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CORPUS IURIS CIVILIS

El Corpus Iuris Civilis es una obra que vio la luz por primera vez entre los años
527 y 565, cuando Justiniano, en su afán de formalizar el ordenamiento jurídico
del Imperio, llevó a cabo la mayor recopilación del Derecho romano de la época.
Esta acción fue el resultado de un proceso que venía desarrollándose desde el
gobierno de Constantino (306 – 337 d. C.), debido a que “la práctica (de los
emperadores) llevó a un uso indiscriminado y generalizado de los rescriptos1, (por
lo que Constantino) afirmó que estos no podían contradecir el ius, el cual solo
podía ser derogado por razones de equidad y en casos concretos por el
emperador (CTh. I,2,2) asumiendo en forma exclusiva la atribución de examinar la
interpretación interpuesta entre la equidad y el derecho”2. En otras palabras, el
emperador Constantino dio el primer paso para declarar la superioridad del
derecho sobre la casuística jurídica, lo cual llevó a que los juristas romanos se
vieran obligados a acudir permanentemente a los edicta o leges generales, es
decir, a las normas de contenido general y abstracto dictadas por el emperador,
para dirimir cuestiones jurídicas.

Este proceso fue llevado aún más lejos por los emperadores Valentiniano III y
Teodosio II, quienes afirmaron que no todas las disposiciones imperiales tenían la
misma importancia “toda vez que los rescripta y los decreta no debían
considerarse derecho general (iura generalia), sino aplicables al asunto que
resolvían, teniendo valor general solo los edictos o leges generales, rótulo que
también cobijó a las orationes dirigidas al senado”3. En este sentido, cada vez
más se iba formalizando qué era y qué no era derecho, dando al ordenamiento
jurídico del Imperio mayor estabilidad. Sin embargo, este proceso no culminó sino
hasta la época de Justiniano y la recopilación del Corpus Iuris Civilis4, formado por
cinco recopilaciones: el Codex, el Digesto, las Institutas, el Codex Iustinianeus y
las Novelas.

Luego de iniciar su mandato, Justiniano ordenó a los juristas Juan de Capadocia,


Teófilo y Triboniano, entre otros, elaborar un nuevo código (Codex) que recopilase
toda la legislación imperial, de la que se habló anteriormente, teniendo como
fundamento los códigos Gregoriano, Hermogeniano y Teodosiano5, así como las
normas posteriores, modificándolas y adaptándolas a la legislación de la época de
Justiniano.

Al publicarse esta obra, el emperador decretó que sería un crimen no basarse en


ella para dirimir cuestiones judiciales, bajo el cargo de falsedad del uso judicial,
afirmando lo siguiente: “Sepan absolutamente todos los jueces, que están bajo
nuestra jurisdicción, que es ley no solo para la causa que fue proferida, sino
además, para todas las análogas (…) o, ¿quien parecerá que es idóneo para
resolver los enigmas de las leyes, y para aclararlos a todos, sino aquel a quién
únicamente está permitido ser legislador?

Tras la publicación del Codex, la comisión de juristas de Justiniano tuvo como


encargo hacer una recopilación de la jurisprudencia dada por grandes
jurisconsultos romanos, dándoles carácter de ius generale, es decir, que tenían el
mismo peso que las disposiciones del emperador “como si sus opiniones
proviniesen de de las constituciones imperiales y hubiesen sido pronunciadas por
nuestra sagrada boca”7. De esta manera, se retomaron las opiniones de autores
como Quinto Mucio Escévola, Elio Galo, Ulpiano y Próculo, entre otros,
cuidándose de evitar contradicciones entre estas, surgiendo lo que hoy se conoce
como el Digesto.

La existencia de estas dos grandes recopilaciones del Derecho hizo necesaria la


creación de un manual para el estudio de aquellas, motivo por el cual Justiniano
encargó a Triboniano, Teófilo y Doroteo “elaborar un texto para uso escolar de
primer año, que a semejanza del gayano fue llamado Instituciones (Institutas) y
dividido en 4 libros”8, al cual el emperador le otorgó el carácter de fuente del
Derecho.

Hasta ese momento, Justiniano había logrado oficializar y unificar todo el Derecho
romano de la época tardía, sin embargo, disposiciones imperiales más antiguas
aún seguían siendo interpretadas libremente por los juristas romanos; motivo por
el cual, en el 534 d. C., el emperador promulga una nueva edición del Codex, que
pasaría a conocerse como el Codex Iustinianeus y que contenía todas las
constituciones imperiales, desde Adriano hasta Justiniano, en 12 libros. Este
código “iniciaba regulando la actividad religiosa (C. 1); continuaba con el
procedimiento (C. 2; C. 3); los contratos (C.4); la familia (C.5); la situación jurídica
de los esclavos y las herencias (C. 6); bienes, procedimientos y pruebas (C. 7); los
interdictos, garantías y aspectos vinculados al ejercicio de la potestad paterna (C.
8); Derecho criminal (C. 9); y aspectos tributarios, administrativos y, en general,
aspectos del Derecho público (C. 10; C. 11; C.12)9. Si se observa detenidamente
el contenido de este código, se puede observar que no difiere mucho de los
códigos modernos, aspecto que trataremos más adelante.
El último elemento que compone este Corpus Iuris Civilis son las Novelas, que
consisten en las nuevas disposiciones hechas por Justiniano en materia jurídica y
que versan de temas tan variados como disposiciones eclesiásticas10 y
administrativas, hasta temas hereditarios, patrimoniales y penales, quedando así
completo el compendio del Derecho romano.

Como se ha podido ver, gracias a las recopilaciones hechas por Justiniano y a sus
posteriores reproducciones medievales el Derecho romano ha llegado hasta
nuestros días. Sin embargo, ¿a qué se debe la afirmación de que es el padre del
Derecho moderno? A continuación se presentarán algunos ejemplos que
pretenden ilustrar este punto.

El primer elemento que analizaremos es el concepto de “ciudadanía”. Ciudadanía


es una palabra que viene del vocablo “ciudad”, cuya raíz es el latín civitas, que
hacía referencia a la ciudad de Roma. En este sentido, la ciudadanía hace
referencia a la pertenencia a una ciudad, el vínculo político con ella y los derechos
que este acarrea. Así como la palabra tiene su raíz en la antigua Roma, la figura
jurídica también. En Roma no todos los individuos habitantes eran ciudadanos, es
decir, no contaban con el status civitatis. Este status civitatis traía consigo una
serie de derechos que solo los ciudadanos romanos podían ejercer: el ius suffragii
o derecho al voto, el ius comercii o derecho a hacer negocios y el ius conubii o
derecho a matrimonio. Asimismo, solo los ciudadanos romanos tenían derechos
políticos. En la actualidad las leyes de numerosos Estados occidentales tienen
vestigios de esta tradición. Por ejemplo, la Constitución colombiana en su artículo
100 dice: “Los derechos políticos se reservan a los nacionales (ciudadanos), pero
la ley podrá conceder a los extranjeros residentes en Colombia el derecho al voto
en las elecciones y consultas populares de carácter municipal o distrital”11, es
decir, que solo los ciudadanos pueden votar o acceder a cargos públicos, al igual
que en la antigua Roma.

Los derechos políticos y la ciudadanía no son el único ejemplo de este punto. Otro
caso similar se da en los temas de bienes, como en la usucapión. La usucapión,
que se aplica en el Derecho actual de la misma forma que se aplicaba en el
Derecho romano, implica que un sujeto tiene derecho sobre una cosa si ha
ejercido el derecho de uso sobre ella por un tiempo determinado, “entendido el
usus como posesión o señorío sobre una cosa sin violencia, clandestinidad ni en
modo precario (…)”12. Así como los jurisconsultos romanos otorgaban propiedad
(potestas) sobre un bien a un ciudadano que cumpliese los requisitos antes
mencionados, asimismo lo hace la ley colombiana 791 de 2002, refiriéndose a la
usucapión o prescripción adquisitiva: “Artículo 2532. El lapso de tiempo necesario
para adquirir por esta especie de prescripción, es de diez (10) años contra toda
persona y no se suspende a favor de las enumerados en el artículo 2530″, es
decir, que si una persona ejerce derecho de uso sobre una propiedad por más de
10 años, esta pasa a ser de su propiedad, tal como en la época romana.

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