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Resumen del libro TTA, 1039-1055; 1061-1078.

MILENIO

En el cielo los justos reinan con Cristo y toman parte en la fase de deliberación del juicio sobre los
impíos. Cuando se termine esta obra, Cristo y los santos vuelven a esta Tierra acompañados por la
Nueva Jerusalén. Con el descenso de Cristo y la ciudad resucitan los impíos, lo que resulta en otra
oportunidad para que Satanás entre en actividad. Lleva a cabo su último acto de engaño al
persuadir a los impíos a que ataquen la Nueva Jerusalén. En ese momento tiene lugar el juicio de
los impíos, y todos los que han rechazado la misericordia y gracia de Dios hacen frente al tribunal.
No hay abogado a quien suplicar misericordia, y cae sobre ellos la retribución final.

En Apocalipsis 20. La primera mitad (1-14) trata acerca de la era histórica, mientras que la segunda
mitad pertenece a una era de “juicio escatológico”, después de la terminación del tiempo de
gracia. Además, Apocalipsis 20 completa el cuadro de Apocalipsis 19:11-21 al describir la
confrontación de Cristo con estos tres poderes. La resurrección de Apocalipsis 20:4-6 debe verse
como una resurrección literal de los justos en conexión con la segunda venida de Cristo.

(Juan 12:31). Junto con Apocalipsis 12:7-12, estos pasajes indican que la “expulsión” de Satanás es
una obra progresiva que ocurre en etapas y que alcanza su culminación en el segundo
advenimiento de Cristo, con el encarcelamiento total y final de Satanás. Al estar “atado”, arrojado
al abismo y “encerrado”, Satanás debe permanecer en esta Tierra desordenada y vacía hasta el fin
de los 1000 años. Satanás no puede ejercer ningún poder creativo o de organización sobre la
Tierra, pues esta permanece en un estado caótico por todo el milenio.

Mientras que Apocalipsis 20:1-3 describe lo que sucede al comienzo del milenio, los versículos 4-6
hablan de lo que ocurre durante los 1.000 años. La escena se sitúa en el cielo. En los versículos 4-6
no se dice nada de la Tierra. En el Apocalipsis la palabra “trono” se usa 47 veces. En todos los
casos, excepto en tres (2:13; 13:2; 16:10), los tronos están en el cielo. En la primera parte de
Apocalipsis 7 los santos son sellados; en la segunda mitad del mismo capítulo están ubicados ante
el trono de Dios, donde lo sirven día y noche dentro de su templo (v. 15). De acuerdo con
Apocalipsis 21:22, en la Tierra Nueva no hay templo; de modo que el trono de Dios en Apocalipsis
4 y 7 está en el cielo. o. La ciudad terrenal de Jerusalén no desempeña ningún papel significativo
en el Apocalipsis. Ciertamente la ciudad tuvo que haber sido destruida antes que se escribiera el
libro.

Según Apocalipsis 20:4, el juicio se le entrega a los que están sentados en tronos, los que fueron
“decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la palabra de Dios”, que han resucitado para
reinar “con Cristo por mil años”. Si en Apocalipsis 20:4 se toma la palabra psyjé para que signifique
“vida” o “persona”, el Revelador vio a gente en el cielo que había estado muerta y que había
participado en la resurrección en la segunda venida y que ahora vivían y reinaban con Cristo por
1.000 años. Esas eran personas completas, no espíritus desencarnados, que gozaban de la
resurrección de vida.

Por lo menos seis juicios cubren el período desde la encarnación hasta el fin de la historia de la
Tierra. Primero está el juicio de la vida y muerte de Cristo (Juan 12:31, 32). Un segundo aspecto del
juicio es la decisión personal de uno a favor o en contra de Cristo (Juan 3:14-18). Una tercera fase
del juicio es el juicio investigador anterior al advenimiento, que se describe en Daniel 7:9-13. Una
cuarta clase de juicio ocurre en la segunda venida, cuando los malvados son destruidos por el
resplandor de su venida. El quinto aspecto del juicio es el que se describe en Apocalipsis 20:4,
mientras que el sexto y final es el juicio ante “el gran trono blanco” después del milenio (vs. 11-14).

En la segunda resurrección, Satanás “será suelto de su prisión” (v. 7) “por un poco de tiempo” (v.
3). Dios no desata una cadena literal o abre la puerta de una prisión literal; más bien, la
resurrección de los impíos hace de nuevo posible que Satanás tenga sujetos con quienes pueda
trabajar. Apocalipsis 20:11 y 12 presenta un cuadro de la gran reunión final. El que juzga es Cristo;
ante él los malvados tiemblan y la naturaleza queda convulsionada. En este juicio no hay referencia
a gracia, no hay mención de un abogado. Después del gran juicio final ante el gran trono blanco, al
fin de los 1000 años, tiene lugar la destrucción de los impíos, que se introduce en Apocalipsis 20:9.

En Apocalipsis 20:14 se iguala a la segunda muerte con el “lago de fuego”.

Apocalipsis 14:11 es: eis aionas aionon. Un aion (edad) se refiere a un periodo continuo de
tiempo, ya sea corto o largo, o interminable. Su significado deriva del sustantivo al cual
corresponde; por eso el adjetivo aionios significa que algo dura por tanto tiempo como el
sustantivo al que califica. Por eso el castigo eterno del diablo debe limitarse a la condición finita del
diablo. Es un ser creado y no posee inmortalidad natural o inherente.

Durante el milenio los habitantes del universo tendrán tiempo para reflexionar en el resultado de
la aplicación de los principios de Satanás. Las consecuencias trágicas del pecado estarán inscritas
indeleblemente en las mentes de todos los seres vivos. No habrá ningún deseo para que vuelva a
levantarse el pecado. Los salvados tendrán una oportunidad de completar su comprensión y de
estar satisfechos con respecto a la suerte de sus amigos, sus amados y sus conocidos. Durante la
actividad del juicio en el milenio la humanidad verá la tragedia del pecado desde el punto de vista
divino.

TIERRA NUEVA Y REINO ETERNO

la palabra “cielo(s)” en las versiones castellanas de la Biblia está traducida del hebreo shâmayim y
el griego ouranós. En significado de ambos es: “lo que está encima o arriba”. La palabra “cielo(s)”
en las Escritura se usa para referirse a uno de los tres reinos principales: (1) los cielos atmosféricos,
que están directamente encima de nosotros; (2) el cielo estelar o astronómico; y (3) la morada de
Dios. “Cielo” se usa hoy del mismo modo que en la Biblia. Pero, además de eso, “cielo” se entiende
a menudo como el lugar donde los redimidos reciben su recompensa inmediatamente después de
la muerte. Los muertos dejan de ser hasta que vuelvan a vivir por intermedio de la trompeta de la
resurrección. Por eso las recompensas para todos, justos e impíos, se dan sólo en sus respectivas
resurrecciones.

La justicia y la fidelidad son los principios sobre los cuales estará basado el reino en la Tierra
renovada. ,Isaías 66:23 afirma que los redimidos irán “de mes en mes y de día de reposo en día de
reposo”. La construcción de este versículo puede interpretarse de dos maneras. Los redimidos
llegarán en cada festival de Luna nueva y en cada sábado, o pueden ir constantemente, de una
fiesta a otra. De esta manera los redimidos estarán adorando diariamente en el trono de Dios. No
sólo el pueblo de Dios “se regocijaría y estaría alegre por siempre” en la creación de Dios; Jehová
mismo se alegraría con Jerusalén y se gozaría con su pueblo. La barrera del pecado que había
entorpecido la relación con Dios (59:2) sería removida. Existiría una relación íntima y una perfecta
comunicación entre Dios y su pueblo. Ningún pedido sería pasado por alto, no existiría ninguna
demora en la respuesta. Dios proporcionaría todo lo necesario para el bienestar y la felicidad del
pueblo. En ese reino gozoso desaparecerá cada clase de enemistad y hostilidad. Existirán la
armonía y la paz no simplemente entre los humanos, sino también entre los animales (Isa. 11:6-9;
65:25).

El reino mesiánico no iba a ser un lugar de ociosidad. Sus habitantes construirían casas y habitarían
en ellas. Los redimidos no sólo construirían casas –incluyendo sin duda alguna el diseñarlas,
construirlas, amueblarlas, arreglarlas y aún adornarlas– sino que también gozarían de la
satisfacción de vivir en las casas que habían planeado y construido. Los habitantes de la Tierra
restaurada se sentarían “cada uno debajo de su vid y debajo de su higuera” (Miq. 4:4). El trabajo
allí sería un confort y una fuente de alegría.

Los que viven en la Tierra de Promisión tendrán una larga vida: ancianos y ancianas se sentarán en
las calles jugando con los muchachos alrededor de ellos (Zac. 8:4, 5). La mortalidad infantil, un
problema común en el mundo antiguo, desaparece; uno que muere a los 100 años aún es un niño
(Isa. 65:20). Cuando se aplica esto a la tierra purificada y hecha nueva, el elemento de muerte que
aparece en Isaías 65:20 y 66:24 no se aplica, porque la muerte queda desterrada de la morada de
los redimidos (Apoc. 21:4).

(Juan 3:16). Aunque uno puede correctamente sostener que la “vida eterna” comienza en el aquí y
ahora, el uso que Jesús hace del término señala a la “edad por venir”, a un tiempo cuando los
salvados participarán en la gloria del reino celestial. Los que se excluyen a sí mismos de la Tierra
Nueva y se condenan al lago de fuego son los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas,
los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos (Apoc. 21:8). Las calificaciones
dadas por Jesús para entrar en el reino de los cielos están relacionadas íntimamente con las del
Apocalipsis.

La ciudad es cuadrada y muy grande. Las medidas de la ciudad se dan como 12.000 estadios. No es
claro si esta longitud es un lado o el perímetro. Si al estadio le damos 185 metros, la longitud de
cada lado sería 2.220 kilómetros. Aún si la medida fuera la del perímetro, como se daban con
frecuencia en la antigüedad, un contorno de 2.220 kilómetros constituiría una ciudad muy grande.
Para complicar más el cuadro, “la longitud, la altura y la anchura de ella son iguales”.

Juan no vio en ella templo, “porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero”
(Apoc. 21:22). Esto está en contraste con Apocalipsis 15:5, donde se ve claramente un templo. Con
el problema del pecado resuelto, ya no hay más necesidad de ceremonias que lleven a la
humanidad a estar de acuerdo con Dios. Ha pasado la necesidad para tener un templo; el trono de
Dios y del Cordero está abierto para todos (Apoc. 22:3).

La Tierra Nueva será un lugar de compañerismo final y absoluto entre los redimidos, y de éstos con
los seres celestiales. Dios morará entre su pueblo: “Verán su rostro, y su nombre estará en sus
frentes” (Apoc. 22:3, 4). Gozando de una comunión íntima y dulce, los pecadores rescatados
aprenderán a conocer a Dios, sin ninguno de los problemas de la separación anterior debida al
pecado. En esa relación aprenderán los caminos de Dios (Miq. 4:1, 2).

La doctrina de la Tierra Nueva y del reino eterno es de gran significado no solo como una parte
integral de las enseñanzas bíblicas, sino como un factor importante que sostiene la fe del cristiano
y ofrece beneficios prácticos para la vida espiritual del creyente. Le provee al creyente de la fuerza
y el valor para sufrir y vencer las tentaciones de este mundo.

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