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1. Todo, absolutamente todo, es una construcción mental.

No existe fuera de nuestra


mente. Nosotros creamos nuestra realidad. Si lo miramos didácticamente, el
“levantarnos con el pie izquierdo” sería una muestra de cómo podemos crear un mal
día a partir del estado de nuestra mente. Esta idea fue muy utilizada por Steve Jobs,
de Apple Computer Inc., en el diseño de sus equipos como los Ipod y Iphones. Jobs,
por ser budista zen, conocía el funcionamiento de la mente humana y fue capaz de
crear las realidades que su mente quiso en la mente de sus clientes y usuarios; su
éxito demostró la efectividad del método. En general, ésta es una de las ideas más
recurridas por todos los estudiosos y practicantes del Zen, ya que les permite
visualizar el efecto de sus esfuerzos y lograrlos. Así, el golfista Tiger Woods
menciona que él “visualiza” donde quiere poner la bola, y ahí la pone. Un derivado
anecdótico y gracioso de esta idea es toda la corriente pseudo científica
denominada El Secreto, que postula una pseudo ley natural llamada Ley de la
Atracción, según la cual todo estaría al alcance de todos, poco más o menos. Eso
no existe.
2. Llegamos desnudos y nos vamos desnudos, y durante toda la vida andamos
desnudos. Lo único que tenemos es el momento presente, el que estamos viviendo.
El pasado no está disponible, ya pasó, y nada podemos hacer para modificarlo. Y el
futuro no es más que una ilusión, no existe. Sólo existe el presente. Por lo tanto, es
muy poco lo que tenemos y debemos usarlo en algo que nos haga feliz. Esto obliga
a definir contextos y prioridades en el diario vivir, de manera de cumplir con la
misión que tenemos como seres humanos: ser felices en este tránsito humano. Aquí
entran las distintas concepciones del “para qué estamos aquí”: ¿para acumular
riquezas? ¿Acumular bienes materiales aún sacrificando a la familia? ¿Qué significa
ser felices? ¿Dominar a otros nos hace más felices? Detrás de esta idea subyace el
concepto de Optimización, del tiempo, los recursos, lo que sea. Por eso es que el
Zen es la base ideológica de los sistemas de Calidad basados en el ser humano,
como el de las 5 S´s del Japón, e incluso los basados en los procesos, como son las
Normas ISO y similares.
3. No somos lo que parecemos ser. Lo que se ve de nosotros es un constructo, una
máscara llamada Ego, que se forma con todos los condicionamientos que vamos
recibiendo a lo largo de nuestra vida. El Ego no es malo per se, pero el problema es
que no nos enseñan a dominarlo, y a lo largo de nuestra vida es la fuente de
infortunios y sufrimientos porque se basa en la comparación y en la decepción que
trae lo comparado. El Ego nos obliga a desear lo que no tenemos y tienen los otros;
eso nos provoca ansiedad, y es la base de la vida alocada que llevamos “para llegar
a tener” y satisfacer el apetito de este Ego que nos domina. Como tal, es la
identidad que llevamos con nosotros, mediante la cual somos distinguibles de los
demás. El dominio del Ego es la batalla permanente de todos los que practicamos el
Zen, porque de su dominio depende la conquista de nuestra serenidad mental y por
ende de nuestra felicidad. En la doctrina se habla de “anular” al Ego, de llegar al
estado de “vacío”, pero para vivir tranquilos no es necesario sumergirse en la
doctrina budista zen; basta con dominar nuestro Ego, “nuestro caracter o
temperamento” como lo llamamos corrientemente.
4. Mirar la realidad tal como es. Esta ha sido una de las frases de batalla del Zen,
enfatizando una de sus ideas básicas: la objetividad en la aprehensión de la
realidad. Normalmente vemos lo que queremos ver, y eso lo condicionan nuestras
creencias. El Ego es quien nos marca la pauta de como vemos e interpretamos la
realidad, es quien nos define el mundo en el que nos desenvolvemos. Según las
creencias que hayamos internalizado desde que nacemos, veremos de una u otra
forma a los pobres, a los ricos, a los cristianos, a los judíos. El Zen, mediante sus
herramientas y su enfoque conceptual, nos enseña a mirar a la realidad sin esos
cristales que la distorsionan, mostrándola en toda su crudeza o su potencialidad.
Esta capacidad del Zen es la más preciada por los estamentos empresariales ya
que está comprobado que mejora sustancialmente las habilidades de toma de
decisiones, al enfocarse dedicadamente en el fondo, en la esencia de las cosas o
eventos, sin distraerse en las creencias que la rodean. La herramienta que más se
utiliza en esto es la meditación, la que viene siendo utilizada en los negocios desde
la reconstrucción del Japón luego de la Segunda Guerra Mundial. En los momentos
actuales la empresa que campea en estos esfuerzos es el gigante del internet,
Google, la que incluso ha puesto a disposición del público sus experiencias a través
de los escritos de su director de su programa Zen, Chade-Meng Tan, especialmente
su libro “Busca dentro de ti”. Estamos hablando del uso del Zen para obtener
utilidades, ya que son grandes corporaciones con afan de lucro las que lo usan, las
que no se caracterizan por emprender aventuras místicas ni de ningún tipo que las
aleje de su objetivo principal, las utilidades.
5. Los aspectos éticos del zen. El Zen, en si mismo, no tiene una plataforma ética ya
que es una filosofía existencial. Esto significa que el practicante es quien define el
modelo moral y ético que mejor acomode a sus valores o preferencias. Es decir, así
como hay budistas zen también hay católicos zen o judíos zen. Como filosofía, no se
asienta en cimientos valóricos, y así tanto Hitler como la Madre Teresa pudieron
haber sido practicantes zen. Lo que el Zen hace es afilar la mente, y no marca ni
manda el cómo o en para qué la usamos. Esta libertad de enfoque espiritual es
otro de los ingredientes de su rápida y entusiasta aceptación en el occidente,
sobretodo en aquellas sociedades en las que existen religiones oficiales u oficiosas
preponderantes.
“Conviértete en dragón”. El pintor se despeñó al principio en la confusión; pero, después,
una mañana clara comenzó a brotar en él. Entendió. Se permitió la posibilidad de la
transformación. Se metamorfoseó. Regresó con el maestro. Y ya no era el pintor que
quería pintar un dragón. Era el dragón. Y el artista se expresó entonces finalmente, y fue
“un dragón pintándose a sí mismo”, no “un artista humano tratando de representar a una
criatura mítica”.D. Suzuki, Budismo Zen

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