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Magdalena Candioti
1. Pistone (1996: 24) sostiene por ejemplo que “se los trataba con familiaridad y ellos
retribuían con un buen comportamiento, sumisión y cariño” y tematiza las manumisio-
nes testamentarias graciosas en términos de “agradecimiento de familias santafesinas
hacia sus esclavos negros” (59).
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efecto, en un primer apartado realizaremos un breve balance sobre
la vida de los esclavos en la colonia para luego reconstruir los datos
demográficos sobre la población parda y morena –tanto esclavizada
como libre– de la ciudad, mostrando que las clasificaciones colonia-
les étnicas y de castas continuaron operativas tras la revolución y
reflexionando sobre la construcción de las etiquetas y clasificaciones
raciales. Luego, daremos cuenta de los modos de comercialización,
el perfil ocupacional y las posibilidades de compra de libertad de los
esclavos en las primeras décadas del siglo XIX.
A continuación, rastrearemos las transformaciones centrales
introducidas en la institución esclavista por los gobiernos revolu-
cionarios de alcance “nacional” y luego por los gobiernos autónomos
santafesinos, mostrando su impacto y el uso que de ellas pudieron
hacer los esclavizados en la ciudad.
Para concluir, haremos un balance de la situación de africanos y
afrodescendientes esclavizados y libres en la ciudad tras la revolución,
así como una breve reflexión sobre la abolición decidida en la ciudad
en el marco de la convención constituyente entre 1852 y 1853.
Las fuentes consultadas para este trabajo fueron diversas y se
concentran fundamentalmente en el Archivo General de la Provincia
de Santa Fe (archivos de gobierno, de contaduría, actas capitulares,
documentos varios del cabildo, padrones y censos poblacionales, leyes
y decretos, entre otros), el Departamento de Estudios Etnográficos y
Coloniales (donde se conservan escrituras públicas y expedientes
civiles) y el Archivo Histórico de la Arquidiócesis de Santa Fe (donde
consultamos registros parroquiales de bautismo, matrimonio y de-
funciones así como libros de querellas).
[ 100 ]
–por la presencia de viruela– que traía distintas cargas y esclavos.2
Más allá de la prohibición momentánea del desembarco, es plausible
que el mismo se haya producido luego, o que otros barcos lo hicieran.
Si bien es difícil saber cuántos llegaron a ser los esclavos en el siglo
XVII, dada la ausencia de recuentos de población, María del Rosario
Baravalle (2001: 167) reconstruyó que, entre 1641 y 1674, hubo apro-
ximadamente 146 esclavos, de los cuales el 47,5% eran mujeres y el
52,2%, varones.3 La historiadora también da cuenta de la existencia
de un alto porcentaje de matrimonios entre estos esclavizados, el cual
atribuye a una estrategia de los amos de evitar las huidas. Para el
siglo siguiente, Teresa Suárez (1993, 2007) a partir del análisis de
las dispensas matrimoniales, muestra que las presiones de la Iglesia
así como los intereses de los amos fueron centrales para promover
tales matrimonios, especialmente entre esclavos del mismo dueño.
Baravalle (2001: 172), a su vez, da cuenta del promedio de esclavos
del que disponían los miembros de la elite. A excepción de la espo-
sa del gobernador Hernando Arias de Saavedra –que de acuerdo con
su testamento llegó a disponer de 64 esclavos– la mayor parte de las
familias habrían tenido uno o dos esclavos y muy pocas entre tres y
siete. El precio de tales esclavos era realmente elevado en esos años,
costando regularmente 800 pesos una pareja. Los esclavos eran ocu-
pados en tareas rurales y urbanas, si bien las fuentes santafesinas
no son muy reveladoras al respecto. Los testamentos mencionan,
por ejemplo, la existencia de “negros de estancia” (Baraballe, 2006:
87). Si bien no sabemos mucho aún sobre sus labores puntuales, es
posible que no fueran muy distintas a las que llevaban adelante los
esclavos en las estancias bonaerenses y orientales descriptas por la
historiografía rural colonial (Gelman, 1989; Mayo, 1997).
Los esclavos urbanos, por su parte, estaban dedicados a distintas
tareas de servicio doméstico o podían desarrollar alguna tarea espe-
cífica para sus amos directamente o para otros, y por la cual obtenían
un peculio. De acuerdo con Calvo (1997), los esclavos urbanos vivían
generalmente en la propiedad de sus amos. Poco sabemos sobre las
identidades y costumbres de origen afro de estos primeros esclavos,
pero algunos elementos (pipas y fragmentos de platos) encontrados en
arroyo Leyes –a mitad de camino entre Santa Fe la vieja y el nuevo
emplazamiento– permitirían suponer la realización de funciones ce-
[ 101 ]
remoniales y de prácticas mágicas de origen dahomeyanos y bantúes
entre los año 1620 y 1670 (Cerruti, 2010).
Luego del traslado de la ciudad al nuevo sitio y a lo largo del siglo
XVIII la ciudad fue creciendo, afianzando su control del territorio. Las
bases rurales de la economía tradicionalmente comercial crecieron
y, hacia fines de la colonia, la producción y los circuitos mercantiles
fueron reorientándose hacia Buenos Aires (Halperín Dongui, 1994).
El proceso estuvo lejos de ser sencillo, especialmente para los pueblos
indígenas de la región, continuamente presionados y sujetos a los
intentos de control por parte de la pequeña pero cerrada elite san-
tafesina (Suárez y Tornay, 2003). No existen reconstrucciones sobre
el volumen de la población esclava para el siglo XVIII (y ensayar una
propia a partir de registros bautismales excede las posibilidades de
este trabajo). Hacia 1720, Cervera sostiene que la población de castas
en general debía constituir un cuarto de la población pero es presumi-
ble que con el establecimiento del reglamento de “libre comercio” en
1778, y la consecuente intensificación de la importación de esclavos
africanos, su peso en la ciudad se haya incrementado.
Hacia fines del XVIII la ciudad vivió una decadencia como centro
terrestre y fluvial. Para entonces el procurador José Teodoro Larra-
mendi calculaba que, “computadas las gentes de todas calidades y
estados”, la población ascendía de “cuatro mil a cinco mil personas”.4
Unos años más tarde, Félix de Azara (1847 [1806]) aseguraba que los
habitantes eran más bien cuatro mil y aclaraba que la ciudad iba “en
decadencia desde que se ha dado libertad a los vecinos del Paraguay
para introducir su yerba por Buenos Aires al Perú y Chile”. La aboli-
ción del “puerto preciso” sobre el Paraná fue resentida por una aldea
que transformada en tierra de emigración, signada por la precariedad
de su economía y por esporádicos pero persistentes ataques indíge-
nas, tardó décadas en recuperarse. Esta inestabilidad y precariedad
económica y social sólo se agudizó con la revolución.
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satisfacción.5 Para los historiadores locales Rafael López Rosas
(1960) y Leoncio Gianello (1960), la inmediata aceptación de Junta
Provisional por las autoridades santafesinas habría sido producto
del “jacobinismo revolucionario” de algunos santafesinos mientras
que para otros autores, la aquiescencia se explicaría más por el
desconocimiento de los conflictos que la habían enfrentado al virrey
con la nueva junta (así como a los miembros de ésta),6 por la genuina
creencia de que se trataba de un modo eficaz de defender los derechos
del rey cautivo –como sostenía el poder conferido al representante
local para la Junta Grande–, y centralmente por una inercia en el
acatamiento de las órdenes de Buenos Aires (que fuera capital de
gobernación y de intendencia para Santa Fe, antes de ser también
capital virreinal).7
Cualesquiera fueran los motivos, la ciudad y su cabildo aceptaron
a las autoridades porteñas y aplicaron sus directivas. Los conflictos,
sin embargo, no tardaron en llegar. En septiembre fue removido el
gobernador Gastañaduy que llevaba dieciocho años en la ciudad y fue
reemplazado por el coronel Manuel Ruiz, el primero de una serie de
seis gobernadores que serían resistidos por la ciudad. En octubre, de
la mano de Manuel Belgrano, llegó la segunda y demasiado costosa
muestra de fidelidad exigida por la Junta. La ciudad debió aportar
a la expedición al Paraguay las dos compañías de blandengues que
protegían su frontera. El malestar escaló. Estos hechos, junto a la
alternativa que representaba y promovía el artiguismo, cimentaron
la opción autonomista de la ciudad y la provincia que, en 1815, decidió
elegir a su propio gobernador. El desaire al Directorio le costaría caro
a la rebelde provincia dado que la avasallante superioridad militar
porteña restituiría el control sólo cuatro meses más tarde. No sería
el fin de los enfrentamientos. Una nueva rebelión –impulsada por los
abusos perpetrados por el ejército al mando de Viamonte, el conven-
5. Cuenta Urbano de Iriondo en sus Apuntes (1968: 41) que el gobernador Prudencio
“Gastañaduy recibió los pliegos referidos, mandó a tirar un cañonazo en la plaza y
repicar las campanas, y se reconoció tácitamente el nuevo Gobierno”.
6. En este sentido Cervera (1907: 344) plantea que “tan ignorante hallábase el pueblo
de todo el Virreinato, del suceso a producirse en Buenos Aires, que recién despertó
algunos meses y años después al conocimiento de los hechos”.
7. Así lo creía Domingo Crespo (1907: 3) quien sostenía que “los pueblos argentinos,
convinieron todos en el nuevo orden de cosas, pero acostumbrados desde su infancia
á reconocer en la ciudad de Buenos Aires el gobierno general de los Reyes, no hicieron
alto en obedecer las disposiciones que emanaban del nuevo gobierno que se estableció
en aquella capital, ni en recibir los nuevos gobernadores que de allí se mandaban á
todos ellos” (nuestro subrayado).
[ 103 ]
cimiento de la imposibilidad de reencontrar la prosperidad con las
imposiciones de las que era objeto por el gobierno central, y amparada
en el apoyo abierto del artiguismo– logró en julio de 1816 la expulsión
de las tropas de Buenos Aires. Mariano Vera fue electo gobernador. Dos
años más tarde, sin embargo, la tibieza mostrada en sus relaciones con
el Protector de los Pueblos Libres y su predisposición a negociar con
Buenos Aires, precipitaron su caída. Para entonces la tensión entre
autonomistas (artiguistas y no) y centralistas desgarraba a una elite
que no acertaba a recuperar el orden económico y social ni a saber de
la mano de cuál de las fuerzas en pugna éste podía ser posible. En
julio de 1818, esa tensión estalló en la forma de un enfrentamiento
entre el gobernador y el cabildo que vino a cerrar un hombre ajeno a
la elite tradicional. Estanislao López, un militar que había adquirido
prestigio y ascendencia al calor de la guerra, asumió la jefatura de la
provincia y rápidamente disciplinó a la desgarrada elite. Su capacidad
para crear bases de poder independientes de esa fracción (fundadas
en una organización militar disciplinada, una eficaz política pactista
con las demás provincias y una defensa exitosa de la frontera con
los indígenas) le permitió mantenerse veinte años en el gobierno sin
mayores resistencias.
¿Cómo se componía entonces la población esclava? ¿Cuáles eran
por entonces las rutas del tráfico esclavista? ¿Cómo se desenvolvía la
vida cotidiana de los esclavos? ¿Qué cambios trajeron los gobiernos
de la revolución y luego los autónomos provinciales para los esclavi-
zados y esclavizadas de la ciudad? ¿Aumentaron las posibilidades de
libertad, de manumisión y de autonomía personal de los esclavizados?
Son algunos de los interrogantes que intentaremos develar.
[ 104 ]
Figura 1. Archivo General de la Provincia de Santa Fe, Gobierno, t. 1, Leg. 8,
“Padrón del cuartel N° 2”.
[ 105 ]
renos”, “chinos”, “indios”, “blancos” o “españoles”, que son las “clases”
distinguidas en los padrones santafesinos.
De este modo, encontramos que en el cuartel N° 2 –que comprendía
12 manzanas– 568 de los 1.187 habitantes eran pardos o morenos.9
La gran mayoría de esa población no blanca era considerada “parda”
(489 habitantes), mientras que 53 fueron anotados como “negros” y 21
como “morenos”. Poco más del 50% de estos hombres y mujeres eran
esclavos (289 personas) y ellos constituían casi el 25% de la población
del cuartel. Este alto porcentaje de esclavizados entre la población
afrodescendiente y mestiza se explica por el predominio en el cuartel
de familias de la elite y de conventos que concentraban la propiedad de
esclavos, mayormente para el servicio doméstico. Para el cuartel N° 1
vamos a mantener la hipótesis de una similitud con el segundo y de
este modo estimaremos sus rasgos a partir de este último.
Los cuarteles 3 y 4, en cambio, eran los más poblados, con 28 man-
zanas cada uno, y tenían un perfil popular más heterogéneo. En el
cuartel N° 3, 998 de los 2.576 empadronados fueron clasificados como
pardos y morenos, de los cuales 246 eran esclavos y 752 libres. En el
cuartel N° 4, con 2.060 habitantes, 626 fueron anotados como pardos o
morenos. De ellos, casi el 20%, esto es 120, eran esclavos. La población
parda y morena que era “libre” en cada uno de estos dos cuarteles
sobrepasaba así el 70% (726 y 506 personas respectivamente). Allí,
alejados de los espacios de residencia y sociabilidad de la elite, las
familias de pardos y morenos libres compartían la vida cotidiana con
blancos pobres, esclavos que vivían fuera de la casa de sus amos, e
indios. Los indios registrados fueron 236 en el tercer cuartel y 533 en
el cuarto. Precisamente en ese cuartel, en las manzanas 23 a 28 que
los mencionados autores proponen llamar “barrio de los negros” es
que se concentran fuertemente familias indígenas, algunos “chinos”
y unos pocos pardos. Si bien el cuarto fue un cuartel eminentemente
habitado por sectores populares negros y mestizos –donde más del
27% era moreno o pardo– sólo diecisiete hombres y mujeres fueron
catalogados allí como negros que, junto a aquellos considerados
[ 106 ]
pardos, desplegaron un patrón de localización no tan concentrado en
ciertas manzanas como era el caso de chinos e indios.
Creemos, en síntesis, que es posible y necesario hacer esta dis-
tinción entre “pardos y morenos” (incluyendo a los “chinos”) por un
lado, e “indios”, por el otro, para comprender mejor la composición del
mundo popular santafesino y, a su vez, poder ponderar tanto el peso
de los africanos y afrodescendientes como el volumen de la población
específicamente esclava (cuadro 1).
&XDGUR3REODFLyQDIURGHVFHQGLHQWHLQGtJHQD\PHVWL]DGHVDJUHJDGD
SRUFXDUWHO\SRUFODVLÀFDFLyQpWQLFD
* Como no se conservan padrones sobre el primer cuartel sostenemos el supuesto sobre su similitud
FRQHOSHUÀOGHOVHJXQGR
Fuente: elaboración propia con datos de los tres padrones mencionados.
[ 107 ]
&XDGUR9ROXPHQ\SURSRUFLyQGHSREODFLyQSDUGD\PRUHQD
GHVDJUHJDGDSRUVXFRQGLFLyQOLEUHRHVFODYD
* Como no se conservan padrones sobre el primer cuartel sostenemos el supuesto sobre su similitud
FRQHOSHUÀOGHOVHJXQGR
Fuente: elaboración propia con datos de los tres padrones mencionados.
10. En el trabajo citado, Johnson sostiene para el caso de la Buenos Aires colonial que
ello habría sido así por el mayor conocimiento que mulatos y mestizos habrían podido
tener de las oportunidades legales, económicas y sociales del contexto.
11. Los números dados sobre guineanos y angoleños son efectivamente registrados,
esto es, no se cuentan los que el cuartel 1 podría haber tenido.
[ 108 ]
tomarse como referencia de la procedencia originaria sino que gene-
ralmente aluden a los puertos de embarque de los esclavizados. Esta
clasificación puede haber sido altamente arbitraria e impuesta por el
encargado de realizarla ya que prácticamente todos los anotados como
procedentes de Angola pertenecen al cuartel dos y cuatro mientras
que los registrados como de Guinea se concentran en el tercero. Si
posamos la mirada sobre otras fuentes, como las actas matrimoniales,
vemos una mayor heterogeneidad en las referencias a las pertenen-
cias africanas. En los 71 casamientos llevados adelante entre 1810
y 1853, en los que al menos uno de los contrayentes era africano, se
anotan las siguientes “naciones”: Congo (14), Mina (13), Angola (13),
Benguela (13), Mozambique (8), Guinea (4), Casanche (2), Lubolo (1),
imperio turco (1)12 y dos menciones a “africanos” en general. Como
vemos, en el marco más cercano de la parroquia la heterogeneidad
de la población de origen africano podía ser conocida con más detalle.
Estos grupos, sin embargo, y no se correspondían necesariamente con
grupos étnicos y solidaridades culturales claras preexistentes en el
África precolonial (Chamosa, 2003). Ellos constituyeron denomina-
ciones ligadas a los puertos desde las que los africanos provenientes
de tierras diversas hacia el interior habían sido embarcados (como
ya mencionamos) o a solidaridades e identidades forjadas en Amé-
rica para reconstruir lazos de parentesco sobre la base de culturas
similares (Barreto Farias, Libano Soares y dos Santos Gomes, 2005).
Queda planteada aquí una importante tarea pendiente: la re-
construcción de las experiencias, las trayectorias y la reformulación
de los imaginarios de aquellos africanos que fueron capturados y
apartados de sus familias y aldeas, forzadamente llevados al otro
lado del Atlántico, vendidos, rebautizados, sujetos a prácticas de
reconversión religiosa e inmersos en una cultura y una lengua que
debieron aprender a descifrar. Dar cuenta de la vida de quienes sobre
los cimientos de estas grandes violencias encontraron fuerzas para
sobrevivir, sigue siendo un desafío y no sólo para el caso santafesino.
Aquí, para comenzar, podemos señalar cómo llegaban los africanos
esclavizados a la ciudad.
[ 109 ]
El mercado esclavista santafesino
[ 110 ]
era permitida libremente y sin pago de derechos”.17 Por la edad de
estos esclavos al momento de su reventa se revela la corta edad que
tenían al tiempo de su secuestro, traslado y arribo al nuevo mundo.
Con la prohibición del comercio transatlántico, el mercado es-
clavista rioplatense en tiempos republicanos debió reconfigurarse y
el santafesino estuvo de hecho alimentado por diversas vías. Tanto
Buenos Aires como Montevideo, y la Banda Oriental en general,
fueron centros de donde provenían muchos esclavos comercializados
en la ciudad, aunque no fueran bozales. Tanto Pastora Nuñez como
María Peralta, Antonio Pelovio, José Arias, José Moirá, Fructuoso
Rivera y Lorenzo Otero18 vendieron esclavos que habían adquirido
en territorio uruguayo, ya sea por ser vecinos de la otra banda o por
simplemente haberlos comprado allí.19 Por su parte, varios santa-
fesinos declaraban haber comprado directamente, o por intermedio
de personas que viajaban frecuentemente, esclavos en Buenos Aires
(Isidro Infante, Manuela Baigorria, José Iturraspe).20 Finalmente,
otros tantos vecinos porteños vendieron esclavos en la ciudad litoral
como Santiago Rivadavia, Gerardo Ferreira y Juan de Alagón.21 Otra
fracción menor de los esclavos comercializados en Santa Fe entre 1810
y 1853 había sido comprada originalmente en Córdoba, Paraguay,
Corrientes o en Paraná.22
Los escribanos cotidianamente certificaban el cambio de propieta-
rio de los esclavos existentes (circulación en las que los fallecimientos
y las consecuentes ejecuciones testamentarias cumplían un rol cata-
lizador importante). La alimentación de nuevos “insumos” para este
mercado provenía del discontinuo y errático tráfico ilegal de países
vecinos, junto a la sistemática y certera comodificación de la prole de
las esclavas de la región. De este modo, mientras las páginas de los
protocolos notariales se llenaban de escrituras, la suerte de cientos de
africanos y afrodescendientes se iba definiendo sin su consentimiento.
[ 111 ]
Oficios y ocupaciones
23. DEEC, EP, t. 23, 1812, f. 68, t. 24, 1821, f. 111v; t. 23, 1815, f. 384v; 1814, f. 278 y
1813, 183v; t. 25, 1824, f. 35v y 1829, f. 453v. Sobre los oficios de los esclavos en Buenos
Aires y en particular sobre los zapateros, cfr. Johnson (2013).
24. Sólo se conserva el padrón realizado en el cuartel 3 y, como mencionamos, sólo
registra varones. AGPSF, Archivo de Gobierno, t. 1. (1573-1830), Leg. 15, ff. 233-243.
[ 112 ]
constituyente de 1813) fueron aplicadas en la ciudad. Sin embargo, y
como sucediera en otros espacios, los hijos de las esclavas no fueron
inmediatamente libres sino que, en el mejor de los casos, entraron
en el limbo de la condición de libertos (Candioti, 2010; Crespi, 2010).
Como tales, debían servir a los amos de sus madres hasta los dieciséis
años las mujeres y hasta los veinte los varones, salvo que se eman-
ciparan (se casaran) antes.
Los curas de la iglesia matriz de todos los Santos, responsables
de inscribir los nacimientos en la ciudad, desarrollaron a lo largo de
estos cuarenta años diversos modos de registrar a los libertos. En
los primeros años no se los anotó explícitamente como tales sino que
se dejaba constancia de que eran “hijos de esclavas”. Más tarde se
pasó a señalar en los márgenes de cada inscripción bautismal que
el niño era un liberto, centralmente para resaltar que el acto era
gratis, tal como establecía el “Reglamento para educación y ejercicio
de los libertos”.25 Obviamente la relevancia de este hecho trascendía
los intereses eclesiásticos dado que esa inscripción era la forma de
comprobar eventualmente la fecha de nacimiento de los niños, y por
tanto su carácter de cautivos o libertos.
De todas formas, la situación jurídica y vital de estos libertos fue
extremadamente frágil y confusa, sujeta a múltiples posibilidades de
abusos y de violación de sus derechos. Ello se evidencia en al menos
tres prácticas distintas. En primer lugar, muchos libertos siguieron
siendo censados, tratados e incluso vendidos como esclavos. Los padro-
nes de 1817 invariablemente contabilizaron a los libertos (o a quienes
por su edad debían serlo) como esclavos. Esto es sintomático dado que
revela que estos niños, luego jóvenes, seguían considerándose parte
del patrimonio de los amos de sus madres. Un caso extremo de esta
equiparación entre libertos y esclavos se percibe en la venta realizada
en mayo de 1824 por don Juan Francisco Maciel, alcalde ordinario de
segundo voto, de “un mulatillo esclavo llamado Lucas de como once
años el cual era propio de la testamentaria de la finada Doña María
Josefa Basualdo” que había muerto intestada y cuyos herederos eran
sus hijos menores. Sujeto a las decisiones judiciales, Lucas era ven-
dido como esclavo sin que nadie advirtiera sobre su posible condición
de liberto y de que, eventualmente, sólo podían ejercer un patronato
sobre sí, y hasta los veinte años.
[ 113 ]
En segundo lugar, la ambigüedad del estatus de los libertos se
potenciaba por el hecho de que los amos, que tenían el patronato
sobre aquéllos, podían enajenarlo (incluso separando a los niños de
sus madres). El patronato era una institución con origen en el derecho
romano, recuperada por las Partidas, y que establecía derechos de los
amos sobre sus antiguos esclavos manumitidos. El “Reglamento para
la educación y ejercicio de los libertos” sancionado por la Asamblea
luego de la ley de libertad de vientres, aplicó esa institución para los
libertos por esta ley, regulando así una serie de derechos que conser-
varían sobre ellos los amos de sus madres. Tales derechos incluían
el de gozar de sus servicios hasta los dieciséis o veinte años, según
fueran mujeres o varones. Y esta potestad podía heredarse, enaje-
narse e incluso renunciarse. En 1813, doña Rosa Pereyra al morir, si
bien declaraba como “universal heredera” a su alma y liberaba gra-
tuitamente a dos esclavas, le dejaba a su sobrina María Felisa “una
alfombrita de iglesia y la prole que nazca de su esclava María que está
embarazada, para que tome a su cargo y patrocinio con arreglo a los
soberanos decretos de la Asamblea General”. De este modo, los libertos
circulaban no sólo a través de ventas sino también de disposiciones
testamentarias que decidían su suerte incluso antes de nacer.26
La tercera fuente de inseguridad para los libertos provenía del
hecho de que la misma ley que declaraba libres los vientres, era consi-
derada potencialmente reversible. Una muestra clara muestra de ello
la encontramos en una escritura de venta realizada por el presbítero
local, Malaquías Duarte Neves –asiduo participante del mercado
esclavista local–. En ella vendía a don Francisco Antonio Maciel una
esclava llamada Camila de veintiocho años junto con su hijo Agustín
de un año y cinco meses. En el documento aclaraba que “en caso de que
en el transcurso del tiempo se derogue esta ley a favor de los libertos
y estos vuelvan a esclavitud queda al vendedor su derecho a salvo por
este el presente contrato”.27 El testimonio no sólo habla de la avidez
de Duarte por proteger su eventual propiedad sobre el pequeño sino
que revela que la esclavitud era pensada por muchos como el estado
original o natural de los hijos de las esclavas, al cual podían “volver”
si el Estado así lo decidía. Esta misma forma de pensar la libertad de
vientres por parte de algunos, como una gracia que podía retirarse así
como se había otorgado, se percibe en otra escritura de 1834. En ella
se explicita que María de los Reyes –la mulata cuya venta se estaba
[ 114 ]
registrando– era efectivamente esclava dado que era “nacida antes de
la promulgación del indulto sobre libertos según lo ha hecho constar
judicialmente”.28 Si, por un lado, la escritura da cuenta de que había
habido acciones en pos de certificar la posible condición de liberta de
María –hecho que habría sido descartado–, por otro lado, muestra
que la ley de libertad de vientres era tematizada en términos de “in-
dulto”, esto es, de un beneficio de tipo excepcional más que como la
restitución de un derecho.
Sujetos al patronato, separados de sus madres, vendidos como
esclavos, heredados como objetos, la vida de los libertos no fue fácil,
si bien su carácter de libres podía marcar diferencias claves con la
trayectoria de los esclavizados.
[ 115 ]
en tiempos coloniales pero podemos consignar algunas modalidades
desplegadas así como el impacto de ciertas políticas gubernamentales
de promoción de las manumisiones.
A pesar de la cosificación de la que eran objeto y la forma arbitraria
en la que se decidía sobre la vida de los esclavizados, ellos desplegaron
diversas estrategias para alcanzar la libertad. Unas fueron ilegales,
como las fugas (de las que dan cuenta tanto las actas capitulares como
los relatos contenidos en los testamentos, poderes y compra ventas) y
otras legales, como la compra de la libertad. Ésta solía realizarse con
la ayuda de familiares, en un contexto de negociación con los amos y
era sólo accesible a algunos esclavos. Por cuestiones de espacio aquí
nos concentraremos en aquellas libertades conquistadas haciendo uso
de algunos instrumentos diseñados por los gobiernos autonómicos
provinciales.
29. Esto no quiere decir que las políticas de los gobiernos santafesinos sólo buscaron
favorecer la liberación de esclavos. No sólo no hubo voluntad de abolición sino que se
multiplicaron medias especiales para garantizar el control y el disciplinamiento de la
población afromestiza.
30. Registro Oficial de la Provincia de Santa Fe (en adelante, ROPSF), t. I, Santa Fe
1888, p. 28.
[ 116 ]
de libertad. En noviembre de 1817 Marcos, esclavo de Francisco
Grondona, compró su libertad pagando dos tercios de los 280 pesos
por los que había sido tasado.31 El 4 de diciembre la esclava Micaela
se manumitió pagando a don Miguel Escobar cien de los 150 pesos
de su tasación.32 Cinco días más tarde, Eucebia Freyre compraba la
libertad de su hija Simona Tadea de seis años abonando dos tercios de
ochenta pesos.33 Y el 18 de diciembre Ramón recibía carta de libertad
por parte de doña Rosa Santacruz usando este mismo beneficio.34 Es
curioso que durante 1818 no haya registro de manumisiones de este
tipo y recién en mayo de 1819 dos esclavos, Rita y su hijo Silberio,
compran su libertad abonando dos tercios de 296 pesos de su tasación
conjunta.35 Tres meses más tarde, Estanislao López disponía el fin
de este beneficio por haber aumentado “las necesidades comunes y
multiplicado los objetos en que deben invertirse los fondos públicos”.36
Una segunda medida se adoptó unos años más tarde para facilitar
las manumisiones. Se trató del establecimiento de la obligación a
los amos de rebajar el diez por ciento de la tasación que los peritos
hicieran de sus esclavos.37 La ley, sancionada por la legislatura el
26 de abril de 1825, no fue utilizada en la ciudad sino hasta el año
siguiente cuando Petrona Navarro logró su manumisión tras el pago
por su hija de 135 de los 150 pesos en que don Lucas Requena y don
José Elías Galisteo la habían tasado.38 En febrero, también la esclava
Petromila, “avaluada por los peritos nombrados en 300 pesos y según
la Superior Disposición de este Gobierno rebajado en 10%”, compró así
su libertad. Petromila tuvo la suerte de obtener al mismo tiempo, por
aclaración expresa de su antigua ama, la “protección y dominio” de
su hija liberta “María del Rosario de edad como 4 años”.39 En marzo
de 1830, en cambio, la esclava “María, esposa del negro libre Pedro
Fernández” compró su libertad, sin que “hubiese precedido tasación
de la esclava por peritos, para rebajar el 10% de su tasación a favor
[ 117 ]
del que se liberta”.40 La escritura dejaba sentado que María y su
marido renunciaban al beneficio “a favor de los amos como un signi-
ficativo del agradecimiento en que ambos están a ellos”.41 Como en
muchos otros casos la ayuda de los familiares era central para lograr
la compra de la libertad y solía ser parte de una estrategia colectiva
de emancipación y progreso.
La tercera medida que se adoptó unos años más tarde pero en el
mismo espíritu fue la excepción del pago del derecho de alcabala por
parte de los esclavos que compraran su libertad. Si bien no se trataba
de un gran descuento, era un beneficio del que resulta extraño que
no se registre más que uno y singular uso. En enero de 1849 doña
Catalina Troncoso de Culebrán vecina de la ciudad del Paraná y
residente en Santa Fe vendió “al exmo. Señor Brigadier Don Justo
José de Urquiza, Gobernador y Capitán General de la Provincia
de Entre Ríos”42 una mulata esclava llamada Gregoria y mayor de
cincuenta años. El escribano daba cuenta de que la venta quedaba
exceptuada del pago de la alcabala por haber expresado Domingo
Crespo, gobernador delegado de Santa Fe en “carta misiva”, que la
compra se realizaba “con el loable y filantrópico objeto de darla libre
de la esclavitud a que se halla[ba] sujeta”.43
La próxima política en relación con la emancipación de los esclavos,
tomada en Santa Fe, esta vez para las provincias integrantes de la
Confederación Argentina, sería la abolición de la institución que por
siglos había promovido la deshumanización y enajenación de miles
de africanos y afrodescendientes en el país.
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por este último y aprobado por el pleno en distintas sesiones llevadas
adelante en el mes de abril. La fuente de inspiración principal fueron
las Bases de Alberdi y la Constitución de Estados Unidos. Ninguna
hablaba de abolición de la esclavitud.
Sin embargo, el 25 de abril, cuando fue el turno de discutir el
artículo 15, éste rezaba: “En la Confederación Argentina no hay
esclavos: los pocos que hoy existen quedan libres desde la jura de
esta Constitución; y una ley especial reglará las indemnizaciones a
que dé lugar esta declaración”. La innovación jurídica no era menor.
Ciertamente eran muchos los afroargentinos que habían alcanzado
el estatus de libres e incluso de ciudadanos luego de cuatro décadas
de tímidas políticas de manumisión y de deslegitimación de la escla-
vitud como institución. A pesar de implicar un cambio sustancial, el
proyecto no suscitó discusiones y las actas sostienen que, “no habiendo
quién tomase la palabra, se procedió a votar resultando aprobado por
la afirmativa general”.44
De este modo, se daba fin a la esclavitud negra en el país y se pospo-
nía para una ley posterior la regulación de los modos de compensación
de los dueños de los esclavos aún existentes. Cada provincia debería
reglamentar la elaboración de padrones de amos en los años siguien-
tes. La Constitución fue sancionada sin la participación de los diputa-
dos de la provincia de Buenos Aires, que rechazaron incorporarse a la
Asamblea y la Constitución que en 1852 esa provincia se había dado
sólo reafirmaba la vigencia de la prohibición de la trata y la libertad
de vientres, sin abrir la posibilidad de la abolición. Cuando en 1860
se lograría el acuerdo entre Buenos Aires y la Confederación, el texto
constitucional sería reformado para negociar la reunificación. En las
sesiones de discusión de las enmiendas no hubo desacuerdos con el
artículo 15 pero se propuso introducir el siguiente párrafo al final: “Y
los esclavos que de cualquier modo se introduzcan quedan libres por
el sólo hecho de pisar el territorio de la república”. Se recuperaba así
una disposición que, desde su primera introducción en 1813, había
tenido sus idas y vueltas centralmente por los conflictos ocasionados
con el imperio del Brasil sobre esclavos fugados y acompañantes de
viajeros extranjeros (Crespi, 1993; Grinberg, 2007).
La historia de lo que sucedió luego de la abolición –invisibilización
de los afroargentinos incluida–, de cómo los esclavizados y sus hijos
fueron luchando para ampliar sus márgenes de autonomía, de cómo
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se construyeron mecanismos ad hoc de control de la población afro-
mestiza es otra historia, pero no deja de ser la nuestra.
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cios eran vendidos, heredados– pudieron alcanzar. Los límites, a su
vez, estuvieron presentes en la consideración misma de reversibilidad
que la libertad así alcanzada tuvo para muchos miembros de la elite.
Otra vía de emancipación fueron los distintos decretos sancionados
por los gobiernos autónomos santafesinos para promover la automa-
numisión de los esclavos. Ellos establecieron desde el aporte guberna-
mental de un tercio del precio del esclavo que quisiera manumitirse,
a la reducción del diez por ciento por parte del amo o la moderada
exención del pago de la alcabala. En todas estas medidas primó la
misma lógica: los esclavos para ser libres debían pagar por su liber-
tad. Lejos de los radicales discursos revolucionarios, que sostenían
la libertad e igualdad de todos los hombres y los derechos naturales
a ellas, las políticas de cara a la esclavitud fueron murallas contra
las que aquellas ideas estallaron y retrocedieron. La abolición misma
de la institución muestra estos mismos límites. Una abolición que, a
pesar de no enfrentar sectores esclavistas organizados y opositores,
previó la indemnización de los amos.
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