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Visita del Padre Adolf o Nicolás, S.J.

General de la Compañía de Jesús

Santiago, 10 al 12 de noviembre de 2010


Homilía P. Adolfo Nicolás, S.J.

Santuario Alberto Hurtado


Miércoles 10 de noviembre 2010

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EUCARISTÍA CON LOS JESUITAS

Homilía P. Adolfo Nicolás, S.J.


Santuario Alberto Hurtado
Miércoles 10 de noviembre 2010

Preparé esta misa con la lectura de Isaías, “ungido para servir a los pobres”, y el evangelio del
Buen Pastor, del capítulo 10 de san Juan. Aunque no son las mismas que hemos escuchado
ahora ustedes ven que todas las lecturas están conectadas en el mismo misterio, en la misma
dirección…es el P. Hurtado el que las une.
Venir del aeropuerto directamente a este Santuario es como entrar al Templo de Israel de
Jerusalén e ir directo al Santo de los Santos. Es sobrecogedor ver al Cristo sufriente en la
hospedería y en la enfermería y luego venir aquí, sobre la tumba del Padre Hurtado y celebrar la
eucaristía, recordando al que dio luz y empezó todo.
A mí la lectura de Isaías me viene perfecto para indicar no solamente que Isaías refleja a Jesús,
sino que Alberto Hurtado y todos nosotros hemos sido ungidos para servir a los pobres. Venir al
Santuario es entrar en esa dinámica, entrar en el evangelios de Lucas: la misión de Jesús, su
entrega a los pobres, su dedicación a los que parece que en la sociedad no han encontrado
espacio. Los marginados, separados y excluidos son los nuevos pobres de nuestro mundo. Hasta
el siglo XVIII eran los míseros y luego fueron los proletarios: ahora son los excluidos. Pero es
siempre lo mismo: aquellos para los cuales no hay sitio en la sociedad. Son muchos. “Que los
pobres estarán siempre con vosotros” es una profecía que desgraciadamente se va realizando
generación tras generación, pero Dios unge siempre a un grupo de gente, a veces más monjas que
frailes; Dios continúa su labor.
Me preguntaron en Buenos Aires: ¿dónde están los problemas del mundo ahora y qué hace la
Iglesia? Aparte de decirles que ellos eran la Iglesia, por lo tanto qué hacían ellos, les recordé las
declaraciones de un librepensador español. Él se considera agnóstico, pero que recientemente
hizo unas declaraciones diciendo: “a qué viene este ataque de los políticos españoles a la Iglesia
(el Papa también lo ha recordado en su visita reciente y no les ha gustado a los españoles), ¿a qué
viene este ataque?: yo, que soy agnóstico, pero en cualquier parte del mundo donde voy, donde
haya sufrimiento, allí está una monja o un sacerdote, en cualquier parte del mundo. Piensen lo
que piensen, sean del país que sean, donde hay sufrimiento, donde hay segregación, donde la
humanidad llega a extremos, allí está la Iglesia. Por lo tanto, cada uno que crea lo que quiera,
pero no se puede negar que la Iglesia está presente entre los pobres.” Y viniendo aquí es evidente.
No es solamente la predicación, es la realidad de jesuitas, laicos, voluntarios, muchos quienes de
alguna manera contribuyen con su vida, con su servicio, buscando empleo precisamente donde
hace falta, donde se puede servir a los demás.
Todos sabemos que esta unción de la que nos habla Isaías, y que vivió el P. Hurtado tan
profundamente, no es exterior, no es un rito. Es la transformación de la persona por el Espíritu de
Dios, que nos mueve interiormente y nos lleva por el camino de Jesús. Yo creo que el signo de
que eso es verdad es el entusiasmo, la alegría, la naturalidad con que se hace el servicio. Y eso es
lo que yo estoy viendo al llegar aquí. Hay una naturalidad. Esto es natural, esto es lo que hacemos
porque esto es lo que haría Cristo, y ahí es donde todos nos unimos.
Este año tuve la oportunidad de ir a México en abril, para la reunión de nuestras universidades, y
allí pude ver la tumba de Miguel Pro. Yo creo que son los santos modernos, quienes nos dicen que

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la unción continúa, la misión continúa, y continúa bien. Y, además, con humor, lo que es una
señal clarísima de que se hace con Espíritu.
El P. Arrupe solía decir que de un candidato que no tenga humor hay que dudar si es para la
Compañía. Es mucho lo que la Compañía da para reír. Pero no solamente Arrupe, sino que los
sufíes musulmanes, sus místicos, dicen que una persona sin humor hace dudar de si tiene alma. El
humor es el otro lado de la esperanza, por lo tanto, una persona que no puede superar el propio
yo, no puede tener humor. El humor empieza riéndose de uno mismo, por eso hay tanto para
reír.
Hurtado, Miguel Pro y jesuitas de este tipo nos han mostrado que esta llamada sigue siendo
actual, y que seguir a Cristo con humor, con paz y alegría es el mejor testimonio, incluso para la
promoción de vocaciones. Cuando viajo me preguntan a mí también: ¿cómo pensó entrar en la
Compañía? Ciertamente es haber visto a jesuitas dedicados, sirviendo con humor, con alegría y
con amistad. Esto tiene una fuerza enorme y hace pensar: ¿por qué yo no puedo vivir así?
La segunda lectura que yo había preparado era el capítulo 10 de san Juan, el Buen Pastor; yo creo
que calza muy bien con Alberto Hurtado. Me parecía ver una tensión entre el profeta de Lucas 4 y
el Buen Pastor de Juan 10. Sin embargo, no hay tensión; hay una gran armonía. Es el cuidado del
Buen Pastor que no deja ninguna oveja sin cuidar. Y todos sabemos que en nuestras sociedades
hay muchas ovejas sin cuidar. En el Hogar de Cristo me han dicho hace poco que trataban a
62.000 personas: 62.000 ovejas que nadie cuida y andan por ahí por esos pastos.
Y el evangelio nos da también la dimensión ignaciana de nuestro servicio. La dimensión ignaciana
es dar vida y dar la vida. ¡Dar vida y dar la vida! Hay un poema del gran maestro sufí, Rumi, es un
poema muy breve pero muy desafiante. Dice: “Esta fiesta es una fiesta de amor, el que no esté
dispuesto a darlo todo que se vaya y se busque otra fiesta, porque aquí hay que darlo todo”. Yo
creo que eso es lo que la parábola del Buen Pastor nos dice. Es una fiesta; por lo tanto hay
alegría. Pero es una fiesta de amor. Solamente con mucho amor se puede servir durante mucho
tiempo a los pobres y a los que nadie ayuda.
He participado en diversas reuniones de jesuitas en distintas partes del mundo, y una cosa que
me ha hecho pensar mucho es qué fácilmente también nosotros jesuitas celebramos el éxito, y
qué raramente celebramos el fracaso por el Reino de Dios. Hay éxitos que son éxitos personales y
hay éxitos que son por el Reino de Dios. Hay fracasos que vienen por pereza y esos se dejan de
lado. Pero hay fracasos que vienen por servir a los pobres: los pobres seguirán siempre con
nosotros, porque los problemas no se solucionarán. Por mucho que el país progrese, por mucho
que los Gobiernos tengan programas adecuados, los pobres seguirán entre nosotros. Y lo vemos
con nuevas pobrezas, nuevas enfermedades, nuevas destituciones, nuevos aislamientos, nuevas
segregaciones que aparecen en nuestro mundo todo el tiempo. Los que trabajan con los pobres
en cierta manera participan de la cruz de Cristo mucho más, porque fracasan. Eso no lo
celebramos. Celebramos formaciones, libros publicados, etc., pero el servicio desinteresado,
continuo, constante… eso lo celebramos rara vez. Hay que esperar un aniversario de 50 o 60
años para celebrar a esas personas. Pero yo creo que el evangelio, sobre todo en una vocación
como la nuestra que se da siempre al pie de la cruz, tiene que saber celebrar la cruz. Y la cruz es
el fracaso por el Reino de Dios. Es un fracaso que trae vida, que lleva a la Resurrección, pero que
pasa por la cruz. No termina nunca.
Por eso el poema de Rumi sigue rondando en nuestro corazón: esta es una fiesta de amor, el que
no esté dispuesto a darlo todo que se busque otra fiesta. Hay muchas fiestas, pero ésta es una
fiesta que exige darlo todo.
En mis encuentros con jóvenes y escolares, una de las preguntas que surge siempre es ¿qué
espera usted de los jóvenes?, ¿qué espera usted de los escolares? Y la única respuesta es “todo”.

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O lo dan todo o no sirve. O lo damos todo o no servimos; a medias, no. Yo creo que este
Santuario nos hace pensar en uno de los nuestros que lo dio todo y sirvió. Porque lo dio todo,
muchísimos siguen beneficiándose, en una cadena de amor que provocó la entrega sin
condiciones. Una entrega generosa, una entrega abierta, una entrega alegre, llena de humor,
pero también de compasión que es el fuego que nos mantiene el humor y la esperanza.
Creo que hoy, con cuatro textos, podemos pedir al Señor que nos haga parte de esta tradición de
Alberto Hurtado. Una tradición de darlo todo, y darlo todo imaginativamente, de una manera
creativa, de una manera alegre, de una manera humorista también, porque la santidad tiene
mucho de humor. Esto le pedimos al Señor.

Lecturas (preparadas por el P. General)


Isaías: Enviado a evangelizar a los pobres
Juan 10. Buen Pastor

Lecturas (fiesta San Alberto Hurtado)


Santiago 2, 14 – 18
Mt 25, 31 - 40.

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ENCUENTRO CON JESUITAS Y
LAICOS DEL SECTOR SOCIAL

Infocap
Jueves 11 de Noviembre de 2010

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ENCUENTRO CON JESUITAS Y
LAICOS DEL SECTOR SOCIAL

Infocap
Jueves 11 de Noviembre de 2010

Prioridades y fronteras de la Compañía de Jesús

Para mí es muy importante, muy emotivo el venir a Chile en estos momentos. Ayer entramos al
Hogar de Cristo, la obra de Alberto Hurtado. Allí hay mucha historia, no solamente de servicio a
los que más lo necesitan, sino también de voluntariado, de muchísimas personas que están
contribuyendo y cooperando y que indican la capacidad que tiene Chile de reaccionar al
sufrimiento de los demás con un corazón generoso. La manera como Chile ha reaccionado al
terremoto y a la cuestión de los mineros indica, verdaderamente, un sentido ciudadano y un
sentido de profunda compasión y de profunda solidaridad que nos ha impresionado y nos sigue
impresionando a todos. Creo que Chile ha dado mucha luz al resto del mundo en un momento
sumamente crítico. Estuve en abril en Haití donde pobreza es extraordinaria, pero también la
capacidad de reacción es mucho más débil. El Gobierno no existe prácticamente y las ruinas
todavía siguen en la calle. Han abierto la calle para que puedan pasar los coches pero las ruinas
siguen donde cayeron. Hay edificios que están todavía a medio caer. Incluso el aeropuerto. En
cambio, Chile ha tenido una reacción y un dinamismo extraordinarios que han sido una verdadera
inspiración. Y ha sido una reacción que va más allá de las distintas fes: cristianos, musulmanes y
otros. Creo que estos momentos críticos son momentos claves donde la humanidad muestra lo
que es. No los deseamos y pedimos para que no se repitan. Pero cuando suceden, muestran lo
mejor o lo peor de la humanidad. Y en Chile, ciertamente, han mostrado lo mejor y eso nos
inspira.

Las prioridades de la Compañía de Jesús hoy

Siempre pido que me digan qué temas interesan. Y me han dicho que, a lo mejor, empezar
hablando algo de las prioridades de la Compañía de Jesús. Yo diría, y es una cosa de la que estoy
convencido, que los desafíos que tenemos los jesuitas son exactamente los retos que tienen
ustedes. Los grandes retos de la religión han sido siempre el hambre, la pobreza, la guerra, la
violencia, la falta de sentido, la falta de alegría, la falta de solidaridad del sufrimiento, y la gran
preocupación de las grandes religiones ha sido siempre cómo disminuir el sufrimiento de la
humanidad. Por qué la humanidad tiene que sufrir tanto. Por qué la pobreza sigue tan extendida
cuando hay medios que pueden ayudar a superarla. Esa es la real preocupación del hinduismo, del
budismo, del taoísmo, del confucianismo, del cristianismo, del Islam, de todas las religiones.
Cómo ayudar a la humanidad a vivir más humanamente. Cómo acompañar a la humanidad en la
búsqueda de una sociedad mejor.
Nuestra preocupación es cuál es nuestro punto de entrada, cómo entramos en esos retos. Y ahí,
evidentemente, hay una diferencia entre laicos y jesuitas, profesionales y no profesionales, etc.
Ahí tenemos nosotros nuestra propia vocación y eso determina la manera como nosotros
hacemos el discernimiento para entrar y contribuir desde nuestra llamada que creemos que es
una llamada de Dios. Otros entran desde otros puntos de vista, pero todos colaboramos y

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trabajamos para encontrar una respuesta a los mismos desafíos. El hecho de que los jesuitas
ahora seamos menos que antes no es un problema. Todavía tengo muchísimos más jesuitas que
los que tenía san Ignacio, el fundador. San Ignacio tenía nueve compañeros, yo todavía tengo casi
dieciocho mil. Nuestro problema no es contar, sino discernir. Con el número que Dios nos da, qué
podemos hacer, cómo podemos colaborar, cómo podemos contribuir a que las cosas vayan un
poco mejor. Hoy tenemos las mismas preguntas que tenía san Ignacio en su tiempo. Dónde y en
qué servicios podemos servir más y mejor a la Iglesia, al Reino de Dios, a la humanidad que busca,
que sufre, que está en camino con esperanza hacia una sociedad mejor. Y entonces, en ese
contexto, las prioridades de la Compañía son un esfuerzo por responder, dentro de las
necesidades que hay en el mundo. Y estas han sido decididas por un proceso de reflexión que ha
llevado varios años, por mi predecesor, después de reunirse con los provinciales, en cinco
prioridades. La Congregación General XXXV confirmó las prioridades, dejando la puerta abierta
para seguirlas pensando. Son prioridades de una o dos generaciones, por lo tanto hay que seguir
reflexionando y pensando porque el mundo cambia y sigue cambiando.

África y China

Geográficamente, la prioridad ahora va por África y China. África es el Continente olvidado,


dejado ahí al margen. Los países europeos han esquilmado a África y muchos la siguen
esquilmando porque las siete grandes compañías en África siguen siendo europeas, que antes
participaban allí de la colonia, y ahora no hay colonia políticamente pero África sigue siendo
colonia económica y las grandes empresas siguen ganando. Leía un número escalofriante, en un
artículo, que decía que la economía de África, en términos de proporción en el mundo viene a ser
1,5 de la economía mundial. O sea, si África se hundiera la economía mundial, prácticamente, no
se afecta. Es un número terrible. Según los antropólogos, la humanidad empieza en África. O
sea, toda la humanidad tenemos una deuda con África, el que sea tan pobre después de tantos
siglos nos tendría que preocupar a todos.
La prioridad de China también es obvia porque es el gigante que está resurgiendo, un gigante de
gran capacidad. Y la capacidad de China por influenciar al mundo es enorme. Tienen más dólares
en reserva que Estados Unidos, por ejemplo. Con una medida de tipo económico podría
desestabilizarnos a todos. No lo hace porque no le interesa. Esa influencia supone que hay una
influencia también de estilo. En general, los chinos tienen un sistema de supervivencia, son
inmigrantes y tienen que tener una capacidad enorme de ayudarse mutuamente. Enseguida
organizan redes, sindicatos, etc., lo que es peligroso porque ello no les permite integrarse en la
población, y se mantienen con una economía independiente, muy fuerte y tienen métodos muy
agresivos de negocios. Nuestros jesuitas -hay unos pocos enseñando en alguna universidad-,
están poniendo bastante fuerza en ética del negocio, en ética profesional, porque ahí es donde
hay un gran campo de influencia y, de hecho, las universidades están aceptando este tipo de
cooperación. La última vez que estuve en China me dijeron que el Gobierno quiere aumentar la
población universitaria en uno por ciento. Pero para poder aumentar en uno por ciento tienen
que edificar treinta universidades. Esos son los números de China. Son 1.200 millones de
habitantes. Además, muy complejo porque tienen grandes diferencias étnicas. Esta es la segunda
prioridad.

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Prioridades apostólicas

Luego, están las prioridades ya de tipo apostólico. Tenemos una que nos viene del Papa -la
Compañía de Jesús tiene un voto especial de obediencia al Papa- que son las casas romanas: la
Universidad Gregoriana, el Instituto Bíblico, el Instituto Oriental, los servicios a la Santa Sede
orientadas a la formación del clero. ¿Qué relación tiene esto con la prioridad de los pobres? Que
la mayoría de los estudiantes ahora vienen del tercer mundo. Es un servicio a iglesias pobres. Al
mismo tiempo estas universidades están ahora en un proceso de rehacerse en términos de
prestar servicios a otras instituciones que trabajan con los pobres. Creo que la Compañía de
Jesús se siente llamada, en este momento, a dar profundidad a todo lo que hace. Estamos en un
mundo en el que -con todas las mejores técnicas que tenemos- el peligro de superficialidad es
extraordinario. En México tuvimos una reunión de universidades y se habló de la globalización de
la superficialidad. Basta ver los periódicos: sin saber nada, ni de religión ni de muchas cosas, se
dictamina, se enjuicia a la gente, hasta se hacen juicios públicos, se atreven a acusar, se destruyen
familias, personas. No es culpa de nadie, es un sistema: un sistema de venta, un sistema de
información en el que hay mucho de ‘respétame en lo que hago’. Hoy para cualquier estudiante
la gran tentación es copiar y pegar, que es mucho más fácil que ir a la biblioteca adjunta. Es
copiar y pegar porque toda la información la tenemos en Google. Dicen que Google tiene ahora
más información que toda la información que ha acumulado la humanidad en cinco mil años.
Pero ¿quién puede confirmar que esa información es correcta, quién enjuicia esa información?
No hay tiempo para pensar.
Luego tenemos el apostolado intelectual, precisamente para dar esta profundidad. Creemos que
la Compañía de Jesús tiene una tradición intelectual de formación, de estudios, y eso es muy
importante hoy para la Iglesia y para la sociedad. Seguir entrando en la profundidad y no vivir en
la superficialidad. Preguntarse por qué, cuáles son los fundamentos, cuáles son las alternativas y
estudiarlas a fondo.
La quinta prioridad son las personas desplazadas, refugiados, inmigrantes. Y eso, como ustedes
saben, es un fenómeno enorme. Los últimos cuatro años de mi servicio en Japón fue trabajar en
un centro diocesano de inmigrantes y es un flujo continuo porque la humanidad no se resigna a
simplemente morir, entonces los más audaces salen buscando una posibilidad de vivir ellos
mismos, de crecer, de tener nuevas oportunidades y también de sostener a sus familias. He visto
filipinos en Japón y latinoamericanos que viven como ratas, en sitios pequeñísimos sin nada, para
pagar poco porque la vivienda en Japón es carísima y mandan todo el resto de dinero a la familia.
Es un sistema que contribuye a los países que envían inmigrantes pero no contribuye a la
humanización de nuestro mundo, al contrario, está creando más deshumanización. Hace dos años
el número de desplazados, inmigrantes, refugiados, emigrantes internos, era cerca de los 400
millones. Y sigue creciendo y es una realidad que no vamos a parar, que no va a cambiar. Tres
realidades que no van a cambiar en los próximos años y que tenemos que aprender a vivir con
ellas son la migración, la pobreza y la violencia. Es un sistema en el que no hay seguridad, no hay
posibilidades de supervivencia, entonces los menos imaginativos van a la violencia. Y repito: los
menos imaginativos. Por eso la educación es tan importante para educar la imaginación y ver
otras posibilidades de salir de los problemas, que no sean solamente los puños o la pistola.
Hay una sexta prioridad que se está desarrollando tácitamente y que probablemente tendremos
que reconocer, que son los jóvenes. En muchísimas provincias, ya es prácticamente una prioridad.
Es importantísimo porque los jóvenes son los que nos dan una esperanza para el futuro. En los
artículos que yo leo sobre filosofía, sociología, etc., los autores tienen poca esperanza de que
nosotros, los mayores, cambiemos de una manera radical porque ya tenemos nuestras
costumbres, nuestros hábitos hechos. Y entonces ¿dónde está la esperanza? La esperanza es la

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siguiente generación. No solamente para encontrar vocaciones para la Compañía de Jesús sino
para una sociedad futura mejor, y todo lo que podamos hacer por los jóvenes está bien hecho,
porque están todavía abiertos, están en situación de decisiones y esas decisiones son sumamente
importantes. ¿Qué van a decidir con su vida?: dar, recibir o mirarse al espejo, el narcisismo, que
esa es una de las tentaciones modernas que sienten nuestros jóvenes.

Las fronteras a las que nos sentimos llamados

Otra cuestión que me han dicho que puede ser de interés es qué temas emergentes van
marcando este tiempo en la Compañía de Jesús. Si lo formulamos en términos más religiosos
diríamos “dónde Dios nos ha ido llamando en estos últimos tiempos”. Es evidente que los temas
emergentes cambian según los Continentes y aquí es donde yo les puedo decir uno o dos, porque
en cada Continente hay temas distintos. Nosotros les llamamos fronteras.
Una frontera que hemos tenido siempre, desde el principio de la Compañía de Jesús, es la
evangelización. Pero la evangelización toma color distinto según el Continente. En Europa es
evangelización en un mundo muy secularizado y con una secularización agresiva, fuerte, militante
casi. Es una secularización que tiene que ser anti algo, anti teísta, o anti eclesial. Quizás porque la
historia ha hecho a las iglesias demasiado poderosas en sus países y entonces tienen una
reacción negativa. He vivido en Japón que es un país muy secularizado desde hace 300 años, pero
una secularización respetuosa, en paz. Respetan al budismo, al cristianismo, al Islam porque ven
ahí valores, un proceso de humanización que rescatar. En Estados Unidos es una evangelización
en un mundo donde hay miles y miles de católicos que se van separando de la Iglesia, porque
tienen problemas con sus obispos, porque los documentos de la Iglesia son difíciles de leer, etc.
En Latinoamérica será una evangelización en un mundo donde todavía hay injusticia, diferencias,
desigualdades que son ya masivas. Ahí la evangelización toma un color específico y lo ha tomado
desde hace muchas décadas. Tratamos de hacer ese mapa de retos y buscar la mayor necesidad,
emergencia, más universalidad, ir a donde otros no pueden ir, ir a esas fronteras, que son
conjuntos de desafíos donde todos vemos que hay problemas pero no sabemos qué se puede
hacer. Ahí tenemos que ir, a estudiar el problema, ver qué se puede hacer, buscar alternativas.
En todos estos desafíos, tenemos siempre la llamada a un servicio profético que no es solamente
hablar. A veces, sobre todo los que se designan a sí mismos como profetas, creen que basta solo
con hablar. El profeta, tal como nos dicen los biblistas, primero revela lo que está oculto, lo que
los Gobiernos quieren ocultar. Esto en Japón es una necesidad conocida porque parte de la
cultura japonesa es esconder los problemas. No es que se nieguen, es que no se ven. Existe una
autocensura muy fuerte porque el problema que sale a flote, crea otros problemas. Y es
importante en una sociedad que tiene como ideal la armonía. En cambio el profeta busca una
armonía después del conflicto. Vamos a ver cuál es la realidad, vamos a buscar una solución y allí
vamos a tener la armonía, no en negar la realidad. Aquí tenemos una vocación que es dejar que
el pueblo rehaga la realidad. Si uno es profeta, no basta con mostrar la realidad; tiene que
prometer, ofrecer alternativas. Y esto es una preocupación de todos los grupos que tratan de
servir, y cada vez que hay una reunión internacional de políticos hay una reunión paralela de
ONG, grupos cristianos o islámicos o protestantes, buscando una alternativa y el eslogan puede
ser ‘otro mundo es posible’ o ‘la justicia es posible’. Ahora se habla también de ‘otra Iglesia es
posible’. Esa alternativa es parte del servicio profético. Y el profeta, cuando habla a Israel, le dice
“caminamos a un mundo nuevo, donde habrá cielos nuevos y tierra nueva”, o Ezequiel promete la
vuelta a Israel: “vamos a ser otra vez el pueblo de Dios”, o Jeremías habla de responder con
realismo a una situación de opresión para preparar el futuro y siempre hay un futuro. Y el profeta
que no ofrece alternativas, es un profeta de mal agüero. No es Dios prometiendo a su pueblo un

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futuro mejor. Y la tercera función del profeta -como esa espera de la alternativa es difícil-, es dar
energía y dar esperanza. Por eso es mejor que veáis siempre un elemento de celebración, de
esperanza, de alegría, porque Dios está con nosotros, a pesar de todo. El ‘a pesar de todo’ es un
término clave para entender el mensaje cristiano. Porque a la humanidad siempre le va algo mal,
y la humanidad nos incluye a todos: órdenes religiosas, clero, Iglesia, todos. Algo no funciona.
Pero a pesar de todo, lo que funciona es mucho mayor. Porque Dios está con nosotros. Esa es la
teología de san Pablo, esa es la fe que tenemos nosotros, que es una fe abierta al futuro, con
esperanza, y ahí es donde la Compañía de Jesús también quiere contribuir.
Por lo tanto, lo que es importante para nosotros, en medio de los nuevos desafíos, es encontrar
dónde captar, dónde realmente está Dios ya trabajando y dónde quiere que nosotros
colaboremos con él. No es nuestra misión, y cuando laicos entregados, de buena voluntad, de
grandes posibilidades, quieren colaborar con nosotros, no colaboran a la misión de la Compañía
de Jesús sino que todos colaboramos a la misión de Cristo, todos colaboramos a una humanidad
mejor, expresándolo más allá de la terminología de teología cristiana. Esa misión más grande que
la Compañía de Jesús es la que nos importa a todos. Por eso tenemos que colaborar porque es
más grande de lo que podemos hacer nosotros.
En la Compañía ahora estamos redescubriendo lo que nuestro fundador daba por supuesto. San
Ignacio firmaba siempre como “la mínima Compañía”, porque somos un grupo en la Iglesia y en la
humanidad que está buscando más justicia, más humanidad, más amistad, más amor, más
capacidad de vivir juntos de una manera creativa. Por eso tenemos que estar cerca de los pobres.
Para ser sensibles a los problemas de los pobres, para oír su canción y su música. Cuando leemos
un artículo, o vemos el Internet, vemos las palabras, pero la música solamente se oye si vivimos
cerca. Esto lo experimenté cuando me mandaron de Japón a Filipinas, a un instituto. Yo iba con
preocupación porque no tenía ni idea del instituto y qué voy a hacer yo allí. Entonces fui unos
meses antes de tomar posesión y empecé a hablar con los estudiantes, para ver qué tipo de
instituto es este. Y entonces me di cuenta que mi ignorancia era un punto a favor. Porque los que
estaban allí enseñando sabían todas las palabras, pero ya no oían la música. La ignorancia nos
hace más sensibles a la música. Pero para oír la música hay que estar cerca. Porque es una música
suave, no es una música ruidosa. Y yo creo que tendríamos que estar todavía más cerca. Vivir
cerca, con los pobres; los que puedan, como ellos. Y digo los que puedan porque supone también
aceptar una serie de privaciones a las que nosotros no estamos acostumbrados.
Al mismo tiempo tenemos que poner a su servicio lo que tenemos. Si tenemos fe, la fe. Si
inteligencia, la inteligencia. Si estudio, estudio. Si universidades, universidades. Y esta es una línea
interesante en toda la Iglesia y también en la Compañía: hacer mejores redes intersectoriales.
Hasta ahora los colegios colaboran con otros colegios de otros países; los centros sociales con los
centros sociales de otros países; las parroquias con parroquias de otros países; pero menos
organizada está la colaboración intersectorial. Y ahora, espontáneamente, en distintas partes del
mundo –Colombia, España, en Norte de Europa, etc.- hay más colaboración intersectorial, de
manera que la Universidad toma sus temas de investigación del centro social, de los colegios,
temas de educación o de fe e investiga y se lo devuelve. O sea, es transversal. Y eso creo que da
luces, más posibilidades de servir mejor, pero eso supone una reorganización de nuestro
sistema, de nuestro trabajo. De ahí que en la Compañía reciente, se habla mucho más que antes
de trabajar en redes de colaboración, porque nos repetimos mucho. Y ahora en Roma, a nivel de
superiores generales, quiero y estoy invitándoles a trabajar también en redes
transcongregacionales, porque a lo mejor los franciscanos están haciendo algo con los
inmigrantes, los jesuitas hacen lo suyo; los salesianos, lo suyo, y estamos repitiendo lo mismo.
Entonces propusimos colaborar todos juntos y tener un frente mucho más unido y por lo tanto
más adecuado también para responder a las necesidades.

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Para esto, una de las preguntas que he recibido es por qué es tan difícil colaborar con el clero.
Creo que las razones están en nosotros, en el clero. El laicado quiere colaborar, está muy abierto y
las posibilidades son infinitas. Yo creo que las posibilidades las tendría que dictar el Espíritu de
Dios que da los dones y por tanto el don que tienen ustedes es el factor, el elemento que
nosotros tenemos que descubrir, e integrar en los trabajos que hacemos juntos. Nosotros,
clérigos, jesuitas o no jesuitas, estamos digiriendo una serie de cambios. ¿Qué tipo de cambios
hay que digerir? A veces es problema de identidad. Hasta ahora yo trabajaba en un colegio que
era claramente jesuita. Ahora el directorio está compuesto por laicos. ¿Qué identidad siento yo?
¿Este colegio es qué? ¿Es un colegio jesuita o es un colegio católico? Eso hay que negociarlo
dentro de uno, es una fusión interior de identidad.
Parte de la identidad es qué tipo de educación queremos dar. Y esto no es automático pues al
cambiar de personal hay que comunicarle la identidad de este colegio para que el colegio no vaya
en dos direcciones sino que tenga una dirección claramente cristiana, una dirección claramente
de transformación de la persona, de crecimiento, que es lo que se supone que hace la educación.
El mismo Platón, hablando de la filosofía, dice: “el fin de la filosofía es ayudar a la gente a vivir
mejor, más virtuosamente”. El ideal de la filosofía es la virtud, no es especular y cortar un pelo en
el aire sino ayudar a la gente a que viva mejor. De Pitágoras se decía que cuando iba a una ciudad
no enseñaba sino que curaba: la filosofía con una función terapéutica. A los cristianos primeros
que curan, no porque hacían milagros sino porque en la
comunidad hacían una función de curación que es sumamente importante. Curan heridas del
corazón. Y todos llevamos heridas del corazón. Como pueblo y como individuos, todos. Me
imagino que Chile también. Chile tiene una historia de guerra con Perú y Bolivia y con los vecinos,
y con Argentina y hay una serie de heridas que traen prejuicios, que traen miedos y todo eso
necesita curación, y los individuos mucho más. Malentendidos, humillaciones que hemos recibido
desde pequeño sin curar y eso queda toda la vida y quedamos marcados por miedos, por
complejos. Todo eso tenemos que negociarlo dentro de nosotros mismos.
¿Cómo ayudar a todos los que trabajan en una institución a participar en la misma misión? He
visto profesores budistas con una visión mucho más clara de lo que es educación cristiana que
profesores cristianos. Un profesor budista me dijo que para convencer a otro budista de que este
colegio no era su colegio, este le dijo: “mira, tú te quejas y estás descontento porque aquí
tenemos una capilla y en la capilla hay actividades y crees que soy manipulado. Tú no has
entendido lo que es la educación. En este colegio, desde el momento en que pasas por la puerta
ya todo es capilla, todo es capilla”. Eso es intuición de lo que es educación. Y todo se mueve con
valores y perspectiva cristiana, no solamente cuando van a la capilla a rezar, sino en la clase, en
los deportes, en el trato, en las amistades, en los ejercicios extracurriculares, en todo. Estamos en
un mundo intercultural, interreligioso donde lo que importa es la humanidad porque la
humanidad es lo que Dios amó tanto que dio a su hijo por ella, no solamente por un pequeño
grupo.
Los cristianos tenemos que ser genuinos, ser auténticos. Y ser auténticos es ser generosos y
aceptar que Dios trabaja de muchas maneras en todos. Esto lo debemos negociar interiormente:
a quién obedezco, debo obedecer a los laicos. Esto es cuestión de sentido común, no es cuestión
de obediencia. ¿Como negocio yo mi obediencia y mi sentido común y mi colaboración con otros?
Eso es algo que a veces nos lleva un poco de tiempo. Y luego, discusiones de cultura, de
machismo, de éxito, de ego –que también entra en todas estas cosas- un poco de perfeccionismo
que tienen los jesuitas. No somos perfectos, pero si perfeccionistas. Queremos que las cosas
vayan bien a nuestra manera y cuando un laico hace las cosas de otra manera nos parece que las
cosas no van tan bien. Y eso hay que negociarlo interiormente, por eso a veces es difícil trabajar
con jesuitas. Donde Dios creo que nos está llamando muy claramente, es a la colaboración.

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La misión, como he dicho antes, es la misión de Cristo y no la misión de la Compañía de Jesús. Y
por lo tanto es mucho más grande que la Compañía de Jesús y para eso necesitamos todo el que
tenga corazón y quiera trabajar en él. Los jesuitas solos podemos hacer muy poco. Con ustedes,
podemos hacer muchas cosas. Incluso los genios de la Compañía de Jesús -Mateo Ricci y grandes
misioneros, grandes emprendedores- han podido hacer algo porque siempre han tenido un amigo
laico que les ha abierto el camino y les ha ayudado. Mateo Ricci tuvo un chino Xu Guangqi que le
abrió puertas, tradujo con él matemáticas al chino y por eso se hizo famoso Mateo Ricci. Lo malo
es que Xu Guangqi se ha hecho famoso recientemente pero antes no sabíamos nada de él. Porque
tenemos la tentación, en nuestros libros de historia, de poner solamente el nombre del jesuita. En
fin, la colaboración hoy día, gracias a Dios, es sentido común en todos. Somos conscientes de la
misión es demasiado grande para que quede en manos de un grupo. Es una misión para todos. Y
por lo tanto, termino dándole las gracias por participar con nosotros en esta misión. Muchas
gracias.

Preguntas

-¿Cree usted que la inserción sigue siendo un vehículo apropiado de opción por los pobres o, tal
como parece haberse impuesto en nuestro Chile, lo es el modelo de trabajar para los pobres sin
estar insertados?
- Estoy convencido de la inserción. Cuando más cerca estemos de los pobres –y la inserción es una
manera de acercarse y participar en su vida- más nos enriquecen espiritualmente. San Ignacio, en
su tiempo, envió a dos jesuitas teólogos, al concilio de Trento. Y el Concilio de Trento no fue un
concilio para solucionar los problemas de los pobres, fue para solucionar los problemas de la
Iglesia, en medio de la reforma protestante, etc. pero les dijo que en sus tiempos libres dieran
catequesis a niños y vivieran en el hospital, como los pobres, y desde allí iban al concilio. Esa
manera de pensar me parece que es extraordinariamente creativa porque desde los pobres la
teología se ve distinta. Porque desde los pobres la Iglesia está preocupada por los problemas de
humanidad más profundos que caminan no solamente a través de teorías, o teológicas o
filosóficas, o lo que sea. La teología no salva. Lo que salva es la fe, es la apertura del corazón a
Dios, al futuro, a los demás, etc., de manera que cuando estos dos jesuitas, Laínez y Salmerón,
iban del hospital al Concilio, imagino que irían silbando la música de los pobres, no la música de
los cardenales. Ahora, ¿cómo se hace esta inserción?, ahí es donde viene ya una serie de
decisiones, de discernimientos que es local.
- Carlos Bresciani S.J.: ¿Cuál cree usted que es el modo de aproximarse a un lugar de frontera
donde estamos en diálogo intercultural, interreligioso? Estoy pensando también en el contexto
latinoamericano de las culturas indígenas, en donde la Compañía está presente.
- De la experiencia asiática yo diría que lo primero que hace falta es desprenderse de todos los
prejuicios que llevamos dentro. Tenemos muchos prejuicios por las culturas indígenas. Son
culturas milenarias, de miles de años. Son culturas profundas que han ayudado a generaciones y
generaciones a vivir humanamente, negociar problemas, negociar relaciones. Un respeto básico a
este esfuerzo de una humanidad que ha caminado bien durante miles y miles de años, creo que
es fundamental. Si vamos, tenemos que ir con gran humildad. Ir a aprender más que a enseñar.
Ir a ver cómo Dios ha estado trabajando allí antes que nosotros. Antes de que llegaran los
cristianos misioneros, Dios estaba ya allí trabajando años. La primera función en términos
puramente ignacianos sería descubrir los signos, cómo ha estado Dios trabajando en esa cultura,

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cómo ha estado Dios trabajando en el budismo, en el sintoísmo, en la cultura japonesa, en la
cultura filipina, en la cultura indígena.
En Asia también hay muchos grupos tribales, culturas grupales, muy reducidas y que la sociedad,
en general, no ha integrado todavía o no quiere integrar o no ha encontrado los puentes de
comunicación con esas culturas porque no hay necesidad de integrarlas. El primer reto que yo me
encontré en Japón, y eso lo encontré en la casa de lenguas, es reconocer que el sentido común
que yo había aprendido en España no es el sentido común, es sentido común de España y
solamente de España. Y en Japón tienen otro sentido común, en las relaciones, en la manera de
comer, en la manera de trabajar, en la manera de vivir, en todo. Japón me obligó a mí a
repensarlo todo, cómo relacionarse y cómo creer también y cómo leer el evangelio y qué leer en
el evangelio, no ver lo que me han dicho en las homilías en España que son homilías muy
reducidas, desde una perspectiva local, sino que el evangelio tiene muchísimo más que decir y
cada vez poder ir descubriendo nuevas dimensiones dependiendo de las cuestiones que nosotros
llevemos a la lectura.
- En Chile vivimos la paradoja en donde el 70 % de las personas que viven en condición de pobreza
trabajan y ganan salarios que no les sirven para salir de su condición de pobreza. En este
contexto, ¿qué orientaciones deberá seguir el trabajo de las obras sociales de la Compañía de
Jesús para colaborar en el fortalecimiento de la formación de los trabajadores jóvenes del país?,
¿Qué hay que anunciar y denunciar en cuanto a las condiciones salariales de muchos chilenos cuya
remuneración no les permite sostener la vida de sus familias con dignidad? Y en esto, ¿qué rol
cumplen la organización de los trabajadores en la construcción de un país más justo?
- Estuve un día con algunos obispos en Latinoamérica. Una de las preguntas que yo les hice fue
“desde vuestra posición de obispos como responsables de una Iglesia y, por tanto, con la visión
más cabal y nacional en la que estáis implicados, ¿qué esperáis o dónde creéis que los jesuitas
deberían ayudar, colaborar? Entonces me dijeron: ya que tienen universidades y tienen
posibilidades de estudiar, tendrían que estudiar cuáles son las alternativas posibles y cómo llegar
a esas alternativas. Alternativas a la ecología, porque estamos destruyendo la naturaleza. Chile
todavía tiene una naturaleza bellísima con una variedad enorme porque es un país larguísimo, de
norte a sur. Bueno, cómo mantenemos eso, cómo cuidamos los dones que Dios ha dado al país.
Qué tipo de energía, qué tipo de vida común, qué tipo de ahorro. Si no hay presión la humanidad
no se mueve. Porque las situaciones que tenemos aprovechan a los que tienen comodidad y les
gusta la comodidad y no quieren cambiar y solamente se mueven bajo presión. En todo el
acontecimiento de los mineros, si no hubiera habido presión –y no solamente la visión de un
político- sino presión nacional e internacional sobre las compañías no se habría llegado donde se
llegó. Lo mismo pasa con la ecología. Entonces, la cuestión sería preparar, estudiar y ofrecer
alternativas a la justicia, alternativas al trabajo, alternativas a la ley para que no tengamos que
esperar una emergencia donde ya se hacen las cosas pero demasiado tarde. Anticipar, eso sería
una función de las universidades y yo creo que la Compañía de Jesús tendría que comprometerse
con estas cuestiones.
- Cecilia Castro: He tenido la oportunidad de recorrer algunos países en Latinoamérica, invitada
por un Techo para mi País, y me he juntado con pobladores y con personas en campamentos o
asentamientos, como le llaman en cada uno de estos países. En Chile vemos a la Compañía muy
presente en todas las obras sociales y con las familias más vulnerables, con instituciones que
trabajan junto a las familias en cada uno de estos lugares. Pero yo me encontré, en los distintos
países que he visitado, en que no está la Compañía, por lo menos visiblemente, es lo que yo he
visto, en estos lugares, con estas comunidades, con obras como Un techo para Chile, con obras
como el Hogar de Cristo, con obras como las distintas instituciones que están acá, apoyando el
trabajo de estas familias para la superación de la pobreza. ¿Qué pasa con la Compañía en los
otros países de Latinoamérica y con las familias más vulnerables?

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- La presencia de la Compañía depende mucho del discernimiento local. Es evidente que no
podemos responder a todo los retos. Son los jesuitas latinoamericanos los que tienen que
discernir, ponerse a tiro y hacer opciones. Quizá hoy día, una de las opciones que tenemos es que
más que insistir en nuestras obras –obras que sean fundamentalmente jesuíticas- tenemos que
apoyar a personas como ustedes, apoyar a centros o a obras, dando espíritu, dando ánimo, dando
esperanza, para que se formen y vayan adelante. El padre Kolvenbach hablaba bastante, al hablar
de cooperación, que muchas veces pensamos en una cooperación unidireccional, o sea, laicos que
colaboran con nosotros, y él dice que tenemos que pensar en las dos direcciones, jesuitas que
colaboran con laicos. Por lo tanto, no hace falta que todas las obras sean jesuitas para tener una
presencia más espiritual, más inspiradora, más de acompañante que de director.
- ¿Cómo usted ve a la mujer en la Iglesia, cómo nos ve paradas y qué podemos hacer nosotras al
respecto?
- Yo no conozco Chile, o sea, yo no sé si Chile es machista o no es machista. Conozco muchos
países, muchos países machistas, muchos. Japón es una sociedad muy machista. Todo es a
beneficio del hombre, todo servicio público es prácticamente de hombres. El hombre ha ido
ocupando terreno –sobre todo el terreno público- y ha dejado a la mujer en la escena privada.
Pero en una época pasada, la mujer lo podía aceptar porque la escena privada era amplísima.
¿Qué ha pasado en el siglo XX? Que en el siglo XX se ha reducido el espacio de la mujer: la cocina
es pequeña, educar a los hijos que se pasan la vida en el colegio, entonces el campo de la mujer
ha quedado sumamente reducido, sin influjo en la sociedad y eso es inhumano, eso es totalmente
inhumano. Hace falta que la mujer pueda contribuir con los grandes dones que tiene. Esa esfera
se está reconociendo en algunas sociedades. Empezó con el derecho al voto, siguió con una serie
de igualdades en situaciones de trabajo según los países, leyes, etc. O sea que, este es un tema
complejo porque viene con raíces históricas y culturales. Yo creo que parte de la resistencia en la
Iglesia a hablar más despacio a las mujeres es por presión cultural, la razón última no es teológica.
Se dan argumentos teológicos que no prueban casi nada, prácticamente nada, pero son razones
culturales. Mientras tengamos laicados que no acepten una posición directiva en la mujer dentro
de la Iglesia pues, va a ser muy difícil que los obispos o el Santo Padre hagan cambios radicales.
¿Qué se puede hacer? Yo creo que la dirección la da el Espíritu. Y el Espíritu está hablando muy
claramente, porque ha dado a la mujer una serie de dones y talentos y cualidades que el hombre
no tiene.

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ENCUENTRO CON LOS JESUITAS
Auditorio Colegio san Ignacio Alonso Ovalle
Jueves 11 de Noviembre de 2010

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ENCUENTRO CON LOS JESUITAS

Auditorio Colegio san Ignacio Alonso Ovalle


Jueves 11 de Noviembre de 2010

Gracias por venir aquí hoy. Sé que algunos han viajado 1.400 o 2.000 kilómetros. Es difícil venir
desde fuera y hablar. Le pregunté al Provincial antes de venir que me dijera qué líneas podrían
ser de interés. He elegido algunos puntos de los que recibí algunas preguntas que han hecho
ustedes y dejaremos tiempo para nuevas preguntas.

1. Preocupaciones
Me preguntan qué es lo que a mí me preocupa en el momento actual de la Compañía. Yo diría
cuatro cosas: la formación, la crisis de la que estamos saliendo, las condiciones para el
discernimiento y el riesgo de que la Compañía esté distraída.
Formación
Me preocupa la formación en general porque ella es el futuro de la Orden y de lo que quería san
Ignacio: la solidez de nuestra vida, la relación, la entrega…
En esencia lo que me preocupa es que la espiritualidad ignaciana es dinámica y que cuando nos
introducimos en ella pasan cosas. A medida que la Compañía nos acepta, vamos cambiando,
vivimos un proceso de transformación. Eso está muy bien expresado en los documentos recientes
del P. Kolvenbach sobre la formación. Y hay un librito en el que están los distintos aspectos de la
formación en distintos estadios. Y para cada estadio hay objetivos y procesos. Esto está muy bien
hecho y yo no pienso sacar por el momento documentos nuevos sobre la formación.
Se supone que algo pasa en cada estadio de la formación. Mi pregunta es: eso que tiene que
pasar, ¿pasa? A veces me da la impresión de que tenemos esquemas de formación en que, como
en la universidad o en los colegios, las personas se gradúan. Dos años de noviciado y todo el
mundo hace los votos, menos los que no son para la Compañía. Pero muchas veces vamos a los
votos cargados con un par de problemas que había que solucionar en el noviciado para que
pasara lo que tenía que pasar. Por ejemplo, en alguna provincia –yo hablo con libertad porque no
conozco Chile, por lo tanto no estoy criticando a Chile–, a veces en el noviciado se ve que una
persona tiene un problema bastante profundo y lo mandan al psiquiatra. Eso está muy bien,
probablemente necesita ayuda psicológica, pero ella le consume seis meses o un año de
noviciado. Eso no es para hacer en el noviciado porque en el tiempo que estamos yendo al
psiquiatra estamos concentrados en nosotros mismos y el noviciado es precisamente para salir
de uno mismo. Eso se hace antes, se pone un paréntesis. Nos encontramos con una contradicción
interna que afecta mucho el crecimiento de la persona. A veces se llega a los votos con un par de
problemas que todavía hay que resolver y profundizar, pero el novicio hace los votos y va al
juniorado y el rector no tiene ni idea de que este novicio viene cargado con dos cuestiones que
resolver. Y en el juniorado no pasa nada. Y va a filosofía, al magisterio y a la teología con los dos
mismos problemas. Y llega el momento de la profesión y entonces la presentación de profesión
dice: “Esta persona tiene problemas, pero son problemas muy antiguos. Ya los tenía en el
noviciado y los tuvo en filosofía y los tuvo en magisterio y teología y ahora ya lleva 20 años en la
Compañía… pues hay que admitirlo a últimos votos”. Esta no es la manera como habría actuado
san Ignacio.

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Cada estadio tiene que llegar a su fin y si necesita añadir tres meses al noviciado, se añaden. Y si
son seis, se añaden. Ustedes recuerdan cómo en los Ejercicios san Ignacio dice: “si la persona no
tiene capacidad para entrar en la segunda o tercera semana, se le dan unos consejos espirituales,
se le manda a casa y se le dice hasta la vista, que guarde los mandamientos y ya; pero esta
persona no puede entrar en la segunda semana porque es tiempo perdido”. Algo así puede pasar
con la formación y esto me preocupa: que el acompañamiento de la formación no sea
suficientemente profundo como para intuir –no digo ver, digo intuir– que hay algo que no ha
pasado y por lo tanto esta persona necesita un poco más de tiempo. Y un poco más de tiempo no
es una especie de castigo sino una ayuda que se le da. La persona a quien se le deja seis meses
más o un año más en el juniorado o en el noviciado tendría que estar agradecido a la Compañía
que se preocupa tanto por él que le da un año más de formación. Tenemos que repensar nuestra
formación de manera que al final tengamos jesuitas cabales y que el Provincial o el General –el
que sea– pueda contar con ese jesuita para todo. Eso es lo que san Ignacio quería de los jesuitas
formados. Se puede contar con ellos para todo: trabajo importante, trabajo menos importante,
en el país o fuera del país. Esos jesuitas quieren los obispos, el Papa y todos nosotros.
Saliendo de una crisis
Otra cosa que me preocupa y a la que queremos darle un poco de tiempo, es que hay signos de
que estamos saliendo de una crisis en la vida religiosa que ha tenido lugar en los últimos 50 años.
Es una crisis que no fue provocada ni por la Compañía ni por el Concilio Vaticano II, pero que ha
coincidido históricamente con el post Concilio. Es una crisis cultural enorme que se da en
muchísimos países y que implica una nueva manera de vivir en el mundo y de relacionarnos con la
realidad. Ha afectado mucho a la Iglesia, que ahora es bastante distinta a la de hace 50 años, ha
afectado a la vida religiosa y a la Compañía.
Creo que hay signos de que estamos saliendo. Por ejemplo, hay más y más jesuitas que están
preocupados por la promoción de vocaciones. Hay más y más jesuitas que hablan de que todo
jesuita es promotor de vocaciones. Eso lo hemos visto en las cartas de oficio al tratar el tema de la
promoción de vocaciones. Hay más y más jesuitas que están preocupados por una renovación
interior. Es decir, hay signos de que está volviendo la normalidad y la salud espiritual de la
Compañía. Pero estos 50 años han sido de una dura crisis.
Creo que es el momento de analizar qué es lo que ha pasado, de dónde ha venido la crisis cultural,
eclesial, religiosa y por qué nosotros hemos sufrido tanto. Teorías personales hay tantas como
jesuitas, pero hay que hacer un estudio que yo quisiera serio y sapiencial, o sea, en profundidad,
realizado por gente que percibe y puede ver el interior del proceso y que no sea un análisis
puramente externo de fenómenos, sino una visión interior. Los superiores que durante la crisis yo
he tenido en Japón (no quiero universalizar) no sabían qué hacer, estaban totalmente perdidos.
Y, mientras nosotros éramos estudiantes, se hacía gran problema por llevar corbata o no llevar la
corbata. ¡Y usar una corbata no puede ser un gran problema para la Compañía! Pero se hacía un
gran problema, porque no había visión de lo profundo. Y mientras nosotros estábamos pensando
adónde iba la evangelización, qué debíamos hacer en Japón, el gran problema era la corbata. Y
como la corbata, pueden ser otras cosas pequeñas.
Son señales de que allí algo estaba fallando y es preciso estudiarlo. No se trata de juzgar a las
personas, sino de pensar qué ha faltado para poder superar esa crisis con cierta elegancia
espiritual, con profundidad y contribuyendo a la vida de la Iglesia. Porque crisis parecidas pueden
seguir pasando, pues el mundo sigue cambiando a una velocidad extraordinaria y no estamos
preparados.

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El discernimiento
La tercera área de preocupación es el discernimiento. Nosotros decimos que el discernimiento es
uno de los puntos peculiares del carisma ignaciano y, ciertamente, se lo ha estudiado mucho
recientemente. Hemos tenido expertos como el padre Futrell, que murió hace dos o tres años
dando cursos en todas partes, y ahora sabemos un poco más del proceso. Mi pregunta es
¿realmente discernimos o no discernimos? Es lo mismo que lo de la formación.
Mis dudas no están sobre el proceso. El proceso está muy bien estudiado y analizado. Mis dudas
recaen sobre las condiciones básicas para que haya discernimiento. ¿Hay libertad interior
suficiente? ¿Hay desprendimiento? ¿Hay agilidad para dejar pasar todo lo que no sea voluntad de
Dios y emprender algo nuevo porque es la voluntad de Dios? Tengo mis dudas.
Cuando yo entré en la Compañía éramos 36.000, ahora somos apenas 18.000 –justo la mitad-,
pero tenemos el mismo número de obras o más. ¿Qué falla? El discernimiento, evidentemente. Y
estamos cargando de trabajo a jesuitas muy hábiles, con talento, con espíritu; dos, tres, cuatro
responsabilidades que exigen el hombre entero cada una. Como son jesuitas muy hábiles, muy
generosos, con gran talento, las pueden llevar… pero no pueden entrar en profundo. Está
sufriendo nuestro apostolado y nuestro testimonio por exceso de trabajo. La tentación del jesuita
no es la pereza. Hay algún jesuita perezoso, pero son poquísimos. La mayoría de los jesuitas
trabaja, y demasiado. Dije en una consulta (con gran éxito, porque en seguida empezaron a
levantarse manos) que mi norma sería que cuando un jesuita planifica su trabajo, debería
planificar el 80% y dejar el 20% libre. Entonces trabajará 100%. Si planificamos 100, trabajaremos
120% y eso es una receta magnífica para una depresión a la vuelta de la esquina. Porque se nos
termina la energía y entonces viene o la depresión o esas enfermedades psíquicas que aparecen
en algunos jesuitas que han estado trabajando toda su vida más allá de su capacidad o potencia,
porque tenían mucha responsabilidad.
El testimonio evangélico de la Compañía no es trabajar mucho. He vivido treinta y tantos años en
Japón y los japoneses trabajan mucho, pero eso no es testimonio cristiano. El trabajar mucho es
parte de la vida moderna y cada uno trabaja lo que puede, pero hay que buscar un equilibrio
entre el trabajo, la vida espiritual, las relaciones humanas, la comunidad, de manera que la
persona tenga tiempo para recibir a los demás. Eso es un testimonio. Eso buscan los laicos.
Estamos asustando vocaciones por exceso de trabajo. Los jóvenes no quieren entrar a la
Compañía para vivir agobiados. Les impresiona mucho nuestro ritmo de trabajo y nos admiran,
pero dicen “yo ahí no entro”, “yo no quiero morir tan joven”.
Tenemos que encontrar el equilibrio. Es allí donde Dios nos encuentra: en la realidad, con
nuestros talentos limitados, con nuestra fuerza efectiva, con nuestros límites espirituales y
humanos. Allí hay que trabajar con alegría y con total dedicación. Eso sí, darlo todo. Pero darlo
todo donde estamos, donde Dios quiere que lo demos todo. No como súper hombres que
parecen poder hacerlo todo y, al final, no pueden entrar profundo en nada.
Me preocupa que nos cueste tanto, porque nos cuesta muchísimo, cerrar obras. Somos muy
buenos para empezar, pero es dificilísimo cerrar. Lo he visto en Japón. Ya no teníamos más que
uno o dos novicios, pero el noviciado estaba en Hiroshima, lejos de todas partes. ¿Quién quiere ir
a Hiroshima a dar una conferencia a dos novicios? Pues ya no encontraban ni profesores de
Escritura ni de Teología que quisieran ir. El viaje de Tokio a Hiroshima cuesta cuatrocientos
dólares, un día de ida y otro de vuelta, y luego la semana del curso… ya no se encontraba gente.
Se ha pensado durante varios años llevar el noviciado a Tokio , porque con uno o dos novicios más
el maestro, el cambio es sencillo. Pero no, ¿por qué no? Pues porque este Noviciado es donde
Arrupe fue maestro de novicios, o sea, razones sentimentales y de historia, pero que no
responden a la realidad, que ha cambiado. La Iglesia era muy fuerte en Calcedonia y en Éfeso, y
hoy día esas ciudades son musulmanas, ha cambiado todo. Y en el futuro tendremos grandes

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centros –espero– en África, en la India, y no en Bélgica o en Holanda. Necesitamos esta habilidad
para cambiar y seguir discerniendo.
Yo creo que nos falla el discernimiento por apegos. Y por razones… que no prueban nada. A la
hora del discernimiento, la única razón que cuenta es si algo es para el bien de las almas, del
prójimo, de la Iglesia. Si Dios quiere que nos movamos, nos movemos. Hinoshara es un médico
japonés muy popular, que ha escrito libros sobre cómo envejecer bien. El primer consejo que da
es ser creativo: empieza algo nuevo, eso te mantendrá. Tiene 99 años y sigue ejerciendo. Hace
poco hubo una fiesta en el Palacio Imperial y él fue el maestro de ceremonias. Un jesuita invitado,
porque es amigo del Emperador, dijo que fue una fiesta simpatiquísima. Este hombre de 99 años
dirigía todo. Es cristiano protestante y esto nos viene muy bien, pues nos hace un poco de
propaganda.
Si queremos que nuestra Compañía siga siendo joven y dinámica - llevamos 470 años de vida –
tenemos que seguir creando, abriendo nuevas iniciativas. Y eso supone tener la habilidad de ir
cerrando obras. Ahora tenemos mucha más conciencia de nuestra misión universal. He visto en
Paraguay la importancia de esa misión universal: las reducciones habrían sido imposibles si no
hubiéramos sido universales, porque en ellas había un sacerdote y un hermano, pero si
necesitaban pintura traían un hermano pintor de Italia, si necesitaban música traían un hermano
o sacerdote que sabía música de Alemania, necesitaban decorar las iglesia y traían un orfebre
jesuita de Holanda. Esa capacidad de moverse a través del mundo hace que podamos prestar un
servicio con una calidad que de otra manera no tendríamos. Y en un momento así, necesitamos
mucha más capacidad de discernimiento.
El discernimiento no es fácil, tiene sus condiciones, sobre todo el discernimiento universal. Es muy
fácil decir que tendríamos que tener la habilidad de cerrar una obra en Chile, por ejemplo, para
abrir una obra en Venezuela, porque la obra en Venezuela es mucho más importante para el
Reino de Dios que la obra que hemos llevado por años en Chile y que la podemos dejar en manos
de laicos. Eso es muy difícil y, para poder hacer ese discernimiento hace falta conocer la situación
de Venezuela y la de Chile, porque si no el discernimiento es desequilibrado. Esos son procesos en
los cuales la CPAL continúa caminando. En nuestra asistencia en Asia, nos dimos cuenta de esto
hace unos años, porque se empezó a hablar en esos términos: a lo mejor hay que cerrar una obra
en Japón para abrir en Timor, o cerrar en Filipinas para abrir en Myanmar o en Camboya. Pero
necesitamos tener fronteras mucho más transparentes y mucha más información.
Algo que estaba afectando la cooperación era la falta de información económica: los ecónomos
sabían dónde estaba el dinero, pero los provinciales no sabían. Cada uno sabía del dinero de su
provincia, pero no del de otras provincias. Ahora ya lo saben, la información está comunicada y
hay mucha más participación en la necesidad de las provincias. Vietnam está saliendo de un
régimen opresor comunista que no le dejaba libertad y ahora los jesuitas ya están reconocidos
oficialmente. Tienen 140 candidatos, pero no aceptan más escolares que los que pueden formar,
lo cual es muy sabio. No quieren admitir una masa que luego queda perdida en el mar; aceptan 23
al año, que son los que caben en el noviciado con un maestro de novicios y un ayudante. Pero
sigue habiendo 140 candidatos, que están estudiando en la universidad, esperando madurar para
entrar en la Compañía. Ellos no tienen arca seminarii, no tienen un céntimo para educarlos a
todos. Presentaron el problema a la Conferencia y esta les dijo: “Presentad un plan”. A la
siguiente sesión presentaron un plan: que la Asistencia ayudara con tres millones de dólares y los
otros tres vinieran de otros países. Los tres millones de la Asistencia llegaron en un mes: China
dijo “nosotros damos un millón”, Japón y Australia dijeron lo mismo. Las otras provincias dijeron
“nosotros damos 100 mil dólares”, o sea que recogieron más de lo que querían. Y eso es
importante porque cuando piden a la Asistencia de los EE.UU., esta enseguida pregunta si hay
cooperación de la Asistencia propia. Cuando la hay, ellos están dispuestos a ayudar.

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Hoy necesitamos tener esta perspectiva universal para decir “si aquí nos sobra, África tiene
muchísimas vocaciones pero no tiene fondos”. Estamos ahora buscando un sistema, y los
Provinciales de Europa quieren colaborar, para que Europa que se ha llevado tantísimos tesoros
de África devuelva parte de esto. Hay un bienhechor que ha aparecido de repente en Estados
Unidos que quiere ayudar con millones, muchos millones, a África. Él dice: “he hecho una fortuna
a partir de África y quiero devolver”. Colabora con nosotros en Estados Unidos, un hombre de
motivación cristiana, y se da cuenta de que la única manera de responder con su riqueza es
devolviéndole a África, a la que todos hemos esquilmado. Este tipo de colaboración es muy
importante para un discernimiento abierto, pero esto es imposible si el discernimiento no está
totalmente abierto, si no somos libres para discernir, si no estamos liberados de nuestros apegos
históricos u otros. Por eso san Ignacio quería un desapego total para poder discernir. Todos
conocemos el método de discernimiento, el problema está en si se dan o no las condiciones
básicas para realizarlo.

La Compañía está distraída


La cuarta preocupación es la tentación de la vida religiosa. En todas las provincias estoy repitiendo
que creo que los religiosos somos básicamente buenas personas. Hago un voto de confianza en
ustedes y en mí mismo: básicamente tenemos una motivación cristiana, somos gente de buena
voluntad y queremos hacer algo bueno por la Iglesia y por el mundo. El religioso es básicamente
bueno; no hay religiosos con malicia. Pero, nuestro peligro es que estamos distraídos. Como parte
de mi servicio a la Compañía estoy ahora familiarizándome con los clásicos de la espiritualidad:
san Ignacio, san Francisco Javier, san Juan de la Cruz, santa Teresa de Ávila. Y veo con sorpresa y
gusto –porque estoy aprendiendo– la gran preocupación que tiene, por ejemplo, san Juan de la
Cruz con quitar distracciones. ¿Por qué? Porque la distracción es la gran tentación. Y no me
refiero a distracciones en la oración: esas son secundarias, son pequeñas. Estamos distraídos en la
oración porque estamos distraídos en la vida. Son las distracciones de nuestra vida las que ponen
impedimentos.
Considero que hay distracción cada vez que algo secundario, -sea ideológico, como teorías o
ideas, sea algo personal, como la posición, honor, reconocimiento, o algo relacional con el
superior, con el ministro, con el provincial-, ocupa tanto nuestra mente que se hace primario. Y
tenemos muchas distracciones. Pueden ser cosas, como Internet, o pueden ser personas o
relaciones, o pueden ser situaciones concretas o dolores. Estamos distraídos cada vez que lo
secundario se hace primario. Y, como ustedes ven, estamos muy distraídos y la Iglesia está muy
distraída. Cuando un obispo está tan preocupado por cosas secundarias –y lo está, como lo
estamos nosotros–, está distraído y no está ayudando a la Iglesia. Y lo mismo pasa con nosotros.
Estas distracciones influyen en la oración, pero las distracciones de la oración con las cuales
hemos luchado tanto en nuestra vida son de menos valor. Las distracciones más importantes son
las de nuestra vida, que es lo que realmente nos preocupa. En qué empleamos nuestra energía
espiritual, qué es lo que dificulta nuestro discernimiento: estas son las distracciones importantes.
Yo creo que aquí hay un factor importante de revisión: porque desde san Ignacio hasta Arrupe hay
una constante de entrega total. Arrupe fue mi Provincial tres años y medio. Arrupe tenía sus
defectos –porque era un hombre como todos–, pero nadie puede poner en duda su dedicación
total a seguir a Cristo y a la Misión. Total, sin condiciones y sin espacios de duda. Como san
Ignacio, como san Francisco Javier, como nuestros grandes santos, como Alberto Hurtado. Total
dedicación, concentración, no hay distracciones. Esto es lo que preocupa, esto es lo que importa,
esto es lo que Dios quiere, entonces allá vamos.
Hace poco recibí un powerpoint de Facundo Cabral y la idea central que se repite en todos los
fotogramas es que hay un mundo de belleza y de verdad enorme que Dios nos ha dado. Entonces

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el estribillo es “No estás deprimido, estás distraído” porque no ves ese mundo y ves solamente tu
problema interior o tu apego a esto o a lo otro. Y a todo va diciendo “No estás deprimido, sino
estás distraído”. Yo creo que tiene toda la razón.
El mundo moderno es un mundo de muchísimas distracciones, porque de eso vive. Nos distraen
con la moda para que compremos, nos distraen con ideologías para que votemos, nos distraen
con imágenes. No podemos permitir que nos distraigan tanto. Por eso el análisis de la crisis
pasada nos puede ser útil. Porque yo creo que estábamos distraídos, muy distraídos.

2. Horizontes actuales de la Compañía


Paso a otro tema: los horizontes actuales de la Compañía. Hablamos muchas veces de las
fronteras. El Papa nos mandó a las fronteras y nos gustó. Las fronteras son un símbolo bonito, una
metáfora naturalmente que nos gusta, porque el “macho de la frontera” es John Wayne, Gary
Cooper, para los más viejos. La frontera es una imagen muy bonita, pero es una bella imagen
manipulable. Todo jesuita que quiere hacer lo que le gusta, trata de convencer al Provincial de
que eso es una frontera.
Creo que es un término bueno, positivo y además el Papa nos manda a las fronteras, pero hay que
definirlo. El reto no es la frontera. El problema no es la frontera. La frontera es un conjunto, es
una situación tan difícil, tan problemática, a la cual nadie quiere ir o muchos tienen gran dificultad
para ir. Y el Papa dice “ustedes vayan”. Son situaciones difíciles y que siguen siéndolas después
de ir a la frontera. Antes eran más geográficas. Yo creo haber vivido en Japón una frontera: una
cultura, una mentalidad y un mundo totalmente distintos.
Pero hoy las fronteras son mucho más cercanas y tenemos que tener la habilidad para descubrir
dónde están. Por ejemplo, en educación: ¿tenemos que seguir con colegios o no? Claro que
seguimos con colegios. Primero, porque el colegio es la mejor oportunidad para ayudar a un niño
o a un joven a crecer y a entrar en ese proceso de transformación que quiere san Ignacio; es de
los mejores instrumentos que tenemos. Pero en la educación hay nuevas fronteras que debemos
descubrir. Hay fronteras de desarrollo del cerebro que suponen un nuevo estudio de
bioneurología o neurobiología. Por ejemplo, el Gobierno japonés reconoció hace unos años que
su sistema de educación había crecido en ciencias, matemáticas, memoria, pero había perdido
imaginación, creatividad y sentido crítico, que es justo lo que la educación jesuítica quiere
comunicar. Un amigo mío, que es el jefe de una gran empresa electrónica, me dice que en la
empresa están muy preocupados porque los nuevos funcionarios no tienen imaginación ni
creatividad. O sea, el fruto de esa educación que el Gobierno nipón reconoció, pero que no
cambió, se ve ahora en la empresa. En la empresa se están preguntando: ¿podremos en el futuro
dejar esta empresa en manos de estos operarios? Y les llaman irónicamente la “generación del
manual”, porque son personas que han crecido con manuales. Todo viene con un manual y lo
manejan estupendamente, pero les quitas el manual y no saben qué hacer. En una empresa que
está en una época de creatividad, de cambio, de crecimiento, eso es muy serio.
En la Compañía nos puede pasar algo parecido. No podemos permitir que nos falte esta
creatividad. Por lo tanto, la frontera nos puede decir dónde están los problemas, pero no nos dice
más. Nos dice solamente aquí hay un problema muy difícil, nadie sabe qué hay que hacer y los
jesuitas tienen que ir a ver qué se puede hacer. Yo creo que hay que agregar otra palabra.
Frontera tiene que ir con horizonte. Estamos en la frontera y tenemos horizontes, hay que estar
en la frontera mirando el horizonte. ¿Qué horizonte? El del Evangelio, eso está claro. Nuestros
horizontes son horizontes de evangelización, de Cristo. No estamos en la frontera no estamos
solamente por estar en ella: estamos mirando al horizonte, pero en la frontera.

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Estamos llamados a vivir en la frontera con un método ignaciano, con una manera de proceder –
como nosotros decimos–, un camino ignaciano. En la frontera aprendemos a discernir los
problemas de ella, aprendemos a investigar, a buscar, colaboramos unos con otros para ver cuáles
son los problemas de fondo para poder servir mejor. Esta combinación de frontera, horizonte y
camino es importante. El camino es el ignaciano; el horizonte es el Evangelio, es Cristo.

3. Nuestra misión
¿Cuál es nuestra misión hoy? Nuestra misión, por supuesto, viene determinada por el
discernimiento local. Yo no puedo decir cuál es la misión de Chile. Saberlo es fruto de un
discernimiento que tienen que hacer ustedes con sus colaboradores. Quisiera referirme a la visión
del Evangelio que nos debe orientar, a la actitud pastoral fundamental y al estilo comunitario.
La visión tiene que ser la del Evangelio y por lo tanto tenemos que aprender a incorporarla. Y una
parte muy importante de nuestra formación es todo el proceso de incorporar la visión del
Evangelio de una manera inteligente, con una filosofía seria, con una teología adecuada. Es todo
un proceso de interiorización y de incorporación. Digo incorporación porque se parece a
encarnación. En tiempos de Ignacio se hablaba de las tres vías: purgativa, iluminativa y unitiva,
pero san Ignacio en los Ejercicios establece cuatro semanas. En la espiritualidad hindú hay cuatro
estadios y al último estadio, que correspondería a la cuarta semana a la contemplación para
alcanzar amor lo llaman en inglés “embody vision”, “visión hecha cuerpo”. Si nuestra
espiritualidad no se hace cuerpo, es teórica. No basta con definir, nombrar o encontrar la palabra
justa: hay que hacerla cuerpo, o sea que nuestro cuerpo exprese el Evangelio. La encarnación, la
eucaristía, la resurrección son todas corporales. Mientras la espiritualidad cristiana no se dé en el
cuerpo, no ha llegado a su madurez. La visión, por lo tanto, es la del Evangelio, pero hecha
cuerpo.
La actitud fundamental de san Ignacio, y yo creo que tiene que seguir siendo la nuestra, es
eminentemente pastoral: ayudar a las almas. Santificarnos a nosotros, pero ayudar a las almas. Y
esta es una ayuda integral, total. Ayudar a las almas a crecer, a las personas a ser como Cristo, a
llegar a la estatura de Cristo. ¿Qué es para mí lo más serio de los abusos sexuales a menores? Que
esta dirección pastoral se ha corrompido, se ha roto completamente, y en lugar de llevar a las
personas a Cristo, los traemos a nosotros para abusar, para sacar ventaja de ellos; esto es un
abuso completo de nuestra misión. Se tergiversa totalmente la dirección de la pastoral. Y eso no
solamente con niños; puede pasar con personas mayores, puede pasar con todo tipo de personas.
Cuando, en lugar de ayudar, estamos atrayendo a la gente hacia nosotros, porque queremos ser
más populares, queremos gozar más o lo que sea, estamos rompiendo completamente la misión
que Dios nos ha dado.
El estilo es comunitario, y esto sí es nuevo. Uno de los temas de la Congregación XXXV que se está
estudiando más en todo el mundo, en distintas comunidades, y se ha recibido muy bien, –y se
está estudiando porque es un tema que no es fácil–, es la comunidad. ¿Por qué la Congregación
XXXV habla del tríptico identidad-comunidad-misión y por qué habla de “comunidad como
misión”? Es algo nuevo en nuestro lenguaje. Esto se está estudiando con mucho interés y creo
que es un tema importante porque se refiere a nuestro estilo. Nuestra manera de trabajar tiene
que ser con la comunidad al centro.
Yo he pasado por diversas maneras de comprender la comunidad. Desde la mal entendida
fórmula de san Juan Berchmans, mea maxima paenitentia vita communis, que era bastante
negativa y no ayudaba mucho a la vida de comunidad, a la communitas ad dispersionem, que
también fue un término popular, sobre todo entre los que vivían fuera y que no gustaba al
P.Kolvenbach quien decía que lo correcto era communitas ad missionem, para la misión. Ahora se

Visita del Padre Adolfo Nicolás, S.J. - Página | 23


dice no solamente “para la misión”, que es verdad, sino “como misión” porque nuestra vida ha
cambiado radicalmente.
Antes teníamos clausura y vivíamos en nuestras casas totalmente aislados. Los laicos nos veían
solamente en el ministerio y creían que en nuestras casas estábamos siempre rezando y
cantando salmos, no sabían de nuestros problemas. Hoy, en un proceso de crecimiento, las
puertas están abiertas, tenemos más hospitalidad, la gente viene a nuestras casas. Pero, ¿qué ve
un huésped cuando lo invitamos? ¿A qué lo invitamos? ¿a cenar, a hablar de fútbol, a ver un poco
de televisión y volverse a casa? Eso es muy poco. Vienen a nuestras comunidades, no nos ven
rezar juntos, no nos ven colaborando con gran entusiasmo, a veces oyen a un jesuita criticando a
otro, lo que es un escándalo para la misión. La gente dice: “Estos hablan muy bien, pero no viven
lo que hablan”. Los laicos nos miran y ven todo. ¿Qué es lo que ven y qué es lo que quieren ver
cuando vienen a nuestras casas? Eso es lo que contarán ¿Dirán: “He estado en una casa jesuita y
¡se come bien!”, “los jesuitas son muy humanos, hablan de fútbol como todo el mundo”? ¿O
dirán: “Da gusto entrar a una casa jesuita, hay paz, se puede rezar bien…”, “los jesuitas se tratan
con cariño…” , “tú ves un sentido de colaboración entre ellos…”? Son dos testimonios muy
distintos en vista a la misión.
El biblista Gerhard Lohfink dice que en el Nuevo Testamento la palabra comunidad no aparece,
porque no habla de esencias y usa pocos nombres. El Nuevo Testamento habla en verbos activos.
Si buscamos expresiones que tienen que ver con la palabra “mutuo” o “unos a otros”,
encontraremos infinidad de ellas. Solamente en Pablo hay más de 80 textos: “ayúdense unos a
otros”, “sírvanse unos a otros”, “alégrense unos a otros”, “cántense salmos unos a otros”,
“perdónense unos a otros”, “carguen con la carga del otro”. Yo he usado a veces una lista en
oraciones con laicos para formar comunidad. Cada uno dice una frase y el efecto acumulativo es
impresionante. Eso es comunidad. No se trata de definir, no es tener un documento, sino es
actividad que pasa entre nosotros: es apoyarnos, es querernos, es ayudarnos, es perdonarnos, es
tener paciencia unos con otros. Eso es lo que la Compañía puede comunicar a la Iglesia. Tenemos
algo que comunicar, porque no nos hemos juntado porque seamos amigos. Dios nos ha juntado
para que seamos amigos, que es muy distinto. Y ahí hay más profundidad, más aceptación, hay
una apertura que generalmente suele ser difícil. Sin embargo, se toma porque Cristo nos da ese
plus de energía, de apertura, de entusiasmo para poder aceptar al difícil, de manera que la
solución del Provincial no tenga que ser siempre cambiar a un compañero de comunidad. “Esos
dos ya están tirándose los trastos a la cabeza y si no los separamos van a terminar mal; mejor los
separamos.” Eso es una solución muy pobre. A veces es la única solución, pero eso indica que no
hay comunidad, que no tenemos una actitud comunitaria. El mensaje que a mí me queda es que
el cristiano es esencialmente comunitario. Vaya donde vaya crea comunidad porque acepta,
perdona, alegra, apoya, aguanta. Por lo tanto, no es cuestión de decir “las condiciones para que
haya comunidad es que seamos tantos o cuantos o que tengamos una casa con tales
características”. La condición es interior, es una actitud, un estilo.
Hablando todavía de la misión, ¿cuál debe ser el sentimiento dominante? Creo que es la
compasión y en eso Alberto Hurtado nos da un ejemplo extraordinario. El sentimiento dominante
de todo pastor es la compasión. Que es una compasión discernida, sapiente, inteligente. La
compasión está resultando ahora el término común a todas las religiones. La profundidad del
budismo es compasión. ¿Por qué? Porque todos participamos del vacío fundamental de la
persona humana. Toda persona humana, y eso la psicología moderna lo aceptaría
completamente, está apoyada en el vacío, no tenemos base. Lo que llaman no solamente finitud,
que es limitación, sino ausencia de base, groundless. La persona humana es groundless. Por eso
somos tan vulnerables. Por eso un terremoto es una experiencia tan horrible, porque nos hace
sentir la debilidad fundamental de la persona. Por eso viajar en avión le da tanto miedo a mucha
gente, porque en el momento en que empieza la turbulencia parece que no hay base, y entonces

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nos quedamos con nosotros mismos, con nuestros miedos, con nuestra inseguridad. Hay que
captar esto, y la fuerza del budismo está aquí, captar que todos carecemos de base. Por lo tanto,
la compasión brota espontáneamente frente a los demás. Los demás no son objeto de juicio: son
objeto de compasión.
Eso vemos en el Evangelio. A los que los fariseos consideran dignos de exclusión, porque son
impuros, Jesús los considera sus amigos porque provocan su compasión y mueven sus entrañas.
Este es el sentimiento básico de toda religión. Tanto, que Karen Armostrong, en su reciente libro
La gran transformación que estudia lo que pasó en el tiempo axial, afirma que una de las
intuiciones de aquel tiempo fue que ser una persona religiosa es ser compasivo. Alberto Hurtado
es santo porque fue compasivo hasta el fondo.
Y eso se puede ejercer en cualquier profesión. ¿Cómo podemos hacer una universidad cristiana?
Llenándola de compasión, de manera que su investigación y todo su trabajo sea para ayudar a la
humanidad. La gran preocupación de todo grupo religioso es que todo lo que se tiene sea para los
que sufren, para los pobres. ¿Cómo reducir el sufrimiento, la pobreza, la inhumanidad, la
violencia?
Y termino lo que quiero decir sobre la misión. El límite es la cruz. Quiere decir que no hay límites.
Cuando san Ignacio intuye en la Storta que Dios le pone con su Hijo en la cruz, ya sabe que no hay
límite, ahora hay que morir. Yo invito siempre a los jesuitas, de mi edad, a que, mirando al
pasado, vean si hay una fecha de la cual puedan decir “yo morí aquel día, desde aquel día yo estoy
muerto”. La paradoja, y a mí me gustan las paradojas porque el budismo me ha enseñado a
apreciar la paradoja, es que san Ignacio nos quiere muertos para nosotros mismos, pero
totalmente vivos para el servicio y el ministerio. Y esa es una paradoja: ¿cómo estar totalmente
vivos y muertos al mismo tiempo?
En mi historia no he muerto todavía, estoy distraído, pero cuando me eligieron General fue un
momento crítico de decir: “¿Ahora qué hago, acepto o no acepto?” En un segundo estaban ya
todos estos señores aplaudiendo, pero en ese momento lo que yo sentí es: “Quizá es la última
oportunidad que me da Dios para morir”. Y creo que vale la pena. No creo que morí el 18 de
enero, pero es una fecha que me invita. Y el test es si soy capaz de morir o no para dar vida.
Y termino con un ejemplo. Roberto Begnini, el director de cine italiano de La vida es bella, hizo en
Florencia una muy hermosa presentación de La Divina Comedia. Analizaba capítulo por capítulo y
al final lo recitaba de memoria. Cuando llegó al capítulo cuarto del Infierno, quiso hacer un chiste
con el cual todos rieron. Dijo: “Hay una cosa que no entiendo, el primer mandamiento de la Biblia
dice crezcan y multiplíquense y yo veo que los religiosos ayunan y viven célibes”. Cuando lo oí,
pensé que era una lástima que Begnini, un hombre tan inteligente y sensible, no hubiera
entendido que a veces hay que morir para que otros vivan, o sea, que lo de creced y multiplicaos
no es un mandamiento individual, sino a la humanidad. Y para que otros vivan, algunos tenemos
que morir. La paradoja nos reta, nos desafía. La Compañía, la Iglesia, el tiempo, la historia, y en
ella Dios, nos dan muchas oportunidades para morir. La cuestión es si seremos capaces de morir
para vivir plenamente.

PREGUNTAS
- Óscar Jiménez: En estos momentos estoy sirviendo a 2.000 km de acá, en el norte, a petición del
obispo de la Diócesis, en el terreno de la espiritualidad. Estoy colaborando desde hace tres años.
La primera pregunta es qué posibilidad hay en la Compañía de que el cargo de General no sea
vitalicio. La segunda es referida a la distinción que hay en la Compañía con jesuitas de cuatro
votos y de tres votos: ¿qué posibilidad hay de que eso se unifique y haya una sola calidad de
jesuitas? Porque lo primero me parece anacrónico y lo segundo me parece discriminatorio y que va

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de alguna manera en contra del espíritu del Concilio que quería que se generaran relaciones de
otra manera.
- Dos preguntas sólidas. Respecto al carácter vitalicio del cargo del General, creo que hay un
sentimiento general de que podría cambiar o tendría que cambiar. Antes de la Congregación
General XXXV se hizo un comité jurídico en que había tres canonistas y dos presidentes de
Conferencia, uno de los cuales era yo, para presentar temas a la Congregación. Uno de los temas
era precisamente este. Nuestra recomendación era no hacerlo vitalicio, sino temporal.
Pensábamos que, como para el Provincial son seis años como máximo o más o menos, en el caso
del General podría ser hasta 1doce, para no hacer una transición muy violenta de ser vitalicio a
tener seis años. Pero cuando se presentaron las listas de temas a la Santa Sede, el Santo Padre
indicó que no se tratara ni se cambiara. Históricamente, la raíz de esta dificultad de cambiarlo
está en el generalato de Acquaviva, quien fue General durante 32 años. Parece que cuando ya
llevaba veintitantos años, los jesuitas empezaron a murmurar: “todavía tenemos a ese general;
ya podría cambiar. Acquaviva sabía de esas murmuraciones y estaba dispuesto a dejar el cargo y
en un encuentro con el Papa, le dijo: “Parece ser que en la Compañía hay un poco de descontento
o inquietud sobre que el General sea vitalicio, o sea, que a lo mejor lo tendremos que repensar”.
Pero el Papa le respondió: “De ninguna manera” y transformó el punto en uno de derecho
pontificio, por lo que no lo podemos cambiar sin su anuencia. Si no hubiera sido de derecho
pontificio, una Congregación General lo podría cambiar, como lo hicimos con otros puntos al
aprobar las Normas Complementarias.
El camino que queda es renunciar, como quiso hacer Arrupe y no pudo, como quiso hacer
Kolvenbach dos veces y no pudo, y a la tercera Benedicto XVI le dio permiso. Yo pienso hacer lo
mismo. Si empiezo a decir tonterías, los cuatro asistentes ad providentiam (uno de ellos es el P.
Marcos Recolons, aquí presente) se encargarán de recluirme para que no haga daño a la
Compañía. Ellos se reúnen cada tres meses para evaluar cómo estoy de salud, cómo estoy de la
cabeza… y eso me lo dicen muy bien, pero me lo dicen. Yo creo que eso es magnífico, porque de
lo que se trata es de servir. La aceptación de la renunica del P. Kolvenbach queda como un
precedente y como un camino normal. Pero la legislación no la podemos cambiar nosotros.
Acerca de la existencia de profesos y coadjutores espirituales, no comparto el que esto sea
anacrónico y discriminatorio. Lo que es anacrónico y discriminatorio es la manera como
históricamente se desarrolló la distinción entre profesos y coadjutores espirituales. En la visión de
san Ignacio era una cuestión espiritual. Todos los jesuitas que se incorporan participan
igualmente en la misión. No hay discriminación para la misión; bienvenido el que tenga el
espíritu, talento y pueda ayudar.
Pero los profesos son los custodios del espíritu de la Compañía. Por eso hacen una promesa
especial de restringir la pobreza si hace falta, de mantener el espíritu de la Compañía en pie y en
buen estado. Yo interpreto como providencial el que la Santa Sede no nos haya dejado cambiar
eso en la Congregación XXXII. Lo veo como providencial, porque ahí tenemos una protección del
Instituto y del espíritu de la Compañía. Estoy viendo ahora las presentaciones que me vienen de
toda la Compañía para últimos votos y a veces me pregunto: “Cómo es posible que a esta persona
la presenten para profeso”. “Es que lleva ya 20 años en la Compañía, tiene problemas pero vienen
de antes”. Son personas difíciles, que incluso en el apostolado pueden crear problemas con los
laicos, o sea, no van a ser una ayuda. Y son presentados para profesos porque en algunas
provincias, ya desde la Congregación General XXXII, por un malentendido, creyeron que había
cambiado el sistema y todos iban a ser profesos. Yo digo “no”. La pregunta que me hago siempre
cuando viene un caso de profeso es: ¿yo dejaría la Compañía en manos de este compañero? Si la
respuesta es “sí”, muy bien, cuatro votos. Si la respuesta es “no lo veo, no lo sé”, entonces no.

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Yo voy a ser General poco tiempo, soy ya mayor, los 80 ya se acercan y los 80 es la fecha. Mi única
preocupación es dejar la Compañía en buenas manos. Por lo tanto, la incorporación definitiva es
algo que no he querido delegar y me la reservo. Porque quiero que los profesos realmente sean
personas de profundidad espiritual y de profundidad intelectual para mantener el espíritu y el
Instituto de la Compañía en toda su forma.
Eso no tiene nada que ver con el examen ad gradum. Por eso digo, lo que es anacrónico es que
eso derivó en términos medio sociológicos, medio intelectuales, y san Ignacio no pensaba en esos
términos. Pensaba en términos del Instituto de la Compañía y que el profeso tienen que ser -y por
eso es más difícil-, una persona totalmente disponible, totalmente atenta al Espíritu para
discernir, para buscar lo que es mejor para la Iglesia y para la Compañía.
Hoy día, como saben ustedes, tenemos muchos jesuitas que trabajan estupendamente, con gran
generosidad y tienen mucho talento. Pero el sentir con la Iglesia es regular; su pobreza, más o
menos. Ellos no van a ser los custodios del espíritu de la Compañía. Se trata de un principio
espiritual. San Ignacio tuvo una intuición –por eso no es anacrónico, no es una cosa que cambie
con los tiempos– de que el ministerio puede ser ejercido por muchos, pero que el Instituto de la
Compañía no puede ser puesto en manos de todos.
Lo que yo pongo en la profesión es un plus de profundidad, de dedicación, de intuición en lo
ignaciano. Cuando un Provincial habla con alguno sobre los últimos votos tiene que presentarlos
en esos términos. No debe decir: “De Roma no te dan más que el ser coadjutor espiritual”, ya que
eso es negativo, sino decir que la profesión significa esto y esto… y queda abierta. Ya en tiempos
de san Ignacio a una persona se le daban tres votos y eso significa que la Compañía se fía de él;
son individuos que pueden contribuir a nuestra misión perfectamente. Queda abierto el que en el
futuro haga los cuatro votos. Pero si se da la profesión a alguien que tiene cuestiones pendientes,
que es una persona difícil y en comunidad no hay quien viva con él, el nivel de la Compañía
empieza a bajar. En conciencia, no puedo apoyar ese proceso.
- Pablo Walker: ¿Qué aperturas y qué rigideces ha descubierto usted en la Compañía de Jesús en
vista a potenciar verdaderamente la capacidad apostólica y el liderazgo de los laicos?
- Yo encuentro mucha apertura. Una de las cosas que me dan alegría y esperanza cuando voy
visitando distintas provincias es que, como hemos tenido esta mañana y tendremos esta tarde,
también los provinciales me preparan un encuentro con colaboradores. A veces, colaboradores de
nuestros colegios o universidades, o colaboradores en obras sociales, o en movimientos como
CVX, o con jóvenes que están pensando en hacer algo por la Iglesia o por el apostolado. Eso a mí
me da mucha confianza porque veo allí una gran posibilidad para nuestro apostolado.
En Australia celebraron, hace seis o siete años, 150 años de la Provincia. Eran entonces 160
jesuitas nada más y con un buen grupo ya de cierta edad, pero con gran entusiasmo. El eslogan
era “Una misión para 2.000 personas”, porque dos mil es el número de colaboradores laicos. En
Australia esto va muy bien y han abierto todas las posibilidades de cooperación siguiendo el
principio de que si el Espíritu da el don y el talento, quiere decir que eso es algo que puede
contribuir tanto a la Misión de Cristo como los talentos que tenemos nosotros. Cuando estuve en
Australia, no de General sino antes, encontré laicos de gran altura. Y los estoy encontrando en
Estados Unidos, en Montevideo, Asunción, Buenos Aires y, esta mañana, en Infocap. Gente que
realmente vibra, como nosotros, con los problemas de la sociedad. Los jesuitas en general están
muy abiertos a esto y están cultivando realmente laicos de altura.
Hay también reticencias. En general –no quiero generalizar ni tampoco acusar a nadie– donde hay
muchas vocaciones, hay menos entusiasmo por la cooperación laical. Eso quiere decir que todavía
no hemos entendido la parte teológica de por qué los laicos son importantes. Los laicos son
importantes porque nuestra misión no es nuestra misión; es la misión de Cristo. Por tanto, todo el

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que pueda contribuir a la misión de Cristo es nuestro colaborador. Eso no lo han visto todos.
Creen que ahora vamos a los laicos porque hay pocos jesuitas y se trata de llenar agujeros. Esa es
la perspectiva equivocada.
Y las reticencias vienen a veces por cuestiones de identidad. “Si los laicos hacen lo que yo hacía
antes, ¿qué significa que yo sea jesuita?” Es poner la identidad donde no corresponde: en el
trabajo, en el título, en el cargo. Y eso no tiene nada que ver. La identidad es una identidad
vocacional, es espiritual.
Otros tienen reticencias referidas a la dirección de la obra. Dicen: “¿Qué garantías tienes de que
esta obra siga siendo ignaciana si está dirigida por laicos? Y eso supone que hace falta un proceso
de educación y formación de laicos, para que participen plenamente de la visión ignaciana. Y los
laicos responden generalmente muy bien y con gran profundidad.
Hay problemas de obediencia, que a veces a mí me suenan a excusa. Dicen: “Ii el laico es el
director del colegio, ¿le tengo que obedecer?” como si hubiera aquí un argumento. No hay que
obedecer por obediencia, pero sí por sentido común. Es de sentido común - del que todos los
laicos participan- que en las instituciones hay un reparto de responsabilidades y se obedece al que
tiene la responsabilidad de dirigir. ¿Por qué los jesuitas no podemos entender eso? Son
argumentos falaces que revelan una cierta reticencia o dificultad en “dejar ir”, porque muchas
veces queremos el control. Algunos dicen: “Entonces, ¿quién controla esa obra?”. La controlamos
entre todos. Lo fundamental no es controlar, sino participar, animar, formar.
La colaboración con los laicos no es algo automático. Requiere mucho esfuerzo, mucha probación
para mantener la identidad, para mantener la dirección de la obra, etc. Pero hay que hacer ese
esfuerzo. Nosotros esperamos que los jesuitas respondan a la identidad fundamental y a veces los
laicos lo hacen mucho mejor que nosotros. En la Universidad Sofía hemos tenido ya tres
presidentes laicos, los tres de primera calidad. En un momento de crisis nos ayudó muchísimo
que fuera un laico, porque él se enfrentó con los estudiantes. Nos hizo una ayuda enorme, porque
la tendencia es culpar a la Compañía por todos los problemas que aparecen en la institución. Este
laico fue una gran defensa. Ahora tenemos por primera vez un laico que no es ni siquiera
cristiano, pero yo puedo decir, por lo que lo conozco y he visto, que es mucho más colaborador
con los jesuitas que algunos jesuitas que han sido presidentes de la Universidad. Todo depende de
saber seleccionar y de darle todos los elementos que hagan falta para que la cooperación sea una
cooperación creativa.
- Marcelo Gidi: P. Adolfo, usted estructuró su discurso desde lo que le preocupa y se lo agradezco,
pero a mí me gustaría saber también qué es lo que lo motiva, lo entusiasma, para proyectar en la
Compañía de Jesús con 19.000 personas, pero también para traer a otros no a aquello que nos
preocupa, sino a aquello que nos puede abrir a las fronteras. Es decir, ¿cuáles son los horizontes
maravillosos que tenemos por delante como Compañía de Jesús, en el mundo?
- Gracias por la pregunta. Mi principio es que nuestros puntos fuertes son nuestras tentaciones.
Por lo tanto, lo que me preocupa indica donde la Compañía tiene sus mejores horizontes. Si me
preocupan las distracciones es porque yo creo que en la espiritualidad ignaciana hay un factor de
entrega, de generosidad, de apertura a horizontes amplios, que no podemos nosotros perder por
distracciones secundarias. Si me preocupa la formación es porque creo que la formación seria en
la Compañía tiene gran capacidad para integrar y producir la transformación y el cambio que san
Ignacio esperaba de todos nosotros. Yo creo en la formación, por eso me preocupa el que sea
genuina. Creo en el trabajo intelectual y por eso me preocupa que sea un trabajo al servicio del
Evangelio, de la sociedad, de los pobres. Por eso, en toda la Compañía se está haciendo ahora un
esfuerzo enorme para la cooperación intersectorial. Antes había muchos colegios colaborando
con colegios, universidades con universidades… eso ha funcionado muy bien, porque ha habido
apertura, ha habido comunicación y ha habido mucha inteligencia en el proceso. Hoy día se está

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pensando, como vimos en México, en la cooperación intersectorial. Colombia se está
reorganizando en esos términos: en lugar de sectores se habla de regiones que colaboran.
España está pensando el nuevo sistema para la nueva provincia y yo les animé a que fuera una
provincia distinta de lo que hemos considerado provincia hasta ahora, teniendo en cuenta
diversidades culturales, lingüísticas, etc. Y están hablando de plataformas, aunque la palabra es
secundaria. Plataformas regionales, pero también plataformas apostólicas. Una plataforma
apostólica podría ser, por ejemplo, Concepción o Santiago, donde una universidad, dos colegios,
tres parroquias y uno o dos centros sociales forman una plataforma apostólica y colaboran entre
ellos. Entonces los problemas que aparecen en la parroquia, en el centro social y en la educación
son los temas que la universidad va a investigar, y luego la universidad va a ayudar a los otros
sectores apostólicos para que vayan en profundidad. Esta capacidad es una de las cosas más
atractivas que yo veo en la Compañía. Es la capacidad también de universalidad: esa libertad para
que me manden a donde sea. Esa ha sido la fuerza de nuestras grandes obras en el pasado y yo
creo que seguirá siendo la fuerza de nuestras grandes obras en el futuro.
Repito: el reverso de mis preocupaciones son las fuerzas de la Compañía.
Algo semejante ocurre con el discernimiento. Él es quizá de las mejores contribuciones que ha
hecho san Ignacio a la Iglesia; pertenece a la Iglesia. Pero la Iglesia espera que nosotros les
ayudemos.
Me preocupa que hablemos mucho de discernimiento, uno de nuestros grandes instrumentos, y
a que a veces nos falten las condiciones básicas El mismo Gustavo Gutiérrez, ya entrado a los
dominicos tuvo una entrevista con un periodista que le preguntó dónde está ahora la teología de
la liberación, y él dijo: “Sigue vigente, porque mientras haya pobreza, hay preocupación, pero
ahora toda la reflexión va por la línea de la espiritualidad para los laicos, porque ellos son los que
tienen que llevar adelante toda la preocupación social”. Entonces el periodista le preguntó: “¿Qué
tipo de espiritualidad le daría usted a los laicos?” Sin titubear dijo: “La espiritualidad ignaciana”.
Yo creo que es por el discernimiento. Es un instrumento que hace que el laico pueda decidir sobre
sus negocios, sobre su familia, sin necesidad de correr a preguntarle al párroco qué tiene que
hacer. Le da los instrumentos interiores para poder discernir. Tenemos un tesoro que debemos
cultivar con especial intensidad.
Me preocupan las distracciones porque yo creo que en nuestra espiritualidad y en la
espiritualidad cristiana hay una llamada a la concentración, a la unificación. San Ignacio lo repetía
tantas veces: hay que estar todo en lo que estamos haciendo, vivir plenamente el magis, que no
es de posición ni de producción sino de profundidad, de intensidad, de Cristo en nosotros.
Ésos son factores que creo que siguen vivos y siguen con una fuerza tremenda en nuestro
apostolado. Y en la promoción de vocaciones creo que esto es lo que tendríamos que ofrecer a los
jóvenes. Pero eso en términos que los jóvenes puedan entender.
El Provincial me dice que a lo mejor estaría bien, para terminar, decir algunas palabras sobre las
relaciones con la Santa Sede, que es siempre un tema importante porque estamos al servicio de la
Iglesia.
Tengo que confesar que estoy en una situación privilegiada en cuanto a las relaciones con la
Santa Sede gracias al P. Kolvenbach. Al final del P. Arrupe, como saben ustedes, hubo una crisis
profunda y el P. Kolvenbach heredó una situación de desconfianza frente a la Compañía. Coincidió
con un papa, Juan Pablo II, que tenía muy poca experiencia en trabajar con religiosos, y tenía más
experiencia de trabajar con grupos laicales o con movimientos o grupos tipo Opus Dei u otros.
Juan Pablo II siempre tuvo una duda respecto a los religiosos. El P. Kolvenbach ha trabajado 24
años sobre eso. Creó muy buenas relaciones con la Santa Sede, por lo menos, de confianza. Mi
impresión es que es confianza personal, o sea, consiguió el respeto de la Santa Sede frente a

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Peter-Hans Kolvenbach. Él es un hombre de mucha altura intelectual, espiritual, personal, y tenía
un influjo enorme –y yo lo sigo oyendo de los generales– en otras órdenes. Todos los que
conocieron a Kolvenbach hablan de él como un hombre realmente de mucha altura. El P.
Kolvenbach ha suavizado muchísimo las relaciones con la Santa Sede.
Queda todavía la tarea de que esa confianza hacia el General se extienda a toda la Orden. Eso
todavía no está conseguido, porque hablando con cardenales de la Santa Iglesia Romana mi
impresión es que ellos viven de lo que les dicen los obispos. Por lo tanto, la relación con los
obispos locales influye muchísimo en la manera como miran en la Santa Sede a la Compañía.
Cuando un Cardenal me ha dicho a mí algo crítico de la Compañía, nunca dice: “Yo creo…” o
“Ustedes tienen el siguiente problema…”; siempre dicen: “Los obispos de tal país me dicen
que…”, ese es el lenguaje. Por lo tanto, las relaciones con la Santa Sede dependen en gran parte
de las relaciones que tengamos con los obispos. Ellas pueden ser de cooperación, de
entendimiento, de apoyo. Y el apoyo, en ocasiones puede ser simplemente decirles lo que
estamos haciendo.
Aquí hay una labor pastoral. Yo he entendido siempre que tanto los obispos como el clero son
objeto pastoral de los laicos y de los religiosos. O sea, el obispo no es la autoridad de la cual yo me
tengo que defender: es una persona limitada a la que yo puedo ayudar. Eso es un cambio
importante y también lo aplico a los laicos. Esto lo entendí cuando hice un año Ejercicios sobre el
evangelio de san Mateo. Para prepararlos estuve leyendo sobre san Mateo, porque mi formación
bíblica era muy débil. En san Mateo, la misma parábola de la oveja perdida, no es la oveja perdida
y el buen pastor, sino está presentada de tal manera que deja entrever que es la oveja perdida y
una comunidad de pastores. Es la comunidad cristiana que se preocupa por todos, por lo tanto, el
obispo es también objeto de nuestra pastoral. A los obispos les da mucha paz y lo entienden
mucho mejor cuando le decimos de antemano lo que vamos a hacer o el proyecto que vamos a
emprender. Si se encuentran con paz y lo entienden, no se pondrán a la defensiva frente a
nosotros y no tendrán que informar negativamente a Roma.
Las relaciones con el Papa han sido muy buenas desde el principio. Cada vez que me encuentro
con él, y no lo encuentro todos los días, me ha retenido la mano (mientras que a otros les
echaban para que no lo entretuvieran), para decirme que la Iglesia continúa esperando de la
Compañía lo que dio san Ignacio en términos de profundidad teológica, y espiritual; esto me lo
repite continuamente. Y siempre que puede, me insiste en los Ejercicios Espirituales. Eso es lo
que él ha experimentado de joven: jesuitas que le han ayudado como directores espirituales,
profesores de teología y acompañantes de Ejercicios. Eso nos ayuda muchísimo porque el Papa
nos da ahora a nosotros un voto de confianza, nos hace una invitación y está esperando que
respondamos pues –como he dicho antes– él tiene experiencia de jesuitas que le han ayudado,
tiene una imagen buena de la Compañía.
Desde un principio me he sentido muy aceptado por él y, además, me ha expresado
positivamente lo que él espera de la Compañía. El Papa espera que los jesuitas sean los hombres
que piensan, que traigan pensamiento a la Iglesia. Que contribuyan a que la Iglesia no se vaya por
lo superficial, que es siempre una tentación para ella. Que los jesuitas sean personas de estudio
que aporten profundidad, que contribuyan a la formación del clero.
Y espera de nosotros profundidad espiritual: los Ejercicios, una espiritualidad honda. En un
momento me dijo, por ejemplo, “un buen jesuita para mí es como el cardenal Navarrete.” El
padre Navarrete es una persona que no es el hombre de los medios de comunicación,
despampanante, que deja a todos aturdidos. Es una persona muy sencilla, muy humilde. Ha sido
profesor en la Gregoriana con gran estudio, pero muy espiritual. Y el Papa eso lo ha apreciado.
Por eso lo hicieron Cardenal: para comunicar a los religiosos “ese es el tipo de religioso que a mí
me gusta”. Ahora está en la enfermería, con poca conciencia de muchas cosas, pero ha sido un

Visita del Padre Adolfo Nicolás, S.J. - Página | 30


hombre que ha mantenido ese espíritu de sencillez y de humildad toda su vida y eso ha tenido un
impacto.
El Padre Reese dijo: “El Vaticano no es una burocracia (de papeleo), es una corte, donde hay un
rey y hay príncipes; y si el rey nos sonríe, todos los príncipes nos sonríen”. Eso es lo que estoy
experimentando. Todos los años en primavera (mayo, junio) yo voy a saludar a todos los
cardenales que tienen que ver con la Compañía, para informarles y también para informarme de
los problemas que pueda haber y encuentro una recepción muy amigable. No faltan problemas,
sobre todo en una o dos congregaciones, pero en general es una recepción muy amigable y muy
positiva. Pero están observándonos. Mi impresión es que nos han dado un voto de confianza,
pero no un cheque en blanco y están esperando que respondamos. Me parece que la respuesta
está viniendo de muchas formas y lo noto en la manera cómo me hablan desde distintos sitios.
Para esto, como he dicho, es importante nuestra relación con los obispos.
Resumiendo: las relaciones con la Santa Sede, en general, van bien. Por ejemplo, ahora estamos
cambiando los secretariados y uno que ha cambiado y encontrado su forma es el Secretariado de
diálogo con otras religiones. Ya no tenemos un secretario en Roma. Hemos hecho un equipo
integrado por ocho consejeros a distancia (probablemente se agregarán otros dos), expertos en
distintas religiones que trabajan en su país. Tenemos un jesuita profesor de hinduismo, que está
envuelto en el diálogo con el hinduismo en la India; otro en Sri Lanka, para el budismo; otro en
Alemania, para el Islam; otro en Estados Unidos, para el ecumenismo; otro en la Gregoriana, para
el judaísmo; y dos para las religiones tradicionales (indígenas o como se llamen, pues los términos
cambian), uno en Latinoamérica, otro en África. Y a lo mejor a estos dos se les suman uno para las
religiones tradicionales de los Estados Unidos y otro para las de la India, donde hay muchísimos
grupos tribales y ahora tenemos vocaciones de ellos y también nuevos retos. Este Secretariado
funciona muy bien. Lo hemos puesto al servicio de la Congregación para el diálogo interreligioso y
para el diálogo ecuménico y los dos cardenales y los dos secretarios con los cuales hemos tenido
reuniones están encantados por la cooperación total. Nos han hablado con toda franqueza de sus
problemas y muy contentos de contar con la Compañía para eso. Hay procesos positivos y yo creo
que esto puede seguir adelante, pero finalmente tenemos que ponernos al servicio de la Iglesia y
responder a lo que la Iglesia espera de la Compañía.

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Encuentro con Jóvenes de la Red
Juvenil Ignaciana

Padre General Adolfo Nicolás, S.J., en Chile


Jueves 11 de noviembre
Gimnasio Colegio San Ignacio (Alonso Ovalle)

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Encuentro con Jóvenes de la Red Juvenil Ignaciana

Padre General Adolfo Nicolás, S.J., en Chile


Jueves 11 de noviembre
Gimnasio Colegio San Ignacio (Alonso Ovalle)

Introducción. Gabriel Roblero, S.J.

Queridos jóvenes:
Nos acompaña hoy el padre Adolfo Nicolás, quien está de visita en Chile hasta mañana. Él fue
elegido General de la Compañía de Jesús el 19 de enero de 2008, al inicio de la Congregación
General N° 35 de la Compañía de Jesús. Es el vigésimo noveno sucesor de san Ignacio de Loyola en
la conducción de la Compañía de Jesús. Quisimos invitarlo por el testimonio y mensaje que él
entrega. Ha vivido más de cuarenta años de su vida en Asia, sobre todo en Japón, donde estudió y
además trabajó como profesor de teología en la Universidad Sofía de Tokio. Fue provincial de los
jesuitas en Japón y también ejerció el cargo de presidente de la Conferencia de Provinciales
de Asia Oriental y Oceanía.
El padre Nicolás se mantiene en constante movimiento. Por su cargo de General ha visitado ya
gran parte o todos los continentes de nuestro planeta. Su vida ha estado marcada por el diálogo y
el conocimiento de otras culturas y religiones. En diversas entrevistas ha expresado sus deseos de
poder transmitir el Evangelio de Cristo de una manera vital, dinámica, flexible, más cercana.
Queremos que esto sea provechoso para la formación de todos ustedes.
Padre General: Están aquí junto a usted jóvenes vinculados a los jesuitas en Chile. Jóvenes de
diversas procedencias. Alumnos de colegios vinculados a la Compañía de Jesús y a la Red de
Educación ignaciana. También ex alumnos. Se encuentran presentes jóvenes pertenecientes a la
Comunidad de Vida Cristiana (CVX), jóvenes del Centro Universitario Ignaciano de la Universidad
Alberto Hurtado, jóvenes pertenecientes a las parroquias encomendadas a los jesuitas, jóvenes
que trabajan y son voluntarios de UTCh, del servicio jesuita a migrantes, y otros tantos jóvenes
vinculados a la espiritualidad ignaciana.
Hace dos años hemos conformado una Red Juvenil Ignaciana, que nos vincula y articula mejor en
el apostolado juvenil y que quiere potenciar nuestra identidad común. Si bien hay distintos
carismas entre los jóvenes que se encuentran aquí, hemos aprendido que lo que tenemos en
común, que es la espiritualidad ignaciana, los Ejercicios Espirituales, el carisma apostólico, nos
hace mucho bien para vivir esto juntos y caminar unidos en el Señor.
Lo hemos invitado hoy para que nos ayude con su inspiración a fortalecer este camino, para que
nos ayude a ponernos más cerca de Jesucristo. Le agradecemos poder hoy estar con nosotros.

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Presentación del padre Adolfo Nicolás

Buenas tardes. Muchas gracias por la reflexión y por la introducción. El tema que podemos
reflexionar juntos, que es el tema de toda la Iglesia y del momento, es qué podemos hacer o qué
pueden hacer ustedes los jóvenes en este momento de la historia y de la Iglesia. No es un
momento fácil. No es un momento simple. Es más bien difícil, complejo, en un mundo que está
cambiando con una rapidez enorme.
El otro día leí que los trabajos que ustedes, estudiantes, desearán más cuando se gradúen a partir
del año 2012, todavía no se han creado. O sea, el mundo está cambiando a esa velocidad. Los que
se gradúen ese año, buscarán trabajo y les gustará un trabajo que todavía no sabemos lo que es.
Van saliendo cosas nuevas, necesidades nuevas, oportunidades nuevas, a una velocidad que es
muy difícil seguir.
Estamos en tiempos donde la comunicación tiene una rapidez increíble. Dicen que Google tiene
más información que toda la información que tenía la humanidad en los últimos cinco mil años.
Claro, el problema está, como ustedes se imaginan, en quién me prueba a mí que esta
información es correcta y verdadera. No hay manera de comprobarlo ni tampoco hay facilidad
para pensar, para reflexionar, y estoy seguro, porque lo he visto en Japón, en Filipinas, España,
Estados Unidos y en muchos otros sitios, que la mayor tentación que tienen ustedes en la
universidad o en el colegio es copiar y pegar. ¿Verdad o no? Yo creo que sí. Copiar y pegar.
Porque la información está ahí. No hay tiempo para pensar. No hay tiempo para ir a la biblioteca.
No hay tiempo para trabajar los temas. Y entonces, Google lo hace más fácil.
En estos tiempos, con este tipo de cambios, ¿cuál es nuestra misión?
La misión del cristiano sigue hoy tan viva como en cualquier época anterior. Los cambios sociales,
académicos o culturales, no afectan el hecho de que la humanidad siga necesitando personas que
sirvan, personas que dediquen su vida al servicio. La humanidad sigue sufriendo. Seguimos
teniendo violencia, pobreza, hambre, injusticia y la humanidad sigue sintiéndose sola. Hay mucha
soledad, mucha falta de esperanza y mucha falta de alegría.

La misión
La misión nace de una confluencia de factores. O sea, la misión no es simple. No es que a mí un
sacerdote me dice: “eh, tú vas para cura”, o un ingeniero me dice “por qué no eres ingeniero
como yo”, o mi padre que es médico dice “yo quiero que tú seas médico”. Así no es como nace la
misión. La misión es siempre compleja. Porque tiene que salir desde dentro. Y sale de dentro
como resultado de una serie de factores. Y estos factores yo diría que son tres, como un proceso.
Primero: La misión es el encuentro con una necesidad importante: de un terremoto, pobreza,
violencia, enfermedad. Hay un encuentro con una realidad que es dura, que hace sufrir, que
requiere una respuesta de ayuda. Cada vez estas necesidades se van haciendo más amplias. Por
las comunicaciones que tenemos, hoy es todo el país que llama a todo el país. Pero no solo el país.
Hoy las necesidades son mucho más internacionales. Esta mañana he podido visitar brevemente
Un techo para Chile y también Un techo para mi País, que es ya una red internacional y está
sirviendo a 19 países. Ahora están ocupados con Haití y cómo ayudar a un pueblo que sigue
caminando entre las ruinas de un terremoto que sucedió antes del de Chile y todavía no se ven
signos de gran cambio. O sea, hoy las necesidades se van ampliando. Por lo tanto, primero es un
encuentro con esas necesidades.
Segundo: Hay un corazón que es capaz de sentir. Y yo esto lo subrayaría. Si se acuerdan del
Evangelio, cada vez que pasa algo es porque Jesús ha dejado que una necesidad de la gente le

Visita del Padre Adolfo Nicolás, S.J. - Página | 34


mueva las entrañas. Jesús vio las muchedumbres y las entrañas se le movían, el corazón vibró en
esa situación. El Espíritu de Dios se mueve a través de nuestros sentimientos más humanos, más
simples, más directos. No hay misión sin este movimiento del corazón. Si ustedes no sienten nada,
no se preocupen de tomar una decisión entonces. Porque para tomar una decisión hace falta que
el corazón esté dentro. En todo el proceso de discernir o de distinguir una llamada a servir, hace
falta ver qué es lo que yo siento, por qué siento; qué siento y a qué responde este sentimiento. O
sea, hace falta un corazón que sienta profundamente y ahí es donde trabaja el Espíritu de Dios.
Como en el tiempo del terremoto en Chile: el terremoto fue tal que todo el pueblo se sintió
conmovido. Es este sentirse conmovido que hace posible una misión, una acción.

La Iglesia
Un campo en el que se nos pide nuestro servicio y el de ustedes jóvenes, es la Iglesia. ¿Cómo
responde la Iglesia a los problemas que están emergiendo hoy? La Iglesia responde como
respondan ustedes, porque ustedes son la Iglesia. La Iglesia no es el Papa y los obispos solos. Si no
existieran ustedes, los obispos no tendrían nada que hacer. Y lo mismo los sacerdotes. El
sacerdote y el obispo están al servicio de la comunidad que es la Iglesia y que responde a las
necesidades del tiempo. Yo creo que, objetivamente hablando, la Iglesia es la única oferta que
tenemos en el mundo que se preocupa de la comunidad amplia que es la humanidad. Todos los
clubes tienen como fin servir a los que están dentro, a los miembros de los clubes. La Iglesia es la
única organización cuyo fin es servir a los de fuera.
Al mismo tiempo, todos sabemos que la Iglesia tiene sus limitaciones. Todos sabemos que el
“factor humano” está siempre en la Iglesia y eso, sinceramente, creo que nos hace sentirnos en
casa. La Iglesia no es para los perfectos. En Japón, a veces los misioneros han presentado una
Iglesia tan ideal, tan perfecta, que muchos japoneses dicen “es un mensaje magnífico, pero no
para mí. Es demasiado difícil. Eso es para los buenos.” Y cuando un misionero invita a un japonés a
bautizarse dice: “¿quién, yo? ¿Yo me puedo bautizar? Pero si yo fumo, bebo, tengo esto y lo
otro.” La Iglesia es una Iglesia de personas como nosotros, imperfectos, limitados, pero con buen
corazón. Y como la Iglesia es una Iglesia imperfecta, nos sentimos en casa. Si la Iglesia fuera solo
para los perfectos, yo no estaría ahí. La Iglesia es para todos: buenos y malos, pecadores y no
pecadores. ¿Por qué? Porque Dios va mucho más allá de nuestros pecados, mucho más allá de
nuestras limitaciones, acepta a todos y, conociendo nuestras limitaciones, ha sido y continúa
siendo el Padre de todos.
El tesoro de la Iglesia no está en el factor humano. El factor humano es “lo normal”, digamos, del
material de la Iglesia. El tesoro de la Iglesia es que Cristo es la cabeza, Cristo es la inspiración,
Cristo es el centro de la Iglesia, y Cristo es el que hace posible una posibilidad nueva. Y san Pablo
diría “a pesar de todo”, que es una expresión muy importante para entender el cristianismo. “A
pesar de todo”, hay perdón. “A pesar de todo”, podemos crecer. “A pesar de todo”, nos podemos
perdonar. Porque Dios nos perdona a pesar de todo. Siempre que se sientan deprimidos, digan
eso: “a pesar de todo”, porque ese el mensaje del Evangelio.

La vocación
Y ahí es donde nuestra vocación se desarrolla. El problema de la vocación no es solamente para
vocaciones especiales. Todos tenemos una vocación. La Iglesia y la sociedad necesitan todas las
vocaciones posibles, pero como vocaciones. Y explico por qué subrayo esto. Es evidente, en estos
últimos años que en muchas partes del mundo las vocaciones se están debilitando. ¿Cuáles eran
las vocaciones tradicionales? No solamente sacerdotes y monjas, sino maestros de escuelas,
profesores de colegios y universidades, médicos, enfermeras. Estas eran vocaciones. Eran

Visita del Padre Adolfo Nicolás, S.J. - Página | 35


personas con mucho corazón que querían ayudar a la humanidad. Hoy día se están convirtiendo
en fuentes de dinero. Y hoy día están pasando de ser una vocación, una dedicación de la vida, a
ser simplemente un empleo. Y esto es una pérdida muy grande. Médicos y enfermeras que dejan
un paciente abandonado porque han llegado las cinco de la tarde y “me tengo que ir a casa”. Y
dejan al paciente solo, y se quedan allí por una, dos o más horas esperando, porque la siguiente
enfermera que llega no lo sabe. Eso está pasando en muchos sitios y eso es una señal clarísima de
que se está perdiendo el sentido de vocación, el sentido de servir, el sentido de respeto y
preocupación por el otro, por la otra persona.
Los trabajos no son solamente empleos para ganar un poco de dinero. Son oportunidades de
servir. En Japón hay un programa semanal en la televisión en el que se trata de buscar un
reencuentro, siempre de las personas famosas (cantantes, boxeadores, quien sea). La persona
que se ha hecho famosa, busca a alguien a quien no ha visto en 50 o 60 años. Buscan a alguien
que haya influido en su vida. Y entonces lo empiezan a buscar, en su pueblo o en su contexto, a
ver si encuentran a esa persona. Y si la encuentran, la llevan al estudio de televisión y preparan un
encuentro sorpresa, sin decirle nada al individuo. Y delante de los telespectadores se da el
encuentro que suele ser muy emocional y alegre. De estos encuentros, la gran mayoría son
maestros de escuela, que a esta persona de pequeña le inspiraron, le apoyaron y le ha influido de
tal manera que sienten que deben su vida y su éxito a esta persona. Le dieron un modelo de vida
que no tenía en otro sitio. Esto era una vocación. Maestros de escuela que realmente estaban
totalmente dedicados a la educación. No solamente en las horas de empleo, de 8:00 am a 9:00
pm, o de 9:00 am a 6:00 pm, sino que seguían a los estudiantes. Si tenían un problema, hablaban
con la familia, le seguían personalmente porque ahí estaba su corazón. Esto se está perdiendo,
lastimosamente.
Hay una llamada a buscar y definir la vida de ustedes como vocación. No como un trabajo, como
un empleo, una manera de ganarse la vida. Eso también entrará, naturalmente, porque tienen
que comer y crear su familia, pero como vocación. ¿Qué quiero hacer con mi vida? Ahí es donde,
yo creo, la búsqueda es más importante. La Iglesia necesita todo tipo de servicios: religiosos,
sacerdotes, religiosas, matrimonios, profesiones, servicios. Porque todo ayuda a servir a la
humanidad, que es el fin de la Iglesia. La Iglesia está para servir a la humanidad, en nombre de
Dios, para darle esperanza, para darle alegría.

El camino ignaciano
En nuestra vocación tenemos que armonizar el reto que suponen las necesidades humanas: la
respuesta que queremos dar todos y el contexto social que determina mucho nuestro camino. Y
nuestro camino, por lo que me han dicho de todos ustedes, lo que une a este grupo, es un camino
inspirado en san Ignacio. La espiritualidad: el modo de elegir, de pensar y de buscar de san
Ignacio. ¿Cuál es este camino? Es un camino que aparece muy claro en los Ejercicios Espirituales.
Es un camino que trata de hacernos personas libres. Solamente si somos libres podemos escoger
bien. Y el camino de san Ignacio es básicamente liberarnos interiormente.
Cuando me he reunido en otros sitios con jóvenes, una curiosidad que siempre he tenido es:
ustedes jóvenes que quieren ser libres -y es un deseo genuino, auténtico, magnífico- ¿por qué
permiten a las tiendas de tejidos que les digan cómo tienen que vestir? ¿Por qué dejan que les
quiten la libertad cuando viene la moda, por qué todos visten así? Entonces, en nombre de la
libertad, pierden ustedes su libertad. Esas son preguntas que tenemos que hacernos siempre,
porque no es solamente algo de ustedes –no crean que estoy tratando de criticarlos-, sino que
nos pasa a todos. Nos dejamos influenciar por la moda, por lo que está en el mercado, por la
propaganda, etc.

Visita del Padre Adolfo Nicolás, S.J. - Página | 36


Y la propaganda es habilísima para convencernos. Hubo un tiempo en Japón en que yo estaba
investigando sobre la propaganda porque me servía para mis clases de simbolismo y teología. Y
empecé a estudiar los anuncios que ponen los trenes. Los trenes de Japón están llenos de
anuncios. Veintiocho en la pared, que permanecen un mes, y luego unos treinta en medio del
tren que son cambiados cada dos o tres días. Y ahí gasta Japón lo equivalente al presupuesto
nacional de muchos países más pequeños. Como el año en que yo estaba investigando eso -y eso
fue hace treinta años por lo menos- el presupuesto solamente para propaganda era de veinte mil
millones, o más, de yenes, que serían pues ciertamente más de veinte millones de dólares. O sea,
un vigésimo del presupuesto nacional se gastaba en propaganda. ¿Por qué? Porque eso vuelve,
ese dinero vuelve. Si no, no lo gastarían. Y vuelve porque nosotros obedecemos a la propaganda.
Bebemos lo que nos dicen los anuncios. Vestimos como nos dicen los anuncios. Comemos lo que
nos dicen los anuncios. Y vamos a los sitios donde nos dicen los anuncios.
El camino ignaciano, en cambio, nos dice que tenemos que ser libres para decidir realmente el
asunto. Decidir lo que creemos que es mejor para nosotros, para nuestra familia, para los demás.
Es un camino de libertad, de elección, y de elección continua. Eso hoy se ha hecho sumamente
importante. Antes hablábamos de los medios de comunicación, la tecnología de la comunicación,
el Google, las tentaciones del Internet, el “copiar y pegar”, etc. Hoy tenemos que usar los medios.
Pero nosotros tenemos que decidir cómo usarlos. Usarlos, como diría san Ignacio -estoy seguro
que lo saben- “tanto cuanto” para el fin que nosotros queremos. O sea, hay una regla del “tanto
cuanto” y ahí entra todo: dinero, bienestar, progreso, estudio, medios de comunicación. Todo
está subordinado, porque lo que nos preocupa es lo importante. Y no queremos que nadie nos
manipule y que nadie nos diga cómo tenemos que ser. Yo creo que ahí todos nosotros estamos
experimentando un proceso de discernimiento y crecimiento, donde san Ignacio nos ayuda a ser
libres. Yo pondría ahí el centro de nuestra atención.
Y luego san Ignacio, y con esto termino, nos pide que para ser libres y para servir a los demás, hay
que darlo todo. En España me preguntó un grupo de jóvenes “qué espera usted de los jóvenes.” Y
yo les dije: TODO. Porque si no dan todo, no sirven a la sociedad chilena o al mundo. Hay que
darlo todo. Hoy estamos en tiempos en que o se da todo o nos quedamos todos a medias,
haciendo componendas. Una vez en Japón, un joven no cristiano me dijo: “yo estoy ayudando
como voluntario en algunas ONG, y a veces me quedo un poco decepcionado de voluntarios
cristianos, incluso religiosos, porque son magníficos, son muy buenos, muy agradables, muy
simpáticos, muy generosos, trabajan mucho, pero al final se quedan con un cinco por ciento que
no lo dan. Dan hasta el 95%, y parece que ahora llegan al final, pero entonces se retiran”. Hay una
resistencia a darlo todo. Y yo creo que eso es importante. Es una llamada. Es un símbolo para
todos nosotros. Estamos dispuestos a darlo todo porque vale la pena. No porque hay que hacer
un sacrificio, sino porque vale la pena. Y vale la pena porque es la vida de los demás, es un servicio
a los demás, es la vida de todos. Y ahí queremos contribuir.
Termino aquí, y si quieren hacer alguna pregunta y yo sé la respuesta, la digo; y si no la sé, les
digo que no la sé. Muchas gracias.
- Tomando en cuenta, por una parte, la misión que el Papa encomendó a los jesuitas en la
Congregación General 35, de ir a las fronteras, misión que, por supuesto, asumimos los jóvenes y
laicos que nos sentimos llamados a eso. y tomando en cuenta, por otra parte, en el caso de
América Latina y Chile, que el tema de los pueblos originarios es un tema de frontera: ¿Cómo cree
usted que se entiende la evangelización hoy en día? ¿El llamado a las fronteras implica una
evangelización en el sentido estricto de la palabra? ¿O cómo tenemos que vivir la evangelización,
la transmisión del Evangelio hoy en el diálogo con los pueblos originarios? Pregunto esto, porque
puede existir cierto grado de fricción entre la doctrina católica y la propia espiritualidad que
pueden tener los pueblos originarios.

Visita del Padre Adolfo Nicolás, S.J. - Página | 37


- La evangelización sigue siendo la frontera en la que está involucrada toda la Iglesia, y todos
nosotros, y los jesuitas, por supuesto. Esa es la misión fundamental. Pero evangelización no es
predicar solamente.
Evangelización es el proceso por el cual el Evangelio se hace carne en nosotros. Es un proceso de
recibir el Evangelio y dejar que afecte nuestras vidas. Y eso hace, así como dijo el Concilio
Vaticano II, que la evangelización empiece en nosotros. Todos nosotros tenemos que ser
evangelizados. Todos nosotros queremos que nuestra vida se haga como el Evangelio. Y desde
ahí, comunicar y participar a los demás.
Ahora, la evangelización, hoy día, se ha hecho muy compleja. Toda evangelización tiene un
contexto. La evangelización en Europa tiene un contexto de una secularización muy fuerte. La
evangelización en Asia tiene el contexto de otras religiones muy antiguas. La evangelización en
África tiene el contexto de culturas muy antiguas que se han desarrollado. El Evangelio nunca
llega a un vacío. No es que pudiéramos decir “ahí no hay nada y nosotros llevamos a Dios”, no.
Dios ha estado trabajando antes que llegáramos nosotros. Creo que es verdad que Dios ha estado
trabajando en las culturas, en las religiones, en las personas de otros contextos, de otros pueblos,
de otras situaciones .Y yo lo he experimentado en Asia. Yo llegué al Japón creyendo que yo llevaba
el Evangelio desde España y luego me encontré que en Japón hay gente que vive una honradez,
una entrega y una compasión para con los demás, mucho mayor que las que muchas veces había
encontrado en España, entre cristianos. O sea, no llegamos al vacío. Llegamos a una situación
humana donde Dios ha estado trabajando. Dios y el Espíritu de Dios.
No hay culturas atrasadas; no las hay. Todas las culturas son el fruto de un esfuerzo de miles de
años de la humanidad tratando de vivir en respeto mutuo y sacando adelante lo mejor del
corazón humano. Entonces, ¿cómo se hace la evangelización en un contexto distinto al mío? Hay
que empezar con respeto y con diálogo. Y luego, en ese diálogo, cuando ya hay confianza y hay
conocimiento mutuo –no es un diálogo de sordos-, se puede empezar entonces a compartir lo
más profundo que lleva cada uno. Ellos, sus valores; nosotros, nuestros valores cristianos. Ellos, su
tradición, sus creencias; nosotros, nuestra fe en Cristo. Pero en un diálogo que sea beneficioso
para los dos. El evangelizador aprende y comunica. El que recibe, recibe y comunica. Tiene mucho
que compartir. Y el saber hacer eso nos hace más humildes, más receptivos y, por lo tanto,
podemos también nosotros enriquecernos mientras tratamos de comunicar a los demás nuestra
fe cristiana.
En Japón yo me he sentido muy desafiado por este tipo de encuentros. En esto me ayudó mucho
el capítulo quinto del Evangelio según san Mateo. El capítulo quinto empieza con las
Bienaventuranzas, que es el programa del Reino, es el programa para la felicidad. Por eso empieza
“felices ustedes”, “bienaventurados”. ¿Dónde está la felicidad? Esa es la definición de la felicidad.
Y luego, inmediatamente, en el versículo 17, empieza a decir “yo no he venido a destruir nada”. Y
eso es muy importante para el misionero. Vayamos donde vayamos, no tenemos que destruir
nada, porque todo lo que hay de bueno viene de Dios. Y Jesús dice “no he venido a destruir nada,
ni siquiera la ley”.
“No he venido a destruir sino a cumplir”. Este es el primer paso: afirmar. Sí. Afirmar lo que la
gente piensa. Afirmar la cultura, afirmar el contexto. Afirmar la sabiduría que viene con esa vida
de la gente. El segundo paso: luego vienen seis pasajes en los que Jesús va diciendo “les han
dicho…, pero yo les digo… y lo que yo les digo no es contra lo que les han dicho, sino es lo que les
han dicho y más.” Esto es la evangelización.
Primero: afirmar todo lo que tiene la cultura de bueno. Segundo: buscar lo más profundo para
enriquecer esa cultura, porque esa cultura tiene dimensiones que se pueden profundizar. Y
termina el capítulo quinto diciendo “sean perfectos como su padre celestial es perfecto”. ¿Qué
quiere decir esto? ¿Que vamos a ser como dioses? No, nosotros sabemos que vamos a seguir

Visita del Padre Adolfo Nicolás, S.J. - Página | 38


siendo imperfectos. Pero quiere decir que no hay límite en esta cooperación con otros pueblos.
Tenemos que estar siempre abiertos porque la norma es Dios, no soy yo. La norma no es la
Compañía de Jesús, no es mi teología, no es mi misión, no es mi limitación. La norma es Dios. Por
lo tanto, hay que seguir en este proceso de crecimiento y de ayuda mutua. Así, tenemos pautas
para una evangelización en medio de contextos diferentes.
- ¿Cómo los jóvenes y laicos deberíamos poner la Iglesia al servicio de los más pobres, a disposición
de los más pobres?¿Cómo podemos los jóvenes de Chile, en concreto, ayudar a sacar lo mejor de
la Iglesia para transformar la sociedad hoy en día?
- Mi propia experiencia es que, en los momentos difíciles, yo he crecido como persona;
espiritualmente y como cristiano. En los momentos fáciles lo he pasado muy bien, pero no he
crecido. Porque en los momentos fáciles va uno patinando por la superficie. En los momentos
difíciles, la realidad nos fuerza a ir profundo dentro de uno mismo: ¿qué significa la vida, qué
quiero yo con mi vida, qué puedo hacer? El contexto doloroso creo que se puede aceptar como
una gran oportunidad para crecer.
¿Qué se hace en la Iglesia? ¿Cómo podemos reaccionar en un momento difícil? Creo que el dolor,
el sufrimiento, la dificultad es la gran oportunidad para que salga lo mejor de nosotros o lo peor
de nosotros. Es una oportunidad de elección. Y como ustedes saben, porque son familiares con la
espiritualidad de san Ignacio, el momento de la elección es el momento crítico. Estamos siempre
eligiendo y el momento difícil es un momento de elección. Es un momento de discernir qué es lo
que quiero con mi vida, qué significa esto para mí. Creo que son momentos de creatividad. Son
momentos en los que tenemos que dejar que lo mejor de dentro de nosotros salga. Precisamente
porque hay dificultades.
El sufrimiento y la dificultad no son para asustarse. Es la gran oportunidad para crecer. Y cómo
podemos hacer para que la Iglesia responda de una manera positiva es respondiendo nosotros.
Como les he dicho antes, la Iglesia somos todos nosotros. Si ustedes responden como está
respondiendo Chile a los problemas de los pobres, del sufrimiento, de la enfermedad,
particularmente enfermedades difíciles, si ustedes responden, la Iglesia ya está respondiendo. Por
lo tanto, es un momento de creatividad en la respuesta, de buscar formas nuevas de responder. Y
ustedes tienen mucha más capacidad que la que tengo yo, que tenemos los de mi generación.
Todo lo que hablé sobre educación, incluso sobre filosofía -bueno, suelen ser artículos que a
veces son un poco pesimistas de lo que hay ahora- dice “bueno, ¿quiere esto decir que no hay
esperanza?”. Y con frecuencia dicen: “Sí, hay esperanza. Hay esperanza en la siguiente generación
y en la siguiente”. ¿Por qué? Porque ustedes están abiertos. Este es el momento en que ustedes
toman las decisiones más importantes. Si las toman por dinero, entonces entrarán en el círculo de
lo que ahora nos está molestando. Pero si toman una decisión en libertad, por servir a su país, por
servir a la humanidad, por servir para una sociedad mejor, entonces están incluyendo a la Iglesia
en el proceso de mejorar nuestro mundo. O sea, creo que son momentos importantísimos y yo los
veo muy positivamente. Son momentos importantísimos pero difíciles, porque el discernimiento
no es fácil. Entonces preferimos escoger el camino fácil más que entrar en las líneas de las
dificultades en las que hay que luchar y hay que apoyarse en otros; por eso la comunidad es tan
importante.
- El padre Pedro Arrupe en un Congreso Eucarístico dijo: “Si en alguna parte del mundo existe o
hay hambre, la Eucaristía está incompleta”. ¿De qué forma podemos pasar de la conversión del
corazón, del enamoramiento de Cristo a una reestructura social en lo que implica el
enamoramiento de Cristo, que es donarme y darme por este amor?
- Lo primero y lo más importante –y que lo vemos desde los profetas del Antiguo Testamento
hasta hoy– es saber ver. Ver y sentir la realidad. Y estudiar esa realidad. Porque, como decías tú

Visita del Padre Adolfo Nicolás, S.J. - Página | 39


en la pregunta, tú quieres dar un paso adelante, tú quieres movilizar a la Iglesia. Dentro de eso,
como decíamos al principio, conocer qué es lo que mueve nuestros corazones y decidir. Terminar
siempre la decisión. La espiritualidad ignaciana no termina en la definición, sino en la decisión. Si
no hay decisión, el proceso está inacabado. Todo va orientado a una acción eficaz en el servicio de
los demás. San Alberto Hurtado es un hombre que supo actuar porque tenía mucho corazón.
Supo ver cómo era la realidad y hacer algo en servicio de los más pobres. Un obispo de Camboya
que pasó por Roma y es un antiguo amigo mío, me dijo que su diócesis había tomado como
mascota un símbolo escogido por algunos grupos de ONG de voluntarios: la jirafa. ¿Por qué?
Porque la jirafa es el animal que tiene el corazón más grande que todos. El corazón de la jirafa
pesa entre cuatro o cinco kilos. Yo no lo sabía. Porque tiene que echar sangre a la cabeza y la
cabeza está un poco lejos. Tiene un corazón muy grande y una visión muy alta, como la que
tenemos aquí en esta mesa. Es decir, tiene una visión más alta de la realidad, pero con un corazón
muy grande, y eso lo han tomado como símbolo de lo que tenemos que hacer nosotros y me
parece que es un símbolo muy bonito. Y el obispo lo ha tomado como símbolo de su diócesis.
Tenemos que desarrollar un corazón que sepa reaccionar a la realidad, pero mantener una visión
alta. No estar a merced de la información barata y manipulada que nos dan comunicaciones
simples o simplistas, o que quieren manipularnos. Pero siempre llegando a una decisión.
La primera función del profeta, como dicen los expertos, es que hace público lo que está
escondido. Hay muchos Gobiernos que quieren esconder los problemas. O sea, el profeta “levanta
el vuelo”, levanta los problemas reales. Esa es la primera función y eso la Iglesia lo ha hecho con
mucha frecuencia y lo sigue haciendo, y siempre hay en la Iglesia personas o grupos que quieren
hacer esta función.
La segunda es mucho más difícil y ahí es donde, creo que ustedes pueden participar en movilizar a
la Iglesia y también ser parte de ese proceso. Al profeta no le basta con hablar. Todos pueden
hablar. Si solamente hablamos, terminamos siendo pájaros de mal agüero. Estamos hablando
siempre de desastres, que todo va mal, y terminamos todos pesimistas, deprimidos y se apagan
valores. La segunda función del profeta es que ofrece al pueblo siempre una alternativa. Esto es
muy difícil.
¿Qué alternativas hay al sistema actual? Eso requiere estudio, requiere entender la realidad con
mucha más profundidad. A lo mejor eso no lo puede hacer un grupo de estudiantes, pero el grupo
de estudiantes puede incluir a los profesores y decir “aquí hay un problema que hay que
resolver”. Queremos una sociedad en la cual haya espacio para todos. Una sociedad donde la
gente no tenga que ir por la calle no sabiendo qué va a comer esta noche o qué va a comer
mañana. Ese tipo de crítica tiene que venir de grupos que están alertas y movilizando a todo el
que haya que movilizar. Ahí es donde la Iglesia puede movilizar universidades, investigación,
incluso la pastoral para que haya una conciencia común y colaboración.
La tercera función del profeta va con la segunda. Claro, esta alternativa que se propone
generalmente es difícil, necesita energía. Entonces el profeta es una persona que es capaz de dar
energía al pueblo. Como se ve en Jeremías, Ezequiel, Isaías, los años de exilio fueron los de
depresión más profunda del pueblo de Israel porque decían: “Dios nos ha prometido un sitio, un
pueblo, y ahora nos deportan, nos llevan a Babilonia y ni siquiera podemos gozar de nuestra
tierra, de nuestro pueblo. ¿Dónde está Dios? ¿Nos ha abandonado, hemos perdido todo o qué?”.
Estaban en una depresión total. Los profetas dicen a eso “Dios nos está probando, hemos pecado
porque no hemos sido justos, porque hemos creado una sociedad de privilegios, etc. Y
necesitamos esto para purificarnos. Pero otro pueblo es posible. Volveremos a Israel e Israel será
otra vez el pueblo de Dios. Con justicia, con fraternidad, con amistad”. Y eso da esperanza al
pueblo y entonces el pueblo puede empezar a cantar.

Visita del Padre Adolfo Nicolás, S.J. - Página | 40


Creo que la misión de la Iglesia está en la segunda función, que es la más difícil. Es crear
alternativas. Y ésas no se crean fantaseando. Se crean estudiando, imaginando cómo el pueblo de
Dios puede ayudarnos y crear de la realidad que tenemos, de la humanidad que tenemos, nuevas
posibilidades. Eso es el verdadero proceso de creación. Nosotros no somos Dios, no podemos
crear de la nada, pero tenemos un mundo muy complejo, un mundo menesteroso. Entonces,
¿qué podemos hacer? ¿Cómo podemos movilizar a los políticos y al pueblo para que se pongan en
acción?
Es misión del profeta todo lo que sea movilizar en esta línea, no solamente hablar y criticar, sino
buscar alternativas.
- ¿De qué forma las universidades jesuitas deberían influir las sociedades en que se encuentren y,
en este contexto, qué rol nos cabe a nosotros los estudiantes universitarios?
- No dejen a los profesores que vayan por el camino fácil. Y ¿cómo se les hace el camino difícil a
los profesores? Con preguntas y preguntas duras. No tengan empacho o no sean tímidos en hacer
preguntas duras a los profesores. Hagan preguntas difíciles. Platón, el gran filósofo, decía que el
objetivo de la Filosofía es ayudar a las personas a vivir mejor, a vivir virtuosamente contribuyendo
a la sociedad. Si lo que ustedes estudian no les ayuda a vivir mejor, pregunten. Lleven los
problemas de la sociedad a la clase y pregunten al profesor. Y lo mismo se aplica a los curas
(ahora se me van a enfadar los curas). A los sacerdotes no se lo dejen fácil; háganselo difícil, con
preguntas difíciles, con preguntas reales, con preguntas profundas. Esa es la primera función.
Hacer pensar es siempre un beneficio, un favor que pueden hacer.
Vivan en contacto con el dolor humano. Son estudiantes, van a la universidad, tienen casa, tienen
familia. Pero estén en contacto con un voluntariado o con un servicio, una vez a la semana a lo
mejor. De cualquier manera, que el dolor humano de Chile los afecte. Y eso les dará preguntas y
los mantendrá preguntando: por qué esta sociedad, qué significa el sufrimiento para esta gente,
qué hace Dios, dónde está Dios. Esas son preguntas muy sanas porque van purificando nuestra fe
y la van haciendo mucho más madura. Es decir, estar en contacto con los pobres, con el dolor
físico, con el dolor social o con el dolor cultural: pueblos que se sienten oprimidos, alienados, etc.
Estén en contacto; eso los hará pensar. Y dará una vida más profunda a su estudio, los ayudará
mucho como estudiantes y ustedes pueden ayudar mucho a la institución o a la Iglesia con sus
preocupaciones, con sus preguntas.
- ¿Qué consejos nos daría, Padre General, a nosotros como jóvenes, para ser más fieles a
Jesucristo?
- Si pudiera decirles algo, les diría lo mismo que a los jóvenes españoles o alemanes, lusos o
indios. Es: si quieren dar lo mejor de su juventud a Chile, a la Iglesia, al Evangelio… tienen que
darlo todo. Si no, no sirven. Este es un reto por el que hemos pasado todos. Solamente los que de
verdad se comprometen con un servicio, con una misión profunda, sirven.
Hoy dicen que a los jóvenes les resulta difícil hacer un compromiso serio, para toda la vida. Hay
situaciones que requieren un compromiso total: el matrimonio, las relaciones hombre-mujer
cuando se hacen profundas, si no se da todo, no sirve. No sabemos si nos aceptan, si
verdaderamente nos quieren, ni siquiera sé mucho si yo quiero, si hay verdadero amor, si hay
compromiso.
Siempre que celebro una boda, les digo a los novios: ustedes están tomando un riesgo, y es un
riesgo para edificar al otro, es un riesgo para salir de sí mismo y darse a otra persona. Y eso
supone mucha pasión, mucha valentía y mucha generosidad. Es decir, si me piden un consejo les
diría: “prepárense para darlo todo”. Darlo todo para la educación, darlo todo para la justicia, para
el servicio, para el matrimonio.

Visita del Padre Adolfo Nicolás, S.J. - Página | 41


Yo les recitaba a los jesuitas, ayer en la misa, un poema de un místico árabe. Rumi, un famoso
sufí, musulmán y místico. Tiene poemas muy inspiradores. Y tiene un poema que está hablando
de una fiesta: él compara la vida religiosa a una fiesta. Y dice:

Esta es una fiesta de amor.


Si estás dispuesto a darlo todo,
bienvenido.
Si no estás dispuesto a darlo todo,
búscate otra fiesta.

Yo creo que una opción es una fiesta que pide todo. Que pide todo no quiere decir que todos
tienen que ser monjas o sacerdotes. Que pide todo quiere decir que todos tenemos que
encontrar nuestra vocación, sea cual sea. Entonces, encontrarán la felicidad. Recuerden que el
Evangelio dice: el que esté dispuesto a perderlo todo, puede ganarlo todo. Este valor es muy
ignaciano y evangélico, y es el gran reto para los jóvenes de todas las edades. Yo no soy tan niño
ni tan joven, y lo que sigue siendo para mí hoy día es un reto continuo. Y, claro, en ese caso hay
que decidir: sí o no. Ese es el reto que el Evangelio nos pone y yo les dejo en el aire.

Muchas gracias.

Visita del Padre Adolfo Nicolás, S.J. - Página | 42


EUCARISTIA
CON LA RED APOSTÓLICA
IGNACIANA

Templo San Ignacio


Jueves 11 de Noviembre de 2010

Visita del Padre Adolfo Nicolás, S.J. - Página | 43


HOMILIA MISA CON LA RED APOSTÓLICA IGNACIANA

Templo San Ignacio


Jueves 11 de Noviembre de 2010

Como hoy celebramos la memoria de san Ignacio, podemos reflexionar juntos sobre las lecturas
que acabamos de escuchar. Las lecturas nos presentan tres dimensiones distintas, pero
complementarias, de la espiritualidad de San Ignacio. Las tres de una manera un poco dramática,
pero por eso mismo nos ponen el contraste que supone seguir el camino de Cristo o no seguirlo.

La vida es decidir
La primera lectura tiene un tono un poco impresionante. Dios nos desafía. Nos reta. “Pongo
delante de ti la vida o la muerte. Elige la vida y vivirás. Elige la muerte y no vivirás”. San Ignacio
era plenamente consciente de que la vida es una elección continua, sin parar. De la mañana a la
noche estamos tomando pequeñas decisiones, grandes decisiones, en casa, en los negocios, con
la educación de nuestros hijos, con la compra o la venta, todo lo que sucede alrededor nuestro
está basado en una serie continua de decisiones. No hay escape. La vida es decidir. Y todo el
proceso de la espiritualidad ignaciana es ayudarnos a decidir bien.
Dios, evidentemente, no es políticamente correcto. Nosotros estamos siempre buscando
eufemismos, cómo decir las cosas sin ser incorrectos. Y hay grupos que dicen: “nosotros estamos
a favor de la elección” (for choice) y san Ignacio dice “todos estamos eligiendo”. No puedes decir
“elijo o no elijo”. Si yo digo “yo decido no elegir”, quiere decir que mi elección es por dejar las
cosas como están. Es una decisión.
Dios no es políticamente correcto y llama las cosas por su nombre. El problema no es si elijo o no
elijo. El problema es si elijo la vida o la muerte: decir esto es políticamente incorrecto. San
Ignacio lo entiende perfectamente y está en sintonía con el gran poeta italiano Dante, mucho
anterior a él, que empieza la Divina Comedia –este poema a la vida, a la historia–: “En medio del
camino de nuestra vida, me encontré en una selva oscura. Me di cuenta que el camino estaba
errado.” Así empieza un poema que es un poema a la vida, un poema a la historia. Todos estamos
en un camino y todo sucede en medio del camino de nuestra vida. Siempre. Estamos en medio de
conflictos, de situaciones difíciles. Y nos encontramos en una selva oscura: confusos, perdidos, sin
saber qué hacer.
Así se encontraba Ignacio después de que lo hirieron en Pamplona y le operan, sale mal, se opera
otra vez, y está confuso y quiere entretenerse y pide lecturas. Está en el medio del camino de su
vida; está en el momento en el que va a tomar una decisión capital. Y eso es una parábola de
nuestra vida. Nuestra vida es en medio de confusiones, en medio de dificultades, en un mundo
que está cambiando tenemos que tomar decisiones. Y la espiritualidad de san Ignacio comienza
aquí. Él aprende a decidir precisamente cuando parece que no tenía ya ninguna decisión pues se
había terminado su carrera. Al terminarse “su carrera”, aprende a decidir. Creo que es una gran
lección para todos nosotros.
Si he aprendido algo en estos dos años y medio que llevo de General (todavía soy un aprendiz) es
esto: que hay que decidir sin parar, continuamente, porque la vida es así. Y la pregunta que nos

Visita del Padre Adolfo Nicolás, S.J. - Página | 44


acompaña es siempre: Esta decisión, ¿da vida o no da vida? ¿Es una decisión que aumenta la vida
de los demás, que aumenta la vida de nuestros compañeros, de nuestra comunidad? ¿Esto
mejorará la vida de los otros o más bien dará muerte, limitará la vida de los otros, entristecerá,
aumentará el sufrimiento, excluirá a otros? Estas son las decisiones que nos vienen a todos, que
nos pide diariamente la vida. Y esto se aplica a su vida también. Sus negocios, su familia, su
carrera, sus espectáculos, la educación de sus hijos. Siempre son decisiones que nos ponen en
tensión. Porque son reales sin ser, necesariamente, “políticamente correctas”.

Cristo es el centro
La segunda lectura nos da otra dimensión de la espiritualidad ignaciana también presentada de
una manera dramática. Aquí es Cristo como el tesoro, el centro de la vida cristiana, de la vida
espiritual. Cristo como el que toma el puesto de todo lo demás. San Ignacio quizá, mirado desde
ahora, nos parece como un hombre que no podía ser más que religioso. Pero no era así. San
Ignacio era bastante “mundanillo”. Había pasado una juventud bastante alegre, pero centrado en
las cosas que no eran importantes: honor, dignidad, fama, y debía tener un par de tropiezos a su
haber, de los que sabemos muy poco, pero se especula que no eran muy edificantes.
Ese es san Ignacio. San Ignacio de repente pega un viraje, cambia. Hace dos semanas estaba yo en
Valencia o en Gandía, celebrando el centenario de san Francisco de Borja: un amigo de San
Ignacio con el que se entendieron muy bien. Tanto que cuando entró a la Compañía, san Ignacio le
dijo: “tenlo secreto porque el mundo no tiene oídos para oír tal campanada”. Francisco de Borja
era lo que san Ignacio quería ser: un grande de España, con poder, con prestigio, con familia.
Tenía todo. De repente, lo deja. ¿Por qué? Por este manjar. Un rasgo decisivo de la espiritualidad
ignaciana que estas lecturas nos permiten destacar: Cristo es el centro. Y cuando uno descubre
que Cristo es el centro, todo lo demás pierde sentido. Todo lo demás se hace secundario.
El que san Ignacio dejara de ser un hidalgo famoso, o guerrero que se distinguió por su valor, y
entrara por el camino de la pobreza, del seguimiento de Cristo; que Francisco de Borja dejara
todo su poder y todo su prestigio y todo su honor para seguir a Cristo es como si Madonna se
metiera en un convento para ser monja. O como si nos dijeran que Elvis Presley no murió, sino
que entró en un convento en Antofagasta. Y allí está. Es algo así. Lo que pasa es que pensamos
que Francisco de Borja siempre iba con las manos juntas, san Ignacio debía ser un monaguillo de
su parroquia. Pero no, ellos eran los famosos de entonces, dedicados totalmente a valores
mundanos, que de repente hacen “¡tac!”. Es como si estuviéramos en una carrera hacia el honor
y el prestigio, siguiendo a personas como Ignacio y Borja, y de repente los dos que van a la cabeza
empiezan a correr en dirección contraria. Y entonces nos preguntamos: “¿qué han visto estos
señores?”. “¿Qué han visto que de repente han cambiado toda su vida?” Y entonces no sabemos
si seguir corriendo o volver para atrás. Así es la figura de san Ignacio, así es la figura de Francisco
de Borja, de sus amigos. Así es como san Ignacio quería que todos siguiéramos, porque así es
como san Pablo habla a los filipenses también.
Cristo es el tesoro y una vez que se ve eso como tesoro, ya la carrera que teníamos antes no sirve,
ya todo es secundario, basura. Cristo cambia todo. Ya no estamos en un bosque oscuro; ya
hemos salido a la luz y ahora el camino de nuestra vida nos ofrece horizontes nuevos. Yo creo que
esta es la imagen del método ignaciano. Es: cómo puedo hacer yo para que mi vida deje de ser mi
vida y empiece a ser la vida de Cristo. Porque esa es la vida que da vida a otros. Ésa es la vida que
ofrece caminos que valen la pena. De mil maneras.

Visita del Padre Adolfo Nicolás, S.J. - Página | 45


Libres para elegir a Cristo
La tercera lectura, el evangelio, quizá nos da la clave. El evangelio nos dice que el seguimiento de
Cristo no deja sitio a otros seguimientos. Y aquí tenemos esta escena que hemos oído mil veces
en que Jesús pregunta “¿qué dice la gente?”, “¿cuáles son los rumores sobre mí?” y luego ya la
pregunta “y ustedes ¿qué?”. Y Pedro sale, siempre Pedro sale para dar un “patinazo”: el gran
apóstol de los patinazos. Hace su confesión y Jesús le alaba porque es una confesión profunda y
correcta y Jesús aprovecha para empezar, y aquí empieza una nueva enseñanza de Jesús. Sí, el
Cristo, pero el Cristo según el corazón de Dios. Es el Cristo que lo va a dar todo, hasta la muerte. Y
Pedro se queda desconcertado y dice: “bueno, eso no es lo que yo quería decir antes, perdón”. Y
Jesús le dice “apártate, no entiendes.” Otra vez, el drama; ya tenemos tres dramas en estas
lecturas.
San Ignacio, en la Storta, va rumbo a Roma, caminando desde el norte: ha perdido el barco
para ir a Jerusalén. Él con sus compañeros deciden ir a Roma a ponerse al servicio del Papa pues
quieren servir a la Iglesia. En la Storta tendrá su última visión; una confirmación de que ese es el
buen camino. Siente que Dios le dice: “En Roma yo estaré con ustedes”. Pero se da cuenta
entonces de que Jesús camina con la cruz a cuestas y entiende que eso significa “os seré propicio
al lado de la cruz”. Es un descubrimiento decisivo en la espiritualidad de san Ignacio: la cruz. No
hay espiritualidad de san Ignacio sin la cruz, porque no hay verdadera libertad interior sin la cruz.
Estas decisiones de que hablábamos al principio, no se pueden tomar sin haber aceptado, de
partida, la cruz. Por eso, el que sigue a Cristo puede mantenerse en paz, porque cuando llega la
cruz sabe que iba a llegar, no se asusta. La había aceptado de antemano. Es un camino siguiendo a
Cristo en la cruz.
La oración final de esta lectura o la oración final de los ejercicios coinciden en el “Tomad, Señor, y
recibid todo”, como terminan los Ejercicios. Así terminó también el Santo Padre cuando nos
encontró hace tres años y nos envió en misión a las fronteras, porque la Iglesia necesita servicio
en las fronteras. Y entonces rezó con nosotros, pausadamente, con mucha unción, esta oración de
Jesús: “Tomad, Señor, y recibid todo”.
Esto quizá ha dado pie, también, a malentendidos sobre san Ignacio. Amigos y enemigos le han
malentendido. San Ignacio habla de darlo todo hasta el final. Y habla de la obediencia como el
sitio en donde se da todo. Y usa una vez una expresión para decir que debemos ser totalmente
libres para obedecer. Dice: “como si fuéramos un cadáver”. Esto lo han malentendido nuestros
amigos y nuestros enemigos. Han pensado que san Ignacio quiere que no pensemos, que estemos
siempre como si fuéramos un muerto, como en esos juegos en que hay que quedarse detenidos
sin respirar, sin pensar. Y sin embargo no es así. San Ignacio quiere que sus hijos sirvan a los
demás, sirvan de una manera creadora, de una manera activa, y para eso necesitamos formarnos
bien, pensar bien, servir a los demás bien. No ser cadáveres.
San Ignacio nos quiere totalmente vivos y, al mismo tiempo, totalmente muertos. Esta es la
paradoja. Yo he pasado muchos años en Asia y he aprendido, creo, algunas cosas, y una de las
cosas que he aprendido es no negar nunca una paradoja. La paradoja nos ayuda a encontrar
sabidurías escondidas. Y aquí la paradoja es que para seguir a Cristo hay que morir totalmente,
pero para vivir totalmente. Vida y muerte, decía el Deuteronomio, es una elección. Cristo nos pide
que elijamos morir con él para vivir con él. El que gana su vida, la pierde; el que pierde su vida, la
gana. O sea, estamos en un mundo de paradojas donde la realidad está en el corazón. Ni los que
quieren ver jesuitas muertos sin pensar han entendido a san Ignacio, ni los enemigos de la
Compañía que piensan que nosotros enseñamos una obediencia mecánica han entendido a san
Ignacio. San Ignacio está en el centro de la paradoja. Morir totalmente, que no haya ya “yo”, ni
egoísmo, ni deseos que me quiten la libertad, que me impidan ver la voluntad de Dios, ni quiere

Visita del Padre Adolfo Nicolás, S.J. - Página | 46


que dejemos de servir a los demás. Por lo tanto, quiere personas totalmente dedicadas, pero
también personas totalmente conscientes, sabias, abiertas, para que puedan ayudar a los demás.
De manera que hoy podemos pedir todos juntos –mientras yo les agradezco que hayan venido a
celebrar con nosotros esta fiesta– que este espíritu tan libre, tan abierto, tan generoso de san
Ignacio, sea el espíritu de todos nosotros. Que sepamos elegir y elegir bien. Que sepamos dónde
está el verdadero tesoro, dónde está lo que realmente vale, que es la vida de Cristo y que
sepamos dar todo por ella. Morir para vivir. Morir a nosotros mismos para que muchos más
tengan vida y tengan vida abundante. Por todo esto vamos a pedir hoy.

Deuteronomio 30,15-20 Pongo ante ti la vida y la muerte. Tu corazón decide.


Salmo 1, 1-6 Feliz el que sigue el camino de los justos... será firme y dará fruto
Filipenses 3, 8-14 Todo es basura comparado con Cristo. Aún no lo he alcanzado. Sigo corriendo...
Lucas 9, 18-26 ¿Qué dicen los hombres de mí? El que me siga que se niegue a sí mismo...

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ENCUENTRO
CON LOS ESTUDIANTES JESUITAS

Teologado san Miguel


Viernes 12 de Noviembre de 2010

Visita del Padre Adolfo Nicolás, S.J. - Página | 48


ENCUENTRO CON LOS ESTUDIANTES JESUITAS

Teologado san Miguel


Viernes 12 de Noviembre de 2010

Estoy un poco afónico, o sea, si a mitad de camino me quedo sin voz, hablan ustedes. Quizá al
principio, diez o quince minutos, yo puedo decir algo, reflexionando un poco sobre ecos de lo que
dije ayer1 para la formación o alguna cuestión que yo veo, y luego entramos en preguntas. Tengo
una página con preguntas de novicios y juniores, pero otros tienen otras preguntas. A mí me
interesa más la conversación que el rollo que yo traigo. De manera que en el principio procuraré
no pasar de quince minutos, no más, alguna consideración general a partir de la charla de ayer; la
Compañía es la misma.
Todo lo que dijimos ayer está relacionado con la formación, ese es el punto de mira para hoy. Lo
más importante, porque ha sido siempre el caballo de batalla y ha sido siempre el punto más
difícil de la formación, es cómo integrar lo que san Ignacio quiere que vivamos con una vida
intensa de estudios: eso ha sido siempre el asunto. En mis tiempos nos hablaban de ser fieles a la
oración y evitar distracciones en ella. Como les dije ayer, creo que son mucho más importantes
las distracciones en nuestra vida. Y las distracciones en la oración a veces son un reflejo de las
distracciones en nuestra vida y a veces es falta de integración en el modo de estudiar, en el modo
de orar, porque el modo de orar cambia. Por eso san Ignacio en los Ejercicios da distintos modos
de orar y hay muchos más: modos orientales, modos africanos, modos benedictinos,
carmelitanos, etc. Pero tenemos que aprender el nuestro.
Cómo hacemos la integración de estudio y vida interior, esa es la cuestión fundamental. Cómo
estar concentrados en el estudio pero no de tal manera que perdamos la identidad total de
nuestra vida. Sin seguir mis notas, a mí me resultó muy interesante el que en cuestiones de
educación hay ahora muchísima más investigación y de cuando en cuando salen nuevos estudios
sobre la composición del cerebro humano. Y hay una explicación que está bastante bien fundada
en biología y neurología que dice que todos tenemos cinco cerebros. El cerebro reptílico –y es
bueno repasarlos– que es el más antiguo y que está a la raíz del cerebro. Es común con los
reptiles, por eso su nombre, y controla todo lo que es movimiento (actividad, digestión,
respiración), todo lo que es físico, vegetativo, etc., está controlado por este cerebro. Por eso, a
muchas personas que sufren daño cerebral les queda la vida vegetativa. Antes se decía (ahora ya
no se usa porque es políticamente incorrecto) “viven en estado vegetal”, claro, es un poco
denigrante. Eso está controlado por el cerebro reptílico, por eso es el más primitivo, el más
protegido, porque está dentro y es común a los reptiles.
Luego sigue el sistema límbico, que está en el mismísimo centro del cerebro. Y este cerebro lo que
hace es poner en orden todos los datos que recibe del cerebro reptílico (datos exteriores). Es el
cerebro que busca la síntesis, la armonía de distintos estímulos y distinta información.
Luego viene ya la gran masa encefálica, que en la persona humana es mucho más grande que en
cualquier otro animal. Esta masa encefálica está dividida en dos por el neocórtex. El lado derecho,
que es la sede de todo lo que tiene que ver con imaginación, creatividad, etc., es una parte del
cerebro que está muy en contacto con la realidad y de la realidad toma datos para crear
relaciones nuevas. Toda la creatividad, el arte, la poesía, la pintura, la música tiene que ver con

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Encuentro con los jesuitas. 11 de nov.

Visita del Padre Adolfo Nicolás, S.J. - Página | 49


este fundamentalmente. No es una división total, hay cruces, pero fundamentalmente es el lado
derecho.
La espiritualidad ignaciana es básicamente el lado derecho del cerebro. Eso es importante
saberlo. Es imaginación, pero no fantasía. La creatividad es usar los datos que vienen de los otros
cerebros y de la realidad (arte, poesía, lo que sea). Usar esos datos para crear más. La cuestión
creadora es tomar datos y desarrollarlos. Por eso san Ignacio empieza con la Escritura, con la
Biblia: el pasaje del nacimiento, cualquier pasaje de la vida de Jesús. Y nosotros entramos en el
pasaje tomando los datos: ver lo que pasa, oír lo que dicen, etc. De esos datos construye uno el
pasaje y en esa construcción hay emociones. Entonces san Ignacio pregunta: ¿qué has sentido?,
¿has sentido paz?, ¿estás entrando profundamente en ello?, ¿vino algún mensaje que te pone
nervioso o lo que sea? Todos esos son los datos para el discernimiento. Este es el lado derecho del
cerebro.
Luego, el lado izquierdo del cerebro no tiene contacto con la realidad; eso conviene saberlo. Usa
los datos que vienen de los otros cerebros. Aquí está toda la lógica, teorías, ideologías, filosofía y
teología, porque es logos, es especulación, es reflexión, poner en orden los datos que vienen del
resto de los cerebros. Esto conviene saberlo porque la educación moderna desarrolla sobre todo
el lado izquierdo. No desarrolla los otros puntos. Ayer mencionaba que el Gobierno japonés ha
reconocido cómo han perdido en imaginación y creatividad, lo cual quiere decir que la educación
desarrolla mucho el lado izquierdo del cerebro, pero no el lado derecho.
Y luego el quinto cerebro dentro del lado izquierdo es una sección que los expertos llaman el
“módulo intérprete”. Es una sección que funciona exactamente como un ordenador, puramente
poner en orden datos. Por eso la humanidad ha podido hacer ordenadores, porque es copiar una
operación humana de inteligencia; lo que pasa es que puede multiplicar la velocidad y la
capacidad. Esto es muy importante, sumamente importante, porque la tendencia moderna –
sobre todo de la tecnología– es a desarrollar el lado izquierdo del cerebro y el módulo intérprete.
El módulo intérprete es agnóstico. En los análisis que hace, no tiene credo. Es puramente procesar
información. Esto es muy importante, porque si nosotros nos pasamos el día estudiando filosofía
y teología, por lo tanto en el lado izquierdo del cerebro, a la hora de ir a la meditación y a la
oración es muy difícil decir ahora lo dejo de lado y me voy al lado derecho del cerebro. Entonces
las distracciones vienen porque estamos conectados. Y si encima estamos distraídos durante el
día con otras cosas (con emociones, con relaciones, con lo que sea), pues la oración se hace
dificilísima. No hay holgura, no hay descanso. La oración se hace un momento de tensión en que
está uno luchando con distracciones. Yo creo que ahí hemos perdido todos también muchísima
energía, por no pensar en la vida. Por eso san Ignacio da importancia a la oración, pero da más
importancia al examen, porque el examen nos ayuda a ver si estamos distraídos o no. Por
ejemplo, a san Ignacio le decían “el padre tal o cual es un padre de mucha oración: todas las
noches está dos horas en la capilla.” Y san Ignacio dice “si es mortificado, probablemente es un
hombre de oración”. Porque la relación con Dios no es cosa de decoro, de esfuerzo, de horas, sino
es cuestión de libertad interior y de apertura a la acción del Espíritu. Es otra línea, no es la línea
del esfuerzo, no es pensar; es otra línea.
Todo esto es importante. Entonces, en la vida de estudios de ustedes, el ideal de la educación es
desarrollar los cinco cerebros. Esta teoría y estos estudios dicen que, según la información
genética, la educación, los padres (influyen mucho), y luego las experiencias que tiene cada uno y
la cultura donde uno crece, uno de los cinco cerebros se hace dominante. Hay tests (y yo los
tengo, pero no se los voy a poner). Por ejemplo, para educación al empezar un curso se pueden ya
hacer esos tests y entonces saber qué inteligencia es dominante en los niños, para compensar. Si,
por ejemplo, tienen ya inteligencia de cerebro izquierdo, pues educarles más en arte, música, etc.,
para que tengan una personalidad más hábil. O al revés.

Visita del Padre Adolfo Nicolás, S.J. - Página | 50


Nosotros, jesuitas, tenemos que conversar con todo el mundo. Y ya lo verán en el futuro. Vuestra
misión va a ser una misión muy abierta. Aunque ustedes sean profesores de universidad, los
estudiantes vendrán para dirección espiritual, para hacerles consejeros suyos, con sus problemas
con la novia o el novio. Vendrán para todo. Si nosotros no hemos desarrollado las capacidades
que Dios nos ha dado en todos los cerebros, no sabremos qué hacer. Decir “no, no, yo soy sólo
profesor; tú necesitas un director espiritual, busca a otro”. Pero resulta que no, que muchas
personas dicen: “yo con esta persona puedo hablar, pero con el otro sacerdote, no”. Eso pasa
mucho. Pasa incluso, cuando yo estaba en Manila, daba sacramentos en el Instituto Pastoral y a
veces unas monjas me preguntaban: “yo voy regularmente a la cárcel a hacer pastoral y, de
cuando en cuando, me encuentro con un prisionero que me dice ‘hermana, quisiera hacer una
confesión con usted’. ¿Qué hago?”. ¿Qué harían ustedes? Creo que la respuesta es: si un
prisionero, después de conocerte varios meses, un día, en un momento de gracia y de apertura,
dice “yo quiero hacer una confesión”, escúchalo. Al final no le digas Ego te absolvo, no digas “esto
es una confesión”. Al final le ayudas a que pida perdón a Dios, que le ayude a convertirse… pero
escúchalo. No le digas, como hacen algunos: “ah, espera un momento, voy a buscar un
sacerdote”. “No, no, yo odio los sacerdotes, yo con los sacerdotes no puedo ni hablar”. En la
cárcel te encuentras con esto. El corazón de ese individuo se ha abierto ahora y tú eres la persona
que lo ha abierto; escúchale hasta el final. Y luego recen pidiendo el perdón de Dios. No hace falta
decir esto es una confesión. Ciertamente no es una confesión sacramental. Pero es un encuentro
de curación, de reconciliación, en la que podemos ayudar.
Digo esto porque es importante saber que nosotros tenemos que estar abiertos a todo. Porque
nos pueden venir sorpresas en la pastoral, en la universidad. Mi hermano enseñaba en la
Universidad en Nueva York, es laico. Pero dice: “tengo una universidad en que había poquísimos
católicos”. Es New York State University, es una State University, fundada por Rockefeller con
dinero judío (porque él es judío) y había muchos judíos, protestantes y algunos que venían de Asia
(un buen grupo de coreanos y otros). O sea, no era un ambiente católico. “Pero –dice– si tú estás
abierto a los estudiantes tarde o temprano todos quieren venir para que seas su director
espiritual. Es decir, si tratamos bien a los estudiantes, toman una confianza y quieren hablar
contigo de lo que no hablan en casa, lo que no hablan a sus padres, de lo que jamás hablan a
nadie”. Tenemos que tener todas las posibilidades abiertas: ahí está el reto de la formación de la
Compañía.
Tenemos un programa. Juniorado para humanidades o como transición del noviciado a una vida
intensa de estudios; hay dos tipos de juniorado y dos dimensiones. Yo tuve tres años de
juniorado. Entré muy joven, con 17 años; claro que entrábamos todos con 17 años. Y si alguien
entraba con 23 o 24 años, eran vocaciones tardías. Me imagino que aquí habrá varias vocaciones
tardías. Pero éramos muy jóvenes y necesitábamos tiempo para madurar. Creo que el juniorado
nos daba ese tiempo y también para estudiar lenguas (griego, latín, etc., en ese tiempo; en
verano, estudiar francés…) y también para abrir la mente a las humanidades; las humanidades
dan sentido estético, historia, arte, literatura. Y era un tiempo muy bueno. Eso lo necesitamos. Si
ustedes no tienen preparación en humanidades, por favor compensen como puedan: leyendo
literatura, sacándole el gusto a la música… Todo eso les será utilísimo para el apostolado después.
O sea, no todo lo que es bueno para el apostolado lo van a tener en el currículum, porque no se
puede incluir todo, a no ser que tengan una formación larguísima, como la tuve yo. Yo entré a los
17 y me ordené a los 30, pero todavía me quedaba el doctorado, tercera probación, etc.
Prácticamente, de 15 a 17 años de estudio. Antiguamente era así: el mínimo era 13 años en la
Compañía. Por eso, en Madrid, un señor vino donde el socio, que era el encargado de vocaciones
(entonces no había promotor de vocaciones; el socio lo hacía todo). Y dice: “mi hijo quiere ser
sacerdote, ¿qué me aconseja usted?” Y el socio le dice: “Pues hay muchas opciones. Si quiere ser
sacerdote diocesano, tendrá que estudiar seis años, filosofía, teología, seis años. Si quiere ser

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franciscano, tendrá un año de noviciado, siete años de estudios. Si quiere ser carmelita, tienen
otro año para no sé qué, ocho o nueve años. Si quiere ser dominico, esos estudian más, diez años
para ser sacerdote. Y si quiere ser jesuita, va a necesitar trece años”. Y el padre dice: “Jesuita,
pues que mi hijo es un poco tardo, va a necesitar más tiempo”. Esa era la broma que nos hacían a
los jesuitas sobre nuestra formación. Era muy larga, pero era una oportunidad de madurar y de
rellenar esos años de maduración que van de los 17 a los 24 años.
La formación, entonces, nos abre a posibilidades para el apostolado. Toda la formación jesuítica
es para la misión; eso ténganlo bien en cuenta. Y hoy día, como dije ayer, la misión es universal.
Aunque no vayamos al extranjero, el extranjero viene a nuestro país, en todos los países. A Chile
es más difícil ir, porque está al sur y no está en las rutas aéreas de paso; eso se ve aquí. Pero hoy
día, si Chile avanza económicamente, van a tener más y más inmigrantes. Los países que tienen
puestos de trabajo, atraen inmigrantes, porque ellos están buscando oportunidades de sobrevivir
y por tanto son los más dinámicos de un país. Por ejemplo, en China hay muchísimos pobres,
porque es un país enorme y no hay trabajo para todos; hay mucha pobreza sobre todo en las
provincias. Pero fuera casi no hay pobres chinos, porque fuera se organizan y están dispuestos a
todo. Y luchan y hacen cualquier servicio. Chinos que entran a Japón vienen con visa de
estudiante, pero en seguida se colocan en un restaurante fregando platos. Y se pasan dos o tres
años fregando platos hasta que ellos empiezan su restaurante, o su tienda de electrodomésticos,
o su tienda de un euro por producto, como tienen en Madrid. Todas las tiendas de un euro son
chinas; y la gente dice “voy a los chinos”. En Buenos Aires los supermercados son todos chinos.
Eso naturalmente es una red; no hay familia que pueda abrir un supermercado nada más llegar a
Buenos Aires. De dónde saca. Es una red de chinos, como una mafia, que tiene sus conexiones… Y
lo mismo puede pasar con iraníes, con coreanos en Estados Unidos, etc.
La formación nuestra es para la misión y se espera que tengamos ese dinamismo. Vamos a vivir en
un mundo sumamente plural donde un cerebro no nos va a bastar: necesitamos los cinco. Y, por
tanto, es muy importante saber cuál es mi cerebro dominante, que es lo propio mío. Cuando uno
de ustedes –como yo no los conozco, entonces lo puedo decir, porque si no parecería que estoy
apuntando a alguien– es el típico hablador, en Madrid dirían, fardón, pues farda mucho, que
habla siempre de sí: “pues, yo he hecho esto”, “pues yo hago lo otro”. Y le gustan los deportes…
No digan: “pues qué soberbio es”; digan: “ese debe tener un cerebro reptílico”. Cuando el
cerebro reptílico es dominante entonces es una persona muy deportista, y siempre le gusta
moverse, dominar, y estar ahí hablando… yo tengo un hermano que es así, y de todo lo que pasa
él dice: “pues esto me ha pasado a mí también” y te habla de lo que él ha hecho… y yo admiro a
su esposa… que sabe mucho de cerebros y lo entiende muy bien… sabe que no es orgullo sino que
necesita expresarse, y hay una inseguridad básica… y si no lo expresa físicamente, no lo siente.
Eso ayuda también para la vida en comunidad, para entendernos: si encuentran un individuo que
sabe escuchar, pues tú dices: “el cerebro límbico, el segundo cerebro es dominante”. Esos son
ideales para superiores, porque como superiores unen a la comunidad, saben escuchar, ponen los
distintos puntos de vista juntos, entonces puede unir a la comunidad… este es el ideal del héroe
griego… El politeísmo no es muchos dioses, es integrar las distintas dimensiones de la persona
humana. Y el héroe trágico, el antihéroe, es el que no puede integrar… el ideal griego es la
sofrosine, es la integración, es la paz que viene con esa integración. Pues cuando vean en la
comunidad a uno así, ese va para superior… será una persona que sabrá integrar. Uno de estos
expertos que fue mi profesor, cuando yo era provincial de Japón me dijo: “cuando escojas a un
superior, escoge a uno que tenga el cerebro límbico dominante”.
El cerebro derecho es la creatividad, son personas muy creativas, que a veces tienen dificultad
con la filosofía y con la teología, pero esa dificultad no quiere decir que no son inteligentes, quiere
decir que su inteligencia es de otro tipo. Son personas que relacionan, relacionan para crear algo
nuevo. Uno de estos expertos en estas cuestiones aplicó tests: el mismo test para los estudiantes

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que iban bien y para los estudiantes que requerían ayuda. Y se dio cuenta de que respondían
distinto. Aquellos a los que les iba bien y sacaban buenas notas, respondían a las preguntas
directamente, en línea recta, porque sabían la respuesta. Los otros empezaban a hacer relaciones,
y así llegaban a la respuesta, después de dar muchas curvas. Porque su mente es mucho más rica,
mucho más artística. Relacionan cosas. No es línea recta. La línea recta es lo que quieren las
empresas para ir rápido, porque están compitiendo con otra compañía, entonces necesitan
terminar el producto lo antes posible. Por eso cuando sale un nuevo modelo de computadores, no
lo compren,… esperen seis meses, porque lo sacan enseguida a la venta con defectos. Entonces
ven los defectos, los corrigen, y la segunda edición dentro de seis meses,… son solo seis meses, es
la mejor. Esto ha pasado con todos los modelos windows de tal, windows de cual… el primer
modelo que sale, sale lleno de defectos, entonces vale la pena esperar 3, 6 meses… y sale uno con
cierta corrección. ¿Por qué? Porque hay prisa, entonces no se hacen todas las relaciones que
había que hacer. Son ordenadores del cerebro izquierdo.
Los que tienen el cerebro izquierdo dominador son personas muy lógicas, y solo ven con la
cabeza… y entonces nosotros a veces decimos “qué frío”, “le falta afecto”... En nuestra formación
a esas personas les vendría muy bien oír música, leer poesía, enriquecerse con otros elementos.
Esos serán muy buenos profesores, porque saben poner en orden las cosas, saben presentarlo, lo
presentan ordenadamente. No te pintarán un cuadro, pero te pueden dar una clase de teología.
Los del quinto cerebro, esos tienen más dificultad, porque son computers, son ordenadores, fríos,
muy lógicos, y estos, religiosamente, dicen que llevan al agnosticismo. El lado derecho es Dios
creador, el izquierdo sería Dios juez,… los dos son cristianos todavía, pero el puro ordenador no
tiene contacto con la realidad, no tiene vida, agnosticismo. El límbico es politeísmo
evidentemente, el reptílico es animismo. Toda sensación le sirve, toda sensación le puede llevar a
Dios. Es algo positivo. Estas religiones o estas culturas que tienen contacto con la naturaleza
tienen una vitalidad tremenda, y es porque culturalmente el cerebro… -todo esto lo digo porque
es importante para vuestra formación, para que tengan el abanico de posibilidades abierto, y es
muy importante para una comunidad como lo son las comunidades en Latinoamérica, de teología,
que son multiculturales- nunca juzgar a una cultura desde el punto de vista mío, porque el punto
de vista mío está condicionado por una historia, una tradición, y el cerebro dominante que en esa
cultura se desarrolla, los valores, la manera de ver la realidad. Vienen de otros países, y en
seguida les ponemos etiqueta: los españoles son así, los portugueses son así, los americanos -digo
adrede nacionalidades que no están acá-, los japoneses son así, los chinos, … eso es siempre
injusto, porque en cada cultura hay siempre distintas posibilidades, hay todos los modelos
posibles.
Por ejemplo, al hablar de evangelización, incluso en Asia. ¿Cuál es la diferencia de la iglesia entre
Filipinas y en Japón? Hay clarísimamente una diferencia de modelo. El modelo filipino es popular.
Llegaron los misioneros, sobre todo franciscanos, agustinos, dominicos, vieron que era un pueblo
fundamentalmente animista, más cósmico... (…) y entonces decidieron, y fue una decisión muy
acertada, aquí hace falta una misión popular. Entonces cultivaron devociones, penitencias muy
físicas que las siguen haciendo… en semana santa hay flagelantes por las calles, que tienen látigos
con cuchillas, y van dándose, no muy fuerte, pero se van dando pero se van abriendo las espaldas,
y van chorreando sangre por las calles… en semana santa, yo lo he visto en Filipinas, en medio de
un calor en pleno verano, hay drama, hay religiosidad popular, que funciona muy bien hay
devoción a la Virgen, al Santo Niño… y esto es porque los misioneros tomaron la decisión de
presentar el cristianismo como algo popular, inteligible para la gente, y sigue, y encaja muy bien
con la religiosidad del pueblo filipino.
¿En Japón que pasó? Japón tiene todo el abanico. Todas las culturas tienen todos los abanicos.
Desde los intelectuales, hasta lo más popular. Todas las posibilidades. Entonces en la
evangelización en Filipinas escogieron lo popular, que era la mayoría, noventa y tantos por ciento.

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Y sigue, la mayoría filipina mantiene una mentalidad popular, aunque sean muy educados. En
cambio, los jesuitas (…) probablemente con un cerebro izquierdo fuerte, llegaron a Japón, en
Japón hay de todo, pero vieron como el confucianismo había afectado la religiosidad japonesa, y
el confucianismo es muy ceremonial… el budismo también tiene sus ceremonias, muy hieráticas,
muy tranquilas, de meditación, hay mucho silencio,… el sintoísmo es más popular, o sea, el
sintoísmo estaría aquí, pero escogieron el modelo confucionista budista. Creyeron que era lo más
profundo de Japón, y a lo mejor es lo más profundo, pero no es lo más general. Consecuencia:
que tenemos un cristianismo en Japón que es muy hierático, muy meditativo, si quieres, muy
tranquilo, pero que no es nada popular.
Conozco religiosas a las que, a lo mejor, una alumna de su colegio las invita a su boda. Y resulta
que se ha casado con un individuo que vive aquí en la zona popular. Y han ido creyendo que iban
a encontrarse con una boda muy hierática, las bodas en Japón son sumamente formales…, son un
rollo impresionante, porque son discursos… Y ahí están los dos, y han invitado al presidente de la
empresa, al segundo, al tercero, al cuarto, todos los invitados del novio son de la empresa, las
invitadas de la novia son compañeras de trabajo, y los padres están en el último lugar, eso es
tradición, porque son los anfitriones los que invitan. Y entonces empiezan discursos, discursos,
discursos: hay libros de discursos para bodas. Porque claro, la creatividad no es la facultad más
extendida en Japón. Van a los libros de discursos. Yo recuerdo… en la primera boda que fui, yo no
sabía de estos libros. Yo estaba pensando: cuando me toque a mi qué digo. Y uno dijo: yo para el
matrimonio le recomiendo tres palabras que empiezan por com, comunicación, comunidad y otra
más. Y cuando me tocó yo agregué a esas tres dos más. Al final de la fiesta el que había dicho las
tres se me acercó y me preguntó: cuáles eran las otras dos. En su siguiente discurso el dirá cinco.
Nosotros escogimos una forma más hierática, más tradicional, más ceremonial, y respecto del
cristianismo en Japón… creo que ahí hubo una elección que no fue la mejor. Está muy bien elegir
esto, porque existe esta profundidad en Japón también… pero al mismo tiempo tendrían que
haberse abierto una evangelización popular, porque la mayoría de los japoneses no van con eso. Y
ahora vienen los filipinos, ahora que hay tanto migrante, van a misa el domingo, y al final de la
misa dicen: “¿esto era una misa de difuntos?”. Todo en tono menor, los cantos son aburridos, y
eso para un filipino… y hay japoneses que van adrede a la misa de los filipinos, porque ahí hay
alegría, la música tiene ritmo… ahí es donde las culturas se encuentran.
Lo importante es para nosotros. Un tema que están tratando los superiores generales en Roma: el
año pasado fue el tema central. Es la interculturalidad. Todas las órdenes religiosas están
experimentando lo que experimentan ustedes aquí, religiosos de distintas culturas, que viven
juntos, que estudian juntos. Y la interculturalidad no pasa automáticamente. Por estar juntos, no
pasa. Al estar juntos notamos las dificultades de la diversidad de culturas. Pero hace falta
entender lo que está pasando. Cómo abrirnos a las otras culturas. Cómo escuchar. Y eso requiere
de una cierta preparación. Y hubo presentaciones muy bien hechas. Yo llevé los discursos al
consejo, y el delegado de formación, Orlando Torres, los estudió. Y este es un tema también que
estamos estudiando… y ustedes están viviendo.
La interculturalidad es una gran oportunidad para crecer, para crecer al mundo moderno, donde
ahora todas las culturas se intercambian… estudiar juntos teología interculturalmente es mucho
más rico que estudiar cultura desde una perspectiva, nacional… Filosofía es lo mismo…, vemos
como la filosofía afecta a distintas mentalidades, a las distintas personas… pero lo importante es
saber escuchar, saber respetar, saber aceptar, y la habilidad para cambiar. Esto yo lo he visto en
Japón. Japón para mí fue el reto de toda mi vida. Como dije ayer, mi sentido común dejó de ser
sentido común, porque la manera de reaccionar de los españoles es buena para España, pero en
Japón es totalmente distinta. Hay otra manera de ver las relaciones humanas, de ver el grupo, de
ver la comunidad, incluso Corea. Corea y Japón son totalmente distintos, y son vecinos, y los dos,
asiáticos y confucionistas, y ambos influidos por el budismo…pero son totalmente distintos. Dicen

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que si pusieran a diez habitantes de países en una isla desierta, ¿qué harían? Si pones a diez
ingleses al día siguiente estarían los diez en fila para que les presenten, porque a un inglés si no lo
presentas no puede hablar contigo. “Quién es usted, nadie me lo ha presentado”. Si pones a diez
coreanos al día siguiente tienes diez partidos políticos. Españoles yo creo que irían como los
coreanos. Pones a diez japoneses y al día siguiente tienes un comité. (…) Pones a diez chinos, y al
día siguiente tienes diez tiendas, uno vende arena, el otro vende conchas… Ustedes pueden
añadir, pueden hacer con vuestros países. ¿Qué hacemos con diez polacos?
Es interesante. A veces se hacen bromas. Indican un punto de la cultura. Cómo recibimos esto,
cómo intercambiamos y valoramos, cómo entramos con un poco de profundidad en esta
interculturalidad. Estoy seguro que un intercambio serio y profundo entre culturas, hace vuestra
filosofía mucho más interesante y mucho mejor. No una filosofía unilateral, sino una filosofía que
lo que pretende, como decía Platón, es ayudar a la gente a vivir mejor. Pero vivir mejor en un
mundo como el de hoy, no en el mundo griego, sino en el mundo latinoamericano abierto a la
universalidad.
Estas son referencias importantes. Otra referencia que yo quiero hacer, y lo llevo pensando desde
el principio, desde que preparamos la Congregación General en nuestra asistencia. El currículum
de estudios tiene que ser mejorado. La compañía hizo su ratio studiorum al principio en tiempos
de san Ignacio para dar una formación humanística, abierta, amplia, a nuestra vida, precisamente
para el apostolado. Se rehizo después de la restauración, en tiempos del P. Rotham. Y yo creo que
hace falta hacerla otra vez. El mismo Papa, cuando fue a la Gregoriana, al final de la conversación
(…) dio un discurso muy interesante (…) con distintos desafíos, que yo retomé al año siguiente:
diálogo con la ciencia, diálogo con las otras religiones, eso tenemos que incorporarlo en nuestra
manera de estudiar teología. Porque estamos en un mundo donde la ciencia se está comiendo el
coco, dicen en Madrid, se está apoderando de la mente, del lenguaje, de la gente… entonces
tenemos que aprender un lenguaje que sea capaz de dialogar con la ciencia… fe y ciencia es un
reto desde el siglo XVIII muy fuerte, y sobre todo en el siglo XX, XXI, se hace central… tenemos que
incorporar más una preparación científica para todos nosotros, que sepamos usar el lenguaje de
la ciencia, no hace falta que seamos científicos, pero sí poder hablar con científicos. Y por eso el
apostolado intelectual no es solamente ir a la universidad. En Tokio, en nuestra parroquia
tenemos un sacerdote japonés que tiene estudios científicos, pero que ha organizado a un grupo
de profesionales que funciona muy bien: médicos, profesores de universidad que saben que
pueden ir ahí y saben que con este jesuita pueden hablar. Esto es un tesoro en una ciudad como
Tokio. En otras parroquias no tienen a nadie con quien poder hablar.
Y hoy día los estudiantes aprenden el lenguaje de la ciencia, y el de la comunicación,
ordenándoles blacktooth, o no se que cuanta cosa más, facebook… El otro día me decía un
político australiano que, en el Parlamento australiano, la memoria de los parlamentarios dura tres
minutos, y durante la sesión parlamentaria dicen lo que tienen que decir y luego están todos
jugando con el celular, están twitteando, enviando mensajes o recibiendo y no es nada serio… Y
en otra ciudad en España me dijeron que todos tienen su computador, y un periodista se fue por
detrás y empezó a ver qué estaban mirando, y estaban allí jugando, …chateando, …nadie estaba
siguiendo la discusión. Este es el lenguaje que entiende cualquiera hoy, sobre todo los jóvenes
que han entrado ahí.
¿Nosotros cómo manejamos esto? Pero manejarlo con un poco más de conocimiento, sabiendo lo
que es la ciencia. Antes teníamos tres años de juniorado, los que no tenían ninguna preparación
de ciencias antes de entrar a la Compañía, tenían un cuarto año de juniorado para ciencias,
porque era importante. Hoy día no tenemos juniorado, o lo tenemos muy corto… o es filosofía. A
lo mejor acá nos falta algo. Esto es un factor importante en la restructuración del currículum,
mientras esto sea ley, esto puede demorar varios años, porque tiene que hacerse
institucionalmente… Sé -y lo sé directamente porque me lo ha dicho él mismo-, sé que el Papa

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está muy preocupado por la formación del clero, no solamente la formación espiritual, sino la
formación teológica, y cree que hay que reformarla, y quiere que la Compañía le ayude… Bueno,
primero lo tenemos que hacer nosotros, y si va bien, entonces lo ofrecemos a la Iglesia… pero no
podemos dictar a la Iglesia lo que nosotros no hacemos… y decir, “ah, para la formación del clero
se podría hacer esto y esto”… Vamos a hacerlo, si no funciona lo cambiamos, y si funciona, se lo
ofrecemos.
Estos son factores importantes, pero mientras se hace, creo que es cuestión de ustedes, todos lo
hemos hecho, nuestra generación, tienen que compensar lo que no les da el currículum: cuando
yo terminé mi teología, nuestra formación era bastante floja en Biblia, la de ustedes es muchísimo
mejor en Escritura. Pero entonces empecé a enseñar teología y sentí la necesidad de compensar
lo que no pude estudiar. Un año Mateo, un año Marcos, año por año ir entrando en distintos
libros. Y leer, fui al profesor de Nuevo Testamento y le dije: “¿Cuál es el mejor comentario de
todos los que se han publicado del evangelio de san Mateo”. Tomar un buen comentario que se
pueda leer despacio, estudiándolo. Luego el mejor comentario de Marcos, de Lucas, de los
profetas. Eso lo tienen que hacer ustedes, y se puede hacer. Muchos de nosotros lo hemos hecho,
y se puede. Si se ha hecho, quiere decir que se puede.
Antropología, Sociología, Psicología son lecturas que tienen que compensar; no están integradas
todavía a nuestro currículum, pero son sumamente importantes para la pastoral, para poder
ayudar a los demás. Pero, seleccionen siempre los libros mejores. No lean esos libros baratos que
se venden en cualquier librería “Help, Help”. Esos son libros baratos de contenido, quiero decir,
no de precio. Son psicología barata, eso lo lee cualquiera. Leen lo que dice Fromm, Freud, Eric
Berne. Unos dos libritos de análisis transaccional, lo mejor y verán como eso les ayuda
enormemente. Yo lo encontré cuando estaba enseñando. Me hice mi programa de lectura y la
encontré interesantísima porque ayuda incluso a reflexionar sobre nuestra propia vida. Cosas que
pudimos haber estudiado en el juniorado, en el filosofado, pero no lo hicimos. Yo creo que hay
que conversar.
Mis seis años en Manila en el Instituto de Pastoral, en ese sentido, me sirvieron muchísimo
porque teníamos un profesor de antropología cultural, profesores de psicología pastoral, etc., y
eso era abrir los ojos a nuevos campos interesantísimos, y que ayuda mucho, incluso, a entender
la vida religiosa. Por ejemplo, decía el profesor de antropología cultural que siempre que se entra
en una vida nueva hay un proceso de iniciación y ese proceso está estudiado antropológicamente
muy bien. Se separa uno del sentido común normal y entra uno en un estadio en donde hay una
intensidad bastante fuerte en crear un nuevo tipo de comunidad. Esto pasa en el noviciado, y
puede pasar cuando en un club te mandan a la montaña unos días para entrar en el club o
puede pasar en Ejercicios. Por ejemplo, te separas ocho días de tu vida normal, tienes una
experiencia intensa de comunidad y vuelves al sentido común normal. Este es un nivel más alto,
tienes una conciencia nueva. Decía este profesor marista que desde el noviciado termina uno
ardiendo, está uno quemando y, al terminar, si se enfría rápidamente se rompe. También el
acero, si se está al rojo vivo y se enfría rápidamente, sin control también se rompe. Así le puede
pasar también a la persona. Entonces, hace falta un tiempo en el que se pasa del calor del
noviciado a una vida fría de estudios; sobre todo estudios intensos. Entonces, esto no puede ser
instantáneo. Por eso, aunque sea filosofía se sigue llamando juniorado. Un tiempo de transición y
ahí no hay prisa por sacar un título. Entre más cursos mejor.
El año después del noviciado es un año muy difícil y es un año muy importante para entrar en un
nuevo ritmo. ¿Qué pasa con mi vida, con mi vocación, con mis valores? ¿Qué valor tiene lo que yo
he aprendido en el noviciado y cómo yo lo puedo integrar en un nuevo estadio de conciencia.
Todo eso nos puede ayudar muchísimo para enfrentarnos con los retos que tienen todos:
juniores, filósofos y teólogos. Estas son algunas consideraciones. He hablado más de lo que yo
quería. Si ustedes tienen preguntas ahora podemos entrar en diálogo.

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- Alonso: Un poco motivado por lo que acaba de decir usted muy ilustrativo del desarrollo del
cerebro del lado derecho, del lado izquierdo, una de las preocupaciones que tengo, pensando en
mi futuro sacerdocio, es que el lenguaje de la Iglesia va por un lado y la cultura contemporánea va
por otro. Y recurriendo a la metáfora suya, es como si la Iglesia habla con el cerebro izquierdo y la
realidad le está demandando más cerebro derecho. Esa es como mi percepción desde el sur del
mundo. Y eso se vincula también con un problema del lenguaje. Es como que no llegamos a
transmitir la fuerza del Evangelio a una cultura que lo está demandando, pero nuestro lenguaje
suena como admonitorio, prohibitivo. Entonces, la pregunta es cómo ayudar a la Iglesia y cómo
ayudarnos a nosotros mismos como cuerpo apostólico perteneciente a la Iglesia a hacer como este
aggiornamento. Yo creo que estamos en un cambio epocal fuerte en donde se requiere mucha
creatividad. Por ejemplo, se sigue usando el paradigma sustancia, accidente en el lenguaje oficial.
Una cosa francamente de otros tiempos, que ignora la cronología, también lo oriental; estamos
como desfasados. Falta actualización. (Se sigue con preguntas relacionadas con el mismo tema).
-David Bruna: Padre, mi pregunta iba por los llamados que usted nos hacía en la carta del año
pasado sobre la vocación universal del jesuita. Yo le quería preguntar: en este mundo intercultural
¿cuáles son los desafíos que usted ve que tendría la Provincia de Chile, desde la mirada que usted
tiene? Si bien estamos compañeros de distintas provincias, todos nos estamos formando en esta
provincia de Chile. Entonces, ¿qué desafíos tendríamos nosotros en particular para asumir esos
llamados a la vocación universal a la que usted nos hizo en la carta el año pasado?
- Santiago: Sobre el llamado a la vocación universal que inclusive también está en la CG35, capaz
de que es una opinión mía, pero a mí me da la sensación de que nosotros, o yo por lo menos, no
hemos sido formados para la vocación universal. La mayoría de nosotros estamos preocupados de
qué va a pasar con nuestras provincias y, seamos sinceros, si nos vamos a unir con tal provincia o
con tal otra. Y qué vamos a perder y qué vamos a ganar y si vamos a poder mantener las obras y si
van a sacar gente de nuestro país, entonces nuestro país va a quedar con menos gente. Entonces,
a mí la sensación que me da, viéndonos en la calidad de los estudiantes que estamos aquí, que
somos de varias provincias, es que estamos más guiados por el miedo. En definitiva, no estamos
profundizando en esta vocación universal. Tenemos poca disponibilidad, obviamente me incluyo,
para ofrecernos a que, como decía usted, la Compañía nos pueda pedir cualquier cosa y que
nosotros estemos con la generosidad necesaria como para decir sí. Me parece que estamos
guiados por los miedos, las inseguridades y vemos que esta vocación universal es como algo que
nos supera. Y, sinceramente, lo que pienso es que la Compañía no nos ha formado para eso.
- Vamos a empezar con un pequeño comentario a lo que dice Eduardo. Creo que tienes toda la
razón y no es una perspectiva del sur, en el norte es igual y en el este también se ve igual. La
pregunta la has formulado muy bien, la pregunta no es qué hace mal la Iglesia, sino cómo
podemos ayudar a la Iglesia cuando esta es la situación. Es un problema que ya viene de antes.
Jacques Maritain, el famoso filósofo francés, dijo hace unos treinta años: “cómo es que la Iglesia
tiene un mensaje magnífico, el contenido magnífico, la doctrina social, pero lo presenta de tal
manera que no hay quien lo lea”. O sea, el lenguaje con que se presenta la doctrina de la Iglesia,
no es lenguaje de gente. A lo más es el lenguaje de algunos pocos eclesiásticos o gente muy
devota que le gusta leer ese tipo de lenguaje, pero no es un lenguaje de la gente. La gente,
primero, no lo lee, se le cae de las manos y si lo lee, no lo entiende. Y, por lo tanto, un mensaje
que no se entienda es como un no mensaje. Es como esas homilías que van por encima de la
cabeza y la gente se vuelve a casa fría porque no ha entendido nada. O sea, ese es un problema
real. Y quiere decir que la Iglesia se ha desfasado de la actitud del mundo moderno.
Este Papa está haciendo unos esfuerzos enormes por hablar a la cultura moderna. O sea, este
Papa tiene sensibilidad y como él sabe que es difícil desde estamentos eclesiásticos, quiere que la

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Compañía de Jesús vaya a las fronteras para encontrar un lenguaje nuevo a la cultura moderna. Y
la mejor manera que tenemos nosotros de ayudar a la Iglesia es tomando esta cuestión en serio y
tenemos que encontrar un lenguaje nuevo porque el mensaje de Jesús sigue vivo y hay que
comunicarlo. Y si no lo sabemos comunicar con el lenguaje de hoy, lo perderemos, y se está
perdiendo muchísimo.
Un ejemplo concreto serían los sacramentos. Yo he enseñado sacramentos muchísimos años,
desde que me fui a Manila, antes no. Pero fui a Manila y en un Instituto Pastoral no había nadie
para enseñar sacramentos, entonces empecé porque yo había estado enseñando simbolismo.
Volví a Japón y el profesor de sacramentos se enfermó y me pidieron que enseñara sacramentos.
Con lo cual he seguido con sacramentos y me he encontrado en todos los cursos que siempre
había uno o dos estudiantes que decían no, sacramentos no, es un rollo, pero a mitad de curso se
empezaron a interesar. ¿Qué ha pasado con los sacramentos? Creo que los hemos desperdiciado.
La Iglesia católica ha desperdiciado los sacramentos y ahora los jóvenes de fuera están recreando
los sacramentos, pero de una manera secular porque los jóvenes son creadores de símbolos. O
sea, la juventud es sumamente creadora y hasta en Japón organizan sus procesiones.
Cuando murió la princesa Diana, se creó allí una liturgia de velas y de luces y tal, popular.
Entonces, la capacidad simbólica sigue viva. Nosotros tenemos una tradición simbólica riquísima y
la hemos perdido porque los sacramentos se han reducido al ritual. El gran teólogo Karl Barth dijo
hace cien años: los católicos no tienen una teología del matrimonio, tienen una teología de la
ceremonia del matrimonio, pero no del matrimonio. ¿Por qué?, porque el sacramento es el
matrimonio, es toda la vida de dos personas casadas. Esta vida es tanto amor hasta el final. Esto
es sacramento del amor de Dios. La ceremonia no puede ser sacramento del amor de Dios. Cómo
puede ser sacramento del amor de Dios una cosa tan pequeña, tan limitada. A veces tan
inexpresiva, sobre todo cuando la homilía es un rollo. El sacramento es la vida. El bautismo es la
vida de fe, es toda la vida de fe. A mí me bautizaron cuatro o cinco días después de nacer. Yo no
tengo ni recuerdos ni nada. Pero el bautismo sigue vivo y mi fidelidad al bautismo es vivir la fe de
una manera viva. La confirmación es la vida en el Espíritu, que es lo quería san Ignacio. O sea, él
tiene una teología y una espiritualidad para vivir la confirmación. Pero eso no se lo comunicamos
a los jóvenes que se confirman. Les decimos: sois soldados y tenéis que tener una misión. Hay un
desfase de la realidad profunda. Entonces, la Compañía tiene que ayudar a la Iglesia, ayudar a los
Obispos. ¿Cómo? Con humildad, somos un grupo pequeño al servicio de la Iglesia, pero con
valentía. Este enviarnos a las fronteras del Papa es un reto que nos ha hecho y es un reto serio e
importante. Pero ir a las fronteras no es nada fácil. Cuando yo hablo con teólogos -a los teólogos
se lo dije en California, en Suiza-, yo les digo siempre que ir a las fronteras supone hoy en día
aprender tres lenguas, y no estoy hablando de inglés, chino y español. Estoy hablando de la
lengua de la frontera hacia afuera, por ejemplo, como hablaba yo y he vivido en la frontera,
Japón se consideraba una frontera geográfica, es la lengua que yo hablaba cuando me
comunicaba con no cristianos japoneses.
Al principio, cuando estaba estudiando teología, me hacían preguntas porque sabían que yo era
jesuita y yo les soltaba a Rahner. Él me inspiraba, me gustaba y los japoneses me escuchaban
extrañados y al final decían: entendemos lo que estás diciendo, pero no suena nada dentro de
nosotros, no nos toca. Eso es lo peor que te puede decir un japonés o un fiel cristiano. Si lo que
dices tiene sentido, pero no toca mi vida para nada. Eso es aterrador. Cuando te dicen esto,
entonces, este no es el lenguaje ni de los jóvenes ni de nadie. Por lo tanto, hay que buscar otro
lenguaje: cuál es el lenguaje de su vida, entonces acercarse a ellos, ver cómo viven, qué tienen en
su mente, en su corazón, en sus vidas, en sus relaciones. Ese es el lenguaje oportuno. Bueno, hay
un lenguaje para la frontera hacia afuera, los japoneses no cristianos.
Hay otro lenguaje para los japoneses cristianos, por tanto entienden un poco más el misterio
cristiano, el evangelio, pero están en Japón. Están en contacto con budistas. Ese es el segundo

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lenguaje que es distinto del anterior. En el anterior yo no uso nada de jerga ni jesuítica ni cristiana
ni nada. Hablo en términos que puedan entender. Y, luego, está el lenguaje del centro. Ahora en
Roma estoy aprendiendo el tercer lenguaje porque en este lenguaje tienen una tradición, santo
Tomás de Aquino, los dominicos, los jesuitas, los franciscanos, o sea hay una tradición y un
lenguaje muy eclesiástico, pero no puedo utilizar en Japón el lenguaje de Roma. Ni puedo utilizar
en Roma el lenguaje de Japón. Entonces, a los teólogos los desafío cuando hablo con ellos: si van
a escribir un artículo importante, sobre un tema delicado, escriban no un artículo, sino tres, en las
tres lenguas. Y verán qué distintos son los artículos. Diciendo lo mismo, son totalmente distintos.
Depende de qué presupuestos, eso lo podéis aprended aquí estudiando juntos. Es una de las
cosas que pueden hacer juntos. Y eso es lo que nosotros tenemos que comunicar a los obispos y
ayudarles a entender.
La mayor parte, como dije ayer, de las dificultades que tenemos vienen de nuestras relaciones con
los obispos no con el Vaticano. Es muy fácil tener buenas relaciones con el Vaticano, es muy difícil
tener relaciones con el obispo que nos parece o más conservador o más progresista o más de aquí
o más de allá. Entonces, ¿cómo le ayudamos al obispo?, pues diciéndole: Señor obispo, ahora
tenemos una iniciativa, vamos a hacer un proyecto y a lo mejor, quizás, esto va a tocar algunas
celebraciones con jóvenes y explicarle por qué. Si el obispo lo ve y lo entiende de antemano no se
asustará cuando pase. Y, entonces, si no se lo decimos, cuando ustedes lo hagan, lo primero que
le llega es un laico que por casualidad pasaba por ese sitio donde tuvieron la liturgia y dice: estos
jesuitas no obedecen a nada de la Iglesia, y va derecho al obispo sin haber entendido qué es lo
que estaba pasando. Y el obispo dice: he visto ahí una misa en donde los jesuitas parece que
hacen lo que quieren y no hacen caso de las normas de la Iglesia. Y, entonces, el obispo se asusta
y cuando va Roma, al primer cardenal que encuentra se lo suelta: en mi país, los jesuitas tienen
una universidad, pero van por su cuenta, no siguen nunca lo que dice el obispo. Nosotros no
necesitamos eso y el obispo no necesita eso. Entonces, ¿cómo podemos ayudar? Primero,
pensando las cosas bien, ser creativos, pero comunicándoselas y ayudándoles a entender.
Muchos obispos reaccionan con dificultad a cosas que hacemos porque no entienden, tienen
miedo. Hay mucho miedo ahora en la Iglesia y parte del evangelio es “no tengáis miedo”, “no
temáis”. Miedo a qué, si estamos todos buscando el Reino. Podemos dialogar, podemos conversar
y tenemos una Iglesia que sabe perdonar. No hay miedo. Pero hay algunos obispos que tienen
miedo y el miedo es mal consejero.
Esto se aplica de una manera analógica, digamos, a la interculturalidad. ¿Qué diría yo a Chile?
¿Que hay un cambio de dirección? Creo que no. La Compañía de Jesús ha sido universal desde el
principio. Si yo escribí la carta sobre la universalidad es, primero, porque yo creo en eso. Creo que
es parte de la vocación de la Compañía y yo me ofrecí para las misiones porque me parecían de
sentido común en la Compañía. Yo era filósofo o junior, y el General Janssens escribió una carta
pidiendo voluntarios para muchas partes del mundo. Y, entonces, dije: si la Compañía necesita
voluntarios, yo soy jesuita, pues me ofrezco voluntario. Y me mandaron a Japón, yo no escogí
Japón. Me mandaron a Japón y me fue muy bien. Si los niños japoneses listos y no listos hablan
japonés, pues yo lo aprenderé también. Todo se puede hacer. Y el hecho son los niños; hay
japoneses listos y hay tontos, hay de todo. Por lo tanto, yo he ido a Japón y en nuestro curso
teníamos a gente muy inteligente y teníamos gente mediana y todos aprendieron japonés. Todo
es cuestión de tomarlo en serio. Lo que pasa es que la CG35 viene en un momento en el que
estamos al final de una etapa en que la insistencia es la inculturación, entonces ha habido
muchísimos sitios donde se ha hablado de que hay que echar raíces, inculturarse, entrar en la
cultura propia, y eso pasa en Chile, como en Japón, pasa en Filipinas. Filipinas ha tenido una
época, incluso hubo un momento en que un filipino muy influyente dijo: los misioneros sobran
todos y allí los misioneros eran norteamericanos. Y un buen grupo se volvió. “Si no nos necesitan
y no nos quieren, para qué estar aquí”. Otros se quedaron, pero eso fue una fiebre que pasó,

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porque ahora los filipinos son misioneros y cuando tú eres misionero es muy difícil decir que no
vengan misioneros. O sea, ha habido una época muy intensa de inculturación.
Una pregunta que me hacen en distintos sitios es: “Bueno, hasta ahora se nos decía
‘inculturación, inculturación’ y ahora usted dice ‘universalidad’: ¿cuál de las dos?” La respuesta es
las dos.
Nosotros no podemos servir a la Compañía universal si no echamos raíces. Si no conocemos bien
nuestra cultura, si no estamos inculturados, no sabemos cómo entender otra cultura. Entonces
vamos llenos de prejuicios, vamos a un mundo abstracto y creemos que ser universal es mejor.
Pero si somos universales sin raíces, sin pies en el suelo, no somos universales, sino abstractos,
que es distinto. Por lo tanto, la universalidad es una actitud. La inculturación es una manera de
vivir, una manera de trabajar. Por lo tanto, yo diría que todo jesuita trabaja inculturándose.
Y es un reto para vosotros los que venís de fuera, una gran oportunidad de descubrir una cultura
nueva: Chile. Y entrar. Qué significa vivir en Chile, tratar con la gente y captar otra manera de ver
las cosas. Es un gran reto. Podéis decidir “no, yo me quedo fuera y observo”. Eso yo he visto que
lo han hecho muchos misioneros: han vivido en Japón más que yo, 40 años o más, y siguen siendo
tan americanos, tan españoles o tan alemanes como el día que llegaron. No han aprendido nada
de lo que es Japón. Y eso me lo encontré siendo provincial. Y pensaba: ¿es posible estar tanto
tiempo en Japón y todavía ser tan bárbaro? Porque los japoneses les llaman a los españoles y
portugueses los “bárbaros del sur”, porque llegaron por el sur. Los “bárbaros del norte” eran las
tribus coreanas del norte. Los “bárbaros del sur” éramos nosotros, porque llegábamos y no
sabíamos nada, y los soldados que llegaban eran muy bárbaros. Hay misioneros que se quedan sin
entrar. Esa no es la manera jesuítica: como decía san Ignacio, vayamos donde, vayamos aprender
la lengua y entrar en la vida de la gente. Que después de tres años me mandan a otro país: voy ahí
y entro en la vida de la gente.
Si sé cómo se entra en la vida de la gente, puedo ser universal, puedo ayudar en cualquier sitio. Si
me quedo fuera, nunca seré universal. Entonces, la manera de vivir y de trabajar es inculturación
radical, con raíces, pero el corazón se mantiene libre.
Esto crea cierta tensión, pero es una tensión sana, una tensión espiritual, una tensión de
disponibilidad, de apertura. Los budistas dicen que toda persona camina con los pies en el fango,
no hay ángeles, pero con el corazón en el cielo. Por eso el símbolo de la jirafa, del que les hablé
ayer, es muy bueno porque es el animal que tiene el corazón más grande, pero la visión muy alta.
El corazón grande para amar a tu tierra, pero la mirada alta para ver. Ése sería un buen símbolo
para nuestra vocación jesuita. Por lo tanto es mantenernos en esta tensión lo que la Compañía
nos pide.
Y esto ya desde el principio, porque si veis cómo funcionaban los primeros jesuitas, es increíble.
Yo me pregunto cómo hacían esos señores. Menos mal que les ayudaba el latín, uno iba a España
y trabaja cinco años ahí, luego lo mandaban a Alemania, y luego a Italia, al Concilio de Trento…
Esta agilidad que tenían los primeros jesuitas, que sigue por cien o doscientos años. Las
reducciones tienen un orfebre holandés… como decía ayer, una capacidad para traer lo mejor de
la Compañía para crear. Ese espíritu es el que tenemos que redescubrir.
Entonces, qué va a pasar con las provincias. Nos tenemos que preparar para trabajar fuera. Nos
tenemos que preparar para trabajar a fondo donde nos dicen. Si me envían a un colegio a Buenos
Aires, pues voy a ser un gran educador, voy a estudiar sobre educación, me voy a informar en lo
que me han dado. Y entonces serás útil a toda la Compañía. Así, el día en que el General en Roma
necesite un buen educador, sabe que en Argentina hay uno muy bueno. Entonces te pedirá:
“¿puedes ayudar seis meses en la India? Necesitan un educador para un colegio”. Si eres muy
bueno en pastoral de niños, a lo mejor te piden de Filipinas, porque ahí hay muchos niños y hay

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muchos programas de pastoral. Dicen que hay un pastoralista de niños muy bueno en Polonia; lo
pedimos a Polonia. Y así. Cuanto más profundo entremos en la realidad, más útiles somos a toda
la Compañía.
Por eso, en el Gesú les dije a los escolares, y lo dije en la carta también: sed buenos en una cosa, y
seréis útiles a todo el mundo. Si no sois buenos, no seréis útiles ni en vuestro país ni fuera. Por
ejemplo, yo tengo ahora voluntarios. Como China sigue siendo una prioridad, a veces me escriben
voluntarios. Y recibo muy bien cartas de voluntarios. También escribí cartas como voluntario. O
sea, si quieren escribirme, recibiré las cartas con mucho gusto. Y me escribió uno tiene una muy
buena preparación en psicología, pero tiene 44 años. Pues yo veo esto: “me han dicho que yo
podría ser útil en la formación… me gustaría ir a China… me ofrezco”. Y digo: yo estudiaba japonés
cuando tenía 24 años. El japonés es difícil, el chino es muy difícil. A los 44 años no se estudia
chino. Yo traté de estudiar coreano pasados los 50 y lo que entraba por aquí, salía por allá; salía
más rápido que como entraba. Entraba con calzador, pero salía volando. Entonces, si yo envío a
una persona bien preparada a los 44 años a China, y sé que el envío es para vivir toda la vida
frustrado… no lo puedo hacer. Entonces, le dije: “No. Profundiza lo que tienes, sé un buen
formador en tu país y entonces China te puede pedir ayuda para que le ayudes al equipo de
formadores para pensar programas e iniciativas porque tienes experiencia y tienes una buena
preparación. O sea, hazte un experto en formación y entonces puedes ayudar a China. Pero si vas
ahora, toda tu vida va a ser como un niño, hablando chino como hablan los niños, con gestos y
tratando de hacerte entender. Los chinos se van a reír; bueno, no se ríen mucho, porque los
orientales son muy educados… pero por dentro les da risa. Esa no es la mejor manera de ayudar.
Sé bueno en lo que eres bueno, profundízalo.
Si tuvieras 24 años, ya. Hasta los 30. Hasta ahí podemos discutir. Después de los 30 (porque en
Japón hemos visto que los 30 es el límite), esas lenguas orientales son tan distintas que es muy
difícil. Entonces hemos perdido jesuitas, porque han vuelto a su país con gran frustración. O han
dejado porque hay tiempo en que uno está ágil, dispuesto a todo: la comida entra bien, hay
interés por la cultura, los caracteres chinos llaman la atención… pero después de los 30 años es
difícil. Tenía yo un italiano vecino de cuarto, que tenía en la pared 2.000 caracteres chinos. Y les
puso música de ópera (un italiano que le gusta la ópera) y se pasaba el día cantando ópera para
ver si se los aprendía. Es un esfuerzo grande: sabía ópera, pero no sabía chino.
Ahí es donde viene el discernimiento. Es muy bueno el estar disponible y a mí me ha escrito gente
de 70 años disponible para ir, no a China, pero a otros sitios. Les doy las gracias y les digo que
hablen con su provincial. O de 50, de 60 o de 40 y eso es muy bonito: la disponibilidad. Pero si
quieren ir a sitios difíciles (Japón, Corea, China, Vietnam, Tailandia; esos cinco sitios), díganlo
antes de los 30. Y yo los enviaré con mucho gusto. Si es después de los 30 consultaré a vuestro
provincial, porque hay gente que tiene un don de lenguas extraordinario y hay países donde
tienen don de lenguas: Indonesia, Polonia, crecen con varias lenguas y tienen gran talento para
aprender. Y respecto a ellos a lo mejor hasta los 40 o 45 se puede pensar. Pero lo más importante
es estar radicados. Los manden donde los manden, entren en la cultura. Y así se preparan para lo
universal. No hay contradicción.
- Pablo Mayorga: Mi pregunta es por el tema de la vocación de hermano. ¿Qué se está haciendo a
nivel de Compañía universal o cómo se afronta este desafío de presentar y promover una vocación
que muchas veces como jesuitas vamos dejando de lado en el discurso?
- Ahí tenemos un pequeño problema, ¿no?, a nivel universal. La promoción de la vocación de
hermano es muy irregular. Hay provincias que lo tienen muy bien. Por ejemplo, Brasil que tiene
vocaciones de abundantes hermanos, muy buenas y les dan una formación muy bien planificada;
creo que ése es el camino. Otras provincias están dudando, tienen una promoción de vocaciones
muy pasiva… de hermanos y de padres. Si la promoción de vocación de hermanos no es muy

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activa, entran muy pocos. Lo mismo con padres, pero la imagen normal entre católicos es que el
sacerdote es muy visible, mientras el hermano no lo es, queda un poco en la sombra.
Necesitamos muchas vocaciones de hermano. El padre Arrupe decía que sin hermanos la
Compañía pierde algo esencial.
¿Dónde tenemos el problema? ¿Cuál es el problema de mentalidad, de fondo? Esto me ha
preocupado muchos años. Se han hecho grandes esfuerzos, como la reunión en Loyola antes de la
CG 34, también se ha planteado en distintos foros. Yo creo que una de las dificultades que
tenemos es que estamos todavía trabajando con una doble imagen del hermano. Está la imagen
antigua: es una imagen auténtica, pero que a través de la historia se fue condicionando y
estrechando. Es un poco como la imagen del coadjutor espiritual, que era una imagen totalmente
apostólica, de total participación en la misión de la Compañía, pero a la que se le fueron poniendo
elementos históricos y sociológicos en la idea de clases que no estaba para nada en la mente de
san Ignacio; mucho menos el criterio académico del ad gradum. Tanto que en el noviciado
teníamos un padre que ya había perdido la mente y que siempre repetía: “que conste que yo no
soy profeso, pero no por el examen ad gradum, que lo pasé”.
Bueno, con los hermanos nos pasa algo parecido. Tenemos la imagen antigua, que es una imagen
de servicio, que es muy buena y venía de los tiempos de san Ignacio. Hemos tenido hermanos que
eran auténticos genios (pintores, orfebres, arquitectos, etc.). Castiglione fue un hermano que
mandaron a China y era tan buen pintor que lo hicieron pintor del emperador; pintaba con un
arte que no tenían los pintores chinos. Es un pintor de gran estatura. Es decir, nunca ha faltado
talento en la historia de la Compañía. Pero en la Compañía restaurada ya no aparecen tanto estos
hermanos, porque la imagen toma adiciones que están condicionadas por la sociedad europea de
la época. En una sociedad de clases, el hermano ya no es un siervo de la misión, sino que está al
servicio de los sacerdotes. Para que estos puedan trabajar, el hermano se encarga de las cosas de
la casa. Y se reduce la imagen del hermano que era totalmente misionera y abierta a todo.
Esta es una imagen que ya hemos superado. No es la imagen de ahora. Pero tenemos muchos
hermanos todavía, muy mayores, que han vivido con esta imagen y han sido auténticos santos,
dando su vida al servicio de los sacerdotes. Hay ejemplos que han sido felices y han dado su vida
al servicio de los demás en la Compañía. Claro, no queremos herir a esos hermanos. No queremos
que se sientan menos, porque han dado su vida y han sido un gran modelo de servicio y entrega a
Cristo.
Pero ahora tenemos una imagen nueva, que yo creo es la más original de san Ignacio: personas
que pueden contribuir a la misión de la Compañía con sus talentos. Y tenemos muchos hermanos
de esos. En Japón tenemos tres hermanos profesores en la Universidad de Sofía. Son hermanos
que están respondiendo a este modelo nuevo, que es un modelo abierto, misionero, totalmente
dinámico.
Pero nuestra promoción es ambigua, porque promovemos los dos, y esto no funciona. Hay que
promover la imagen nueva. Estamos abiertos a todo el que sintonice con la misión de la
Compañía, que es la misión de Cristo, en distintos campos: puede ser educador, científico,
arquitecto, lo que sea. Y con la ventaja de que el hermano no está distraído. La vocación del
hermano es mucho más “pura” en cierto sentido. Es la vida religiosa estrictamente dicha. Es
seguir a Cristo en pobreza y humildad, no hay más. Por eso el hermano expresa lo que es la
vocación religiosa. El sacerdote también puede expresar eso, si quiere seguir a Cristo en pobreza y
humildad, pero puede estar distraído porque por ser sacerdote le da una posición de poder.
Yo conocí a un jesuita japonés, ahora ya muerto, cuando era estudiante, y él quería ser hermano.
Yo le animé cuando el era filósofo y yo teólogo. Él no veía la vocación sacerdotal para él, pero lo
de hermano sí. Él quería trabajar por la Compañía, venía de una familia profundamente católica.
Pero luego consultó a otros, que le dijeron que si era hermano, no iba a tener nunca poder, no le

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iban a hacer nunca caso; mejor era que fuera sacerdote. Se hizo sacerdote –lo cual me parece que
fue una mala decisión–, pero no le atraía para nada el sacerdocio, porque su vocación era servir.
Entonces no acudía a concelebrar con nosotros, todos le criticaban por “muy secular, porque no
dice misa con nosotros”… y es que esa no era su vocación. Su vocación era de hermano y como
hermano trabajaba muchísimo y muy bien, y tuvo posiciones muy importantes en la universidad.
Pero si hubiera sido hermano, habría sido feliz… él y todos los demás.
En definitiva, nos falta todavía agilidad o elegancia para apreciar la vocación del hermano en toda
su plenitud. El hermano participa de la vida de la Compañía totalmente… como el coadjutor
espiritual. Hay que liberarlos de la cuestión de los profesos, que tienen una función especial
frente al Instituto, eso es aparte. Y me parece que esto es una válvula que creó san Ignacio, que
no tiene nada que ver con clases sociales ni con discriminación. Es decir, la Compañía se mantiene
en toda su pureza y aquí hay un grupo (los profesos) que está preocupado por eso.
Pero la vocación del hermano muchas veces es dudosa en los promotores y por eso, si el individuo
muestra una cierta apertura al sacerdocio, le animan a ser sacerdote. Y eso da la imagen a la
gente de que no apreciamos la vocación del hermano. Yo creo que tendríamos que ser mucho
más directos y dinámicos, porque el hermano nos ayuda a todos a apreciar la vocación jesuita. En
Corea y en Japón hemos tenido novicios y estudiantes que venían de las universidades mejores
(de Seúl y Tokio) y en el noviciado, precisamente descubriendo lo que es la vocación jesuítica,
decidieron pasar de escolares a hermano. Porque vieron que en la vocación del hermano está lo
que ellos querían ser cuando decidieron ser religiosos: seguir a Cristo en toda su sencillez y en
toda su pureza. Seguir a Cristo y nada más que a Cristo. Eso es la vocación del hermano.
Creo que ahí el problema es nuestro. No hemos todavía incorporado la nueva imagen con su
dinamismo. Por respeto tal vez a la antigua imagen, por no herir a lo mejor a un puñado de
hermanos, no somos capaces de comunicar a esos hermanos el gran respeto que les tenemos,
pero que la misión exige un nuevo modelo que tenemos que cultivar y promover. En América, el
lado irónico de la cosa, es costumbre que después de la misa dominical el sacerdote salga a la
puerta y salude a la gente. Y había un hermano que ayudaba en la parroquia y también estaba en
la puerta saludando a la gente. Una vez vino una señora y le dice al hermano: “Padre, quisiera
confesarme”. El hermano le dijo: “Perdón, yo soy coadjutor temporal”. Y la señora le contestó:
“Ah, perdón, yo creí que era un simple sacerdote”.
- Cristóbal Madero: Padre, hemos estado hablando de su preocupación por la formación, sobre las
cosas que debieran pasar y no pasan, otras que debieran reformularse. A mi gustaría preguntarle
por una preocupación, que me parece que ha estado en el sentir de los estudiantes, sobre nuestro
modo de vida. Y más concretamente por lo que significa vivir sin carencias, vivir en una provincia
con muchos recursos, donde no falta nada y donde a veces también hay lejanía del mundo de los
más pobres en el sentido de la inserción. No tanto de labor apostólica, que creo que la tenemos,
pero sí de la vida más involucrada con los pobres en una cercanía más inserta.
- Otro: Respecto a los centros interprovinciales de formación, cómo pasar el desafío de que el
centro interprovincial sea justamente un elemento que ayude a responder a una mirada regional
integrada, más allá del convivir con gente de distintas nacionalidades o provincias, en este
momento de desarrollo y formación de esta propuesta que se está realizando. Qué
recomendaciones nos podría hacer, sabiendo que es un tiempo de desarrollo.
- Juan Cristóbal García-Huidobro: Ayer en la conversación con la provincia, usted dijo que el Papa
le había dicho dos cosas para los jesuitas: profundidad espiritual y profundidad teológica. Yo
intuyo que eso tiene mucho que ver con lo que dijo Eduardo al comienzo, pero si tuviera algún
comentario que hacernos a nosotros ya que estamos en la formación, qué indicaciones o
preguntas tiene sobre nuestra formación espiritual o teológica.

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- Luis García-Huidobro: A propósito de lo mismo… cómo pensar un modo latinoamericano de
hacer un teologado, porque en Latinoamérica la teología que ha dado fruto ha sido la teología
inserta. Nosotros aquí somos como monjes estudiando la teología, no tenemos la larga hora de
micro que dice usted (la mayoría, por lo menos). Y se une con que además nos piden profundidad
espiritual y teológica… y hay códigos que no están pasando por ahí en nuestros países. Tenemos
que estudiar en los teologados en teología y filosofía, pero uno no ve que sean los filósofos y los
teólogos los que están dialogando con el mundo político o el mundo social. Siento que quedamos
un poco fuera.
- Nemo Castelli: Es otra línea, más parecida a lo de los hermanos, pero ahora desde el sacerdocio.
Mucho se ha hablado en nuestra provincia de la unidad en la misión con el mundo laical. A veces
yo experimento que hacemos tanto énfasis en la unidad en la misión, que se nos desdibuja lo
propio de la vocación religiosa y sacerdotal. Y a veces siento que entre nosotros tampoco está tan
nítido. Yo no estoy en el teologado, pero hasta ahora tampoco he visto desde la formación una
inquietud particular en forjar un cierto temple o carácter que a uno lo vaya haciendo profundizar
en el sacerdocio a la manera de la Compañía. Entonces, me gustaría preguntarle cómo ve usted lo
específico nuestro en esa misión, que es distinto que lo que aportan los laicos.
- Las cuestiones que ustedes han sacado son sumamente importantes y me gusta que reflexionen
y estén pensando sobre eso. Creo que es importante en la formación el estar en contacto con la
realidad. El monje que estudia no es nuestra manera de estudiar. Dejando por un momento entre
paréntesis la cuestión del sacerdocio, la centralidad de la misión ha sido siempre sumamente
importante para nosotros. Pero esa misión no la podemos poner entre paréntesis hasta cuando
terminemos la formación, sino que tiene que estar en nuestra mente desde el principio. Me
acuerdo que cuando empecé teología, me escandalicé un poco. Porque llego a Japón a la casa de
lenguas para estudiar japonés y conocer un poco por dónde va Japón, qué problemas hay… Y por
poco que pesques, ves que Japón está en una frontera totalmente distinta de donde está Europa.
Es un mundo pagano, en aquel tiempo había bastante influjo de la ideología marxista. Claro, yo
voy a estudiar teología para la misión y en la primera clase las cuestiones eran tan abstractas…
Una elucubración incluso pastoral. Me acuerdo que la primera clase fue de moral de sacramentos
y eran “casitos”: el caso de un niño que está muriendo y pasa un río a 20 m. ¿Qué haces? Agarras
el niño, corres hacia el río y te tiras con él. O lanzas al niño desde lejos… A mí me pareció tan
ridícula que me escandalicé un poquito. Este país buscando salida a una falta de sentido y de
alegría, y nosotros estamos aquí discutiendo de esto. Me pareció totalmente desfasado. Y es por
ausencia de los problemas reales.
Tenemos que mantenernos en contacto como sea (a través del periódico, de la radio, de la
televisión) con los problemas reales del mundo. Y llevar esos problemas a la teología. Ayer los
jóvenes me preguntaban qué podemos hacer nosotros como estudiantes en la universidad. Yo les
decía lo mismo: tomar los problemas que ustedes tienen y hacer la vida difícil a los profesores. O
sea, llevar a clases los problemas serios que tiene la humanidad en torno a nosotros: problemas
de pobreza, de injusticia… Cómo afecta esto nuestro estudio.
Yo creo que la pregunta fundamental -y eso se lo he dicho al prefecto de la Congregación de la
Fe-, es por qué la Iglesia habla así: no en plan crítico, sino ¿por qué la Iglesia habla de la Trinidad?
¿Por qué hablamos de Dios como tres personas? ¿Por qué? Esa es la pregunta. No qué significa
“tres personas”: que si es persona psicológica, si en Dios hay esto o lo otro… de eso no sabemos
casi nada. Yo reconozco que me ha influido el budismo… ¡yo no soy budista, eh! Pero tanto el
budismo como el cristianismo dicen que Dios es un misterio. El budismo saca las consecuencias
últimas: como Dios es misterio, no podemos ni hablar de él. Algunos dicen que los budistas son
ateos. No lo son, pero no hablan de Dios porque es tan misterioso que no puedo ni mencionarlo.
Los cristianos dicen que Dios es misterio y san Agustín dice “si lo entiendes, no es Dios”, pero
después de decir eso escribimos tomos y tomos sobre Dios. Y las bibliotecas están llenas de libros

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sobre Dios. O sea, ahí hay algo que es extraño, que no va. Esto es porque nos hemos separado de
la pregunta fundamental: ¿por qué la Iglesia habla de Dios? Porque hay una experiencia. ¿Qué
experiencia es esa? ¿Por qué esa experiencia nos lleva a hablar de un Dios trino? Porque
experimentamos a Dios de tres maneras distintas. En último término es eso, ¿no? Es el encuentro
con el misterio de Dios, que llamamos Padre porque Jesús nos lo ha dicho; el misterio de un Dios
que está presente en nuestra historia, en nuestra humanidad y en los pobres, que es el Hijo, y
Jesús ha dicho que Dios es así, que es un Dios de compasión; y el Dios que inspira a los profetas, a
la Iglesia, a toda persona que abre su corazón, y entonces sabemos que podemos hablar de Dios
como Espíritu consolador, inspirador. Es todo un lenguaje muy plural, que se sintetiza en tres.
Esa experiencia la tenemos que recuperar. Mientras no recuperemos esa experiencia, nuestra
teología es abstracta. ¿Por qué hablamos de todos los misterios? ¿Por qué? El porqué es la
pregunta clave. No la teoría: ¿qué dice Rahner sobre…? ¿Qué dice tal…? Eso viene después. La
pregunta fundamental que yo quiero saber es por qué para mí Cristo significa tanto. Qué hay
detrás de eso, qué hay detrás del misterio de esa persona. Eso es lo que nos invita a hacer una
teología mucho más profunda y mucho más seria.
Y entonces la siguiente pregunta es qué significa Cristo para estos pobres mapuches, que se
encuentran oprimidos y que tienen un lenguaje distinto. ¿Qué significa Cristo? Eso supone un
diálogo muy profundo entre la cultura mapuche, yo y la teología cristiana. Es un doble diálogo que
tengo que hacer si quiero ayudar al pueblo mapuche a entender su cristianismo. Es decir, hay
elementos que requieren de cierta inserción. Yo diría: inserción es lo que a mí me gusta y yo me
fui a vivir -después de muchos años para sacar permiso (porque eso lleva años)-, a comunidades
muy pequeñas en barrios populares de Tokio. Ahí he vivido con tres jesuitas: un japonés, un
hermano y yo. Vivir inserto cambia totalmente la mentalidad, la conciencia, las preguntas, la
manera de enseñar en el teologado y de ser provincial. Pero te cambia totalmente, porque
entonces te viene un problema pequeño de una comunidad y tú dices: “esto comparado con los
problemas que yo estoy viendo todos los días…”. Por lo tanto, no me quita el sueño. Me debería
quitar el sueño más lo que me encuentro en el barrio, que lo que me encuentro en la comunidad,
donde el ministro es un poco difícil o parece un poco tacaño... esos son problemas muy pequeños.
Ahora, la inserción no es fácil, necesita ciertas condiciones y sobre todo para ustedes, la
Compañía quiere que estudien. Yo creo que se puede estudiar viviendo con los pobres, pero es
más difícil, necesita una motivación más fuerte. La tentación, y hemos tenido muchos casos, es
dedicarse tanto a ayudar que no se estudia. Entonces baja el nivel de la provincia y de nuestro
apostolado. Estar motivado para estudiar para luego tener un apostolado más eficaz, requiere
una madurez interior importante. Los pobres que quieren estudiar, estudian día y noche. Trabajan
medio día, luego estudian otro medio día y en la noche están hasta las tantas estudiando. Eso la
Compañía cree que no se lo puede pedir a ustedes, porque la salud no acompaña y tiene
dificultades. Entonces yo traduciría la inserción al menos por cercanía, y esto se puede buscar de
muchas formas. Todos los años que yo no he podido vivir en cierta forma de inserción: cercanía.
Entonces, planifiquen su apostolado y su servicio con los pobres en el centro.
Cuando volví a Japón después de un doctorado en Roma, creí que ser sacerdote era decir que sí a
todo lo que te piden. Entonces yo decía que sí, pensaba “hay que ser generoso”. Y al año me di
cuenta que si dices que sí a todo, ¡estás sirviendo a las monjas! Ellas son las únicas que saben
dónde estamos, quién es quién, y piden, y planifican. Las monjas planifican: Ejercicios para dentro
de tres años, la charla para el día de la fundadora, otra charla para el cumpleaños de la fundadora,
otra para… Entonces me di cuenta, revisando mi vida, que estaba yendo a conventos de monjas,
pero a los pobres no había ido ni una vez. Los pobres no saben dónde estoy yo ni me conocen. Y
no me piden nada. A los pobres hay que ir, no hay que esperar a que te pidan. Ahí empecé a decir
que no, con gran dificultad al principio, pero cuando me mandaron a Filipinas fue mi salvación: ahí
empecé de nuevo. No me conoce nadie y, cuando me conozcan, digo que no. Y ya se corre el

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rumor en seguida: “este dice que no, está muy ocupado, no tiene tiempo”. Ya no te piden.
Entonces puedes servir a los que tú crees y disciernes que te necesitan. Así el discernimiento es
mucho más posible.
Hay una disciplina también en el ministerio sacerdotal. No todo es sí. Cristo es “sí”, pero es un sí
teológico. Pero nuestro sí tiene que ser ministerial, por lo tanto, tiene que ser discernido.
Sobre el modo latinoamericano de teología. Si estamos insertados, encontraremos el modo. Y si
no estamos insertados, estemos cerca de los pobres, porque esas son las cuestiones. Como decía
ayer, los retos que tiene la vida religiosa y la Compañía son los mismos retos que tiene el mundo:
la pobreza, la guerra, la violencia, la falta de sentido, la falta de alegría. Esos son nuestros retos y
por lo tanto esos tienen que entrar a la teología. Y los retos que experimentan ustedes son retos
latinoamericanos.
Y ahí entra muy bien, y gracias por la alusión, una visión regional. Yo lo quería haber dicho antes,
pero se me pasó. El estar aquí no es solamente el intercambio que pueden hacer con distintas
culturas. También esto os da una posibilidad de ver a Latinoamérica mucho más unida. Los
procesos de reorganizar provincias ahora, y eso yo creo que es bueno, no son estructurales. No se
empieza diciendo: ¿queremos ser una provincia o no?, ¿queremos unirnos o no? No se empieza
por ahí. Se empieza con las fuerzas que tenemos: ¿cómo podemos colaborar mejor para la
misión? Y entonces hay mucha más participación de visión común, hay mucho más intercambio
de recursos para que la misión sea mejor. Nos elimina cargos de tipo burocrático: por ejemplo,
cuatro provincias en el norte de Europa, que están en ese proceso, en lugar de tener cuatro
delegados de formación tienen uno. Eso libera jesuitas para el apostolado y al mismo tiempo da
una visión común: qué está pasando en Europa, qué está pasando en Latinoamérica, cuáles son
los retos comunes a varios países, qué retos son peculiares, cómo podemos ayudar al Amazonas.
Esta es una zona muy particular en Latinoamérica, tiene retos pastorales a los cuales podemos
contribuir o de los cuales podemos aprender.
Es decir, todos estos factores están en la experiencia que podéis hacer aquí: mirar más allá de la
provincia para servir a la provincia. Y si sirven bien en la provincia, pueden servir al resto del
mundo.
Una palabra solamente sobre esto: el diálogo con la cultura y con la sociedad no es solamente
para los profesores de filosofía y teología. Toda persona que vive en contacto con otros –y
ustedes encontrarán en su ministerio con musulmanes, budistas (porque ahora se están
moviendo por todo el mundo), y chinos tienen por todas partes– es una oportunidad de diálogo. Y
diálogo no es enseñar, como decían de Pitágoras, el diálogo es abrir el corazón para un
intercambio.
Sobre el sacerdocio, yo creo que –esto no lo digo en carta, porque todo lo que diga el General lo
miran muy en serio cardenales y otras órdenes religiosas; o sea, el General de los jesuitas tiene un
eco mediático que no tienen otros y por lo tanto yo tengo que andar con mucha prudencia para
ayudar y no provocar– necesitamos ampliar nuestra misión del sacerdocio. El padre Vanhoye
tiene un artículo extraordinario sobre el sacerdocio nuevo. Y toda la Carta a los Hebreos, que es el
único documento del Nuevo Testamento sobre el sacerdocio, nos habla de un sacerdocio (i) muy
humilde y (ii) muy amplio. Es el sacerdocio de Cristo, y ahí participan todos. Tenemos que ser muy
generosos en reconocer la participación de todos los cristianos desde el bautismo en el
sacerdocio, y que nuestro ministerio sacerdotal es un ministerio de humildad, de servicio, de
descubrir lo que Jesucristo hace en los demás y apoyar eso, no es un ministerio de poder y
autoridad, exclusivo ni nada de eso.
Vanhoye lo tiene también muy bien analizado y yo lo comparto: nosotros vemos el sacerdote
como cultual, pero esa no es la misión del sacerdote en el Nuevo Testamento. En lo más

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tradicional incluso del Antiguo Testamento, el sacerdote tiene tres funciones: es un mediador,
ofrece sacrificios y es una persona consagrada. Todo cristiano, y por tanto nosotros, está
consagrado a Cristo por el bautismo.
Somos mediadores de la transformación del mundo. Cuando un laico está trabajando por hacer el
negocio, por ejemplo, mucho más participativo y con más sentido de justicia y de servicio al país,
está mediando por la transformación del mundo. En Filipinas ahora hay todo un movimiento
llamado “empresarios responsables”, donde responsable significa que contribuyen al bien del
país, no solamente hacen dinero. Esto contribuye a la transformación del mundo, esto es un
servicio sacerdotal.
Y luego el sacrificio es el ofrecimiento de este mundo al Padre, y san Pablo nos dice “haced de
vuestra vida un sacrificio”. Nuestra vida, es decir, 24 horas. No solamente la media hora de la
misa, sino 24 horas estamos ofreciendo nuestra vida. Y lo ves en las Completas, en la oración de la
Iglesia. Ahí hay un himno que me gusta mucho, que dice: “Señor, cuando el cuerpo duerme, que
mi corazón esté en vela”. El sacrificio continúa, el cuerpo ora. Y cada vez que visito las
enfermerías se lo digo a los jesuitas. He aprendido en Asia que toda espiritualidad es corporal.
Mientras no se encardine en el cuerpo, es abstracta; el cuerpo es lo que la hace concreta. Por lo
tanto, a los enfermos yo les digo: “ustedes están rezando por la Compañía –que es la primera
función del General, es decir, están cumpliendo mi función– las 24 horas, porque cuando dicen
‘me duelen los riñones y entonces no puedo rezar’, los riñones están rezando. El cuerpo está
rezando siempre, porque está gritando, está sufriendo. Esa es la oración del enfermo y ahí no hay
descanso”. Lo mismo el sacerdocio, estamos siendo sacerdotes siempre como dice san Pablo, al
vivir estas dimensiones.
Entonces, nosotros estamos al servicio de que la Iglesia viva este sacramento. ¡Es un servicio
extraordinario! Pero no tomándolo en exclusiva, sino compartiéndolo. O sea, cuanto más
generosos seamos en nuestra vocación y en nuestro sacerdocio, más servimos a la Iglesia.
Entonces toda ella vive el sacerdocio de Cristo, que es la gran novedad que hemos descubierto
recientemente de lo que escribió el autor de la Carta a los Hebreos.
Muchas gracias a todos por este encuentro.

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Indice

 Misa con los Jesuitas de la Provincia en la tumba del Padre Hurtado 3

 Encuentro con Jesuitas y lacos Sector Social en Infocap 7

 Encuentro con los Jesuitas de la Provincia en San Ignacio 17

 Encuentro con Jóvenes de la Red Ignaciana en Colegio San Ignacio 33

 Eucaristía con colaboradores, familiares y amigos en Templo San Ignacio 44

 Encuentro con los Escolares de la Provincia en Teologado Interprovincial 49

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