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Cuando, al elegir entre las diferentes formas de contemplar el fenómeno

político, hacemos recaer nuestra atención no sobre la expresión formal de la


decisión política ni aun sobre el contexto jurídico-político que la rodea, sino
sobre los hitos mismos de esa decisión, la naturaleza y el desarrollarse del
proceso político, fruto del cual será la decisión, entramos en el campo de la S.
política. El estudio sociológico de la política consiste, pues, en analizar las
entrañas del proceso político, en medir con las mayores probabilidades de
verosimilitud posibles las raíces sociales desde las que parte, el juego de
fuerzas que supone y, claro está, el fenómeno de poder que en su final
encierra. Es el estudio de un proceso, superando el estrecho límite de la
consideración de un acto de poder estático.

Delimitación. Sánchez Agesta ha puntualizado con sutileza el alcance que


en un panorama general de la ciencia política tienen los estudios del proceso
político. Tras señalar la posibilidad de concebir la política (v.) tanto desde un
punto de vista estático, «como orden imperativo de la convivencia», cuanto
desde un punto de vista dinámico, «como la acción ordenadora de un proceso
de equilibrio entre tensiones, conflictos y consensus», habla de la relación en
que los estudios de este proceso se encuentran con respecto a los enfoques
tradicionales de la ciencia política, y distingue, a estos efectos, tres puntos de
vista: 1) La consideración filosófica tradicional, que «se proyecta en una
valoración de un orden desde la imagen o los principios de una ciudad perfecta,
o en la especulación de esta imagen de perfección». Estamos ante una actitud
puramente filosófico-política que, superando el análisis meramente descriptivo
de lo que de hecho se da, se ocupa de lo que debe ser. Es, utilizando sus
palabras, «la investigación de los principios verdaderos que constituyen los
últimos imperativos del orden y de la acción política». 2) La descripción en el
cuadro de una teoría, como intento de comprensión de un orden institucional
concreto a través de la descripción de sus instituciones (políticas o sociales) en
función de la totalidad del orden. El cuadro jurídico e institucional de un pueblo
en un momento histórico, «es descrito en conformidad con su realidad histórica,
aprehendido tal como resulta de los hechos y de las normas jurídicas y
construido en un sistema de conceptos que implican una teoría del orden
político». La labor se centra entonces en la observación de las normas e
instituciones existentes y en la elaboración de una teoría que sirva para
interpretar en forma de síntesis esa realidad política que descubrimos. 3) La
descripción efectiva del proceso político y del comportamiento que en él
realizan las personas, como campo propio de la S. política. El objeto de esta
rama es, pues, la descripción dinámica de ese proceso. Aunque Sánchez
Agesta piensa en todo momento en la concreción de estos estudios en los de
comportamiento político, se mantiene perfectamente válida su idea de que esta
tercera perspectiva abre o renueva un campo en los estudios científicos de la
política: «el del estudio de las condiciones y regularidades del proceso político»
(L. Sánchez Agesta, La política como proceso de comportamiento humano,
«Revista de Estudios Políticos», n° 137, 1964).

Por todo esto, la S. p. ha podido ofrecer en nuestros días un catálogo de


temas que a veces trae a nuevo examen los grandes y tradicionales temas de
la Ciencia Política (v.). Importa que esos temas se vean no desde la
configuración definitiva que servía de enfoque a la Teoría del Estado (v.
ESTADO I) o al Derecho Constitucional(v. CONSTITUCIONALISMO), sino
desde el enfoque sociológico, ya que es eso lo que permite considerarlos como
procesos o como partes de un proceso político general. Así, p. ej., los partidos
políticos encuentran un enfoque sociológico-político, justamente porque, a más
de piezas de un orden político histórica o jurídicamente creado, son fuerzas
actuantes en el proceso de seleccionar temas, limitar ofertas y ofrecer
personas que se incardinen en el proceso. Y las elecciones pueden ser vistas
tanto desde la perspectiva de un derecho electoral que marque sus cauces y
mecánica, cuanto de una sociología electoral que se preocupe de descubrir en
ellas una ancha gama de correlaciones que las ven unidas a clase, religión,
sexo, raza o profesión.

Como ha indicado F. Murillo, la base de este planteamiento está en la


consideración de los fenómenos políticos como procesos en los que tienen
lugar acciones humanas. Ya en 1908, Arthur F. Bentley utiliza esta expresión
para titular una de las obras. más influyentes en los años sucesivos: The
Process of Government. A study of social pressures, en el que la política
aparece considerada como pura actividad que permite conocer a los hombres y
a los grupos en la medida en que en ella participen. El problema se complica
en cierta medida a la hora de concretar cuál sea el elemento que define ese
proceso. que unas veces vendrá entendido -así, Lasswell- como la formulación,
promulgación y aplicación de identificaciones, demandas y expectativas que se
refieren a las futuras relaciones interpersonales del yo (Power and Society. A
framework for Political Inquiry, en colaboración con Kaplan, p. 71); y otras,
como en Easton, ese conjunto de factores es cualificado como político en la
medida en que es una «distribución autoritaria de valores» en el seno de una
sociedad (Political System, 129 ss.). Recientemente, Cahill y Goldstein, en el
intento de formular un modelo de proceso político, lo anuncian ya como
claramente referido al decisión-making process. Todo proceso político, en el
decir de estos autores, lleva implícita una primera fase de preferencia en la
decisión y una segunda de demanda en la decisión. De los resultados de esta
decisión en la demanda depende, sobre todo, que se dé o no una tercera fase:
la de resolución de conflicto (Notes on a theory of Political Actualization. A
paradigm of the Political Process, en la obra de Williams J. Gore y J. M. Dyson,
The Making of Decisions, 1964, 364 ss.). La idea de un proceso que tiene como
escenario un conflicto de valores que la decisión que él origine ha de distribuir
está, pues, en el centro de atención de esta parcela del saber político que es la
S. política.

Temas. Así entendida y con este alcance, en las últimas décadas han
venido multiplicándose los trabajos de S. p., intentando analizar los mil
aspectos del proceso político y, muy especialmente, los fenómenos de poder
que en él encontramos. De esta forma, ha habido un enorme despliegue de
temas y datos que a través de esta visión dinámica ha sido posible sumar en la
Ciencia Política de nuestros días. La nueva perspectiva que presentan los
aspectos políticos al escapar del rígido marco jurídico, y la gran riqueza de
matices que ha sido posible encontrar gracias al acercamiento directo a la
realidad política que el método sociológico pone en marcha han hecho surgir
numerosos temas, especialmente por obra de la S. p. americana: la
socialización política, con todo el aporte que su problemática supone a la hora
de configurar un régimen democrático; las élites políticas; la participación
política y su reverso, la apatía y despolitización; los pequeños grupos, partidos
políticos y grupos de presión; la opinión pública; el comportamiento electoral;
etc. Con una metodología empírica y con un enorme despliegue de medios a
su alcance, esta rama del saber científico-político ha dado un balance muy
positivo, aunque ciertamente no elimina a las otras ramas de la ciencia política
(v. POLÍTICA III).

Método sociológico y realidad política. Para enfrentarnos con la validez del


saber que ahora nos ocupa y juzgar de ella, hay que tener presente que en
cuanto se pretenda la reducción de la riqueza del fenómeno político al análisis
empírico de una situación concreta habremos olvidado lo que en sí constituye
un suceder de formas de interpretación. Como nos recuerda Dahrendorf, no es
posible, como a veces se pretende, sostener que la Ciencia Política como
estudio minucioso de los fenómenos políticos es una ciencia joven, en un
intento de «reducir la vieja disciplina de los estudios políticos a lo que
claramente no es más que un segmento de su sustancia histórica» (Three
Syrnposia on Political Behavior, «American Sociological Review» 29, 1964,
735). El fenómeno político requiere no la exclusividad del método sociológico
en su captación, sino la interconexión de una pluralidad de saberes que
aborden sus dimensiones histórica, filosófica, ética, jurídica y aun psicológica y
biológica. La necesidad de una colaboración interdisciplinar ha de llevar al
sociólogo de la política a limitar el alcance y la validez de su estudio de la
realidad concreta pensando en lo que otros acercamientos diferentes pondrían
de manifiesto sobre esa realidad. Tanto la comprensión de lo político como
proceso cuanto el análisis de las conductas o de los papeles que en esos
procesos los hombres desempeñan encierran el gran valor de una visión
dinámica del acontecer, pero comportan, igualmente, la parcelación previa que
resulta del hecho de que lo que se quiere ver es únicamente lo que se
manifiesta como empíricamente captable y constatable en ese acercamiento a
la realidad. En cualquier caso, a la realidad se le podrán extraer mil nuevos
aspectos no puestos de relieve por medio de lo que empíricamente se
constata. A fin de cuentas, lo que queremos salvar con esto es la coexistencia
de otra metodología distinta a la sociológica en el acercamiento a la realidad
política. Con otras palabras, alejarnos de la pretensión totalizante del
sociologismo (v.). Y es que una cosa es el hecho de que la actividad humana
se inscriba en una realidad social que a diario la condiciona en muchos
aspectos, y otra, muy distinta, es negar al hombre la condición de sujeto de la
historia que de hecho posee. Para analizar lo primero, bienvenida sea la
aportación sociológico-política. Para lo segundo, han de quedar abiertas las
puertas de otros senderos.

La pretendida asepsia valorativa. Un continuo alegato esgrimido contra la


S. p. es la pretendida asepsia valorativa que casi siempre han pregonado sus
estudios y sus estudiosos. La verdad es que ni cabe una ciencia social libre de
valores, ni los estudios empíricos de la realidad política pueden desconectarse
del techo valorativo predominante en el contexto socio-político en que se han
desarrollado. Como ha escrito Murillo: «Toda tarea científica, incluso la que se
dedica a estudiar la Naturaleza con métodos rigurosamente empíricos, supone
de suyo unos postulados valorativos previos». Entre otras cosas, el oficio del
sociólogo consistirá en «analizar el mecanismo valorativo general que hay
detrás de la imponente fábrica de la ciencia moderna» (Estudios de Sociología
Política, Madrid 1963, 17). En el terreno de la política, la postura cerradamente
empírica de que las decisiones políticas llegan a ser correctas sencillamente
porque son empíricamente verdaderas, con independencia de los valores y de
lo que debiera ser, se destruye fácilmente si pensamos que bajo el pretexto de
esa supuesta neutralidad hay siempre, incluso inconscientemente, una red de
valoraciones más o menos larvadas, que motiva que, quiérase o no, estemos
haciendo constantemente juicios de valor. Es más, la mera aceptación de
realidades concretas como campos de análisis sin plantearse la posibilidad de
otras realidades supone, a la larga, una postura de aceptación indudable de las
premisas ideológicas sobre las que esa realidad está montada. Nadie puede
negar, en efecto, que planteándonos exclusivamente cómo son las cosas
dentro de un consensus político determinado, sin preocupación por cómo
debieran ser o por cómo podrían ser con otros consensus, etc., equivale a
aceptar los presupuestos del consensus dado. Esta ausencia de preocupación
por los problemas del valor ha sido una carencia de la que solamente los
últimos movimientos científicos se están empezando a librar en el terreno de la
S. política.

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