevas investigaciones. Así
como la investigación m ejora la calidad de la docencia, esta últim a es tam
bién un estímulo para la investigación.
La formación del jurista debe atender a la educación del intelecto co
mo un todo; no sim plemente a través de la acumulación de conocimientos
parciales, sino m ediante la comparación y la sistematización de las ideas.
U n intelecto formado, como ha escrito Newm an 14, es el que ha adquirido
una visión coordinada de lo nuevo y lo viejo, de lo pasado y de lo presente,
de lo próxim o y lo remoto, y que está consciente de la influencia recíproca
de todas estas cosas; en suma, no es sólo el conocim iento de las cosas, sino de
sus relaciones m utuas y profundas. Para el estudiante que se forma, lo más
im portante es ad q uirir una actitud m ental para la cual el dom inio de los
principios esenciales es más valioso que la acum ulación de inform ación frag
m entaria o el dom inio de determ inada destreza técnica. Al concluir sus es
tudios, no sólo debe ser capaz de com prender lo que ya es conocido en su
campo de estudios, sino que debe tener una actitud abierta y receptiva ha
cia lo que es nuevo, estar dispuesto a explotarlo, ser capaz de m anejarlo y
sobre todo, tener iniciativa para im aginarlo y progresar firm em ente por su
cuenta lr>. Esto es particularm ente cierto en la esfera del Derecho, donde
los conocimientos que consistan en la asimilación de las disposiciones lega
les vigentes quedarán anticuados o sobrepasados en pocos años. Debe apren
der más bien a re u n ir elementos de juicio y sopesarlos por sí mismos; rehu
sar su adhesión a las ortodoxias sólo por el hecho de serlo y desconfiar del
argum ento de autoridad, pero por otra parte debe rehusar tam bién la ten
tación de la negativa sistemática e indiscrim inada y de la hueca originalidad:
sus disidencias deben fundam entarse en una sincera posición intelectual y
hum ana.
Lo dicho no significa que la U niversidad tenga por fin form ar sólo
profesores o investigadores, o agotarse en un puro sibaritism o intelectual,
lo que tam bién em pobrecería la ciencia del Derecho y desvincularía al estu
diante del medio social. No puede desconocerse el factor vocacional por el
cual la mayoría de los estudiantes tienen una vocación profesional y no do
cente. Pero la forma en que los profesores enseñan, ebestím ulo que ofrez
can a la crítica y al pensamiento, la presentación de los conocimientos cien
tíficos, pueden y deben ab rir horizontes y perspectivas mucho más amplias
a los estudiantes que el mero ejercicio de una profesión. Si esto se cum ple
cabalmente, tendrá que cam biar el concepto según el cual la persona que
ha cursado algún tiem po en la Universidad y no ha llegado a titularse es
un frustrado, un fracasado, al menos una persona que ha perdido parte de
su vida. Esto es tan absurdo, ya que todo período pasado en la Universidad,
por breve que fuera, debería ser considerado como un aporte valiosísimo
a la formación de la personalidad de cada uno. Por desgracia, el enfoque
exclusivista y obsesivo de los estudios de Derecho hacia la obtención del
títu lo profesional de abogado hace que hoy día dicho paso tem poral por las
aulas no deje a quien lo hizo sino conocimientos misceláneos y dispersos,
14 N ew m an, Jo h n H enry: T h e Idea of a U niversity; Londres, 1899; Longm ans, G reen cdit-; discurso
V I, K noivledge Viewed in Relation to Learning.
15 M ountford, James: B ritish U niversities; Londres, 1966; O xford University Press.
8.—CEREN 113
una ilustración superficial de térm inos y frases que ni siquiera entiende
cabalmente, y que no le servirán siquiera para su propia satisfacción o p ro
greso intelectual.
La clave para la superación en este aspecto reside en la im plantación
de una verdadera flexibilidad curricular (hasta ahora sólo ensayada con m u
cha timidez), dejando la calidad de básicas sólo para pocas disciplinas de
Derecho positivo, y dando en cambio este carácter a las que dan una visión
más profunda y más general de lo jurídico. Especial énfasis debe darse a
la introducción al estudio del Derecho, a la teoría general y filosofía del
mismo, al estudio de la lógica, general y jurídica; al m étodo y técnica legis
lativos (esto es, aprender a legislar); a la interpretación de la ley; al estudio
de los sistemas jurídicos comparados. Todas estas disciplinas deberán recibir
u n papel m ucho más im portante que el que actualm ente tienen en los pla
nes de estudio (algunas ni siquiera figuran en éstos). El dom inio de los
idiomas, prim eram ente del propio y tam bién de los extranjeros, deberá con
siderarse como un instrum ento auxiliar de enorme valor.
T am bién se hacen indispensables en este terreno ciertos cambios m eto
dológicos a los que nos referiremos más adelante.
114
de ser puram ente dogmático en razón de que la tarea de perfeccionar o
cam biar el Derecho existente pertenece al legislador, esto es, al político,
y no al jurista. Desde luego, históricam ente, ha sido abrum ador el predo
m inio de los abogados entre los legisladores, y aun ahora, en que la situa
ción ha evolucionado, es indudable que m antienen una influencia preponde
rante, y deben ejercer una función legislativa p ara la cual sus estudios de
Derecho no los han capacitado. En seguida, es sabido que el pensam iento
crítico cié los juristas ha sido antecedente determ inante de casi todas las
grandes reformas legislativas que los políticos han realizado, y que aun en
las transformaciones más revolucionarias y radicales del aparato jurídico, el
período siguiente ha necesitado el concurso de los juristas para la construc
ción del orden nuevo. ¿Cómo puede el jurista cum plir esta misión, si sólo
se le ha enseñado a asimilar el contenido y dom inar la técnica del Derecho
existente? Es paradojai que la ciencia jurídica, que tiene por objeto el deber
ser, se lim ite a la enseñanza y difusión de las norm as que son y no de las
que debieran ser. T odo jurista tendría que ser un legislador en potencia;
sólo así estará en condiciones cíe entender y aplicar el .derecho nuevo, cuan
do llegue. Por lo demás, no es sólo m ediante la creación o modificación ele
norm as (esto es, en cuanto legislador) como el jurista puede contribuir al
progreso del orden existente: puede igualm ente m ejorar las condiciones so
ciales de su aplicación: librarse de las norm as interpretativas hijas de la
escuela de la exégesis y que condujeron a la congelación del Derecho; puede,
en fin, divulgar tanto el conocimiento como la crítica del Derecho; y crear
así la conciencia social de la necesidad de un cambio, que tarde o tem prano
se traducirá en la acción política.
A esta m entalidad conservadora contribuye, en prim er lugar, el hecho
indiscutible de que u n cierto grado de estabilidad, certeza y perm anencia
es indispensable para que el Derecho pueda tener eficacia práctica. R equiere
u na m ente alerta el evitar que la estabilidad se confunda con la inm ovili
dad y la perm anencia con la perpetuidad. A ello se añade, en nuestra época
histórica, que el sistema de Derecho que nos rige es hijo del pensam iento
racionalista, expresado en el campo jurídico por la llam ada escuela de la
exégesis, cuyos principios esenciales son resumidos por Soler 16 en la siguien
te forma:
a) Principio de inmovilización, según el cual la codificación estabilizó
el Derecho y io inmovilizó con relación al futuro, como si el proceso gene
rador del Derecho hubiera quedado clausurado;
b) Principio del monopolio interpretativo del legislador, para el cual
el pensam iento del creador de la ley es el único recurso legítim o para inter
pretarla, y que nada anterior o posterior a él puede alterar;
c) Principio de discontinuidad, de acuerdo con el cual la codificación,
ju n to con crear un Derecho fijo para el futuro, canceló y borró el pasado
liistórico jurídico, y
d) Principio de exclusividad o reserva, conforme al cual no hay más
Derecho que el codificado y la ley es la única fuente de Derecho.
Se com prende que esta constelación de principios, derivados de la con
sideración de que el Derecho se extrae por deducción racional de la obser
vación de una naturaleza hum ana abstracta inm utable a través del tiempo,
lleva p or sí sola a crear en el jurista la im presión de la eternidad del orden
jurídico codificado, y por ende, la conclusión de que su tarea se lim ita a
entenderlo y poder aplicarlo cabalmente. El cambio de esta m entalidad exige
en la enseñanza y formación jurídica la adopción de un enfoque distinto,
16 Soler, Sebastián: Interpretación de la ley; Barcelona, 1962; Ediciones Ariel; capítulo II.
115
que restituya al Derecho su necesaria dim ensión histórica, le otorgue un más
sólido fundam ento en las existencias hum anas concretas y no en la conside
ración abstracta de una naturaleza ideal e intem poral, y reem place su petri
ficación secular por un dinamismo en constante superación.
Esta aproxim ación reflexiva y crítica al Derecho debe comenzar por el
estudio de las norm as vigentes en sí mismas y en función de la finalidad
que se persiguió al establecerlas. Al estudiar una institución jurídica (v. g.,
el régimen de legislatura bicameral, o las reglas sobre sucesión intestada,
o las penas perpetuas, o los recursos adm inistrativos) debe comenzarse por
esclarecer los fines que en la m ateria se persiguieron; en seguida exam inar
el camino por el cual la ley ha creído lograrlo; luego considerar si dicho
camino resultó o no adecuado; si lo es, pensar cuál sería' más apropiado,
para lo cual resultará indispensable conocer lo que en otras épocas se hizo
en la m ateria y lo que se hace en otras legislaciones actualm ente vigentes;
por cierto, analizar si la interpretación o alcance práctico que se da a la
respectiva institución es o no el más adecuado, y por fin, volver a conside
rar si el objetivo perseguido por la institución es hoy día, para la conciencia
m oral y social im perante, una finalidad digna de m antenerse (y entonces
hay que perfeccionar la institución) o si ya es caducada o está superada
(y entonces hay que suprim ir o reem plazar la institución). Comprendemos
que esto últim o, al seleccionar metas y em itir juicios de valor social, ya no
es un aspecto puram ente jurídico, sino político o filosófico, pero el jurista
no puede negarse a entrar en él. El profesor debe cuidarse de no im poner
dogm áticam ente sus principios en esta m ateria: debe enseñarlos, ya que para
eso profesa un pensam iento propio, pero debe tam bién respetar el punto
de vista ajeno. Su m ayor éxito será conseguir que sus alumnos, por reflexión
crítica propia, se form en un juicio m editado y personal, coincida o no con
el del profesor.
Concluida esta prim era etapa, fundam entalm ente jurídica, viene una
segunda, en la que debe considerarse la circunstancia social en que el De
recho se mueve y se aplica. A quí el jurista necesita el concurso indispensa
ble de la sociología, la psicología, la economía, la historia, etc. Es posible
que una determ inada institución jurídica, que en sí misma se juzgue ade
cuada y convenientem ente para determ inada finalidad, no sea, en la reali
dad social, cum plida y aplicada, o se la cum pla y aplique mal, o deficiente
mente. In q u irir en su m edida y cómo ocurre esto; cuál es la relación entre
la teoría jurídica y la práctica social; cuáles son las causas; cuáles podrían
ser los remedios, es tam bién labor indispensable para el jurista m oderno.
La conciencia m oral y social de nuestra época, aun por encima de las dife
rentes concepciones filosóficas o políticas, lo exige im periosam ente. Debe
tenerse presente, eso sí, que aquí no se trata de convertir al jurista en un
sociólogo o economista de bolsillo, sino de captar los aspectos de las respec
tivas disciplinas en que ellas pueden com plem entar a las jurídicas.
116
de tanta aceptación en los Estados Unidos, familiariza al estudiante con la
aplicación real del Derecho en los tribunales, aunque sin duda su utilidad
es mayor en un régimen de Derecho consuetudinario, como es el anglosajón,
que en un sistema de Derecho codificado como el nuestro; además, es de
aplicación casi exclusiva en los temas de Derecho positivo, y muy restrin
gida en los más abstractos y generales. El m étodo de los problem as parte
de una norm a conocida y trata de aplicarla a hechos hipotéticos: semejantes
en algunos aspectos al sistema de los casos, difiere de éste en que es más
bien deductivo, en tanto que el otro es predom inantem ente inductivo. Am
bos, sin embargo, exigen una tarea previa a la clase misma, en que el estu
d iante debe procurarse una cierta inform ación indispensable para aplicar
con provecho el método. La clase m agistral y su vecina próxim a, la clase
conferencia, no son de desechar enteram ente: son útiles para hacer síntesis
de temas muy amplios; para ayudar a los estudiantes en la selección de sus
lecturas; para proponer nuevas cuestiones o temas recientes que no se en
cuentran en los textos se debe profundizar en algunos que sólo se encuen
tren som eram ente tratados en éstos. No sirven si son mal preparados o se
lim itan a rep etir nociones que se encuentran con facilidad en cualquier
libro de texto. Los seminarios acostum bran al trabajo colectivo y al debate
de ideas; las investigaciones colectivas son fuente fecunda de inform ación
y preparan las investigaciones individuales. Y tampoco deben olvidarse las
actividades prácticas, sobre las cuales nos extenderem os más en el siguiente
párrafo.
Para la adquisición de conocimientos debe ponerse térm ino a la actual
dependencia absoluta que el estudiante tiene respecto del profesor, apenas
suplida por los “m anuales” o “apuntes”. Debe acostum brarse a los alumnos
a ir a las fuentes originales de inform ación y hacérselas accesibles: los auto
res que oye citar, las revistas que publican artículos que debe conocer, los
fallos judiciales, y, por cierto, los textos legales mismos que son m ateria de
su estudio. Esto supone la organización de una biblioteca bien provista de
obras, debidam ente clasificada, bien atendida (todos los días y con horario
prolongado), y con medios m odernos de reproducción de textos y m aterial.
Debe igualm ente existir un organismo especial encargado de la preparación
de m aterial didáctico. Será preciso m antener un activo intercam bio y sus
cripciones respecto a las revistas extranjeras y acostum brar a los estudiantes
a la frecuente consulta y lectura de éstas. Este sistema alivia en m ucha m e
dida la carga de la obligación inform ativa que pesa actualm ente sobre la
clase magistral.
Las norm as sobre evaluación y control y los problem as que ellas pre
sentan no difieren sustancialm ente de los que se presentan a nivel univer
sitario en disciplinas de parecida naturaleza, y no justifican una considera
ción más detallada en un trabajo como el presente.
117
las actividades y a todos los hombres. A quí hay muchos campos abiertos.
Piénsese en la escasez de postulantes para el ingreso al poder Judicial, las
perm anentes vacantes que ocurren en éste, la falta de personal auxiliar y
subalterno; la irrisoria asistencia jurídica para pobres, debida a la escasez
de recursos m ateriales y humanos; y no solamente en la asistencia que se
traduce en patrocinio de dem andas o de defensa ante los tribunales, sino
en la asistencia jurídica en sentido am plio antes de que los casos lleguen a
los tribunales y que muchas veces lo previenen; asesoramiento en los p ro
blemas de familia, de propiedad familiar, de tram itaciones ante organismos
públicos, de situaciones previsionales, etc., en que, sin haber pleito, el ciu
dadano necesita del consejo y la ayuda del jurista. Igualm ente, gran canti
dad de servicios públicos del orden adm inistrativo ven lim itada grandem en
te la función que deben cum plir, por falta de personal en núm ero suficien
te o deficiente preparación de éste. Pensamos que tanto los profesores co
mo los estudiantes de Derecho, desde el prim ero hasta el últim o día de su
perm anencia en la Universidad, deben incorporarse masiva y obligatoria
mente, en la forma que dispongan los reglam entos que deberán dictarse, a
una forma de servicio social en alguno de los campos que señalamos.
11.—Se nos objetará, tal vez, que u n estudio tan crítico y porm enoriza
do de las instituciones jurídicas, unido a una dedicación en gran escala y
desde el prim er m om ento a trabajos sociales, forzosamente restará tiem po
p ara el conocim iento cabal de la enorme masa de disposiciones legales vi
gentes, que el jurista debe conocer. Probablem ente en alguna m edida sea
así, pero a nuestro juicio es más valioso despertar el razonam iento, el crite
rio jurídico, la captación de la esencia de la juridicidad, el saber apreciar
la finalidad de las instituciones, el in terp retar adecuadam ente la ley, que
conocer o memorizar un texto positivo. Q uien dom ina esos aspectos, sabrá
m anejarse con facilidad frente a un texto legislativo que ve por prim era
vez o que no le ha sido enseñado dogm áticam ente; quien no los dom ina,
por el contrario, se sentirá perplejo y desconcertado cuando una reform a
legislativa cambie el tenor ele la disposición que se le enseña al pie de la
letra. En cuanto a la actividad de servicio social, aparte de la elevada fina
lidad ética que cumple, no creemos que sea contrapuesta a la formación.
El Derecho no se aprende sólo en los códigos, como la anatom ía no se apren
de sólo en las láminas de un libro. El Derecho es un conjunto de norm as
o manifestaciones de voluntad, pero es a la vez una realidad social, una crea
ción cultural que nace y vive en la historia. Conocer su letra no es conocer
su vida. Ambas cosas son necesarias.
SE G U N D A SEC C IO N
E duardo O r t iz
Profesor e Investigador,
Instituto de Estudios Internacionales, U. CH.
1 Sobre el tem a ver G riepenburg, R ü d ig er: “ Relaciones en tre política in terior y exterior” en In tr o
ducción a la Ciencia Política, de A bendroth y Lenk. A nagram a, Barcelona, 1971.
121
de las relaciones internacionales y de su equivalencia en la negociación o
en el enfrentam iento que son las posibilidades imaginables en la política
internacional.
Por últim o, aunque sin pretender excluir a otras de las muchas inte
rrogantes que podrían surgir de este espinudo problem a, está la de aclarar
si existe una “política internacional” distinta de una “economía internacio
n al”, o si ambos campos se com plem entan o se identifican. Lo que seguirá
es un m ero esfuerzo tentativo de apertura de una polémica vasta y comple
ja y que otros están dilucidando en forma esclarecedora y sugerente.
RELACIONES E N T R E P O L IT IC A IN T E R N A Y P O L IT IC A IN T E R
N A C IO N A L
El sistema internacional ha sido analizado y descrito como el conjunto de re
laciones jurídicas, políticas y económicas entre unidades individuales lla
madas Estados. Con el desarrollo de la empresa capitalista y su derivación
en monopolios de actuación, preferentem ente externa, ese sistema interna
cional m uestra sus fallas, inconsistencias y contradicciones. El fortalecim ien
to del Estado nacional, a p artir del desm oronamiento de las formas feuda
les de producción y la afirmación de entidades políticas centralizadas ade
cuadas al desarrollo de la burguesía capitalista, da origen a la construcción
de un sistema internacional destinado a regular las relaciones entre esas
nuevas estructuras nacionales. La coincidencia de intereses entre las fuerzas
económicas y las fuerzas políticas de esos Estados en las prim eras etapas del
proceso capitalista facilitan la com prensión de un sistema complejo de un i
dades atómicas equivalentes. Las formas de explotación inherentes al modo
de producción capitalista encuentran en el Estado burgués el instrum ento
adecuado para su desarrollo y muy especialmente en el m onopolio de la
violencia. Es la posibilidad clel empleo de la fuerza en su forma de Ejérci
to, Policía, prisiones, etc., la que perm ite la consolidación y perduración del
régim en capitalista en la m edida en que ese Ejército, esa Policía y esas p ri
siones están allí no para el arbitraje entre las clases, sino para la decisión
del conflicto en favor de una de ellas y contra la otra, para el favorecimien-
to de la burguesía y el sometimiento del Proletariado. 2.
El desarrollo de la burguesía comercial, a través del proceso de acum u
lación originaria, conduce a la expansión del naciente Estado burgués ha
cia ultram ar, en busca de territorios coloniales desde donde serán extraídos
d u ran te siglos los esclavos y los productos prim arios y hacia donde irá en
busca de nuevos mercados la producción m anufacturera. El desarrollo cien
tífico y su aplicación a la industria trae como consecuencia el perfecciona
m iento y el crecimiento de la empresa capitalista. El esquema liberal de la
economía se hace trizas con el crecimiento enorme de las escalas de produc
ción y la im potencia ele los empresarios individuales. Nace el capital social
y su form a empresarial, que es la sociedad anónim a con la disociación que
le es propia entre gerente y capitalista. La ru p tu ra de las formas perfectas
del esquema liberal y el aparecim iento del m onopolio señalan los albores
del Im perialism o.
Desde la constitución del Estado-Nación en la época m oderna hasta
esta etapa ha transcurrido un buen núm ero de siglos y se ha desarrollado
la prim era gran contradicción del sistema internacional, a saber: la ru p tu ra
de la idea de igualdad entre las unidades políticas del conjunto. Los terri
torios coloniales, prim ero, y los Estados surgidos de la descolonización, pos
122
teriorm ente, surgen a la evidencia histórica como sub-Estados, Estados de se
gunda clase o meros territorios para la explotación. Caming expresaba en
1822: “América española es libre, y si no m anejamos mal nuestros asuntos,
ella es inglesa” a. La expansión im perialista da lugar al nacim iento y gene
ralización de la institución del Protectorado. El Estado “protector o Estado
de prim er orden m aneja los asuntos exteriores y ejerce un control estricto
del Estado “protegido” o Estado de segundo orden. Francia se apodera del
control de Túnez en 1881 y de M arruecos en 1912. Esto sin referirnos a
aquellos casos en que había ausencia de estructuras estatales sólidas y en que
se celebraban caricaturescos tratados “de potencia a potencia” con los jefes
de tribus locales, como ocurrió en la mayor parte de Africa.
El Estado-Nación en su desarrollo moderno, que es coherente con el
desarrollo del m odo de producción capitalista, no es sólo el gendarm e que
proporciona el mazazo cuando lo requiere el capitalista, no es sólo el policía
que rectifica las condiciones de orden que han sido alteradas. Es en sí un
agente y muy activo de ese desarrollo capitalista, que interviene en la econo
m ía y proporciona elementos necesarios para que el proceso se desenvuelva.
Pueden distinguirse seis funciones públicas de tipo económico que el
Estado m oderno ejercita coadyuvando así al perfeccionam iento del sistema
económico cap ita lista4. Ellas son:
1.—La garantía del derecho de propiedad, para Engels la principal fun
ción del Estado.
2.—Liberalización económica. Esto envuelve el establecimiento de las
condiciones para el intercam bio libre y competitivo; la abolición de restric
ciones para el m ovimiento de bienes, dinero y población dentro del área
territorial, la uniform ación de la moneda, derecho económico, pesos y me
didas.
U n claro ejem plo histórico de este rasgo lo constituye el proceso de
unificación de Alemania. Engels apunta: “Pero la existencia de un conjun
to de pequeños Estados alemanes, con sus leyes comerciales e industriales
muy diferentes, estaba condenada a convertirse en intolerable grillete para
esta industria en poderoso desarrollo y para el creciente comercio con el que
aquella se encontraba ligada, diferente tasa de cambio cada cierto núm ero
de millas, diferentes normas para el establecimiento de un negocio, diferen
tes tipos de tram pas burocráticas y fiscales e incluso en muchos casos toda
vía restricciones gremiales contra las cuales toda licencia era in ú til” . . .
“Un Código Civil alem án y una libertad de m ovimiento com pleta pa
ra todos los ciudadanos alemanes, un sistema uniform e de derecho comer
cial, estas e r a n . . . ahora, las condiciones esenciales de vida para la in>
dustria”.
“En todo Estado y pequeño Estado, existían, además, diferentes monedas,
diferentes pesos y medidas, frecuentem ente dos o tres diferentes tipos en el
mismo Estado. . . y —¿cómo podrían operar las instituciones de crédito a
gran escala en estas áreas de cambio tan pequeñas? Puede extraerse de todo
esto que el deseo de una “M adrepatria” unida, tenía fundam entos muy m a
teriales” s.
3.—Instrum entación económica, lo que incluye regulación de ciclos eco
nómicos y planeam iento.
4.—Provisión de insumos a bajo costo como trabajo, tierras, capital,
tecnología, infraestructura económica, especialmente energía y com unicado-
3 Citado en R am írez Necoehea, H ern án : H istoria del Im perialism o en, Chile. A ustral, 1970.
4 M urray, R obin: T h e Internationalization of capital and the nation state. Edición m im eografiada.
Enero de 1970.
5 F. Engels, Nicolás: L ’econom ie m ondiale et VIm periálism e. A nthropos. París, 1969.
123
nes o insumos m anufacturados de tipo general como acero, cemento, papel
o vidrio.
5.—Intervención para el logro del consenso social en áreas de conflic
to como seguridad social,'regulación de las condiciones de trabajo, de ven
ta, etc.
6.—El m anejo de las relaciones externas del sistema capitalista. Este
aspecto merece un análisis más cuidadoso, pues es aquí en donde el Estado
burgués se vuelca en su acción hacia el sistema internacional. La función
política externa del Estado-Nación es una proyección de su equivalente
interno. El Estado-Nación es el campeón de los intereses de la burguesía
nacional en la arena internacional.
Con el desarrollo de la empresa capitalista m onopólica y su expansión
a nivel m undial m anifestada en un sistema económico universal en el que
circulan mercancías, capitales y población, está estructurado el fenómeno
im perialista B.
La acción internacional del Estado nacional, es ofensivo-defensiva. A ta
ca las tarifas aduaneras, los controles ele cambio, los impuestos discrim inato
rios, las políticas adquisitivas desfavorables conducidas por Estados o mo
nopolios rivales. Defiende las condiciones que benefician al capital domés
tico frente a los embates agresivos de los intereses externos.
Los medios de que se vale son variados y van desde el poder m ilitar
hasta los controles aduaneros, pasando por las sanciones comerciales y el
bloqueo.
Cuando las potencias europeas echan las bases para el reparto del
Africa, en Berlín, en 1885, tienen como preocupación fundam ental el dotar
a sus burguesías nacionales del más am plio m argen de libertad en el plano
comercial. El acta de Berlín señala en su artículo 1° que “el comercio de
todas las naciones (en la cuenca del Congo) gozará de u n a com pleta li
b ertad”.
Las naciones iberoamericanas, alentadas en su proceso de balcanización
por Inglaterra, se arrojan unas sobre otras para asegurar las condiciones
económicas favorables para sus burguesías. La guerra de Chile contra la
Confederación Perú-Boliviana en el siglo pasado, fuera de razones muy im
portantes de tipo tarifario (aumento del arancel aplicado al trigo chileno por
el gobierno peruano y la represalia adoptada por Chile contra el azúcar
peruano) tuvo tam bién como objeto: “convertir a Valparaíso en el principal
puerto del Pacífico. . . la tarea más im portante que se propuso la burgue
sía comercial chilena. Su portaestandarte fue un hom bre de sus filas: Diego
Portales. La dinám ica de su política tendiente a desplazar a El Callao y a
establecer la supremacía de Valparaíso condujo a la guerra” 7.
Hemos descrito las relaciones entre política interna y política in ter
nacional como un proceso dialéctico de influencias y contrainfluencias. Co
rresponde ahora describir las fuerzas que actúan desde el m undo exterior
sobre el medio interno.
La política de Alianzas y Coaliciones anterior a 1914 va a ser reem pla
zada, después de la Segunda G uerra M undial, por la llam ada política de
bloques, resultante elel enfrentam iento ideológico entre el m undo socialista
y el capitalista y activada en form a considerable por la carrera nuclear. La
característica que hace distintos a los llamados bloques de las alianzas y
coaliciones radica en el carácter m undial de su actuación, de m anera que
el conjunto de los Estados nacionales es directa o indirectam ente influido
en sus situaciones internas por las decisiones tomadas por esos bloques.
124
Esta situación es característica del período que va entre 1947 y 1962 y
que es conocido como de G uerra Fría y al que corresponde una estructura
bipolar del sistema internacional. La desintegración de los grandes bloques
a p artir del año 1962 (Crisis del Caribe) dio paso a una situación a la que,
a falta de una m ejor, se, ha dado la denom inación de M ultipolaridad, en
que la actuación de fuerzas centrífugas dentro de los bloques ha hecho per
der a éstos m ucho de su monolitismo, sin que, sin embargo, hayan dejado de
conservar su predom inio las potencias que hacen cabeza en ellos.
Las prim eras iniciativas para la formación de un bloque occidental
fueron tomadas por los Estados Uñidos a través de la llam ada doctrina T r a
man, el Plan M arshall y el Pacto Atlántico. La motivación declarada fue
siempre la defensa del “m undo occidental” ante el avance del campo socia
lista. Los temores norteam ericanos crecieron después de la guerra con la ex
pansión de la U nión Soviética m ediante la incorporación de una parte de
Polonia, la Prusia O riental, la recuperación de la Besarabia y de la R utenia
subcarpática. Previam ente en 1940 habían sido anexados los países bál
ticos 8.
Fuera de ello, el bloque socialista se había constituido por la liberación
de los países ocupados por los alemanes durante la guerra. En esta situación
estaban: Polonia, R um ania, H ungría, Bulgaria, Yugoslavia, A lbania y Che
coslovaquia.
A p artir de 1945 es evidente la superioridad m ilitar de los Estados U n i
dos gracias a su dom inio nuclear. El equilibrio en esta m ateria sólo será al
canzado por la U nión Soviética en el año 1953.
Desde un comienzo la vida dé los Estados com prendidos en los bloques
fue profundam ente alterada desde el exterior. Así el Plan M arshall, lanza
do en 1947, obligó a los países europeos a condicionar sus economías a los
dictados norteam ericanos con efectos muy trascendentales y que h an veni
do a percibirse muchos años más tarde.
El Pacto A tlántico de 4 de abril de 1949 es el prim ero de los acuerdos
im portantes de postguerra en m ateria de seguridad. Está inscrito en las
prescripciones de la C arta de Naciones U nidas y abarcará a decenas de paí
ses com prendidos en un vastísimo marco territorial. T o d a la parte occiden
tal del hemisferio norte queda así cubierta por el acuerdo: 15 Estados m iem
bros, desde C anadá a 1 urquía, los departam entos franceses de Argelia y
las islas del A tlántico N orte hasta el T rópico de Cáncer.
El sistema m ilitar occidental bajo liderazgo norteam ericano se había
constituido de esta m anera. P ara cubrir con él al m undo se había firm ado
además el Pacto de Asistencia Recíproca de R ío de Janeiro en 1947 (incor
porado en 1948 a la C arta de o e a ) , el Pacto de la Organización del T r a
tado del Sudeste Asiático de septiem bre de 1954, el Pacto de Bagdad en
febrero de 1955 y numerosos acuerdos bilaterales destinados a hacer frente
a cualquier m ovim iento de liberación anticolonial alentado p o r los países
socialistas.
El Pacto A tlántico dará lugar a una estructura política m ilitar de suma
im portancia en los años de la G uerra Fría, que es la Organización del T ra
tado del A tlántico N orte ( o t a n ) .
Estas formas agresivas de organización obligan al campo socialista a
adoptar m edidas similares. La prim era etapa de postguerra vio el entendi
m iento de los países socialistas a través de acuerdos bilaterales de amistad,
cooperación y asistencia m utua. Cada uno de los países del campo va a afir
m ar este tipo de tratados con la U nión Soviética. Es a través de u n tratado
125
bilateral de 14 de febrero de 1950 que se regulan las relaciones con la
triunfante revolución proletaria en China.
Los acuerdos colectivos no ven la luz del día sino tardíam ente y siem
pre como respuesta a las iniciativas del m undo capitalista. El c o m e c o n
(Consejo Económico de Asistencia M utua) se crea 18 meses después del
Plan M arshall, y el Pacto de Varsovia, respuesta al Pacto Atlántico, sólo se
firm a el 14 de mayo de 1955.
El m undo bipolar ve su desintegración alrededor de la década 60. Las
contradicciones agitan tanto al campo capitalista como al campo socialista
y los ejemplos abundan. Desde el año 1948 Yugoslavia adopta una línea
propia. En 1953 hay problem as en Berlín. 1956 es el año de dos grandes
crisis: Polonia y H ungría. En 1959 la U nión Soviética decide el retiro de
sus técnicos, com prendidos los especialistas en energía nuclear, y la suspen
sión de la ayuda económica a China.
El fin de la bipolaridad puede fijarse en la llam ada crisis de los Co
hetes, o del Caribe, en 1962 y con el establecimiento de la política de Co
existencia Pacífica que abre cada vez más la grieta producida entre China
y la U nión Soviética. Ella va acom pañada de la demostración de efectivi
dad de la estrategia de disuación, de que la utilización de armas atómicas
se hace cada vez menos probable y de una tendencia cada vez mayor a pres
cindir de la opinión ele los pequeños Estados naciones sin poder suficiente.
T a l vez el ejem plo más dram ático de esto sea el papel jugado por Cu
ba en la crisis del Caribe de octubre de 19621y el que m ejor ilustre nuestra
objeción inicial a un esquema de sistema internacional basado en unidades
estatales de valor equivalente.
Como se recordará, en aquella oportunidad, Estados Unidos declaró
una cuarentena naval en torno a C uba con motivo de la instalación de ram-
plas de cohetes soviéticos en la isla. Esta situación motivó reuniones urgen
tes en la o e a y el Consejo de Seguridad y una interesante corresponded
cia entre Kennedy y Jrushov. Como resultado de las decisivas presiones de
Estados Unidos, la U nión Soviética convino en desm antelar las bases de co
hetes bajo supervisión internacional. Esto perm itió un relajam iento de la
tensión y motivó una declaración de Kennedy agradeciendo las buenas ges
tiones de jrushov. Los misiles y bom barderos soviéticos estacionados en C u
ba fueron retirados, sin que el gobierno de La H abana perm itiera, es cier
to, el ingreso de observadores internacionales. El l 1? de noviem bre de 1962
Fidel Castro declaraba en televisión que “existieron diferencias de opinión
entre Cuba y la U nión Soviética, pero que ellas serían resueltas en forma
privada entre los dos países. Que los cohetes eran de propiedad soviética y
que la u r s s tenía todo el derecho a retirarlos sin que C uba pusiese obs
táculos a ese retiro ” 9.
U na decisión de soberanía interna, de acuerdo con los cánones clásicos
del funcionam iento clel Estado, había sido tom ada fuera de las fronteras y
con el desacuerdo del gobierno del Estado afectado. Los datos de la p olíti
ca exterior habían prim ado sobre los de la política interna.
El bloque occidental hizo crisis en 1966 con el retiro de Francia de la
o t a n . Asimismo el repliegue en el Sudeste asiático del mismo país y de
G ran Bretaña, que abandonó sus posiciones del este de Suez, han dejado
a los Estados Unidos en la soledad en sus campañas de agresión en esa zona
clel m undo.
En América latina la últim a intervención arm ada del Im perialism o de
tipo clásico se produjo en Santo Domingo. Las formas operatorias parecen
dirigirse ahora hacia un nuevo tipo de táctica que sería la creación de los
9 Keesing’s Contemporary Archives. 1962-1963.
126
llamados Subimperialismos desde los cuales ejercer una política de control
en segundo grado. Es el caso de Brasil en nuestro continente con su secue
la trágica de Bolivia y el de la República ele Africa del Sur, que actúa co
mo placa móvil en ese continente. A este respecto es notable el apoyo cre
ciente que este últim o país encuentra en líderes de la descolonización, sien
do el más notable el de Félix H ouphouet-Boigny en la Costa de Marfil.
Los acontecimientos de la política exterior que han afectado reciente
m ente a la R epública P opular China, como la aceptación ele su delegación
ante la o n u y la consecuencial expulsión ele Taiw an, y la visita del Pre
sidente N ixon a Pekín, parecen indicar una vuelta a esquemas políticos de
realismo en el plano internacional.
La política hacia el Este, del gobierno Socialdemócrata de B randt en
Alemania, y el cambio de tono de los soviéticos respecto del M ercado Co
m ún Europeo (tal vez una concesión táctica para facilitar el camino a B randt
en sus esfuerzos por aprobar los tratados con la o r s s y Polonia, son índi
ces que parecen ap u n tar en el mismo sentido. En todo caso, un buen núm e
ro de conclusiones está por sacarse en esta m ateria.
O tro dato sorprendente es la reanudación de los bom bardeos norteam e
ricanos sobre Vietnam del N orte y el m inado del puerto de H aiphong. R e
cursos desesperados utilizados como represalias ante el avance de las tropas
norvietnam itas y del Frente de Liberacieín Nacional, ellos no han determ i
nado una respuesta categórica ele la U nión Soviética y por el contrario, sus
dirigentes se aprestaron para recibir la visita program ada de antem ano del
Presidente R ichard Nixon, la que no sufrió alteraciones.
LAS ORGANIZACIONES IN T ER N A C IO N A LE S
U n fenómeno característico dél sistema internacional contem poráneo es la
proliferación, especialmente a p a rtir de la segunda postguerra, de las orga
nizaciones internacionales.
Las formas ele entendim iento colectivo entre los Estados Nacionales en
el sistema clásico de relaciones exteriores eran de carácter m eram ente tran
sitorio y tenían por objeto solucionar períodos de crisis. A p artir de 1945
puede observarse como tendencia la perm anencia en el tiem po ele un sin
núm ero de organizaciones de esta naturaleza y que responden a las más
variadas formas y preocupaciones.
Como principio, bien vale no perder de vista el hecho fundam ental
frecuentem ente olvidado de que los organismos internacionales son creados
por la voluntad soberana de los Estados y perduran en la m edida en que
éstos los m antienen. La adhesión a ellos es pues enteram ente voluntaria y
frente a la cuestión perm anentem ente levantada de si sirven para algo, está
la respuesta objetiva de la participación muy activa que en ellos tienen todos
los Estados del m undo.
La práctica de las organizaciones internacionales denota sin embargo
que ellas son foros o escenarios en que los Estados y las fuerzas que sé ub i
can detrás de ellos realizan sus políticas habituales.
El principio de universalización de contactos políticos, característico de
la época contem poránea, encuentra en las organizaciones internacionales su
esfera más certera de realización.
Siendo los organismos internacionales en esta etapa de su desarrollo es
tructuras en que los Estados continúan por otros medios sus políticas exte
riores habituales, no es dable esperar m ucho en cuanto a su organización
y resultados, de allí que aparezca como sorprendente un cierto tipo de aná
lisis, extraordinariam ente optim ista, que efectúan algunos teóricos de las
127
relaciones internacionales en cuanto a balance y perspectiva de este tipo de
organización 10. Como principio rector pareciera que lo único cierto es que
las organizaciones internacionales son aquello que los Estados miembros
quieren que sean. Ni más, ni menos.
Como la evidencia histórica es la de que existe una absoluta desigual
dad entre Estados supuestam ente equivalentes, ese panoram a se ve corrobo
rado por lo que ocurre en los organismos internacionales, no sólo desde el
pu n to de vista del resultado de sus actuaciones, sino tam bién en lo que se
refiere a los mecanismos utilizados para su funcionam iento. Así, es frecuente
la existencia de órganos restringidos, a los que sólo tienen acceso determ i
nadas potencias, y de votos de diferente ponderación.
P or la m ucha fe que algunos colocan en sus actuaciones y por la in d u
dable influencia de tipo político que tienen sus trabajos, es de destacar la
función que desempeña en nuestro continente c e p a l (Consejo Económico
para América Latina), órgano especial de Naciones Unidas. De ordinario
acertado en sus diagnósticos, se le atribuye tam bién una serie de virtudes
que van desde constituir “una nueva élite intelectual que m uestra su capa
cidad para investigar las realizaciones latinoam ericanas con instrum entos in
telectuales creados por latinoam ericanos”, hasta ser, ju n to con otras organi
zaciones regionales, “asilos políticos para expertos que no pueden, por razo
nes políticas, trab ajar en sus propios países” n .
Donde la discusión es ardua, es en torno a sus recomendaciones de tipo
operativo destinadas a delinear políticas prácticas. Así se ha dicho, y con
m ucha razón, que m ientras “ c e p a l ha logrado desarrollar los elementos de
un análisis incisivo de los síntomas del subdesarrollo latinoam ericano. . . los
intereses particularistas y particulares de la burguesía y su representación
ideológica y política a través de la c e p a l intergubernam ental, desde luiego
le prohíbe a la c e p a l el desarrollo de un análisis igualm ente incisivo de las
causas del subdesarrollo y de una estrategia capaz de superarlo” 12.
Así, por ejemplo, respecto de la integración latinoam ericana, que ocupó
un lugar destacado en el pensam iento de c e p a l desde su creación, cabe des
tacar que el fracaso de las experiencias integracionalistas ha llevado a este
mismo organismo a ubicarla en el últim o lugar de los medios para llevar
adelante la estrategia del Segundo Decenio de Naciones U nidas para el de
sarrollo. *
A muy pocos cabe duda hoy de que la estrategia integracionista fue
im pulsada por Estados Unidos para favorecer a sus corporaciones monopo-
lísticas m ultinacionales, al extrem o de que en 1967 el propio Presidente
Johnson voló a P unta del Este para dar su más caluroso respaldo a la inte
gración, poniéndola así en el prim er lugar de las prioridades. U na de las
más poderosas dificultades que enfrenta y enfrentará en América latina todo
esfuerzo de esta especie es “la considerable autonom ía con que actúan en
4a región poderosos consorcios internacionales que controlan no solamente
las actividades tradicionales de exportación, sino tam bién gran parte del
sector m anufacturero m oderno” 13.
U n ejem plo práctico inm ediato sobre el cual no vale la pena extenderse
demasiado, es el dram a de u n c t a d (Conferencia de Naciones U nidas para
el Comercio y Desarrollo). Los sucesivos fracasos de estos encuentros entre
países desarrollados y subdesarrollados, dem uestran que a la hora de la adop
10 Lagos, Gustavo: “ El papel político de las organizaciones regionales en América la tin a ” . En Revista
M ensaje N9 207, M arzo-Abril 1972.
11 Ibíd.
12 G u n d er Frank, A ndré: “ CEPAL: política del subdesarrollo” en Pensam iento Critico N<? 33. O ctubre
de 1969.
13 F u rtad o , Celso: La econom ía latinoamericana desde la conquista ibérica hasta la revolución cubana.
U niversitaria, 1970.
128
ción de decisiones que favorezcan a los paises más débiles prevalecen defi
nitivam ente grandes intereses económicos de los países industrializados. Se
ha dicho acertadam ente: “Lo que no se puede perm itir, y que no sería justo
que permitiésemos, es que los pueblos pudieran ilusionarse como muchos
parecieron ilusionarse, de que sus problem as se resolverían a través de estos
mecanismos; yo creo que es hora de que se le diga a la gente, que se le diga
al pueblo, que el desarrolló económico no es una dádiva, que el desarrollo
económico, y eso ya está en las declaraciones del G rupo de los 77 en Lima,
es un deber de los pueblos, sólo los pueblos deben trab ajar .en su favor,
pues no se lo regalan desde afuera graciosam ente” 14.
De todo esto queremos retener que, pese al auge de los organismos
internacionales y a la fe depositada en ellos por algunos expertos, éstos
esconden el juego de los intereses económicos de las graneles empresas capi
talistas que los utilizan de una m anera m ediata a través de los Estados.
Si analizamos la política m undial de los últim os cien años deberemos
rendirnos ante la evidencia de que ella es la historia de la economía m un
dial en el mismo período. Con el desarrollo del capitalism o y su conversión
en im perialism o la vida internacional es la expansión a escala universal de
la empresa m onopolística y de los esfuerzos de loS grandes Estados naciona
les para facilitar políticam ente la expansión cómoda de esa empresa. Como
en esa expansión los Estados nacionales desarrollaron profundas rivalidades
e intereses encontrados, el choque arm ado fue inevitable y condujo necesa
riam ente a los enfrentam ientos de rigor. De allí que el papel de los ejércitos
im periales haya sido u n factor muy im portante en estas empresas.
De otro lado, con el desarrollo del intercam bio desigual y la división
del m undo en dos áreas diferenciadas claram ente, con roles especializados
en su producción, los esfuerzos para el som etimiento cada vez mayor de la
periferia por el centro exigieron progresivam ente que la expansión política,
condición para la expansión económica, se hiciese sobre la base de la m ili
tarización del imperialismo.
Así los Estados sometidos o de segundo orden, han estado subyugados
en forma continua al poder m ilitar externo. Además, la expansión im peria
lista contó con el concurso de elementos internos dentro de esos Estados de
segundo orden, que fueron las burguesías nacionales sometidas a sus dicta
dos. Para lograr sus objetivos de “pacificación” interna y consenso necesa
rio, las potencias im perialistas crearon y utilizaron los ejércitos de esas n a
ciones, apertrechándolos, entrenánciolos e instruyéndolos ideológicamente
p ara hacerlos dóciles a sus designios. Lo propio se consiguió a través del
control de las policías nacionales.
Pero lo que era muy im portante tam bién eran los cambios que se ope
raban dentro del propio campo im perialista, en donde los colonialismos de
antiguo cuño periclitaban para dar paso al pujante poder que rápidam ente
se apoderaba del m undo: los Estados Unidos de Norteam érica.
De todo esto se desprende que ningún estudio de la superestructura
política internacional puede sostenerse válidam ente sin la cabal com pren
sión del sistema económico internacional y que toda teoría de la política
internacional es incom prensible sin la teoría económica in tern a cio n allr>.
La historia contem poránea de las relaciones internacionales es la histo
ria del desarrollo y de la expansión a escala m undial ele la gran corporación
9.—CEREN 129
y de la utilización por ella del aparato de política exterior, incluidas las
fuerzas armadas, para su vocación expansionista.
El estudio de la política exterior norteam ericana evidencia ese engarce
y m uestra cómo ella se ha apartado más y más de los ideales iniciales que
fueron consustanciales al proceso de liberación de ese país del colonialismo,
ideales que estaban contenidos en la Declaración de Independencia y que
eran democráticos en su carácter y reconocían por sobre todas las cosas el
derecho de los pueblos a la autodeterm inación 16.
Por el contrario, desde que se produce la fusión de intereses entre las
grandes corporaciones y los órganos de la política exterior, los Estados U ni
dos han llevado a cabo en form a sistemática una política arm ada de contra
rrevolución e intervención, sea en R usia o México, C hina o Cuba, Grecia
o Vietnam.
Ello ha determ inado que du ran te toda su historia Estados Unidos no
ha conocido sino 20 años en los cuales su ejército o su m arina no han estado
en acción en algún lugar de la tierra, según ap u n ta Quincy W r ig h t17.
La gran corporación, verdadero m otor de esa política, surge como ele
m ento predom inante más o menos desde la década de 1890 18. Es en esta
época que se consolida el poder monopólico de la Standard Oil Co., dando
lugar a un gran m ovimiento de centralización y consolidación. El sistema de
libre competencia estaba m uriendo después de la ola de depresión de 1873.
El proceso se acelera con el triunfo de las tendencias im perialistas y la
adaptación de la Doctrina M onroe por T eodoro Roosevelt a los intereses
expansionistas norteam ericanos. Hacia 1897 la corporación estaba jugando
un gran papel con la teoría de que la expansión im perial proveía la solu
ción de las crisis económicas domésticas y de la agitación social. Esto signi
ficaba la luz verde para la actuación m undial de los monopolios y la con
creción de la llam ada política exterior de Puertas Abiertas, resum ida por el
Secretario de Estado Bryan en la fórm ula: “abrir las puertas de todos los
países más débiles a la invasión de la empresa y capital am ericano”.
A p artir de esta época y durante el gobierno del Presidente W oodrow
W ilson, se produce la total fusión de puntos de vista entre la gran empresa
y el gobierno. El Secretario de Estado Bryan declaró a los líderes de las
corporaciones “m i D epartam ento es vuestro D epartam ento” y el propio P re
sidente dio todo tipo de garantías a los empresarios, asegurándoles que daba
su más am plio apoyo a una campaña cuyo destino era: “la justa conquista
de los mercados exteriores” y “u na de las cosas que llevamos más cerca de
nuestro corazón” 19.
Hacia 1920, la política exterior am ericana fue dom inada por dos hom
bres de las corporaciones: H erb ert Hoover y Charles Evans Huges. Por esa
época Hoover declaraba: “la esperanza de nuestro comercio yace en el esta
blecim iento de firmás americanas en el exterior, distribuyendo bienes ame
ricanos, bajo dirección americana, en el edificio de financiam iento directo
americano y sobre todo en la tecnología am ericana en industrias rusas” -°.
M agdoff señala que la expansión de los Estados Unidos se verifica en
varias arrem etidas que pueden comprenderse en ciclos distintos. El prim er
ciclo se concreta en tres etapas: 1) La consolidación de una nación transcon
tinental (la conquista del Oeste), 2) La obtención del control del área del
Caribe y 3) La conquista de una posición dom inante en el Océano Pacífico
16 Horowitz, David en “ C orporations and the Coid W ar” : M onthly R eview Press. N ueva York, 1969.
17 Citado por H arry M agdoff en “ M ilitarism e et Im perialism e” en Critiques de VEconomie Politique.
N.os 4 y 5. París, 1971.
18 W illiam A pplem an, W illiams: “ T h e large Corporation and A m erican Foreign Policy” , en C orpo
rations and the Coid War.
19 Ibíd.
20 Ibíd.
130
para asegurar el control clel Oriente. El segundo ciclo se efectuaría en la
postguerra con dos objetivos: 1) Lucha contra el socialismo y los m ovim ien
tos nacionales y 2) Reemplazo de los vacíos dejados por Europa occidental
y Japón en Asia, Africa y América latina.
Se sabe que la característica de la gran corporación en la hora presente
es su tendencia a form ar conglomerados, es decir, la actuación de la gran
empresa “en u na m ultiplicidad de sectores sin que exista necesariamente
una relación de tipo tecnológico o económico entre los mismos”. Asimismo
“el fenómeno de ia conglomeración se ha presentado tanto bajo la forma
de diferenciación funcional como de dispersión geográfica, o aun bajo for
mas com binadas” 21.
Esta últim a característica lleva a la gran empresa norteam ericana a ase
gurar un campo cómodo de operaciones en su patio natural y tradicional
de actuaciones que es América latina. De allí sus esfuerzos por el estímulo
a las ideas integracionistas y su generosa ayuda a toda iniciativa política,
económica o incluso académica que persiga esos propósitos.
Las formas de coordinación de los intereses empresariales y los órganos
de la política exterior son variadas 22. Ellas se canalizan a través de órganos
vinculados al Ejecutivo o al Congreso norteam ericano. Sin pretender dar una
lista exhaustiva, pueden citarse: la C entral de Inteligencia Americana, el
Pentágono, el D epartam ento de Tesoro, el Comité para el desarrollo econó
mico ( c e d ) , la r a n d C orporation (Research and D evelopm ent), el Consejo
Nacional de Seguridad, los Comités especiales del gobierno y del Congreso.
En estos organismos actúan miembros de las grandes corporaciones o
surgidos de ellas. Algunos nom bres de hombres de la gran política norte
am ericana vinculados a ellas pueden ilustrar el aserto. Entre los más desta
cados puede anotarse a: Lyndon Johnson, R ichard Nixon, Dean Rusk, Ro-
bert M cNam ara, R obert Kennedy, Adlai Stevenson, el General Maxwell
T aylor y muchos otros.
Finalm ente, es interesante destacar el papel que juega el llam ado Coun-
cil on Foreign Relations, organismo editor del m undialm ente célebre Foreign
Affairs, revista especializada en asuntos internacionales y en la cual son in
vitadas a publicar muy determ inadas personas a quienes se intenta prom o
ver, no sólo de los Estados Unidos, sino del resto del m undo.
T a l vez la función más im portante clel c f r sea la celebración de semi
narios de muy alto nivel “off-the-record”, es decir, sin dejar constancia de lo
tratado, para que puedan explayarse con toda com odidad los selectos invi
tados entre los que se cuentan miembros del gobierno, de las corporaciones,
■del ejército y del m undo académico.
Señala Dom hoff respecto al c f r : “Como parte de su esfuerzo educacio
nal, trae delante ele sus exclusivos miembros a destacados académicos y ofi
ciales de gobierno de todas las naciones para hacer exposiciones de las que
no queda constancia y contestar preguntas de los miembros. Y como anota
Kraft, esto no sólo “ecluca” a los miembros, sino que les da la oportunidad
de “calibrar” a. im portantes líderes con quienes tendrán ellos que enten
derse”'23.
Algunos chilenos han llegado tam bién a esas reuniones.
Hemos querido dar con esto una visión muy apretada del campo de
acción del Estado nacional contem poráneo y de las fuerzas que se esconden
detrás de su fachada formal.
Mayo de 1972
21 Celso F urtado: “ La concentración del poder económico en los Estados U nidos y sus proyecciones
en América la tin a ” . Estudios Internacionales, Año I, 3 y 4, octubre de 1967 ymarzo de 1968.
22 Sobre este interesante aspecto véase: D omhoff, W illiam : “ W ho m ade A m erican Foreign Policy 1945-
1963” , en Corporations and the Coid War.
23 Ib íd ,, p. 33.
131
Estado burgués y gobierno popular
J oan E. G arcés
# Este articu lo fue escrito a fines d e 1971 y, p o r consiguiente no cubre las experiencias del presente año.
132
Como en tantas circunstancias históricas, tam bién ahora en Chile la
estratagema de los sectores procapitalistas ha consistido en presentar las me
didas que afectan al dom inio económico, político o cultural de la clase do
m inante como un atentado a la libertad. C ualquiera m edida que tienda a
desplazar parte del poder económico o político detentado por la clase dom i
nante, en provecho de los sectores populares, es denunciado como un paso
hacia la dictadura. Nacionalizar los Bancos significaría acabar con la liber
tad de trabajo de los empresarios m edianos y pequeños —el Gobierno, por
su parte, ha aum entado la cantidad y m ejorado las condiciones de los cré
ditos a medianos y pequeños empresarios. Nacionalizar las empresas mono-
pólicas significaría acabar con la libertad de trabajo de los obreros, em plea
dos y técnicos —la política del Gobierno, en doce meses, ha reducido la ce
santía forzosa heredada del 8,5% al 4,5%. Nacionalizar el m onopolio de la
Papelera de Puente Alto significaría acabar con la libertad de prensa —el
Presidente ele la R epública ha propuesto que los propietarios^ de periódicos
nom bren sus representantes en la dirección ele la empresa distribuidora de
papel, y que se creen cuantas empresas privadas para fabricar papel de pe
riódicos se desee— 1. Que los partidos populares, que representan a la m a
yoría del electorado y gobiernan el país, dispongan del 40% del tiraje perio
dístico y el 50% ele las radioemisoras, representaría acabar con la libertad
de inform ación de medios de com unicación de masas que pertenecen a un
puñado de familias 2. Integrar las escuelas de Derecho y Economía, en una
sola Facultad, supondría acabar con la ciencia jurídica y el im perio de la
ley en el orden social3. A unque los que así argum entaban no desconocen
que hace muchos años la U niversidad de París, y tantas otras, agrupa en
una sola Facultad los estudios de Derecho y Ciencias Económicas. Pero en
Chile ha sido tom ado como pretexto por la oposición para crear tensiones
en la Universidad. En últim o extremo, nacionalizar las empresas extractivas
de minerales, en manos del capital norteam ericano, podría com prom eter la
libertad de comercio internacional ele Chile. Reem plazar el Parlam ento bi-
cameral actual por un Parlam ento unicam eral, significaría el principio del
fin de la democracia c h ile n a 4, aunque el Gobierno m antiene exactam ente
los mismos principios y mecanismos para elegir a' los diputados (sufragio
universal, secreto, libre, proporcional e inorgánico). Y así sucesivamente. Los
intereses capitalistas han intentado crear la imagen de que la real disyun
tiva que enfrenta el país gira en torno de la libertad o la dictadura. Los
partidos obreros, por definición, serían enemigos congénitos de la libertad.
Esta pugna en torno de la imagen tiene su relevancia. En Chile, en las
presentes circunstancias, “el socialismo no asusta a naelie”, según pretende
la DC, que desde junio ha creído conveniente definir su línea program ática
como socialista comunitaria. Lo contrario, sin embargo, no es cierto.
Los movimientos políticos portavoces del 75% del electorado, en abril
de 1971, se dicen anticapitalistas. M ientras el dilem a estribe entre capitalis
mo y socialismo, la opinión pública chilena opta hoy por el segundo. El
único modo de atajar el progreso del pueblo ele Chile para distanciarse del
sistema capitalista por el camino seguido hasta ahora, consistiría en lograr
la confusión que asocie democracia y libertad con instituciones económicas
1 C arta clel Presidente A llende a G erm án Picó Cañas, Presidente de la Asociación N acional de la
Prensa, de 25 de octubre de 1971. Fue publicada en El M ercurio de Santiago el 16 de noviem bre
siguiente.
2 “ La libertad de prensa en C hile” , inserción de la DC denunciando “ la intención to talitaria que
anim a a la U n id ad P o p u la r” . El M ercurio, 26 de septiem bre de 1971.
3 “ Se perfila cuadro que atenta contra el Estado de D erecho", com unicado de la D irectiva N acional
del PDC. El M ercurio, 12 de noviem bre de 1971.
4 “ La Cám ara U nica es u n a m ascarada m arxista” , declaraciones de Luis Pareto, Jefe del Comité de
D iputados DC. La Prensa, Santiago, 7 de noviem bre de 1971. “ Se tra ta , en el actual contexto
político, de un nuevo paso en la conocida táctica m arxista de buscar a toda costa la ‘totalidad
del p o d e r’ ” . Declaración del Consejo N acional del PDC. La Segunda/ 22 de noviem bre de 1971.
133
o políticas capitalistas. La alta burguesía hizo lo imposible por lograrlo en
1970. Y, no obstante, Salvador Allende fue elegido Presidente de la R epú
blica. Después, el combate ideológico y de intoxicación propagandística ha
descendido del nivel general al pragmático, de los principios a la defensa
real de cada una de las fortalezas tras las que se parapeta el poder del capi
tal frente al avance de las fuerzas representativas de los que viven de su
trabajo. El combate propagandístico, ideológico y político se concentra en
cada empresa monopolística, en la defensa de los medios de comunicación
de masas servidores de los intereses de éstas, de cada Banco, de la actual m a
yoría política en el Congreso, de la actual composición personal de la Corte
Suprema, etc. En ocasiones se identifica la libertad con las instituciones,
cuando de lo que se trata es de evitar que sean sustituidas. Y cuando se
m antiene la institución, la libertad se personaliza en los individuos que ac
tualm ente desempeñan en ella funciones rectoras. Siempre, claro está, que
sean individuos de probado compromiso con los intereses no revolucionarios.
En el Parlam ento, donde la oposición tiene mayoría, se censura al P re
sidente de la R epública de no tenerlo en cuenta y de desconocer sus facul
tades. En la U niversidad de Chile, donde la mayoría del Consejo Norm ativo
Superior es partidaria de la política de la U nidad Popular, la oposición de
fiende el poder personal del R ector —elegido con el apoyo de la DC y la
Derecha—, frente al órgano colegiado.
El R ector DC desconoce la autoridad del Consejo Norm ativo Superior
y desea que las resoluciones de este últim o sean sometidas a referendum .
Pero en el Parlam ento, la oposición denuncia como “dictatorial” que el
Ejecutivo desee incorporar a la Constitución la posibilidad de que el P re
sidente pueda disolver por una vez el Congreso y convocar nuevas elecciones
legislativas. La inversión simétrica de papeles no puede ser más perfecta.
U na misma tesis sería “dem ocrática” si es patrocinada por los partidos b u r
gueses y “dictatorial” si la propician los partidos populares.
En un juego político entre Gobierno y oposición, esto puede aparecer
natural. Y de hecho lo es. Pero cuando el sistema político está enfrentado
a un proceso revolucionario definido en términos de clases sociales, el carác
ter clasista de las posiciones ideológicas y políticas aparece con un relieve
especial. La disyuntiva socialismo-capitalismo, en la confrontación de clases
que estamos viviendo en Chile, es transform ada en disyuntiva libertad-dic
tadura. Con la particularidad de que sólo la oposición al Gobierno Popular
especula con la “dictadura”. El Presidente Allende ha afirm ado que su Go
bierno persigue la hegemonía de las clases populares, pero sin propiciar
métodos autoritarios de Gobierno. La diferencia entre ambas posiciones dice
m ucho sobre el presente político-social de Chile y abre interesantes hipótesis
prácticas sobre su evolución futura.
Pocas cosas hubieran sido más ventajosas para el capitalismo chileno
—y, por extensión, para el internacional— que una actuación del Gobierno
Popular reticente o adversa a las libertades públicas y cívicas. No ha ocu
rrido así. En prim er lugar, porque las fuerzas organizadas sobre las que se
apoya el Gobierno son y tienen conciencia de que su unidad las hace mayo-
ritarias en el país. En segundo lugar, porque tienen tras de sí más de tres
generaciones de combate político y social, durante el cual han personalizado
la lucha por el reconocim iento del pluralism o y las libertades, supuesto in
dispensable para su progreso por el camino que las ha conducido a la posi
ción actual. En tercer lugar, porque el Gobierno tiene razonables expecta
tivas de poder llevar a cabo su Program a dentro de las coordenadas del sis
tem a institucional y legal en vigor, susceptible de ser, a su vez, transform ado
m ediante sucesivas modificaciones.
134
Los logros sociales y económicos del prim er año del G obierno Popular
han aum entado la libertad concreta de las grandes masas de trabajadores.
L ibertad ésta que es fundam ental para los socialistas y subsidiaria para los
capitalistas.
Sin embargo, el proceso revolucionario chileno persigue alcanzar las liber
tades sociales no sólo m anteniendo, sino vigorizando las libertades políticas y
cívicas al hacerlas más concretas. A quí reside uno de los grandes desafíos que
enfrenta la sociedad chilena. Con todo, el dinam ismo y vigor de las libertades,
contrariam ente a lo que entienden algunos, no depende tanto de la “con
ciencia”, de la voluntad de m antenerlas o dism inuirlas, como de los “hechos”,
de los condicionamientos institucionales —económicos, sociales y políticos—,
que configuran la estructura de una sociedad.
Por más que el Gobierno del Presidente Allende quisiera y se esforzara
por llevar adelante las transformaciones revolucionarias que la superación
del sistema capitalista exige en un contexto de libertades políticas y cívicas
irrestricto, ello se vería profundam ente afectado si se dieran algunas situa
ciones que, hasta el momento, la realidad chilena no ha producido. Situacio
nes que podrían alterar sustancialm ente la evolución del proceso revolucio
nario hacia el socialismo. Y en torno de las cuales pueden ser concretadas
algunas de las características esenciales del combate político que se ha venido
desarrollando desde el 4 de septiem bre de 1970. Estas son:
a) La Constitución y la legalidad
b) El orden público
c) El orden económico
d) Las relaciones entre los Poderes del Estado.
135
U nidad Popular, que ha encontrado su prim era concretización im portante
en el proyecto de Reform a C onstitucional presentado en noviem bre de 1971
y que persigue reem plazar la estructura bicam eral del Poder Legislativo,
otorgar al Ejecutivo la facultad de disolver el Congreso y renovar la compo
sición personal de la Corte Suprema.
Lo particular del caso chileno se refiere a algo distinto: a la gestación del
nuevo poder político revolucionario a través y no enfrentando los mecanismos
institucionales tradicionales. N orm alm ente, las fuerzas revolucionarias han de
bido quebrar el régim en político institucional para alcanzar el G obierno del
país. La acción revolucionaria lo inhabilitaba de por sí. En general, la violen
cia física ha servido de instrum ento de ejecución del cambio. A la que ha solido
ir asociada la violencia “ju ríd ica”, el aluvión revolucionario arrastrando tan
to a los mecanismos institucionales políticos como a la norm ativa legal que
los anim aba. En los sistemas de Constitución escrita, ésta ha sido pura y
sim plemente ignorada, cuando más reem plazada por otra tras la in terru p
ción brusca ide su vigencia. Y, por supuesto, sin observar los procedim ientos
formales y m ateriales establecidos para su modificación. Hecho que expli
caba el constitucionalista Cari Schmitt, en apoyo de un contexto contrarre
volucionario, al afirm ar que ninguna Constitución ha previsto su m uerte.
En cambio, en Chile, el proceso revolucionario se viene desarrollando
asociando las dos legitimaciones que siempre han aparecido contrapuestas:
la revolucionaria y la institucional. La prim era define la naturaleza y el
contenido del Gobierno Popular. Pero la segunda le ha perm itido instalarse
e iniciar la ejecución de su programa, de transform aciones estructurales. Esta
presencia sim ultánea de ambas legitimaciones es de trascendencia fundam en
tal para com prender el sentido del proceso revolucionario chileno.
A. La Constitución y la legalidad
Las características propias del sistema político chileno han hecho posible
que las fuerzas sociales antisistemas se desarrollaran dentro de un marco de
com portam iento que no entraba en conflicto antagónico con las norm as cons
titucionales y legales. Sin solución de continuidad, la evolución de la lucha
social las ha llevado a asum ir el Gobierno dentro de un Estado que podría
mos calificar de desarrollado en sus capacidades de control adm inistrativo,
económico, político y coercitivo del país. Cualesquiera indicadores que selec
cionemos para m edir estas capacidades, su aplicación daría resultados neta
m ente positivos. Pero un Estado que se caracteriza, además, por la total
hegemonía —en lo form al y en lo m aterial— del Ejecutivo, ha supuesto dos
consecuencias:
1”) En el aparato del Estado chileno, toda la capacidad de intervención
económica, de dirección y gestión adm inistrativa, de definición política y
de utilización de las fuerzas de coerción, responden a la dinám ica y orien
tación del Ejecutivo. Alcanzar la Presidencia de la R epública no sólo per
m ite form ar un Gobierno con autonom ía respecto del Parlam ento, sino u ti
lizar en su provecho todo ese cúm ulo de capacidades.
2°) El ejercicio del poder político está sometido a normas, procedim ien
tos y formas. El nivel de institucionalización del Estado chileno es suficien
tem ente alto, y los controles paraestatales o extraestatales bastante fuertes,
p ara im poner al Ejecutivo que actúe en conform idad con el orden norm a
tivo vigente. So pena, en caso contrario, de quiebra del sistema político en
vigor.
U n Gobierno como el que se instala en La M oneda el 3 de noviembre
de 1970, nó ya sólo a través de los mecanismos constitucionales, sino tam
136
bién gracias a la solidez de éstos, pudo contar con la utilización de los me
canismos del Estado conforme a los criterios de su Programa. Pero con una
condicionante fundam ental: que no actuaría fuera de las coordenadas que
la Constitución y la ley le perm itían. La razón de ello es sencilla. D entro
del aparato del Estado, en cualquiera de sus instancias y niveles el Gobierno
P opular coexiste con instituciones y fuerzas sociales que le son adversas en
un grado mayor o m enor y que, en cualquier-caso, no com parten plenam ente
ni sus planteam ientos ideológicos ni sus objetivos programáticos. El Estado
chileno que alcanza a dirigir la U nidad P opular es un Estado de estructura
predom inantem ente liberal-burguesa. Si estas instituciones del Estado —desde
el Parlam ento a la burocracia, pasando por la m agistratura judicial— tole
ran y reconocen la autoridad del G obierno Popular, es precisamente —y ú n i
camente— por la legalidad institucional de este últim o. Su legitim idad revo
lucionaria no sólo no la hacen suya, sino que la cuestionan o la im pugnan.
El lazo que vincula, pues, el contenido burgués del Estado al Gobierno
Popular, no es otro sino el del origen y com portam iento constitucional del
Gobierno Popular. Lazo que puede ser tenue o sólido. Depende de la soli
dez del G obierno fuera del aparato del Estado. Es decir, de la fuerza polí
tica, social y económica que, en forma organizada y coherente, acum ulan los
m ovimientos e instituciones que integran o respaldan a la U nidad Popular.
Pero cualquiera que pueda ser la solidez de las fuerzas populares, ello es
algo distinto del vínculo que subordina él aparato del Estado al Gobierno
de Allende. Este vínculo puede rom perse por varias causas, una de ellas es
—sin lugar a dudas— que el Gobierno P opular no respete la Constitución
o las leyes.
El ejem plo de lo que estamos indicando lo constituyen las fuerzas coer
citivas del Estado. Creadas y desarrolladas en un espíritu de profundo res
peto a su papel institucional —el prim er requisito para que u n Estado se
institucionalice, es que sus FF. AA. respeten y se integren a la instituciona
lidad—, han ejercido conscientemente el papel de respaldo arm ado del Es
tado. La dirección y orientación de este últim o se determ ina m ediante me
canismos político-electorales, en los que no compete interferir a las FF. AA.
En térm inos lógicos, m ientras los mecanismos de designación de los dirigen
tes tem porales del Estado funcionen norm alm ente, es exigencia del sistema
político liberal-democrático vigente que las FF. AA. se lim iten a desem peñar
las funciones específicas que les corresponde.
Sin embargo, esto que en térm inos político-institucionales es correcto,
no basta por sí mismo. Hay que considerar, tam bién, el contenido^ social
—de clase— clel aparato del Estado.
Evidentem ente, unas fuerzas armadas que socialmente se identifiquen
con la aristocracia o la alta burguesía, difícilm ente puede concebirse que
respalden a un Gobierno de orientación anticapitalista, por más institucio
nalizado que sea el Estado. El desajuste no puede resolverse sino m ediante
la elim inación ele uno u otro de los térm inos contrapuestos. Del Gobierno
anticapitalista —cuando vence la contrarrevolución—, de las fuerzas armadas
conservadoras —cuando triunfa la revolución—. En un mismo Estado no pue
den coexistir unas Fuerzas Arm adas y un Gobierno con características de
clase antagónicas. Ello contradice las exigencias lógicas esenciales de un Es
tado.
Y esta constante histórica, qué necesidad hay de explicitarlo, tam bién
se da en Chile. La revolución política de nuestro país dem uestra que el
período de predom inio político de los sectores medios, ora aliados con la
izquierda, iniciado en la década de los años veinte, coincide con un conte
nido social de nuestras FF. AA. predom inantem ente vinculado a los sectores
137
medios. Los gobiernos que se han sucedido en los últim os cuarenta años se
sitúan dentro de un espectro político que recurre al centro-derecha, en unos
casos, y al centro-izquierda, en los otros. Pero siempre con los sectores me
dios participando de m odo decisivo.
Las FF. AA. chilenas han dem ostrado hasta la saciedad, excepto para
quienes no quieren ver, que no se sienten ya com prom etidas .en la defensa
de los intereses económicos de los latifundistas y de la alta burguesía indus
trial-financiera. En el caso de los primeros, baste recordar que su elim ina
ción social se inició con el Gobierno de Frei, en medio de la resistencia más
enérgica de los propietarios afectados y sus representantes. El Gobierno Po
p u lar no h a hecho sino continuar consumando, a ritm o más rápido, un pro
ceso antilatifundista ya iniciado. En el caso de la segunda, las realizaciones
del prim er año de Gobierno Popular, sustrayendo del control privado los
principales centros del poder económico burgués, hablan más elocuente
m ente que cualquiera disquisición.
Q uien se enfrente con realismo al Chile de nuestros días, debe tener
el valor de reconocer que no hay antagonism o social, de clase, entre el Go
bierno de Allende y las fuerzas coercitivas del Estado. La afirmación puede
parecer tem eraria en estos albores del proceso revolucionario. No hay anta
gonismo por una razón fundam ental: el Gobierno del Presidente Allende se
ha com prom etido a realizar el program a de G obierno de la U nidad Popular.
Y este Programa, de modo explícito y coherente, se propone acabar con el
poder económico de la alta burguesía y de los latifundistas —de la clase
económica dom inante—. Pero respeta a los sectores medios. No quiere ni
conflictos ni enfrentam ientos con éstos. T o d a la política económica y legis
lativa del Gobierno ha buscado darles seguridad. Y evitar que se dejaran
arrastrar a una oposición violenta al servicio de la clase dom inante.
Es en función de estos elementos que adquiere su plena connotación
la afirmación de Salvador Allende, varias veces repetida, de que m i mayor
fuerza reposa en la legalidad. U nicam ente observando la Constitución y las
leyes puede el Gobierno P opular utilizar en provecho de su acción los enor
mes recursos de un Estado burgués m oderno. T odo este potencial, su inercia,
que ahora juega predom inantem ente en su favor —y el balance de los p ri
meros doce meses de Gobierno habla por sí solo—, se volvería en su contra
si el Gobierno tom ara la iniciativa en actuar al m argen de la legalidad.
O tra cosa es, naturalm ente, el m argen de am plitud de transformaciones
que perm ite la actual legalidad. E duardo Novoa, en un artículo por publicar,
ha desarrollado con mayor detenim iento este punto 5. Las transformaciones
estructurales en curso están produciendo un desajuste cada vez m ayor con
un régim en legal e institucional que regulaba una realidad social muy dis
tinta, lo que encierra u n a contradicción que sólo se resolverá m odificando
y desarrollando la norm ativa vigente. Cambios que no im plican, por sí mis
mos, la obligación ineludible de desconocer la legalidad —y sus fuentes ins
titucionales—, si tiene lugar lo propiciado por el Presidente Allende en su
I. M ensaje al Congreso:
“La flexibilidad de nuestro sistema institucional nos perm ite esperar
que no será una rígida barrera de contención. Y que al igual que nuestro
sistema legal, se adaptará a las nuevas exigencias para generar, a través de
los cauces constitucionales, la institucionalidad nueva que exige la supera
ción del capitalism o” 6.
5 Cf. E. Novoa M onreal: “ El difícil cam ino de la legalidad” , aparecido después de la redacción de
este trab ajo en la Revista de la Universidad Técnica del Estado, V II, abril 1972, pp . 7-34 (N . de la R .) .
6 “ P rim er M ensaje al Congreso” , en Salvador Allende: N uestro camino al socialismo. La vía chilena,
Buenos Aires, Ed. Papiro, 1971, p. 36.
138
B. E l orden p ú b lico
139
menos am bigua e incierta. No ya sólo por el hecho de que la oposición
invocaría su intervención para “restablecer el orden” (alterar el curso de la
revolución), sino, sobre toda otra consideración, por la debilidad en que se
encontraría el Gobierno. En efecto, es obligatorio reconocer que el G obier
no llegaría a esta situación con su autoridad negada por los sectores conser
vadores. Pero tam bién discutida o desconocida por los sectores revoluciona
rios radicalizados. ¿En qué base reposa, en ese caso, la autoridad del Go
bierno? En una base muy endeble, y que institucionalm ente se la calificaría
de “m inoritaria”. Y es razonable pensar que el Gobierno Popular puede con
tar, en principio, con un apoyo de las Fuerzas Armadas directam ente pro
porcional al respaldo popular con que cuenta. Por ello, para un Gobierno
<le naturaleza revolucionaria sin ascendiente real sobre las grandes masas
populares y atacado abiertam ente por los sectores conservadores, resulta di
fícil que las Fuerzas Armadas se alineen unánim em ente detrás de su política.
El 8 de junio de 1970 tuvieron lugar acontecimientos reales que p ru e
ban el razonam iento anterior. El asesinato del ex m inistro DC Edm undo
Pérez Zujovic provocó la crisis más grave por la que ha atravesado el Go
bierno Popular, hasta la fecha. T o d a la oposición se unió para clamar con
vehemencia la responsabilidad indirecta del Gobierno en este crimen. D u
rante tres días, la invocación abierta de la intervención m ilitar por unos, el
tem or de que ello ocurriera, para otros, recorrió el am biente político. No
cabiendo al Gobierno obra ni arte en la acción de un grupo de activistas
paranoicos totalm ente aislado, el Gobierno superó la situación sin mayores
consecuencias. Y las Fuerzas Armadas estuvieron, desde el principio hasta
el fin, íntegram ente, en la posición que institucionalm ente es la suya. El
Gobierno, apenas dos meses después de la m anifestación de respaldo popu
lar que recibió en las elecciones m unicipales del 4 de abril, encontraba en
este apoyo político y en su cohesión interna fuerza suficiente para hacer
frente a la m arejada de la oposición airada.
A quí tenemos, pues, dos grandes factores que el Gobierno P opular tie
ne que equilibrar día a día: orden público y revolución social. U n desajuste
entre ambos puede resultar grave para la continuidad clel proceso. El Go
bierno Popular tiene que encontrar una acción política cuyo desarrollo no
los distancie, ya que en el equilibrio m utuo se halla uno de los supuestos
de la vía política revolucionaria. El desequilibrio llevaría, por una concate
nación de hechos perfectam ente previsibles, al éxito de la contrarrevolución
o al enfrentam iento armado.
Hay, sin embargo, dirigentes revolucionarios que no perciben suficien
tem ente todas las modificaciones que supone el paso de la oposición al Go
bierno. La prim era impone, particularm ente al m ovim iento obrero, el recur
so de la presión —en cualquiera de sus formas— para m anifestar y, eventual
mente, hacer prevalecer muchas de las reivindicaciones que nó logran ab rir
se camino por otro medio. Pero el m anejo de los mecanismos institucionales
reservados al G obierno perm ite, en general y particularm ente en la estruc
tu ra actual del Estado chileno y su contexto social, un campo de acción infi
nitam ente mayor, más eficaz y profundo que los logros de cualquier tipo
de presión externa al poder político del Estado.
Las transformaciones ¡levadas a cabo por la U nidad P opular en sus p ri
meros meses de Gobierno, lo dem uestran fehacientem ente. Sin disparar un
tiro, sin haber expuesto a la m uerte a ningún trabajador, ha acum ulado
más realizaciones que muchas revoluciones armadas en el mismo período,
aun después de instaladas en el poder.
Lo cual no excluye pensar en el recurso a la presión social —desde la
base— en determ inados casos o para objetivos bien concretos. Y así ha ocu
140
rrid o en muchas oportunidades en los meses últimos, pero en form a subsi
diaria y subordinada a la acción gubernam ental. Por ello representa una
inversión de lo que es el realismo político y una visión deform ada de lo
que es un proceso político afirm ar: “nosotros le sugerimos a la U P y al
Gobierno que les habría resultado más serio y valiente referirse a los reales
protagonistas del proceso social en m archa: entre febrero y octubre de este
año han participado en huelgas y tomas ilegales 345.000 obreros, campesi
nos, pobladores y estudiantes que con sus familias sum an más de i . 700.000
personas en el país” 7.
Esta posición táctica, necesaria en una vía revolucionaria violenta, lleva
en su seno —como característica propia y norm al— la exigencia de recurrir
a prácticas autoritarias de Gobierno para hacer avanzar cualquier proceso
revolucionario. Lo que, en el terreno de la prospectiva program ada, no es
deseado por el Gobierno de Allende.
El m antenim iento del orden público, ju n to con ser una exigencia para
todo Gobierno, favorece siempre a quien controla a este últim o. En la si
tuación chilena, un revolucionario que apoye el proceso actual con respeto
por el orden público, requiere com partir previam ente dos supuestos: a) el
Gobierno actual está llevando a cabo una política de orientación revolucio
naria, b) el aparato institucional con que cuenta el Gobierno le perm ite
avanzar en su acción revolucionaria. Si niega alguno de ellos, es lógico que
no acepte la idea de una revolución social que exige el orden público de
un Estado con raíces burguesas. Pero si com parte ambos supuestos, debe ser
consecuente en su razonam iento y entender la necesidad para el Gobierno
de llevar adelante su program a m anteniendo el orden público.
No es éste el m om ento para extenderse enum erando las razones que
dan a la obra del Gobierno P opular pleno sentido revolucionario. En cuan
to a la flexibilidad del sistema institucional para franquear el paso al pro
ceso revolucionario, es otra cuestión. Demostrarlo requiere un análisis deta
llado y porm enorizado. Pero que los máximos responsables de la dirección
del Gobierno lo creen posible, lo prueba en los hechos la orientación de su
evolución y en lo program ático las declaraciones de los partidos de G obier
no, y particularm ente del Presidente de la República:
“Queremos, eso sí, que se tenga una com prensión muy clara de que una
cosa es el orden público y otra cosa es un nuevo orden social. El orden p ú
blico obedece a fórmulas jurídicas, a fórmulas legales. El orden social im
plica cosas m ateriales, posiciones de clase, enfrentam iento de intereses. El
Gobierno que yo presido es producto de un esfuerzo de los sectores popu
lares. Hemos m antenido el orden público porque esa es nuestra obligación.
Harem os transform aciones para cam biar las estructuras sociales, porque para
eso fuimos elegidos. Pero las festamos haciendo y las haremos dentro de un
marco legal y jurídico. La Constitución Política ele Chile franquea la posi
bilidad de dictar una nueva C onstitución distinta de la actual, y éste es un
camino que tam bién utilizarem os” 8.
En esta afirm ación está resum ido lo esencial de la posición del Gobierno
sobre el particular. En prim er lugar, que respetando el orden legal e insti
tucional se está progresando en la transform ación social. Prerrequisito nece
sario para que pueda tener alguna posibilidad real de m aterialización la
voluntad de m antener el orden público. En segundo lugar, la inevitabilidad
de m odificar el sistema institucional y legal para adecuarlo a la nueva rea
141
lidad social en desarrollo. Aquí, de nuevo, un desajuste entre ambos pro
cesos amenazaría con la quiebra del camino político actualm ente seguido.
El Gobierno P opular debe esforzarse perm anentem ente en llevar ade
lante una política económica y social transform adora, con profundidad revo
lucionaria y toda la rapidez perm itida por los recursos hum anos y técnicos
actualm ente disponibles. Al mismo tiempo, sin embargo, debe calcular con
antelación, y muy cuidadosam ente, el plan de realizaciones concretas y su
concatenación, sus efectos manifiestos y latentes, para que éstos se m anten
gan sincronizados con el increm ento de la capacidad de control por parte
ue los movimientos populares y, particularm ente, del Gobierno. De modo
tal que ésta aum ente significativam ente y sea capaz de absorber o n eu trali
zar fas tensiones que los cambios están produciendo, tanto entre los sectores
sociales cuyos privilegios se ven atacados como, tam bién, entre los sectores
que asumen responsabilidades mayores y ven abiertas nuevas expectativas.
Si en cualquier proceso revolucionario la unidad y cohesión de las fuer
zas populares es de la mayor relevancia, en el caso ciineno es un requisito
sine qua non. C uando un Gobierno revolucionario dispone del m onopolio
de la fuerza coercitiva, subordinada a sus propios criterios políticos, puede
pensar en utilizarla para preservar el futuro üe su política ante quienes la
amenazan dentro de la propia izquierda. Es lo que na ocurrido, en un mo
m ento u otro, en todas las experiencias socialistas, con resultados positivos
o negativos según casos y circunstancias. Pero en Chile, en los momentos
presentes, cuando el aparato del Estado inspira y legitim a su funcionam iento
según fundam entos de orientación predom inantem ente burguesa, cuando la
clase capitalista no sólo conserva parte im portante de su poder económico,
sino que tiene plena libertad para actuar como oposición política —inclusi
ve para hacer uemagogia—, cuando el contorno internacional inm ediato no
se siente solidario del proceso revolucionario chileno —a nivel de Estado—,
cuando el Gobierno P opular se apoya exclusivamente sobre la adhesión li
brem ente expresada —y que sólo librem ente puede ser m antenida— de los
sectores populares, fragm entar la identificación consciente de éstos con el
Gobierno supondría erosionar o quebrar, sencillamente, su base política.
Y con m ucha mayor gravedad si entre sectores populares se desarrolla ya no
sólo la indiferencia o la pasividad, sino la hostilidad activa hacia el G obier
no Popular. M antener el orden público contra presiones anormales de los
sectores populares significaría enfrentar el Gobierno consigo mismo. Con las
consecuencias negativas que ello implica.
Por eso, desde el prim er día, la oposición ha intentado quebrar la u n i
dad de los sectores populares favorables al Gobierno. Lo ha hecho con todos
los recursos con que cuenta una oposición política que puede hablar —y
ofrecer— sin responsabilidad. Tergiversando el sentido de las realizaciones
que responden a la lógica de desarrollo hacia una organización socioeconó
mica socialista. Por ejemplo, la propiedad social de una empresa no signi
ficaría para sus trabajadores sino reem plazar al patrón particular por el
patrón-Estado, aunque los propios trabajadores asum an la más am plia res
ponsabilidad en la gestión de su empresa. O contraponen a las realizaciones
revolucionarias quim eras demagógicas que, puestas en práctica, significarían
la disolución del cuerpo social a corto plazo, en m edio del mayor caos. Por
ejemplo, que la gestión de las empresas monopólicas nacionalizadas —inclui
dos los bancos— y su excedente sean dejados al libre arbitrio de sus traba
jadores, en el seno de un sistema económico capitalista y de acuerdo con la
lógica interna de éste.
Pero el escepticismo, la quiebra del m ovim iento obrero, el enfrenta
m iento entre trabajadores, y aun el caos, es lo que d u ran te todo el año 1971
142
ha venido buscando la oposición en forma sistemática y muy concreta. Por
que de por sí ello debilita al Gobierno. Pero, además, lo pone ante un
amargo dilema: o intenta m antener el orden público —lo que le enfrenta
con los trabajadores—, o dem uestra ser incapaz de m antenerlo —lo que abre
la p u erta a soluciones autoritarias de “pacificación”. T a n to en uno como en
otro caso, la contrarrevolución sincroniza la plena utilización de su capaci
dad pertu rb ad o ra con las tensiones trabajadores-G obierno Popular, para h u n
dir definitivam ente a éste y reprim ir después a aquéllos. Es la triste lección
de la II R epública española.
Día tras día, desde la misma fecha en que Salvador Allende asumió la
Presidencia, la prim era página de todos los periódicos de oposición ha reco
gido y magnificado cualquier incidente que pudiera ser interpretado como
anorm al o desordenado. Desde los relevantes hasta los nimios, tanto si su
causa se encuentra en una acción política consciente o en circunstancias to
talm ente ajenas a la dinám ica del Gobierno Popular, El objetivo es m ani
fiesto: crear la imagen de desgobierno o caos. Así, poco im porta que el n ú
m ero de propiedades agrícolas ocupadas por los campesinos no supere el
0,5% del total del país. La situación es presentada como anarquía y violen
cia en el campo. C am paña inteligente de utilización de la inform ación orien
tada, a la que ha contribuido —bien a su pesar— la incapacidad técnica
m anifestada abundantem ente por los mass-media de izquierda no ya sólo
para elaborar una inform ación con criterios m odernos y eficaces, sino ni
siquiera la contrainform ación de respuesta a las campañas de la oposición.
Algo totalm ente distinto sería el supuesto contrario: que el desorden
público tuviera como agente a movimientos, grupos o personas conserva
doras. Si la cohesión del m ovim iento popular se m antiene sólida ju n to al
Gobierno, éste puede contar con la seguridad de disponer de la fuerza coer
citiva institucional para hacer real la función ordenadora del Estado. Quizás
la m ejor pru eb a de ello, a contrario, ha sido la extrem a precaución que la
oposición —inclusive la fascista— ha tenido para no crear una situación se
m ejante d u ran te 1971. Cuando, llevados por la pasión y los nervios, pierden
la serenidad y fuerzan la entrada del Palacio de la M oneda, el 18 de no
viembre, hacen regalo al G obierno de la posibilidad de someter a la Ley de
Seguridad In terio r del Estado a quince diputados de oposición. Q uerella de
la que se hace parte, tam bién, el propio Cuerpo de Carabineros.
M ientras el Gobierno P opular cuente con el respaldo popular mayorita-
rio, organizado y disciplinado, cualquiera alteración del orden público por
los sectores conservadores enfrenta a éstos con la propia lógica represiva del
Estado liberal. Y no es paradoja, aunque lo parezca, en un Estado cuya di
rección está confiada, institucionalm ente, a los representantes de la mayo
ría, de la volonté genérale rousseuniana. La aparente paradoja no es fruto
sino del hecho esencial de que los propios mecanismos del sistema político
liberal han sido utilizados con éxito por los movimientos socialistas para la
conquista del Estado, empezando de esa forma a cam biar el sentido de cla
se de éste. Pues no son tanto las instituciones las que dan a un aparato esta
tal la naturaleza burguesa, sino las fuerzas sociales que lo anim an y lo
utilizan.
C. E l orden económico
143
anticapítalistas es fruto, en prim er lugar, de la explotación económica, sub
ordinación social y miseria a que el sistema económico capitalista condena a
las grandes masas populares. En cada país, los movimientos, anti-sistema al
canzan un nivel de poder mayor o menor, en térm inos absolutos, según la
expansión que de su potencialidad interna ha logrado cada estructura eco
nómica particular. Pero la explotación, subordinación y miseria, hablando
en térm inos relativos, diferencia a unas clases sociales de otras en cualquier
país capitalista. En la rebelión contra esta situación se halla la causa y le
gitim ación de las revoluciones modernas.
La conciencia política acerca de un régim en socioeconómico no siem
pre es concreta y precisa. P articularm ente entre los sectores sociales de m enor
nivel cultural. En una sociedad capitalista contem poránea, el control directo
o indirecto ejercido por las instituciones del capital sobre los engranajes
neurálgicos del proceso social es tan grande, y puede ser tan eficaz con los
medios tecnológicos y científicos actuales, que se requiere un cúm ulo de
circunstancias muy excepcionales para lograr que las grandes masas lo elu
dan y logren hacer explícitos y manifiestos los valores, creencias y sentim ien
tos anticapitalistas. Se necesita m ucho tiempo, además de esfuerzo perseve
rante, para ello.
R esultaría vano pensar que sólo cuando los nuevos valores políticos fa
vorables al socialismo se han hecho concretos y específicos entre la m ayoría
de la población, sólo entonces un m ovimiento político revolucionario pue
de esperar recibir su respaldo. N unca ha ocurrido así y no tiene ¡sor qué
ocurrir. En prim er lugar, porque no todos los sectores sociales —aunque ex
plotados y discriminados—, reúnen las condiciones económicas y sociocultu-
rales para generar una conciencia política revolucionaria socialista. Si siem
pre se ha afirm ado que sería el proletariado quien asumiera la vanguardia
del combate contra el régim en capitalista, es porque el proletariado —más
que ningún otro sector social— reúne esas condiciones. Pero nunca el prole
tariado propiam ente dicho, en una sociedad industrial m oderna, ha ido más
allá del tercio de la población económicamente activa. Y, con mayor m oti
vo, en los sistemas económicos de m enor desarrollo industrial. H a tenido
que aliarse a otros sectores sociales explotados, tanto en la etapa de lucha
por el poder político como en la de transición al socialismo, después de con
quistado el poder.
En segundo lugar, porque en la realidad política no se requiere que
los valores políticos lleguen a ser explícitos y concretos para que influyan
en el proceso político. A un encontrándose en estado latente, pueden actuar
en sentido funcional al desarrollo del m ovimiento social en torno del cual
giran.
Con lo anterior quiero significar que en el 36,2% del electorado que
votó en septiem bre de 1970 en favor del Program a de Gobierno de la U ni
dad Popular, y en el 50% que respalda en abril siguiente el Gobierno de
Salvador Allende, sólo u n porcentaje lim itado —cuya am plitud exacta sería
demasiado complejo estudiar aquí—, está votando conscientemente en favor
de concepciones socialistas de ordenación económica, política y social. El
resto, actúa por rechazo deliberado a las manifestaciones negativas que so
bre su vida personal o de grupo hace pesar el régim en económico vigente.
Y que, en su concreción m aterial más hiriente, son bien conocidas: miseria
económica y fisiológica —stricto sensu—, cesantía forzosa, desempleo disfra
zado, altísimas tasas de inflación crónica, falta de viviendas,, etc. R esultan
tes de una estructura económica profundam ente desequilibrada, estancada
y sometida a limitaciones internas y externas para su desarrollo.
144
U n G obierno revolucionario como el del Presidente Allende, cuyo ori
gen formal y cuya autoridad real reposan en la adhesión librem ente expre
sada de las masas postergadas, enfrenta el tem ible reto que supone tener
que satisfacer —sim ultáneam ente— parte de las necesidades m ateriales más
dolorosamente sentidas por los trabajadores, campesinos, empleados y demás
sectores postergados, por un lado, y llevar a cabo las profundas transform a
ciones socioeconómicas que el proceso revolucionario exige, por otro lado.
En todas las experiencias de revolución hacia el socialismo que han pre
cedido a la chilena, este problem a ha sido atendido m ediante m últiples y
variadas fórmulas. Pero todas ellas caracterizadas por una nota común: la
supresión de la libertad de dem anda, según las normas del mercado capita
lista. El Estado ha controlado no sólo la oferta de bienes y servicios, sino
tam bién la demanda en torno de éstos. Cuando no es posible ofrecer ciertos
productos, por u na razón u otra, el Estado dispone de los mecanismos eco
nómicos adecuados para controlar esta situación. Desde la supresión total
de la venta del producto hasta su racionam iento en cualquiera de sus for
mas. Y el Estado tam bién ha contado con el aparato adm inistrativo y polí
tico necesario para dem ostrar y persuadir a la ciudadanía de la razón de
ser ele esta ausencia. En últim o extremo, el control de la inform ación y
mass-media incluso perm ite evitar que juegue en torno de estos bienes el
“efecto de dem ostración”, estim ulando la sensación de carencia.
Lo anterior im plica que el sistema económico funcione sobre supuestos
totalm ente distintos a los del capitalismo. No son las grandes empresas las
que orientan la producción y el consumo, a través de sus vastos y sofistica
dos engranajes, buscando el aum ento incesante del consumo según las reglas
clel mayor lucro, sino el Estado, de acuerdo con criterios orientadores que
persiguen satisfacer las necesidades generales según criterios de prioridad
social y hum ana superiores en su racionalidad, a los que se subordina la pro
ducción económica de empresas socializadas —al menos, las fundam entales—.
Lo que exige, en form a com plem entaria, controlar la dem anda para ajustar
la al proceso de producción general. Im plica, tam bién, que el poder del Es
tado socialista repose en supuestos muy distintos de los que inform an la ac
tividad del Estado liberal-democrático. En una etapa del desarrollo econó
mico en que las necesidades de todo tipo, individuales y colectivas, son muy
superiores a la capacidad de satisfacerlas, controlar la iibre expresión de la
dem anda económica lleva a otra exigencia derivada: lim itar, cuando no su
prim ir, la libre manifestación de la oposición política. La que siempre ex
plota en su provecho las dem andas —económicas tanto como políticas— no
satisfechas. C ualquiera oposición tiende a subrayar las expectativas existen
tes, y a crear nuevas.
Parece este un círculo vicioso. U n Gobierno revolucionario, para llevar
adelante las transform aciones económicas, sociales y políticas, necesita lim i
tar o suprim ir las reglas capitalistas del mercado que rigen la dem anda. Y
esto puede llevarle, de grado o por fuerza, a lim itar la libre expresión —y
aun la existencia— de la oposición política. ¿No es posible, acaso, transfor
m ar un sistema económico capitalista aceptando la oposición política?
Desde el punto de vista teórico, la transición hacia el socialismo no
implica, necesariamente, suprim ir la libertad de oposición al G obierno re
volucionario. T odo depende de las circunstancias en que se desarrolla el
proceso. Y, fundam entalm ente, de la correlación de fuerzas entre el movi
m iento revolucionario y la oposición no revolucionaria. No sólo en el inte
rior del país sino tam bién en el contorno externo y aun m undial. En el
últim o tercio del siglo XX, con el grado de integración e interdependencia
alcanzado a nivel planetario, ningún proceso nacional puede desarrollarse
10,-CEREM 145
independientem ente de la situación concreta en el resto del m undo. Y en la
lucha entre socialismo y capitalismo, del estado en que se encuentren los
bloques capitalistas y socialistas, así como de las relaciones entre ellos.
Cuando el enfrentam iento violento_entre fuerzas revolucionarias y an-
tirrevolucionarias tiene lugar en circunstancias de recíproca exclusión y de
precaria superioridad de una sobre otra, la preponderancia de las segundas
ha im plicado él baño de sangre para los trabajadores y la dictadura autori
taria de la reacción. Y el predom inio de las primeras, la exigencia de afir
marse y consolidarse m ediante la sumisión forzada de los anturevoluciona
rios. En uno u otro caso, la negación de la oposición aparece como requisi
to de sobrevivencia. La dura realidad de los hechos se im pone sobre los de
seos más tolerantes.
Sin embargo, es posible concebir el desarrollo de la revolución hacia el
socialismo en u n régim en de respeto a la libre oposición. En prim er lugar,
se requiere que el m ovim iento revolucionario haya logrado crear los facto
res sociales, económicos y políticos que le perm itan considerarse en una si
tuación objetiva de superioridad sobre las fuerzas capitalistas organizadas
adversas —nacionales y extranjeras—. En segundo lugar, el sistema político
debe haber alcanzado un alto nivel de institucionalización democrática, que
le perm ita absorber las actividades de la oposición sin el riesgo perm anente
de derrum be institucional.
En la m edida en que el G obierno del Presidente A llende increm ente su
base popular, que desarrolle la organización de los partidos y sindicatos que
le respaldan, y que avance en la transform ación de los valores políticos de
las grandes masas, puede pensarse razonablem ente que se está asegurando
la solidez suficiente para continuar la revolución reconociendo a la oposi
ción política. C ontando con el apoyo m ayoritario del país, la nueva institu
cionalidad puede ser construida progresivam ente sin ru p tu ra violenta de
la heredada.
P ara vencer este magno desafío, el G obierno P opular tiene que superar
dificultades enormes, que se suceden cuando no se acum ulan. En el terreno
estrictam ente económico, aparece claro que el Gobierno tiene una gran ca
pacidad de control de la oferta a través de los mecanismos de intervención
que ha venido reuniendo el Estado de Chile, de larga trayectoria. No así en
el caso de la dem anda, para la que tiene que hacer uso de los mecanismos
tradicionales de precios y salarios, profundam ente viciados y tarados por la
inflación crónica arrastrada durante decenios. El consum idor chileno se guía
según los criterios de la libertad de dem anda, y alterar este factor entra en
contradicción con el contexto de plena libertad política, en todas sus p ro
yecciones, para la oposición. El G obierno no controla la inform ación, ni m u
cho menos la propaganda. Apenas el 50% de las emisoras y prensa periódi
ca responde a su línea política. Su política económica está al servicio de las
masas en situación más mísera y postergada. Necesita satisfacer sus necesi
dades más imperiosas a un ritm o rápido si no veloz. En caso contrario, los
sectores de m enor conciencia política pueden verse atraídos por las prom e
sas demagógicas de la oposición. El Gobierno de Allende tiene que demos
trar algo bien poco usual, que revolución significa mejoras m ateriales inm e
diatas y no sólo futuras. Necesita aum entar la capacidad de consumo de las
masas. Pero en un contexto de economía de mercado en que rige plenam en
te aquella clásica norm a según la cual las necesidades subjetivas aum entan
con los recursos m ateriales disponibles. Y donde, por consiguiente, el mayor
poder de compra exige la existencia de los bienes buscados. R ecurrir al ra
cionam iento de algunos de ellos, es presentado por la oposición como un
146
fracaso del Gobierno. Y sentido así por la m ayoría de los consumidores. Lo
que se refleja, inevitablem ente, en el com portam iento electoral.
El Gobierno popular necesita de la expansión económica ininterrum pi
da y acelerada. Asegurar una mayor capacidad de satisfacción al consumo.
De ahí la insistencia con que se ha llevado a cabo, durante todo 1971, la
movilización en torno de la batalla de la producción. Sólo un increm ento
espectacular de ésta, puede perm itir evitar la escasez generalizada o el racio
nam iento de bienes.
Es esta una simple m anifestación parcial de un supuesto más general.
El poder político del Gobierno Popular está indisolublem ente unido a su
éxito económico a corto plazo. Las revoluciones socialistas que se han con
solidado, han podido sobrevivir profundas crisis económicas porque su poder
reposaba sobre fundam entos totalm ente distintos de los del G obierno de
Allende. El camino que se ha trazado el Gobierno chileno, exige como re
quisito sine qua non la eficacia económica.
De nuevo surge la interrogante. ¿Es posible la transform ación de las es
tructuras socioeconómicas sin menoscabo del crecim iento económico? No
hay respuesta definitiva aún. Como en el caso del orden público, el G obier
no de Allende tiene la obligación institucional —y la exigencia revoluciona
ria— de lograr el buen orden económico. Puede alcanzarlo en la m edida en
que controle los factores económicos internos estratégicos, y que los utilice
adecuadam ente. Necesita, tam bién, que los factores económicos externos a
Chile, cuyo control le escapa, no le sean excesivamente adversos. T odo ello,
según secuencias de tiem po que no supongan retrasos pero tampoco precipi
taciones temerarias.
De algo podemos convencernos. Avanzar por sendero tan angosto ha
brá supuesto la demostración de que las fuerzas anti-capitalistas chilenas son
objetivam ente más poderosas que las capitalistas. En el interior del país. Y
que en el contorno internacional de Chile, el capitalism o ya no puede de
rro tar fácilmente una revolución naciente.
147
sobre los que reposa el proceso chileno, la ausencia de enfrentam iento en
tre el Gobierno P opular y el régimen constitucional, puede hipotéticam ente
ser provocado por la oposición parlam entaria sin que el Ejecutivo disponga
de mecanismos legales adecuados para superarlo. Hipótesis que fue pública
m ente lanzada como program a de acción por un Senador de Derecha, de la
Democracia Radical, el 13 de enero de 1971.°.
El Gobierno P opular se ha esforzado por evitar que se presentara una
situación de enfrentam iento con los otros Poderes independientes del Esta
do. H a respetado las decisiones de los T ribunales de Justicia, aunque de
nunciando vigorosamente el espíritu de clase que anim a algunas de sus sen
tencias (p. ej., el rechazo por la Corte Suprema, a comienzos de 1971, de la
petición de desafuero al senador Morales Adriazola, acusado de conspirar
contra la seguridad del Estado para evitar que Salvador Allende asum iera
la P residencia). De hecho, sin embargo, durante 1971 ninguna m ateria de
im portancia vital para la acción del Gobierno llegó a la consideración de
los tribunales jurisdiccionales. No se ha dado aún, por consiguiente, la opor
tu n idad real que hiciera posible un enfrentam iento Ejecutivo-Poder Ju d i
cial. Es una situación sobre cuyas características y consecuencias habrá que
reflexionar cuando se produzca. Por el momento, ésta no ha sido causa de
conflicto para el Gobierno.
Sí han sido de trascendencia, por el contrario, las m aterias de que ha
tenido que ocuparse la C ontraloría G eneral de la República. Como orga
nismo institucional autónom o de fiscalización de la A dm inistración Pública,
la vasta acción transform adora e inovadora llevada a cabo por el Gobierno
Popular, en uso de su potestad adm inistrativa, no ha podido evitar el con
flicto con las prácticas y criterios de actuación tradicional de la C ontralo
ría. En particular, al proceder a poner bajo control directo del Estado y de
los trabajadores empresas de propiedad privada. Si las decisiones de la Con
traloría hubieran sido en sí mismas inapelables, el conflicto entre ella y el
G obierno hubiera sido insoluble. La confrontación habría term inado en cri
sis. Pero no es este el caso. El Gobierno ha ejercido en varias oportunida
des la facultad regular del Decreto de Insistencia, que le perm ite superar la
oposición de la C ontraloría. La cual, al rem itirse al Parlam ento, en otras
tantas oportunidades, ha dado ocasión a que el Poder Legislativo enjuicie
y sancione las decisiones del Gobierno.
Con lo que llegamos al centro de gravedad de la oposición institucio
nal al Gobierno Popular. El Parlam ento. En el m om ento de hacer el balan
ce de lo que ha sido el prim er año de Gobierno P opular en sus relaciones
con el Parlam ento, uno podría recurrir a lo m anifestado reiteradam ente por
el Presidente Allende: “N ingún Presidente de la R epública ha hecho menos
reproches al Parlam ento que yo”. ¿Por qué? En prim er lugar, porque el Go
bierno ha rehuido el enfrentam iento con el Poder Legislativo. Pero ello es
más bien efecto derivado que causa. Las razones fundam entales son dos,
complementarias:
148
Detrás de estas dos razones políticas, hay otras de naturaleza social que
las hacen posibles. En prim er lugar, que el Gobierno P opular cuenta con
un am plio respaldo popular, en alto grado consciente y organizado. Que
fue ratificado en las elecciones m unicipales del 4 de abril de 1971. En se
gundo lugar, que lo que algunos han denom inado “em pate electoral” a nivel
nacional, entre G obierno y oposición, es algo muy diferente de “em pate po
lítico”. El prim ero ha sido una realidad en 1971. El segundo, no. Desde el
m om ento en que un sector im portante del principal Partido de oposición,
de la D.C., com parte muchos de los fundam entos programáticos de la U ni
dad Popular, aunque no su instrum entación y sus metas últimas, el em pate
político resultaba imposible. Porque m ientras el bloque de la coalición de
Gobierno tiene un program a homogéneo, en el bloque de la oposición hay
un sector im portante que está más identificado con una política anti-capita-
lista y anti-im perialista que no pro-im perialista y anti-socialista.
Del hecho ele que no hay em pate político en Chile, sino desequilibrio
social en favor de transform aciones revolucionarias, se han derivado conse
cuencias de la mayor trascendencia:
149
El Parlam ento ha registrado esas contradicciones y actuaciones-límite.
En m últiples y agitados debates. Pero tam bién m ediante acusaciones consti
tucionales a varios Ministros. Sucesivamente, el Partido Nacional ha acusado
de violación de la Constitución, de las norm as legales a los M inistros de Jus
ticia, T ra b ajo y E conom ía10. Pero han resultado infructuosas y, finalm ente,
desestimadas precisam ente porque en el país no hay em pate político-social.
El PDC ha negado en el Parlam ento su decisivo apoyo para que progre
saran.
El Gobierno ha eludido el enfrentam iento con el Parlam ento. El PDC
lo ha esquivado con el Gobierno Popular. Es la principal característica po
lítica del prim er año del Presidente Allende. Pero ello no ha impedido,
naturalm ente, que el PDC haya rechazado de plano medidas legislativas del
Ejecutivo —por ejemplo, la creación de T ribunales Vecinales o de Barrio,
sustitución del régim en bicam eral por el unicam eral—,' lo que no ha term i
nado en impasse porque el Gobierno ha retirado la “urgencia” a estos pro
yectos, sustrayéndolos del debate parlam entario. Como tampoco ha im pedido
que la DC haya aceptado legislar sobre materias propuestas por el Ejecutivo,
para tratar de im poner sus propios criterios sobre los del Gobierno. Como
en el caso fundam ental del proyecto ele ley estableciendo las tres áreas de
la economía, que perm ite legalizar la nacionalización de las empresas estra
tégicas y los mecanismos de participación de los obreros en su gestión, hasta
hoy llevados a efecto por la vía “adm inistrativa” 11. El debate parlam enta
rio está en curso, pero la DC ha enm endado casi en su totalidad la propo
sición original del Gobierno.
En síntesis, los supuestos tácticos que han perm itido al Gobierno P opu
lar llevar a cabo su política durante 1971, sin crisis con el Parlam ento, son:
a) la disponibilidad de un am plio m argen de acción reservado a decisiones
propias de la potestad ordenadora y adm inistrativa del Ejecutivo; b) la de
liberada voluntad de evitar entrar en conflicto con los sectores medios y sus
instituciones representativas (en lo social, económico y político); c) la deci
sión del Gobierno de actuar dentro del marco institucional.
Por su parte, la Democracia Cristiana ha guiado su actuación durante
1971 de acuerdo con principios propios de una oposición que desea moverse
dentro del marco democrático del sistema chileno, buscando objetivos como
los siguientes:
a) deteriorar la imagen del Gobierno, presentándose como alternativa
que asegura m ejor la “evolución social en libertad”;
b) erosionar la base popular del Gobierno, estim ulando aquello que p u
diera hacer entrar en contradicción a los trabajadores con el Gobierno (au
m ento de salarios, satisfacción inm ediata de necesidades sociales, propiedad
privada de tierra^ expropiadas, “empresas de los trabajadores”, etc.);
c) m antener la actual correlación de fuerzas en el Parlam ento, que la
sitúa en el fiel de la balanza; y asegurar la continuidad en sus funciones de
las personas que actualm ente dirigen el Poder Judicial, rechazando su reno
vación m ediante la limitación tem poral en el ejercicio del cargo de los M i
nistros de la Corte Suprema, como propuso el Ejecutivo en el proyecto de
Reform a Constitucional del 10 de noviem bre de 1971.
En cuanto a la derecha —P artido Nacional y Democracia R adical—, su
aislam iento relativo les ha reducido a tener que ser la fuerza de apoyo de
la DC cuando de oponerse al G obierno se trata. Supeditándose, por consi-
150
guíente, a las posibilidades que la política parlam entaria dem ocristiana
les perm itía.
Pero el proceso revolucionario lia progresado considerablem ente a lo
largo de 1971. Y las posiciones de partida se h an m odificado correlativa
mente. El que en noviem bre de 1970 era un “am plio espacio" de poder re
glam entario a disposición del Ejecutivo, ha sido cubierto en su m ayor parte.
Cada vez son más imperiosas las -transform aciones en la estructura institu
cional del Estado para ajustarla a la nueva realidad socioeconómica y a su
dinámica. Por otro lado, las diferencias iniciales con el PDC han aum en
tado en conform idad con el desarrollo lógico de las contradicciones existen
tes entre la línea program ática de la U nidad P opular y la Democracia Cris
tiana. El hecho de que el 3 de diciem bre la Dirección Nacional del PDC
haya resuelto, por 10 votos contra 8, acusar constitucionalm ente al M inistro
clel Interior, es un buen testimonio de ello y prefigura el endurecim iento
de este partido contra el Gobierno. Así como la crisis interna que ella con
citará.
La próxim a consulta electoral debe tener lugar en marzo de 1973, para
elegir a la totalidad de los miembros de la Cám ara de D iputados y a la m i
tad de los del Senado. Queda por delante todo 1972, un año difícil pero
decisivo. En el que, eventualm ente, podría tener lugar u n enfrentam iento
electoral definitivo en la m edida en que algún proyecto de Reform a Cons
titucional presentado en noviem bre desemboque en el referéndum .
La revolución chilena exige im periosam ente transform aciones institu
cionales para proseguir por la vía que se ha trazado. La llave para ellas se
encuentra en el Parlam ento, cuya composición sociopolítica depende de la
voluntad electoral del pueblo. En las manos de éste está decidir el conte
nido y el camino futuro para la superación del régim en capitalista en Chile.
V oluntad que estará en función, particularm ente, de la fortuna con que se
hayan desarrollado los elementos considerados en las páginas anteriores.
151
El segundo camino hacia el socialismo:
aspectos institucionales
J o sé A n t o n io V i e r a -G a l l o Q uesney
Subsecretario de Justicia,
Profesor del CEREN.
1 P rim er M ensaje del Presidente Salvador A llende al Congreso N acional, 21 de mayo de 1971.
152
llam ar “la vía chilena” o, no sin cierta connotación peyorativa hacia expe
riencias socialistas distintas a la nuestra, “la vía dem ocrática hacia el socia
lismo”.
U na de las mayores dificultades teóricas radica en que la izquierda ha
vivido encerrada dentro de los moldes del prim er modelo de construcción
socialista, al pu n to que ha llegado, aunque sea inconscientem ente, a abso-
lutizarlo, olvidando la relatividad de todo fenómeno histórico. T a n rica ha
sido además la formulación teórica de ese prim er modelo, sobre todo gracias
al genio creador de Lenin, que difícilm ente se descubre la necesaria y p ro
funda ligazón que existe entre esa form ulación y la experiencia que le dio
origen. Flaco favor se hace sin embargo a Lenin y, en general, a los teóricos
de la revolución soviética, cuando se convierte su experiencia en un arque
tipo. Así se m ata su inm ensa riqueza. Es preciso descubrir en los escritos de
Lenin, siempre referidos a problem as específicos de la revolución rusa o
m undial de su época, las líneas gruesas del marxismo. El hecho de que Lenin
sea el gran teórico del prim er camino hacia el socialismo no resta valor a su
obra para quienes lo buscamos por una ruta diferente, ni por eso puede
d ejar de ser la experiencia chilena heredera de su pensam iento y de su obra
revolucionaria. Debemos entender el método que los hizo posibles.
El camino adecuado no es el de la cita fragm entaria, parcial e intere
sada. Debemos em paparnos de la experiencia del prim er modelo de cons
trucción socialista, analizando tanto sus realizaciones específicas cuanto su
teoría, para poder crear el nuevo derrotero que tenemos que seguir en las
condiciones actuales de Chile.
Desmitificar para valorizar, esa es la tarea
En este esfuerzo de elaboración teórica se corren muchos riesgos. “Pisa
mos un camino nuevo: marchamos sin guía por un terreno desconocido,
apenas teniendo como b rújula nuestra fidelidad al hum anism o de todas las
épocas —particularm ente al hum anism o m arxista— y teniendo como norte el
proyecto de la sociedad que deseamos, inspirada en los anhelos más honda
m ente enraizados en el pueblo chileno” 3. Estamos conscientes del proble
ma. Sólo a través del intercam bio ele ideas, de la capacidad para percibir las
exigencias de la realidad concreta y específica de Chile, del trabajo colec
tivo, podremos ir descubriendo el significado de aquello que, paradojalm en-
te, estamos haciendo. No es que hagamos la revolución a ciegas. Pero la luz
no se da previam ente: se hace en la acción. Por eso' la iniciativa del c e r e n
en orden a publicar una serie de ensayos sobre los problem as institucionales
que vive el país, reviste gran interés.
2 En su p en etran te análisis de la revolución rusa, Rosa L uxenburgo precisaba el e sp íritu con que
d ebía ser analizado “ el hecho más prodigioso de la guerra m u n d ia l” . El carácter polémico de
esta obra es de gran im portancia y au n q u e no se com partan todas sus afirm aciones, no cabe
d u d a de que su e sp íritu crítico nos abre u n a perspectiva. Refiriéndose a la revolución rusa a fir
m aba: “ No es, p o r cierto, la apología ciega, sino la crítica p ro fu n d a y N reflexiva la que nos
p e rm itirá ex traer todos sus tesoros de experiencia y enseñanza. Sería insensato im aginar que
la prim era tentativa de im portancia m un d ia l de instaurar una dictadura de la clase obrera
sería plenam ente fructuosa, sobre todo en las circunstancias más difíciles que es dable im aginar:
en m edio de la conflagración m u n d ial y del caos de un genocidio im perialista, en el corazón de
acero de la más reaccionaria de las potencias m ilitares europeas, en el abandono com pleto del
p ro letariad o in tern acio n al, lo que R usia hace o deja de hacer en la experiencia de u n a dictadura
obrera, en condiciones tan extrem adam ente anorm ales, no podría alcanzar la cima de la perfec
ción. Al contrario, los conceptos elem entales de la política socialista y el necesario análisis de
las condiciones históricas, obligan a reconocer que en circunstancias tan dram áticas, ni el más
gigantesco idealismo, ni u n a energía revolucionaria in q uiebrantable h a b ría n sido capaces de
realizar la democracia y el socialismo, sino solam ente rudim entos caricaturescos e im potentes de
la u n a y del o tro ” .
Y más adelante afirm a q u e Lenin y T rotsky, cabezas visibles de la revolución rusa, se asom
b ra ría n de ver “ a la In tern acio n al considerar lo q u e 'e llo s han realizado bajo la am arga presión,
en el tu m u lto y la efervescencia de los acontecim ientos, como u n m odelo sublim e de p o lítica so
cialista digno de la adm iración beata y de la im itación fervorosa” .
R osa L uxenburgo, “ La révolution russe” , O Euvre I I (écrits politiques 1917-18) F. M . P etite
collection M aspero 1969, pp. 57-8.
3 P rim er M ensaje del Presidente Salvador A llende al Congreso N acional.
153
En esta ocasión quisiéramos reflexionar sobre las directrices fundam en
tales que caracterizan, en su dim ensión institucional, política y jurídica, el
segundo modelo de transición al socialismo.
T om ando pie en la experiencia vivida du ran te el últim o año y medio
de Gobierno Popular, procurarem os dilucidar las condiciones objetivas y
subjetivas que hacen posible la nueva form a de construcción socialista, como
asimismo sus peculiaridades propias.
Para realizar esta tarea, como en general para conceptualizar adecuada
m ente cualquier fenómeno político, es necesario tener presente que la razón
especulativa se mueve sim ultáneam ente en tres niveles diferentes, los cuales
en el proceso real, que la razón pretende ilum inar, se dan en indisoluble
unidad. Sólo a p artir de esta claridad, la razón abstracta puede llegar a ser
dialéctica. Estos niveles son:
a) el nivel básico, en el cual el hom bre se constituye y se emancipa,
m ediante la hum anización del m undo y, consecuencialmente, de sí mismo.
Es el nivel que nos indica el rum bo del proceso histórico, en el cual a
tientas, y aun entre sombras, descubrimos quiénes somos, de dónde venimos
y a dónde vamos: las directrices básicas de la acción, que nos perm iten lo
g rar aquello que en la actualidad se nos da como llam ado o vocación a la
existencia. Es el nivel de la lucha por la vida y de la dialéctica del amo
y del esclavo;
b) el nivel estructural, plano en el cual se traban las relaciones sociales
como polo objetivo de nuestra existencia. En la producción de sí mismo
y del m undo, el hom bre se expresa —aunque sea parcial y desfiguradam ente—
en un conjunto estructural. En este nivel se verifica la lucha de clases, en
cuanto factor dinám ico y explicativo del proceso histórico. Es el campo de
la larga duración subyacente a la apariencia;
c) el nivel fáctico del acontecer, de la coyuntura política. Es el lugar
de la m ultiplicidad en que se desarrolla nuestra existencia.
Estos tres niveles constituyen la tram a de la realidad —el ser del fenó
m eno es el fenómeno de ser, decía Sartre—, cuya lógica interna debe ser
conocida a través de la m ediación de categorías abstractas. Pero si nos que
dáramos en la abstracción, moriríamos. La dialéctica exige un esfuerzo suple
m entario para reubicar las ideas en su lugar propio: el corazón de las cosas.
El esfuerzo revolucionario supone trascender el instante y la inmediatez
del acontecim iento para descubrir su significado en la com plejidad global
del proceso de totalización del cual el hecho vivido form a parte. No es un
capricho, sino una exigencia. La realidad se trasciende perm anentem ente a
sí misma: “el hom bre supera infinitam ente al hom bre”. Para seguir la diná
mica, la fuerza y las deficiencias de los procesos políticos, tenemos que re
construir teóricam ente —hasta donde sea posible— su dialéctica.
La reflexión política, quizá como ninguna, se mueve en los tres planos
a que hemos hecho referencia. La llam ada “ciencia política” no se lim ita
jam ás al plano estructural, sino que perm anentem ente lo trasciende hacia
connotaciones valorativas, y tam bién es deudora de los hechos específicos
que condicionan sus formulaciones 4. En esta ocasión el objeto analizado está
perfectam ente bien delim itado: el aspecto institucional del segundo modelo
de tránsito al socialismo, m otivado por la realidad chilena. Sin embargo, no
se trata de un estudio empírico concreto, que correría el riesgo de carecer
de todo valor general. Tam poco pretendem os ubicar la discusión en la va
guedad de los “tipos ideales”. Intentam os reflexionar, a p artir del caso chi
4 Sobre este p u n to ver el trab ajo c o n junto con H ugo Villela, “ Consideraciones prelim inares p ara
un estudio del Estado en C hile” , Cuadernos de la Realidad Nacional, N? 5.
154
leño, sobre una nueva forma ele construir el socialismo, de la cual Chile
ha llegado a ser un ejem plo prim ero y prototípico.
T o d o lo que aquí se diga es a vía de auscultación, de penetración en
el misterio de la historia que construimos y que nos constituye. Sólo en tal
entendido nos atrevemos a proponer estas reflexiones.
T R A N S IC IO N D EM O C R A TIC A AL SOCIALISMO
5 C. M arx, “ La G uerra Civil en F ran cia” . Obras Escogidas, Ed. Progreso, Moscú, 1966. T om o II, p . 512.
155
tad ura del proletariado, las desviaciones de la socialdemocracia alem ana y
la posibilidad de lo que este últim o denom inaba la “vía pacífica” para con
quistar el poder. Lo que nos interesa es saber si el camino chileno hacia el
socialismo, el llam ado segundo modelo, se ubica en la auténtica tradición
revolucionaria y, en tal caso, cuáles serían las características institucionales
—políticas y jurídicas— de un tal proceso revolucionario. La vieja polémica
sólo nos puede servir como punto de referencia para clarificar posiciones.
T o d a revolución socialista constituye un proceso de democratización de
la sociedad: rom pe y deshace los mecanismos autoritarios que fundam entan
el orden capitalista, principalm ente la propiedad privada de los medios de
producción. De allí, pues, que no sea conveniente ni justo calificar a una
determ inada m anera de construir el socialismo como “dem ocrática”, pues con
ello pareciera darse a entender que las otras no lo fueran. No es esa nuestra
convicción, ni menos nuestra intención.
El problem a que realm ente está en juego es la distinción de por lo
menos dos m odalidades diferentes de construir el socialismo, desde el punto
de vista institucional, consiste en determ inar las m odalidades diferentes de
ejercer el poder en uno y otro caso, en delim itar la posición frente al Estado
burgués y el ordenam iento jurídico correspondiente y la forma en que se
produce la transform ación del Estado y la construcción del socialismo, toda
vez que se da por supuesta y establecida la existencia de dos alternativas
para conquistar el poder: la insurrección y la vía electoral.
El segundo modelo se caracteriza, en prim er lugar, por la conquista del
poder por la vía electoral; en segundo, por la construcción socialista, m an
teniendo o acrecentando las libertades públicas y los derechos del sistema
democrático burgués; y, en tercer lugar, por una form a peculiar de trans
form ar el Estado: cobrándole la palabra al liberalismo, de tal m anera que
aparezcan a la luz las contradicciones existentes entre los postulados dem o
cráticos y la realidad autoritaria y represiva del capitalismo (igual cosa puede
afirmarse del derecho burgués). T odas estas características se dan sim ultá
neam ente como elementos de un solo proceso político.
El Program a Básico de la U nidad P opular tiene un acápite relativo a
“la profundización de la democracia y las conquistas de los trabajadores”,
en el que se afirma: “Se extenderán todos los derechos y garantías dem ocrá
ticas entregando a las organizaciones sociales los medios reales para ejercer
los y creando los mecanismos que les perm itan actuar en los diferentes n i
veles del aparato del Estado. El Gobierno Popular asentará esencialmente
su fuerza y su autoridad en el apoyo que le brinde el pueblo organizado.
Esta es nuestra concepción de Gobierno fuerte, opuesta por tanto a la que
acuñan la oligarquía y el im perialism o que identifican la autoridad con la
coerción ejercida contra el pueblo” °.
Se trata de una doble tarea: a) hacer más profundos los derechos dem o
cráticos conquistados por el pueblo; y b) transform ar las actuales institucio
nes para instaurar un nuevo Estado, en el cjue los trabajadores y el pueblo
tengan el real y efectivo ejercicio del poder.
Por lo que respecta al derecho, el Presidente A llende afirmaba:
“No es el principio de legalidad lo que denuncian los movimientos po
pulares. Protestamos contra una ordenación legal cuyos postulados reflejan
un régim en social opresor. N uestra norm ativa jurídica, las técnicas ordena
doras de las relaciones sociales entre chilenos, responden hoy a las exigencias
del sistema capitalista. En el régim en de transición al socialismo, las normas
156
jurídicas responderán a las necesidades de un pueblo esforzado en edificar
una nueva sociedad. Pero legalidad h abrá” 7.
Refiriéndose más adelante al aparato institucional reiteraba conceptos
similares:
“La flexibilidad de nuestro sistema institucional nos perm ite esperar que
no será una rígida barrera de contención. Y que al igual que nuestro siste
ma legal, se adaptará a las nuevas exigencias para generar, a través de los
cauces constitucionales, la institucionalidad nueva que exige la superación
del capitalism o”.
“El nuevo orden institucional responderá al postulado que legitim a y
orienta nuestra acción: transferir a los trabajadores y al pueblo en su con
junto, el poder político y el poder económico. Para hacerlo posible es prio
ritaria la propiedad social de los medios de producción fundam entales” 8.
Y después de un año, el 21 de mayo de 1972, Allende reafirm aba esta
posición diciendo:
“No vemos el camino de la revolución chilena en la quiebra violenta
del aparato estatal. Lo que nuestro pueblo ha construido a lo largo de varias
generaciones ele lucha, le perm ite aprovechar las condiciones creadas por
nuestra historia para reem plazar el fundam ento capitalista del régim en ins
titucional vigente por otro que se adecúe a la nueva realidad social.
Los partidos y movimientos políticos populares han afirm ado siempre,
y así está contenido en el Program a ele Gobierno, cjue acabar con el sistema
capitalista es transform ar el contenido de clase del Estado y de la propia
C arta Fundam ental. “Pero tam bién hemos afirm ado solemnemente nuestra
voluntad de llevarlo a efecto conforme a los mecanismos que la Constitución
Política tiene expresam ente establecidos para ser m odificada”.
“La gran cuestión que tiene planteada el proceso revolucionario, y que
decidirá la suerte de Chile, es si la institucionalidad actual puede abrir paso
a la de transición al socialismo. La respuesta depende del grado en que
aquélla se m antenga abierta al cambio y ele las fuerzas sociales que le cíen
su contenido. Sólo si el aparato elel Estado es franqueable por las fuerzas
sociales populares, la institucionalidad tendrá suficiente flexibilidad para
tolerar e im pulsar las transform aciones estructurales sin desintegrarse” 9.
En ambas ocasiones el Presidente Allende señala los peligros de tal em
presa, que se encuentra amenazada por los embates ele la reacción y la teme
raria e im paciente “acción voluntarista de una m inoría osada”.
Como puede verse, la U nidad Popular plantea la necesidad de trans
form ar sustancialm ente el Estado, cambiando su contenido de clase y crean
do una nueva institucionalidad acorde con los fines revolucionarios. Esta
voluntad política se ve reafirm ada en el proyecto de nueva Constitución
propuesto por el Presidente A llende a los partidos de la UP, a la C U T y
al pueblo en su conjunto, el últim o 4 de septiembre, proyecto m ediante el
cual se pretende generar una am plia discusión de base sobre los cambios
institucionales que deben ser im pulsados en el período de transición al so
cialismo. Este pu nto es esencial, pues como bien recuerda Lenin, los oportu
nistas siempre h an rehuido el tema del Estado 10 y han sostenido la tesis
7 Prim er M ensaje del Presidente Salvador A llende ante el Congreso P leno, p. X I.
8 Prim er M ensaje del Presidente Salvador A llende ante el Congreso Pleno, p. X I.
9 Mensaje del Presidente A llen d e ante el Congreso Pleno, el 21 de mayo d e 1972, p. IX.
10 “ La cuestión de las relaciones en tre el Estado y la revolución social, entre ésta y el Estado,
como en general la cuestión de la revolución, ha preocupado 'm u y poco a los más conocidos
teóricos y publicistas de la I I Internacional (1889-1914). Pero lo más característico, en este
proceso de desarrollo g rad u al del oportunism o, q u e llevó a la b ancarrota de la II Internacional
en 1914, es q u e incluso cuando abordaban de lleno esta cuestión -se esforzaban en eludirla o no
lo advertían.
En térm inos generales, p uede decirse de esta actitud evasiva ante la cuestión de las re la
ciones en tre la revolución p ro letaria y el Estado, actitud evasiva favorable p a ra el oportunism o y
de la que se n u tría éste, surgió la tergiversación del m arxism o y su com pleto envilecim iento” ,
V. I. L enin, El Estado y la R evolución, Ed. en Lenguas E xtranjeras, P ekín, p p . 126-7.
157
equivocada de que basta con que el m ovimiento revolucionario tome pose
sión del Estado burgués y lo adm inistre en su propio beneficio. Pues bien,
la U nidad P opular plantea como m eta básica de su program a traspasar el
poder a los trabajadores, establecer una democracia real y efectiva, alteran
do sustancialmente la naturaleza del Estado democrático burgués. En este
aspecto la segunda vía hacia el socialismo no se distingue radicalm ente de
la prim era, salvo en las peculiaridades propias del período de transición y
la forma en que se ejercerá la dom inación popular en la construcción so
cialista.
G ráficam ente podríam os representar la tarea del segundo camino al
socialismo de la siguiente m anera:
R e la ció n clase
d o m in a n te -E s ía d o
Su p e re stru ctu ra
d e m o c rá tic a -fo rm a l
m
C la se
d o m in a n te
Infraestructura
autoritaria Clase
dominada
158
C.—En el últim o cuadro se representa la acción de un Gobierno Popular
tendiente a dem ocratizar la sociedad alterando sus estructuras básicas,
para lo cual utiliza el sistema jurídico, al tiem po que se esfuerza por
conquistar definitivam ente el poder y transform ar su expresión institu
cional: el Estado.
11 I. Illich lia puesto de m anifiesto la im portancia de los instrum entos ( “ tools” en inglés) en la
existencia de u n a sociedad represiva, como consecuencia de las contradicciones que genera el uso
e increm ento indiscrim inado de la tecnología m oderna más allá de ciertos lím ites. P o r ejem plo,
m ientras más au m en tan los gastos en salud en EE. U U. más dism inuye, desde hace unos años,
la vida prom edio de los norteam ericanos: m ientras más aum enta la velocidad de los medios de
transporte, más tiem po se dem oran las personas en ir de u n lugar a otro. T odo ello lleva a
Illich a p ro p o n e r la necesidad de “ re-to o lin g ” la sociedad industria]. Ver su trab ajo “ T h e Re-
T o o lin g society” . Cuadernos de CIDOC. Cuernavaca, México.
159
jo son las palabras de un político responsable. Su sentido debe ser descu
bierto y precisado. No cabe una lectura superficial e interesada.
12 L enin en su polém ica con Kautsky atvtwvaJav. ” \. a Ove\ proletariado no es una “ form a
^m v cm U ació n ” , sino u n Estado de otro tipo. . . “ La d ic ta d u ra Y\0 \\WA ‘form a (\e gobierno’ ,
CSQ CS \\\\ a ta m d o Ti AlClllo. M arx no habla de ‘form a de gobierno’, sino de form a o tip o de
Estado, lo que es absolutam ente d istinto, lo que se dice absolutam ente d istin to ” .
V. I. Lenin. La revolución proletaria y el renegado K autsky.
160
error burgués. Proviene desde antiguo. Platón y Aristóteles, al hacer el es
tudio de la política, centraron su atención en las formas de gobierno, des
cribiendo su naturaleza y evolución y señalando las perversiones o formas
aberrantes que podrían adoptar: la tiranía o dictadura es una degeneración
de la m onarquía, la oligarquía de la aristocracia y la anarquía de la demo
cracia. Desde entonces el concepto de dictadura aparece como una forma
espúrea de gobierno. Es preciso reconocer, sin embargo, que el análisis de
estos autores y posteriorm ente de los liberales que siguieron una línea simi
lar, no es puram ente formal: a cada tipo de gobierno correspondía lo que
im precisamente llam aban su “espíritu” particular, y este “espíritu” guardaba
estrecha relación con las costumbres y hábitos sociales de la población. El
“espíritu” daba vida al régim en 13.
En la república rom ana la dictadura poseía un origen jurídico, y por
ello adquirió cierta pátina de legitim idad. La entrega del poder del Estado
al dictador era decidida librem ente por las instituciones republicanas como
u na m anera de enfrentar algún peligro inm inente. La dictadura era: a) un
régim en de excepción caracterizado por el poder personal. El dictador se
identificaba con el Estado y por su voluntad se expresaba —supuestam ente—
el pueblo ciudadano; b) la dictadura se justificaba como m edida transitoria
frente a una amenaza grave a la república, y duraba m ientras ésta subsis
tiera; c) el poder del dictador era omnímodo, pero encuadrado adentro de
ciertos lineam ientos jurídicos fundam entales. Posteriorm ente, en cambio, la
dictadura perdió todo fundam ento legal. Los dictadores invocaban —e invo
can— la voluntad popular para vulnerar el régim en jurídico, calificando a
su arbitrio las circunstancias excepcionales que justificarían su pretensión
de asumir el poder. La dictadura, en cuanto forma autocrítica de gobierno,
se im pone por la violencia y perdura m ientras subsista la fuerza.
T a l como decíamos anteriorm ente, M arx y Engels no se referían a un
tipo específico de régimen político cuando hablaban de la dictadura del
proletariado, sino al aspecto político de una determ inada relación estructu
ral caracterizada por la hegemonía del proletariado. Incluso más: por su pro
pia naturaleza, la dictadura del proletariado excluye la autocracia política.
Consecuente con lo anterior, la dictadura del proletariado puede asu
m ir diversas y m últiples formas de gobierno 14, según sean las condiciones
de cada revolución socialista. En los tiempos de la revolución bolchevique,
se había conocido solamente una experiencia concreta de dictadura obrera:
la C om una de París. Engels term inaba su famosa Introducción a La Guerra
Civil en Francia con el siguiente párrafo: “U ltim am ente, las palabras ‘dicta
d ura del proletariado’ han vuelto a sum ir en santo horror al filisteo social-
demócrata. Pues bien, caballeros, ¿queréis saber qué faz presenta esta dic
tadura? M irad a la Com una de París: ¡he ahí la dictadura del proletariado!”.
Es decir, ¿queréis un ejemplo de dictadura del proletariado?, pues ahí lo
tenéis; ¿queréis saber cómo puede ser su faz, cuáles son sus mecanismos
políticos?, ved la Com una de París. Difícil sería im aginar una forma más
13 En u n interesante estudio sobre M ontesquieu, L. A lthusser sostiene que existe una dialéctica en
germ en en tre el régim en de gobierno y e l e sp íritu q u e lo anim a, dialéctica que, pasando por
Hegel, llegó a M arx en la contraposición en tre sociedad civil y Estado, entre infra y sobreestructura.
14 “ Las form as de los Estados burgueses son ex traordinariam ente diversas, pero su esencia es la
misma: todos esos Estados son, bajo u n a form a o bajo o tra, pero, en últim a instaincia, necesaria
m ente, u n a dictadura de la burguesía. La transición del capitalism o al com unism o no puede,
n atu ralm en te, p o r menos de pro p o rcio n ar u n a enorm e abundancia y diversidad d e formas p o lí
ticas, pero la esencia de todas ellas será, necesariam ente u n a: la dictadura del proletariado” .
V. I. L enin. El Estado y la revolución.
“ T a n to más diferentes son, pese a su hom ogeneidad en lo fundam ental, las formas políticas en
los países im perialistas avanzados: los EE. U U ., In g laterra, Francia y Alemania. La mism a diversi
dad aparecerá en el cam inor q ue h a de recorrer la h u m an idad desde el im perialism o de hoy hasta
la revolución socialista d e m añ an a” .
V. I. L enin. Sobre la caricatura. del m arxism o y el econom ism o im perialista.
11.-CEREN 161
democrática de gobierno que la de la Comuna. T odo el énfasis fue puesto
en la elim inación de los mecanismos burocráticos del Estado burgués y su
reemplazo por nuevas formas institucionales de poder popular.
Este prim er intento revolucionario marcó profundam ente el pensamien
to de M arx y la práctica revolucionaria. Mostró las equivocaciones de diver
sas tendencias socialistas desviadas, como, por ejem plo, el anarquism o y las
teorías de P roudhon y Blanqui. Con posterioridad a la Comuna, las revolu
ciones socialistas triunfantes han buscado instaurar la dictadura del prole
tariado siguiendo diversos caminos y m odalidades: el más rico en experiencia
ha sido el sistema de los soviets.
Sin em bargo es preciso confesar que estas experiencias —quizás por las
circunstancias históricas en que tuvieron lugar— han adoptado formas insti
tucionales no siempre exentas de autoritarism o. T a l vez esto se deba, entre
otras razones, a la subsistencia inerte de algunas manifestaciones de las rela
ciones sociales capitalistas, que perm anecen pese a la apropiación colectiva
de los medios de producción esenciales, subsistencia que es reforzada por el
no cuestionam iento de la orientación del proceso técnico-económico y por
el m antenim iento de las formas “instrum entales” —tanto m ateriales como
organizativas— inherentes a ese proceso: en vez ele dar un salto cualitativo
hacia un nuevo tipo de civilización, se pretende superar al capitalismo den
tro de su propia lógica.
Cada revolución socialista tiene el derecho y la obligación de crear la
forma de gobierno a través de la cual se ejercerá del m odo más claro y defi
nitivo posible la hegemonía política del proletariado. No hay dogmas. No
hay modelos preestablecidos. No hay recetas. Sólo la libertad creadora de
las masas que, conforme a las particularidades de su experiencia de lucha,
determ inará el sistema político más adecuado a cada situación y etapa his
tóricas.
162
que su factibilidad exige la superación cualitativa de esta historia y de esta
tem poralidad, que ella trasciende, por decirlo así, la actual forma de ser
-en- el- m undo del hom bre, y que esa trascendencia adviene del propio pro
ceso histórico, que lleva en sí la virtualidad de la “form a perfecta del m un
do” (E. Bloch). Esa virtualidad no puede llegar a ser más que gracias al
principio de transform ación de la cantidad en cualidad, de donde resulta
falso suponer que la perfección política será el resultado del m antenim iento
y funcionam iento más eficaz de una dada realidad estructural; la eficiencia
estructural conducirá necesariamente hacia formas diferentes y más perfec
tas de organización o, incluso, al desaparecim iento de la estructura como
exigencia de una historia alienada. Por otra parte, la trascendencia no está
fuera de la inm anencia, pues si así fuese ni siquiera podríam os pensarla.
La experiencia crítica m ediante la cual asumimos existencialm ente el pro
ceso de totalización histórica, nos revela una realidad verdadera que late y
palp ita dentro del m undo. N egando la negación del ser, negándola determ i
nadam ente, se constituye el ser y el tiempo. La dialéctica tiene una dim en
sión trascendental porque la historia tam bién la tiene 15.
El largo período que m edie entre la sociedad capitalista y la total tras-
cendentalidad del ser y el autogobierno libre de los hombres, en cuyas p ri
meras etapa» existirá la dictadura del proletariado, supone, con respecto a
la situación “dem ocrática burguesa”, un gran avance. En efecto, la dictadura
del proletariado es la democracia popular. Refiriéndose a la oposición que
Kautsky establece entre dictadura y democracia y que Rosa Luxenburgo
achaca, aunque equivocadamente, tam bién a los bolcheviques, ella afirm a
que el proletariado debe “ejercer la dictadura, pero una dictadura de clase,
no de un partido o de una corte; u n a dictadura de clase, es decir, una dicta
dura que se ejerce con la mayor apertum posible, con la participación activa
sin obstáculos, de las masas populares en una democracia sin límites”. “En
cuanto marxistas, no hemos sido jam ás idólatras de la democracia form al”,
escribe Trotski. “Es verdad, nunca hemos sido idólatras de la democracia
formal. Pero tampoco hemos sido idólatras del socialismo o del m arxism o. . .
No hemos idolatrado la democracia formal, esta frase sólo tiene un sentido:
distinguim os siem pre el nudo social de la form a política de la democracia
burguesa, hemos separado siempre el áspero corazón de desigualdad y servi
dum bre sociales que se esconde tras la cáscara azucarada de la igualdad y
la libertad formales", no para rechazar estas últim as, sino para incitar a la
clase obrera a no contentarse con la cubertura, a conquistar el poder polí
tico para llenarla de un nuevo contenido social: la tarea histórica del prole
tariado una vez que toma el poder en sus manos, es reemplazar la democra
cia burguesa por la democracia socialista y no suprim ir toda democracip.
La democracia socialista no comienza solamente en la ‘tierra prom etida’,
una vez que ha sido creada la infraestructura de la economía socialista, no
es un regalo de Navidad listo para el pueblo bueno que, entre tanto, ha
sostenido fielm ente a un puñado de dictadores socialistas. La democracia
socialista comienza con la destrucción de la hegem onía de clase y la cons
trucción del socialismo. Comienza con la toma del poder por parte del p ar
tido socialista. Ella no es otra cosa que la dictadura del proletariado” ls.
No está de más recordar que son numerosos los pasajes en que L enin
afirm a categóricamente el carácter insuperablem ente más democrático del
Estado durante la construcción del socialismo en relación con el más cierno-
15 Para u n a m ayor profundización de este p u n to , puede verse el libro Ideologías del desarrollo y
dialéctica de la historia de F. H inkelam m ert. E. Paidos.
16 Rosa Luxenburgo, op. cit., p p . 87-8.
163
crático de los regímenes burgueses. Y es im portante destacar que al refe
rirse a las formas del poder soviético, L enin lo hace argum entando desde el
p u n to de vista de la m ejor democracia posible en esa etapa. En efecto,
afirm aba:
“El carácter socialista de la democracia soviética —es decir, proletaria,
en su aplicación concreta presente— consiste, prim ero, en que los electores
son las masas trabajadoras y explotadas, quedando excluida la burguesía;
segundo, en que desaparecen todas las formalidades y restricciones burocrá
ticas en las elecciones: las propias masas determ inan las normas y el plazo
de las elecciones, gozando de plena libertad para revocar a los elegidos;
tercero, en que se crea la m ejor organización de masas de la vanguardia
trabajadora, del proletariado de la gran industria, la cual le perm ite dirigir
a las más vastas masas de explotados, incorporarlas a u n a vida política inde
pendiente y educarlas políticam ente sobre la base de su propia experiencia;
en que, de este modo, se aborda por vez prim era la tarea de que la pobla
ción en su totalidjad aprenda a gobernar y comience a gobernar”.
“Tales son los principales rasgos distintivos de la democracia aplicada
en Rusia, que constituye el tipo superior de democracia, que significa la
ru p tu ra con la deform ación burguesa de la misma y el paso a la democracia
socialista y a condiciones que perm itan el comienzo de la extinción del Es
tado”.
Como puede verse, la dictadura del proletariado no se lim ita a un sim
ple cambio en el grupo o clase gobernante. El cambio de las relaciones de
clase se traduce en una superación definitiva de la democracia formal, de la
contradicción entre el corazón autoritario de la sociedad capitalista y la for
ma dem ocrática que a veces asumen las instituciones políticas liberales, cons
truyendo —desde los inicios— una sociedad cuyo sujeto sea el pueblo sobe
rano, que se expresa políticam ente m ediante el ejercicio del poder a través
de un régim en de gobierno lo más democrático posible, posibilidad que está
determ inada por las condiciones objetivas del país. Es así como la construc
ción socialista ap u n ta tendencialm ente hacia el autogobierno y la supera
ción del Estado.
164
Existe una relación estrecha entre la concepción que se tenga del pro
ceso revolucionario en la etapa de la conquista del poder y la form a que
asum irá el poder revolucionario. En efecto, si se piensa, como B lanqui y sus
seguidores, que la revolución es obra de una m inoría en nom bre de los inte
reses generales del pueblo, no cabe duda de que será exclusivamente esa m i
noría la que accederá al poder y lo ejercerá con prescindencia de las grandes
masas; en cambio, si se sostiene que el proceso revolucionario es obra de una
clase social organizada y consciente, el nuevo poder revolucionario será de
m ocrático en cuanto tendrá una am plia base de sustentación y participarán
directam ente en su ejercicio las organizaciones del pueblo. La prim era con
cepción desemboca en el “despotismo ilustrado”, en que un grupo se auto-
erige en portavoz de los intereses del pueblo; la segunda, en una democracia
de nuevo corte, donde tienda a ser cada vez mayor la participación populai
en el poder.
Es preciso reconocer que durante la prim era fase de la construcción so
cialista el Estado subsiste y adquiere un papel relevante. En este período se
m antiene todavía la subordinación del trabajador a su función y, por tanto,
aún no existe una total identidad entre racionalidad y libertad. Marcuse
sostiene que en u n comienzo “el modo racional de desarrollar la sociedad
está en conflicto con el desarrollo del individuo por sí mismo. El interés de
la totalidad exige todavía el sacrificio de la libertad, y la justicia para todos
todavía im plica injusticia” 17. T odo lo cual se traduce en la subsistencia de
una especialización funcional del poder encargado de coordinar la división
del trabajo y de com patibilizaren la práctica la racionalidad con la libertad,
hasta que se creen las condiciones que perm itan superar la etapa inicial de
la construcción socialista.
La contradicción básica de la sociedad de clases radica en la distinción
estructural entre quienes trabajan y producen y quienes, en cambio, coor
dinan el trabajo ajeno y se apropian de su producción. El origerí^de las
clases hay que buscarlo en esta separación, que no podría ser tal si no se
relacionaran los polos de la contradicción a través de cambiantes y variadas
formas institucionales (las relaciones de parentesco en las tribus prim itivas,
el sistema esclavista, la propiedad feudal, el Estado en el modo de produc
ción asiático y la propiedad privada en el capitalismo). La revolución pro
letaria expresa históricam ente el esfuerzo colectivo por superar la estructura
de clases de la sociedad. Este esfuerzo tiende al mismo tiem po a liberar al
individuo de su subordinación a una racionalidad social que le es ajena.
Individuo y sociedad logran su unidad. Este planteam iento está presente
desde que se agita la prim era bandera revolucionaria, se proclam a la prim era
consigna proletaria o se reúne por vez prim era el pueblo con objetivos de
liberación. No obstante, en el áspero camino que se inicia con la revolución
—sim ilar a la travesía del desierto por parte del pueblo judío una vez aban
donada la dom inación faraónica— subsistirán elementos de la antigua situa
ción y constantem ente asecharán posibles desviaciones, que es fuerza com
b atir y prever. El becerro de oro reviste nuevas y atrayentes formas.
T a l cosa puede ocurrir con la división social clel trabajo y el Estado que
pasa a ser el instrum ento institucional fundam ental en su coordinación. De
donde aparece claram ente la im portancia de que los productores directos
—los trabajadores— sobrepasen los estrechos límites de la división social del
trabajo hasta llegar a ser el Estado.
La subsistencia del Estado y la im portancia que adquiere durante este
período, exige poner el acento en la transform ación no sólo de su n atu ra
165
leza o contenido de clase —lo que viene asegurado por el propio proceso
revolucionario—, sino tam bién de su instrum entalidad institucional a través
de la cual cum ple sus nuevas funciones.
U no de los peores males, heredados del Estado liberal, es la burocracia,
cuadro adm inistrativo autónom o e independiente del pueblo, m ediante el
cual la clase dom inante ejercia el poder. La burocracia tiene su origen en
la tajante separación que existe en el capitalism o —y particularm ente en el
de Estado— entre la función pública, sea legislativa, adm inistrativa o ju d i
cial, y el pueblo form alm ente reconocido como soberano. El poder se con
vierte en servicio público y la ciudadanía en beneficiaría o consum idora de
ese servicio.
La burocracia, en el sistema capitalista no está controlada. Es irrespon
sable y servil: es el instrum ento de la clase dom inante. En El 18 de Brumario
de Luis Bonaparte, M arx describe el burocratism o del Estado burgués, so
bre todo cuando el poder radica fundam entalm ente en los órganos ejecutivos.
El extrem o burocratism o va acompañado siempre del militarism o. U na vez
acontecida la toma del poder, el m ovimiento revolucionario se encuentra
con un Estado alejado de las masas, acostum brado a operar exclusivamente
a través de funcionarios. Debe, entonces, comenzar la difícil tarea de des
m ontar la burocracia perm itiendo el más amplio acceso de las masas a los
centros de decisión del Estado, lo cual supone transform ar sustancialm ente
las instituciones tradicionales del régim en político burgués. No sólo el par
lam ento. T am bién la adm inistración pública y la justicia. Y por cierto el
sistema educacional.
La burocracia capitalista implica:
a) La existencia de una ideología tecnocrática que identifica el pro
greso con la prolongación cuantitativa de la situación existente: el m ito del
crecimiento sin limites dentro de los marcos institucionales de la sociedad;
b )'U n a relación entre individuo y Estado sem ejante a la que existe en
tre el consum idor y el productor. El Estado produce viviendas, educación,
tecnología, derecho, adm inistración de justicia y cárceles, produce salud y
transporte, y el individuo consume todos esos servicios y bienes;
c) La democratización de la sociedad es buscada m ediante la m era ex
tensión de esos servicios, para lo cual hay que aum entar su eficiencia y, por
ende, sacrificar cada vez más a los productores directos:
el) En fin, se arrebata al hom bre toda posibilidad de decidir su vicia y
la de la sociedad, las que se encuentran “program adas” técnicam ente en for
m a independiente a su voluntad: el hom bre es tam bién un producto tecno
lógico.
El infinito negativo: burocracia, tecnocracia, sociedad de mercancías,
crecim iento falso de las fuerzas productivas.
La única form a efectiva de com batir el burocratism o es incorporando
las masas directam ente al ejercicio del poder en todos los niveles. Esta ta
rea recibe en la actualidad el nom bre de participación. El térm ino no deja
de ser equívoco, pues puede dar la im presión —y en tal sentido lo utiliza
la derecha— de que el pueb'o clebe “p articipar” en un poder que sigue per
teneciendo fundam entalm ente a otros, es decir, que clebe aparentem ente
participar con el objeto de m origerar las contradicciones de clase surgidas
de una estructura de explotación. La izquierda habla de participación, en
cambio, no porque sostenga la existencia y m antención de un poder estruc
turado a espaldas del pueblo, sino porque, pese a que éste asume la hege
m onía política, el problem a de establecer la forma de su ejercicio supone
la subsistencia du ran te un largo período del Estado y sus cuadros burocrá
ticos. La democracia directa y total es im posible en un prim er momento.
166
D : allí, pues, que la participación sea la forma concreta de ir logrando y
-'.-ju ra n d o la hegemonía proletaria. Esta participación, como puede verse,
::ene un sentido radicalm ente diferente al prim ero. No es un paliativo pa
ra evitar la tom a del poder por el pueblo, sino, por el contrario, la forma
específica en que éste ejerce el poder.
La participación revolucionaria exige:
a) Cam biar las metas que perseguía la vieja sociedad, estableciendo re
laciones sociales hum anas que perm itan redefinir el sentido, el ritm o, la
m odalidad y los objetivos de lo que estamos acostumbrados a llam ar “cre
cim iento económico”;
b) Establecer limites al “crecim iento” y al “progreso tecnológico”, lím i
tes que provienen de la combinación de dos factores: el estado de civiliza
ción que se tiene y el que se pretende alcanzar en un plazo tam bién lim ita
do, y, por otra parte, las exigencias provenientes del acento puesto en la ne
cesidad de establecer relaciones sociales hum anas (convivíales). U na socie
dad no puede hacerlo todo para todos. Hay q u e lim itar ciertas formas de
falso crecimiento y progreso para asegurar a todos la mayor igualdad en la
conquista del infinito verdadero;
c) Crear fprmas tecnológicas y sistemas de producción que puedan ser
controlados por la clase obrera. La tecnología y las formas de producción
en serie surgidas de la industrialización capitalista, someten los productores
a la lógica de la m áquina. La m áquina que sustituye el trabajo denigra al
hom bre. La m áquina debe prolongar y m ultiplicar el trabajo hum ano en
condiciones tales que sea expresión verdadera de su creatividad. Vuelve a
surgir el problem a de los instrum entos o herram ientas (tools) y el de los in
centivos a la producción, que no deben ser ni m ateriales ni morales, sino
placenteros. El trabajo ha de asemejarse cada vez más al juego y la tecnolo
gía, al arte;
d) C am biar la relación individuo-Estado en térm inos tales que aum en
te constantem ente el ám bito del poder del pueblo en detrim ento del sistema
burocrático, lo que supone un enfoque diferente de los problem as socia
les: vivienda, salud, transporte, justicia, educación, etc. Sólo así el socialis
mo podrá ser tal, abriendo paso a formas directas de autogobierno y devol
viendo a los hom bres el ejercicio de sus derechos fundam entales;
e) Desprofesionalizar la cultura y el saber, elem ento esencial de la de
mocratización. H ay que elim inar la separación entre el trabajo m anual y el
trabajo intelectual y la discrim inación clel prim ero, lo cual exige una trans
formación total ele la educación en la sociedad.
T odos estos elementos dan contenido real a la libertad y a la sobera
nía del pueblo sobre la historia. Para lo cual no sirve el Estado liberal-ca
pitalista.
Quizá ahora puedan entenderse m ejor las afirmaciones de los marxis-
tas en el sentido de que el m ovim iento revolucionario debe “desm ontar” e
incluso “destruir” el aparato estatal heredado de la burguesía. En la intro
ducción a La Guerra CÁvil en Francia, Engels sostiene: “La C om una tuvo
que reconocer desde el prim er m om ento que la clase obrera, al llegar al
Poder, no puede seguir gobernando con la vieja m áquina del Estado, que
para no perder de nuevo su dom inación recién conquistada, la clase obrera
tiene, de una parte, cpie barrer toda la vieja m áquina represiva utilizada
hasta entonces contra ella, y, de otra parte, precaverse contra sus propios
diputados y funcionarios, declarándolos a todos, sin excepción, revocables
en cualquier m om ento”.
D urante la construcción socialista, sin embargo, la burocracia puede
llegar a tener intereses propios distintos del pueblo, emanados del control
167
que ejerce sobre la división social del trabajo. Es verdad que no llega a cons
titu ir las más de las veces una clase, pero no se puede negar que existe en
su situación de privilegio dentro del aparato estatal, si no se tom an las pre
cauciones aconsejadas por Engels, la virtualidad de poder llegar a consti
tuirse en clase dom inante. Su m anejo del Estado puede servirle para apro
piarse directa o indirectam ente del excedente, ejerciendo el poder a espaldas
de las masas. Muchos críticos del socialismo han com parado algunos regí
menes socialistas existentes con el m odo de producción asiático analizado
por M arx, en el cual no había propiedad privada de la tierra y, no obstan
te, existía un fuerte “despotismo estatal” que capitalizaba, invertía y u tili
zaba en beneficio propio el excedente producido por el trabajo de todos. No
cabe duda de que las condiciones son muy distintas en ambos casos desde
todo pu n to de vista; pero es verdad que la apropiación social de la riqueza,
m ientras no sea realizada directam ente por los productores, sino a través de
una estructura de poder estatal, puede sufrir distorsiones que engendren
nuevas relaciones de dom inación clasista.
La lucha contra el burocratism o es garantía de socialismo. Su realiza
ción exige cuando menos:
a) Reconocim iento del principio de representación cuando no sea posi
ble establecer gérmenes de autogobierno, de m anera que la participación
del pueblo en el poder se haga siguiendo criterios efectivamente dem ocráti
cos. En este punto es fundam ental hacer referencia a los mecanismos y sis
temas de elección, a fin de que se asegure que los “diputados, delegados y
representantes” interpreten fielm ente el sentir popular. M ucho se insiste
en la revocabilidad de todos los m andatos y en la extensión de la represen-
tatividad a las esferas judiciales y educacionales;
b) L a más am plia y total inform ación del pueblo respecto a todos los
asuntos públicos, elem ento esencial de la educación política de una nación
que perm ite el control efectivo del pueblo sobre el Estado. Lenin afirmaba:
“El viejo poder desconfiaba constantem ente de las masas, tem ía la luz y se
m antenía en pie con ayuda de la m entira. El nuevo poder, la dictadura de
la enorme mayoría, podía m antenerse y se m antenía exclusivamente con ayu
da de la confianza de las grandes masas, porque incorporada a éstas, de la
m anera más libre, más am plia y más activa, a la participación en el poder.
N ada de oculto, nada de secreto, nada de reglamentos, nada de form alida
des . . . Es un poder abierto para todos, que lo hace todo a la vista de las
masas, accesible a ellas, dim anante directam ente de ellas, es un órgano di
recto e inm ediato de la masa popular y de la voluntad 'de ésta”.
c) Reglam entación estricta de las condiciones de trabajo de los funcio
narios públicos, particularm ente de sus remuneraciones. No deben ser cas
ta privilegiada.
El proceso de participación popular debe ser sancionado por la ley, no
en forma rígida, pero sí clara y precisa. La ley debe recoger la experiencia
que sobre la m ateria acum ulen los trabajadores. Se podrá com prender m e
jo r entonces la razón por la cual el Presidente A llende afirm a que el p rin
cipio de legalidad subsiste en el socialismo m ientras se m antenga la distin
ción entre gobernantes y gobernados, es decir, m ientras sea' necesario un ré
gimen de participación popular. La legalidad es garantía, en estas nuevas
circunstancias, de un poder no arbitrario y de racionalidad de la vida so
cial, pues se establecen normas claras a las que deben ajustarse las accio
nes jurídicam ente relevantes.
La independencia de la burocracia engendra los peores males. Cabe
aquí recordar cómo Lenin luchó siempre contra la autonom ía de la adm i
nistración, tanto en el Estado como en el partido. C uenta Trotsky que Lenin
168
vivió los últim os meses de su vida bajo la angustia de ver la forma en que
Stalin, a la sazón Secretario General del partido, m ontaba una m aquinaria
burocrática a espaldas de las instancias de decisión política, y cómo u tili
zando los recursos adm inistrativos se iba apoderando del poder. En su tes
tam ento Lenin llega a afirm ar que es preciso remover a Stalin y anterior
m ente había propuesto una reorganización sustancial del partido y del Es
tado tendiente a evitar toda desviación burocrática. La m uerte lo sorpren
dió con la tarea inconclusa.
18 La relación q u e existe e n tre los dos elem entos de la dialéctica hegeliana —el trab ajo y la lucha—,
elem entos esenciales en la constitución del hom bre, no es algo fácil de establecer, y menos aún
la form a en q u e M arx reelaboró el tem a. No obstante, ambos elem entos son indispensables en la
dialéctica.
169
1 —La toma del poder. Teórica y prácticam ente es factible la conquis
ta del poder m ediante el empleo de los mecanismos contem plados por el
sistema democrático burgués. No significa esto que la vía sea “pacífica”,
que no haya lucha de clases y que incluso no surjan focos parciales de vio
lencia física; significa únicam ente que el camino electoral puede llegar a
ser expedito para que el pueblo alcance el poder;
2.—La llamada “destrucción” del Estado burgués. Es obvio, como hemos
visto, que el m ovim iento revolucionario no puede lim itarse a adm inistrar
el estado burgués en su beneficio: debe transform arlo para poder realizar
la revolución o, m ejor dicho, la propia construcción socialista supone la
“destrucción” de la m aquinaria estatal, alterando la actual relación Estado-
individuo.
En numerosos pasajes Engels y L enin hablan de que esta destrucción
debe ser “violenta”. Pero este no es ni puede ser un axioma. Lo fundam ental
es reconocer la im portancia que atribuyen a la transform ación profunda de
la estructura estatal, tanto en su contenido de clase, cuanto en la form alidad
de sus instituciones políticas. D entro del segundo camino hacia el socialis
mo esta transform ación se realiza siguiendo los cauces jurídicos preestableci
dos. El derecho no es el principal obstáculo a la revolución. El factor real
m ente decisivo es la correlación de fuerzas que existe en cada m om ento del
proceso revolucionario.
Destrucción llega a ser sinónimo de transform ación y la violencia, algo
accidental, circunstancial.
3.—El ejercicio del poder revolucionario. El poder debe ser dem ocrá
tico, según lo hemos visto anteriorm ente. Pero el poder revolucionario pue
de suponer una cierta restricción de las libertades públicas, la que incluso
contem pla la legislación burguesa. El poder revolucionario no supone nue
vam ente la violencia ni la represión.
Sin quererlo tocamos, aunque sea tangencialm ente, un problem a deli
cado y complejo: la intim idación como arm a política. La intim idación con
siste en la acción de amenazar —directa o indirectam ente— al adversario
con un mal futuro posible a fin de provocar una conducta determ inada de
su parte. D entro de los análisis de la ciencia política funcionalista ocupa un
lugar im portante el estudio del binom io investigación-respuesta, estructura
básica de la acción política. En la m ateria que nos ocupa la instigación va
acom pañada de intim idación. Es una situación extrem a, pero no descarta-
ble. Como alguien dijo, ha habido revoluciones que han fracasado porque
tuvieron miedo de infundir miedo en sus enemigos. El miedo desarma. No
debemos olvidar, por otra parte, que la clase dom inante se especializa en
el uso del “terro r”: el fantasm a del comunismo es u n buen ejemplo.
Hay momentos en que el poder revolucionario puede legítim am ente
utilizar la intim idación. El problem a radica en que ello no puede conver
tirse en práctica perm anente. El terror tiene su propia lógica: se vuelve in
cluso en contra de quienes lo utilizan sistemáticamente. Produce inseguri
dad general para todos los ciudadanos. El stalinismo alcanzó esas caracte
rísticas; el nazismo las tuvo desde sus inicios.
N i violencia, ni intim idación, ni terror pueden ser el eje de una polí
tica de liberación, aunque aparezcan como legítim a reacción ante un siste
ma que de suyo es violento, recurra a la intim idación y siembre el terror.
170
capitalismo, más corto será el período de construcción socialista; en cambio,
cuando la revolución va acom paña del subdesarrollo la transición exige un
esfuerzo suplem entario; la lucha contra el im perialism o y la miseria. Fidel
Castro ha llegado a decir que es más fácil hacer la revolución que ganar la
batalla contra el subdesarrollo. En este caso el proceso revolucionario se en
carna en un m ovimiento de liberación nacional, cuya tarea consiste en in
troducir profundas transformaciones estructurales al tiem po que hacer cre
cer la economía. No hay nada que desgaste más una revolución que la m an
tención de condiciones infrahum anas de vida. La liberación no es algo abs
tracto: incide en la form a de vivir del pueblo, condicionada por las posibi
lidades económicas del país.
Hay, pues, dos tipos de revoluciones socialistas, según Monde tengan
lugar: si en el polo desarrollado o en el subdesarrollado del macrosistema
capitalista internacional.
Esta “tipología” corre el riesgo del esquematismo. Parece hacer caso
omiso de la com plejidad histórica. Trotsky, analizando la revolución rusa,
habla de un fenómeno general al desarrollo histórico de cualquiera socie
dad: la desigualdad de grados de desarrollo de los diferentes aspectos de la
realidad y la combinación (le elementos correspondientes a distintos estadios
de evolución o progreso históricos. Es la ley del desarrollo desigual y com
binado, que se m anifiesta especialmente en lo que solemos denom inar so
ciedades atrasadas, que asimilan los adelantos alcanzados por otras culturas
m anteniendo su estructura tradicional. Es preciso hacer mención a un can
dente problem a: la posibilidad de que una sociedad precapitalista y, por
tanto preindustrial, pueda lograr el socialismo quem ando etapas, aprove
chando justam ente la ley del desarrollo desigual. N orm alm ente, sin em bar
go, se considera imposible ir hacia el socialismo obviando el camino de la
industrialización surgida conjuntam ente con el sistema capitalista. Pero dos
hechos nuevos han puesto en cuestión este principio: la crisis del capitalis
mo de opulencia e incluso de algunos regímenes socialistas que han intensi
ficado la industrialización sin modificaciones cualitativas, y la búsqueda de
nuevas formas socialistas por parte de países africanos y asiáticos, que pre
tenden aprovechar sus respectivas organizaciones tribales o tradicionales de
corte “com unista”.
T a l como veíamos, la crítica al capitalism o ha alcanzado al sistema in
dustrial de producción, principalm ente por las contradicciones generadas
por el tipo de progreso tecnológico que le es propio. De aquí surge una nue
va corriente que, inspirándose en M arx y recogiendo la experiencia del cre
cim iento técnico indiscrim inado, pone el acento en las relaciones sociales
de producción, en la búsqueda de una form a hum ana de obtener el incre
m ento de las fuerzas productivas, en privilegiar sistemas de producción de
valor de uso sobre los de valor de cambio. Esta nueva posibilidad se ha ju
gado en parte en China, y en un próxim o futuro se jugará en las diversas
formas del socialismo africano, latinoam ericano o asiático y, de m anera di
ferente, en la contracultura norteam ericana y en la evolución del sistema
soviético.
Los caminos hacia el socialismo son m últiples y diversos. En cada uno
de ellos el período de transición tiene características propias y su duración
experim enta tam bién variaciones.
M arx y Engels pensaban que el período de transición sería relativam en
te breve, dado el desarrollo industrial de Europa. Pero la cadena capitalis
ta se rom pió por “su estalabón más débil” y el socialismo, en este siglo, ha
sido principalm ente bandera de lucha de los pueblos -subdesarrollados. Ca
da vez que un pueblo del tercer m undo se decide a liberarse de la miseria
171
y la dependencia externa, aflora el socialismo. Debemos, pues, visualizar un
período de transición prolongado, en el que existirán .sucesivas etapas, ca
da una de las cuales tendrá sus problem as y características propias.
A esta m ayor com plejidad de la transición, es preciso añadir un factor
nuevo, peculiar del segundo camino hacia el socialismo: la conquista del
poder tam bién tiene sus etapas. En el prim er modelo de construcción so
cialista la revolución tiene fecha. El poder del Estado se conquista de una
vez, aun cuando subsistan focos de resistencia im portantes. En el segundo
modelo no ocurre lo mismo. El sistema electoral, por regla general, estable
ce elecciones no simultáneas para el poder ejecutivo y el parlam ento y, si
así no fuera, aún restaría el poder judicial y el poder local o m unicipal.
Lo corriente es, en consecuencia, que el m ovimiento revolucionario conquis
te prim ero una parte del poder estatal y luego otra y así sucesivamente. En
Chile se ha hecho un lugar común afirm ar que el pueblo conquistó el go
bierno, pero no todavía el poder.
Lina de las mayores dificultades con que se topó la socialdemocracia
europea del siglo pasado fue que daba su lucha al interior de un sistema
parlam entario, donde la cuota más im portante del poder se encontraba en
manos de la mayoría de representantes del poder legislativo. Es evidente
que ganar una elección parlam entaria en térm inos de tener la mayoría ab
soluta de la asamblea, es algo difícil. En este tipo de comicios intervienen
factores de muy diversa índole, muchos de los cuales no guardan relación
directa con la conciencia política y la claridad ideológica de la clase obrera
y del pueblo. Juega en mayor grado el regionalismo y el caudillismo. Aho
ra bien, supuesto el triunfo en una elección parlam entaria, no es fácil, en
tonces, entrar a gobernar el Estado. En cambio, si se trata de un sistema
presidencialista, en el que la predom inancia pertenece al poder ejecutivo,
el movimiento popular puede más fácilmente ganar la elección presidencial
y, luego, comenzar a tom ar las medidas revolucionarias de construcción so
cialista. El poder que se alcanza es un poder directam ente ejecutor.
En esta últim a hipótesis es dable la existencia de un gobierno popular
con clara orientación socialista sin que la situación pueda ser definida como
dictadura proletaria, debido a la correlación de fuerzas existentes en la so
ciedad. No existiría una clara hegem onía política del proletariado, sino una
p arte del poder en manos de un m ovim iento de coalisión, fundado en una
alianza de clases, con un program a antiim perialista y prosocialista. Esta si
tuación de “coexistencia” de clases a nivel estructural se refleja en la orga
nización del Estado, en la subsistencia sepalada de poderes públicos con
orientaciones políticas divergentes y antagónicas.
U na tal situación es por su naturaleza transitoria e inestable y puede
desarrollarse hacia una nueva etapa, que sería de hegemonía política pro
letaria, sin que se alteren las m odalidades propias del segundo camino ha
cia el socialismo, o bien puede retroceder vertiginosam ente hacia inédi
tas versiones del fascismo. La ley de toda revolución es avanzar. Se equivo
caban quienes afirm aban en la Rusia de 1917 que era imposible la revolu
ción socialista; se equivocaron quienes quisieron lim itar la revolución cuba
na a su etapa democrático-liberal; y se equivocan los que en Chile anhelan
consolidar una etapa dem ocrático-nacional19. Su visión es mecánica y lineal.
No dialéctica: si de etapas se puede hablar, cada una late en la que la pre
cede y cada cual se consolida en la que le sigue. D entro del segundo camino
hacia el socialismo es condición de avance el lograr, en el m om ento adecúa-
19 Creo sinceram ente q u e pese a lo que se diga, el PC chileno no se encuentra en esta posición: su
experiencia, su com batibidad y su lucha h ablan de o tra m anera.
172
do, una mayoría ciudadana que respalde el proceso y/o un m ovim iento po
pular fuerte y organizado capaz de arrastrar a una m ayoría indecisa.
R adom iro Tom ic, que fuera candidato a la presidencia en 1970, insis
tía e insiste en la necesidad de lograr una sólida “m ayoría institucional” como
requisito esencial para realizar el socialismo respetando el sistema institu
cional preexistente.
Por eso postuló la idea de la “unidad social del pueblo”. No cabe duda
de que tal mayoría sería un factor muy positivo para el proceso revolucio
nario, pero ella no es un requisito inicial. La conquista de la mayoría,
en el segundo m odelo de transición socialista, coincide con la con
quista del poder: es una m eta irrenunciable del propio proceso, no una con
dición sine qua non para comenzarlo. No obstante, ¿quién duda que de ha
berse podido lograr desde la partida, la “mayoría institucional” habría faci
litado enorm em ente el proceso revolucionario? Lo que enturbia la discusión
al respecto es que constantem ente se hace alusión a la coalición de partidos
( u p -d c en el caso) que realizaría esa m ayoría institucional, con lo cual se
pasa de una consideración general correcta a postular una solución coyun-
tu ral cuando menos problem ática.
173
en un solo gran m ovimiento; pero, en su interior, coexisten numerosos m a
tices y puntos de vista, como expresión de la creatividad libre del pueblo.
Ello es garantía de que el proceso revolucionario es una experiencia abierta
a todas las posibilidades del progreso hum ano.
Hemos dado seis características de la dictadura del proletariado. P odría
mos seguir enum erando otras tantas. Pero éstas nos parecen esenciales para
poder concluir que la especialidad institucional del segundo modelo de tran
sición al socialismo no reside en la prescindencia de la dictadura del prole
tariado, sino en la form a de alcanzar, ejercer y desarrollar el poder por parte
del m ovimiento revolucionario.
No se abandona la idea de la dictadura del proletariado, pero sé la
ubica en su nivel específico: el estructural, como expresión de la correlación
de fuerzas entre las diversas clases que com ponen la sociedad.
Se m antiene y se profundiza el sistema democrático burgués hasta alte
rar su contenido de clase. Llevando hasta sus últim as consecuencias los pos
tulados democrático-liberales se llega necesariamente a una democracia po
pular. En ese afán de cobrarle la palabra al liberalismo, se adm ite el p lu ra
lismo ideológico, tanto en el seno de las fuerzas políticas que lo construyen,
como en el resto de la sociedad respecto a las fuerzas opuestas al proceso
revolucionario. Es imposible fijar abstractam ente el grado de libertad de
una sociedad, cualquiera que sea su organización. En el caso que nos ocupa,
baste con reafirm ar la voluntad de que exista un libre juego de ideas, opi
niones y creencias, las que podrán ser expresadas y difundidas librem ente^
Es decir, las libertades públicas conquistadas por el régimen burgués, que
no son burguesas, serán redefinidas en el socialismo a p artir de la libertad
básica del hom bre de constituirse como señor de su trabajo y del producto
del mismo, m ediante un sistema social de apropiación de los bienes de pro
ducción.
Se term ina el m ito liberal de asociar libertad y propiedad privada. La
libertad se conquista gracias a la superación de la propiedad privada; no a
su difusión. La búsqueda de la libertad nace del hecho irrefutable de que
nadie tiene por anticipado la clave de la historia, nadie conoce la concre
ción de su últim a palabra. Rosa Luxenburgo decía insistentem ente que la
“receta” del socialismo nadie la posee. A través de la experiencia crítica
—personal y colectiva— sólo podemos intuir, a p a rtir de la negación deter
m inada de la negatividad presente, la dirección básica del m ovimiento his
tórico y las características fundam entales, en térm inos de exclusión y no de
modelo, de la próxim a etapa histórica.
P or eso im porta la libertad. Pero la libertad no supone transacción,
colusión de intereses o de clases. La lucha de clases construye la libertad.
El segundo camino hacia el socialismo no se logra sin hegemonía pro
letaria del poder, elemento básico de la dictadura del proletariado. Pero
puede ser transitado en “democracia, pluralism o y lib ertad ”. Rusia en 1917
con una forma propia de gobierno; Chile en la actualidad cam inando hacia
una inédita experiencia política.
¿Y el derecho?
174
la ilegalidad tiene una carga valonea negativa. La reacción habla entonces
de legalidad sobrepasada, de legalidad envilecida e incluso de franca pres-
cindencia del derecho, con la finalidad evidente de restar legitim idad al m o
vim iento revolucionario. Es preciso no caer en las redes de la argum enta
ción burguesa.
No todo quebrantam iento de la ley es revolucionario. Por el contrario,
con frecuencia la propia clase dom inante viola y vulnera el derecho, cuando
éste deja de ser un eficaz instrum ento de defensa de sus privilegios. Basta
adentrarse en el discurso fascista sobre el régimen democrático burgués, para
com prender hasta qué extrem o la ultraderecha está dispuesta a desconocer
el derecho vigente.
La izquierda, como dice Lukacs, no puede caer ni en el romanticismo
de la ilegalidad, ni en el fetichismo del derecho burgués. Para entender esta
paradoja hay que tener en cuenta lo siguiente:
El derecho, como estructura objetivante de la existencia, encierra en sí
una fuerza antihum ana, que la historia elim inará. El derecho nunca ha sido
expresión fiel de la libertad. En su origen y en su aplicación está presente
la fuerza, la imposición, la coerción. 1.a norm a aparece al individuo como
ajena a su voluntad y su conducta, muchas veces como algo arbitrario. En
los tiempos prim itivos, incluso en Grecia, se concebía la ley como em ana
ción de una racionalidad divina. Sócrates se niega a escapar de la cárcel,
aduciendo que el desconocimiento de las leyes y del tribunal de Atenas que
lo ha condenado injustam ente, acarrearía a la plebe un m al mayor que la
pérdida de su vida: su falta socavaría el orden garantizado por el im perio
de la ley. Esta irracionalidad de la ley que aparece como racionalidad de
la sociedad frente al individuo y que recurre a la fuerza para imponerse,
es fruto de la no identificación de la voluntad de los ciudadanos con la vo
luntad general, debido a que el derecho —en últim a instancia— es siempre
un derecho de clase.
La elim inación de esta característica del derecho será la culm inación
de un largo proceso de superación paulatina de la arbitrariedad en la socie
dad, de elim inación de las condicionantes estructurales del poder arbitrario,
hasta que llegue a coincidir el hom bre abstracto del derecho con el indi
viduo concreto, el ciudadano con el hom bre, el Estado con la sociedad, la
norm a con la libertad.
D urante ese proceso el derecho se presenta a la vez como expresión de
la dom inación de clase y como conquista frente al capricho del poder irres
ponsable. Dando otro sentido a las palabras de M ax W eber, se puede afir
m ar que gracias al derecho existe una dominación racional. Es claro que
toda dom inación es irracional por definición, pero no cabe duda de que una
dom inación por la vía de la ley es menos odiosa, inhum ana y b ru tal que
una dom inación que sólo utiliza la fuerza. En ese sentido se puede decir que el
derecho es un avance frente al despotismo del más fuerte, pese a que sub
sista la relación amo-esclavo.
El derecho burgués tiene dimensiones de justicia y libertad que no po
demos desconocer. Pueden ser parciales, formales e hipócritas, pero existen
al fin y al cabo: la igualdad ante la ley, el reconocim iento de la soberanía
popular, las libertades públicas, la irretroactividad de la ley penal, etc.
En el proceso de construcción socialista subsiste el derecho burgués tan
to en lo que tiene de positivo como en sus aspectos negativos, debido en este
últim o caso al insuficiente desarrollo del socialismo. Marx, refiriéndose a la
tesis del Programa de Gotha sobre la proporcionalidad que postulaba entre
el trabajo realizado y el reparto de su fruto, considerando este principio
como algo propio del derecho burgués, afirm aba: “ . . . el derecho igual sigue
175
llevándo im plícita una lim itación burguesa. El derecho de los productores
es proporcional al trabajo que han rendido; la igualdad, aquí, consiste en
que se mide por el mismo rasero: por el trabajo. Pero unos individuos son
superiores física o intelectualm ente a otros y rinden, pues, en el mismo
tiempo, más trabajo, o pueden trabajar más tie m p o ... Este derecho igual
es un derecho desigual para trabajo d e sig u a l... En el fondo es, por tanto,
como todo derecho, el derecho de la desigualdad. El derecho sólo puede
consistir, por naturaleza, en la aplicación de una m edida igual; pero los
individuos desiguales (y no serían distintos individuos si no fuesen desigua
les) sólo pueden medirse por la misma m edida siempre y cuando se les en
foque desde un punto de vista igual, siempre y cuando se les m ire solamente
en un aspecto determ inado. . . el derecho no tendría que ser igual sino
desigual. Pero estos defectos son inevitables en la prim era fase de la socie
dad comunista, tal y como brota de la sociedad capitalista después de un
largo y doloroso alum bram iento. El derecho no puede ser nunca superior a
la estructura ni al desarrollo cultural de la sociedad por ella condicionado”.
Es decir, existe una dialéctica igualdad-desigualdad que se expresa jurídica
m ente: en un prim er m om ento reinaba la desigualdad sin derecho, luego
vino el derecho igual para todos y, por últim o, llegará el m om ento del pleno
reconocimiento del individuo a través de un derecho que exprese la diver
sidad de la sociedad y abra las puertas a una igualación real a través de la
desigualdad.
El derecho burgués subsiste en la prim era fase de la transición hacia
el socialismo o, m ejor dicho, el nuevo derecho socialista no puede descono
cer absoluta y totalm ente el sistema jurídico anterior. N o puede hacer tabla
rasa de aquello que ha sido conquista y avance de la hum anidad, ni puede
liberarse de todos los deféctos del derecho-preexistente, en razón del insufi
ciente desarrollo del socialismo, tam o de la economía cuanto de la cultura.
El nuevo derecho nace del antiguo, ju n to a la sociedad socialista que sale
“de la sociedad capitalista y que, por tanto, presenta todavía en todos sus
aspectos, en el económico, en el m oral y en el intelectual, el sello de la vieja
sociedad de cuya entraña procede” 20. Y nace negando determ inadam ente
el derecho antiguo, negación que se expresa dialécticam ente en una supe
ración del viejo orden jurídico en la cual subsiste todo lo que en él había
de positivo, con una nueva orientación, y en la que las limitaciones de la
historia im piden el advenim iento del verdadero y auténtico derecho.
La revolución socialista no supone la elim inación total e inm ediata del
derecho burgués, cualquiera que sea el camino que siga: sea el del descono
cim iento de ese derecho, sea el de la utilización de sus mecanismos para
construir el socialismo. En todos los países socialistas han- subsistido durante
u n tiem po más o menos prolongado no sólo ciertos principios del derecho
burgués, sino incluso im portantes cuerpos legales dictados con anterioridad
a la revolución.
Ello no significa, sin embargo, que la revolución en sí misma no sea un
hecho normativo, que genera un nuevo ordenam iento jurídico. No vamos
a entrar aquí a las exquisitas discusiones de los juristas sobre la revolución.
Nos contentamos con reconocer la realidad innegable de que todo proceso
revolucionario produce, por la praxis que lo constituye, una nueva norma-
tividad. En este nuevo ordenam iento jurídico se plasma el proyecto histó
rico socialista y se expresa la sensibilidad desatada por el m ovim iento de
liberación. La construcción del socialismo tiene efectos en el ám bito ju rí
dico: cambia la m entalidad jurídica de la sociedad y aparecen nuevas nor
mas que reglam entan los distintos aspectos del proceso de transición.
20 C. M arx, Crítica del Programa de Gotha.
176
¿De dónele viene el nuevo derecho? Pregunta crucial a p artir de la cual
se puede desentrañar la naturaleza de cualquier proceso revolucionario.
La praxis tiene siem pre una instancia norm ativa: es una dim ensión de
la conciencia. En efecto, la praxis es un m om ento de la totalización en m ar
cha, m om ento p articular y determ inado. Existe una estructural relación de
la m ultiplicidad en el proceso de unificación, sea con el proceso en su con
junto, sea con las demás unidades particulares; y esta relación tiene una
instancia norm ativa dada por la orientación fundam ental del proceso, que
no le viene de afuera, sino de su propia dialecticidad. Esto ocurre en lo
práctico-individual y tam bién en lo práctico-de-conjunto, o sea, en la praxis
de clase. Hay u na norm atividad intrínseca a la praxis de clase, que varía
según ésta refleje con mayor o m enor intensidad el ser mismo de la clase:
sus reales intereses.
La praxis tiene un polo objetivo: el m undo del hom bre. T am bién su
norm atividad se expresa objetivam ente, como objeto cultural. Esta objetiva
ción de la norm atividad im plícita en la praxis sufre una serie de mediaciones,
determ inadas por el insuficiente desarrollo de la sociedad, de m anera que
la norm a objetiva no representa la confluencia arm ónica de todas las praxis
individuales o de clase dentro de la totalidad social. La norm a objetiva no
es la libertad de todos, sino la de algunos y la imposición de éstos sobre
los demás. La praxis de clase se traduce en un derecho de clase. La clase
tampoco expresa directam ente a sus componentes individuales.
En toda sociedad estructurada sobre la dom inación existe una praxis
contradictoria que constituye —y está condicionada por— la estructura básica
de dom inación. El Estado sanciona como derecho la norm atividad de la clase
dom inante, aunque siempre haga ciertas concesiones frente al desafío de los
oprimidos. Ante ese derecho form alm ente reconocido y declarado por el Es
tado, existe un derecho latente, potencial, fruto de la praxis de la clase do
m inada. Es un derecho efectivo: en ciertos ámbitos de la vida social se ex
presa y tiene facultad de im perio. Se rige por otros valores y consagra otras
pautas de conducta. Ambos derechos se suponen, se im plican y se contra
dicen.
La lucha de clases tiene tam bién una expresión jurídica.
Producido el fenómeno revolucionario y desplazada la clase dom inante
de los centros de poder, la clase dom inada empieza a im poner un nuevo de
recho: el Estado reconoce y sanciona, entonces, la norm atividad del pueblo
como derecho de la sociedad. Sin embargo, este proceso de producción del
nuevo derecho no es fácil, por cuanto el orden jurídico antiguo sobrevive
a la clase que le dio origen. Además la constitución del nuevo derecho va
aparejada de una m aduración de la conciencia: es fruto de una revolución
en la cultura.
Es im portante destacar que el nuevo derecho nace del pueblo, de la
clase dom inada, sea como nueva norm a, sea como reinterpretación de leyes
preexistentes. El nuevo derecho no es obra de los “juristas revolucionarios”.
No es una tarea “profesional o técnica”. El derecho debe ser obra de las
masas. El papel de los abogados, en esta m ateria, se debe lim itar a servir
al pueblo en su empresa creadora. Para que esto sea posible es fundam ental
alterar los mecanismos institucionales a través de los cuales se creaba y apli
caba antiguam ente el derecho. Eran mecanismos de clase, bajo el disfraz del
tecnicismo: el parlam ento, los tribunales, las universidades, etc. Las institu
ciones que, desde este punto de vista, deben sufrir una mayor transform a
ción son la adm inistración de justicia y la universidad. Hay que levantar
la bandera de la desprofesionalización del derecho.
El pueblo, al lograr el poder, conquista el derecho a hacer el derecho.
12.—CEREN 177
Aflora la libertad y la cárcel pierde terreno. Las funciones represivas
que aún tiene el Estado en el período de transición son traspasadas paula
tinam ente a las organizaciones sociales y populares. Se produce, entonces,
una solidaria responsabilidad por dism inuir los índices de crim inalidad, com
batiendo las causas sociales del delito y asum iendo la tarea de educar al
delincuente para que pueda vivir dignam ente en la nueva sociedad. La so
ciedad burguesa siente un profundo desprecio por el individuo, manifestado
sobre todo en su derecho penal: la falla se im puta irrem isiblem ente al indi
viduo que delinque, sin cuestionar el grado de culpabilidad de la sociedad;
las penas por excelencia son la privación de libertad y la imposición de la
soledad, aplicadas burocráticam ente. Cuando el pueblo tom a el poder, en
cambio, surge una desconocida valorización del individuo, como veíamos en
el pasaje que citamos del Programa de Gotha, que se m anifiesta en una for
m a diferente de aplicar la ley.
El camino que se siga para construir el socialismo tiene im portancia
p ara dilucidar la especifidad de los problem as jurídicos que deben ser re
sueltos, pero ambos caminos ap u n tan a la misma m eta de transform ación
del derecho. Algunos de estos problem as serán analizados más adelante, refe
ridos a la segunda vía hacia el socialismo.
Como puede observarse, el papel del derecho en el período de transi
ción es extrem adam ente complejo.
¿Dónde y cuándof
21 “ Pero m ientras la im agen del potencial libertario de la sociedad in dustrial avanzada es reprim ida
(y odiada) p or los adm inistradores de la represión y sus consum idores, aquélla m otiva la o po
sición radical y le confiere su carácter extraño y heterodoxo. M uy diferente de la revolución en
anteriores etapas de la historia, esta oposición se dirige contra la to talidad de una sociedad prós
p e ra y q u e funciona bien; es u n a protesta contra su l;orm a: la form a-m ercancía de hom bres y
cosas, contra la imposición de falsos valores y de una falsa m oralidad. Esta nueva conciencia y la
rebelión de los instintos aíslan tal oposición respecto de las masas y de la m ayor p a rte de las
organizaciones obreras, la m ayoría integrada, y propician la concentración de la política radical
en m inorías activas, prin cip alm en te en tre la joven intelligentsia de clase m edia y entre los h a b i
tantes de los ghettos. A quí, antes q ue toda estrategia y organización política, la liberación se
transform a en u n a necesidad vital, ‘biológica’ ” .
“ P ara la teoría m arxiana, la localización (o más bien, la contracción) de la oposisión en ciertos
178
que “la transform ación radical de un sistema social depende todavía de la
clase que constituye la base hum ana del proceso de producción. En los paí
ses capitalistas avanzados, ésta es la clase trabajadora industrial” 22.
Esta paradoja originada en la “integración” estructural de la clase obre
ra al sistema capitalista en los países industriales dom inantes, especialmente
en e e . u u v determ ina un cierto pesim ism o de las fuerzas revolucionarias.
N ingún camino les parece viable: se “reexam ina el concepto de transform a
ción dem ocrática-pariam entaria así como el de transform ación revoluciona
ria ’. INo obstante, el mismo Marcuse afirm a constantem ente la contradicción
creciente que existe entre las p o sib ilid a d es ele vida que ofrece el progreso
tecnológico y el sistem a de vida im perante: “ . ..la s capacidades de esta so
ciedad y la necesidad de una productividad aún mayor engendran fuerzas
que parecen m inar los fundam entos del sistema” 23._ Más adelante, al anali
zar las posibilidades de una civilización no represiva fundada sobre un p rin
cipio de la realidad cualitativam ente diferente, sostiene: “el mismo progreso
de la civilización bajo el principio de actuación ha alcanzado un nivel de
productividad en que las exigencias sociales sobre la energía instintiva que
uebe ser gastada en el trabajo enajenado pueden ser reducidas considerable
mente. Consecuentemente, la continua organización represiva de los instin
tos parece ser menos necesaria para la “m cha por la existencia” que para el
interés de prolongar esta lucha —el interés de la d o m inación”2i
El capitalismo industrial m onopólico, detrás de su aparente uniform i
dad, más allá del conformismo generalizado, esconde una gran debilidad
estructural: la contradicción entre el crecimiento de las fuerzas productivas
expresadas principalm ente como progreso tecnológico, y las relaciones de
producción, que organizan lim itativa y represivam ente ese progreso. La re
volución no es un necho pretécnico. El problem a es que esta contradicción
puede tard ar indefinidam ente (siempre, en térm inos históricos) antes de m a
nifestarse en la política.
En este tipo de sociedades la protesta adquiere visos anarquistas: frente
al hermetism o del lenguaje establecido, recurre al del absurdo y ante el
cierre de los mecanismos de la política institucional, la rebelión aparece
como apolítica. M arcuse dice que “Esta enajenación de la oposición radical
respecto del proceso e instituciones de la democracia existente nos sugiere
un reexam en a fondo de la democracia (la democracia ‘burguesa’, el gobierno
representativo) y de su papel en el tránsito del capitalismo al socialismo o,
hablando en general, de una sociedad sin libertad a una sociedad libre.
Como quiera, la teoría m arxiana evalúa positivam ente el papel de la dem o
cracia burguesa en esta transición —hasta llegar a la etapa de la revolución
misma. En virtud de su compromiso (por más lim itado que éste sea en la
estratos de la clase m edia y en la población de los ghettos representa un intolerable desvío —co
mo tam bién el énfasis en las necesidades biológicas y estéticas: u n regreso a la ideología b u r
guesa o, lo que es peor, a la aristocrática. Pero, en los países avanzados m onopolistas-capitalistas,
el desplazam iento de la oposición (de las clases trabajadoras industriales organizadas a m inorías
m ilitantes) está causado p o r el desarrollo in tern o de la sociedadt y la ‘desviación
teórica sólo refleja ese desarrollo. Lo que parece un fenóm eno superficial indica
tendencias básicas q u e sugieren no sólo diferentes prospectos de cam bio, sino tam
bién u n a p ro fu n d id ad y a m p litu d del cam bio q u e van m ucho más allá de las expectativas
de la teoría socialista tradicional. Bajo este aspecto, el desplazam iento de las fuerzas negadoras
fuera de su base tradicional entre la población subyacente, más que u n s ig n o -d e la debilidad de
la oposición contra el poder in teg rad o r del capitalism o avanzado, puede muy bien resultar la
len ta form ación de u n a nueva base, q u e lleve a p rim er plano al nuevo sujeto histórico del cam
bio, q u e responda a las nuevas condiciones objetivas, con necesidades y aspiraciones cualitativam ente
diferentes. Y sobre esta base (probablem ente in term iten te y prelim in ar) tom an form a metas y
estrategias q u e reexam inan el concepto de transform ación dem ocrática-parlam entaria así como el
de transform ación revolucionaria” .
Un ensayo sobre la liberación, Ed. J o aq u ín M ortiz, México, 1969.
22 O p. cit., p. 58.
23 Eros y civilización, p. 9, Ed. Jo aq u ín M ortiz, México, 1965.
24 Eros y civilización, p . 141.
179
práctica) con los derechos y libertades civiles, la democracia burguesa sum i
nistra el ám bito más favorable para el desarrollo y la organización de la
discrepancia. Esto es aún verdad, pero las fuerzas que vician los elementos
‘protectores’ dentro de la propia armazón democrática están ganando im
portancia. La democracia de masas desarrollada por el capitalism o m onopo
lista ha configurado los derechos y libertades cpie otorga de acuerdo con su
imagen y su interés peculiares; la m ayoría del pueblo es la m ayoría de sus
amos; las desviaciones son fácilm ente ‘contenidas’, y el poder concentrado
se perm ite tolerar (quizás incluso defender) el disentim iento radical siempre
y cuando éste cum pla con las reglas y costumbres establecidas (y aun si se
aleja un poco de ellas). La oposición es absorbida así por el mismo m undo
al que se opone, y por los mismos mecanismos que perm iten su desarrollo
y organización; sin una base de masas la oposición se ve frustrada en sus
esfuerzos por conseguir esa base de masas. Bajo estas circunstancias, el tra
bajo de acuerdo con los métodos y reglas de la legalidad democrática parece
una entrega a la estructura del poder prevaleciente. Y sin embargo, sería
fatal abandonar la defensa de los derechos y las libertades civiles dentro de
la armazón establecida. Pero conform e el capitalismo m onopolista sea obli
gado a extender y fortificar su dom inio doméstico y en el exterior, la lucha
dem ocrática entrará en creciente conflicto con las instituciones democráticas
existentes: con sus barreras intrínsecas y su dinám ica conservadora”. T erm ina
afirm ando casi la necesidad de que la izquierda adopte métodos de lucha
extraparlam entarios, antidem ocráticos e ilegales.
No cabe duda de que Marcuse está profundam ente m arcado por la ex
periencia norteam ericana y por la situación de Alem ania Federal. Los acon
tecimientos de mayo de 1968 en Francia provocaron en gran m edida “Un
ensayo sobre la Liberación”. Su visión es parcial. En cierto sentido, fatalista.
No se puede desconocer que existen en el macrosistema capitalista interna
cional grandes posibilidades revolucionarias y, más aún, que en cierto tipo
dé países es dable un tránsito “pacífico” hacia el socialismo, incluso en algu
nos de aquellos que Marcuse catalogaría de “unidim ensionales”.
En prim er lugar están los países capitalistas desarrollados que ocupan
un lugar satélite respecto a la potencia hegemónica. En este tipo de socie
dades el capitalismo alcanza un alto grado de desarrollo y afloran las con
tradicciones que anuncian el socialismo. El sistema institucional es demo-
crático-liberal y el espectro ideológico se encuentra relativam ente abierto.
Las contradicciones internas 110 pueden ser m origeradas, ya que estos países
no disponen de un im perio capaz de proporcionar el excedente suficiente
para producir la abundancia del régimen. H an perdido sus colonias y su
situación satélite les reporta una enorme desventaja política y económica.
Los casos típicos son Francia e Italia, así como en la preguerra lo fuera
España. Son países con una más que centenaria tradición revolucionaria:
en ellos la segunda vía hacia el socialismo tiene posibilidades de éxito.
En segundo lugar, en las antípodas del sistema capitalista, en el llam ado
tercer m undo, están dadas las condiciones de la revolución: un proceso que
necesariamente será antiim perialista, de liberación nacional y con una clara
orientación socialista. D entro de este vasto horizonte hum ano, que com
prende las dos terceras partes de la población m undial, existen casos aisla
dos en los cuales es dable esperar una transición “dem ocrática” hacia el so
cialismo, sin solución de continuidad en el orden jurídico-institucional. La
expectación está centrada en Chile, prim er país que busca el socialismo por
este camino nuevo.
En estos dos tipos de sociedades es posible esperar que" en un futuro
cercano el socialismo pueda ser conquistado de una m anera diferente, que
abre insospechadas perspectivas al m ovim iento revolucionario internacional.
180
Nos interesa, ahora, reseñar brevem ente cuáles son, a nuestro juicio,
las condiciones que deben reunirse para que pueda ocurrir un proceso co
mo el descrito.
181
dentro del sistema político. La clase obrera no tiene el poder en sus manos,
pero quienes lo ejercen no pueden desconocer su existencia y com batividad,
decidiendo el destino del país a sus espaldas. No se trata de que la clase
obrera esté integrada al sistema político, sino que, sin perder su vocación
revolucionaria, juegue un papel im portante, cada vez más decisivo, en la
política nacional.
G. Burdeau, en su estudio sobre la democracia, considera tal situación
como típica de una- “democracia gobernante”, por oposición a la “democracia
gobernada” del liberalism o clásico. En la prim era existe un am plio enfren
tam iento social, una diversidad de grupos que presionan por hacer prim ar
sus intereses; en la segunda, en cambio, la vida política languidece en manos
de una clase dom inante om nímoda, sin contrapeso social.
M arx y Engels pensaban que facilitaría el acceso político de la clase
obrera al poder la existencia de un régim en parlam entario y descentralizado
de gobierno 2ñ, pues consideraban que la preponderancia del poder ejecutivo
iba acom pañada fatalm ente por un aum ento de la burocracia adm inistrativa
y m ilitar, elem ento que consideraban como contrario a cualquiera transfor
mación revolucionaria. Por eso, entre otras razones, M arx y Engels sostenían
que un tránsito “pacífico” al socialismo era posible principalm ente en In
glaterra y e e . uu. y no en Alemania. M arx afirm aba: “En Inglaterra, por
ejemplo, la clase obrera tiene el camino abierto para m ostrar su poderío
político. La insurrección seria una locura allí donde la agitación pacífica
puede conducir hacia el objetivo por una vía más rápida y más segura.
En Francia, la m ultiplicidad de leyes represivas y el antagonism o m ortal
entre las clases hacen, como se ve, inevitable el desenlace violento de la
lucha social” 26. T am bién M arx adm itía la misma posibilidad para H olanda
y Suiza, y al respecto Engels sostenía que, por ser países en los que, al igual
que Inglaterra, no había una m onarquía absoluta en los siglos XVI-XVIII,
poseían “ciertas ventajas, como son, en particular, los restos de adm inistra
ción autónom a local y provincial sin auténtica burocracia al estilo francés
o prusiano. Esto es una gran ventaja para el progreso de carácter nacional,
como tam bién para el desarrollo sucesivo; realizando relativamente pocos
cambios, el pueblo trabajador podría instaurar una autoadministración libre,
que debe ser nuestro mejor instrum ento en la transformación del modo de
producción. N ada de eso hay en Alem ania ni en Francia, donde habrá que
crearlo” 27.
Esta argum entación estaba influida por la experiencia de la Com una
de París, que pese a su fracaso fue considerada como m odelo de autoadm i
nistración libre propio de la dictadura proletaria, y por la práctica de la
socialdemocracia europea que buscaba el poder tratando de ganar la m a
yoría parlam entaria.
La experiencia, sin embargo, ha dem ostrado que el segundo camino
hacia el socialismo no está determ inado por el tipo de régim en de gobierno
existente en un país. En Chile el Poder Ejecutivo es extrem adam ente fuerte
y, sin embargo, ha sido el prim er país en intentar recorrer este nuevo ca
182
mino. Algo sim ilar podría decirse respecto de la estrategia de la izquierda
francesa, que encuadra su acción dentro de los marcos de la constitución
gaullista de la V República, que confiere al Jefe del Estado un papel abso
lutam ente preem inente. Im porta más el tipo de democracia que el régim en
de relaciones entre los poderes públicos para determ inar la factibilidad del
segundo camino hacia el socialismo.
b) Existencia de partidos políticos organizados, con una ideología clara
y definida, que expresen a las distintas clases sociales. El régim en m ultipar-
tidista favorece el posible triunfo electoral de la izquierda, la que se pre
senta como una alternativa entre otras muchas. Así ocurrió en Chile, donde
la división de la derecha y la Democracia C ristiana posibilitó el triunfo de
Allende; en cambio en Francia, pese a haber un sistema m ultipartidista, en
los comicios decisivos suelen presentarse dos grandes bloques, polarizando
la contienda electoral entre derecha e izquierda; y a tal finalidad obedece
la institución de la segunda vuelta en la elección presidencial. En Italia, en
cambio, la lucha antifascista dificulta la formación de un esquema bipolar.
En todo caso, el sistema bipartidista es propio de una sociedad política m u
cho más homogénea; unidim ensional y cerrada: EE. UU., Alem ania Federal
e Inglaterra. Los partidos dejan de ser alternativas de destino para la ciu
dadanía y pasan a convertirse en camarillas de poder que se alternan en el
m anejo del Estado al vaivén de las circunstancias. En tales condiciones existe
u na dificultad mayor para constituir una expresión política de izquierda
que llegue a las masas. U ruguay y Colombia son buenos ejem plos en Amé
rica latina. El pluripartidism o es un factor no despreciable.
c) Ejercicio real y efectivo de la libertad por grupos im portantes de la
población; garantía del derecho a discrepar de la autoridad y a organizar
la discrepancia. Así se abre la posibilidad a la “concientización” del pueblo,
sobre todo m ediante los medios masivos de difusión. La prensa obrera, los
medios audiovisuales y la libertad de cátedra se convierten, entonces, en
verdaderas trincheras de lucha popular. T am bién libertad de asociación y
reunión para que el pueblo se organice y se exprese.
d) Elecciones libres, limpias y periódicas, con una irrestricta base elec
toral. La izquierda ha luchado siem pre contra la restricción del sufragio
universal: el voto censitario, la exclusión de la m ujer, del analfabeto y del
m enor de edad. Es el pueblo en su conjunto el que debe manifestarse en
las elecciones. Obviam ente no aceptamos el m ito liberal del ciudadano que
en el acto de votar expresa la voluntad general; sin embargo, hay que reco
nocer que, pese a las tram pas que encierra todo sistema electoral, éste cons-
* tituye un mecanismo democrático que perm ite m ejor a la mayoría p ronun
ciarse sobre los destinos de la sociedad.
La izquierda deberá esforzarse por perfeccionar al máxim o el sistema
electoral para evitar cualquiera distorsión de la voluntad popular, sea por
el financiam iento de la propaganda, sea por el cohecho directo, sea por la
form a de elegir a los representantes, mecanismos que siempre ha buscado
la clase dom inante para m anejar a su am año al electorado.
e) Sistema jurídico abierto, en el que exista un conjunto im portante
de disposiciones que hayan ido recogiendo las aspiraciones populares, es de
cir, un derecho que sin dejar de ser clasista no haya podido menos que reco
nocer ciertos derechos del pueblo: la legislación d e l trabajo, de la seguridad
social, el sistema electoral, normas que reglam entan la vida económica, que
establecen la reform a agraria, etc. Estos preceptos jurídicos de inspiración
progresista y dem ocrática contradicen al resto clel ordenam iento legal, que
responde a otros intereses, dándole una cierta flexibilidad para adaptarse
a las diversas circunstancias políticas.
183
La instancia generadora de la ley debe ser perm eable al influjo popu
lar, sea por la form a de nom inar los componentes del cuerpo legislativo, sea
por la existencia de hábitos parlam entarios sensibles al sentir popular y a
la opinión pública.
Esta peculiar característica del ordenam iento legal perm ite el acceso al
poder de un gobierno revolucionario y otorga una fundam entación jurídica
a sus medidas de cambio estructural, con lo cual la clase dom inante sufre
la tentación de la ilegalidad a fin de com batir a quienes, utilizando el dere
cho que ella creó, atacan sus privilegios. Engels visualizaba esta circunstan
cia cuando afirm aba: “ . . . e n el m om ento presente no nos hallamos en la
situación de los que ‘la legalidad m ata’. Por el contrario, la legalidad tra
baja tan bien en beneficio nuestro que, mientras las cosas marchen de esta
manera, seriarnos unos necios si la violáramos. Sería más lógico preguntar
si no vulnerarán la ley y el derecho precisam ente la burguesía y su gobierno
con el fin de aplastarnos por medio de la fuerza. Vivir para ver. Y m ientras
tanto, ¡hagan el favor de disparar los primeros, señores burgueses!” 28.
“Eso les duele —decía una vez A llende—: lo hicimos todo con sus pro
pias leyes”.
El grado de flexibilidad del sistema jurídico no permanece inalterable.
U na vez establecido un gobierno popular, la clase dom inante se esforzará
por restringirlo al máximo, por cerrar las puertas al cambio revolucionario
m ediante el uso de la ley o buscará el “llam ado golpe legal” a fin de forzar
al m ovim iento popular ante la alternativa de abandonar el camino legal o
claudicar. El año y medio de gobierno de la U nidad P opular ha mostrado
este fenómeno, cuya culm inación se h a dado en torno a un proyecto de
reform a constitucional de la oposición que tiene una doble finalidad: a) res
tar facultades legales al Ejecutivo, derogando numerosas disposiciones lega
les y reglam entarias, y b) exigir acuerdo del Congreso, donde la oposición
es mayoría, para llevar a cabo la socialización de los medios de producción
estratégicos para el desarrollo nacional.
El sistema jurídico se abre y se cierra al vaivén de los acontecimientos
políticos, de la correlación de fuerzas que se m anifiesta en cada m om ento
y etapa del proceso.
g) Secularización de la vida política; separación de la Iglesia y del Es
tado. El poder pierde su directa justificación religiosa. Los teólogos hablan
del fin de la “era constantiniana”, es decir, de aquel largo período de la
historia occidental en que se unieron indisolublem ente el poder civil y el
poder religioso.
La sociedad conquista el pluralism o ideológico y la más am plia libertad
de conciencia. Las instituciones religiosas ya no pretenden intervenir directa
y específicamente en el devenir político.
h) Existencia de Fuerzas Armadas profesionales, respetuosas del poder
civil, obedientes a ia Constitución y a la ley, que tienen por finalidad p rin
cipal resguardar la soberanía y la integridad del territorio. Cuando estos
m ilitares se proponen custodiar la seguridad nacional, lo hacen dentro de
los marcos del sistema jurídico. No podemos, en este trabajo, entrar a ana
lizar las causas del profesionalismo de los m ilitares. Nos limitamos a cons
tatar que su existencia es requisito sine qua non para que sea posible el
segundo camino hacia el socialismo.
Todos estos elementos configuran un sistema democrático burgués desa
rrollado, capaz de encauzar los cambios revolucionarios hacia el socialismo
y de adm itir su propia transform ación a condición de que se respeten las
185
que no se presenta como un “ideal”, sino como desarrollo de la dialecticidad
de la historia.
A m edida que el proceso revolucionario va progresando, va tam bién
transform ándose la representación de la nueva experiencia vivida. No debe,
p o r lo tanto, ser óbice para la revolución la existencia, en un comienzo, de
una actitud difusa de rechazo, sin mayor consistencia ideológica; lo que real
m ente im porta es que tal rechazo sea suficientemente profundo para poder
desarrollar, desde el abismo de esa negación, la positividad de lo nuevo.
La conciencia revolucionaria de la clase obrera evita cualquiera desvia
ción del proceso revolucionario: com bate el espontaneismo anárquico de las
masas, el ausentismo laboral y cualquiera postura “rom ántica” frente a la
producción. La conciencia de las masas es la m ejor arm a ele la revolución.
El proceso revolucionario supone tam bién una transform ación radical
de la cultura, com batiendo la división social del trabajo que sirve de base
al antiguo orden. La supervivencia de valores y pautas de la vieja sociedad
pueden producir distorsiones imprevisibles en el funcionam iento ele las nue
vas instituciones. El orden socialista supone nuevos valores, pautas y metas
sociales. Im porta recalcar una vez más que la nueva cultura sólo puede ser
obra del pueblo mismo, que rom pe con el sistema de opresión en que se
basaba el viejo saber. No puede ser obra de “intelectuales”. T a l categoría
de hombres está llam ada a desaparecer, una vez que term ine la separacie'm
del trabajo m anual y del trabajo intelectual. Es el pueblo que, haciendo la
revolución y construyendo el socialismo, va echando las bases de la nueva
cultura: de sus praxis nace la libertad y la ciencia.
4.—Existencia de un sistema internacional m ultipolar, que perm ita a un
núm ero crecido de países luchar por su liberación sin la amenaza directa
de una intervención im perialista.
La división del m undo en dos bloques abrió ciertas posibilidades de li
beración para los países del T ercer M undo, las que dependían básicamente
de la correlación de fuerzas existentes entre EE. UU. y la URSS. U na vez
que el abanico internacional se m ultiplicó y aparecieron nuevos centros ele
poder dentro de cada bloque, esas posibilidades se am pliaron favoreciendo
la viabilidad de un camino “dem ocrático” hacia el socialismo. La dism inu
ción de la tensión Este-Oeste y el enfriam iento de la guerra fría son hechos
de indudable im portancia.
Surge así en el panoram a internacional un vasto m ovimiento de libe
ración socialista de los países del hemisferio sur, con una clara connotación
antiim perialista y nacionalista. Se va configurando, aunepie no sin tropiezos,
una solidaridad de los países pobres que buscan entrar en “el banquete de
la vida”. Este m ovim iento es tan fuerte e irreversible que el imperialismo,
debilitado en su propio seno por las contradicciones internas y los roces
frecuentes con otras potencias de m enor calibre, pero no por ello sin capa
cidad de m aniobra internacional, se ve coartado en su acción represiva y
obligado frecuentem ente a tolerar un proceso socialista “dem ocrático”. La
dism inución de la tensión con los países socialistas no exige del imperialismo
una reacción unívoca e inm ediata en todos los ámbitos de la vida in ter
nacional.
Este hecho irredargüible se vuelve más potente y prom isor cuando el
m ovimiento de liberación se da respetando los cauces jurídicos de la dem o
cracia burguesa, pues ello mismo resta justificación ideológica a la acción
del imperialismo: la democracia se vuelve en su contra y la libertad lo ame
naza desde los confines del horizonte.
Tales nos parecen ser las condiciones que deben concurrir para que en
un país se dé la coyuntura propicia para que pueda tener lugar el segundo
modelo de construcción socialista. Hemos de confesar que estas condiciones
las hemos inferido del caso chileno, de cuanto hemos vivido este últim o
tiempo; p o r lo cual, no pretendem os que tengan valor universal y perm a
nente.
5 —Algunos problemas insoslayables. D entro de la llam ada vía “dem o
crática” hacia el socialismo surgen diversos tipos de problem as instituciona
les, algunos de los cuales son propios de este tipo de proceso revolucionario.
A ellos nos referirem os a continuación.
30 “ N in g u n a revolución puede g u ard ar el ‘justo m edio’. \Su ley natu ral exige decisiones rápidas: o
bien la locom otora sube la pendiente histórica a todo vapor hasta el final, o bien, arrastrada por
su p ropio peso, desciende la pendiente hasta el p u n to desde donde había partid o , precipitando
con ella al abism o, sin esperanza de salvación, a todos aquellos que con sus débiles fuerzas in te n
tab an reten erla a m edio cam ino” . Rosa Luxenburgo, La Revolución Rusa, p. 64
187
B. La movilización de las masas
188
reses nacionales y extranjeros; estas medidas, aunque adoptadas masivamen
te en un corto lapso, no son suficientes para desarm ar el poder de la b u r
guesía m onopólica y del imperialismo, lo cual genera su reacción; esta re
acción se puede traducir, cuando menos, en una grave desarticulación del
sistema económico y social; todo ello, a su vez, redunda en la agudización
—aunque sólo sea m om entánea— de los problem as inherentes al subdesarro
llo. El pueblo siente en carne propia estos problem as y ve, a veces con des
concierto, cómo el Gobierno popular no los resuelve. A ello hay que sum ar
las campañas de desprestigio sistemático de los reaccionarios que aprove
chan la libertad existente hasta llegar a desnaturalizarla, pasando más allá
de los límites que le im pone el orden público, a fin de provocar reacciones
del Gobierno que después puedan ser exhibidas como pruebas irrefutables
de su vocación “totalitaria”.
El cambio acelerado desconcierta al hom bre común, asusta a la llam a
da clase media. El m undo parece inseguro, imprevisible, hostil. Se busca
tranquilidad, aquel m ínim o de paz que perm ite vivir y que todo proceso
revolucionario, cualquiera que sea su m odalidad, afecta de alguna m anera.
La propiedad deja de ser garantía. Pierde sus privilegios. ¿Qué queda?
De esta interrogante vital surge una fuerza antihum ana, que sólo busca
recuperar el equilibrio perdido, por más injusto y despótico que sea, devol
ver a la propiedad sus garantías, reencontrar la paz aunque sea a costa de
la sangre, sofocar la libertad que ha acarreado tales males a la sociedad: es
el fascismo.
Los hom bres comunes y corrientes vuelven la espalda a la historia.
Si este círculo vicioso no se rom pe gracias a una concientización masi
va del pueblo, a una verdadera y auténtica revolución cultural que perm a
nentem ente recuerde las metas de la revolución más allá de las dificultades
inherentes al proceso, se corre el peligro de que las masas resten su apoyo
al m ovim iento p opular al com probar que sus reivindicaciones inm ediatas
no son satisfechas en la forma en que lo esperaban. Y es así como el Go
bierno puede llegar a aparecer ante el ciudadano anónimo, especialmente
ante las capas medias, como un “m al” Gobierno. Los criterios y parám etros
para definir el buen o m al G obierno son, obviam ente, criterios tradiciona
les, cuyos indicadores fundam entales están dados por la ecuación necesidad-
satisfacción.
Como no se han alterado los mecanismos institucionales de constitución
y legitim ación del poder, que sigue em anando de los electores que expre
san su voluntad m ediante comicios periódicos, es posible que ello determ i
ne conductas electorales contrarias al Gobierno, pudiendo incluso afectar
la existencia misma del poder popular.
Hay que alterar la relación ciudadano elector-Gobierno, cam biando los
juicios que configuran la imagen del buen Gobierno. En este punto es pre
ciso ser tajante y veraz. El peor error consistiría en pretender “com prar”
el apoyo p opular halagando y fortaleciendo el espíritu tradicional. Las lla
madas tareas “democráticas”, para ser eficaces, deben ser concebidas y rea
lizadas en función de poder enfrentar efectivam ente los problem as del pue
blo, para lo cual es preciso que éste pase a ser el agente principal en la
búsqueda de las soluciones, abandonando la cómoda actitud de consumir.
Por eso es que todo Gobierno popular debe saber trazar adecuada
m ente la resultante entre las tres metas señaladas, de m anera que dialécti
camente, aunque puedan oponerse en algunos momentos del proceso, a la
larga se com binen para asegurar el éxito de la revolución.
A m anera de conclusión podemos sostener que el segundo iñodelo de
construcción socialista tiene peculiaridades propias en sus aspectos institu
189
cionales —políticos y jurídicos—, sin que ellas lo aparten de las reglas ge
nerales de todo proceso revolucionario.
Hemos tratado, en este trabajo, de sistematizar esas características, re
cogiendo lo que tiene valor universal en la experiencia acum ulada durante
estos dos últim os años en Chile. No estamos ciertos de haber alcanzado la
m eta propuesta. V erdaderam ente, más allá de todo convencionalismo y de
cualquiera fórm ula adocenada que los autores suelen colocar al final de
sus obras, verdaderam ente, no lo estamos. Hemos trabajado con sinceridad.
Sin contem plar intereses inm ediatos o parciales. Por eso nos atrevemos a
proponer a la discusión estas reflexiones nacidas del compromiso con la
revolución chilena.
H acia la conquista del derecho popular
J osé R o d r íg u e z E i .iz o n d o
LA C O Y U N TU R A IN SO LITA
191
trones”. De ahí que llamen a 110 hacerse mayores problem as con ella y a
rom per con la legalidad de una buena vez.
T a n trem endam ente complicado debe ser el problem a que Regis Debray
se ha visto en la penosa necesidad de contradecirse a sí mismo al sostener,
por una parte, que “se ha dado a la legalidad burguesa un uso revolucio
nario” y, por otra, que “el respeto a la legalidad burguesa significa que el
Gobierno, digamos, no se ha salido de los marcos reformistas” '.
Al parecer, Debray ignoraba lo que ya Engels había descubierto y expli-
citado en su prólogo a La lucha de clases en Francia. Eso de que “la ironía
de la historia universal lo pone todo patas arriba” ; de que “nosotros los
revolucionarios, los elementos subversivos, prosperamos mucho más con los
medios legales que con los medios ilegales y la subversión”, y de que “los p ar
tidos del orden, como ellos se llam an, se van a pique con la legalidad creada
por ellos mismos”.
Es que; en realidad, y tal como han hecho otros intérpretes o investi
gadores, hay que profundizar en la discusión, alejándola de la superficie
dilettantesca, para com prender que no resulta posible analizar el caso como
un “fenómeno en sí” sino en relación con el peso de las fuerzas en pugna,
con el desarrollo histórico, con las relaciones vigentes de p ro d u c c ió n ... con
la lucha de clases concreta, en suma, que se ha desarrollado en el país.
Enfocar correctam ente el problem a significa aportar verdaderam ente al
desarrollo del proceso, tanto por su comprensión como por el abandono de
ese facilismo que, al no hacerse problem as con las cosas complejas, lo com
plica todo m ucho más. En buenas cuentas, no resulta gratificante extraer y
aislar a la legalidad como si se tratara de un quiste dentro del proceso chi
leno. A ctuar así, es el equivalente izquierdista de ese asombro derechista,
traducido en la creencia de que sólo en virtud de un “descuido” su derecho
—tan burgués— fue infiltrado por un germen revolucionario que supo eludir
el cinturón de castidad del aparataje convencional.
EL ARM A P O L IT IC A
El com portam iento jurídico-político del proceso chileno tampoco puede con
siderarse al m argen de la situación internacional. Dicha realidad viene a ser
la ejem plificación o realización más acabada del desgarram iento que experi
m enta la reacción política en el período del imperialismo, y que la lleva a
ponerse en pugna con sus propias instituciones. Como dice A lexandrov en
su Teoría del Estado y del Derecho, en dicho período “la burguesía destruye
la legalidad por ella creada, renuncia a los principios democráticos formales
antes proclamados en el Derecho, por cuanto en las nuevas condiciones no
garantizan ya su dominación en la sociedad y en el Estado” 2.
Las fuerzas retardatarias, en medio de la contradicción básica del m un
do contem poráneo, empiezan a darse cuenta de que hasta las instituciones
creadas hegemónicam ente por ellas se vuelven insoportables. Por ello, tratan
de actuar en consecuencia. Su prim er impulso —su “estado de ánim o”— las
llevaría, de buen grado, a la destrucción violenta de esa legalidad que se les
aparece, ahora, como imperfecta. Sin embargo, no por nada la conciencia
social ha asimilado al ordenam iento jurídico (al m argen del sistema econó
mico que institucionaliza) como un valor instrum ental, esto es, como una
creación útil o “civilizada”.
192
Los poetas de las cosas simples tienden a no considerar que existe una
relación directa entre la legalidad m antenida y el estada de la conciencia
social. Olvidan, o no saben, que la continuidad del sistema jurídico no es la
p u ra y simple existencia en los códigos, en las constituciones, en los regla
mentos, de norm as de conducta, sino que es o puede ser m ucho más que eso.
E rare otras cosas, una aceptación o una indiferencia social frente al derecho.
Actitudes ambas que distan m ucho de constituir una base subjetiva sólida
"ara destruir el aparato legal, desde posiciones de izquierda o de derecha.
Por ello, los aprendices de bru jo de la oligarquía tienen que adecuarse a su
situación concreta. A las posibilidades que les brinda la correlación de fuer
zas vigente en un medio determ inado y en un período determ inado. Lógica-
dam ente, sus pasos y contrapasos deben ser previstos por las fuerzas de iz
quierda. Analizarlos, desmontarlos y contraatacarlos, form a parte de las obli
gaciones políticas de los m ilitantes de la U nidad P opular y del pueblo chi
leno, en general.
“O bviar” esta tarea rom piendo con la legalidad, sobre la base de que
se trata de una “m araña”, de que por ese lado ya se ha llegado al “techo”,
de que nos “em pantana”, etc., significa lisa y llanam ente regalarle la insti
tucionalidad al enemigo de clase. Y regalarla en el m alentendido de que,
al m argen de ella, la cosa sería sum am ente fácil y de que la revolución se
haría en coche. Lo cierto es que el quiebre de la institucionalidad (y del
ordenam iento jurídico que la contiene) desde la izquierda, no está llam ado
a movilizar .masas, en este instante, sino a confrontar masas. A colocar a las
fuerzas responsables del Gobierno en el medio de un enfrentam iento que
sólo los extremistas desean y ante el cual las fuerzas organizadas del pueblo
se encontrarían en una situación precaria, por haber cedido voluntariam ente
la legitim idad institucional que ahora refuerza su legitim idad revolucionaria.
A ctuando como gobernante del país, la U nidad Popular, como alianza
política, debe actuar y actúa responsablem ente en lo que a este problem a
atañe. Sus dirigentes com prenden que no van a hacer desaparecer las trabas
formales o sustantivas de la legalidad con sólo recitar sus defectos o su
pecado original, sino gracias a la más am plia y combativa movilización de
las masas para la solución de los problem as estructurales. Desde este punto
de vista, está claro que no corresponde a las fuerzas revolucionarias rom per
el aparataje jurídico-institucional, m áxim e cuando, bajo la presión de las
masas, éste soportó su propio acceso al Gobierno.
En buenas cuentas, su ru p tu ra forma parte indisoluble de la violencia
reaccionaria y, por lo tanto, la actitud revolucionaria debe ser concebida
como una réplica. La m ente fría y el corazón ardiente, propios de la form u
lación leninista, aconsejan evitar la provocación extrem ista de derecha y la
“fácil” solución legal del extremismo de izquierda. Como decía Engels, en
el prólogo antes citado, “si no somos tan locos que nos dejemos arrastrar al
com bate callejero para darles gusto, a la postre no tendrán más camino que
rom per ellos mismos esta legalidad que les es tan fatal”. En térm inos tác
ticos, rom per la legalidad, en estos momentos, es renunciar a un arm a polí
tica, con el pretexto de que su m anejo resulta difícil. Es echarle la culpa
al em pedrado de las debilidades surgidas en otros frentes y que, de no haber
existido, habrían facilitado grandem ente el empleo del arm a de la legalidad.
EL T E R R E N O JU R ID IC O DE LA LU C H A P O L IT IC A
13.—CEREN 193
está pavim entado y que sólo falta arreglar un poco la berma. Ni tanto ni
tan poco. Ni imposible, ni fácil. Simplemente real.
Es un camino que no se ha trazado en virtud de una decisión de alto
ni de bajo nivel, sino como consecuencia de una lucha social concreta en el
contexto internacional correspondiente. Las complejidades que presenta y
que a algunos llevan a la desesperación, al derrotism o o al escepticismo, son
los escollos propios de nuestro proceso revolucionario real. Escollos que no
podían crearse ni evitarse voluntariam ente, sino que surgieron y se desarro
llaron dialécticam ente en nuestra historia de clases.
Es bastante obvio, en este razonam iento, que nuestro derecho sigue sien
do consustancialmente burgués y que, como tal, brinda posibilidades estu
pendas para entorpecer la liberación de nuestro pueblo. Es bastante obvio,
tam bién, que en el aparataje vinculado a la superestructura jurídica pesan
todavía mucho más las posiciones retardatarias que las progresistas. Es bas
tante obvio, finalm ente, que los sectores más lúcidos del im perialism o y de
la burguesía deberían aferrarse a las dos evidencias anteriores, descartando
transitoriam ente la secuencia sedición-guerra civil.
En efecto, si cuentan con un derecho que en lo básico los interpreta,
y con funcionarios, autoridades y dirigentes de Colegios Profesionales que
interpretan tanto a los reaccionarios como a las normas jurídicas, todo indica
que no van a ser tan ingenuos como quisieran los extremistas de su tendencia.
Lo cual indica que tienen que valorar la potencialidad política del derecho
y que, en tal terreno, seguirán dando la batalla, m ientras la correlación de
fuerzas no cambie significativamente. R esulta im portante, entonces, conocer
desde la izquierda cuáles son las posiciones jurídicas que ha conquistado el
pueblo en su lucha, para saber cómo se pueden am pliar o desarrollar.
Y, más que im portante, resulta decisivo que sobre la base del conocimiento
exacto, las masas reasum an la ofensiva en este campo para com pletar las
secuencias de su avance victorioso. Para consolidar, en la superestructura,
los cambios revolucionarios que se iniciaron en Chile con la conquista del
Gobierno, cuyo aparato fue concebido por la burguesía como el de mayor
peso e im portancia para la protección de sus intereses m inoritarios.
194
la estructura. En las relaciones- vigentes de producción. Significa reconocer,
tam bién, que dentro de su dinám ica natural los fenómenos superestructu-
rales no reaccionan m ecánicam ente frente a los estímulos que se producen
en la estructura. En el terreno del arte, por ejemplo, y a p artir de form u
laciones del propio Marx, se ha podido detectar perfectam ente este “desa
rrollo desigual” de la superestructura, que im pide filiar a un artista y a su
obra de acuerdo con la caracterización exacta de su época, y que hasta puede
ponerlo en contradicción con su propia posición política. El caso de Balzac
es paradigm ático en este terreno.
Por ello es que en nuestro caso resulta más correcto definir al derecho
como “hegem ónicam ente burgués” y no como sim plemente burgués, sin vuel
ta de hoja. Esto, porque pese a estar concebido como un estatuto de dom ina
ción de los poseedores-propietarios-individuales-de-los-me dios-ele producción.
no ha perm anecido estático, rígido o inm utable frente al devenir histórico.
Porque su calidad de reflejo normativo ha tenido que ponerse en evidencia
en el fragor de la lucha social.
Encarnando el medio, por una parte, y respondiendo a las presiones,
por otra, el aparato norm ativo ha seguido de cerca el flujo y reflujo de las
fuerzas en pugna. Esta adecuación, correlativa a los estímulos, le ha perm i
tido recorrer un camino que va desde la bendición sacram ental de la pro
piedad privada en el máxim o nivel norm ativo —y sin mayores atenuantes—,
hasta la elaboración de un com plejo de disposiciones que perm iten contro
lar, intervenir o expropiar la adm inistración de los bienes~privados por parte
de la autoridad social. De este modo, se han producido una serie de efectos
poco frecuentes pero no aberrantes, que dem uestran qué es lo que sucede
o debe suceder cuando un aparato jurídico hegemónicam ente burgués es
consecuente consigo mismo. Es decir, cuando no resulta transgredido con el
cinismo o con el oportunism o “norm al" en otros contextos históricos.
Prim ero y principal de estos efectos, para nuestro desarrollo, ha sido el
de que el derecho chileno ha tenido que institucionalizar, que acoger, las
conquistas de los trabajadores.
La circunstancia de que en nuestra legislación, en todos sus niveles y
hasta en el de la institucionalidad, se reconozcan las reivindicaciones básicas
de las masas no es, ni mucho menos, una concesión de la “oligarquía ilus
trad a”: es el precio que ésta ha debido pagar al especial desarrollo político
de nuestro pueblo.
Poco im porta, para este análisis, que el im perialism o y la reacción ha
yan tenido la intención gatopardesca de someterse para m aniobrar. De aga
char el m oño con hipocresía seudodemocrática, para violar en los hechos la
finalidad de los derechos conquistados por el pueblo. Lo que im porta es
la verificación de que esos derechos se conquistaron y se insertaron en el
ordenam iento global y que, consecuentemente, se transform aron en una he
rram ienta política para el desarrollo ulterior. Así sucedió con la democra
tización de nuestras instituciones políticas; con la legislación destinada a
rep rim ir las perversiones de la democracia burguesa; con la legislación labo
ral, y, principalm ente, con la legislación económica, que hasta ha dado m ar
gen para la autonom ización del Derecho Económico en nuestras Universi
dades. Legislación esta conseguida, muchas veces, por vías poco normales,
en épocas convulsionadas y traducidas en decretos leyes o en decretos con
fuerza de ley. Pero, irregular y todo en su gestación, sancionada después
como legítim a por la práctica social y jíor los sacerdotes oficiales de la Juris
prudencia, porque correspondía a una ecuación de la época. A un hito de
la lucha que se daba en el nivel de las estructuras y de las masas insertas
en ellas.
195
En razón de lo anterior es que, analizando antes del 4 de septiem bre
de 1970 la legislación económica vigente, sostuvimos que el G obierno dis
ponía de “un bonito surtido de instrum entos formales, que institucionalizan
su intervención en lo económico” y que su operatividad dependía, funda
m entalm ente, de la decisión política que hubiera en los niveles de mando.
Ello mismo nos llevaba a afirm ar que era “concebible” que el edificio ju rí
dico presentara una línea continua m ientras se transform aban sus cimientos,
pues “el vuelco revolucionario, en muchos aspectos, no hará más que llevar
a un ámbito real las formulaciones programáticas e idealizantes, contenidas
en los ordenamientos jurídicos vigentes” 3.
Las dificultades y las frustraciones que muchos revolucionarios experi
m entan al topar con nuestro derecho, como Sancho con la Iglesia, derivan,
muy verosímilmente, de un acendrado idealismo filosófico que los hace ver,
por doquier, fenómenos puros en su estado puro. A este respecto, resulta
interesante transcribir un lúcido párrafo de Joan Garcés:
“Quienes se dicen marxistas y conciben la táctica revolucionaria en el
Chile de hoy a partir de una conceptualización genérica del Estado burgués,
dan la impresión de manejar una concepción del Estado que tiene poco
de materialista. Más bien, por el contrario, están empleando categorías
dialécticas idealistas, de ascendencia hegeliana. A l contem plar el Estado
chileno no como objeto material real específico, sino como objetivización
ideal del Estado burgués, invierten el orden lógico que construye lo gene
ral partiendo del previo análisis de lo particular. Y, en cierto modo, con
vierten las atribuciones propias del Estado burgués tipa en algo inm anente,
en una fin itu d ideal” 4.
Los que piensan como supone Garcés no pueden captar, con exactitud,
la distancia que hay entre el hecho y el derecho, ni la interacción del uno
sobre el otro. No conciben que en virtud de u n a especial correlación de
fuerzas, por ejemplo, la clase dom inante sea capaz de im poner una ley reac
cionaria que no va a poder aplicar por enfrentarse a una resistencia victo
riosa de la clase dom inada. O que, a la inversa, la clase dom inada pueda,
en un m om ento dado, arrancar una'conquista que sea vaciada de contenido
p or la clase dom inante, sin derogación legal, en v irtu d de una aplicación
o interpretación restrictiv a5. En resumidas cuentas, la abstracción ensimis
mada choca con el estudio directo y analítico de un com portam iento legal
tan determ inado y concreto como el chileno.
196
mente, siempre que exista alguna interpretación que legitime la violación,
por peregrina que sea; a movilizar sus cuadros especializados en todo el apa-
rataje judicial, adm inistrativo y profesional, y a inducir a sectores de la iz
quierda para que les obsequien la legalidad. Esto es, para que la quiebren
prim ero, porque estim an con lucidez que hoy día, en Chile, el que quiebra
paga.
Así es como el im perialism o no perpetra contra nuestro país un bloqueo
“honesto”, como el de Cuba, sino un bloqueo “hipócrita”. Usando todos sus
resortes internos y externos, toda la fuerza de presión que éstos le otorgan
en el seno de las entidades norteam ericanas, internacionales o transnaciona
les, conduce im placablem ente a la toma de decisiones estrangulantes. A pli
cando su ley im perial en contra de Chile, nos cierra el acceso al crédito;
nos im pide ju g ar con variables lícitas para el cum plim iento de los com pro
misos contraídos precisam ente en virtud de nuestra dependencia; nos clau
sura el mercado de m aquinarias o de repuestos para industrias básicas o es
tratégicas; nos em barga bienes de entidades públicas, pasando por encima
del respeto diplom ático —ya que no jurídico— que debería merecerle una
disposición de nuestra Constitución Política. Y todo ello sin hablar de las
actividades de “legalidad sobrepasada”, como aquellas en que se especializan
sus agentes y sus compañías telefónicas.
La reacción interna, por su parte, pone lo suyo. Y no sólo desde el 4 de
septiem bre de 1970, sino desde que avizoró la posibilidad de qué llegara
ese día.
Consecuentes con su posición de clase y con su clarividencia frente a
la verdadera entidad del derecho en Chile, las fuerzas del status capitalista
usaron desde el principio el derecho como un arm a política im portante.
La irónicam ente llam ada “Ley de Defensa Perm anente de la Democracia”
(la “m aldita”, como decía directam ente nuestro pueblo) y la Ley Sobre A bu
sos de Publicidad dictada en el período de Alessandri (la “Ley M ordaza”),
son ejem plares distinguidos de la conciencia político-legalista de nuestra de
recha. Paradigmas de su afán ele violar la ley por medio de la ley; de violar
la Constitución, guardando las formas legales; de atentar contra los dere
chos hum anos, previo aviso en el Diario Oficial.
Esta com postura se manifestó, por supuesto, después del triunfo de
Allende. La “ingeniosa” segunda vuelta que propusieron representantes de
la derecha y cuya paternidad oficial se adjudicó al señor Alessandri, era
sencillam ente un fraude a la Constitución. Pero un fraude “con todas las
de la ley”. ¿Qué tiene de extraño, entonces, que desde la asunción de Allende
hasta la fecha se hayan empleado todos los resortes legales e institucionales
para frenar el proceso revolucionario? ¿Qué tiene de insólito el que la reac
ción interna se las ingenie para desnaturalizar y para festinar los instrum en
tos más serios y severos de nuestra institucionalidad, entre ellos la acusación
constitucional?
¿Es que alguien piensa, por ejemplo, que el Colegio de Abogados actúa
seriam ente cuando pretende castigar a las autoridades o funcionarios de
G obierno que son abogados, o cuando pretende im pugnar la legalidad de sus
actos adm inistrativos, sustituyéndose a los tribunales que establece el artícu
lo 87 de la Constitúción?
¿No era previsible que la reacción iba a quem ar im púdicam ente lo que
antes adoró y adorar lo que antes quemó, tratando de desplazar el centro
del poder del Gobierno al Parlam ento; tratando de com prom eter a la opo
sición parlam entaria en una Santa Alianza con el Poder Judicial y con la
C ontraloría, y tratando de derogar las facultades normales que tuvieron el
G obierno y las entidades del sector público hasta la fecha?
197
Claro. No hay por qué m aravillarse por esta torcida posición legal. Del
enemigo de clase no se pueden esperar felicitaciones.
Pero lo que tiene de ejem plar esta somera descripción de sü conducta
es que revela en toda su com plejidad su análisis táctico y estratégico y el
énfasis puesto en el derecho como arm a política. Antes que ceder a la ten
tación ultrista de quebrar de inm ediato-la legalidad, por la vía de la sedi
ción, han escogido un camino m atizado que va desde negar la sola posibi
lidad de que el G obierno respete la ley burguesa, hasta com petir con éste
por su “posesión”, m ediante una guerrilla en la cual los ardides leguleyescos
sepultan a los principios, como el propio T rib u n al Constitucional se ha visto
obligado a verificar en m últiples ocasiones. Sin que esto signifique, en nin
gún momento, una renuncia a las vías de hecho sino, más bien, un acondi
cionam iento de la opinión pública para que dichas vías aparezcan legitim a
das, cuando consideren llegada la ocasión.
LA IN E FIC IE N C IA DE LA U NIDAD PO PU LA R
198
Lo cual no significa que valore o hipervalore las cualidades del derecho
rigente, pues, sim ultáneam enté, h a manifestado que “en las presentes cir-
ciinstancias del desarrollo del proceso revolucionario, pocos hechos encie-
rran mayor riesgo para la estabilidad de las instituciones mdemocráticas en
Chile, que el desajuste entre la realidad socioeconómica, por un lado, y las
formas jurídicas, por otro” 7
Sin embargo, y lam entablem ente, no se da la m ism a claridad en otros
sectores progresistas o revolucionarios. Muchos de ellos dan la im presión
de e n tra r derrotados a la cancha, con visibles complejos de inferioridad,
debido a que sus enemigos se sienten “como peces en el agua” en la m araña
legal. Esta sensación de inferioridad no la compensan, como parecería lógi
co, subsanando su incompetencia, trabajando con más ahinco en este sec
tor, sino disparando verbalistam ente contra la institucionalidad. Es la acti
tud prim itiva del ser hum ano —tan gráfica en el niño— de destrozar aquel
artefacto sofisticado que no puede m anipular. Falta de esos sectores, enton
ces, la dosis m ínim a de convicción. La conciencia clara de la necesidad de
trab ajar con lo que existe y no con lo que debería existir.
Explicaciones o excusas las hay. Indudablem ente. Ahí está, fundam en
talm ente, una universidad de clase que forjó especialistas para servir los in
tereses de su clase. A hí están las propias colecciones de norm as jurídicas
elaboradas bajo la hegemonía burguesa, para institucionalizar su dom ina
ción (sin perjuicio de su dinám icidad natural, como se 1ra v isto ).
E n este campo es una realidad el que si bien podemos tener a los me
jores, en ningún caso tenemos a los más.
Por su parte, la falta de convicción anotada se traduce en escepticismo
y en omisiones. En lo que pudiera llamarse “trabajo lento” y que se con-
cretiza en el no ejercicio de todos los derechos que el ordenamiento vigente
—burgués y todo— brinda a la autoridad gubernam ental y al aparataje que
de ella depende. Y esto es grave, porque significa no sólo entrar derrotado
a la cancha, sino que ceder el terreno al adversario. La reflexión vulgar que
se da a este nivel es la que “no se saca pacía”.
—No se saca nada con querellarse, porque los tribunales van a absol
ver al querellado.
—No se saca nada con aplicar determ inadas medidas adm inistrativas,
porque la C ontraloría va a devolver el decreto.
—No se saca nada con enviar proyectos de ley de evidente aceptación
para las masas, porque la oposición los va a destrozar.
Si se analiza bien este tipo de motivación, podrá entenderse que por
encima del derrotismo, del escepticismo o del negativismo aflora u n a acti
tu d muy especial y m ucho más peligrosa: la desconfianza en la potencialidad
de las masas y en la capacidad propia para movilizarlas. En otras palabras,
aparece la actitud que más puede complacer a la reacción. La de im poner
su juego en el solo terreno de las superestructuras y —m iel sobre h o ju e la s-
contra un adversario que, psicológicamente, está program ado para rechazar
hasta las propias reglas que lo favorecen.
En este punto, no pudo ser más significativa la actitud de El Mercurio
cuando empezó a experim entar el rigor de la línea gubernam ental dirigida
a ejercer integralm ente los derechos que contem pla la ley civil y la ley
penal. En editorial del 2 de julio de 1972, después de explicar a su público
con cuanto estoicismo había soportado las amenazas, presiones, etc., del Go
bierno, se conduele por el perverso empleo de la táctica com unista de “per
seguirnos ante la justicia”. Así, cubre de cenizas sus cabellos debido a que
7 Id.
199
“la R am ona P arra” se querelló contra el diario porque “se dio por ofen
dida con una de nuestras noticias (“la inocente” noticia de que los jóvenes
comunistas se dedicaban a estrangular guaguas), y porque el M inisterio del
In terio r interpuso otras querellas sucesivas. Su clarividente com entario aco
ta que dicha “ofensiva judicial” tendría motivaciones extras: “Se trata so
bre todo de provocar comentarios desdoroso y tal vez de perjudicar a los
magistrados del Poder Judicial. .. Con estas querellas de puro signo per
secutorio el M inistro del Interior no debe lograr éxito, pero los inspirado
res de la nueva estrategia tal vez consigan hacer aparecer a los jueces como
adversarios del Gobierno en circunstancias de que su rol es ajeno al con
flicto que el Ejecutivo tiene con los periodistas”.
En térm inos claros y concisos, El Mercurio confesaba lo que algunos
izquierdistas no querían suponer. Esto es, que el ejercicio integral de sus
derechos, por parte del Gobierno, está llam ado a sacar por lo menos de
la im punidad m oral a quienes lo atacan con armas teóricam ente vedadas.
Que está llam ado a form ar conciencia pública sobre muchos problem as
que perm anecen cóm odam ente vigentes y ocultos, sobre la base ele la deja
ción. En buenas cuentas, el tem or al fin del veranito de la inactividad,
traduce el tem or a la opinión pública, y a la mayor movilización de masas
que dicha opinión puede engendrar.
EL FE T IC H ISM O DE LA LEY
'
200
que se destinó a las comisiones correspondientes, que pasó raudam ente
por las Cámaras del Congreso, y que culm inó con la publicación del texto
aprobado en El Diario Oficial.
M ucho más que eso, la nacionalización fue la culm inación de un vasto
trabajo de las vanguardias organizadas de nuestro pueblo, que consiguió
encarnar unánim em ente en todos las fuerzas patrióticas del país. En síntesis,
remachó un excelente trabajo de masas y con las masas, que obligó a ple
garse a ellas hasta a los defensores del im perialism o, a quienes no les que
dó otra vía que la de desprestigiar la gestión ulterior de los chilenos. Sin
considerar para nada, lógicamente, las condiciones reales de la nueva ad
m inistración nacional.
Del mismo modo, las masas deberían movilizarse y ser movilizadas por
los partidos de vanguardia para consolidar la liberación económica del
país en el terreno menos trascendental, pero de igual modo vital, de la
querella perm anente sobre la legalidad.
Sin embargo, si cuesta entender la verdadera naturaleza y funciones
de nuestro derecho en nuestro proceso, al nivel de los cuadros m ilitantes,
más cuesta al nivel del pueblo no m ilitante. Así, descartando los pequeños
sectores que siguen las consignas de lo que Garcés llam a “izquierda dastro-
fista”, u n a p arte im portante del pueblo no m ilitante delega —de hecho—
en los representantes populares la solución de los problem as de la superes
tru ctu ra jurídica.
Lo anterior se traduce en la misma antigua tendencia a esperar que
las leyes, elevadas a la categoría de fetiches, solucionen los problemas. A
esperarlo todo, o casi todo, de la dictación o de la derogación de una ley,
sin poner nada, o casi nada, de su parte. Esta tendencia que implica, como
decíamos, u n a ausencia de participación, es el otro ángulo de la parte fa
vorable de la historia de nuestra legalidad.
E n efecto, si aceptamos que en todo el derecho chileno es obra de la
burguesía, ya que está en parte desbordado por las conquistas populares
(factor p o sitivo), debemos aceptar, tam bién, que el camino de la legalidad
h a acostum brado a algunos sectores de nuestro pueblo a esperar demasiado
del puro juego institucional (factor negativo).
“N o com prendiendo a cabalidad que las conquistas dentro del juego
eran fruto de la acción de las masas organizadas, se sintieron tentados a
adjudicar al instrum ento las virtudes de la conducción” 8.
Esto, sumado a la falta de convicción en algunos sectores m ilitantes,
com pleta el cuadro analizado. El de la inferioridad psicológica frente a una
legalidad que en lo fundam ental —políticam ente hablando— favorece al
G obierno y el de la pasividad u om isión frente al empleo de todos los re
cursos que franquea el ordenam iento legal. Por ello es que hay que tener
muy en claro que no debe haber nada que se parezca a una opción entre
la lucha por la legalidad y la lucha de masas.
Luchando con las masas por una legalidad que garantiza el desarrollo
básico, institucional, de nuestro proceso revolucionario, se cum ple una la
bor revolucionaria. Es la única m anera de no capitular ante las dificultades.
U N NUEVO D ER EC H O PARA C H IL E
201
recho, está el problem a de cam biar las norm as y las instituciones de ese
derecho. Porque, aunque resulte m ajadero repetirlo, com batir en defensa
de la Constitución vigente no es com batir por la m antención de derecho
hegemónicam ente burgués, sino partir de la base más sólida para trans
formarlo.
Desde esta perspectiva, la continuidad norm ativa y el desencadenam ien
to del proceso que se ha producido sin que se quiebre, dem uestran que la
institucionalidad es lo suficientem ente flexible como para ser superada
desde adentro. Usando, para ello, las propias norm as genéticas del ordena
m iento global. A ctuando dentro de la correlación de fuerzas vigente, lu
chando por m ejorarla, sin olvidar que los sectores contrarrevolucionarios
pueden triunfar en sus tentativas de inducir a com portamientos jurídicos
aberrantes, y m anteniendo vigilancia sobre los factores de la sedición, puede
decirse que en Chile la destrucción del aparataje burgués ha adquirido una
connotación distinta.
Siendo claro que las relaciones socialistas de producción suponen una
legalidad cualitativam ente diferente, en la cual se invierta la proporcionali
dad negativo-positiva actual, debe ser claro, tam bién, que ese salto puede
ser canalizado en la huella del ordenam iento condenado a desaparecer.
Así como quedó demostrado, por la práctica, que no había “vías ú n i
cas” p ara acceder al gobierno, así debe entenderse que el salto cualitativo
al ordenam iento socialista no está sujeto a dogmas.
Con “la razón del derecho y la fuerza del G obierno”, como ha dicho
Allende, más la voluntad coincidente y actuante de quienes están por cam
bios significativos de un avance hacia formas de producción socialista, es
concebible u n a vía chilena hacia un nuevo derecho. U n derecho que insti
tucionalice la nueva relación de fuerzas, reconociendo la hegemonía de los
trabajadores; que establezca claram ente la dirección social de los sectores
decisivos o estratégicos en el campo de la economía; que siente las bases
de la propiedad socialista en la ciudad y en el campo; que im ponga las
normas relativas al desarrollo planificado de la economía nacional, enca
m inado a la construcción del socialismo y al increm ento del nivel de vida
de los trabajadores; que establezca la obligación, con incum plim iento san
cionado crim inalm ente, de defender las conquistas de los trabajadores
frente a los ataques de im perialismo y de sus agentes nativos, y que provea
al desarrollo de la solidaridad de los trabajadores de Chile con los de los
demás países del m undo.
Q ue esto se transform e en una utopía o en una realidad, es algo que
depende de la calidad y cantidad de trabajo de las fuerzas revolucionarias
consecuentes. De la mayor o m enor com prensión hacia la necesidad de am
pliar la plataform a social de apoyo al Cobierno, sobre la base del interés
de las clases o capas trabajadoras. De la m ejor o peor labor en los centros
de trabajo, en lá lucha por increm entar la productividad y la producción.
Del más alto o más bajo grado de participación de los trabajadores en la
gestión de sus empresas. De la correcta o incorrecta com prensión del fenó
meno cultural, traducido fundam entalm ente en la actividad a través de los
medios de comunicación.
En todo caso, resulta innegable que nuestro pueblo, ubicado en el centro
de esta coyuntura histórica, está plenam ente capacitado para consolidar
su victoria. A ctuando unido, en el interés de su p atria y de la clase, puede
institucionalizar septiembre, arrebatando para siempre a sus enemigos la
im portante arm a de la legalidad.
Julio de 1972
202
H acia una nueva conceptualización jurídica
E duardo N o vo a M o nreál
1. IN T R O D U C C IO N
El socialismo gana terreno en todos los campos y en todos los frentes. Abier
tam ente en unos, subrepticia o sutilm ente en otros. En el curso de pocos
años hemos visto cómo se introduce en el lenguaje pontifical y cómo se
le da entrada en la fraseología de partidos que nacieron como puram ente
reformistas, esto es, cuya finalidad original era com batirlo.
Con el térm ino no aludimos solamente al socialismo más característico
y definido, que lo es el m arxista, sino tam bién a toda idea conscientem ente
opuesta al individualism o como concepción destinada a explicar y orientar
la estructura de una sociedad y que pugne por establecer en la vida social
el criterio de que las manifestaciones del poder público han de estar ins
piradas en las exigencias del bien colectivo, aun cuando ello im ponga o
suponga el sacrificio de intereses individuales o de grupos m inoritarios.
P ara el hom bre de derecho que observa este fenómeno resulta desolador
observar que, m ientras el socialismo sube de nivel y lo alcanza e im pregna
todo gradualm ente, para la convivencia política, económica y social persis
ten casi intocados en el terreno jurídico los mismos conceptos, las mismas
instituciones e idénticas formulaciones de principios jurídicos que los que
regían cuando el individualism o im peraba a sus anchas, a mediados del
siglo pasado. Porque el hecho real, que la experiencia nos muestra, es que
el Derecho perm anece aferrado a sus viejos moldes y que lo que de él se
presenta como avance son, en la m ayor parte de los casos, reform ulaciones
de añejos moldes, que m iran más lo formal y a lo accidental que a su fon
do y a la esencia de sus instituciones y conceptos.
Con justísim a razón, por consiguiente, se tiene al Derecho como una
disciplina que m odela m entes conservadoras, que resisten la revisión de sus
esquemas tradicionales y que procuran m antener y aun proyectar hacia el
futuro cánones que ya hicieron época, incapaces de satisfacer las tendencias
sociales de hoy ni, m ucho menos, las verdaderas necesidades de los pueblos.
El generalizado conocim iento del efecto socialmente paralizador que
ejerce el Derecho que oficialm ente se formula, se aplica y se enseña, lleva
a los revolucionarios a abom inar de él como ciencia y como técnica, pues
no logran encontrar allí otra cosa que un conjunto caprichoso y empírico de
reglas sociales destinadas a perpetuar un orden injusto, revestido de una fra
seología rim bom bante en la que se mezclan hábilm ente términos como “li
b ertad ”, “Orden”, “respeto m u tu o ” y tantos otros, para sim plem ente consa
203
grar la explotación de los más por un grupo reducido. Si a esto se agrega
que ellos lo conciben teóricam ente como un simple reflejo de las relaciones
concretas de producción que se dan en una sociedad determ inada, destinado
a desaparecer en la fase superior del desarrollo social, y que de hecho, en
los países en que se ha im puesto un auténtico socialismo, lo aplican como
una m era “legalidad socialista”, conjunto práctico de normas obligatorias
destinadas a que la clase trabajadora conserve el poder, com bata la contra
revolución y consiga afianzar y desarrollar el socialismo, podrá entenderse
claram ente la conclusión. Esta no es otra que el Derecho carece de autono
mía, que su contenido es puram ente empírico y determ inado por las circuns
tancias históricas y que carece enteram ente de principios generales que valga
la pena analizar o estudiar.
De allí que en el campo m arxista el Derecho quede reducido a una
condición dism inuida, que no preocupe casi a nadie y que muy pocos se
ocupen de estudiarlo o le reconozcan algún valor técnico. De altura cientí
fica, ni siquiera hablar.
No postulamos que el Derecho pueda ser un agente im portante de
transformaciones sociales; mucho menos que puede convertirse en arm a re
volucionaria. Pero pensamos que es un error del marxismo, que ya empieza
a percibirse y que ojalá se corrija, esta prescindencia de un instrum ento de
organización social —no creemos que sea más que eso —valioso para im plan
tar una sociedad socialista y para encauzarla hasta que se alcance la etapa,
bastante lejana, de una sociedad sin Estado y sin Derecho.
Las líneas que siguen intentan dem ostrar que cuando se quiere y se sa
be utilizar el Derecho, éste puede ser empleado con ventaja dentro de una
sociedad socialista. Y si la demostración fracasara, siempre quedará el caso
de países como el nuestro, dentro del cual, en las circunstancias históricas
presentes, no es posible concebir una organización social por avanzada que
ella sea, que no se asiente en principios de Derecho.
Razones de lim itación de espacio nos fuerzan a esbozar en apretado es
quem a lo que podría ser una nueva conceptualización jurídica para una so
ciedad socialista o en vías de alcanzar el socialismo. Poco podremos hacer
fuera de enunciar sim plemente las ideas, que en alguna otra oportunidad
podrán alcanzar más pleno desarrollo. Vamos a desplegar, por consiguiente,
en rápida revista, que a algunos podría parecer superficial, una parte del
vasto catálogo de conceptos, instituciones y principios jurídicos que son apro
piados para una sociedad dispuesta a abandonar el Derecho caduco, hasta
ahora tenido por el único Derecho no solamente por sus sumos sacerdotes
tradicionales, sino tam bién por los revolucionarios.
La tarea la acometemos bien huérfanos de aportes ajenos que pudieran
ayudarnos en ella o darnos esa confianza y seguridad que se adquiere al
transitar por caminos que otros recorrieron antes. Porque la verdad es que
no conocemos —y de antem ano pedimos excusas por nuestra ignorancia en
el caso de que ellas existan —verdaderas teorías generales jurídicas aptas pa
ra los países que quieren vivir un socialismo.
2. PLAN
El concepto es el medio por el que el conocimiento resume en ideas cada
vez más profundas lo que ha llegado a aprehender. T iene por objeto deli
m itar m entalm ente los objetos centrales que nos interesan dentro de un
ám bito determ inado. M ediante él se obtiene un conocim iento más acabado,
aun cuando en forma abstracta, ele la realidad, precisando las notas esen
ciales y diferenciales de los objetos que la componen.
204
U na ciencia que cambia, especialmente si es una ciencia social que se
adapta a realidades nuevas o interpretadas en form a más verdadera, como
e'_ Derecho, debe crear nuevas conceptualizaciones que reem placen las an
tiguas.
Para alcanzar la nueva conceptualización necesaria es posible usar de
. entes métodos, con predom inio natural, puesto que se trata de ciencias
- vía ¡es, del m étodo inductivo y experim ental.
Sin embargo, no puede excluirse, a priori, un m étodo puram ente de-
—ctivo, como el que empleamos hace algunos años, siempre que tengamos
siempre en vista su confrontación perm anente con la realidad social. Y por
tratarse, en el caso del Derecho, de una disciplina que tiene aspectos im por
tantes de abstracción, podrá ser ú til tam bién una combinación de ambos
métodos.
En nuestro trabajo La Renovación del Derecho, publicado en 1968, in
currimos en el error de intentar agotar el estudio de los cambios que deben
sobrevenir en un Derecho puesto al servicio de un ideal socialista, usando
únicam ente del m étodo deductivo. Si bien el procedim iento nos perm itió
captar algunos aspectos de los cambios necesarios, quedamos tan sólo en el
plano de lo discursivo y abstracto, sin tom ar el necesario y vivificante con
tacto con la realidad.
En esa oportunidad nuestro plan se redujo a esquematizar m entalm ente
los aspectos en que el individualism o lia encauzado al Derecho vigente para,
m ediante una simple operación m ental, poner al revés todos esos aspectos,
al igual que alguien vira un guante volviendo su superficie interior al ex
terior y viceversa. Obtuvimos algunos resultados, escasos pero im portantes,
que no vacilamos en aprovechar ahora. Pero frente a toda la problem ática
de un Derecho Nuevo, m anifiestam ente quedamos cortos, por error de un
correcto enfoque.
No imaginamos, por cierto, haber alcanzado tampoco ahora el deside
rátum , pero pensamos que, desde aquel trabajo, estamos en condiciones de
aum entar los conceptos jurídicos que debieran estar en la base de un nuevo
Derecho.
Será por razones lógicas que comenzaremos por los conceptos que indi
camos en el trabajo m encionado, pensando que es lo propio ir de lo abs
tracto a lo concreto.
3. LOS P R IN C IP IO S GENERALES
205
constitucional, que es donde debiera estar por su trascendencia a todo el
sistema, ni en la legislación común.
Pese a las sucesivas reformas constitucionales que han tendido a desta
car en alguna forma el predom inio del interés general sobre el particular,
especialmente las ele los años 1967, 1970 y 1971, ninguna se ha ocupado de
afirm ar, en form a general e inequívoca, que los intereses privados solamen
te pueden hacerse valer cuando no se hallan en pugna con los colectivos.
Es cierto que en todas esas reformas se encuentran preceptos que se inspi
ran en una regla como aquella cuya omisión anotamos; pero una cosa es
aplicarla en casos concretos o hacer a ella una referencia im plícita y muy
otra, darle expresa y enfática cabida, que es una necesidad im postergable
para que empiece a virar en redondo la herm enéutica legal y el criterio con
que los tribunales, adoradores del pasado, aplican la ley.
La “función social” de la propiedad, acogida recién en 1967 por el cons
tituyente chileno; la nacionalización y reserva al Estado del dom inio ex
clusivo de recursos naturales y bienes de producción, introducidas en una
p arte en 1967 y en otra en 1971; la regulación de indemnización en caso
de expropiación, hecha en forma “equitativa” y “tom ando en consideración
los intereses de la colectividad y de los expropiados”, provenientes de la
reform a de 1967; la fijación del avalúo fiscal para el caso de expropiación
de predios rústicos, introducida en la misma reform a; la nacionalización
de la gran m inería y bases para fijación de su indem nización considerando
los costos originales, deducidas las amortizaciones y castigos y con posibi
lidad de deducir rentabilidades excesivas, fruto de la reform a de 1971, son,
todas, manifestaciones clel principio que reclamamos. Pero éste mismo,
form ulado en térm inos amplios y generales, de m anera afirmativa, como
lo reclamaifios, aún no figura en la legislación chilena.
La otra deducción obtenida por vía puram ente especulativa fue que,
si un derecho individualista ponía particular acento en la“ afirm ación de
los “derechos” de los individuos, lanzando a los exégetas y jurisperitos a
una torrencial producción de teorías sobre ellos y sobre su efecto para p ro
teger a los individuos, un derecho inspirado por el socialismo había de
m arcar la im portancia de los “deberes” de los ciudadanos. Así como exis
ten muchas, históricas y colmadas de consecuencias jurídicas Declaraciones
de Derechos, era preciso enunciar una Declaración de los Deberes de los
individuos y esos deberes habían de ser considerados a la luz de las obli
gaciones que los hom bres tienen para con la colectividad dentro de la cual
viven y a la cual tanto deben.
Anotábamos, entonces, que la más reciente de las declaraciones de
derechos hum anos, la de las Naciones Unidas de 10 de diciem bre de 1948,
debió ser seguida de otra análoga en que se consignaran las obligaciones
jurídicas que pesan sobre los miembros de una com unidad hum ana en re
lación con ésta. T am bién señalábamos que en las Constituciones de muchos
Estados socialistas se empiezan a enunciar esas obligaciones, entre las que
se cuentan principalm ente las de acatar la disciplina de trabajo, salvaguar-
diar la propiedad colectiva, cum plir honradam ente los deberes sociales,
asegurar la defensa de la patria, aceptar las funciones no ren u n era d as exi
gidas por el bien general, etc. Destacábamos asimismo que el prim er deber
debía ser el de rendir en trabajo y creatividad lo más posible, conforme a
la capacidad de cada cual y que éste se incluía ya en la Constitución Che
coslovaca de 1960.
Hay que convenir que esas disposiciones legales nos parecen aún em
brionarias, tanto en su form ulación como en la extensión y naturaleza de
los deberes que consignan, pero no puede reprocharse que al cabo de po-
206
eos años no haya alcanzado el-desenvolvim iento teórico de un Derecho so
cialista el altísimo grado de culm inación al que fue capaz de llegar desde
un punto de vista puram ente técnico el Derecho individualista en casi dos
siglos.
Debe recordarse, sin embargo, que en la legislación chilena tam bién es
tán ausentes disposiciones de esta clase. Se regulan, como corresponde a un
sistema legal individualista, en form a minuciosa los derechos y las garantías
de los ciudadanos, pero para nada se nom bran las obligaciones que éstos
tienen para con la com unidad. No aparecen en la ley chilena otras obliga
ciones que las derivadas de los actos privados, en cuanto ellas generan obli
gaciones de índole personal, de individuo a individuo. Las escasísimas refe
rencias que encontram os a una obligación de contribuir al sostenimiento
del Estado, figuran, apenas, como meras limitaciones a los derechos y ga
rantías de los particulares.
Visto está que fue magro el resultado obtenido m ediante la pura deducción
jurídica. Vamos ahora al extrem o opuesto y m ediante examen de los hechos
sociales intentem os inducir algunas conclusiones que deriven en conceptos
jurídicos nuevos.
M ientras más acepta el Estado actual una misión socialista, más forza
do se ve a tom ar a su cargo funciones que para el individualism o eran pro
pias y exclusivas de los particulares. Servicios de utilidad pública, como los
transportes; industrias necesarias para el abastecimiento general de produc
tos ue prim era necesidad; m anufacturas fundam entales para la economía
nacionai; explotaciones de los recursos naturales básicos del país; produc
ciones de im portancia preem inente para la vida social y cultural; etc., figu
ran entre aquello que va cayendo dentro de lo que el Estado estim a su mi
sión al servicio de- la colectividad. Eso significa un crecimiento enorme de
los organismos del Estado y una necesidad de darles una nueva estructura,
com patible con un buen desempeño en las m últiples tareas nuevas que
asume.
Uno de los medios encontrados para hacer frente a tan gran increm en
to de funciones en la form a más eficiente y con el mayor orden, consiste
en la creación de entidades públicas nuevas encargadas de cada una de esas
nuevas tareas. Van surgiendo así empresas estatales de distribución de pro
ductos, de producción de riquezas naturales, de siderurgia e industria pe
sada, y tantas otras.
Esto im porta que el Estado se diversifica en su presentación jurídica,
puesto que va adquiriendo formas y figuras muy variadas, todas ellas ten
dientes a darle la debida flexibilidad y soltura en el m anejo de negocios
que, en muchos aspeetqs por ahora, se parecen a los negocios de los p a rti
culares. Ello origina el nacim iento de numerosos entes estatales autónomos,
dotados de patrim onio y de personalidad jurídica propios, que empiezan
a actuar en el campo jurídico como separados del Estado, no obstante, que,
en el fondo, son una emanación de él y no pueden concebirse aisladamente.
Ju n to al Estado, como órgano central con todas sus características tra
dicionales, brotan estos entes que, esencialmente form an parte de él, pero
que para fines prácticos, de autonom ía de dirección, de patrim onio afecta
do a ú n fin determ inado, de evitar las restricciones a que están sometidos
norm alm ente los servicios estatales, parecen tener una existencia jurídica
independiente. Y la tienen n todo lo concerniente a su gestión, al punto
que no h ab ría inconveniente para que contrataran con el Estado
207
mismo; pero en el fondo, no son sino u n a máscara (personae) que el Estado
toma para aligerar algunos im pedim entos que pesan sobre él, conforme a
las normas tradicionales.
Con ello está dicho que el nacim iento y existencia de estos entes autó
nomos es propio de un período de transición hacia el socialismo y que,
cuando se haya estudiado cabalm ente la estructuración que corresponde al
Estado socialista, debieran desaparecer para integrarse en un Estado orgá
nicam ente constituido, en el que las funciones hasta ahora a cargo de p ar
ticulares que haya de asum ir serán declaradas abiertam ente como estatales,
y no, como ahora ocurre, en que en form a casi vergonzante, se les entrega
a empresas que im presionan como que quisieran disim ular que son estata
les. T a l es el caso, entre nosotros, de la Empresa de Comercio Agrícola, de
la Empresa D istribuidora Nacional, de las Empresas Estatales del Cobre, de
la Com pañía de Acero del Pacífico y de tantas otras.
Todo lo que ahora conocemos como el “área social”, tendría que tener
inserción en este punto. Y tam bién lo que concierne al “área m ixta”. Si es
la colectividad toda la que toma a su cargo medios de producción y de ser
vicios de interés general, será un Estado concebido con nueva estructura el
que asum irá francam ente estas tareas, como una de las propias del órgano
encargado de dirigir autoritativam ente a toda la com unidad nacional.
Tenemos, por consiguiente, dos conceptos nuevos: uno prim ero de tran
sición, del Estado polifacético en el que ju n to a la estructura maciza del
Estado tradicional aparece la proliferación de pequeños entes creados por él
y destinados a atender tareas que él estima que deben estar a su cargo, pero
que por el m om ento se atribuyen a estos organismos adjuntos, que con muy
variadas denominaciones jurídicas van naciendo en todos los países. O tro
definitivo, un Estado concebido de acuerdo con principios socialistas en que
dentro de sus funciones propias está tam bién la dirección, gestión y dom inio
de los grandes medios de producción social.
5. LA DEFENSA C O N T R A EL B U R O C R A TISM O
208
desempeño de los encargados dé la atención del servicio público, pasa a ser,
en el últim o caso, cuestión vital para el éxito del sistema. Ju n to a ellos, un
sistema de sanciones expeditas y los expedientes legales adecuados para que
los beneficios ilícitam ente obtenidos por el m al funcionario retornen en for
ma expedita al patrim onio social, son igualm ente indispensables.
Dos instituciones, nacidas en el Estado tradicional, pero una de ellas
muy desarrollada en el Estado socialista, pueden m encionarse aquí. Ellas
son: la P rocuraduría G eneral de la Nación, como organismo nacional, jerá r
quicam ente organizado, dotado de bastante autonom ía, im plem entado con
todos los medios necesarios a su m ejor desempeño, destinado a velar por el
cum plim iento de la legalidad socialista en todos los ámbitos de la vida na
cional, pero preferentem ente, por la im portancia tan grande que adquiere,
en el campo del desempeño correcto de las funciones públicas y del cabal
cum plim iento de su función prim era, que lo es el servicio de todos los ciu
dadanos. La otra es el “om budsm and” de origen sueco y difundido ya no
solamente en los países escandinavos, sino tam bién en Nueva Zelandia, In
glaterra y otros países, como ciudadanos encargados de controlar los actos
de 'adm inistración del Estado en defensa ele los demás ciudadanos, con pode
res jurídicos amplios para realizar por sí mismos actos de fiscalización en
cualquier organismo estatal o para recibir de los particulares u otros fun
cionarios reclamaciones que im pugnan decisiones y actos adm inistrativos que
lesionan la ley o los deberes de los denunciados.
Es posible que la institución del “om budsm and” tenga características
más apropiadas que la otra organización, de índole estatal y que correría
el riesgo de burocratizarse a su vez, como es la Procuraduría G eneral de la
Nación, pues en aquélla son ciudadanos caracterizados por sus condiciones
morales, sociales y de carácter los que son designados, por el Parlam ento o
por otras autoridades públicas, para que realicen esta m oderna función de
“tribunos de la plebe”. Esto, por una parte, asegura una mayor participa
ción del pueblo en la función y, por la otra, evita la tentación al burocra
tismo de quienes la desempeñen.
14.—CEREN 209
satisfacer los gastos del Estado. En lugar de continuar aplicando tributos a
las empresas del área social o estatizadas, un poco como olvidando que su
condición jurídica ha variado sustancialmente, pues son ahora del Estado
mismo, este Estado socialista debe organizar sus entradas, tam bién las que
provienen de estas nuevas actividades económicas que toma a su cargo bajo
el nom bre de las empresas nom bradas, a fin de reu n ir lo necesario para cu
b rir sus gastos. Esto im pone un nuevo sistema de obtener recursos y de
contabilizarlos y supone, por ende, la creación de conceptos nuevos en m a
teria de financiam iento fiscal.
La idea misma del lucro, desterrada de un sistema socialista, hará que
el térm ino mismo “utilidades” caiga en desuso y que se hable más bien de
“excedentes” para designar al saldo líquido que arrojen las empresas esta
tales después de deducidos los costos necesarios para producirlas. Y de estos
excedentes será que han de salir, en la parte que una política financiera y
económica bien planificada establezca, la parte que deberá pasar al Estado
para ayudarlo a cubrir sus gastos propios y la que habrá de ser capitalizada
para la respectiva industria.
U na de las más grandes dificultades que ofrece el sistema legal que im pera
entre nosotros es el de su falta total de adaptabilidad a las cambiantes cir
cunstancias de la vida social.
La dictación de las leyes ha sido concebida, desde tiempos en que las
sociedades y sus costumbres eran más o menos estables y perduraban por
años, conforme a reglas que procuran evitar que se adopten medidas no su
ficientem ente m editadas, para lo cual disponen varias revisiones de los pro
yectos antes de que se transform en en ley. El bicameralismo es típico en este
sentido. Con los trám ites previstos en nuestra Constitución, no puede pen
sarse, en térm inos ordinarios, en una ley cuya tram itación dure menos de
cinco o seis meses. Son extrem adam ente raras las leyes que duran menos y
casi todas duran muchísimo más. Además, las leyes se dictan para el futuro,
en form a indefinida, salvo escasas situaciones en que se dictan para un
período daclo.
Todo esto pudo estar muy bien para sociedades que alguien h a llam ado
“sociedades en reposo”. Pero en los momentos actuales, difícilm ente podrían
encontrarse países en los cuales no se estuvieran produciendo cambios y
transform aciones constantes en todos los planos, culturales, científicos, socia
les, económicos, políticos, etc. A estas sociedades cambiantes no les son apro
piadas estas legislaciones que intentan fijar por períodos más o menos dura
deros las reglas conforme a las cuales deben obrar sus miembros. Y cuando
se trata de codificaciones, por su naturaleza destinadas a regir por decenas
de años, cuando no por siglos, el problem a se destaca aún más.
Es ésta, en últim o térm ino, la razón por la cual en Chile el núm ero
de leyes dictadas aum enta paradójicam ente en proporción geométrica, a me
dida que pasan los años, en form a que ya nadie puede conocer toda la legis
lación y, ni siquiera, saber con certeza qué parte de ella está vigente y cuál
ha sido derogada. Se trata de que el legislador, consciente a medias de que
la dinám ica social se le escapa de las manos, porque no tiene posibilidades,
conforme a los antiguos esquemas, de sustituir la legislación existente por
otra más adecuada a los tiempos, intenta, en forma desordenada y asistemá-
tica, poner parches en todos los puntos que le parecen más urgentes. Pero
estos puntos aum entan día a día y la capacidad legislativa no da abasto.
210
Viene, entonces, la dictación de leyes de toda clase, sin orden ni concierto,
al sabor del grupo legislativo que tenga mayores posibilidades de im poner
su criterio o del grupo de presión que sepa hacer valer m ejor sus exigencias
y caemos en la m araña legislativa en la que estamos sumidos. R esulta fran
camente sarcástico denom inar, como lo hacemos en teoría del Derecho, “o r
denam iento jurídico positivo” a este descomunal desorden de leyes.
Si la realidad nos dice que vivimos en una sociedad muy fluida en
cuanto a sus proyectos sociales, a sus costumbres y a sus necesidades, lo lógico
sería introducir un sistema legal simple, escueto, conciso y fácilmente modi-
ficable conforme a las exigencias sociales. La flexibilidad y sim plicidad de
las norm as jurídicas debiera ser, por consiguiente, una m eta muy decidida
m ente buscada dentro de una sociedad en proceso de cambios. C ontradicto
riam ente, sin embargo, tenemos cada vez una legislación más profusa y desor
denada. Ello podría ser una buena demostración de que las instituciones
jurídicas que nos rigen no están al servicio del hom bre y de la sociedad,
sino que continúan con la inercia de épocas ya pasadas, y llegan a consti
tuirse en un lastre social pesadísimo.
N ada más lejos que esta legislación abrum adora, im penetrable, laberín
tica, despegada de las vivencias y del conocim iento del hom bre común, de
lo que habría dé ser una legalidad socialista destinada a la liberación del
hom bre y a la superación de las estructuras capitalistas. D entro de aquéllas,
por su confusión e incoherencia, pueden encontrarse norm as de todas clases,
especialmente de índole inesperada, que perm iten frustrar cualquier intento
de organización racional de una política de bien colectivo en el país.
Pero, finalm ente, hay tam bién la posibilidad de que la nueva conceptuali-
zación jurídica se examine con ayuda sim ultánea de los métodos inductivo
y deductivo, tanto aprovechando las observaciones del acontecer social, como
aplicándole los principios que se deducen de algunas ideas jurídicas que no
pierden su vigencia ante los nuevos requerim ientos.
D entro de este orden de reflexiones, estimamos de interés situar ante
nuestra consideración u n problem a que se arrastra del viejo Derecho indi
vidualista.
Deriva él de la form a tan desigual como han ido penetrando entre los
cultores del Derecho algunas ideas más progresistas. No existen casi, hoy día,
quienes nieguen, por ejemplo, la función social de la propiedad, vale decir
que éste es un derecho real para su dueño, pero que está sujeta a lim ita
ciones en cuanto lo exigen los intereses generales del Estado y el bien del
com ún de los demás ciudadanos. Pero esta idea, que im porta la relativiza-
ción de los derechos subjetivos, ya de am plia aceptación, no ha sido tras
pasada, en todos sus alcances, a otras esferas de lo jurídico, como podría ser,
por ejemplo, el derecho privado de las obligaciones.
La idea tradicional de que los contratos son leyes para las partes, que
éstas no pueden dejar sin efecto por su voluntad unilateral, una vez cele
brados legalmente, se transform a, sin más, en la afirmación de la absoluta
intangibilidad de los contratos celebrados, al eco clel aforismo latino “pacta
sunt servanda”.
Algunos, procurando introducir en el derecho de las obligaciones algu
nos elementos nuevos, pero sin salir del marco básico tradicional, han ¡le
gado hasta a afirm ar que las exigencias sociales m odernas im ponen que haya
de entenderse que actualm ente en todo contrato, aparte de los contratantes,
211
está incorporado tam bién, como parte de él, el Estado en calidad de repre
sentante del bien común. Esto haría que las jDartes no fueran plenam ente
libres para llevar adelante obligaciones que fueran o se tornaran contrarias
al interés general.
Es notorio que esta tesis del Estado o del bien común como tercer fac
tor de un contrato de derecho privado agregado a la intervención de ambas
partes contratantes, intenta resolver una dificultad sin salir del campo que
precisamente está produciéndola. En efecto, procura dar una solución que
m antenga al contrato dentro de la noción privatista de que solamente quie
nes intervienen en él pueden hacer valer derechos relativos a los vínculos
jurídicos que de él em anan. Para esto incorpora ficticiam ente al Estado o
al derecho de la colectividad en el contrato mismo, que finalm ente no es
sino una convención en que dos o más personas acuerdan someterse a vincu
laciones de orden patrim onial que les interesan particularm ente.
Fuera de que la fórm ula trastorna absolutam ente la concepción misma
de contrato, como m ateria propia de decisiones de individuos que libre y
voluntariam ente desean someterse a determ inadas obligaciones entre ellos,
al d ar por supuesta una intervención que de hecho no se ha producido y al
conferir derechos a quien permaneció ajeno a su celebración; es obvio que
ella no perm ite resolver el problem a en forma lógica. Porque de lo que se
trata es, justam ente, de si dos o más personas particulares que han cele
brado entre ellas un cierto acuerdo con alcance jurídico, reconocido como
sólido por la ley, están facultadas para m antener o invocar en sus relaciones
con los demás sujetos los derechos que em anen de su relación privada, no
obstante que ésta llegue a constituirse en un obstáculo o en un daño para
los intereses generales.
Si el contrato privado, al igual que el dom inio, tiene su origen en la
necesidad de que el Derecho conceda protección al individuo, perm itién
dole convenir con otros la concertación de acuerdos de índole patrim onial
que puedan ser favorables a sus intereses, al igual que le perm ite adquirir
los bienes que necesite para su vida y su desarrollo como ser hum ano, pa
rece m anifiesto que aquél, em anado de la “libertad contractual”, no tiene
por qué escapar a las reglas que se han dado para éste y que im portan la
sumisión del derecho real de dom inio a los intereses generales. La autono
m ía de la voluntad no es algo, por consiguiente, absolutam ente ajeno a toda
limitación, sino una facultad que debe encauzarse, en cuanto generadora de
derechos personales que se incorporan al patrim onio privado, por marcos
semejantes a los que operan sobre los derechos reales.'
Cierto es que aun las leyes tradicionales, infiltradas de individualismo,
adm iten vallas a la libertad contractual, declarando que ella no puede ir
más allá de los principios de orden público, de las buenas costumbres, ni
contravenir la ley. Pero esto sucede en relación con las circunstancias exis
tentes al m om ento de su celebración y la dificultad nace precisam ente cuan
do se ha celebrado un contrato que en sus inicios no pugnaba en contra de
estos límites, pero que después llega a convertirse en atentatorio ele los inte
reses generales. La idea tradicional es que, habiéndose celebrado conforme
a la ley, queda convertido en norm a obligatoria p ara las partes, que éstas
no pueden quebrantar y que los demás no pueden im pugnar. La única so
lución tradicionalm ente admisible sería una expropiación de los derechos
personales emanados del contrato por causa de utilidad pública, que obli
garía a pagar a las partes privadas de esos derechos una indem nización que
les com pensara lo que pecuniariam ente les significaba la m antención del
contrato. Lo que, de esta m anera, significa sostener la intangibiliclael abso
lu ta de un contrato que pugna en contra del interés general, desde que no
m
puede ser desconocido sino al precio de una compensación a los contratan
tes, que será de cargo del Estado.
Lo anterior nos conduce necesariamente a concluir que así como los
derechos de m ayor jerarquía, que son los reales, adm iten limitaciones en
favor del interés general, con mayor razón han de adm itirlo los derechos
personales; de lo que se sigue que la intangibilidad de los contratos no es
absoluta y que, después de su celebración conforme a la ley, podrían ser
desconocidos por razones de interés general que hayan llegado a producirse
y que los pongan en contradicción con este interés.
Esto im porta dejar establecido que la libertad contractual, al igual que
el derecho de dom inio, no puede ser opuesta en contra de los intereses ge
nerales y que los derechos y obligaciones personales emanados de fuente
contractual son intangibles solamente en cuanto no se opongan a esos inte
reses.
9. EL C O N C E PTO DE RESPONSABILIDAD
213
d iante acciones prohibidas por las leyes; en el Derecho socialista se espera
que cada com ponente del cuerpo social esté dispuesto a vivir de m anera que
su actividad sea fuente de bienestar, cooperación y creatividad en beneficio
común. Y esto deriva de que hay deberes jurídicam ente exigibles que pesan
sobre los individuos. Esta consecuencia se aplica a todos los órdenes de res
ponsabilidades dentro de un Derecho socialista. Por consiguiente, rige con
las responsabilidades penales (lo que significa un aum ento de los tipos pu
nitivos de peligro, de omisión y m eram ente culposos), adm inistrativas, labo
rales, y sim plemente civiles.
214
su poder y a su disposición, bajo su plena soberanía, riquezas y recursos n a
turales de tan ta im portancia para su libre determ inación, se está entendien
do que se trata de Estados débiles desde el punto de vista político o econó
mico p o r lo que no podría exigírseles una compensación integral a los deten
tadores anteriores, ya que una exigencia de esta clase convertiría en ilusoria
la facultad de recuperación por parte del Estado. Por consiguiente, se habla,
en el caso de nacionalización, de una compensación o una indem nización
“adecuada”, que significa un pago que guarde relación con las posibilidades
económicas del Estado que hace valer sus derechos soberanos y con las cir
cunstancias y condiciones en que la utilización o explotación de los recursos
y riquezas estuvo en manos de los particulares.
Así se explica que en la historia internacional de tantas nacionalizacio
nes producidas en el curso de los últim os treinta años, no solamente en paí
ses socialistas sino tam bién en naciones como Francia, Inglaterra y otras que
se pliegan abiertam ente a las tradiciones occidentales y al neocapitalismo,
ha habido compensaciones por la m itad del valor real ele los bienes nacio
nalizados y tam bién de porcentajes muy inferiores a ese cincuenta por ciento.
Este concepto nuevo de nacionalización constituye una verdadera cul
m inación del principio que consagrábamos en las páginas iniciales de este
trabajo, sobre subordinación de los intereses particulares a los intereses ge
nerales de la colectividad. A unque pudieran existir algunas razones para
explicar o incluso fundam entar un derecho de los particulares sobre los bie
nes que pueden ser objeto de nacionalización, el derecho del Estado a n a
cionalizar y los pagos que éste haga con este fin, deberán examinarse con
entera subordinación a las exigencias generales y hasta con sacrificio de los
intereses individuales, si ello es necesario.
215
D urante el período corrido del Presidente Allende, la situación política
de falta de apoyo de una mayoría parlam entaria le ha im pedido llevar ade
lante leyes que hubieran expresado un contenido nuevo, propio de una po
sición socialista o que tiende hacia el socialismo.
Sin embargo, excepcionalmente, y por circunstancias políticas muy es
peciales que no es el caso de explicar aquí, el Presidente A llende pudo ob
tener la aprobación unánim e de una ley que, pese a las alteraciones que le
in tro d ujo la mayoría parlam entaria, conserva mucho de sus características
de ley concebida y redactada con arreglo a los nuevos conceptos que aquí
se exponen. Se trata de la ley N 1? 17.450, de 15 de julio de 1971, sobre refor
ma constitucional para la nacionalización del cobre, que nos parece ú til co
m entar, como una verificación experim ental de las ideas que hemos estado
sustentando.
La ley referida introduce reformas perm anentes dentro de la C onstitu
ción Política para afirm ar el absoluto dom inio del Estado sobre toda la ri
queza m inera existente en el suelo nacional, sin perjuicio de que él otorgue
concesiones a los particulares que quieran explotarla; introduce por prim era
vez en la legislación chilena el concepto de “nacionalización”, al indicar que
ella cabrá respecto de los recursos naturales, bienes de producción y otros
que sean de im portancia preem inente para la vida económica, social y cul
tural del país; establece normas especiales para la nacionalización de la gran
m inería, fijando principios enteram ente nuevos en m ateria de regulación de
la indemnización; perm ite desconocer sin pago de indem nización los llam a
dos “contratos-leyes”. En disposiciones transitorias que incorpora a la Cons
titución, dicha ley ordena la nacionalización total y com pleta de la gran m i
nería del cobre, incluida la Com pañía M inera Andina.
Analicemos por separado, aunque muy brevem ente, esta reform a cons
titucional, por su valor ya dicho de ser una auténtica expresión de nuevo
Derecho.
216
tado y no a los particulares, lqs cuales no podían obtener sobre ellas otros
derechos que los que el mismo Estado les concediera en forma tem poral.
De esta afirmación resulta una consecuencia trascendente, que es que,
en cualquiera oportunidad en que sea menester nacionalizar o expropiar ex
plotaciones mineras, no hay lugar a pago de indem nización alguna por los
yacimientos mismos. Este punto, del cual hizo aplicación la misma reform a
constitucional al tratar específicamente de la nacionalización de la gran m i
nería del cobre, adquiere, pues, una im portancia práctica considerable.
217
criterio clasista queda dem ostrado tan sólo con estas decisiones, la m edida
adoptada con estos particulares beneficiados pesaba más que el interés ge
neral.
La reform a constitucional declara en forma expresa que estos contratos
podrán ser modificados o extinguidos por la ley cuando lo exija el interés
general, pese a que por ley se hubiera asegurado antes su m antención a los
particulares.
La discusión de este punto en el Congreso sirve para exhibir el criterio
con que los diversos partidos políticos aprecian esta clase de normas. Los
miem bros del P artido Nacional defendieron a todo trance la validez y la
subsistencia de estos llamados “contratos-leyes”, en la com pañía del ala de
recha del P artido Demócrata Cristiano. El profesor de Derecho Constitucio
nal A lejandro Silva Bascuñán, de este últim o partido, rasgó sus vestiduras
y fulm inó con frases apocalípticas el proyecto gubernativo en esta parte,
acusándolo de quebrar “la tradición jurídica chilena”. El senador Patricio
Aylwin, pese a declarar que no veía inconvenientes para que por la vía de
otra ley se revocaran los contratos-leyes, exigió para los afectados u n a in
demnización que cubriera daños que habrían de soportar como consecuencia
de la pérdida de sus privilegios. La m ayoría del P artido Demócrata Cristia
no tendía a establecer algún derecho a indemnización. Finalm ente, casi más
po r consecuencia de la mecánica legislativa que por obra consciente de sus
im pugnadores originales, el texto fue aprobado en form a que el pago de una
indemnización queda entregada a la libre voluntad del legislador y, por
consiguiente, no se im pone obligatoriam ente en favor de todos los afectados
por la extinción de sus beneficios particulares.
El precepto que comentamos tiene una im portancia fundam ental y pue
de ser considerado, a justo título, como una m anifestación palm aria de un
nuevo Derecho, en que pretendidos “derechos adquiridos” ceden antes las
exigencias de bien colectivo y en que el legislador no queda coartado en sus
posibilidades de regir la sociedad, por ligámenes que no tienen otra expli
cación que intereses de simples particulares.
218
la form a que ella se hizo, en razón de que lo im pedían los “Convenios del
C obre” celebrados por el Presidente Freí con las compañías norteam ericanas
que entonces realizaban en Chile la principal explotación del m etal rojo, y
de que tam bién lo im pedían los contratos celebrados en cum plim iento de
lo que el Gobierno de ese mismo Presidente llam ó “la nacionalización pac
tad a”, m ediante la cual Chile adquirió una parte del dom inio de las gran
des empresas cupríferas extranjeras, fue preciso, por razones de interés ge
neral y, además, como único m edio de poder hacer efectivo en form a eficaz
el derecho de recuperación de esa riqueza natural básica por el Estado,
declarar modificadas algunas estipulaciones celebradas por la Corporación
del Cobre con dichas empresas norteam ericanas y declarar sin efecto, esto
es invalidas, otras estipulaciones y diversos contratos.
E ran contratos que podrían haber cum plido con las normas legales vi
gentes al m om ento ele su celebración, pero que con posterioridad, frente a
las nuevas circunstancias, a la voluntad unánim e del pueblo ‘para nacionali
zar el cobre, a la necesidad que tenía el país de llegar al pleno ejercicio de
su soberanía y, especialmente, en ejercicio del derecho a su libre determ i
nación, se habían tornado absolutam ente contrarios a los intereses nacionales.
Si ellos se m antenían, la nacionalización quedaba, en gran parte, frustrada.
Se trataba, por consiguiente, de una confrontación entre los derechos adqui
ridos por las empresas norteam ericanas Anaconda y Kennecott en virtu d de
esos contratos, y los derechos soberanos de una nación. La elección no ofre
cía eludas y fue hecha responsablem ente por todos los representantes del
pueblo, aun por aquellos que en momentos iniciales de la discusión de la
reform a se habían m anifestado disconformes con estas ideas.
Es que no pueden aplicarse en el campo del derecho público las normas
de protección casi absolutas de los derechos individuales que son originarias
del derecho privado. El particular que contrata con un Estado sabe que no
se halla frente a un sim ple particular que pueda com prom eter sus bienes y
su suerte individual m ediante acuerdos más o menos convenientes para él;
se encuentra frente a un órgano que es la expresión de los intereses de todo
un pueblo, encargado de velar por el presente y futuro de él, cuyas deci
siones están siem pre condicionadas a lo que más adelante pueda exigirse
p ara u na m ejor tuición de los intereses generales del país. En consecuencia,
ni puede pretender ese particular equipararse al Estado con el cual contrata,
al extremo de sentirse autorizado para forzarlo a m antener acuerdos que
claram ente están com prom etiendo los destinos de una nación, ni puede su
poner que los pactos convenidos podrán ser cumplidos, por m ucha que sea
la buena fe o sana disposición aním ica con que fueran celebrados en su
época, aunque ellos vayan en evidente perjuicio de esa nación.
Con ello quedan otra vez de relieve las diferencias que existen entre
u n Derecho concebido a la m anera individualista, que erige a cada indivi
duo en poder autónom o para celebrar o exigir cuanto hubiere sido objeto
de estipulación, según norm as que la sabiduría de todos los tiempos insti
tuyó solamente para los pactos entre particulares, esto es, entre sujetos ju
rídicos del mismo nivel, y un nuevo Derecho, que aleja de las reglas indi
vidualistas a todo aquello que com prom ete los intereses generales, haciendo
prim ar a éstos p o r sobre cualquiera pretensión privada.
219
por consiguiente, en todo el ordenam iento jurídico nacional, con motivo de
las nacionalizaciones de la gran m inería.
D urante muchos años las empresas norteam ericanas dedicadas a la gran
explotación cuprífera gozaron en nuestro país de desmedidas ventajas. No
solamente estaban favorecidas con tratam ientos tributarios y económicos es
peciales, sino que habían recibido en concesión del Estado las minas más
grandes y más ricas del mundo, que les producían utilidades tan altas que
no adm iten parangón con las que ordinariam ente obtienen en otras partes
del m undo empresas semejantes en cuanto a m agnitud, técnica e inversión
de capitales. Seguramente podría causar asombro que se m anifestara que
esas empresas lograban utilidades superiores al 25% de las inversiones que
ellas habían efectuado, calculadas después de haber aplicado altas am orti
zaciones a su capital aportado. En muchas oportunidades esas utilidades so
brepasaron el 40% de los capitales invertidos y, en algunos casos, excedie
ron el ciento por ciento y aun el doscientos por ciento de ellos (escribimos
en letras para que no se suponga, como cualquiera podría joensar, un error
tipográfico).
T o do esto, tratándose de empresas extranjeras que retiraban fuera del
país no solamente sus utilidades, sino tam bién las amortizaciones del capital
y subidísimas sumas por gastos realizados en el exterior. Esto significa, des
de que la riqueza m inera es esencialmente agotable, que esas empresas esta
ban dejando en el país grandes hoyos y que la riqueza que la naturaleza
situó en Chile se estaba trasladando, por obra y gracia de los regímenes
cambiarios, tributarios y contables que ellas habían logrado, a un país tan
altam ente capitalizado como los Estados Unidos. O sea" que m ientras Chile
iba en vías de un progresivo em pobrecim iento y a la pérdida gradual de su
principal riqueza, el coloso más grande del ám bito capitalista se enriquecía
cada vez más. Se trataba de una verdadera expoliación del país.
No im porta que las ventajas y regímenes especiales a que se habían
acogido esas empresas se hubieren adquirido conforme a la legislación vigen
te en Chile, porque de seguir así las cosas, el país podría sucum bir víctima
de los errores cometidos por los gobernantes y funcionarios que los habían
otorgado. A esto debe agregarse que las empresas norteam ericanas no eran
tan inocentes frente a todo esto. En más de una oportunidad habían acu
dido al engaño para alcanzar ventajas injustas y en otras se habían valido
de la corrupción de funcionarios y políticos.
Era necesario provocar una rectificación histórica de tantos errores con
secutivos y esa fue la decisión del Gobierno de la U nidad Pojaular cuando
resolvió proceder a la nacionalización clel cobre.
Pero no bastaba solamente con una rectificación hacia el futuro. Era
necesario, tam bién, corregir los errores más evidentes y recientes, m ediante
los cuales el país se había perjudicado gravísim am ente para inconm ensura
ble lucro de las compañías norteam ericanas. A ello tendió el concepto de
“rentabilidades excesivas”. M ediante él se procuró que las utilidades muy
superiores a rentabilidades normales que hubieren obtenido las empresas
extranjeras en los últim os quince años, fueran restituidas al país, descon
tándolas de la indem nización que se les hubiera de pagar por la nacionali
zación de sus bienes.
Claro es que, según los “principios” de un Derecho individualista, apo
yado en reglas que se originan para contratos celebrados entre particulares
y no referidos a actos en que están de por m edio los intereses de todo un
país, eso constituía un despojo. El senador de derecha Francisco Bulnes lo
expresó así en el Senado, durante la discusión de la reform a constitucional,
al expresar: “Consideramos ajeno a toda justicia y, sobre todo, contrario al
interés público envuelto en ja necesidad de dar estabilidad a los derechos
y a la vida eco n óm ica.. . la deducción de todo o p a r t e ... de las rentabili
dades excesivas. . . porque ello significa que las empresas tendrán que de
volver, a la hora de la expropiación, utilidades que hicieron en estricto
acuerdo con las leyes chilenas o con contratos autorizados por la ley. . . esas
utilidades están incorporadas al patrim onio de esas empresas y es contrario
a todo Derecho que se obligue a devolverlas”. T odo esto, no obstante que
hubo de reconocer textualm ente: “Yo adm ito que las empresas de la gran
m inería del cobre han obtenido utilidades excesivas en los últim os años”
Las palabras del senador nacional resum en las objeciones tradicionales,
conforme a un Derecho individualista, que se form ulan a medidas de esta
especie. A ellas se las ataca principalm ente porque: a) violan derechos ad
quiridos legítim am ente; b) atentan contra la seguridad jurídica y económica
y originan inestabilidad en los negocios, y c) operan con efecto retroactivo,
afectando actos ya realizados. Lo que no consideran tales im pugnadores es
que antes que los derechos adquiridos de individuos o compañías privadas
están los intereses de todo un país y los derechos a reaccionar en contra de
una expoliación en aquello que por su im portancia para la vida del país
es considerado por las Naciones Unidas como básico para una plena sobe
ranía, para la igualdad con las demás naciones y para la libre determ ina
ción. Tam poco tom an en cuenta que si es respetable una seguridad para
los inversionistas y la irrevocabilidad de los negocios que ellos han realiza
do, es más digna de estima aún la seguridad de una nación para el pleno
goce de sus riquezas y el restablecim iento de la justicia violada.
Pero lo más extraordinario en todas estas im pugnaciones es la diversa
p au ta con que los criterios jurídicos tradicionales juzgan las posibilidades
del Estado de defender los intereses generales que tutela, en relación con
las facultades que, sin vacilación, reconocen a un particular que parezca
haber sido menoscabado en sus derechos en el trato con otros individuos
privados. Porque, curiosamente, no dudan en reconocer a cualquier sujeto
privado, sea él persona natural o jurídica, el derecho de pedir la nulidad
de un contrato, si lo ha celebrado con un vicio del consentim iento, t a l como
el error o la fuerza. T am bién aceptan que un particular, según las leyes
de derecho privado, no puede enriquecerse injustam ente, ni puede aprove
charse de una ventaja excesiva adquirida en relación con otro particular
en ciertos contratos de im portancia (por ejemplo, Ja lesión como causal de
invalidación de algunos contratos). No im pugnan la usura, destinada a evi
tar que un individuo privado obtenga utilidades excesivas en ciertos con
tratos conmutativos. Pero cuando se trata del Estado, tras el cual no se halla
el interés m eram ente privado, sino el interés de todo un pueblo, olvidan
hasta esos conceptos “privatistas” para negarle toda m anera de revisar o de
ja r sin efecto legalm ente los contratos que haya celebrado con los particulares.
Si hay casos en que el error debiera funcionar, conforme a principios
generales de derecho reconocidos hasta por los más recalcitrantes individua
listas, con la mayor am plitud, es en el caso de las contrataciones del Estado,
porque siendo éste una persona jurídica, que solamente puede m anifestar
su voluntad a través de funcionarios que debidam ente autorizados asumen
su representación, sucede a m enudo que esos funcionarios, por desidia, ig
norancia o desigualdad de aptitudes en relación con la contraparte particu
lar, celebren el contrato entendiendo equivocadam ente su alcance o efectos
en materias esenciales. Por consiguiente, tratándose del Estado, no solamente
no debieran ellos restringir las posibilidades de una invalidación en razón
de error, sino darle aún más am plia cabida. Sin embargo, hemos visto que
se extrem an las cosas y se intenta privar al Estado de razones que serían
221
valederas hasta para el sujeto privado, conforme a las reglas adm itidas por
el Derecho individualista.
Tam poco faltan las oportunidades en que el Estado debe celebrar con
tratos que afectan en forma im portante los intereses nacionales, bajo la
presión de acontecimientos que le restan libertad para decidir. U na situación
in terna o externa crítica del país puede conducir a los representantes de un
Estado a convenir con particulares acuerdos que favorezcan a éstos desme
didam ente y que, en la misma medida, perjudiquen al Estado. Es tan osten
sible el derecho que en tal caso asiste al Estado para desconocer las obliga
ciones contraídas en razón de que su voluntad no fue libre, sino viciada,
que ante los tribunales norteam ericanos el propio Gobierno de los Estados
Unidos ha intentado dem andas de esta clase, dirigidas a solicitar que se de
claren sin efecto contratos perjudiciales, debido a que fueron celebrados en
circunstancias que se vio forzado a aceptarlos (atención: el débil y desvalido
Gobierno de los Estados Unidos invoca haber sido presionado por empresas
industriales). Es lo que ocurrió con la dem anda entablada por el Gobierno
de los Estados Unidos en contra de la Bethlehem Steel Corporation, para
pedir judicialm ente que contratos de construcción de barcos de guerra con
venidos a un precio que posteriorm ente consideró excesivo, pero que hubo
de aceptar en su tiem po debido a circunstancias bélicas, debían invalidarse.
Esta tesis, apoyada por varios Procuradores Generales de los Estados Unidos,
no hace sino ratificar lo que aquí se está sosteniendo; que un Estado no
puede quedar en condiciones de inferioridad frente a un particular y que,
por el contrario, sería menester, además, asignarle una situación especial en
atención a que representa intereses generales.
T oca ya poner térm ino a estas páginas.
En forma desordenada, por el cúm ulo de situaciones y conceptos que
era del caso exponer, y que reconocemos además como superficial, pese a
la extensión que ellas llegaron a adquirir, superior al marco que se señaló
a este trabajo, hemos intentado fijar algunos criterios de m ucha im portan
cia para la visualización de lo que ha de entenderse como conceptos propios
de u n nuevo Derecho, de un Derecho que esté más de acuerdo con una
verdadera equidad, con los intereses de todos los hom bres a los cuales debe
ser aplicado y que sea prenda de una vida social más justa y no de sojuz-
gam iento de unos para con otros.
SEGUNDA PARTE
PROBLEMAS ESPECIFICOS
DE LA TRANSFORMACION
INSTITUCIONAL
P R I M E R A SE C C IO N
F r a n c is c o C u m p l id o C ereceda
1. IN T R O D U C C IO N
15.—CEREN 225
tam bién, sobre la Adm inistración Pública chilena, que hemos efectuado o
dirigido.
2. EL PO D ER DEL ESTADO
226
i . 5 particulares, pero previa indemnización; puede prohibir alguna clase
ie ::_bajo o industria, cuando lo exija el interés nacional, y en general, re-
r - l i r cualquiera actividad en virtud de una ley dentro de los marcos cons
titucionales.
Estos poderes del Estado se han visto aum entados por las leyes dicta-
- en conform idad a la Constitución, especialmente, a p artir del año 3939
; i decretos leyes, producto de los escasos gobiernos de facto habidos en
nuestro país.
En efecto, algunos gobiernos de facto y el Frente Popular, ascendido
ai poder en ese año, con el Presidente Pedro A guirre Cerda, iniciaron el
otorgam iento al Estado de atribuciones destinadas a perm itirle, cada vez
más, su intervención en la economía chilena, apartándolo del carácter es-
ti idam ente liberal-clásico. Las posteriores reformas constitucionales reafir
m an la tendencia a robustecer los poderes del Estado en m aterias económi
co-sociales. Así, el Estado autoriza la instalación de industrias y controla el
cum plim iento cíe las leyes sobre industria fabril, regula todo el comercio
exterior, tanto de exportación como de im portación, fija precios a los ar
tículos de prim era necesidad, interviene o requisa empresas comerciales o
industriales, clausura establecimientos, expropia empresas, fija zonas de cul
tivo agrícola obligatorio, interviene y expropia predios o fundos, fija pre
cios a los productos agrícolas, es dueño de todas las minas, explota mono-
pólicam ente el petróleo, es dueño del cobre de la gran m inería, tiene
amplias facultades para proveer al abastecim iento de productos esencia
les, etc.
La reform a constitucional de 1967, sobre el derecho de propiedad, dis
m inuye de valor a este derecho y facilita las expropiaciones por el Estado,
perm itiendo el pago a plazo de parte de la indem nización y la toma de po
sesión m aterial op ortuna de los bienes expropiados, abriendo la posibilidad
de que el Estado pueda efectuar u n a reform a agraria y una remodelación
urbana modernas.
Por su parte, la reform a constitucional de 1971, estatuto de garantías,
am plía las atribuciones del Estado en m aterias económicas y sociales, seña
lándole que deberá adoptar todas las medidas que tiendan a la satisfacción
de los derechos sociales, económicos y culturales necesarios para el libre
desenvolvimiento de la persona hum ana, para la protección integral de la
colectividad y para propender a u n a equitativa redistribución de la renta
nacional. Asimismo, le exige al Estado retnover los obstáculos que limiten.
en el hecho, la libertad e igualdad de las personas o grupos.
Lato sería enunciar el cúm ulo de atribuciones formales que dan poder
al Estado, toda la vida colectiva está enm arcada en normas jurídicas dicta
das, aplicadas e interpretadas por sus órganos, lim itadas en algunos muy
concretos aspectos por la Constitución. Más, este pocler formal se encuentra
m ultiplicado muchas veces por la real dependencia de los chilenos al Estado.
En efecto, el Estado de Chile desde los inicios de la R epública ha teni
do un papel protagónico en el desarrollo de la economía, tanto en los pe
ríodos de expansión como de crisis. El Estado “portaliano”, de gobierno im
personal, autoritario, presidencialista, de estabilidad burocrática, im pulsa el
prim er período de expansión económica, especialmente en la m inería del
norte y la agricultura de la zona central, a través de una política proteccio
nista y de fom ento; la economía se basa fundam entalm ente en el comercio
exterior de exportación de los productos mineros, plata, oro y cobre y de
los productos agrícolas, principalm ente el trigo. El Estado tam bién afronta
la prim era gran crisis de la economía, producida a mediados de la década
de 1870, contratando empréstitos externos, declarando la inconveitibilidad
227
del billete de banco y el curso forzoso del papel m oneda, entre otras m e
didas.
L a segunda expansión económica se produce después de la guerra del
Pacífico, con el auge de la industria del salitre. Sin embargo, en ella la in
fluencia del Estado es m ucho menor, pues ya habían penetrado hondam en
te las ideas liberales antiestatistas. Sólo el Presidente Balmaceda, político li
beral, paradojalm ente fue partidario del proteccionismo y nacionalismo
económicos, expresados en su intención de reservar al Estado parte de los
terrenos salitreros fiscales, controlar los transportes en la zona del salitre y
desarrollar una política de inversión de la riqueza del salitre en nuevas
fuentes de producción más perm anentes. Después de la Revolución de 1891,
derrotada la política ele Balmaceda, el Estado sufre u n vuelco total, al esta
blecerse un sistema parlam entario que produce el desgobierno del país, lo
que sumado a la pérdida de la capacidad em presarial de los chilenos, hace
que ya en 1920, presidencia de don A rturo Alessandri Palma, se observe
una fuerte tendencia a la vuelta al Estado portaliano, de gobierno fuerte,
proteccionista y nacionalista. Estas nuevas políticas del Estado se desarro
llan en los gobiernos de Alessandri Palma, Ibáñez y Pedro A guirre Cerda.
A p artir de la presidencia de A guirre Cerda, en la que se crea la Corpora-
cieín ele Fomento de la Producción, el Estado ejerce, casi sin contrapeso,
una dirección decisiva en el desarrollo económico y social de Chile, con el
correspondiente poder que tal actividad produce.
Desde luego, el Estado m aneja las fuentes crediticias más im portantes
a través del Banco del Estado, Banco C entral y hoy, de los Bancos estatiza
dos. D ependen de él, la industria nacional, la agricultura y la m ediana y
pequeña m inería, y el comercio. Puede ejercer un fuerte poder real m edian
te la distribución y concesión del crédito. Es tal la dependencia de estas
actividades que muchos pensaron que podía realizarse la reform a agraria
con sólo cobrar cum pulsivam ente los créditos que el Banco del Estado te
n ía en contra de los grandes agricultores. (En 1967 se hicieron préstamos por
u na suma aproxim ada de mil m illones de escudos a la agricultura). Pero,
por otra parte, el Estado fija la mayoría ele los precios de los productos
agrícolas y tiene abierto un fuerte poder com prador de esos productos por
la Empresa de Comercio Agrícola (E.C.A.).
En relación con la m ediana y pequeña m inería, la Empresa Nacional de
M inería ( e n a m i ) efectúa préstamos a los mineros (en 1967, alrededor d e
E? 40.000.000). El Estado fija las tarifas, y es el principal adquirente de los
m inerales (en 1967, aproxim adam ente 890.000 toneladas).
El Estado es el m ayor inversionista en Chile. Así en 1967, las inversio
nes totales del país en capital fijo fueron de 4.900 m illones de escudos. La
inversión pública fue de 3.466 millones de escudos. El Estado, entonces, de
sarrolla una política de obras públicas de la que depende m ucha m ano de
obra y empresas contratistas. Igual ocurre con la industria de la construc
ción ele viviendas; el Estado prom ueve el establecimiento ele industrias, con
cede los créditos, otorga franquicias tributarias y aduaneras y regula el co
mercio interno y externo de los proeluctos, es elueño de industrias estratégi
cas, o principal accionista, como electricidad, acero, petroquím ica, azúcar,
etc. Si el Estado desea destruir una industria le basta con negarle el crédito
o no fijarle precio a sus productos. Por si fuera poco, el Estado controla
l a s telecomunicaciones ( e n t e l ) , tiene diarios ( l a n a c i ó n ) y, ju n to con
l a s Universidades, el m onopolio de la televisión (hoy el único canal n a
cional).
¿Cuáles son las limitaciones que tiene el poder elel Estado, este levia-
than chileno? Muy pocas; su conelucta debe encuadrarse a la Constitución,
228
que asegura tam bién algunos derechos individuales y sociales, en términos
que examinamos precedentem ente, pero que, en últim a instancia, él mismo
define a través de sus órganos (legislativo y judicial). A su vez, el poder
constituyente en Chile lo integran el Presidente de la República, el Sena
do, la Cám ara de Diputados y el Congreso Pleno (diputados y senadores en
sesión conjunta), es decir, órganos del Estado. Sólo eventualm ente puede
participar el cuerpo político (ciudadanos), cuando lo determ ina el Presiden
te de la R epública, por ende, el Estado. Este sistema perm ite al Estado ir
acrecentando su poder.
El ciudadano frente al Estado no tiene otra posibilidad real que la de
ejercer periódicam ente sus derechos políticos para elegir a los gobernantes
que van a integrar los principales órganos del Estado (Presidencia de la R e
pública, Senado y Cám ara de Diputados) sin poderlos remover de sus car
gos por el tiem po de su m andato. Rige el principio de la soberanía nacional,
el m andato libre y la irresponsabilidad directa de los representantes ante los
electores.
Para asegurar el ejercicio de los derechos políticos de los ciudadanos,
la R eform a C onstitucional de 1971, estatuto de g a ran tías3, estableció que
los partidos políticos gozan de autonom ía respecto del Estado. En efecto, el
Art. 99 de la Constitución asegura a los chilenos el derecho a agruparse li
brem ente en partidos políticos, a los que se reconoce la calidad de personas
jurídicas de derecho público y cuyos objetivos son concurrir de m anera de
m ocrática a determ inar la política nacional. Los partidos políticos gozan de
libertad para darse la organización interna que estimen conveniente, para
definir y m odificar sus declaraciones de principios y programas, para pre
sentar candidatos, para m antener secretarías de propaganda y medios de co
m unicación. El Estado, a través de la ley sólo puede fijar norm as que tengan
por exclusivo objeto reglam entar la intervención de los partidos políticos
en la generación de los poderes públicos.
T am bién existen otros órganos del cuerpo social que gozan de autono
mía relativa respecto del Estado. T a l ocurre con las iglesias, después de la
separación de la Iglesia Católica, apostólica y rom ana en la Constitución de
1925. El Estado es laico. Las universidades gozan, por su parte, de autono
m ía académica, adm inistrativa y económica, correspondiendo al Estado, pre
cisamente, proveer a su adecuado financiam iento para que puedan cum plir
sus funciones plenam ente, de acuerdo a los requerim ientos educacionales
científicos y culturales del país. (Reform a C onstitucional de 1971).
Los sindicatos y las federaciones y confederaciones sindicales tam bién
gozan de personalidad jurídica por el solo hecho de registrar sus estatutos
y actas constitutivas. El Estado, a través de la ley, exclusivamente determ i
na la form a y condiciones en que ha de hacerse el registro. Los sindicatos
son libres para cum plir sus propios fines (Reform a C onstitucional de 1971).
Por últim o, los organismos com unitarios, m ediante los cuales el pueblo p ar
ticipa en la solución ele sus problem as y colabora en la gestión de los servi
cios del Estado y de las M unicipalidades, son personas jurídicas dotadas de
independencia y libertad para el desempeño de las funciones que por la ley
les corresponda y para generar dem ocráticam ente sus organismos elirectivos
y representantes, a través del voto libre y secreto de sus miembros. (Refor
m a Constitucional ele 1971).
Hemos pretendido m ediante estas líneas m ostrar el poder form al y real
del Estado que, en suma, abarca la vida, la libertad y el desarrollo económi
3 U n estudio de esta R eform a se enco n trará en el artícu lo “ El estatuto de la lib e rta d ” , F. C um plido,
R evista de Derecho Público, N» 12, año 1971.
229
co y social de los chilenos. Estos frente a su Estado no tienen otra posibili
dad que la de ejercer sus derechos políticos para elegir a los gobernantes
y participar en los órganos autónomos. T a n to poder del Estado hace inte
resante precisar los centros de decisiones y de influencias, ahora dentro del
Estado 4.
3. LOS C EN TR O S DE PODER EN LA C O N S T IT U C IO N
230
La im portancia del cargo reclama am plio respaldo de opinión pública,
m anifestado en elecciones libres. El Presidente de la R epública es elegido
en votación directa por todos los ciudadanos chilenos, hombres y mujeres,
inscritos en los registros electorales. La base electoral ha sido am pliada pau
latinam ente y hoy vota en las elecciones de Presidente más del 30% de la
población (en la elección de don M anuel Bulnes, en 1840, participó el 0,4%
de la población). Ahora votarán más, al incorporarse a la ciudadanía a los
mayores de 18 años y a los analfabetos.
En la gestación de las candidaturas tienen un papel relevante los p ar
tidos políticos. De los Presidentes elegidos en los últim os 40 años sólo dos
tuvieron el carácter de independientes (Ibáñez y Alessandri Rodríguez), los
otros seis: m ilitantes de partidos políticos (Alessandri Palma, liberal; Agui
rre Cerda, Ríos y González Videla, radicales; Frei dem ocratacristiano, y
Allende, socialista).
Ahora bien, la m ilitancia de los ciudadanos en los partidos políticos
chilenos es m uy baja. En los más organizados su núm ero no pasa del 10 ó
15% de los votos que obtienen en las elecciones. Los candidatos a Presiden
te de la R epública son nom inados en Convenciones internas de los partidos
o en convenciones de agrupaciones de partidos, en las que participa un m a
yor o m enor núm ero de m ilitantes según la estructura autocrática o dem o
crática del partido. En consecuencia, la opción de los electores se encuentra
muy reducida, pues la participación en la designación de los candidatos a
Presidente corresponde a un grupo muy pequeño de personas, a una élite
política. Pero, la falta de m ilitancia política hace que haya m ucha m ovili
dad en el com portam iento político de los ciudadanos; los “independientes”
han elegido en los últim os 40 años, a un m ilitar (Ibáñez), a dos derechistas
(los Alessandri), a un socialista m arxista (Allende) y a cuatro de centro iz
q uierda (los radicales A guirre Cerda, Ríos y González, y el democratacris
tiano Frei).
Respecto a la extracción social de los candidatos, los Presidentes de C hi
le han pertenecido a la aristocracia terrateniente, a la burguesía industrial
y a las capas medias o clase media. En los últim os decenios prevalecen los
estratos medios profesionales (Aguirre Cerda, Ríos, González Videla, Frei,
Allende), abogados, profesores y médicos. Por excepción encontramos un re
presentante de la burguesía industrial, el ingeniero A rturo Alessandri R o
dríguez.
En fin, en cuanto al talento, la ciudadanía se ha inclinado por genera
les victoriosos, como Prieto y Bulnes, grandes estadistas, como Balmaceda,
A guirre Cerda y Frei, grandes políticos, como Santa M aría, Alessandri Pal
ma y Allende, intelectuales, como M anuel M ontt, hom bres de negocio, co
mo Alessandri Rodríguez, etc., toda una gama de expresiones del talento.
Hemos afirm ado que el Presidente de la R epública debe tener am plio
respaldo de opinión pública. Por esto la Constitución exige que para que
un candidato resulte elegido por los ciudadanos debe obtener más de la
m itad de los sufragios válidam ente emitidos. Si ninguno de los candidatos
obtuviera esa mayoría, corresponde elegir Presidente al Congreso Pleno (re
unión pública de los diputados y senadores), pero no librem ente, sino entre
los candidatos que hubieren obtenido las dos más altas mayorías relativas.
El Congreso Pleno tam bién debe elegir al Presidente por m ayoría absoluta,
en votación secreta. En caso de reiterados empates puede llegar a designar
al Presidente de la R epública el Presidente del Senado.
El sistema de elección por el Congreso Pleno ha sido criticado, no obs
tante que se ha aplicado varias veces (1946, González Videla; 1952, Carlos
Ibáñez; 1958, Jorge Alessandri, y 1970, Salvador Allende). Se sostiene, a
231
nuestro juicio con fundam ento, que el Congreso Pleno no representa debi
dam ente la realidad política existente a la fecha de la elección. En efecto,
al no coincidir las elecciones de parlam entarios con la de Presidente, se da
en el Congreso Pleno una superposición de realidades políticas de épocas
diferentes. (El Congreso Pleno lo constituyen los diputados y senadores cu
ya elección puede ser muy distante en el tiempo a la de Presidente. Si se
agrega a este hecho la circunstancia de que el Senado se renueva por p ar
cialidades cada cuatro años y que la Cám ara de Diputados se elige sobre la
base del Censo de 1930, podemos afirm ar que no hay seria coincidencia
entre la base de elección directa por los ciudadanos y el Congreso Pleno).
Esta distorsión es muy peligrosa, porque si bien hasta ahora el Congreso
Pleno ha elegido al candidato que ha obtenido la prim era mayoría relativa,
el candidato que obtuvo la segunda tam bién ha recibido votos. Los prece
dentes en Derecho Público no obligan, y m añana perfectam ente una mayo
ría del Congreso Pleno, no representativa, puede elegir al candidato de la
segunda mayoría relativa. Por otro lado, puede ocurrir que las fuerzas po
líticas, p ara votar por un candidato, le exijan contraer compromisos. Es el
caso de la elección de Salvador Allende, en que la democracia cristiana, pa
ra darle sus votos en el Congreso Pleno, pidió la aprobación de un Estatuto
de G arantías de carácter político. Sería preferible, para m antener la repre-
sentatividad del Presidente que, o bien se realizaran las elecciones de parla
m entarios conjuntam ente con la del Presidente, o fueran los ciudadanos los
que, en una segunda elección definieran entre los candidatos que hubieren
obtenido las dos más altas mayorías relativas.
O rdinariam ente, sesenta días después de la votación, el Presidente elec
to toma posesión del cargo, en presencia de ambas ramas del Congreso,
prestando juram ento o promesa, ante el Presidente del Senado, de desem
peñar fielm ente el cargo de Presidente de la República, conservar la inte
gridad e independencia de la Nación, y guardar y hacer guardar la
Constitución y las leyes. Para cum plir este juram ento o prom esa la C onstitu
ción lo inviste de plenas atribuciones que examinaremos más adelante.
D urante seis años de m andato, para algunos muy extenso, pues aleja al
Presidente de su base electoral por m ucho tiempo, para otros no suficiente
p ara cum plir un program a de gobierno, el Presidente ejercerá la dirección
política y adm inistrativa del país.
R eafirm ando el carácter de Ejecutivo vigorizado, en caso de ausencia
o im pedim ento del Presidente de la República, lo subroga como Vicepresi
dente el M inistro de Estado que señala el orden de precedencia establecido
por la ley. La ley, a su vez, autoriza al Presidente de la R epública para m o
dificar el orden de precedencia al nom brar a los M inistros. En el fondo, en
tonces, es el propio Presidente el que designa a su subrogante.
El Poder Ejecutivo está estructurado de m anera que la autoridad del
Presidente de la R epública se ejerce sin problemas. Sus M inistros, los In ten
dentes y Gobernadores, los Alcaldes de las ciudades más im portantes, los
Jefes de los Servicios Públicos, son de su exclusiva confianza o libre desig
nación. Los Ministros, los agentes del Gobierno interior-y la mayoría de los
jefes de servicios pueden ser removidos por el Presidente sin expresar cau
sa. Igual ocurre con los Em bajadores y demás agentes diplomáticos. Más
adelante estudiaremos el poder real que al respecto tiene el Presidente de
la República.
El Congreso N acional es bicam eral desde 1822, lo form an la Cám ara
de D iputados y el Senado. El Constituyente justificó el bicameralismo en un
Estado U nitario en la necesidad de que la ley fuera la expresión de una
Cám ara política, joven, imaginativa, y otra Cám ara que represente la trad i
232
ción legislativa, la razón, y de cuya acción conjunta resultare una lenta evo
lución de las instituciones sociales, económicas y culturales. Nos parece que
de la intención del Constituyente subsisten la finalidad, evolución lenta, y la
diferenciación en la base de elección, la Cám ara de D iputados representan
do la población de los departam entos, y el Senado las regiones del país. 5
La Cám ara de D iputados consta de 150 miembros, elegidos por depar
tam entos o agrupaciones de departam entos. U n diputado por cada 30.000
habitantes y por una fracción que no baja de 15.000. En la actualidad la
Cám ara de D iputados ha perdido su representatividad. En efecto, la base
de población en la elección de los Diputados se rige por el Censo de 1930,
correspondiente a la realidad social de 40 años atrás. Está desvirtuada esa
base. Los diputados no representan cabalm ente las actuales agrupaciones de
la población y luego no proyectan con la intensidad necesaria los problemas
que los afectan. Son diputados de un país irreal. Si agregamos que tam po
co se ha revisado la base territorial (agrupaciones que están lejos de tener
características comunes), la representación es precaria.
El Senado está formado por 50 miembros que se eligen por circunscrip
ciones que representan los intereses regionales. Los senadores duran 8 años
y el Senado se renueva por parcialidades, cada cuatro años. Esto hace, a
nuestro juicio, que el Senado no represente la idea política m ayoritaria im
perante en el país, sino que es una superposición de realidades políticas di
ferentes. La m itad del Senado, hoy 25 Senadores, se m antiene, en tanto
que los otros 25 deben elegirse ju n to con la renovación total de la Cám ara
de D iputados; los que se quedan representan la realidad política de 4 años
atrás, los elegidos la nueva realidad política. Esta superposición de realida
des crea conflictos que detienen el cambio: el orden social se defiende.
L a generación de las candidaturas a diputado y senador se produce ca
si exclusivamente por los partidos políticos. A ellos protege la ley de elec
ciones y el sistema de representación proporcional. Las candidaturas inde
pendientes son escasas y frecuentem ente no tienen éxito. Valgan al respecto
los comentarios que hicimos anteriorm ente sobre la m ilitancia de los ciuda
danos y sobre las estructuras de los partidos. N uevam ente una élite políti
ca nom ina los candidatos, entre los que la ciudadanía ejerce su mero dere
cho de opción.
Respecto a la extracción social, los diputados y senadores, tom ando el
actual Congreso Nacional, elegido en 1965 y 1969, pertenecen en gran m a
yoría tam bién a las capas sociales medias (intelectuales, profesionales, técni
cos, pequeños y medianos empresarios); le siguen los integrantes de la b u r
guesía industrial y agraria, y en m enor grado el proletariado obrero; cam
pesinos en el Congreso se cuentan con los dedos de una mano.
Los T ribunales, el tercer centro de poder dentro del Estado, están cons
tituidos por miembros en su m ayoría letrados, es decir, abogados. Así ocu
rre con el T rib u n a l Calificador de Elecciones, en el que se eligen por sor
teo dos miembros entre los M inistros de la Corte Suprema, uno entre los
M inistros de la Corte de Apelaciones de Santiago y dos entre ex-presidentes
y ex-vicepresidentes del Senado y de la Cám ara por más de u n año, predo
m inio de abogados.
Los integrantes del T rib u n a l Constitucional, cinco miembros, dos M i
nistros de la Corte Suprema, elegidos por la Corte, y tres miembros nom
brados por el Presidente de la República, con acuerdo del Senado, tam bién
deben ser abogados.
5 U n estudio sobre algunos aspectos de los intereses que representa el Congreso N acional a Chile
puede consultarse en el artícu lo “ El Legislador” , F. C um plido, Revista* de Derecho Público N* 12,
año 1971.
233
Los miembros de los T ribunales Ordinarios, abogados, son tam bién
nom brados por el Presidente de la R epública a propuesta en quina o terna
del propio poder judicial.
Los abogados que integran los T ribunales tienen una extracción social
de clase media y de la burguesía agrícola e industrial. Los hijos de obreros
y campesinos que ingresan a las carreras de derecho en las universidades
del país durante muchos años han representado un porcentaje bajísimo. En
los últim os cinco años este porcentaje ha subido, con las becas concedidas
a trabajadores y alumnos de escasos recursos.
El C ontralor G eneral de la R epública, principal órgano fiscalizador,
tam bién es nom brado por el Presidente de la República, pero con acuerdo
del Senado. Debe ser abogado. Los contralores que ha habido en los últim os
trein ta años pertenecen a las capas medias profesionales y a la burguesía.
Respecto a las Fuerzas Armadas, la Constitución en su artículo 22 las
define como instituciones esencialmente profesionales, jerarquizadas, disci
plinadas, obedientes y no deliberantes. La ley fija las dotaciones y la incor
poración a ellas sólo puede hacerse a través de sus propias escuelas institu
cionales especializadas. Las fuerzas armadas son pluriclasistas, prevaleciendo
la extracción de clase media y obrera. En los m andos superiores hay tam
bién miembros de la burguesía industrial y agraria.
El últim o centro de poder cuya generación estudiaremos es la Adm i
nistración Pública. Los funcionarios de la Adm inistración Pública son nom
brados por el Presidente de la R epública o por representantes de él, jefes
superiores, vicepresidentes, directores, etc. En los últim os decenios se ha es
pecializado la Adm inistración, ingresando a ella muchos profesionales y
técnicos con título universitario, lo que ha significado el dom inio de las
capas medias intelectuales.
La posibilidad del Presidente de la R epública de nom brar librem ente,
sin concurso, a los m andos medios y superiores de la Adm inistración ha sig
nificado que en la generación de este centro de poder hayan tenido singu
lar gravitación los partidos políticos, provocando una relativa inestabilidad
cada seis años. De otro lado, el ingreso a la A dm inistración Pública ha he
cho crecer a la clase m edia a expensas del proletariado.
En suma, entonces, los centros de poder electivos están muy determ ina
dos p o r las élites de los partidos políticos; en la generación de los otros
centros de poder tienen una influencia preponderante el Presidente de la
R epública y, en algunos el Senado, y en la extracción social de los gober
nantes prevalecen las capas medias o clase media.
¿Cómo se ejercen esos centros de poder? Exam inarem os este problem a
estudiando la acción del órgano supremo, el Presidente de la República, en
sus relaciones con los demás centros de poder.
A pesar de ser el régim en de gobierno presidencial, se aparta del mo
delo tradicional de la Constitución de Filadelfia, al conferírsele al Presiden
te de la R epública atribuciones legislativas que, a juicio de muchos, son su
periores a las del propio Congreso Nacional. Su solo enunciado dem ostra
rá nuestra afirmación. El Presidente de la R epública tiene iniciativa de ley,
al igual que los diputados y senadores, pero además, tiene iniciativa exclu
siva sobre im portantes materias. La Constitución originaria le otorgaba ini
ciativa exclusiva en relación con las leyes de presupuestos; las reformas cons
titucionales de 1943 y de 1970, aum entaron su iniciativa exclusiva extraor
dinariam ente, a tal pu n to que el Presidente m aneja todo el sistema de re
m uneraciones del sector público, la creación de cargos públicos y empleos
rentados, la fijación de sueldos y salarios mínim os de los trabajadores del
sector privado, el establecimiento o modificación de los regímenes previsio-
234
nales o de seguridad social, las exenciones tributarias, supresión de contribu
ciones, condonación de impuestos, etc.
El Presidente participa en los debates de la Cám ara de D iputados y del
Senado a través de sus Ministros, los que tienen derecho preferente a voz
y en la Cám ara pueden pedir la clausura del debate. Es, además, el único
que puede declarar la urgencia en la tram itación de un proyecto de ley en
cualquiera o todos sus trámites. T ien e derecho a veto suspensivo, tan am
plio, como si se tratara de una Cám ara revisora. Puede, por ende, vetar to
talm ente el proyecto aprobado por las Cámaras o adicionarlo, sustituirlo o
suprim ir alguna de sus partes. Las Cámaras, para insistir en su prim itivo
proyecto, necesitan el voto favorable de los dos tercios de sus miembros pre
sentes en la sesión respectiva. Luego, al Presidente de la R epública le basta
contar con un tercio más uno de los diputados o senadores para im poner su
voluntad en el proceso de formación de la ley, con excepción, naturalm en
te, del veto aditivo en que requiere mayoría en ambas Cámaras. El Presi
dente prom ulga y ordena la publicación de la ley.
En relación con el funcionam iento del Congreso tiene el Presidente
tam bién poderosas atribuciones. Así, es el único que puede prorrogar la le
gislatura ordinaria. No lo hace porque no le conviene, ya que puede con
vocar al Congreso a legislatura extraordinaria y, en tal caso, el Congreso
sólo puede conocer de los negocios legislativos que el Presidente incluya en
la convocatoria. En consecuencia, el Presidente controla las sesiones del Con
greso durante 8 meses en el año (la legislatura ordinaria dura del 21 de
mayo al 18 de septiem bre y, aunque la Constitución perm ite al Congreso
autoconvocarse a legislatura extraordinaria, el Presidente de la República
lo antecede siempre).
Es más, desde la vigencia de la Constitución de 1925, el Congreso N a
cional ha delegado periódicam ente en el Presidente de la R epública sus fun
ciones legislativas, particularm ente en materias económicas y adm inistrativas.
La mayoría de las instituciones jurídicas, económicas y adm inistrativas se
rigen por decretos con fuerza de ley dictados por el Presidente de la R epú
blica. Esta práctica constitucional de delegar funciones legislativas en el
Presidente de la R epública se ha incorporado expresam ente m ediante la R e
forma de 1970.
Como contrapartida de este cúm ulo de atribuciones legislativas del Pre
sidente, el Congreso Nacional tiene, a través de la Cám ara de Diputados,
la posibilidad de fiscalizar los actos del gobierno. Pero esta fiscalización no
tiene sanción directa ni afecta la responsabilidad política de los ministros.
Por otra parte, la acusación constitucional que puede intentar la Cámara
de Diputados ante el Senado, que com prom eta al Presidente o sus ministros,
tiene por fin hacer efectiva su responsabilidad penal por delitos o abusos
de poder y no su responsabilidad política. La Jurisprudencia del T ribuna!
Constitucional (creado en la Reform a de 1970) ha venido a fortalecer el
poder del Presidente de la R epública, al reconocerle el derecho de poder
designar m inistro de otra cartera a un m inistro suspendido por la Cám ara
de Diputados.
En relación con el Poder Judicial el Presidente de la R epública nom bra
a los m inistros y fiscales de la Corte Suprema, a propuesta en quina de la
propia Corte; a los m inistros y fiscales de las Cortes de Apelaciones, a pro
puesta en terna de la Corte Suprema, y a los jueces letrados, a propuesta en
terna de la Corte de Apelaciones respectiva. Refuerza el poder del Presi
dente de la República, además, el hecho de que son de su iniciativa exclu
siva las leyes que fijan o aum entan las rem uneraciones de los miem bros del
Poder Judicial. Aún más, es atribución especial del Presidente de la Repú-
235
blica velar por la conducta m inisterial de los jueces y demás empleados del
Poder Judicial y requerir, con tal objeto, a la Corte Suprem a para que si
procede declare su mal com portam iento, o al M inisterio Público para que
reclame medidas disciplinarias del T rib u n a l competente.
A su vez, el Presidente de la R epública tiene atribuciones jurisdiccio
nales como las de conceder jubilaciones, retiros y goce de m ontepío y con
ceder personalidades jurídicas a las corporaciones privadas, y otorgar y can
celar cartas de nacionalización a extranjeros. U na gracia puede dar tam bién
el Presidente, como los antiguos monarcas: conceder indultos particulares.
Le corresponde, asimismo, el m anejo de las relaciones exteriores. Es fa
cultad privativa del Presidente determ inar con qué potencias extranjeras
Chile m antendrá relaciones diplomáticas; nom bra a los em bajadores y agen
tes diplomáticos, con acuerdo del Senado; concede el agreem ent y el exce-
q u a rtu r a embajadores y cónsules extranjeros, conduce las negociaciones,
hace las estipulaciones prelim inares, concluye y firm a todos los tratados.
Los tratados antes de su ratificación deben ser aprobados por el C ongreso,,
el cual no puede modificarlos.
El Presidente de la República dispone de las fuerzas de m ar, tierra y
aire, las organiza y las distribuye. Es el generalísimo de las Fuerzas Armadas;
no tiene el m ando efectivo norm alm ente, pero es el superior. Los m ilitares
son de la exclusiva confianza del Presidente de la República, cualquiera que
sea su grado o función; puede llam arlos a retiro en conform idad a los regla
mentos. Los nom bra, pero los grados de coroneles, capitanes de navio y de
más oficiales superiores del Ejército, A rm ada y Aviación los confiere con
acuerdo del Senado.
Después de este agobiador enunciado de atribuciones debemos agregar
las propias de Jefe del Poder Ejecutivo: le corresponde “la adm inistración
y gobierno del Estado, y su autoridad se extiende a todo cuanto tiene por
objeto la conservación del orden público en el interior y la seguridad exte
rio r de la República, de acuerdo con la Constitución y las leyes”. Para cum
p lir estas finalidades es el Jefe Superior de la Adm inistración Pública y de
él dependen la fuerza pública, Carabineros e Investigaciones; asimismo, dicta
los decretos, reglamentos e instrucciones para la aplicación de las leyes, cui
da de la recaudación e inversión de las rentas públicas y, en general, tiene,
a través de los servicios públicos y empresas, el m anejo de la intervención
del Estado en la economía chilena.
Para com prender la m agnitud del poder del Presidente de la República
basta, a mi juicio, con resum ir los nom bram ientos que, entre otros, efectúa:
1.—Magistrados y Jueces del Poder Judicial;
2.—Tres miembros del T rib u n al Constitucional, con acuerdo del Se
nado;
3.—C ontralor G eneral de la República, con acuerdo del Senado;
4.—D irector del Registro Electoral, con acuerdo del Senado;
5.—Em bajadores y Agentes Diplomáticos, con acuerdo del Senado;
6.—Generales, Coroneles de Ejército y Aviación y Alm irantes y C apita
nes de Navio, con acuerdo del Senado;
7.—Director Nacional de Salud, con acuerdo del Senado;
8.—M inistros de Estado, por su sola voluntad;
9.—Subsecretarios, por su sola voluntad;
10.—Intendentes y Gobernadores, de su confianza;
11.—Vicepresidentes Ejecutivos y Jefes de Servicios, por su sola voluntad;
12.—Los empleos civiles y m ilitares, en conform idad a los Estatutos.
¿Cuántas personas? Miles, muchas de ellas destinadas a cum plir funcio-
nés im portantísim as en el régim en político chileno.
236
La legislación com plem entaria de la Constitución ha m ultiplicado por
cien las atribuciones de que dispone el Presidente de la República. Baste
señalar, por ejemplo, las concedidas por leyes genéricas de expropiación, in
tervención, requisam iento; otorgam iento de concesiones de radiodifusión,
ingreso y perm anencia de extranjeros, reuniones públicas, etc.
En tiempos de anorm alidad en la vida del Estado, la Constitución ha
previsto situaciones que otorgan amplias facultades al Presidente de la R e
pública para afrontarla. T a l ocurre en caso de agresión exterior o conmo
ción interna en que, declaradas en estado de sitio una o más provincias, el
Presidente puede arrestar a los habitantes en sus casas o lugares no h abi
tuales de detención de reos comunes, o trasladarlos de un departam ento a
otro. Leyes excepcionales pueden autorizarlo para restringir la libertad p er
sonal o de im prenta y restringir o suspender el derecho de reunión. Aum en
ta sus atribuciones en esta m ateria la Ley de Seguridad del Estado N ° 12.927,
que le perm ite declarar el estado de emergencia y, en caso de sabotaje con
tra la seguridad nacional, la Ley N? 7.200 lo autoriza, previo inform e del
Consejo Superior de Defensa Nacional, para declarar zonas de emergencia.
Por últim o, tratándose de una emergencia financiera, la Reform a Cons
titucional de 1943 lo autoriza a ordenar pagos no contemplados en la ley,
en caso de necesidades impostergables derivadas de agresión exterior, con
m oción interior, calam idad pública o agotam iento de recursos de servicios
que no puedan paralizarse sin grave daño para el país, y hasta el 2% del
presupuesto de gastos de la Nación (2% constitucional).
Después de este exhaustivo enunciado de las atribuciones formales del
Presidente de la R epública creemos haber com probado su carácter de órga
no supremo d el'rég im en político y, al mismo tiempo, formulam os dos re
flexiones. ¿Puede un hom bre controlar el ejercicio de tal cúm ulo de atrib u
ciones? De no ser posible, cobrarían singular im portancia los hom bres que
lo acom pañan en el Gobierno, sus colaboradores inm ediatos y, luego, el
elector deberá no sólo ponderar al candidato, sino a su equipo hum ano. La
otra reflexión se refiere a la responsabilidad del Presidente. A tantas a tri
buciones debiera corresponder una estricta responsabilidad. Sin embargo,
como veremos, el Presidente y sus m inistros tienen sólo responsabilidad pe
nal y civil muy excepcional.
Desde luego, siendo el régim en presidencial de ejecutivo vigorizado, ni
el Presidente n i sus ministros tienen responsabilidad política directa ante
los ciudadanos ni ante el Parlam ento. Como se ha expresado anterioim ente,
la fiscalización de los actos del Gobierno por la Cám ara de D iputados no
tiene sanción y no lleva aparejada, por expresa declaración constitucional,
responsabilidad política de los ministros. Agregaremos que esta fiscalización
no alcanza a destacados Jefes de Servicios de la A dm inistración Pública con
im portantes atribuciones.
La acusación constitucional contra el Presidente de la R epública y sus
m inistros tiene por objeto hacer efectiva su responsabilidad penal por los
delitos o abusos de poder que com etan en el ejercicio de sus funciones, y
puede dar lugar a una responsabilidad civil subsidiaria. Pero, exam inando
con cuidado el sistema establecido por el constituyente, veremos que se con
firm a nuestra tesis señalada precedentem ente.
En efecto, el Presidente de la República puede ser acusado por la m a
yoría en ejercicio de los diputados ante el Senado sólo por haber com pro
m etido gravemente el honor o la seguridad del Estado, o infringido abier
tam ente la Constitución o las leyes. Las causales exigen com prom eter grave
m ente o infringir abiertam ente, calificativos difíciles de apreciar, que la p ru
dencia inclina a interpretar restrictivam ente. Pero, además, para que pros
pere la acusación y el Senado declare culpable al Presidente de la R epú
blica, se requiere el voto conform e de las dos terceras partes de los senadores
en ejercicio. Burdam ente podríam os decir que al Presidente de la R epública
le bastaría contar con un tercio más uno de los senadores para gobernar al
m argen de la Constitución, sin ser sancionado legalmente.
Respecto de los ministros de Estado, las causales son más específicas v
el quorum para aceptar su culpabilidad es la mayoría de los senadores en
ejercicio, mas, como hemos señalado anteriorm ente, la jurisprudencia per
m ite al Presidente nom brar en otro cargo de m inistro al que ha sido sus
pendido por la Cám ara o condenado por el Senado, a menos que en este
últim o caso haya sido condenado por los T ribunales a pena aflictiva. Agrava
la situación descrita la falta de concordancia entre las causales de acusación
constitucional de la Constitución de 1925 y los delitos tipificados por el
Código Penal de 1874, que deja im pune a la mayoría de los acusados.
Justo es señalar que la Constitución exige que para que los actos del
Presidente de la República tengan valor deben llevar la firm a del m inistro
correspondiente, y que los m inistros tienen una am plia responsabilidad civil
por los daños que causen injustam ente en el ejercicio de sus cargos, respon
sabilidad que se hace efectiva previa declaración de culpabilidad del Senado.
Por últim o, en cuanto a la fiscalización de los actos del Presidente de
la República, debemos agregar a la fiscalización de la Cámara de D iputa
dos la que corresponde a la C ontraloría General de la R epública respecto
de los decretos supremos.
M ediante la toma de razón de los decretos supremos la C ontraloría exa
m ina su constitucionalidad y legalidad. Si estima que algún decreto supremo
infringe la Constitución o la ley, lo representa. Pero, una vez más, el sistema
coloca al Presidente de la República sobre otro órgano del Estado, al facul
tarlo para que con la firm a de todos los ministros de Estado pueda dictar
un decreto de insistencia. Este decreto ordena a la C ontraloría G eneral to
m ar razón del decreto representado y, ju n to con hacerlo, la C ontraloría debe
rem itir los antecedentes a la Cám ara de Diputados. No opera el decreto de
insistencia en los casos de emergencia financiera ya descritos, en que los que
ordenen pagos fuera de los casos previstos por la Constitución responden
del delito de malversación de caudales públicos y solidariam ente del reinte
gro de la cantidad ilícitam ente pagada.
Fuera del control preventivo de la C ontraloría G eneral de la República
no hay vigente otro. ¿Cómo se encuentra el ciudadano frente a este extenso
poder que el sistema confiere al Presidente de la República? Prácticam ente
indefenso. Es verdad que excepcionalm ente se le perm ite recurrir a alguna
otra autoridad, como por ejem plo a la Corte Suprem a en el caso de cance
lación arbitraria de la carta de nacionalización, o a las Cortes de Apelacio
nes, p or medio del recurso de am paro, en resguardo de su libertad personal.
Sin embargo, la falta de dictación de la ley orgánica ele los T ribunales Ad
ministrativos, establecidos hace más de 45 años, deja al ciudadano indefenso
frente a los actos arbitrarios de las autoridades políticas y adm inistrativas.
¿A quién favorece esta grave omisión? Fortalece, a nuestro juicio, al Poder
Ejecutivo, constituyendo un serio quebranto del Estado Social de Derecho.
E n suma, el sistema jurídico chileno nos m uestra al Presidente de la
R epública elegido dem ocráticam ente, con am plio apoyo de opinión pública,
órgano supremo dentro elel régim en político, capaz de im poner su voluntad
en el proceso legislativo con un tercio más uno de los diputados o de los
senadores, capaz de gobernar al m argen de la Constitución con un tercio
más uno de los senadores, dotado de atribuciones que requieren de u n gran
núm ero de colaboradores para ejercerlas, y con una muy leve responsabili
238
dad jurídica de sus actos. Frente a él el ciudadano, prácticam ente indefenso,
sólo con su voto para elegir al mejor.
El poder formal del Presidente descrito en el apartado anterior sufre
en su ejercicio práctico modificaciones cpie lo acrecentan o lo lim itan. Del
análisis conjunto de esos más y menos resultará la m edida de su poder real.
El Presidente de la R epública ve acrecentado su poder con la inform a
ción centralizada que le proporciona el m anejo de las relaciones exteriores.
Los embajadores y demás agentes diplomáticos están constantem ente rem i
tiendo al M inisterio de Relaciones Exteriores la oportuna inform ación de
todos los problemas, resoluciones o políticas que afectan a los demás países,
en especial, de los del área de influencia de los Estados Unidos de N orte
américa, de América latina, y hoy de algunos países socialistas. El M inisterio
procesa esta inform ación y sus análisis los recibe el Presidente ele la R epú
blica.
El Presidente usa el conocimiento de toda la problem ática internacio
nal como fuente de sus propias resoluciones, pero al mismo tiem po ésta le
sirve para aum entar su poder interno. En efecto, esta inform ación la entrega
dosificada a los demás órganos del Estado; son escasas las sesiones del Con
greso, preferentem ente del Senado, en que se tratan problem as internacio
nales, a las cuales concurre el m inistro del ram o a proporcionar su versión
e interpretación de los hechos; es más frecuente que el Presidente de la R e
pública, para vencer resistencias de sus partidarios o adversarios frente a una
determ inada política o petición, use ese conocimiento como instrum ento de
presión. Es corriente escuchar a los Presidentes de la R epública el argum ento
de que “los dem ás” sólo tienen la inform ación interna y no la internacional
y que tienen, en consecuencia, una visión parcial. La reserva con que se
transm ite la inform ación internacional le excusa de tener que revelar los
hechos o la fuente, de m anera que hay que hacer fe en su palabra y aceptar
su decisión. Es obvio que ésta es una ventaja frente a los otros poderes y
a los partidos políticos.
Facilita en gran medida la oportunidad de la inform ación que recibe
el Presidente de la R epública la residencia en Santiago de un núm ero im
portante de organismos internacionales, establecidos principalm ente por la
estabilidad institucional de nuestro país.
Las Fuerzas Armadas en Chile han dem ostrado una proverbial dedica
ción a sus funciones profesionales y con justicia tienen la gratitud y el reco
nocim iento de todos. Con excepción del golpe m ilitar de 1924 y después
algunas pequeñas intervenciones, han sido garantía del libre desenvolvi
m iento de las instituciones democráticas. Sin embargo, el carácter descrito
no les resta ser un grupo de presión que debemos analizar en este trabajo,
aunque sea someramente.
Fiemos dicho que el Presidente de la R epública es el generalísimo de
las Fuerzas Armadas y, aunque no tiene m ando efectivo, es el superior. Mas,
su poder radica en ser el interm ediario entre ellas y el gobierno civil; el
Presidente es el que m ejor le puede tom ar “el pulso” a las Fuerzas Armadas;
es el que tiene la inform ación ele sus aspiraciones, de sus objetivos, ele su
potencial, etc.
Las Fuerzas Armadas presionan legítim am ente para ser consideradas
dentro de las prioridades de inversión del Estado. El equilibrio arm am en
tista debe ser m antenido como razón de subsistencia del territorio e inde
pendencia de la República. Chile ha sido un defensor de las limitaciones
de arm am entos en los países de América latina, pero otros gobiernos hacen
fuertes gastos que obligan a nuestro Ejército, M arina y Aviación a requerir
del Presidente de la R epública especial preocupación. Nos parece que el
239
k
Presidente de la R epública muchas veces pierde el sueño cuando se inform a
por la prensa u otros canales que un país vecino va a ad q u irir un p o rta
aviones o una flota de aviones M irage o proyectiles teledirigidos, tanques
poderosos, etc. Nuestras Fuerzas Armadas, de alta eficiencia técnica, necesi
tan de arm am ento m oderno para m antener esa calidad y presionan con
tal fin.
Existe tam bién el problem a económico de los miembros de las Fuerzas
Armadas y, como tales, hacen llegar sus peticiones al Presidente. En más
de alguna oportunidad su no atención oportuna ha traído graves consecuen
cias (Tacnazo). Como hemos expresado anteriorm ente, la C onstitución Po
lítica nos señala que las Fuerzas Armadas son instituciones jerarquizadas,
disciplinadas, esencialmente obedientes y nos agrega que, como instituciones,
no pueden deliberar, pero existe la “presencia” de las Fuerzas Armadas, por
una parte, y por la otra, los oficiales tienen la plenitud de sus derechos
políticos.
Las limitaciones que puede sufrir el poder del Presidente de la R epú
blica frente al grupo de presión que examinamos, se convierten en fuente
de poder interno del Presidente ante los otros poderes y partidos políticos.
En efecto, la inform ación del estado y “pulso” de las Fuerzas Armadas puede
perm itir a un Presidente lograr muchos fines de índole política ante p arti
darios y adversarios. La situación es muy parecida a lo que ocurre con la
inform ación internacional: hay que hacer fe de su palabra.
U na reflexión más exige la situación descrita en el apartado anterior y
en lo que va de éste. ¿Cómo, teniendo tanto poder el Presidente de la R e
pública, los Presidentes de los últim os períodos en sus Mensajes al Congreso
Pleno y en declaraciones a la prensa, se quejan de que no han podido go
bernar? Culpan al Congreso N acional o a la politiquería. La verdad es que
hay dos factores que gravitan lim itando el extenso poder del Presidente de
la República: la m ultiplicidad de partidos políticos y la estructura del Con
greso.
U n Presidente de la R epública que quiera m antener la situación social
existente en Chile y no efectuar cambios, tiene a su favor el sistema de go
bierno creado por la Constitución Política de 1925, y con un tercio más uno
de los diputados o de los senadores, usando el veto suspensivo, puede m a
n ejar cualquier intento de transform ación de las estructuras sociales. Pero
u n Presidente de la R epública que desee efectuar la sustitución total o p ar
cial del sistema social existente encontrará serios problem as si no cuenta con
un apoyo parlam entario am plio y, por ende, con u n a base de partidos po
líticos con fuerte representación en el Congreso.
La realidad chilena de los últim os 40 años ha obligado a los Presiden
tes de la R epública a buscar apoyo en coaliciones o alianzas de partidos
políticos, ele las más curiosas combinaciones o matices, con excepción del
gobierno del Presidente Frei que descansó en la democracia cristiana (su
aliado el Padena representaba un porcentaje bajo de la votación nacional).
Así, el Presidente Pedro A guirre Cerda basó su gobierno en el P artido R a
dical, en combinación con los Partidos Socialista y Comunista, form ando el
F rente Popular. El Presidente Gabriel González Videla inició tam bién su
gobierno con una combinación de partidos, en la que se contaban el P ar
tido R adical y el P artido Comunista; a poco andar, el P artido Com unista
salió del gobierno y fue puesto fuera de la ley, formándose una combinación
del P artido Radical con partidos de derecha. El Presidente Ibáñez inició su
gobierno con el apoyo del P artido Agrario Laborista y el Socialista Popular
y una serie de movimientos; en las elecciones de parlam entarios de 1953
hubo más de 30 partidos políticos con derecho a elegir.
240
El Presidente Jorge Alessandri Rodríguez comenzó su gobierno con los
Partidos Conservador y Liberal, a los cuales se sum aron más tarde los radi
cales. El Presidente Allende fue el candidato de una coalición de partidos
m arxistas y democráticos (Partidos Comunista, Socialista, R adical y Social-
demócrata, y m a p u y a p i ) a los cuales se ha agregado una fracción del Par
tido Demócrata Cristiano, la Izquierda Cristiana; sin embargo, esta coalición
no le da mayoría en las Cámaras. ¿Qué sucede?
El Presidente Allende fue elegido por la votación de un tercio de los
electores y la mayoría del Congreso Pleno. En las elecciones de regidores
de 1971 los partidos que lo apoyan obtuvieron cerca del 50% de los sufra
gios. De m antenerse esta cifra en las elecciones de diputados y senadores de
1973, su coalición unida podrá lograr mayoría en la Cám ara de Diputados,
pero no en el Senado. El Presidente Frei resultó elegido por los ciudadanos
con más del 50% de los sufragios válidam ente emitidos. Al año siguiente,
1965, la Democracia C ristiana logró en el Congreso 82 diputados y una fuer
te representación en el Senado, pero no alcanzó la mayoría.
El problem a radica en la diferente duración del m andato del Presidente
de la República, de los diputados y los senadores, en la renovación parcial
del Senado, y en la falsa representación de la Cám ara de Diputados. En efec
to, al d u rar el Presidente seis años en sus funciones, al renovarse la Cámara
de D iputados totalm ente cada cuatro años, al tener los senadores un m an
dato de ocho años y al renovarse el Senado por parcialidades, resulta que
cada uno refleja una realidad política distinta. No existiendo coincidencia
o proxim idad en la renovación de las aludidas autoridades, es muy difícil
que el Presidente de la República, aun apoyado por coaliciones de partidos,
logre mayoría en ambas Cámaras.
Agrava la situación el hecho de que el Senado se renueve por parcia
lidades, porque subsisten en él senadores que representan la realidad polí
tica de cuatro años atrás; la m ultiplicidad de partidos políticos, la m ovili
dad de los independientes y las divisiones de los partidos, prácticam ente
im piden que los partidos que apoyan al Presidente tengan mayoría en el
Senado. Los técnicos y algunos políticos chilenos justifican la realidad des
crita aduciendo que es conveniente que las transformaciones sociales cuenten
con un am plio apoyo ciudadano y, de lo contrario, se efectúen por una lenta
evolución. En el fondo se trata de que el Presidente y sus partidarios prue
ben su idoneidad para gobernar, pero el sistema no se los perm ite fácil
mente. Si no pueden hacer las. transform aciones que han prom etido, ¿cómo
pueden p robar su capacidad?
L a situación del Presidente Allende es algo distinta, pues la Reforma
Constitucional de 1970 lo dotó de un instrum ento que, si efectivamente tie
ne el apoyo de la mayoría de los chilenos, puede perm itirle hacer las refor
mas de estructura. Este instrum ento es la consulta plebiscitaria en el caso
ele que la m ayoría del Congreso le rechace un proyecto de reform a consti
tucional. Los anteriores Presidentes no pudieron usar el plebiscito, pues el
procedim iento de reform a constitucional dejaba, en la práctica, en manos
del Congreso N acional la posibilidad de plebiscito. En efecto, al Congreso
le bastaba con rechazar los vetos del Presidente y no insistir en el proyecto
de reform a constitucional para que el Presidente no pudiera usar el plebis
cito. Así, los anteriores Presidentes tuvieron que lim itar su poder o debieron
form ar coaliciones de partidos que los apoyaran, aunque no tuvieran una
ideología común, o, como el caso del Presidente Frei, debieron obtener apo
yo de un partido u otro, fuera de izquierda o de derecha, para proyectos ele
ley específicos. Evidentem ente que no tuvo apoyo de los partidos ni de iz
16.—CEREN 241
quierda ni de derecha para proyectos im portantes, como reestructuración
adm inistrativa, prom oción popular, etc.
T am bién los anteriores Presidentes su frieron de la lata tram itación le
gislativa de los proyectos de ley, como el caso del proyecto de Reform a Agra
ria en el Gobierno de Frei, que dem oró cerca de dos años con la reform a
constitucional al derecho de propiedad. Por lo menos, la Reform a C onstitu
cional de 1970 da al Presidente Allende la eventual posibilidad de que se
apliquen trám ites más breves en sus proyectos y destierra las leyes “miscelá
neas” con los recursos al T rib u n al Constitucional. Por últim o, dentro de las
limitaciones al poder del Presidente de la República, necesariamente debe
mos señalar el excesivo detalle de las leyes que, en la práctica, perm iten que
la mayoría se aplique sin necesidad de reglamentos. Las leyes del siglo pa
sado y principios de este siglo eran verdaderas leyes, por su carácter general
que dejaba al Presidente de la R epública con una am plia potestad regla
m entaria. Las leyes posteriores a 1925 son extraordinariam ente complejas
y se llega hasta los menores detalles. En el fondo, los partidos tratan de
am arrar al Presidente en la ejecución de las leyes. Se dirá que la m ayoría
de las leyes im portantes tienen su iniciativa en el Presidente. Es verdad,
pero no hay que olvidar que el Presidente ha debido form ar coaliciones de
partidos que lo apoyen en el Parlam ento, o bien las Cámaras, al trata r los
proyectos incorporan, por la vía de la indicación, norm as destinadas a lim i
tar o regular la acción ejecutiva del Presidente.
Sin embargo, el Presidente de la R epública tiene tam bién algunos ins
trum entos para presionar a parlam entarios y partidos políticos, como la ini
ciativa exclusiva de ciertos proyectos de ley en que la ley anual de presu
puestos tiene singular valor, pues distribuye los gastos variables por servicios
y por áreas geográficas; los nom bram ientos de m inistros y demás funciona
rios im portantes (en muchos gobiernos se ha hablado del “cuoteo” en la
distribución de “cargos claves”), la fijación de prioridades en la inversión
de los fondos públicos, etc.
La Adm inistración Pública, como centro de poder, requiere tam bién
un examen más detenido. El Presidente de la R epública es el jefe superior
y goza de toda la influencia que tal calidad le perm ite: nom bram ientos de
funcionarios, distribución de recursos entre los servicios, recepción de infor
mación oportuna, etc. Indudablem ente que tiene poder el Presidente frente
a los otros órganos del Estado por contar con la colaboración de la Adm i
nistración Pública; la sola posesión de los bancos de datos y el m onopolio
de la com putación pública le dan un poder im portante, pero tam bién la
A dm inistración tiene poder frente al Presidente de la República. En efecto,
la A dm inistración Pública constituye los ojos del Presidente de la R epública
a través de todo el país; ve por ella, y actúa por ella. El análisis de la in
formación que recibe el Presidente lo hace ella. En el fondo el Presidente
conoce la m archa del país de la m anera que la A dm inistración Pública se
la presenta. Por mucho que el Presidente recorra el territorio sólo tendrá
u n a visión superficial de la situación y muchas veces escenificada de ante
m ano. Los m inistros y jefes de servicios tienen la hum ana tendencia de mos
tra r al Presidente el lado positivo de la acción de gobierno; es tal el cúmulo
de atribuciones que tiene que ejercer el Presidente que le es imposible re
visar todas las resoluciones, debe confiar en un grupo bastante numeroso
de colaboradores. Los Presidentes se aislan del contacto con los ciudadanos,
muchas veces círculos de personas tienen influencia sobre él por confiar él
más en ellas que en otras; otras veces los m inistros o subsecretarios tienen
fundado tem or en inform ar a los Presidentes de los aspectos negativos del
gobierno. La prensa en que el Presidente confía le es, generalm ente, incon
242
dicional. El poder de la A dm inistración frente al Presidente queda compro
bado cuando se trata de m odificar o trasladar las atribuciones de un m inis
terio o servicio a otro. La resistencia es heroica. Nosotros hemos llegado a
la conclusión de que para hacer una reform a adm inistrativa seria y racional
hay que in ten tarla en el prim er año de gobierno, antes de que los m inistros
y jefes de servicios com prueben el poder que tienen, después es muy difícil.
Cuando en el gobierno existen diversos partidos políticos que colaboran
con el Presidente, la situación descrita se m ultiplica muchas veces, porque
cada partido quiere dem ostrar o hacer creer al Presidente que los m iniste
rios, las prioridades a su cargo y sus m inistros y funcionarios son los más
im portantes, los más eficientes, etc.
A lo anterior debemos agregar que el m ando efectivo del Presidente de
la República y los m inistros en la A dm inistración Pública se refiere princi
palm ente a los servicios centralizados, pues los descentralizados no dependen
sino que se relacionan con el Presidente a través de algún m inisterio. Los
servicios descentralizados gozan de bastante autonom ía y, si bien los dirige
un vicepresidente o director nom brado por el Presidente, las decisiones im
portantes le corresponden a los consejos o directorios en que el Presidente
tiene algunos miem bros de su libre designación.
En los últim os decenios, en cada gobierno surgen nuevos servicios des
centralizados que, a pesar de lo expresado, tienen a su cargo el cum plim iento
de las prioridades de esos gobiernos. Es el caso, por ejemplo, de c o r f o y sus
subsidiarias, de c o r a , i n d a p , s a g , c o r v i , c o r h a b i t , c o r m u , c o d e l c o , etc.
En más de alguna ocasión, los consejos de instituciones descentralizadas han
acordado medidas ajenas o contrarias a la política de los gobiernos, dem o
rando mucho tiem po su posibilidad de corrección.
No pretendem os criticar injustam ente a la A dm inistración Pública chi
lena, sólo queremos destacar la necesidad de hacer una reform a adm inistra
tiva racional que acreciente su prestigio y le dé un carácter profesional, por
una parte y, por la otra, com probar su real poder que, sin duda, constituye
una lim itación al poder del Presidente de la R epública ft.
Hemos dicho anteriorm ente que dentro de la com unidad política hay
otras organizaciones que tienen poder además del Estado, y es muy im por
tan te para el ejercicio del gobierno que el Presidente de la R epública logre
hacer que esas organizaciones concurran a apoyar la política que desarrolle
o, a lo menos, obtenga su neutralización. T a l ocurre con los sindicatos, aso
ciaciones de empresarios, universidades, juntas de vecinos, centros de madres
y otras organizaciones com unitarias.
Si el Presidente ele la República, a través de los partidos políticos que
lo apoyan, no está en condiciones de que los sindicatos acepten sus medidas
de política económica, es im posible en la práctica que pueda cum plir pro
gramas de estabilización o luchar en contra de la inflación. N ada se obtiene
con fijar por ley los aum entos de rem uneraciones del sector público, si por
su lado el sector privado, a través de sus sindicatos, usando la huelga como
instrum ento de presión, en las negociaciones colectivas logra aum entos sus
tancialm ente mayores al alza del costo de la vida, sea directam ente o usando
el subterfugio de asignaciones especiales, bonificaciones, etc. Un Presidente
de la República que no cuenta con verdadera solidaridad de los trabajado
res tiene una trem enda lim itación en su poder para cum plir su program a.
En verdad, es difícil convencer a los empleados y obreros de que en sus pe
ticiones deben ajustarse a una determ inada política, pero es casi imposible
243
tai convencim iento cuando lo requieren partidos que estando en la oposi
ción han estim ulado una actitud diferente. La solidaridad no se produce por
órdenes de autoridad o por medio de una propaganda falaz, sino que con
el ejemplo, sin verbalismo, desterrando la persecución sectaria e inform ando
honestam ente a los ciudadanos. Los hombres entienden que nada se cons
truye en un día con cimientos sólidos y que muchas veces hay que sacrificar
algo o m ucho hoy para ser felices m añana, pero racionalm ente exige aboli
ción de privilegios, igualdad real, la “pobreza” de los que ejercen la auto
ridad y muchas limitaciones a los que deben prestar su servicio a la com u
nidad.
U n Presidente de la R epública que desee afectar profundam ente las
estructuras sociales tam bién se enfrentará con las asociaciones de empresa
rios, de productores y con los colegios profesionales o asociaciones gremiales.
Es im portante la influencia que en ellos tengan los partidos políticos que
apoyan al Presidente, pero nos parece que por sobre todo se logrará una
actitud racional frente al gobierno si éste m uestra oportunam ente las “reglas
del juego” que afectarán a productores de bienes y servicios.
Ju n to con el trem endo desarrollo de la sindicación campesina, en el
Gobierno del Presidente Frei se estim uló y facilitó la constitución de orga
nizaciones com unitarias de diferente índole: juntas de vecinos, centros de
madres, cooperativas diversas, comités de pequeños productores, medieros,
arrendatarios, etc., siguiendo la acertada política de que el servicio público
llega m ejor al pueblo organizado que al individuo aislado. Pero no basta la
organización, es m enester además que el servicio llegue oportunam ente. De
lo contrario, estas organizaciones de fuerte base de apoyo al gobierno se
transform an en un poderoso grupo de presión adversario del Presidente de
la R epública y sus colaboradores. Si, además, la participación del pueblo or
ganizado en las decisiones de la autoridad es m eram ente form al y no real,
se desvirtuará un valioso instrum ento para la subsistencia del régim en dem o
crático.
Por últim o, en este largo recorrido, debemos exam inar el papel de las
iglesias y de las universidades, instituciones sociales de naturaleza especial
por las funciones que cumplen. La influencia de las iglesias y, particular
m ente, la de la Iglesia Católica, apostólica y rom ana, en el gobierno, se ha
debilitado en los últim os decenios. Desde luego, para esta últim a, no es la
misma la situación de que gozaba bajo el im perio de la Constitución de
1833, en que era la religión oficial del Estado, que la actual separación con
privilegios que se pactó en Rom a en 1925 y concretó la reform a constitu
cional de ese año. No obstante, todos los gobiernos han m antenido buenas
relaciones protocolares con la Iglesia Católica, respetando su participación
en las fiestas oficiales. En la transm isión del m ando al Presidente Salvador
A llende hubo un T edeum ecuménico. La religiosidad de los chilenos hace
que todavía sea im portante la opinión de las iglesias respecto a los grandes
problem as nacionales y los presidentes buscan o su franco apoyo o su neu
tralidad.
Las universidades cum plen una función im portante en Chile y en la
m ayoría de los países de Latinoam érica: son los centros de educación supe
rior y de casi exclusiva investigación científica y tecnológica. En los últim os
años han recobrado su tarea de ser conciencia crítica del país y com prom e
terse más con la realidad chilena. Constituyen, por ende, un fuerte grupo
de presión que aúna a académicos, estudiantes y funcionarios. Los presiden
tes de la R epública han demostrado especial preocupación por ellas, y no
hay duda de que los gobiernos tienen buen cuidado de, respetando su auto
244
nomía, obtener su colaboración para el cum plim iento de sus metas. La soli
daridad de los universitarios, expresada a través de sus específicas funciones,
es realm ente valiosa en muchas tareas de gobierno.
En síntesis, entonces, el poder real del Presidente de la R epública es
el resultado de todos los aspectos que hemos señalado, con algunas disgre-
siones que consideramos útiles para ilustrar su contenido; al poder jurídico
form al el Presidente suma la valiosa inform ación que posee de la realidad
internacional, el conocimiento del “pulso” de las Fuerzas Armadas, el m ono
polio de los bancos de datos y com putación públicos, el m anejo de la Ad
m inistración Pública, la fijación de prioridades del gasto público, etc.; lim i
ta su poder la estructura del Parlam ento, la necesidad de apoyarse en coali
ciones de partidos políticos, la obligación de confiar en un gran núm ero
de colaboradores, el poder de la Adm inistración Pública, de los sindicatos,
de las empresas de productores de las organizaciones com unitarias, de las
iglesias, de las universidades, etc. Concluiremos destacando el valor de la
persona del Presidente de la R epública en el régim en político chileno, pero,
al mismo tiempo, recordando que solo es muy poco lo que puede, y reve
lando la im portancia de los partidos políticos y del equipo gobernante.
Para com pletar el cuadro de la form a cómo los centros de poder ejercen
sus facultades de decisión y sus influencias nos referiremos, brevem ente, a
los órganos de control y a los T ribunales.
La C ontraloría General de la República, organismo autónom o consti
tucional, tiene la fiscalización jurídica y financiera de los actos del Presi
dente de la R epública y de los servicios públicos. A través de esta fiscaliza
ción ejerce un poder im portante, acrecentado por la falta de funcionam ien
to de los T ribunales Administrativos. La tendencia últim a de la política
legislativa es la de liberar a los servicios del control jurídico de la C ontra
loría, en busca de un sistema más ágil que esté de acuerdo con una adm i
nistración m oderna, a través de la Superintendencia de Bancos o de la Su
perintendencia de Seguridad Social.
El T rib u n al Calificador de Elecciones, tam bién un tribunal autónom o,
ejerce un poder muy fundam ental al corresponderle efectuar los escrutinios
generales y resolver las reclamaciones en las elecciones de Presidente de la
República, diputados, senadores y regidores y proclam ar a los elegidos en
los tres últim os casos. Los miembros del T rib u n a l Calificador son irresponsa
bles y sus fallos inapelables, como lo ha ratificado en reciente fallo la Corte
Suprema. Las sentencias del T rib u n a l Calificador tienen una im portancia
decisiva en la generación de los poderes públicos, como lo dem uestra la reso
lución sobre federaciones y confederaciones de partidos políticos, que tendrá
gran significación en las elecciones de 1973.
El T rib u n a l Constitucional, a nuestro juicio, constituye un poder del
Estado, en la m edida en que, ejerciendo su competencia, se pronuncia sobre
la constitucionalidad de los proyectos de ley, decretos con fuerza de ley y
tratados internacionales. Nos parece errado jurídica y políticam ente exten
der su poder a los proyectos de reform a constitucional.
Por últim o, nadie puede desconocer el poder de la Corte Suprem a en
Chile, al resolver sobre la inaplicabilidad de la ley por inconstitucionalidad
y corresponderle la interpretación de la ley civil y penal, a través del recurso
de casación en el fondo y del recurso de queja.
245
La burocracia como grupo social *
J osé Sulbrandt C.
icis -f l a eso
Investigador Instituto Sociología, U.C.
IN T R O D U C C IO N
* Este trab ajo p u d o ser realizado gracias a la invaluable colaboración de M aría Alicia F errera; el
au to r agradece a Sergio Bagú y a M anuel A. C arretón sus penetrantes com entarios críticos que
ayudaron a m ejorarlo. P o r supuesto la responsabilidad por lo aq u í afirm ado es exclusiva del autor.
246
da fuerza social, y que está conform ada por profesionales y empleados pro
venientes, a su vez, de sectores preferentem ente profesionales y empleados.
Siguiendo está perspectiva, se hace necesario desarrollar el problem a de
la posibilidad de la existencia de conciencia de clase al interior de grupos
medios, análisis que perm ite detectar, por un lado, los intereses de dichos
grupos y, a la vez, la conciencia psicológica de ellos (criticando los estudios
que se basan en la autoidentilicación como indicador de conciencia de
clase).
Para finalizar, formularem os una serie de conclusiones, que en suma
se derivan del análisis ele la inform ación que señalan algunos elementos pa
ra la form ulación de una política con respecto a estos sectores. Es necesa
rio, sin embargo, explicitar que nuestro trabajo, basado principalm ente en
u n estudio empírico, está lim itado a señalar algunos rasgos del fenómeno
burocrático, y es en este sentido que se desarrollarán los puntos anterior
m ente explicitados.
1 Poulantzas, Nicos, Clases Sociales y Poder Político en el Estado Capitalista, E ditorial Siglo X X I,
1969, p. 335.
2 U rzúa, G erm án y G arcía, A na M aría. Diagnóstico de la burocracia chilena 1818-1969. Ed. Ju ríd ica
de Chile, 1971, p. 19.
3 P in to , A níbal, ‘‘D esarrollo Económico y Relaciones Sociales” , en Chile, H oy. Siglo X X I Editores
S. A ., Santiago, 1970, p p . 7-8.
v / Sunkel, Osvaldo y C arióla, C arm en. La Historia Económica de Chile en el período 1830-1930.
v Ensayo y Bibliografía. ICIS-ELACSO. M imeo. p p . 21-27.
247
La integración de la economía chilena, preferentem ente en términos
de agricultura y m inería, en el mercado m undial, va causando cambios en
el sistema social y político. De ellos, lo que más nos interesa es el desarrollo
de un complejo financiero comercial y, por tanto, de todo un sector de ser
vicios. Este desarrollo im plica la emergencia de sectores medios en el “sec
tor privado” y en la adm inistración del Estado.
Con la abolición de mayorazgos, la depresión de 1859-61 que hace bajar
la propiedad agrícola, la emergencia de nuevos grupos en m inería, banca y
el comercio, se inicia la prim era quiebra del régim en de burguesía terrate
niente. Parte de la nueva burguesía financiera y comercial que se genera en
este proceso, desarrolla paralelam ente funciones de burguesía terrateniente
en la m edida en que aum enta su poder económico a través de la propiedad
agrícola. Estos nuevos grupos ayudan a increm entar el personal de la ad
m inistración pública, al incorporar a ella elementos que sirvan como res
puesta a sus necesidades de apoyo y legitimación.
Después de la G uerra del Pacífico (1879-83), se desarrolla la explotación
del salitre y surge en esa explotación un enclave inglés. P arte de la riqueza
así generada financia la actividad estatal; el gobierno es el que recauda los
tributos y dispone de esa recaudación. Se inician obras públicas, se am plía
y afirm a el aparato estatal y se trata de extender su alcance a todo el terri
torio nacional. Este proceso viene a reafirm ar la tradición de un “estatis
m o” o del rol im portante del Estado, que había estado presente desde la in
dependencia. Como lo ha señalado Pinto, la posibilidad de que sea el go
bierno y no entes privados los que usan y disponen de este ingreso, es lo que
determ ina una estructura de demandas y empleos que favorece a las “cla
ses m edias” en los “centros urbanos” 4. El uso de estos recursos estatales ex
traordinarios va destinado preferentem ente a obras públicas, escuelas, puer
tos, ferrocarriles, lo que determ ina un aum ento del núm ero de funcionarios.
Este fenómeno posibilita resolver el problem a planteado por grupos medios
que buscan una salida ocupacional a una situación creada por acelerado in
crem ento de la urbanización, una disponibilidad de individuos con educa
ción secundaria y universitaria y el desarrollo de una pequeña burguesía
de industriales y comerciantes.
El crecimiento de un grupo im portante de empleados públicos y de
empleados del sector privado, ju n to al desarrollo de sectores de pequeña
burguesía, cía las bases para que las clases medias comiencen a presionar so
bre el sistema político a través de organizaciones partidarias, dem andando
un grado mayor de participación en dicho sistema. Aun cuando desde las
organizaciones partidarias estos grupos form ulan proyectos propios sobre in
corporación al s:'stema político, el sector de la burocracia sigue, desde el apa
rato gubernam ental, siendo instrum entalizado por el grupo hegemónico.
Es en el decenio de los veinte cuando estos sectores buscan una alianza
con los sectores obreros y mineros para forzar a la oligarquía a com partir
parte lim itada de su poder. Esta alianza logra sus objetivos en los gobiernos
de Alessandri e Ibáñez. U na de sus m últiples consecuencias es am pliar el
campo de acción del Estado, lo que se expresa en la extensión de los servi
cios de la adm inistración pública, básicamente en el sector economía, espe
cialm ente en organismos ele crédito y de control de actividades produc
tivas 5.
La alianza se rom pe ju n to con la crisis del sector exportador, la que
afecta profundam ente a Chile. Los sectores medios, ante la presión de los
248
obreros, buscan una alianza con la oligarquía, que se expresa claram ente en
el segundo gobierno de Alessandri (1932-1938), con la cual inician una eta
pa de represión del m ovimiento popular. Sin embargo, esos mismos secto
res medios in tentan luego una nueva alianza con los grupos obreros, lo que
da origen al Frente Popular. Este Frente se articula básicamente en torno a
los grupos medios, los que ejercen una hegemonía al interior de dicha alian
za. D u rante la vigencia del Frente P opular y en general, bajo los gobiernos
radicales (1938-1946) y en función de la ideología del intervencionism o es
tatal, se genera una política de estímulo al desarrollo industrial en el país
y su im plem entación es entregada a una serie de organismos institucional
m ente descentralizados que se crean para estos efectos.
A otro nivel, lás políticas económicas articulan los intereses de nuevas
capas empresariales con los sectores altos de la burocracia. Los sectores de
la burguesía más tradicionales se oponen en un principio a las medidas con
sideradas como intervención estatal, pero con gran oportunism o comienzan
a apoyarse en esta misma intervención, cooptan a los altos burócratas y las
políticas económicas comienzan a reflejar cada vez más la articulación de in
tereses de estos sectores. Es interesñte señalar que representantes de los sec
tores “privados” logran controlar centros neurálgicos de decisión en m ate
rias económicas, y sus representantes son m iem bros perm anentes en los dis
tintos comités que dirigen los nuevos organismos de fomento público.
Con todo, la experiencia del Frente P opular se agota sin haber p rodu
cido cambios estructurales profundos, pero ayuda a generar el proceso de
industrialización sustitutiva e increm enta la intervención estatal en la eco
nomía. Los funcionarios del Estado experim entan un considerable aum ento
num érico y se constituyen en una poderosa fuerza de presión que les per
m ite obtener privilegios especiales respecto del resto de los trabajadores
chilenos, especialmente en relación a increm entos de salarios, leyes previsio-
nales y beneficios sociales. Esto, unido a problem as de prestigio social, basa
do en una educación preferencial y por tipo de ocupación, los va distancian
do de los sectores o b re ro s6.
El desarrollo del aparato estatal continúa en aum ento en función de
necesidades específicas de los distintos grupos de poder o de presión que
operan en el sistema político y para ellas se van creando nuevos servicios
públicos que se agregan a la estructura institucional. Este m odo de creci
m iento —por agregación— es una de las características perm anentes de la ex
pansión del sistema del aparato estatal.
En el gobierno de Ibáñez (1952-58), los sectores burocráticos ejecutan
políticas contradictorias. En efecto, políticas redistributivas y medidas de
am pliación de la participación popular, al comienzo del período, son con
trarrestados en la segunda parte de éste con m edidas de redistribución re
gresiva del ingreso, y se reform an bases legales que den paso a una nueva
form a de dependencia no centrada ya en los enclaves mineros, en este caso
el del cobre, sino en el sector industrial.
Estas últim as tendencias se continúan bajo la adm inistración de Jorge
Alessandri (1958-64), en la cual se articulan más claram ente los intereses de
una burocracia, y en especial de la tecnocracia burocrática, con los intereses
de la burguesía, continuándose en especial, a pesar ele un nacionalismo
superestructura!, el proceso de desnacionalización ele la industria m anufac
turera.
Con la llegada al gobierno de Eduardo Frei (1964-70) se inicia un pro
ceso de reform as estructurales en ciertos sectores del sistema productivo y
6 H irscham n: Journeys toward progress. Cap. 3: “ Inflación en C hile” . A nchor Books, 1965, pp . 245-257.
249
se acentúan las políticas redistributivas directam ente relacionadas a las alian
zas de carácter populista. M uchas de estas políticas tienen como efecto es
tim ular el proceso de am pliación de sectores medios.
Las políticas populistas reflejan una gran am bigüedad de intereses, que
tienen su origen en el policlasismo básico del partido gobernante, y en sus
representantes en la adm inistración pública. Así, por ejemplo, por una p ar
te la política agraria articula los intereses de los sectores campesinos con
los del grupo más progresista de la A dm inistración, m ientras que por otra
parte, la política referente a construcción com patibiliza objetivos y metas
de los grupos empresariales y de los sectores tecnocráticos de esa adm inis
tración.
D u rante estos últim os tres decenios el aparato estatal continúa su pro
ceso de crecimiento por agregación, interviniendo en m últiples actividades
societales, convirtiéndose en elem ento central de la economía chilena, así
como en el eje de negociaciones y articulación de intereses de sectores so
ciales. Este crecim iento constante se refleja tam bién en el núm ero de fu n
cionarios, que sólo en la adm inistración central crece de 42.338, en 1937 a
118.723 en 1967 7. Debe tam bién tenerse en cuenta que es justam ente en
estos decenios que se desarrolla todo el sector descentralizado.
Los elementos que hemos señalado nos perm iten afirm ar que el control
del Estado, en un país con tradición eslatista, sirve como elemento para que
la burguesía desarrolle su hegemonía com prom etida, en la m edida en que se
ve en la necesidad de articular sus intereses con los de los grupos medios.
Esta necesidad se debe a que, como ya ha sido señalado, sus bases económi
cas son demasiado débiles para operar desde allí una dom inación política s.
Su posibilidad de instrum entalizar el Estado puede reducirse a determ ina
dos tópicos: en prim er lugar, que sirva como instrum ento ele apoyo a sus
intereses directos de clases y que le genere una clase-apoyo en un sector m e
dio dependiente como el burócrata. En segundo lugar, que sirva de instru
m ento de control sobre el m ovimiento popular a través de mecanismos de
coacción, y por últim o, que desarrolle un intento serio de hegemonía o con
senso, a p artir del Estado o de organismos directam ente controlados o esti
mulados por éste.
A hora bien, un resumen nos daría el siguiente cuadro: en prim er lugar,
tenemos un aparato estatal extendido en cuanto a su acción, e im portante
por el m onto de recursos que controla y la asignación que hace de ellos.
En segundo lugar, dicho aparato estatal experim enta un crecimiento
paulatino y perm anente por agregación, que perm ite un proceso ele incor
poración ele grupos medios y la creación de un mercado ele trabajo particu
lar con condicionantes específicas. Todos estos procesos determ inan que, en
ciertos momentos, los sectores medios aparezcan controlando el aparato del
Estado.
En tercer lugar, los sectores medios buscan alianzas sucesivas, ya sea con
la burguesía —lo que se ha dado en llam ar burguesía gen érica0—, o bien
con los grupos asalariados y populares.
Por últim o, los empleados ele la burocracia pública actúan instrum en-
talizando o ejecutando políticas que son el reflejo ele las fuerzas sociales y
7 U rzúa, G erm án y G arcía, A na M aría. Diagnóstico de la burocracia chilena (1818-1969). Ed. Ju ríd ica
de C hile, Santiago 1971, p. 75.
8 Ver los estudios:
' Falctto, Enzo y R u i/, Eduardo: “ La crisis de la dom inación oligárquica” en Génesis Histórica del
proceso político. Ed. Q u im an tú , Santiago, 1971.
Faletto, E n/o y R u i/, E duardo: “ Conflicto político y E structura social” en Chile, H oy. Ed. Siglo
X X I, 1970.
9 Ver: G lauser, Kalki: “ Crisis social del capitalism o en C hile” . Revista M ensaje N? 202-203, Bep-
tiem bre-octubre, 1971.
250
alianzas dom inantes de cada coyuntura histórica, sin oponerse o interferir,
y sin actuar autónom a y creadoram ente en ningún momento.
T om ando en consideración lo anterior, es necesario señalar que cuando
el Estado se percibe como un centro autónom o de poder y de decisión, apa
rece la errónea perspectiva de considerar el poder de las clases medias como
un rasgo característico de la estructura económico-social chilena, la cual es
la m ejor forma que ha tenido la clase dom inante de oscurecer su política
de dominación. A hora bien, para finalizar esta prim era parte, nos parece
necesario señalar que debería hacerse un estudio en especial sobre ciertos
aspectos institucionales, en particular el que se refiere a la necesidad que
se tuvo de desarrollar en la adm inistración pública un sector descentralizado,
en los que se produce la más am plia integración de intereses de los sectores
burocráticos y de los empresarios privados y sectores que son favorecidos con
políticas de estímulo y desarrollo por las diferentes administraciones. Pero
nos interesa más, en esta ocasión, centrar el problem a en el sector social,
burocracia y sus características, antes que definir más específicamente estos
contextos institucionales.
251
referimos a la burocracia como categoría social específica, lo que estamos
señalando es que nos encontram os en presencia de un conjunto social, que
no puede ser considerado como clase, ya que sus posibilidades de autonom i-
zación están condicionadas por la determ inación que sobre ella ejercen tan
to el aparato del Estado como la fracción de clase o clase de donde se reclu
tan sus miembros.
A hora bien, en términos más directam ente concretos, y para presentar
una visión global de la im portancia num érica de este sector, es necesario
señalar que éste representa el 14% de la población activa en 1970, y se dis
tribuye de la siguiente m anera:
CU AD RO n ? i
M ANO DE OBRA EN EL SECTO R PU B LICO (1970) *
423.751
* Fuente: C ornejo, Luz Elena y otros: “ El Balance de m ano de obra “ 1970” en N ueva Econom ía N ? 1.
Editorial U niversitaria, 1971, p. 51.
N ota: Debe advertirse q u e el cuadro incluye a obreros y personal de servicios en el sector público.
* La escala ocupacional u tilizada fue p rep arada p o r el Profesor O rlando Sepúlveda, y fue facilitada
p a ra la realización de nuestro estudio, hecho que agradecemos.
252
Los datos m uéstrales utilizados adolecen de un sesgo, pues los em plea
dos profesionales están sobremuestreados. (Con todo, este sesgo no afecta
nuestra conclusión general). Ahora bien, si examinamos los datos vemos que
la proporción de individuos que podrían ser calificados como de pequeña
hurguesía es decididam ente baja (alrededor de un 20%).
Como podemos ver, la extracción de clase preponderante del total de
individuos viene de sectores profesionales y empleados (más de 60%) y obre
ros (más de 10%), sean éstos especializados o no.
En térm inos muy generales, lo que nos interesa concluir del análisis de
estos datos es que la extracción de clase de la burocracia chilena no es de
pequeña burguesía (aunque esto no significa que algunos elementos de ella
no puedan estar presentes), sino de empleados y profesionales, en resumen
básicamente individuos que prestan servicios y que como sector se reproduce
a través de mecanismos organizacionales.
Ahora bien, el elemento que nos perm ite definir más concretam ente a
la burocracia, que en térm inos teóricos hemos denom inado categoría especí
fica, es su situación de clase. Desde esta perspectiva, lo que nos interesa
plan tear en este pu n to es que la relación de la categoría específica con la
clase, se da sobre la base de un conjunto de asalariados, por su posición en
el proceso productivo, pero que dicha posición se ve condicionada por una
serie de factores que indicaremos a continuación.
A muy grandes rasgos, esta posición de asalariados condicionados es pro
ducto de que los empleados en general disfrutan de una serie de garantías
que los diferencian claram ente del resto de los asalariados, como por ejem
plo, el caiácter no m anual de su trabajo, la necesidad genérica de una m a
yor especialización, la seguridad en el empleo, las posibilidades de acceso a
ciertas labores directivas que im plican un m ayor control y, por lo tanto, un
mayor poder, etc. Tales elementos se reflejan al interior de la burocracia,
como form a de organización jerárquica, en térm inos de una distribución
diferencial del poder, ocupaciones y remuneraciones, por señalar algunos
ejemplos. En otro sentido, tales diferenciaciones generan un cierto tipo de
estratificación que en términos de grupos reales podríam os llam ar los fun
cionarios o alturas de la burocracia, encargados de tom ar las decisiones, y los
grupos subordinados, encargados de ejecutar esas mismas decisiones.
Ahora bien, lo que nos interesa señalar, siguiendo esta perspectiva, es
que nos encontramos básicamente frente a un sector asalariado, prestadores
de servicios, y que si lo examinamos al interior detectamos diferenciaciones
internas relevantes. Para exam inar la diferenciación o jerarquización interna
basta observar las “plantas” que señalan los distintos cargos y sus atribucio
nes. Estimamos que una clasificación más apropiada está presente en este
trabajo más adelante. O tra clasificación de m uestra representativa y que
obedece a criterios similares a los que hemos expuesto, señala la siguiente
distribución en la burocracia 12.
CU AD RO N« 2
573 100,0
12 Petras, Jam es: Politics and Social Torees in Chilean D evelopm eni, U niversity of C alifornia Press,
1970, p. 302.
253
Estos párrafos anteriores han tendido a dem ostrar la existencia de una
determ inada categoría social con características específicas y concretas, vale
decir un grupo asalariado no productivo con diferenciaciones internas.
Conciencia de clase
Este grupo social que hemos denom inado burocracia ha sido tradicional
m ente tratado como un sector medio o clase media. Desde una perspectiva
“objetiva” de clase, esto podría entenderse así. Lo mismo podemos decir de
su extracción de clase. Un problem a igualm ente relevante que ese es el
de determ inar qué intereses sociales son los que están presentes en la con
ciencia ele este grupo. Este es el estudio de la conciencia de clase posible de
la burocracia.
Para trascender las posibilidades de un estudio puram ente psicoló
gico de ‘clase, hemos intentado, en otra parte, establecer el conjunto de intere
ses básicos de clase que correspondan a la burguesía, al proletariado y a la
“clase m edia”. Para estos efectos, la idea orientadora es la de que los inte
reses sólo aparecen en el campo de la práctica política y en el de la lucha
de clase. Allí son expresados por la clase organizada o por los partidos po
líticos que la representan.
Es im portante señalar aquí que durante m ucho tiem po se ha intentado
establecer la conciencia de clase m edia de los empleados recurriendo a la
idea de autoidentificación. Según algunos autores, estamos en presencia de un
grupo medio pero sin conciencia, y se atribuye a esta falta de conciencia
“p ro p ia” el oportunism o y la falta de propósitos claros de la clase media.
Según otros, estamos en presencia de sectores medios que tienen u n a clara
conciencia, cuyo reflejo es una identificación con la “clase m edia” si se les
interroga respecto 4 su pertenencia a clase. Este últim o es el planteam iento
de Jam es Petras, aunque calificado después por el estudio de la adhesión,
p or parte de los burócratas, a elementos de políticas desarrollistas. Por lo
tanto, surge como necesidad desm itificar la tesis tan difundida de que la
burocracia, y en general los grupos medios, tendrían básicamente una con
ciencia de “clase m edia”, formulaciones que tom an como base la verbaliza-
ción de los individuos que dicen “pertenecer a la clase m edia”. No se puede
d eterm inar la existencia de una clase y su posible conciencia sobre la base
de un elemento tan extrem adam ente confuso como es la autoubicación de
los individuos en la sociedad.
Es necesario tener en cuenta, en prim er lugar, el conjunto de intereses
que asumen como propios, considerar tam bién la claridad con que se asu
m en esos intereses, en suma, elementos que sean directam ente relevantes
desde una perspectiva de clase.
En un estudio se determ inó, m ediante un análisis de contenido, una
serie de intereses expresados por organizaciones de clase en la lucha política
y luego se destacaron algunos de los más im portantes m ediante la técnica de
validación por grupos conocidos. En esta form a hemos detectado que los
grupos o sectores medios expresan intereses cualitativam ente distintos a los
de las clases principales en pugna, intereses que no sirven como base para
la constitución de un orden social específico, y que dicen relación más bien
con pautas de m ovilidad, directam ente concernientes a la educación, el pres
tigio, la planificación, la seguridad, etc. En cambio, los intereses de la b u r
guesía o del proletariado fundan un orden social, en un caso el capitalismo
y en otro el socialismo.
254
Si tomamos en cuenta los intereses en función de los cuales los grupos
medios actúan, podemos ver el porqué de su carácter de sector y el problem a
de la im posibilidad de una conciencia de clase en el sentido estricto de la
palabra. Esto es el producto de que sus intereses no son necesariamente con
tradictorios con ninguna de las clases principales consideradas separadam en
te, y por lo tanto, legitim an sim ultáneam ente los intereses de los sectores
medios y de alguna de las clases principales. Así pues, con intereses propios
que no fundan un orden social, intereses que no corresponden a su situación
de clase, no pueden actuar en la historia más que como encargados de dar
fluidez o m ovilidad a sistemas que ellos no crean, no controlan. Están con
denados a ser actores secundarios aun en la hora de sus triunfos p o lítico s13.
A p artir del estudio de los intereses de clase se intentó, por medio de
una encuesta, una aproxim ación a la conciencia de intereses sociales que
tengan los empleados públicos, y la forma en que ésta es afectada por la
posición del individuo en el interior de la organización burocrática 14.
En nuestro plan, una prim era aproxim ación al problem a es m antener
la idea de autoidentificación y exam inar la expresión verbal de los indivi
duos, frente a una pregunta, de pertenencia a clase social. Como podría es
perarse, un altísimo porcentaje del total de la m uestra dice pertenecer a la
clase media. Aun cuando este indicador fue m ejorado por las preguntas rea
lizadas, nos parece que esta adhesión a una determ inada etiqueta social no
puede ser considerado como un indicador válido de conciencia de clase. En
vez de esta alternativa, preferim os presentar una lista de diferentes intere
ses de clases a estos burócratas y exam inar qué pauta de intereses son los
que ellos asumen como propios. Como es de esperar, nos encontramos con
algo bastante diferente del cuadro inicial de autoidentificación, como puede
observarse en el cuadro siguiente.
CU AD RO N« 3
IN TER ESES DE CLASE PR E F E R E N T E S
U na simple inspección d e los datos perm ite observar que m ientras los
entrevistados se identifican en un 76% con “clase m edia” y en un 14% y
10% con la clase alta y la clase baja respectivamente, frente a las preguntas
sobre intereses preferentes, esos mismos individuos asum en como propios los
intereses de la “clase m edia” sólo en un 43%, y en un 28% los intereses de
la burguesía, y en un 29% los del proletariado.
X 13
14
Ver: Georg Lnkacs. Historia y conciencia de clase. Ed. Gigalbo. México,
Encuesta sobre em pleados d irig id a p o r José S u lb ran d t, 1969.
1969, pp . 64 y siguientes.
255
Las diferencias porcentuales nos señalan claram ente que si bien bajo
preguntas de autoidentificación se puede afirm ar la “conciencia de clase m e
d ia” de los empleados, esto es bastante menos claro cuando se trata de asu
m ir los intereses objetivos de las clases y que en definitiva es, teóricam ente
fundado, una aproxim ación más seria a la conciencia de clase. (El análisis
interior del cuadro merecería un tratam iento especial, pero éste se realizará
en otro estudio).
Ciertam ente la consistencia o no entre “autoubicación” e “intereses pre
ferentes” no es lo más im portante. Lo central es el .conjunto de intereses
preferentes asumido. Esta inform ación debe ser com plem entada con el grado
de claridad que se posee al diferenciar los intereses de clases preferentes de
aquellos de las otras clases, y con este objeto construimos un índice especial
de “claridad” que discrim inaba entre aquellos que aparecen con un grado de
claridad alta, claridad relativa y los que presentan un mayor grado de am
bigüedad. Como podía esperarse, sólo un muy escaso núm ero de individuos
tenían claridad alta respecto de los intereses de su propia clase, identificán
dolos como diferentes y contradictorios con los intereses de las otras clases
y por lo cual usamos la dicotom ía presentada en el siguiente cuadro.
CU AD RO N? 4
CLARIDAD DE IN TER ESES
Esta inform ación nos señala que la “am bigüedad” predom ina sobre la
“claridad relativa” en los intereses de clase en el grupo total de empleados
públicos y que prácticam ente no hay diferencias respecto de esta situación
entre los subconjuntos que asum en intereses preferentes de la burguesía, del
proletariado o de los sectores medios.
Ya anteriorm ente habíam os señalado la presencia de una cierta jerar-
quización al interior de la organización burocrática. Lo que nos interesa
hipotetizar, en este punto y en relación al planteam iento anterior, es que
esta determ inada jerarquización puede afectar las pautas de intereses por
p arte de los burócratas. Los criterios en que esta jerarquización se da, son
preferentem ente los que se refieren a la distribución desigual del poder o la
autoridad, por una parte, y del ingreso y la ocupación, por otra.
De la inform ación que poseemos se determ inó un índice de situación
de mercado específica, en términos de ingreso y ocupación, que derivó, fi
nalm ente, en una tricotom ía que discrim inaba entre estratos altos, medios
y bajos.
La conceptualización de la situación de poder de los individuos se hizo
básicamente en relación a su posición en una cadena de transm isión de deci
256
siones, que abarca desde el individuo que realm ente genera las órdenes hasta
el que las ejecuta, y en la cual todos los individuos tienen algún grado de
poder, excepto aquel que al fin de la cadena no tiene a quién transm itir
u na orden, sino que es el encargado de ejecutarla. Siguiendo este criterio
se dicotomizó entre aquellos individuos con subordinados (con poder) y sin
subordinados (sin poder), que perm ite una aproxim ación más real al pro
blem a que nos interesa.
A hora bien, relacionando estas situaciones con los intereses que los em
pleados públicos sustentan, se obtuvieron los siguientes resultados:
IN TERESES PR EFER EN T ES
Situación de B M P
Mercado
Alta 34 36 14 84 (100,0)
40,5 42,9 16,7 28,8
83 126 83 292
28,4 43,2 28,4
x2 = 27,345 4 gl.
C = 0,29
Situación de B M P
Poder
83 126 83
28,4 43,2 28,4 292
x2 ■ = 6,338 2 gl.
C. = 0,14
Sin in ten tar aquí un análisis detallado de estos cuadros, podemos, sin
embargo, desprender de los datos que, a situación de mercado más alta, la
identificación con intereses ele clase alta se increm enta y viceversa. Por otro
lado, los individuos que ocupan posiciones de poder tienden a identificarse
con intereses de clase alta en mayor m edida que los individuos sin poder,
aunque en ambos casos la mayoría asume intereses de los sectores medios.
La inform ación perm ite determ inar que las variables no son independien
tes pero, al mismo tiempo, el coeficiente de asociación es bajo.
f
17.—CEREN 257
A parte del problem a del estudio concreto de los datos, lo que nos inte
resa de este análisis es que la jerarqui/ación presente en el interior de la
burocracia puede afectar el proceso de canalización de sus intereses en fun
ción de políticas más globalizantes, en otras palabras, puede afectar la posi
bilidad de instrum entalización de estos grupos en relación a ciertas tareas
concretas. Sin embargo, parece necesario aclarar que, si bien de este análisis
puede surgir una posible línea de com portam iento consistente, de la cate
goría o de los estratos, debe tenerse presente la falta de claridad de los inte
reses sustentados que caracteriza a la mayoría de los miembros de este grupo.
El cuadro final nos presenta un grupo social que: 1) siguiendo su situa
ción de clase adhiere a intereses de clase media en form a m ayoritaria; 2) que
aunque m ayoritariam ente hace eso, por otras influencias hay un porcen
taje im portante que adhiere a intereses de clase ele la burguesía o del p ro
letariado. Esto, en alguna m edida, está relacionado con la situación de m er
cado de cada individuo o su situación en la estructura de poder; 3) final
mente, en cualquiera de las circunstancias anteriorm ente señaladas, los indi
viduos tienen una gran am bigüedad respecto de los intereses de clase.
T odo esto nos hace concluir que, como sector social, aun con pequeñas
diferencias entre los sectores más altos de la adm inistración y los sectores
más bajos, tiene una incapacidad sustancial para iniciar un program a o pro
yecto propio que perm ita una autonom ización de la adm inistración pública.
Con todo, es un grupo que podrá usar su capacidad lim itada dentro del
aparato estatal en función de los intereses de las clases principales, depen
diendo del grado de hegemonía que ellas posean y del sentido que tengan
para im poner una articulación de intereses que com prenda la de los secto
res medios y de la otra clase. En suma, nuestro planteam iento es que la
diferencia cualitativa de intereses de los grupos medios, respecto de las cla
ses principales, los lleva inevitablem ente a cum plir una función de grupo
sin capacidad de dominio.
CONSIDERACIONES FINALES
15 En el sentido dado a esta expresión p o r G eorg Lukacs. Ver su H istoria y Conciencia de Clase, p. 54.
258
condenados a ser derrotados y a seguir un camino zigzagueante en el largo
plazo. Sus intereses son de una naturaleza distinta de aquellos de las clases
principales, burguesía y proletariado. Estas clases, a través de sus organiza
ciones, expresan intereses que fundan un orden social y que tienen su m a
nifestación en el sistema capitalista o el socialista. Los sectores medios ex
presan intereses que no fundan un orden social, sino expresan problem as
de m ovilidad y movilización en el interior de uno de estos sistemas, fluc
tuando y dando fluidez a ese sistema, legitim ando los intereses ora de la
burguesía ora de los proletarios. Su am bigüedad básica está fundada en su
situación de clase y en su inserción en el sistema productivo de la sociedad
y allí reside la fuente de su oportunism o, que es un problem a social de ese
grupo.
A pesar de esto han surgido proposiciones en el sentido de que los b u
rócratas, por esta tradición estatista y por una especial situación chilena,
usando el lugar central que ocupan, se pueden constituir en un sector autó
nomo que negocia con las clases sociales a p artir de intereses propios. Para
trata r este problem a, resumiremos brevem ente una serie de conclusiones que
se derivan del análisis anterior.
259
Este no es el caso del sistema político chileno. A quí se da el caso de
una alianza en que la hegemonía, centrada en los partidos obreros, ha lle
gado a controlar el poder ejecutivo y el aparato estatal y que para su llegada
al poder contó con los sectores medios como aliados relativos. Además, los
resultados de nuestro trabajo m uestran que el grupcj burocracia, por su con
ciencia de intereses, está disponible para políticas que armonicen sus inte
reses con los de la burguesía o con el proletariado. Sin embargo, este sector,
p or no tener intereses contradictorios con los de la alianza en el poder, pue
de ser su aliado, bajo la condición de que sus intereses propios de movili
dad, movilización y fluidez sean respetados y se articulen con los de la alian
za en el poder. En otros términos, más que una estrategia que corresponde
a otros plantear, lo que nuestra inform ación perm ite avanzar es que no hay
n ada específico de la burocracia por la cual ésta se oponga a las políticas
de los sectores en el poder siempre y cuando en las bases de articulación se
encuentren presentes los intereses de los sectores medios y proletarios asu
midos por la gran mayoría de esa burocracia.
U na nota de cautela: una autonom ización del aparato del Estado, es
tando la clase m antenedora form ada por los estratos profesionales y la pe
queña burguesía, sólo puede significar el freno del proceso de cambio.
Para que exista la posibilidad de una autonom ización es necesario, al
menos, que el grupo o sector burocracia haya logrado un consenso sobre
intereses objetivos, como fue el caso de las tecnocracias generadas en el sec
tor descentralizado que pudieron dar origen a una burguesía burocrática,
en la década de los cuarenta. Este no es el caso cuando la U nidad P opular
toma el poder en Chile.
La generación del burocratism o sería el triunfo escondido de la ideo
logía de los sectores medios que, en últim o térm ino, ni siquiera im pondrían
un esquema propio de orden social. Pero, a pesar de cualquier intento de
autonom ía relativa, m ucho más determ inante para su conducta son hoy las
fuerzas sociales que operan en el sistema político, y la alianza en el poder
no tiene más que buscar para la burocracia como totalidad, y en especial
para los sectores que asumen intereses de grupos medios y proletariado, las
políticas que m ejor articulen intereses de esos grupos con los de la U nidad
Popular. En el caso de intereses del proletariado, existiría una identidad;
en el caso de los intereses de los sectores medios, existiría una no contra
dicción, y el problem a estaría planteado respecto del sector m inoritario que
asume los intereses de la burguesía.
En esta form a se habrá resuelto un problem a serio de form ulación de
políticas para los sectores medios, de los cuales la burocracia no es sino un
segmento, aunque de los más relevantes por su ubicación en el sistema polí
tico y su núm ero. Considerada así, la burocracia no será un sector “recalci
tra n te ” a los cambios, sino un factor positivo para ellos.
260
SE G U N D A SECC IO N
INSTITUCIONALIZACION
DE LA CONDUCCION ECONOMICA
Problemas de dirección económica
y planificación en Chile
H um berto V eg a F ernández
Subdirector de Presupuesto ,
Profesor de Economías V. de Ch.
IN T R O D U C C IO N
263
I. D IR EC C IO N ECONOM ICA Y PLA N IFIC A C IO N
264
m ente neutral de la planificación. De’ la misma m anera, el otro polo sobre
el cual se basa la planificación, formada por la progresiva conciencia de las
masas abre su participación en la vida politica, económica y cultural de cada
país, no aparece considerado explícitam ente en dichos análisis. A lo más,
se presenta como un intento de planificación participada, pero una vez rea
lizada la distinción entre planificación económica y planificación social, se
reduce la participación a esta últim a. De esta forma, la planificación perm a
nece al m argen o sobrepuesta al tipo de relaciones de producción im peran
tes, a la estructura y organización económicas de la sociedad misma.
En este trabajo concebiremos la planificación como una estructura de
dirección de la economía que, a p artir de una determ inada organización de!
aparato estatal, está destinada a prever, coordinar y decidir las principales
orientaciones que operacionalizan un determ inado proyecto de sociedad, his
tórica e ideológicamente condicionado. De acuerdo a la naturaleza de este
proyecto se define el carácter de la planificación y no por el grado de cen
tralización o descentralización, concentración o desconcentración, etc., que
obedecen a los problem as y condicionantes objetivos para la aplicación y
concreción del proyecto de sociedad. En este sentido la planificación es so
cialista, capitalista o reform ista; sus formas históricas, las funciones que de
se n s e ñ a y los objetivos que cum ple se explican por la situación concreta
en que se desarrolla y por el proyecto de sociedad que busca im plem entar.
Conforme a nuestra concepción de la planificación, tratarem os de des
cribir y analizar los avances en el proceso de im plantación de un sistema
de dirección y planificación económica, de acuerdo a la experiencia de cons
trucción de las bases del socialismo en Chile.
265
las m aterias que nos interesan. Como la alternativa es más teórica que prác
tica nos abocaremos necesariamente a esta forma de análisis.
1. La planificación
266
por el propio proceso de transform ación que genera dos contradicciones. La
prim era de ellas dice relación con la incom patibilidad entre el sistema de
planificación y el avance del proceso de cambios estructurales. La segunda
expresa la creciente incapacidad de la actual organización del aparato esta
tal para responder a los nuevos requerim ientos y problem as derivados de
la política económica y de la creciente organización, com batividad y con
ciencia de la gran masa de los trabajadores. En el análisis de estas dos con
tradicciones se resumen, en gran m edida, los problem as centrales de la pla
nificación en Chile.
a) E l sistema de planificación
El otro polo de nuestra contradicción está constituido por el proceso ele cam
bios estructurales que el Gobierno de la U nidad P opular ha iniciado o com
pletado, como es el caso ele la Reform a Agraria.
En los veinte prim eros meses de Gobierno se han realizado cambios en
las relaciones de propiedad de los siguientes sectores estratégicos de la eco
nomía:
— Nacionalización de nuestras riquezas básicas: cobre, hierro, salitre y
carbón.
— Estatización del sistema bancario, pasando a propiedad o control del Es-
taelo todos los bancos privados.
— Expropiación de todos los predios agrícolas mayores de 80 hectáreas de
riego básico, com pletándose así la fase expropiatoria del proceso de R e
form a Agraria.
— C ontrol parcial ele los monopolios industriales y ele la elistribución m a
yorista, m ediante los mecanismos legales de expropiación, intervención,
requisición o compra de acciones.
— C ontrol casi absoluto del comercio exterior, al pasar a propiedad del Es
tado las principales empresas exportadoras y desarrollar las instituciones
estatales el grueso del comercio ele im portación.
Este vasto ¡proceso ele transform aciones plantea una serie de cuestio
nes fundam entales para hacer realm ente del área de propiedad social así
formada, el sector dom inante ele la economía, la base donde se generan nue
vas relaciones ele producción, relaciones ele producción socialistas.
La prim era de estas cuestiones es la de im plem entar el área de propie
dad social como herram ienta fundam ental de la política económica. En otras
268
palabras, servirse de los centros estratégicos conquistados para resolver los
problem as inm ediatos de las grandes mayorías. La segunda cuestión funda
m ental en relación al área de propiedad social es la de proporcionarle una
dirección única, capaz de resolver arm ónicam ente sus problem as y de con
vertirse en el sector dom inante de la economía. La tercera cuestión por re
solver dice relación con las formas orgánicas y la m odalidad de funciona
m iento del área de propiedad social. Estas formas orgánicas deberán conci
liar la especialización sectorial, dada su heterogeneidad, con la exigencia de
u n a dirección central; ser capaces, además, de com patibilizar la participación
de los trabajadores con la adopción de normas y criterios definidos por la
política económica, centralm ente adoptada.
La solución correcta de estas cuestiones está estrecham ente vinculada a
la efectividad de las formas de dirección y planificación económicas que se
asumen. H e aquí donde surge la contradicción señalada. No es necesario
abundar en razones para darse cuenta de que el sistema de planificación
vigente es incapaz de resolver estas cuestiones, por m ucho que se hip ertro
fie su desarrollo y se aum enten las instancias asesoras a todos los niveles.
Los puntos centrales en que esta contradicción se m anifiesta son los si
guientes:
—La im plem entación del área de propiedad social para resolver los proble
mas inm ediatos de las grandes mayorías nacionales, requiere un sistema de
planificación ágil y operativo, en que no esté separada la función planifica
dora con la ejecutora.
—La dirección económica corresponde a las instancias con poder real
(competencia, atribuciones legales y recursos). El crear un sistema paralelo
conspira contra la dirección única y las posibilidades de planificar efectiva
mente.
—Los cambios estructurales abren paso a nuevas formas de organización
y funcionam iento del área de propiedad social, en la que la participación
de los trabajadores debe jugar un rol im portante. La única form a de ele
var el nivel de conciencia de los trabajadores y de poder participar efecti
vam ente en el control social de los medios de producción es m ediante un
sistema de planificación del cual form an parte y no separado de su trabajo.
269
cíón popular actúa como contrapoder del sistema jurídíco-institucional y le
confiere flex ilid ad 1.
Sin embargo, la flexibilidad del sistema jurídico institucional tiene su
límite, en lo que respecta a nuestro enfoque particular, cuando la organiza
ción del aparato estatal (Poder Ejecutivo) se transform a en un obstáculo al
desarrollo mismo.
La organización del sector público chileno refleja las principales carac
terísticas del proceso de desarrollo del capitalismo dependiente y de la lu
cha de clases que genera. Se pueden distinguir tres segmentos fundam enta
les del mismo. El prim ero de ellos corresponde al sector centralizado que
com prende la Presidencia de la República y los M inisterios; es el sector más
tradicional y antiguo, se rige por una legislación estricta que le confiere
poca flexibilidad, aunque tenga form alm ente más poder y capte gran parte
de los recursos públicos a través del sistema tributario. Corresponde a la
concepción portaliana de Estado fuerte y austero.
El segundo segmento del sector público corresponde al sector descen
tralizado que com prende un conjunto muy heterogéneo de instituciones y
servicios públicos, propios ele la etapa de ascenso de los grupos medios y
de la industrialización del país. Su régim en legal es distinto cíel centraliza
do, tiene más flexibilidad y está orientado a diversos grupos sociales (Cajas
de Previsión, Instituciones del agro, c o r f o , Corporación de la Vivienda,
etc.)
El tercer segmento del sector público lo form an las empresas públicas,
conjunto de unidades productoras de gran autonom ía, sin ningún control
por parte del sector centralizado y con una dependencia de la c o r f o o de
los M inisterios respectivos. Este sector ha realizaelo los grandes proyectos de
infraestructura y las inversiones iniciales que requería el proceso de indus-
trialización. Corresponde al período de emergencia de la nueva burguesía
industrial y de las capas profesionales y técnicas de la clase media.
Si a estos tres segmentos del sector público chileno se le superpone la
división por sectores que corresponden a los distintos Ministerios, a la Pre
sidencia de la R epública y a su Secretaría General, se podrá tener una vi
sión de la falta de instancias de decisión y coordinación efectivas. Más bien,
dicha estructura corresponde a una sistematización d e la anarquía del sector
público chileno, que cada vez que se suscita un problem a entre sectores o
entre instituciones tiene que requerir a la instancia política superior, el Pre
sidente de la República. En esta realidad orgánica y ele funcionam iento se
incuban los fenómenos de burocratización, falta ele dirección política y eco
nómica y las limitaciones al desarrollo de cualquier sistema de planifica
ción socialista.
Si la anarquía del sector público, la falta de instancias legitimadas de
coordinacióñ y la carencia ele sistemas adecuados de inform ación y control
le lim itan mucho de su potencialidad orientadora y dirigente para imple-
m entar la política económica; con mayor razón esta misma organización en
tra en aguda contradicción con el proceso de organización y lucha de las
masas por lograr mayores niveles ele vida y rom per el sistema ele explotación
vigente.
El ascenso al Gobierno de la U nidad Popular transform ó las funciones
y el lugar que el aparato estatal desarrollaba en el sistema de dominación.
El carácter popular del Gobierno se m anifestó en la supresión ele sus fun
ciones represivas y perm itió la emergencia masiva de los conflictos y las con
1 Ver el artícu lo de José A. Viera-G allo, “ Problem as institucionales de la vía chilena al socialismo” ,
en esta misma Revista.
270
tradicciones del sistema de explotación capitalista. A p artir de esta realidad
se ha generado un proceso de formación acelerado de organizaciones popu
lares de todos los tipos, se han transform ado los contenidos de las reivindi
caciones populares y todo parece apuntar hacia la participación real y efec
tiva de los trabajadores en todos los ámbitos de la vicia del país.
Este proceso necesita de orientación y dirección políticas, para que tra
duzca con p lenitud la energía y creatividad de las masas. Sin embargo, su
desarrollo pasa por el cambio radical de la organización estatal. En esto re
side la contradicción señalada y en esas tareas de crear una nueva estructu
ra del aparato estatal, que favorezca la participación de las masas y les dé
una dirección y orientación al proceso, reside la im portancia crucial que
asume el sistema de planificación.
El Presupuesto -
271
turales. En este sentido la elaboración del presupuesto abarca e integra los
tres segmentos del sector público. Incorpora la totalidad del sistema banca-
rio como fuente alternativa de financiam iento y a través del sistema de lí
nea de créditos capta los excedentes generados en el área de propiedad social.
Los problem as fundam entales en este aspecto dicen relación con los
criterios para determ inar si la asignación de recursos se hace m ediante apor
tes fiscales, créditos o aum ento de precios y tarifas. En térm inos generales
se ha establecido que las instituciones del sector centralizado se financien
con aportes fiscales, las instituciones del descentralizado con aportes fiscales
y créditos si los pueden recuperar con ventas de bienes o servicios futuros
y, por últim o, las empresas reciben exclusivamente créditos a través del sis
tema bancario en la form a de líneas de créditos centralm ente aprobadas y
controladas.
272
tas tareas deben realizarse aplicando una línea de masas en su ejecución
y lo estamos intentando.
b) E l control tributario y previsional —En el punto anterior expresá
bamos nuestra preocupación por el lento crecim iento de los ingresos p ú b li
cos. Este lento crecimiento se debe a la incapacidad del sistema tributario
por captar mayores recursos, debido a que una parte sustantiva del exce
dente económico asume la forma de consumo suntuario, fácil de ocultar y
difícil de controlar, y a las limitaciones legales y estructurales de los siste
mas de fiscalización trib u taria y previsional. El problem a no tiene solución,
en el m ediano plazo, aum entando los impuestos o exacerbando la fiscaliza
ción. La única salida es entregarle a las organizaciones de masas el control
de estos ingresos y el cum plim iento de sus propios derechos, como es el caso
de la previsión.
c) La batalla de la producción.—ha base para calcular los ingresos p ú
blicos y el lím ite a la expansión de los gastos está determ inada por el ritm o
de crecim iento de la producción, en el corto plazo. Asimismo, la factibili
dad real del proceso de redistribución descansa, en las actuales condiciones,
en el proceso productivo. ¿
Los trabajadores organizados, de cualquier área de la economía, tienen
en el aum ento de la producción la tarea básica de este período. Por esta
razón, la única form a de superar los problem as financieros y m onetarios
descansa en el éxito que logramos en esta batalla. Su curso futuro y los
avances que se realicen se verán reflejados en el proceso de asignación de
recursos.
Se podrían señalar otras tareas en las que sin el concurso, creatividad
y conciencia de las masas nada se resuelve con los métodos e instrum entos
tradicionales de la política económica. No es nuestra intención hacerlo, sólo
queríam os m ostrar que en el campo presupuestario, como en el conjunto
de la experiencia chilena, la resolución de los problem as centrales depende
de la movilización consciente y responsable de los trabajadores.
A. Consideraciones generales
274
*
cada uno de los servicios, instituciones y empresas el volum en de acciones
que con este nivel de financiam iento es posible alcanzar de acuerdo al uso
más eficiente que pueda dárseles, de modo de asegurar un desarrollo arm ó
nico de las actividades prioritarias en el esquema del program a de Gobierno.
c) En caso que, de acuerdo con las políticas generales de Gobierno, sea
necesario expandir determ inadas acciones, que representan requerim ientos
adicionales de los recursos de origen estatal por sobre los niveles del año
1972, se presenta en proyectos apartes, justificando dicha expansión en los
mismos térm inos conceptuales de la presentación del presupuesto básico.
d) Las restricciones planteadas en el comercio exterior hacen indispen
sable una program ación m uy cuidadosa de los requerim ientos en m oneda
extranjera, del mismo m odo en la utilización de créditos externos para fi
nanciar determ inadas actividades o proyectos, por lo que su asignación queda
circunscrita sólo a aquellos aspectos más prioritarios en el marco general
de la política de Gobierno.
e) Dada la im portancia del proceso inversionista en las perspectivas de
desarrollo del país, se requiere de una especial dedicación en la presentación
de los antecedentes que justifican cada uno de los proyectos, además de la
jerarquización dentro de las prioridades del respectivo sector.
f) En m ateria de personal, es indispensable la presentación del máximo
de antecedentes que justifiquen la necesidad de los increm entos de dotación
solicitados, los cuales serán considerados en el contexto general de la polí
tica de personal.
C. Orientaciones globales
275
frente al despilfarro y a la desidia en el m anejo de los bienes sociales. Esta
lucha contra la ineficiencia tam bién se refleja en una atención preferente
por los mecanismos que perm iten aum entar la recaudación financiera del
Estado en general, participando activam ente en las campañas de fiscalización
tribu taria, como en lo que diga relación a los ingresos generados en la pro
pia institución o empresa, ya que en la mayoría de los casos los ingresos
recaudados efectivamente por los organismos del Estado corresponden a una
proporción ínfim a de los que el sistema estaría en condiciones de generar.
d) Por últim o, se em prende la tarea de todos los trabajadores del Estado
de luchar contra el burocratism o y el sectarismo, expresado en cualquiera
de sus formas. Si en las bases del proceso productivo no se toma conciencia
de la im portancia de esta tarea es poco probable que se obtengan cambios
reales en el com portam iento del aparato del Estado. Por lo que en la pre
paración del presupuesto deben tam bién introducirse las modificaciones en
la asignación de recursos que perm itan m ejorar la eficiencia en la realiza
ción de las acciones, asegurar una atención más expedita al público, y todo
ello con el uso más racional de todos los elementos de la entidad, con la
única lim itación de su idoneidad.
IV. CONCLUSIONES
276
Damos nuestras excusas por las limitaciones formales de esta exposición
y por no haber desarrollado con mayor acopio de antecedentes sus argu
mentos principales. Estos problem as obedecen a la falta de tiem po de re
flexión y crítica por el compromiso personal y colectivo que se tiene con el
Gobierno de la U nidad Popular y a la dificultad que ofrecen los procesos
revolucionarios para ser com prendidos y evaluados con precisión y rigor
científicos.
277
La nacionalización de la banca
E duardo J ara M ir a n d a
1.—El Program a de la U nidad P opular contem pló como una de las tareas
básicas e inm ediatas del Gobierno, la reform a total del sistema bancario,
sobre la base de nacionalizar la banca privada, como u n a m anera de trans
form arla en un m edio eficiente de orientación de los recursos m onetarios
de la economía, en función de los intereses de las grandes mayorías y de la
política económica del Gobierno. Consecuente con esta idea, el 30 de diciem
bre de 1970, a menos de dos meses de asum ir el Gobierno, el Presidente
A llende anunció al país la adaptación de diversas medidas tendientes a hacer
realidad los criterios fundam entales que inspiraban esta parte del Programa.
Es así como anunció una rebaja im portante de la tasa m áxim a de interés,
al mismo tiem po que contem pló otras, sustancialm ente inferiores, para cier
tas actividades económicas y determ inados sectores empresariales; u n a fuerte
redistribución del crédito y una efectiva descentralización del mismo. Sin
embargo, para que esta política pudiera aplicarse en form a efectiva se re
quería que el sistema bancario fuera de propiedad estatal. Era necesario
superar el sistema de mero control adm inistrativo —que la práctica había
dem ostrado ser insuficiente— por el de adm inistración directa de dichas ins
tituciones por representantes del Estado. Por ello, en esa oportunidad, el
Presidente de la R epública anunció el envío de un proyecto de ley al Con
greso Nacional, que otorgara las herram ientas legales al Ejecutivo para dis
poner la incorporación de las empresas bancarias al área de propiedad social.
P aralelam ente ofreció, como alternativa, ab rir un poder de com pra vde ac
ciones de diversos bancos, p o r interm edio del Banco del Estado, m ediante
la acción conjunta de esta institución, la Corporación de Fom ento y el Ban
co C entral. De esta m anera daba cum plim iento a una parte im portante del
Program a de Gobierno, sujetándose, además, a una norm a básica del mismo,
cual era la de ajustarse a la legalidad vigente, respetando las norm as del
Estado de Derecho que nos rige.
La m anera cómo ha sido posible obtener el control de la gran mayoría
de los bancos, eñ especial desde el punto de vista jurídico, es lo que desea
mos puntualizar en estas líneas, en form a simple, sobre la base de los di
versos antecedentes que se han acum ulado en el lapso com prendido entre el
anuncio de la m edida y esta fecha, en que el Estado es accionista m ayoritario
de 12 bancos comerciales, de un total de 14, y en que se ha colocado a la
actividad bancaria en situación de participar directam ente en los planes de
Gobierno.
278
2.—Como se ha señalado, con fecha 30 de diciembre de 1970, el Presi
dente de la R epública anunció al país una nueva política bancaria y credi
ticia que consultaba una rebaja sustancial de la tasa m áxim a de interés, una
adecuada redistribución y descentralización del crédito y la decisión de in
corporar la actividad bancaria al área de propiedad social de la economía.
Al efecto, ofreció a los accionistas de bancos comerciales la opción de vender
sus títulos al Estado, en Ja forma y condiciones que detalló y que consulta
ban un trato preferente para los pequeños y medianos accionistas. Esta de
cisión se hizo efectiva por interm edio de tres instituciones del Estado, la
Corporación de Fomento, el Banco C entral y el Banco del Estado. Las res
pectivas leyes orgánicas de estas instituciones, a través de claras disposicio
nes, respaldaban tal procedim iento.
Así, en cum plim iento de la decisión gubernativa, el Vicepresidente Eje
cutivo de la Corporación de Fom ento de la Producción, con fecha 11 de
enero de 1971, otorgó al Banco del Estado un m andato para que adquiriera
acciones de los bancos comerciales chilenos que le fueran ofrecidas en venta
por personas naturales o jurídicas, con la sola excepción de las acciones del
Banco de A. Edwards y Cía., atendida la situación de falencia económica
en que dicha empresa se encontraba. Al mismo tiem po, la Corporación de
Fomento obtuvo del Banco C entral de C hile u n préstam o de hasta cuatro
cientos millones de escudos, el que fue acordado por el Directorio de ese
banco en sesión celebrada el 13 de enero de 1971. E n atención a la brevedad
del plazo que se fijó para la operación, el Vicepresidente Ejecutivo de la
Corporación llevó a cabo estas medidas sin acuerdo previo del Consejo de
la Corporación de Fomento, el que en sesión de fecha 13 de enero de 1971
conoció de los antecedentes y acordó “segunda discusión” del proyecto, a so
licitud de los consejeros representantes' del sector privado. Más tarde, el
Consejo de la Corporación de Fomento, en sesión N ° 1.132 celebrada el 18
de enero del mismo año, luego de conocer los antecedentes sometidos a su
consideración, adoptó el siguiente acuerdo:
“19 R atifícanse y convalídanse las actuaciones realizadas por el Vicepre
sidente Ejecutivo para adquirir, m ediante u n m andato otorgado al Banco
del Estado de Chile, la totalidad de las acciones de bancos comerciales chi
lenos que le sean ofrecidas en venta, por los precios y en las condiciones
que se establezcan en el convenio que para este efecto suscribieron el Banco
del Estado de Chile y la C orporación de Fom ento de la Producción y al que
concurrió tam bién el Banco C entral de Chiíe.
2° Facúltase al Vicepresidente Ejecutivo para contratar con el Banco
C entral de Chile una línea especial de créditos hasta por la cantidad de
E° 400.000.000 destinada a la com pra de las acciones de que trata el núm ero
anterior y para pagar la totalidad de los gastos, impuestos y demás desem
bolsos que se produzcan con motivo de la referida adquisición.
El crédito que la Corporación obtenga del Banco C entral de Chile será
restituido en el plazo de cinco años, contados desde su otorgam iento, con
un interés anual de hasta 1,5%, pagadero conjuntam ente con el capital, a
menos que la legislación especial que proponga el Supremo Gobierno con
el objeto de estatizar los bancos cuyas acciones se adquieran, disponga condi
ciones diferentes.
3? Q ueda autorizado tam bién el Vicepresidente Ejecutivo para hacer
los ajustes o modificaciones presupuestarias que sean necesarias para dar
cum plim iento al presente acuerdo”.
Perfeccionada jurídicam ente la actuación del Vicepresidente Ejecutivo
de la Corporación de Fomento, en la form a que se ha señalado, el Consejo de
la Corporación, en atención al éxito de las operaciones de com pra y a que
279
el m andato referido sólo tenía vigencia hasta el 31 de enero, en sesión de
fecha 29 de enero lo prorrogó por 40 días hábiles, am pliándolo, además,
en la forma siguiente:
a) “En casos calificados, tales como aquellos que digan relación con su
cesiones, instituciones de beneficencia y sin fines de lucro, en casos de fuerza
m ayor y, en general, cuando sea de conveniencia social, el banco podrá
establecer formas, condiciones y modalidades de com pra de acciones distin
tas a las contenidas en el m andato que se prorroga;
b) D entro del térm ino de m andato y en casos calificados o cuando fuere
necesario para su debida ejecución, el banco podrá celebrar con los dueños
de acciones contrato de prom esa de com praventa sobre dichos valores, esta
bleciendo los plazos, requisitos y demás m odalidades necesarias para la cele
bración del contrato definitivo de com praventa;
c) Finalizado el plazo del m andato que se prorroga, el banco deberá
continuar realizando todas aquellas actuaciones y gestiones necesarias para
q u e la c o r f o figure' como dueña de las acciones en los Registros de Accio
nistas de los bancos respectivos y para que reciba los títulos correspondientes”.
Posteriorm ente, en sesión celebrada el 14 de abril de 1971, se prorrogó
indefinidam ente la autorización al Vicepresidente Ejecutivo para adquirir
acciones, ya fuere directam ente o a través de m andatos otorgados tanto al
Banco del Estado como a otros bancos comerciales en los cuales el Estado
tuviere participación m ayoritaria.
280
relación con la transform ación de nuestra economía y la creación de las
áreas m ixta y social de nuestra economía.
281
En el terreno político, la m edida fue atacada diciendo que la apertura del
poder de com pra de acciones bancarias era una m anera de sustraer al cono
cim iento y debate del Poder Legislativo una ley de expropiación bancaria.
La verdad es que dem ostrado el éxito de la m edida adm inistrativa de abrir
poderes compradores de acciones y su procedencia desde el punto de vista
legal, se hizo innecesario establecer una m edida coactiva como era aquella
de la expropiación, razón que im pulsó al Gobierno a no enviar un proyecto
de nacionalización de la banca.
282
dente Ejecutivo de la Corporación de Fomento, antes de obtener el acuerdo
del Consejo de la Corporación, organismo com petente para perfeccionar las
operaciones de que se trata. Al efecto transcribe párrafos del Inform e en
Derecho, preparado por la Fiscalía de la Corporación, que el C ontralor tuvo
a la vista. Dice, en lo pertinente, el referido inform e en Derecho: ,TPara evi
tar trastornos y males que pudieran producir actuaciones lentas e intem pes
tivas, muchas veces funcionarios, agentes u órganos que —dentro de un mis
mo Servicio y con el objeto de cum plir fines que les Son propios— no tienen
facultades explícitas para realizar determ inados actos, los ejecutan, empero,
con el sano y deliberado propósito de superar una emergencia, de finiquitar
una situación que no adm ite espera. Q uien actúa en esta form a está come
tiendo una irregularidad desde el punto de vista conceptual y creando con
ello un problem a o cuestión de competencia puram ente interna, que por no
constituir un vicio de fondo que afecte a la legitim idad misma del acto,
puede subsanarse a posteriori, por otro em anado de la autoridad compe
ten te. . . ”. Agrega que “esto es, precisamente, lo que ha ocurrido en la c o r f o
con m ucha frecuencia'. Motivos superiores de interés nacional y /o externos,
instrucciones u órdenes perentorias y urgentes del Supremo Gobierno para
realizar un determ inado cometido o la necesidad im postergable de concretar
cierto negocio jurídico que interesa al organismo, dejarían de atenderse o
formalizarse si hubiere que aguardar un pronunciam iento previo del Con
sejo, el que para reunirse con el quorum legal y estar en condiciones de
resolver sobre el caso específico que se le somete necesita de una convoca
toria y de un lapso prudencial cuando logra sésionar válidam ente a la p ri
m era citación”.
“En situaciones como las señaladas, el Vicepresidente Ejecutivo —que
tiene la representación legal de c o r f o y es, de hecho, coadm inistrador de
la misma ju n to con el Consejo— en uso de las facultades implícitas que le
confiere el artículo 17 letra e) del Decreto Supremo N ° 360 de 1945 (Regla
m ento General de c o r f o ) tom a la iniciativa de llevar a la práctica, sin
mayor demora, el acto, hecho, cometido o negocio que es preciso finiquitar,
en el bien entendido de que sus actuaciones están claram ente comprendidas
dentro de los fines u objetivos del Servicio y de que serán ratificadas a pos
teriori por el órgano superior y de indiscutible competencia que es el Con
sejo (o Comité Ejecutivo en su caso)”.
Sobre la base de estos antecedentes, el C ontralor G eneral de la R epú
blica, acogiendo en form a im plícita esta y otras de las argum entaciones de
la Fiscalía de la Corporación de Fomento, situó el problem a jurídico en la
posibilidad de ratificar el acto realizado por el Vicepresidente Ejecutivo, la
que a la luz de la doctrina y de la propia jurisprudencia de la C ontraloría,
que en el dictam en se menciona, es clara. En estas circunstancias, el dicta
m en aludido concluye que “la nulidad en el Derecho Público se rige por
norm as constitucionales y legales distintas del Código Civil que en el ám
bito adm inistrativo interno, las causales de irregularidad de un acto dictado
por una autoridad adm inistrativa dan origen a la invalidación, teniendo esas
autoridades el deber de invalidar sus actos contrarios a derecho, que el vicio
de incom petencia interna puede ser regularizado m ediante la convalidación
que es un vehículo de regularización jurídica que sanea el vicio de incom
petencia que, p o r últim o y con los antecedentes tenidos a la vista, cabe con
siderar que la operación de com pra de acciones bancarias dispuesta por un
órgano incom petente (Vicepresidente Ejecutivo de la Corporación de Fo
m ento de la Producción) y luego convalidado por el órgano respectivo —Con
sejo de ese organism o— implica sanear el acto prim itivo, el que debe tenerse
por legítim o”.
283
De esta forma, y de m anera definitiva, se ponía térm ino a la discusión
respecto de la legalidad de los actos realizados por el Vicepresidente Ejecu
tivo de la Corporación de Fomento, en cum plim iento de los planes de Go
bierno, tanto desde el punto de vista formal, cuanto desde el punto de vista
de fondo, ya que im plícitam ente aceptaba que la operación de compra de
acciones bancarias quedaba com prendida dentro de las funciones propias
de la Corporación.
La Comisión Investigadora de la Cám ara de D iputados, con am plia m a
yoría de oposición, concluyó su labor declarando que había com probado
“una confabulación (sic) de organismos públicos dependientes del Gobierno,
para producir o al menos facilitar la ’e statización de la banca privada, me
diante la compra de acciones bancarias con el evidente propósito de sustraer
del Congreso la resolución de esta m ateria que —en conform idad al régim en
jurídico im perante— debe ser m ateria de ley”. T an to la composición de la
Comisión como el tono de su resolución le restan toda validez al análisis
que hicieran del punto. A juicio de la citada Comisión Investigadora, las
actuaciones de la Corporación de Fom ento y demás organismos infringen
disposiciones de la Ley N'-’ 13.305. La C ám ara de D iputados, por su parte,
aprobó estas conclusiones y acordó solicitar un pronunciam iento de la Co
misión A ntim onopolios sobre la posible infracción a las norm as de la Ley
N ° 13.305.
7.—Es ésta la últim a de las objeciones que los grupos afectados por la
decisión del Gobierno de estatizar la banca plantearon en relación con una
supuesta infracción a las disposiciones de la Ley N? 13.305 que establecen
norm as para fom entar la libre competencia, vulgarm ente antimonopolios.
En el seno de la Comisión Investigadora de la Cám ara de D iputados
prim ó la opinión del diputado señor Gustavo Alessandri, quien trajo a
debate el punto al sostener que las actuaciones de la C orporación de Fo
m ento vulneraban los preceptos del T ítu lo V de la Ley N? 13.305. O pinión
que la propia Cám ara de D iputados aceptó, acordando req u erir a la Comi
sión A ntim onopolios para que se pronunciara acerca de si dichas operacio
nes de com pra de acciones infringían las disposiciones de la Ley N® 13.305.
Finalm ente, don Eduardo Vial Cox, en ejercicio de la acción pública que
le confiere la ley, planteó una nueva denuncia, en la que solicita se declare
el carácter ilícito de los hechos denunciados, se deje sin efecto los ya reali
zados, se apliquen m ultas y demás sanciones a los responsables y se requiera
el ejercicio de la acción penal.
De conform idad con el procedim iento establecido para el conocimien
to de las denuncias form uladas ante la Comisión Antim onopolios, se solici
tó inform e al Fiscal de la misma, el que en un largo inform e, luego de ana
lizar los requerim ientos a que se ha hecho referencia, las disposiciones de la
Ley N<? 13.305, la historia del establecimiento de ella y otros documentos
allegados al proceso, concluye que “no ha encontrado en la Ley Orgánica de
la Corporación de Fomento de la Producción ni en ninguna otra, ni en re
glam ento alguno, facultad ninguna de dicha Corporación para constituir
monopolios, ni tampoco ha encontrado ley alguna que faculte a ninguna
autoridad para establecer el m onopolio bancario”. Y agrega que “como los
hechos denunciados, según se ha visto, son idóneos para constituir u n m ono
polio respecto de la banca, como este propósito ha sido m anifestado p ú b li
ca y oficialm ente y finalm ente, como no existe ninguna disposición legal de
ninguna fecha, ni reglam entaria anterior al 6 de abril de 1959 que justifi
que o legitim e tales actos de m onopolio” . . . “estima que debe acogerse en
todas sus partes la denuncia de don Eduardo Vial Cox y las conclusiones del
284
M em orándum del H. D iputado don Gustavo Alessandri Valdés, acom paña
do con el requerim iento de la H. Cámara, y declarar que la com pra de ac
ciones bancarias efectuada por la Corporación de Fomento, a p artir desde
el 11 de enero últim o, es contraria al T ítu lo V de la Ley N? 13.305 y debe
ser dejada sin efecto, en todas sus partes”.
Evacuado el inform e del Fiscal, se dio conocimiento del mismo a las
Instituciones, afectadas, esto es, la Corporación de Fomento, el Banco Cen
tral y el Banco del Estado de Chile. Estas instituciones en conjunto, form u
laron observaciones a dicho informe, en un escrito que contem pla diversas
argumentaciones, a las cuales nos referiremos brevemente.
En prim er térm ino, sostuvieron las Instituciones afectadas que la Comi
sión A ntim onopolios carecía de jurisdicción para conocer de estos hechos,
por cuanto se trataba de actos efectuados por el Poder Ejecutivo
y diversos organismos del Estado que ordenaban y cum plían una
política económica que les compete en forma exclusiva. Sostienen,
a este respecto, que “m ediante las denuncias de que conoce la Comisión se
pretende someter al juzgam iento del Poder Judicial una política general de
orden económico y financiero del Gobierno elegido dem ocráticam ente y en
cum plim iento de su program a aprobado por la ciudadanía al elegirlo”.
Agregan: “no se trata, por tanto, de someter a juicio un conflicto específico
de contenido patronal. Tam poco se trata del conflicto de un particular afec
tado económicamente con la decisión de una autoridad adm inistrativa to
mado en un asunto de que ha conocido —conflicto contencioso adm inistrati
vo— para lo cual sería com petente el T rib u n a l instituido en el artículo 87
de la Constitución Política del Estado”.
En seguida, el mismo escrito argum enta que la Comisión A ntim onopo
lios es incom petente para conocer de actos que se refieren a la legislación
bancaria, puesto que de acuerdo con lo prescrito en el artículo 181 inciso
prim ero de la Ley N- 13.305, los preceptos del T ítu lo V no se aplican a la
organización y funcionam iento de las empresas bancarias. Señalan sobre es
te p articular que “al prescribirse en el inciso citado que, no obstante los
preceptos del T ítu lo V, continuarán vigentes en todas sus partes las dispo
siciones legales y reglam entarias relativas a las empresas bancarias, la crea
ción y organización de dichas empresas sobre la base de sociedades anóni
mas, supervigiladas y controladas por la Superintendencia de Bancos, se re
girá exclusivamente por dichas leyes y reglamentos. Así, cada vez que haya
que determ inar quiénes puedan adquirir, conservar y vender acciones ban
carias, el núm ero de acciones que pueda tener cada persona, el núm ero de
accionistas que puedan crear un Banco, el núm ero de Directores que deban
form ar su Directorio, el m onto total o individual de los créditos, el m onto
de las colocaciones en relación con el capital, ya sea de la empresa bancaria
o del deudor, etc., no puede recurrirse a las norm as del T ítu lo V, por ex
preso m andato legal”.
Por consiguiente, estiman las Instituciones afectadas que la Comisión
“carece de competencia para entrar a conocer y juzgar los actos relativos a
venta, adquisición y dom inio de las acciones bancarias, ya que dichos actos
solo están sometidos al control de la Superintendencia de B an co s.. . ” Lue
go, en el escrito que se comenta, m anifiestan que no existe infracción a las
norm as del T ítu lo V de la Ley N? 13.305, puestó que ninguno de esos pre
ceptos es aplicable al Estado, a sus Organismos y a las actividades que uno
y otro desarrollan en conjunto o separadam ente, para, en seguida, hacerse
cargo de las argum entaciones del Fiscal de la Comisión en orden a que las
operaciones realizadas son medios idóneos para constituir monopolios. Ex
presan, a este respecto, que la com pra de acciones por parte de la C orpora
285
ción de Fom ento no tiene otro efecto que convertir al adquiriente en accio
nista de la o de las empresas cuyo capital está representado por esos títulos.
En consecuencia, agregan, el hecho de que la Corporación de Fom ento po
sea un porcentaje im portante de acciones dentro del sistema bancario, no
puede considerarse, bajo ningún respecto, como un arbitrio tendiente a eli
m inar la libre com petencia en las actividades bancarias del país, porque di
cha participación como accionista no cambia la estructura jurídica de los
Bancos; porque la Corporación de Fom ento no puede legalm ente efectuar
depósitos de esos Bancos, por lo cual jam ás podrá obtener créditos para sí;
porque los Bancos deberán continuar operando en la misma form a que lo
hacían antes, esto es, sujetos al. control y directivas de la Superintendencia
de Bancos y el Banco C entral de Chile; porque los préstamos que otorguen
se orientarán al fom ento de la producción del país, para cum plir con lo es
tablecido en la Ley General de Bancos y finalm ente, porque subsiste la fa
cultad de los particulares para organizar empresas bancarias.
Más adelante, se sostiene que la Corporación de Fom ento de la Pro
ducción y sus filiales están excluidas de la aplicación de las disposiciones
del T ítu lo V de la Ley N? 13.305, ya que así quedó constancia en la histo
ria de la Ley al suprim irse una disposición aprobada por la Cám ara de D i
putados que exceptuaba expresam ente a las sociedades en que la C orpora
ción de Fom ento pudiere o llegare a tener más del 50% del capital. Esta
disposición fue suprim ida por cuanto era innecesaria. Finalm ente, luego de
analizar detalladam ente la historia de la Ley N? 13.305, y de analizar el
alcance del artículo 181 de la misma Ley, la Corporación de Fomento, el
Banco C entral y el Banco del Estado de Chile, concluyen solicitando de la
Comisión el rechazo de todas las denuncias de que conoce.
Del mismo modo, el Consejo de Defensa del Estado —Organismo for
m ado por profesionales de los más diversos credos políticos—, rechazó, por
am plia mayoría, el inform e del Fiscal de la Comisión Antim onopolios, se
ñalando su criterio en orden a que la Comisión carece de atribuciones para
pronunciarse acerca de esta operación.
286
por otra parte estaba claram ente expresada en su program a de G obernan
te”. Sobre la base de estos argumentos, señala que “los actos ejecutados por
el Presidente de la R epública como representante del Poder Ejecutivo no
pueden ser revisados por el Poder Judicial en virtud del principio de la
separación de los poderes del Estado” . . . “y que la doctrina sobre los actos
de G obierno expresam ente señala que tales actos no son revisables por los
T ribunales de j u s t i c i a .. . ”.
9.—De este fallo, el denunciante señor Cox recurrió de reclam ación an
te la Corte Suprema, T rib u n a l que, hasta la fecha, no se ha pronunciado
al respecto.
287
T E R C E R A SECC ION
EL DELITO Y SU SANCION
Derechos humanos y Derecho Penal
S e r g io P o l it o f f
J uan B ustos
J orge M era
No es por azar, desde luego, ni por pedantería sistemática, que los juristas
burgueses se em peñan en m antener el concepto de derechos húm anos (“de
todos los hombres y para todos los tiem pos”), esto es, los llamados derechos
civiles y políticos, bien separados y distintos de los derechos económicos,
sociales y culturales 1. A quella noción de derechos hum anos daría conteni
do a la esfera de libertad del individuo frente al Estado o, para decirlo sin
eufemismos, a la esfera de incolum idad de la propiedad privada, de donde
emerge la capacidad de m anipulación sobre los demás hombres por parte
de quienes detentan la propiedad de los medios de producción.
La revolución chilena, sin renunciar a las conquistas en el plano de
los derechos civiles, no se lim ita a im pugnar la discrim inación capitalista
hacia los derechos sociales, sino que coloca a estos últim os como presupues
to y garantía de la efectiva realización de aquéllos. El proceso ele control
y participación de los trabajadores y ciudadanos, en todos los niveles de las
actividades productivas, adm inistrativas y de dirección de la vida social y
economía, abre un ancho cauce hacia el lúcido ejercicio de los derechos
democráticos y posibilita la creciente desalienación del individuo abrum ado,
desorientado y solitario de hoy, inmerso en la inseguridad y en la apología
del lucro.
Las condiciones de vida en la sociedad capitalista son tales que hacen
de la alienación del ser hum ano una regularidad 2. Al decir de Lekschas,
en la misma m edida en que la m oral y las normas jurídicas portan consigo
los antagonismos y lás contradicciones de la sociedad fundada en la explo
tación, en este “derecho y m oral tienen la función de hacer pasar lo inna
tural por natu ral y por la ética más elevada”. De ahí que no haya valor al
guno en “el rudo clim a” de la vida económica que pueda subordinar el de
la “caza en pos del lucro”.
Si en el plano objetivo la fundam ental causa de la crim inalidad reside
en las contradicciones antagónicas entre el individuo y la sociedad, en el
1 Cfr. B ern h ard G raefrath , D ie w irtschaftlichen, sozialen and k ulturellen M enschenrechte in der
D entschen D em okratischen R e p u b lick, B erlín , 1970.
2 Cfr. JO H N LEKSCHAS, Studien zur Beiuegung der Jugendkrim inalitat in D eutschland u nd zu
ihren Ursachen, en la obra colectiva ST U D IEN ZU R JU G E N D K R IM A N IL IT A T , STAATSVERLAG
D ER D EU TSC H EN D EM O K RA TISC H EN R E PU B L IK , Berlín, 1965.
291
plano subjetivo tiene a lo menos dos m odalidades definidas, que pueden,
en últim o térm ino, ser referidas a la alienación y a la “ceguera social”.
Las fáciles fórmulas, en boga en la demagogia y el diletantism o crim ino
lógico, que se expresan en el slogan, “crim inalidad igual subdesarrollo”,
prescinden de la “in n atu ralid ad ” radical de todo el sistema, en los países
pobres y en los países ricos, cuando las leyes de la explotación, de la alie
nación y de la hegemonía del lucro, enfrentan despiadadam ente al indivi
duo con una sociedad que les es ajena. No de otro modo se explica la som
bría confesión de Dickopf en la sesión 109 de la Comisión de Asuntos In
ternos del Bundestag, de 24 de octubre de 1968, en el sentido que Alem ania
Occidental “u n día será un pueblo de crim ínales”.
En un caso, la “ceguera social” del individuo tiene su expresión en una
salida anárquia y bárbara, desesperada e ilegal, como dice Lekschas, “para
sí y contra los demás” 3. Todo lo que hay de im portancia, de desesperanza
y falta de perspectiva en la sociedad de explotación del hom bre por el hom
bre im pone su sello a esta clase de delincuentes. O tras variantes correspon
den a individuos entregados al proceso general de desmoralización y corrup
ción inherente a las relaciones de producción capitalista, de tal suerte que
hay aquí otra form a de “ceguera social”, no ya como una protesta desespe
rada, sino que se expresa a través de la captación por los desvalores del
sistema.
Esta raíz subjetiva de la crim inalidad, consistente en la ceguera del
individuo respecto de las leyes que rigen la vida social, explica, al decir de
Lekschas, que, aun bajo la presión de las condiciones de vida de la socie
dad de explotación, en sus formas más duras e implacables, la clase obrera
organizada, particularm ente en la form a de sus partidos revolucionarios, se
libere de la seducción de la crim inalidad. Al egocentrismo el m ovimiento
obrero revolucionario opone la conciencia de las leyes del desarrollo social.
U na sociedad que destierra progresivam ente el individualism o, el egoís
mo, el egocentrismo y la ceguera social, juntam ente con la elim inación de
las condiciones objetivas en que se cim enta la crim inalidad, podrá propo
nerse como m eta el desaparecim iento del delito, cuya subsistencia, aunque
en una gradual disminución, como m uestran elocuentem ente las estadísti
cas 4, corresponde al rudim ento del pasado; restos que perm anecen todavía
en el pensamiento, los hábitos y el com portam iento de las personas, sin con
ta r el influjo del m undo capitalista circundante. Las microrrelaciones, p ar
ticularm ente las que se derivan del grupo fam iliar y del empleo del tiem po
libre, juegan aquí un papel decisivo en la conservación de la ideología
burguesa.
Las expresiones de las diversas teorías criminológicas que prescinden,
en el ám bito de la sociedad de explotación y aun en la sociedad de tránsito
hacia el socialismo, de las condiciones m ateriales (antagonism o de clase, ne
cesidad y miseria de las masas), así como de los factores subjetivos (“guerra
social de todos contra todos”, miedo a la existencia, desmoralización y ena
jenación), no logran sino dar vueltas en torno a un problem a insoluble, co
mo el asno en torno a la noria.
Siendo el delito una enferm edad social que tiene u n a explicación cau
sal, científica, ¿por qué todos los burguesfes que han exam inado el delito no
han sido capaces de localizar la fuente de la infección? Porque esta gente
ha de aplicarse a sí misma las palabras de Herzen; “Nosotros no somos los
doctores, somos la enferm edad”.
3 IDEM .
4 C fr. W ilfried Friebel, K urt M anecke y W alter O rschekowski,, Gezvalt- und Sexualkrim inalitat,
Staatsverlag der D D R, B erlín 1970, p. 8.
292
Los llamados derechos civiles y políticos en el ám bito del derecho pe
nal burgués, aunque en nada desdeñables por lo que contienen, especial
m ente en el plano de las garantías procesales, como fruto de las luchas h u
manistas libradas d u ran te siglos contra la crueldad y prepotencia del apa
rato represivo del Estado, muy poco significan en el sentido más profundo
de ofrecer al individuo otras alternativas que el delito y la alienación en
una sociedad hostil. Los derechos hum anos, entendidos al modo de la socie
dad de explotación, son una fnínim a concesión piadosa que no se opone,
sino que al revés, tiene como supuesto la pregunta de Caín: ¿Soy acaso el
guardián de mi hermano? Un desvalido puede m orir de ham bre en la puer
ta de una panadería y el panadero no comete delito alguno. Ambos tienen
un ám bito de derechos políticos, entre los cuales están los de votar y ser ele
gidos y tam bién el de que nadie puede ser condenado por un hecho que no
está descrito como delito. El hom icidio por omisión, del mismo modo que
el abandono de personas desvalidas, sólo se castigan cuando el actor es guar
dián de la víctima.
Derechos políticos y civiles que llevaron al bueno de Dorado M ontero
a sostener que el Derecho Penal debería denom inarse “Derecho Protector
de los delincuentes”, carecen de otro alcance que no sea el m ínim o del m í
nim o para una sociedad que se esmera en no revelar su imagen de sociedad
de lobos, en guerra social de los unos contra los otros. Pero como decía Car
los M arx en uno de sus escritos juveniles: “El castrado es una persona im
perfecta aunque tenga bonita voz”.
En las condiciones especiales del Gobierno de -la U nidad P opular en
Chile, no debe exasperarse el “hum anitarism o” y la Comprensión hacia los
delincuentes y el lumpcn-proletariado en general, a través de diversas inicia
tivas fundadas en la buena voluntal, pero desprovistas de una com prensión
científica de las condiciones objetivas y subjetivas de la crim inalidad en la
sociedad de explotación y en la sociedad de tránsito. Es bien sabido que el
sector que sufre en forma más brutal la agresión bárbara y anárquica de los
delincuentes está compuesto precisam ente por los pobres, los más desampa
rados, los habitantes de las poblaciones marginales, los que no están prote
gidos en sus casas por gruesas verjas y otros resguardos, sin contar el copio
so dispositivo de abogados diligentes y jueces comprensivos con que la socie
dad de la libre iniciativa cuida la integridad de sus dilectos grupos hege-
mónicos.
En tales condiciones la pregunta actual sobre los derechos hum anos y
el derecho penal no puede desembocar en bruscas innovaciones rotundas y
mucho menos en un afiebrado hum anitarism o que vaya más allá de las tra
dicionales garantías liberal-burguesas.
Algo muy diverso es que la participación popular en todos los niveles
en el marco del proceso hacia la nueva sociedad sin clases, lleve consigo
tam bién, ju n to al emerger de los nuevos derechos sociales, la superación
gradual del delito como un asunto que no se ventila entre el juez y el de
lincuente, ante una sociedad enajenada, sino como un problem a que con
cierne a todos resolver y prevenir.
En el ám bito puram ente jurídico, el individuo aparece colocado, en
la sociedad capitalista, todo a lo más, como destinatario inerte de las normas,
a cuya conformación es com pletam ente ajeno. En el plano social y puesto
que el entero sistema reposa en la ficción de la coordinación de libertades,
ese destinatario de los preceptos jurídicos no puede sino reaccionar de m a
nera toscamente desigual frente al m andato abstracto, creando un régim en
norm al de transgresiones que ha llevado a los juristas a profetizar para el
delito un carácter ineluctable y fatalista, “ligado a la naturaleza hum ana”,
293
inseparable del individuo como la enferm edad y la m uerte. El concepto pe
simista, que encubre una suerte de fatalismo biológico social, no se desin
teresa, por razones propedéuticas o, lo que es lo mismo, para no aparecer
demasiado descarado, del alma bienaventurada del delincuente, al que se
le espetan discursos sobre su m ala conciencia. La culpabilidad es —al decir
de Gallas— “reprochabilidad del hecho en cuanto m anifiesta una Gesin-
nu n g (un ánimo, un sentim iento), jurídicam ente desaprobada”. “Al desven
turado le reprochamos su mala conciencia pese a que ella “está ligada a la
naturaleza hum ana” y ni siquiera “una ideal conformación de las relacio
nes sociales” podría elim inarla. La buena conciencia del jurista desaprueba
la m ala conciencia del delincuente y con ello el derecho penal adquiere
respetabilidad y belleza” ®.
Este fatalismo no impide, sin embargo, que para los efectos de la per
fección formal del sistema, la culpabilidad, concebida al modo del derecho
penal burgués, se funde, paradojalm ente, en la ilusión de que los hombres
son libres para determ inarse en conform idad con las normas jurídicas inde
pendientem ente de su situación real en la sociedad. Y es a ese hom bre “li
b re” al que se le reprocha su apartam iento de las prohibiciones. El derecho
penal burgués se encuentra puesto irrem isiblem ente en la contradicción de
castigar en defensa de la sociedad a aquellos precisam ente a los que la so
ciedad no proporcionó los medios para m antenerse dentro de las exigencias
jurídicas. La defensa de la sociedad es el artilugio que se utiliza para en
noblecer la defensa de los valores burgueses y el modo de vida burgués. En su
afán de hacer pasar lo in n atu ral por natural se afirm a que la prohibición pe
nal trasunta los más elementales sentimientos de justicia y solidaridad, de suer
te que los que la desafían se colocan al margen de los valores fundam entales y
desconocen la condición hum ana. T o d a esta mascarada, que se expresa de m a
nera altisonante, esconde, en verdad, la realidad de que, en el sistema jurídico
burgués, la sanción penal refleja intereses que no son los de la sociedad sino
que los de una clase de la sociedad. La sanción penal aparece así como la
culm inación de la opresión de una clase por otra clase. T ras una respetable
fachada de instituciones democráticas, cloncle, teóricamente, se garantiza la
igualdad de posibilielaeles, se oculta, en verdad, la violencia de u n sistema
injusto que crea y m antiene las condiciones de su autoconservación. D entro
de este sistema los derechos humanos, nada tienen en común con la idea de
la determ inación consciente y la opción entre alternativas conocidas, reales
y posibles, sino que significan solamente la ficción ele que el explotaelo y el
explotador son igualm ente libres.
U n viejo jurista prusiano, no muy dado a los raptos ele hum or, tuvo
razón, sin embargo, en no poca medida, cuando escribió que “el derecho pe
nal no le toca al delincuente un pelo”. De ahí que el énfasis aparezca pues
to, generalm ente, cuando se piensa en las relaciones entre derechos civiles
y derecho punitivo, dentro del marco ele la socieelael liberal-burguesa, en es
pecial sobre las garantías políticas y procesales. El concepto penal sustan
tivo de la exigencia de culpabilidad sirve apenas para excluir la responsa
bilidad puram ente objetiva, ya que la libertad m oral aparece concebiela con
independencia ele las posibilidades que el individuo haya recibido de la so
ciedad para com portarse de un modo que no sea hostil a las normas.
En el ám bito de una socieelael socialista, empero, la necesidad ele un
concepto de culpabilidad, se transform a en presupuesto de la autoeducación
y readaptación del infractor, ya que éste sólo puede reconocer el sentido
5 C fr. Sergio Politoff, E l N u evo Código Penal de la R epública Democrática Alem ana. Separata de la
Revista de Ciencias Penales, T om o X X IX , N? 1, Santiago 1970.
294
de la sanción cuando la pone en parangón con las posibilidades recibidas
de la propia sociedad, para un com portam iento conforme a las exigencias
sociales.
De este modo, la culpabilidad, como presupuesto de la ¡:>ena, pasa a
ser un auténtico derecho, en el plano de los derechos civiles; inseparable y
connatural a los derechos sociales, económicos y culturales, cuyo pleno ac
ceso a todos los individuos autoriza y legitim a la pretensión de la sociedad
de que éstos se abstengan de realizar atentados antisociales.
295
su dom inación y su propio esquema de la sociedad, el capitalismo, en el
cual desde un punto de vista de protección jurídica la propiedad reviste la
im portancia fundam ental. Y es por eso, entonces, que se aum enta en form a
abrum adora el núm ero de hechos castigados en relación con este bien y que
las penas adquieren un rigor extrem ado. La propiedad pasa a ser de facto
y de jure el bien más im portante y no, por cierto, en obedecim iento a los
dictados de la razón o el derecho natural. Es más; contra sus propias pro
testas farisaicas, ya que para ofrecer una presentación decorosa al asunto tie
nen que pedir prestado su pensam iento a autores que son expresión de otro
contexto social, en el cual se dio una lucha en com ún y, por tanto, con ob
jetivos comunes, contra la clase entonces dom inante. Los derechos hum a
nos surgen así, pues, dentro de un nuevo contexto; no son dados por nadie
ni establecidos por ningún ordenam iento jurídico, sino que son el produc
to de la lucha de las clases explotadas en contra de las explotadoras. C ual
quiera otra aseveración nos lleva a plantearnos en un esquema formal, abs
tracto y en últim o térm ino irreal, campo propicio para la metafísica idea
lista o escolástica.
Así analizados los bienes jurídicos, tam bién resulta diferente el análisis
que es preciso hacer respecto al rol que desempeñen dentro del ordenam ien
to social y, por tanto, precisar desde este punto de vista el fundam ento de
la pena. Se señala por los autores que como todo bien jurídico es funda
m ental para la sociedad, el m antenim iento de su iiicolum idad es un valor
y, por tanto, su menoscabo un clesvalor. Otros agregan, con razón, que no
sólo es un valor el m antenim iento de su incolum idad, sino que tam bién el
hecho que los individuos con sus conductas m anifiesten su respeto por esa
incolum idad. Tendríam os, pues, que es un valor el m antenim iento de la
incolum idad de estos bienes y el hecho de que las conductas respeten tal
incolum idad; en el prim er caso valor de resultado —luego su correlato es
el desvalor de resultado— y en el segundo caso valor de acto —luego su corre
lato es el clesvalor de acto. El fundam ento, pues, de la pena estaría, desde
este punto de vista, en la existencia de un desvalor en dos niveles: de acto
y de resultado.
Pero siguiendo con el análisis anterior habría que preguntarse si real
m ente esto es tan verdadero. Es posible que si nos contentáram os con un
análisis formal y abstracto del problem a, pareciera así y hasta el problem a
podría darse por agotado. No obstante, un solo ejem plo de nuestro Código
es bastante expresivo para advertir que esto no es tan simple. Hemos dicho
que para nuestro Código la propiedad es el bien fundam ental, es decir, que
es el que recibe una m ayor protección y, por tanto, respecto de él la inten
sidad del desvalor de resultado y de acto es mayor. Sin embargo, al leer el
Código observamos, por ejemplo, para tom ar el caso más obvio, que la pena
es insignificante cuando se afecta la propiedad inm ueble. En otros términos,
la usurpación tiene una pena ínfima. R esulta esto verdaderam ente contra
dictorio y, desde un punto de vista m eram ente formal y abstracto, sin expli
cación y un error garrafal del legislador, ya que no es bastante el argum ento
sobre las características particulares de los bienes afectados, en especial la
ausencia del riesgo de consumición o pérdida. El legislador se equivocó, se
ría la respuesta. Pero, en verdad, la razón es otra: a la época de la dictación
de nuestro Código no se daba para la naciente burguesía terrateniente el
problem a de la ocupación de inmuebles. T odo lo contrario: era necesario
tener las manos libres, pues las tierras que había que ocupar pertenecían
a los indios y al Estado; defender ese tipo ele propiedad no tenía m ayor im
portancia, pues ello iba en contra de los intereses de la clase que entraba
a dom inar. En cambio, sí se exigía el respeto a la propiedad m ueble y en
296
el caso de los animales en form a bastante dura, lo que no se puede explicar
sim plemente en forma abstracta y racional.
Luego, ¿hasta dónde es válido h ablar de desvalor de acto y desvalor de
resultado, cuando nos encontramos con estas contradicciones internas, que
nos im piden explicar de modo satisfactorio el problem a desde un punto de
vista m eram ente formal?
Si nos detenemos en el ejemplo anterior y analizamos el tema tal como
lo enunciáramos, esto es, desde u n punto de vista histórico social, debe con
venirse en que tanto desvalor de resultado como de acto son sólo momentos
de una unidad estructural mayor y de ahí que jueguen esas contradicciones.
E n verdad, lo que interesa es el m antenim iento de determ inadas relaciones
sociales y allí quedan enclavados los bienes jurídicos y los-valores y desvalo
res señalados. Lo que interesa exclusivamente es la posición de los indivi
duos dentro de esas relaciones sociales; de lo que se trata es, pues, de m an
tener a los individuos dentro de una determ inada posición. Esto se encubre
con las ideas de valor y desvalor de acto y resultado; pero las propias con
tradicciones internas nos revelan que se trata de simples esquemas formales
para escamotear la realidad. El valor o desvalor, en todo caso, no sería de
acto o de resultado sino de relación social, pues son éstas las que dentro
de la dinám ica de la sociedad hacen surgir y cam biar los intereses y bienes
comprometidos. Y como dentro de la relación social es el hom bre el que
las mueve, se trata, pues, en últim o térm ino, del hom bre, pero del hom bre
particular y concreto dentro de una relación social dada. Allí, pues, se le
trata de encerrar y detener m ediante esquemas formales. La sociedad b u r
guesa, pues, in ten ta que las relaciones 'sociales se den de un m odo determ i
nado y que dentro de ellas el trabajador m antenga su posición de depen
dencia y dom inación por parte del capitalista. La antijuricidad como aspecto
fundam ental de la cuestión de la culpabilidad nos revela que en esto no
está en juego sólo la concepción que se tenga sobre el delincuente y de sus
derechos como hom bre, sino tam bién está en juego la posición de toda una
clase y sus derechos.
El avance hacia una nueva sociedad, en que, para em plear las palabras
del propio M arx, cada cual reciba “el m argen social necesario para exterio
rizar de un modo esencial su vida”, esto es, el m argen necesario para que
el interés privado coincida con el interés hum ano, no puede ser caracterizado
sólo por la irrupción de nuevos intereses que se sustituyen a los antiguos y
por una nueva definición de lo que es socialmente dañoso, La posición del
trabajador como protagonista y no como objeto, colocado en una relación
de contradicción y superación creciente con respecto de la dom inación capi
talista, lo que adquiere un carácter especialmente complicado y hasta flúido
en las condiciones de un proceso revolucionario como el que vive Chile, en
el marco de lo que se ha llam ado con razón el difícil camino de la legalidad,
significa, pues, el trastrueque del concepto tradicional de la antijuricidad
burguesa. Desde este punto de vista, el valor y el desvalor, referidos a la
relación social, conducen inevitablem ente y por la dinám ica del proceso a
una nueva juricidad, en que lo tutelado por el derecho penal y por el de
recho en general, 110 será ya la posición subordinada del explotado respecto
de la hegemonía capitalista, apenas encubierta por el eufemismo de los dere
chos humanos, sino la libertad del hom bre en arm onía y no en oposición
con el interés general.
297
El delito en una sociedad de clases
B er ta B ravo J.
L oreto H oecker P.
R oberto L ir a R.
Colaboradores
C r is t ia n A lfaro M.
G io v a n n i P ie r a t t in n i -
1. M ARCO T E O R IC O GENERAL
298
tal necesita rom per los rígidos marcos impuestos por la m onarquía. \ e n s e
lucha con ella gesta —justam ente como un arm a de com bate— la idea de la
libertad en todos los planos: la libertad económica es im prescindible : i : :
la burguesía; se requiere poseer la libertad del comercio, pero elle nc es
posible si no se posee la libertad política, la cual a su vez para poder
efectiva debe term inar con el poder de carácter divino, etc. C uando esta
clase que esgrime las banderas de la libertad, igualdad y fraternidad lle^a
al poder y empieza a ejercerlo, se encuentra con situaciones que aparecer
como contradictorias con dichos principios, lo cual le obliga a hacer un ajus
te en sus concepciones. Problemas como la miseria, la prostitución, la delin
cuencia, etc., no se compadecen con un sistema en el que im pera la libertad,
la igualdad y la fraternidad, por lo tanto, se atribuye su existencia a falla;
de los sujetos, fallas que en algún momento se buscan en lo biológico, en
lo psiquiátrico o en lo psicológico, pero que en todo caso quedan dentro
del marco de lo individual y no cuestionan la sociedad misma. Aparece clara
entonces la relación de lo criminológico con el resto del conocimiento y del
conocimiento todo con la realidad, siempre ubicándose en un m om ento his
tórico determ inado.
Por lo tanto, de acuerdo a lo expuesto, no basta con decir que nuestro
enfoque del tem a será el criminológico, ya que éste tendría un contenido
y un sentido diferentes de acuerdo a la época y lugar en que surja; tenemos,
por lo tanto, que aclarar cuál es el sentido de ese enfoque aquí y ahora.
El enfoque criminológico actual, el que nosotros sustentamos, deja de con
siderar la realidad en forma parcelada. Ya no se estudia al delincuente inde
pendientem ente del delito o de la sociedad; interesa el fenómeno delictivo
como un todo en el que juegan perm anentem ente tanto el delito como el
delincuente y la reacción social; a su vez, este m odo tampoco se cierra en sí
mismo sino que form a parte de un todo más general, más inclusivo, en la
m edida en que el fenómeno delictivo no es sino un producto más de las
relaciones que se establecen entre el hom bre y la sociedad. Ya no interesa
u na mera descripción de los hechos o la form ulación de teorías que sólo se
sustentan en la capacidad de elucubración de sus autores; se intenta buscar
explicaciones que sean capaces de superar lo aparente para ap u n tar real
m ente a los mecanismos de fondo que dan cuenta del problem a, explicacio
nes que em erjan del enfrentam iento del científico con su realidad tanto
práctica como teórica y cuyo criterio de verdad sea la perm anente contras-
tación con dicha realidad, explicaciones que en ningún caso tendrán un ca
rácter absoluto, ya que tanto el pensam iento como los objetos sobre los cua
les trabaja —en este caso el problem a delictivo— son procesos; no son cosas
acabadas y estáticas, ya no se concibe a la Crim inología como un quehacer
independiente sino como una práctica estrecham ente ligada y determ inada
p o r el marco general de interpretación de la realidad en que se sustente,
el cual le da una dirección y un sentido.
En síntesis, nuestro enfoque es el criminológico, esto significa que nos
interesa explicar el fenómeno delictivo concibiéndolo como una totalidad,
form ada tanto por el delito como por el delincuente y la reacción de la
sociedad, totalidad ésta que a su vez forma parte del todo social. Este enfo
que, como cualquiera que tenga pretensiones científicas, no se plantea como
u na verdad absoluta y acabada sino como una etapa en el proceso del cono
cimiento, etapa que se ha construido a través de la superación de los conoci
mientos anteriores y que a su vez en algún m om ento pasará a constituir un
peldaño más desde el cual se dé un nuevo paso.
Por lo tanto, la criminología, al igual que otras ciencias, no escapa a la
regla general en su quehacer científico, estando orientada por determ inados
299
esquemas, teóricos, lógicos, filosóficos, cuya raíz es socio-histórica. En este
sentido, du rante muchos decenios se ha dado una lucha entre dos corrientes
de pensam iento contradictorias entre sí. Por un lado encontram os una serie
de escuelas (biológicas, psicológicas y psiquiátricas, fundam entalm ente) que
han centrado sus explicaciones del fenómeno delictivo en factores absoluta
m ente individuales; el delito tendría su origen sea en taras físicas o psiquiá
tricas de los individuos, sea en la natural expresión de los instintos del hom
bre, reprim idos por la vida social, “instintos de raíz biológica que de vez en
cuando irrum pen a través del control social’’.
A un cuando en esta línea de pensam iento se efectuaron numerosas in
vestigaciones, ella no ha sido capaz de dar respuesta a una serie de inte
rrogantes fundam entales y a los datos arrojados por las investigaciones he
chas en otras líneas de trabajo: ¿Por qué en diferentes estructuras sociales
varía sustancialm ente la frecuencia en que se presentan casos de conductas
desviadas de tipo delictivo? ¿Cómo explicar el hecho de que estas desvia
ciones adopten formas y pautas distintas en estructuras sociales y en distin
tos momentos históricos dentro del desarrollo de una misma sociedad? ¿Cómo
explicar, por ejemplo, los datos que entregaron las escuelas ecológicas que
dem ostraban la presencia de sectores “crim inógenos”, con altas tasas delic
tivas y de reincidencias?
A esta corriente de pensam iento que podríam os denom inar “individua
lista” se opone una tendencia —compuesta por muy diversas escuelas— que
concibe la delincuencia como una realidad cuya raíz es esencialmente social.
N o obstante, expresarlo en estos térm inos globales resulta extrem adam ente
esquemático, ya que decir que un hecho es “social” no supone una nom en
clatura homogénea; no supone que todos queramos significar lo mismo
cuando hablam os de lo social.
En el planteam iento de una escuela, el hom bre es form ado por su “am
biente social”, entendiendo por tal fundam entalm ente las relaciones del in
dividuo con sus padres y grupos íntim os (especialmente las experiencias de
los prim eros años de vida). Estas relaciones darían cuenta de su delictividad
o conformismo social. No obstante, esta orientación en su esencia no difiere
de las otras escuelas individualistas en la m edida en que centra la explica
ción del hecho en el propio sujeto, le interesa el am biente en relación al
individuo y desvinculado de la estructura social que lo genera.
Por otro lado, encontram os una serie de escuelas (sociológicas y antro
pológicas en su mayoría) que entienden el delito como un hecho social, que
riendo decir con ello que la delincuencia es una resultante de la estructura
del sistema social en que éste se da y buscan la explicación sea en factores
culturales y grupales (pandillas como generadoras de delincuencia, subcultu-
ras delictivas, conflictos culturales, etc.), sea en factores ecológicos (movi
mientos migratorios, áreas criminógenas dentro de las ciudades, etc.) o en
otros factores sociales. Aun cuando esta línea de pensam iento dio lugar a n u
merosas y positivas investigaciones, sus explicaciones perm anecen a un nivel
causal inm ediato más que m ediato o sustancial, ya que en su mayoría tam
bién concibieron estos factores como generadores en sí de delincuencia, sin
establecer la relación entre tales factores y la estructura social como un todo
dinámico. De este modo, aun cuando existe una contradicción objetiva entre
esta concepción y las escuelas individualistas, finalm ente se pueden identi
ficar en un aspecto fundam ental, en cuanto ambas han perm itido esconder
el papel de la estructura social como un todo y su dinámica, en relación al
delito.
Enfocando la búsqueda explicativa más allá de las apariencias, se ha
desarrollado lentam ente un enfoque teórico que plantea como una premisa
300
básica el origen esencialmente social cíe la delincuencia y que apunta a rela
cionar ésta con los procesos fundam entales de la vida social, abandonando
la versión de la delincuencia como problem a de origen patológico (indivi
dual o socialmente), o como un problem a de m arginación o tangencial a la
estructura social, y planteando que, a la inversa de lo que las apariencias
señalan, el fenóm eno delictivo es una parte constitutiva —una resultante y
un com ponente— de los procesos fundam entales de la vida social; una parte
intrínseca y característica del desarrollo norm al de la estructura de cada
sociedad.
Especificando aún más, podemos apreciar que habiendo cierto acuerdo
entre algunas escuelas respecto a la necesidad de relacionar el fenómeno de
lictivo con los procesos sociales fundam entales, encontram os profundas dis
crepancias en cuanto a marcos teóricos que se utilizan para d ar cuenta de
cuáles serían esos procesos sociales fundam entales que explicarían el carác
ter y desarrollo de la delincuencia en las diferentes sociedades. Acorde al
marco general, los elementos básicos que definen una sociedad y explican
su desarrollo, estarían dados por un determ inado m odo de producción.
301
La perspectiva de análisis que hemos adoptado nos lleva, a su turno,
a ocuparnos del origen, desarrollo y funciones del orden jurídico, tanto en
sus aspectos generales como específicos. Comencemos entonces por la expli
cación de estos tres problem as fundam entales relativos al Derecho, según
nuestra concepción, en sus aspectos generales.
T o d a agrupación social, cualquiera sea el grado de desarrollo en que
esté, se encuentra perm anentem ente abocada a la necesidad de producir de
term inados bienes, cualquiera sea la época y el lugar en que ello ocurra.
Es más, dicho proceso productor está condicionado —tanto respecto a las ne
cesidades que satisface, a los bienes que produce, y lo que es más im por
tante, al modo cómo produce, es decir a los caracteres que adquiere ese pro
ceso y que lo diferencian de otros sistemas productivos— por las condiciones
materiales, concretas, objetivas que reviste el m om ento histórico en que sur
ge y se desarrolla ese modo de producción. Dicho proceso productor supone
y requiere, objetivam ente, un determ inado orden o esquema norm ativo.
Este prim er esquema norm ativo se va constituyendo y se compone me
diante la integración de una gama variada de norm as de convivencia social,
sin que dichas normas, en un prim er momento, reconozcan una diferencia
ción más o menos notable; por el contrario, lo que es posible reconocer y
com probar es un sólo conjunto abigarrado de costumbres y prácticas que
de un m odo u otro inciden en el proceso productor; ya sea de una m anera
directa como indirecta.
Desde otra perspectiva, es posible tam bién advertir que en esta prim era
época —que podríam os denom inar como aquella de la sociedad prim itiva,
en la que todavía no aparecen las clases sociales en los térm inos en que hoy
las concebimos— el conjunto de norm as que regulan la vida social aparecen
nítidam ente vinculadas a las necesidades concretas de los individuos que más
específicamente consistían en las de producir para poder subsistir. O sea, que
habría la consagración de un auténtico interés general, colectivo, común a
todos los integrantes de esa sociedad prim itiva, y que no era otro que el
de la conservación de la especie. Y era precisam ente por este estrecho vínculo
a una cuestión práctica vital y general que este conjunto de norm as podía
constituir un solo sistema muy general, que abarcaba todas las pautas de
conducta y que no necesitaba de un reforzam iento especial para lograr la
adhesión a él, o su cum plim iento.
A hora bien, en la m edida en que dicho proceso productivo se va ha
ciendo cada vez más complejo, de acuerdo al desarrollo de las fuerzas pro
ductivas, es como van apareciendo divisiones técnicas del trabajo más espe
cíficas y más desarrolladas, trayendo aparejado todo este m ovimiento una
diferenciación cada vez más notable entre los individuos o grupos que p ar
ticipan en el proceso productor. Diferenciación ésta que va perm itiendo que
algunos queden en condiciones de apropiarse de los medios de producción,
constituyéndose así las clases sociales; una poseedora de los medios de pro
ducción y p or ende dom inante y otra desposeída y por ende dom inada.
En este momento, en que u n grupo se apropia de los medios de pro
ducción, se le presenta como necesario p erpetuar el sistema m ediante la crea
ción de un órgano destinado al uso adecuado de la fuerza, la que a su vez
es legitim ada m ediante una norm atividad jurídica que protege los intereses
y valores de la clase dom inante. Surge así el Estado y, consecuencialmente,
el Derecho, como una form a específica de norm atividad. Se hace nítida la
pérdida del carácter de interés general que poseían las norm as hasta aquí
vigentes. Se produce entonces una prim era escisión im portante dentro del
esquema norm ativo general y que consiste en el hecho de la separación de
esas norm as del resto, llegando a constituir un sistema específico de regula
302
ción de las conductas. El acatam iento de este especial conjunto de normas,
que no representan ya un interés general, necesita estar reforzado por otros
medios, medios que consistirán fundam entalm ente en la posibilidad de usar
la fuerza, y tam bién en hacer pasar ese interés particular por un interés
general, m ediante el expediente de vincularlo a otras nociones de aceptación
más. generalizada, ya sean de orden mítico, mágico, religioso, filosófico, o por
últim o contem plando algunos intereses de las otras clases, con lo cual se va
haciendo aparecer desvinculado el Derecho del proceso de producción, lo
que en definitiva conduce erróneam ente a presentar el Derecho como un
producto de la evolución general del pensam iento hum ano.
Lo anteriorm ente planteado nos dem uestra cómo el origen y perfeccio
nam iento del Derecho están indisolublem ente vinculados a la aparición de
las clases sociales; son elementos que se suponen y condicionan recíproca
mente.
Establecidos el origen de las clases sociales y la constitución y perfec
cionam iento del Derecho, es como liquidamos la concepción de esquemas
norm ativos con funciones indistintas. Aquellas funciones se hicieron cada vez
más específicas según lo requirieron las necesidades de las clases dom inantes
en el ejercicio de su poder, tanto económico como político e ideológico.
T a l es así que el Derecho (o norm as jurídicas existentes) se presenta divi
dido en dos grandes ramas, según sean sus funciones específicas: Derecho
P riv ad o , y Público, o lo que es lo mismo, normas directam ente vinculadas
al proceso de la producción, distribución y cambio de determ inados bienes,
y norm as m ás.b ien vinculadas de u n modo indirecto a dichos procesos, o
m ejor dicho, vinculadas casi exclusivamente al problem a del dom inio y con
trol del poder de esa clase que se erige en dom inante dentro de la sociedad
en su conjunto, reforzándose así las funciones del Estado, concebido como
un instrum ento de dom inación de una clase sobre otra.
Volviendo al problem a del origen del Derecho u ordenam iento ju ríd i
co, es vital señalar que éste surge siem pre de una realidad social contradic
toria, dada la existencia —precisam ente— de clases sociales antagónicam ente
opuestas entre sí: las poseedoras de .los medios de producción y las posee
doras de sus fuerzas de trabajo. De ahí que dicho ordenam iento jurídico ha
de reflejar ese m ovimiento social contradictorio. Como instrum ento de do
m inación necesita reconocerlo y resolverlo en su interior de alguna m anera
y con un sentido determ inado, en suma, con un sello de clase. Pero a la vez
que requiere resolver estas contradicciones para encauzarlas de acuerdo a los
intereses y concepciones que representa, necesita tam bién ocultar, no reco
nocer estas contradicciones, negarlas de un modo u otro, con el fin preciso
de suscitar u na adhesión m ayoritaria en torno a este ordenam iento y una
actitud de acatam iento y sumisión. No hacer esto, por parte de la ideología
jurídica, significaría que el Derecho —al reconocérsele y describir su vincu
lación con la práctica social— perdería autom áticam ente un grado conside
rable de su poder persuasivo, cohesionador y justificatorio del orden de cosas
al cual se aplica. En la m edida en que el concepto de delito adquiere un
sentido al in terior de un ordenam iento jurídico, en él se reflejan las carac
terísticas fundam entales del desarrollo de dicho ordenam iento.
Por lo tanto debemos ubicar la categoría jurídica de delito dentro de
la ram a del Derecho Público, reconociéndole por función precisa la que le
señalábamos a este conjunto norm ativo en las líneas precedentes. A la cate
goría jurídica de delito se le com unican características del todo al cual per
tenece, es decir, el carácter de clase que lo orienta e inform a: la historicidad
de sus contenidos; su función reforzadora y de afianzam iento de determ i
nados tipos de relaciones sociales de producción, su visión conservadora y
303
justificatoria del orden de cosas al cual se aplica y configura, es decir, su
carácter de instrum ento.
304
ción de que se aprende, se incorporan, aquellas conductas que son aproba
das por el medio. Sin embargo, ¿es todo el medio social el que está apro
bando o reprobando nuestras conductas?, ¿hay elementos del m edio que ju e
gan un papel más decisivo? Si nos remitimos al m aterial que nos aportan
las investigaciones científicas realizadas en este campo, vemos que la con
ducta de un sujeto no está directam ente determ inada por todos y cada uno
de los estímulos presentes en la sociedad en que se ubique, sino sólo por
aquellos que le son significativos por provenir de personas, grupos, institu
ciones, etc., a los cuales a través de su experiencia les ha otorgado este ca
rácter significativo. El tipo y características de estas experiencias no resultan
sólo de un juego del azar, sino se enm arcan dentro de un m argen de pro
babilidades que —en lo fundam ental— está condicionado por la ubicación
del sujeto dentro de la estructura social. A hora bien, estos elementos signi
ficativos del medio social que están condicionando la conducta de un sujeto,
pueden tener un carácter inm ediato, es decir, pueden estar representados
p o r personas o grupos con los cuales el sujeto tiene un contacto directo
(amigos, familia, relaciones laborales, etc.), pero tam bién pueden tener un
carácter m ediato, ya que puede tratarse de elementos que jueguen un papel
im portante por vía indirecta (medios de com unicación de masas).
Estos elementos del aprendizaje que explican el cómo y qué se aprende
en tran en juego a través de las interacciones sociales que el sujeto m antiene
necesariam ente por vivir en sociedad. El participa en diversos grupos hum a
nos, los que a través del proceso de socialización lo preparan para desem
peñar una serie de roles y por medio de esta preparación va internalizando
la cultura de sus grupos, es decir, sus norm as y valores. Además internaliza
ciertas pautas básicas para organizar sus percepciones y concepciones de las
cosas y el medio. Por otro lado, es en estos grupos y en las interacciones que
m antiene, donde el individuo busca satisfacer sus necesidades básicas; por
ocupar una determ inada posición social en ellos se le da un determ inado
acceso a ciertos bienes por medio de los cuales intenta lograr tal satisfac
ción. En suma, en estas relaciones sociales se forja su experiencia, particular
y com partida.
Pues bien, la posición que ocupe el individuo dentro de cada uno de
los sistemas de relaciones sociales básicas a que él pertenezca, está condicio
nada por las características de la estructura social en que se den dichos sis
temas de relaciones sociales. Más aún, los rasgos de la estructura de los gru
pos mismos a los cuales él pertenece están condicionados por su ubicación
dentro de la estructura social en que se encuentran. Es en este sentido que
decíamos que el medio inm ediato no puede ser desligado de la estructura
social más inclusiva.
N o obstante, no pretendem os plantear un condicionam iento mecánico
de la formación de conductas a través de una relación lineal con la ubica
ción del sujeto en la estructura social. Efectivamente, aun cuando el indi
viduo se ubica en ciertos status sociales básicos que le proporcionan deter
m inado m argen fundam ental de probabilidades dentro del cual se pueden
dar sus experiencias, los grupos se relacionan directa o indirectam ente con
muchos otros grupos hum anos y el sujeto mismo entra en interacción no
sólo directa sino tam bién indirecta con otra serie de grupos, algunos de los
cuales pueden llegar a jugar papel im portante en su formación y aprendiz
zaje en general. Más aún, las características mismas del sujeto, a p artir de
su base biológica y de lo aprendido en experiencias previas y que han ido
form ando su personalidad, entran a jugar un rol activo especialmente en la
selección de grupos, con los cuales se identifica y que utiliza como punto
de comparación para evaluar su situación o aprender sus norm as y valores.
20.—CEREN 305
Cabe señalar, además, que no siempre los grupos que sirven de referencia
son aquellos a los que pertenece el sujeto; él puede orientarse hacia grupos
a los cuales no pertenece y que sin embargo llegan a constituir puntos de
referencia significativos; tales puntos de referencia que adquiere el sujeto
pueden ir desde amplias categorías sociales a sólo un individuo. Es decir,
con ello se incluye una variada gama de posibilidades de relaciones e interac
ciones sociales directas o indirectas que pueden darse entre el individuo y
los ‘‘otros significativos”. En resumen, pensamos que las conductas dependen
de factores biológicos y del aprendizaje, el que resulta de las experiencias
del sujeto; tales experiencias se dan a través de la constante interacción entre
el individuo y su medio inm ediato; y de m anera directa, con el m edio más
amplio. Las características del medio inm ediato en que se desenvuelve el
sujeto pueden explicarse, en sus aspectos fundam entales, por su relación con
la estructura social mayor que lo incluye.
A hora bien, las conductas delictivas se forjan a través de los mismos
procesos de las conductas no delictivas; la diferencia fundam ental no la
constituyen los mecanismos mismos del aprendizaje que experim entan los
sujetos sino los contenidos de lo que aprende.
Los sujetos, a través de su apredizaje en contacto con los grupos y ele
mentos significativos del medio, van incorporando una serie de valores, de
finiciones, concepciones y patrones conductuales. D entro de la sociedad po
demos constatar tanto la existencia de valores, patrones conductuales, etc.,
antidelictivos y no delictivos como de otros de tipo delictivo y algunos, aun
que no delictivos, propiciatorios (por ejem plo el valor atribuido al d in e ro );
definiciones éstas que están presentes tanto en el m undo no delictivo como
en el m undo delictivo, aun cuando organizados y sobre todo jerarquizados
de una m anera distinta. Cuando los individuos están en contacto con gru
pos, sujetos u “otros significativos” en los cuales predom inan estas definicio
nes y valoraciones favorables a la delincuencia (valores delictivos y “para-
delictivos”), los aprende y hace propios. La traducción de estos valores ad
quiridos en conductas manifiestas, dependerá a su vez de condiciones obje
tivas tales como su propia habilidad, el acceso a medios legítimos y el acceso
tam bién a los medios ilegítimos. Así, un individuo puede haber internaliza
do el valor del dinero, pero su situación objetiva de clase no le da acceso a
obtenerlo; si en su m edio significativo esta situación se resuelve m ediante el
robo, tenderá a actuar de esta m anera. No obstante, el hecho de que apren
da a ser un ladrón no asegura que realm ente lo será por cuanto el m edio de
lictivo tam bién lo selecciona a él, y el desempeño de su rol delictivo, estará
tam bién condicionado por la selección que estos grupos hagan de él.
En este análisis del proceso que da cuenta de la delictividad de suje
tos concretos, hemos utilizado algunos elementos que van más allá del pro
pio individuo, vale decir, los valores, norm as conductuales (institucionaliza
das o n o ) , las definiciones sociales y las condiciones objetivas en que se desen
vuelve la persona. Estos elementos son en realidad hechos sociales cuya ex
plicación debemos buscarla en los fundam entos de la estructura social; su
m odo de producción y las contradicciones que en el desarrollo de éste se
originan.
T ales contradicciones son las que dan cuenta de las características y
rasgos típicos de la delictividad en cada sistema social. Esas contradicciones
son siempre concretas, históricas, y por ende su análisis debe ser referido
tam bién de m anera concreta. Por esto, esbozamos una hipótesis respecto a
cuál sería la forma que adquiere la contradicción fundam ental, de modo de
d ar cuenta de la delincuencia en nuestro país, en la actualidad. La form a
que adquiere la contradicción fundam ental se expresa en la contradicción
306
entre la superestructura y las condiciones reales de vida que entrega el sis
tema (productos de la infraestructura nuestra, típicam ente dependiente y
superexplotada). Esa superestructura, ideológica-juríclica, supone exigencias
valorativas y norm ativas a los sujetos concretos, las que, además de ser con
tradictorias entre ellas, resultan irreconciliables con las condiciones de vida
de tales sujetos.
Las contradicciones secundarias son las que dan cuenta de la aparición
de conductas delictivas específicas, y están dadas por la forma que asume la
contradicción fundam ental, entre ciertos sistemas de relaciones sociales espe
cíficos y la superestructura. Así tenemos, por ejemplo, la contradicción en
tre el modo de vida real en poblaciones m arginales y las exigencias jurídico-
penales y valorativas generales. O bien entre el “subm undo” de la prostitu
ción y el “vicio” y la ideología general. Este modo de vida, atacado por la
sociedad, no sólo es engendrado sino tam bién sustentado por ella; podemos
ver así que tanto los que le protegen (policías, políticas, público, etc.) y usu
fructúan de él como los que le atacan, (policías, políticos, público, etc.) son
igualm ente miembros del sector “norm al” de la sociedad. Estas contradiccio
nes a nivel superestructural y en relación a las condiciones de vida son el
reflejo de las contradicciones del sistema productivo que las sustenta.
U na determ inada posición respecto del problem a del control del delito siem
p re se sustenta en una posición más general respecto al origen del delito y
de las conductas delictivas. Sería difícil que pudiéram os sustentar una polí
tica de tipo punitivo ya que detrás de ella subyace una concepción que su
pone al delito producto ilel ejercicio del libre albedrío hum ano. En la me
dida en que, como hemos planteado, nuestra concepción supone a las con
ductas delictivas condicionadas (al igual que todas las conductas), no pode
mos sino que sustentar una política de control del delito a través del tra
tam iento. A hora bien, no basta con definir nuestra posición respecto de los
dos grandes enfoques sobre el control del delito y decir que nos inclinamos
p o r el tratam iento, sino que debemos in ten tar explicitar cuál es el tipo de
tratam iento que consideramos adecuado. Una política de tratam iento supo
ne el control del problem a delictivo a través del m anejo de aquellos fac
tores que hipotéticam ente inciden en la génesis de este problem a. De la po
sición que se adopte respecto a cuáles son estos factores significativos deri
va la diferencia entre los distintos métodos de tratam iento. Así, una políti
ca de tratam iento adquirirá caracteres diferentes según sea sustentada por
concepciones que entienden el problem a como un fenómeno individual con
dicionado por factores biológicos, psiquiátricos o psicológicos, etc., o por
concepciones que lo entienden como un problem a social condicionado por
factores culturales am bientales, estructurales, etc. A su vez tales concepcio
nes, al igual que cualquiera otra form a del pensam iento social, son un pro
ducto histórico. Por otro lado, la traducción de ellas en un sistema practi
co de control del delito (por ejemplo, en un determ inado sistema judicial
penitenciario) depende de las concepciones existentes en los grupos de la cia
se dom inante que im planta y m aneja tal sistema.
Hemos planteado que el fenómeno delictivo constituye un producto y>
cial cuyas características particulares dependen de las característica? particu
lares del sistema social que lo origina. Sustentamos que nuestro sistema so
cial se caracteriza por estar basado en la existencia de la propiedad privada
de los medios de producción, lo que genera la existencia de clases sociales
antagónicas: por una parte los poseedores de esos medios de producción
307
y por otra, los no poseedores de los medios de producción; la po
sesión de los medios de producción determ ina el rol de clase dom inante.
Por lo tanto, la contradicción fundam ental que caracteriza nuestro sistema
está dada entre los poseedores (burguesía nacional o extranjera) por una p ar
te y los desposeídos, por la otra.
N inguna clase dom inante existe, es decir, dura en la historia, si al pro
ducir 110 reproduce las condiciones m ateriales y sociales de su existencia (de
su producción).
La condición básica de la existencia de nuestra sociedad (capitalista y
dependiente) es la explotación; ello supone que debe reproducirla y para es
to la burguesía entabla u n a lucha de clases perm anente contra las clases ex-
jjlotadas (desposeídos), reproduciendo entonces las condiciones materiales,
políticas e ideológicas de la explotación. Estos dos últim os aspectos consti
tuyen propiam ente la superestructura de la sociedad. En este sentido, ella
está consolidando el sistema todo.
Hemos analizado que la nuestra es una sociedad de clases, cuya contra
dicción fundam ental está dada, determ inada, por los intereses antagónicos
de esas clases (burguesía y explotados). Por lo tanto la ubicación de un su
jeto en una de esas clases —en un pu n to determ inado de ella— le posibili
ta el acceso a determ inados tipos de condicionam iento m aterial de vida y a
determ inados tipos de definiciones sociales, tanto específicas como genera
les. Definiciones éstas que el sujeto incorpora, aprende a través de su rela
ción con los elementos significativos que dicha posición le posibilita. En la
m edida en que estas definiciones sean favorables a la delictividad y se unan
a condiciones objetivas, surgirán las conductas delictivas.
Así, para nosotros el control del delito es un problem a que al abordar
se científicam ente implica la elaboración de una política de tratam iento
que presenta dos caras. Por un lado, ap u n ta a la modificación de aprendi
zajes de los sujetos que han delinquido, lo cual im plica —en nuestro con
cepto— la m odificación de sus relaciones con los grupos sociales, y por otra
parte, apunta hacia la modificación de los elementos que dan cuenta d e
estas relaciones grupales y por ende de los aprendizajes del sujeto, lo cual
im plica resolver la contradicción fundam ental que caracteriza esta sociedad.
Esto nos perm ite no sólo la modificación de los aprendizajes de los sujetos
que han delinquido, sino tam bién evitar el que otros sujetos se vean expues
tos a dichos aprendizajes.
B I B L I O G R A F I A
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